N. SRI RAM
Adyar, 1 de diciembre,
1961.
APARIENCIA Y REALIDAD (Libro Cap. 1).
Este es un
tema que se ha discutido casi hasta agotarlo, tanto en la antigua India como
entre los filósofos occidentales. Pero en estos días nuestros pensamientos al
respecto tienen una base diferente a la de aquellos tiempos. El tono distintivo
de la mente moderna, a pesar de sus extravagancias, es más bien científico que
metafísico; tiende a basarse en observaciones sensorias y en el análisis a que
ahora estamos en condición de someterlas. No estamos viviendo en un mundo
tradicional edificado sobre ciertas suposiciones metafísicas, por muy
verdaderas que esas suposiciones sean como postulados para un sistema coherente
y satisfactorio, o hasta como axiomas para quienes puedan probar mentalmente su
validez evidente. Vivimos en una era de empirismo, aunque el campo del
conocimiento empírico se ha ampliado y se ha definido tan minuciosamente que
los intelectos más adelantados del día pueden construir sobre él una estructura
de ilaciones o conocimientos, que se mantiene junta, coherentemente, como un
sistema deductivo basado en ciertos principios fundamentales.
Nada puede
ser más deductivo y más integrado en el campo científico que las matemáticas;
sin embargo, según Sir James Jeans, bien conocido astrónomo inglés y exponente
del pensamiento científico moderno, las últimas revelaciones de la ciencia
llevan, a la conclusión de que “el universo (del científico) puede describirse
mejor, aunque todavía muy imperfecta e inadecuadamente, como consistente de
pensamiento puro, del pensamiento de quien, por falta de un término más amplio,
hemos de designar como un pensador matemático”. Puesto que todo conocimiento
tiende así a integrarse no podremos en adelante aislar un solo punto de mira,
tal como el religioso o el filosófico, del científico, y contentarnos con dejar
que cada uno desarrolle sus tesis sin la influencia de los otros, si bien cada
punto de mira distintivo tendrá interés para sus partidarios.
Podría preguntarse:
¿Hay necesidad de discutir esta cuestión de la apariencia y la realidad, en el
moderno mundo práctico? La respuesta es clara en el momento en que nos damos
cuenta del imperio tan completo que la apariencia tiene en nuestra vida
ordinaria. Por ejemplo, en lo referente al movimiento de la Tierra en torno de
su propio eje y alrededor del sol, sólo en fecha comparativamente reciente, por
lo menos en Occidente, se descubrió y se aceptó que la realidad es exactamente
contraria a la apariencia.
No vemos
las estrellas en el cielo, tal como aparecen de día. Sin embargos ahí están las
estrellas, y si poseyéramos una vista que pudiéramos proyectar en el espacio
como los rayos luminosos, las veríamos como soles resplandecientes de diversas
magnitudes, orbe tras orbe, en ruedas cada vez más gigantescas.
Otro caso,
todavía relacionado con la materia, pero que toca más intrincadamente con las
percepciones de nuestra consciencia normal, es el de la aparente solidez de
tantos objetos que nos rodean, tales como mesas, casas, árboles y metales. Las
investigaciones científicas, tanto sobre las diminutas partículas que componen
todas las cosas, como sobre las infinitas regiones de las estrellas, han
establecido ahora que existe un vacío de materia tal como la conocemos, en el
universo. Sir James Jeans explica de esta manera ese vacío: “Escójase al azar
un punto en el espacio, y las probabilidades en contra de que esté ocupado por
una estrella son enormes... Escójase al azar un lugar dentro del sistema solar,
y todavía habrá inmensas probabilidades en contra de que esté ocupado por un
planeta o siquiera por un cometa, un meteorito o un cuerpo menor. Aún si dentro
de un átomo escogemos un punto al azar, las probabilidades en contra de que
esté ocupado son inmensas... Al pasar revista a toda la estructura del
universo, desde la gigantesca nebulosa y los inmensos espacios interestelares e
internebulares, hasta la diminuta estructura del átomo, pocas cosas fuera de
espacios vacíos pasan ante nuestra visión mental. Vivimos en un universo sutil;
modelo, plano y diseño abundan, pero la substancia sólida es rara.” La
sustancialidad de todos los objetos que vemos o tocamos es meramente una
impresión de nuestra consciencia. Así nos vemos obligados a contemplar el hecho
de que el mundo familiar a nuestros sentidos no es sino una interpretación de
las cosas por los sentidos que poseemos. ¿Quién puede decir lo que esas cosas
son en realidad, o qué impresión nos causarán en una etapa futura de nuestra
evolución?
La ciencia
ha hecho muchas revelaciones dramáticas en el último siglo, lo cual nos prueba
que existe un velo, o quizá muchos velos, creado por las limitaciones de
nuestra consciencia y de nuestras percepciones. ¿Qué puede haber más
contradictorio del mundo material, tal como nos lo presentan nuestros sentidos,
que las energías y sistemas de energías en que la Ciencia lo ha convertido?
