domingo, 27 de julio de 2014

Libertad en la Espiritualidad



M. KANNAN

 La conducta de la vida en los reinos subhumanos es altamente disciplinada. La formación de rocas y montañas; la aparición, florecimiento y desaparición de las flores, frutos, vegetales, plantas y árboles; el nacimiento, crecimiento, movimiento y migración de los peces, reptiles, aves y animales, todos están regulados por la Naturaleza y siguen un orden y un ciclo. Rara vez se apartan del modelo establecido, excepto quizás en casos de mutación. Uno no puede sino sorprenderse con la belleza y armonía de la creación y, por lo tanto, uno puede esperar y predecir el comportamiento de la Naturaleza cuando pasa  a través del  tiempo y el espacio.

El hombre ha sido aclamado como la forma superior de la creación y está dotado de facultades que no se ven en los reinos inferiores. (El pronombre masculino se usa aquí solamente por conveniencia y quiere decir que también está incluido el pronombre femenino). La capacidad de discernimiento es lo que separa al hombre del animal. Esta facultad es una bendición y se espera que se aplique en la aceleración del proceso evolutivo. Se le da al hombre la oportunidad de apresurar la evolución y de esta oportunidad surgen numerosas cualidades como la capacidad de optar, de usar el libre albedrío y de tomar decisiones. Todas estas como un todo pueden denominarse como su “mente”.

Dotado de facultades y oportunidades adicionales, y con la ayuda de su mente, el hombre observa el mundo y registra su observación como memoria. Puede comparar experiencias nuevas con aquellas registradas en su memoria y establecer similitudes. Luego clasifica las experiencias como las que producen placer o incomodidad a los órganos de sus sentidos. Entonces aparece el deseo de repetir lo agradable y evitar las experiencias dolorosas o desagradables. El deseo puede entenderse como esa cualidad de la mente que da origen al ansia de algo agradable, y cuando eso se agota, se repite el deseo con mayor intensidad. El deseo también da origen al anhelo de evitar lo doloroso.

Por la repetición prolongada de experiencias agradables y dolorosas, el hombre aprende que ambas son breves, transitorias e irreales. En este punto del tiempo, comienza a buscar algo que trascienda las polaridades del placer y el dolor, algo que sea duradero, algo que sea real. Este es el amanecer de una nueva fase de su vida y así comienza su búsqueda por lo real. Experimenta  un completo cambio de posición en la forma en  que conduce su vida, cambia su visión, sus actitudes, y percibe el mundo de manera diferente. Disfruta de esta forma de vida que estaba oculta a su mirada en el pasado. Comienza a comprender que ahora es responsable de sí, y no está sujeto a fuerzas externas. El hombre ahora dirige su vida como un comandante dirigiría su ejército. Sostiene las riendas de su mente, deseos, sentimientos y órganos de los sentidos. Regula el tipo y cantidad de experiencias con las que alimentará los órganos de sus sentidos.

Una vez que logra este control de si mismo, experimenta el mundo de manera diferente. Esta nueva experiencia es enteramente contraria a su experiencia anterior. Ésta es libertad, y su experiencia inicial del mundo era esclavitud. También comprende que la libertad es real y permanente mientras la esclavitud es irreal y transitoria.

Habiendo obtenido la primera vislumbre de la libertad, el hombre busca más de esto, con más frecuencia, y luego busca todavía más, en una secuencia ininterrumpida. Comienza a buscar formas y medios para alcanzarla y  encuentra un sendero o forma de vida que conduce a este fin. Decide hollar este sendero y adopta esta forma de vida. Al hacer esto, observa que hay muchos que han recorrido este sendero y han  cruzado muchos hitos. Busca su compañía e intenta aprender de ellos. Para nuestra comprensión, podemos llamarlos el sendero espiritual y el viajero, como el aspirante espiritual o discípulo. Es interesante que el Diccionario Oxford presenta uno de los orígenes de la palabra disciplina, del latín, y luego del francés antiguo, que significa ‘instrucción, conocimiento’, de discipulus, que significa “discípulo”.

Demos una mirada más cercana al sendero y observemos el estilo de vida de los aspirantes. Nuestra observación descubre que los aspirantes se encuentran en dos categorías, etapas o fases generales. Primero, la fase de compromiso, y segundo, la fase de separación. En la etapa inicial el aspirante está profundamente comprometido en las actividades mundanas y su estilo de vida es de expansión de riquezas, relaciones y negocios, y las obligaciones resultantes.

Esta es una fase de actividad intensa, y por lo tanto, exige el apego a una cantidad de disciplinas, códigos, autoridades, reglamentos, etc. Incluso una desviación de menor importancia, sea planeada o no, puede modificar drásticamente los resultados proyectados. El aspirante observa que aunque los pensamientos estuvieran bajo su control, el resultado que se ha presentado de sus acciones, es inesperado. Aunque un poco sorprendido y alterado al comienzo, finalmente acepta el hecho de que hay fuerzas externas que actúan en sus negociaciones, las que causan resultados que no se contemplaron inicialmente. Continúa haciendo sus mejores esfuerzos y deja los resultados a algún otro poder superior. En este proceso se vuelve esencialmente altruista en su actitud y ofrece sus servicios en beneficio del mundo en general.

En la fase siguiente de la secuencia, el aspirante reduce progresivamente su compromiso con las actividades mundanas y se compromete en una búsqueda interna. Se retira en  aislamiento total o parcial y limita su asociación solamente a unos pocos aspirantes avanzados quienes van adelante en el sendero. En esta fase, se le revelan ciertas verdades superiores. Una de tales verdades es la fraternidad de la humanidad, de hecho, la fraternidad de todo lo que existe sea en la forma que sea. La vida que reside en su interior es una, mientras que las formas externas pueden ser muchas. Esta comprensión da origen a cualidades como el amor universal y la compasión por todas las formas de vida. Las diferencias en las formas no significan nada para el aspirante avanzado ya que su visión trasciende las envolturas externas, penetra en el más profundo yo y reconoce que el yo con una forma es el mismo yo que en cualquier otra.

Surgen ciertos hechos de lo antedicho. La jornada en el sendero espiritual no implica movimiento de un lugar a otro. Se puede comenzar “ya” y el progreso se puede lograr “aquí”. Solamente implica el cambio de enfoque de la verdad empírica o relativa hacia la verdad eterna o absoluta. Este viaje no es patrimonio de unos pocos seleccionados. Todos estamos recorriendo este sendero a nuestro propio paso; en realidad, es obligatorio para cada ser, sea consciente o no. Son pertinentes aquí las palabras de Maulana Jalaluddin Rumi un poeta persa místico del siglo trece. Él escribió:



 Como piedra morí  y emergí  nuevamente como planta;

 Como planta morí y emergí como  animal;

 Como animal morí y nací como hombre;

¿Por qué debería temer? ¿Qué he perdido con la muerte?’



El viaje consiste principalmente de dos etapas: la primera preparatoria, y la segunda avanzada. Estas dos etapas son secuenciales y pueden verse a diferentes niveles. Se deben seguir ciertas disciplinas y como consecuencia se alcanza la libertad, en cada etapa y en cada nivel.

El viaje tiene que ser emprendido por cada uno de nosotros, pero el candidato o discípulo avanzado tiene la responsabilidad adicional de ayudar a sus compañeros de viaje. El progreso real no puede hacerse aislado. La comprensión de este hecho producirá una transformación en el candidato y lo guía en un orden mundial donde la desigualdad de oportunidades en lo social, político y económico se reducirán progresivamente. Podemos anhelar una civilización donde todos reconozcan su responsabilidad y trabajen hacia el desarrollo holístico. En el campo de la educación, el desenvolvimiento moral y ético disfrutará de igual énfasis que el de la ciencia moderna.

Los versos de apertura de El Dhammapada explican en forma clara la influencia del pensamiento en nuestra vida. Expresan que un esfuerzo concertado en la regeneración de nuestra naturaleza conduce a la salvación. Nadie sino nosotros decidimos el rumbo de nuestra vida y lo hacemos a cada momento por medio de nuestros pensamientos y acciones. Nuestra libertad puede ayudar a moldear el “mañana desconocido” pero es inoperante en el campo del pasado invariable. Las palabras de Sir Edwin Arnold en La Luz de Asia pueden recordarse aquí para nuestro beneficio. Él escribe:



No esperéis nada de los dioses implacables, ofreciéndoles

   himnos y dones;

No pretendáis conquistarlos con sacrificios sangrientos,

   ni los alimentéis con frutos y pasteles.

Hay que buscar la liberación en nosotros mismos:

Cada hombre crea su cárcel.



Para concluir me gustaría citar El hombre y sus cuerpos de Annie Besant. Estas palabras han influenciado mi vida de una manera profunda. Algunos de ustedes puede que hayan tenido una experiencia similar. Ella escribe:



Por la ley de evolución todo lo que es malo, por más fuerte que por el momento parezca, contiene en sí el germen de su propia destrucción, mientras que todo lo bueno contiene la semilla de la inmortalidad. El secreto de esto  está en el hecho de que todo lo malo es discordante, y va contra la ley cósmica, y por tanto, tarde o temprano ha de ser destruido por esta ley, se hace pedazos contra ella, y queda reducido a polvo. Por el contrario, todo lo bueno, al estar en armonía con la ley, es acogido por ésta, conducido hacia adelante dentro de la corriente de la evolución, y por lo tanto, no puede perecer jamás, no puede ser destruido nunca.

El propósito de esta conferencia no es dar un veredicto final sino dejar  abierto el interrogante para reflexionar.

domingo, 20 de julio de 2014

El llamado de Dharma




                                          B. SANDHYA RANI

 Intentemos comprender qué es el “Deber”. Según el diccionario “deber” significa responsabilidad, obligación, lo que tenemos que hacer, tarea asumida, función.