Si a esto
queda reducido el mundo de la materia, ¿qué decir de la naturaleza de nuestra
consciencia? La Ciencia moderna comenzó considerando a la materia como la única
realidad, y a la mente como producto de ella, pero se ha ido alejando mucho de
esa posición. Ha llegado ahora a un punto en sus análisis, en el que la materia
no es sino una cortina que parece ocultar algo que es de la naturaleza de la mente
o del pensamiento. Materia y mente están más mezcladas que antes en nuestra
visión actual, en continuo desarrollo, pero con creciente predominio del
elemento mental.
Es evidente
que el proceso de la evolución está incompleto, y tenemos que admitir que la
mente, con el desarrollo que ha alcanzado hasta ahora en nosotros, no es capaz
de traspasar el velo de sombras constituido por los fenómenos que estudiamos.
Las antiguas escuelas filosóficas de India apreciaban este hecho. Pero tenían
la opinión de que hay un orden más elevado de percepción, latente en nosotros,
por desarrollarse en el curso del tiempo, y cuyo desarrollo puede anticiparse
ahora mediante métodos adecuados.
El Señor
Buddha describió la Realidad alcanzada por El, como Nirvana, que literalmente
significa apagar o extinguir el yo personal, el cual se ve entonces como una
mera apariencia o ilusión, aunque nos parezca tan real, como reales le parecen
sus sueños al soñador. En vista del grado tan alto en que nuestra mente está
condicionada por las experiencias pasadas, hay que libertarla de sus continuos
impulsos, de la subconsciente involución a que ha sido sometida, antes de que
pueda descubrir y expresar su propia y verdadera naturaleza. En las antiguas
escuelas de India se entendía muy bien que esta realización es posible mediante
el cuidadoso adiestramiento de nuestras facultades mentales y espirituales
(estas últimas de un orden de percepción más elevado que el mental), y con la
adaptación del cuerpo y el cerebro a ese propósito. Los seis Darsanas se
relacionaban en su aspecto práctico con el punto de vista y los métodos de tal
realización.
Nosotros no
podemos sino especular acerca de la naturaleza de cualquier realidad que
trascienda la esfera de nuestro conocimiento y su relación con las apariencias
producidas dentro de esa esfera. Los intelectos más elevados de India han
tratado estos problemas con una intrepidez que no ha sido superada. Los
conceptos metafísicos de India que, como hoy podemos ver, tienen, por extraño
que parezca, el poder de aglutinar nuestras opiniones fragmentarias y
desarticuladas -logradas no desde una altura dominante, si no desde un nivel
más cercano al del suelo- sostienen que la Realidad es indescriptible, pero
única y completa e inmutable, y que todos los cambios en el campo de la
diversidad, que abarca tanto la consciencia como la forma, no son sino un
ejemplar de su composición. Desde el sitio que ocupamos en el cuadro no podemos
obtener sino una vista parcial del conjunto, que, sin embargo, es suficiente para
indicarnos las probables direcciones de nuestro sucesivo progreso.
Para el
hombre religioso, Dios es la única realidad; el concepto que dé a este término
dependerá de la manera como se ha desarrollado él mismo, y de la forma que
proporcione más satisfacción a sus necesidades mentales y especialmente
emocionales. Busca un Dios en quien espera hallar reposo y felicidad
perdurable, como un refugio del mundo de desorden, injusticia y sufrimiento que
lo atormenta. ¿Que estas cosas no son sino fenómenos, tras de los cuales hay un
plan que incorpora los atributos de justicia, orden y amor que instintivamente
buscamos, a la manera como un feo andamio puede ocultar un edificio
perfectamente bello? Pero aún así tenemos que reconocerle realidad al andamio
mientras dure, aunque no sea permanente.
Por mucho
que se incline la actitud de la religión en dirección a un Ser absoluto o
trascendente, con quien el individuo sometido a un orden relativo tiene alguna
especie de relación, esa actitud está fundamentalmente basada en la necesidad
de llenar un vacío y de suplir una necesidad de la existencia individual. No es
la necesidad de una fría investigación intelectual sobre la diferencia entre
realidad y apariencia. Debido al peso de la indigencia personal, nace la
tendencia a la superstición, a apelar al extremo certero de una satisfacción
temporal. No obstante, puede ser que las emociones más puras asociadas con la
religión, con el compañerismo humano y con el arte, sean tan pertinentes para
una posible apreciación de la realidad -sea ésta la que sea- como una
percepción puramente matemática. Un conjunto de ondas sonoras puede constituir
la música más gloriosa, o puede ser considerado como meras vibraciones del aire
en ciertas relaciones, ¿Cuál de las dos es la realidad, y cuál la apariencia?
Si consideramos el hecho de que hay en la Naturaleza una infinidad de
vibraciones para las cuales no tenemos órganos sensorios adecuados, podemos muy
bien imaginar cuánto más grande puede ser la realidad, que lo que podemos
concebir con base en nuestra comprensión actual.