   Luego tratemos de comprender qué representa el Dharma. Según el diccionario es la Ley Eterna del cosmos inherente en la naturaleza misma de las cosas. En el antiguo Egipto la palabra significó Religión, en Persia simbolizó la Pureza, en Caldea era Ciencia, en Grecia expresó Belleza, en Roma manifestó la Ley, y en India era la palabra Dharma. Dharma significa sintetizar el todo en uno. Este es el significado de la palabra Dharma para todo el mundo.

   Karma y Dharma son los dos lados de una misma moneda. Debemos llevar a cabo nuestro Karma a fin de establecer el Dharma. Dharma es la nota clave de toda la raza Arya. Esa nota clave fue dada por el Espíritu Planetario de la tierra. El Dharma está desde el principio al fin del kalpa de la raza Arya. Por lo tanto, este Dharma debería regir nuestra vida como Verdad: satyân nasty paro dharmah, que significa: “No hay Religión más elevada que la Verdad”, que es el reflejo de la Verdad en nuestra vida diaria, conducta y todo eso; si seguimos el sendero de la Verdad, debería estar en consonancia con la Verdad. El deber y dharma no son diferentes. No deberíamos separar el dharma, del deber. Dharma significa deber. Dharma manifiesta deber, y la actividad es Amor.

   La evolución se produce de dos formas, descendiendo y ascendiendo. La separación es la característica del descenso en la materia, y la unión es la marca del ascenso al Espíritu; en otras palabras, pravrtti y nivrtti.

   Actualmente, en la evolución, hemos avanzado de la etapa animal a la del ser humano; de la etapa humana debemos avanzar más para alcanzar la fase super-humana. Este es el propósito o meta en nuestra etapa actual en la vida. Por lo tanto debemos seguir el sendero de nivrtti para alcanzar el objetivo.

   En el sendero nivrtti, el Deber es diferente en cada alma, según el nivel de evolución y Karma. El deber del salvaje no es igual al del hombre culto y desarrollado, el deber del Maestro no es el del rey, el deber del mercader no es el del guerrero, pero el principio siempre es el mismo y es progresivo. En uno de sus libros, la Dra. Annie Besant dice: “Asume las obligaciones que sientas razonable para ti”. Debemos desempeñar el deber sin ningún orgullo o esperando recompensa. Debemos cumplir con nuestro propio deber sin interferir con el de otros seres.

   En La Clave de la Teosofía, HPT expresa:



Deber es lo que se debe a la Humanidad, a nuestros semejantes, vecinos, familia y, especialmente, el que tenemos hacia todos aquellos que son más pobres y más desamparados que nosotros. Esto es una deuda que si dejamos de pagarla durante la vida, nos convertirá en insolventes espiritualmente, y nos llevará a la bancarrota moral en nuestra siguiente encarnación.



   Todos sabemos que no somos este cuerpo físico solamente; somos Alma, parte de Dios, donde la Conciencia Superior se debe manifestar a sí misma en todo su poder.

   En A los Pies del Maestro se dice: “Cualquier hombre rico puede alimentar el cuerpo, pero sólo quienes saben, pueden alimentar el alma. Si tú sabes, es tu deber ayudar a otros a saber. Lo realmente importante es que los hombres conozcan el plan Divino. Porque Dios tiene un plan, y ese plan es la Evolución. Una vez que el hombre realmente lo reconoce, no puede sino identificarse con sus designios y trabajar de acuerdo con él, porque es tan glorioso como bello. Así conociéndolo, permanece al lado de Dios, firme para el bien y resistente contra el mal, trabajando para la evolución y no por egoísmo”.

   La ley del Deber es la primera verdad que todos nosotros tenemos que obedecer, si deseamos elevarnos a la vida espiritual. A todos los que contactamos les debemos algo, el deber de reverenciar y obedecer a quienes son superiores y están sobre nosotros; el deber de ser amable, afectuoso y útil con quienes están cerca de nosotros y a nuestro propio nivel; el deber de protección, bondad, servicio y compasión con quienes están en un nivel inferior al nuestro. Estos son deberes universales y ninguno de nosotros debería fallar, por lo menos en el intento de llevarlos a cabo. Sin cumplirlos no habrá una vida espiritual para nosotros.

    Luego surge la pregunta: ¿Qué es espiritual? Es la vida de la Conciencia que reconoce la Unidad, que ve el Yo en todo y todo en el Yo. H. P. Blavatsky expresa que “la ley fundamental en la Ciencia Oculta es la Unidad radical de la esencia última de cada parte constituyente de los compuestos en la Naturaleza, desde una estrella a un átomo mineral, del Dhyan Chohan más elevado, al organismo más diminuto”.

   Para vernos en todo y todo en el yo, existe un camino. Es el del SERVICIO. El Dharma no es sólo un código de conducta, es la obediencia voluntaria a nuestro Yo Superior. No importa en qué lugar nacen las almas, cuando han pasado por las primeras etapas, luego su naturaleza interna exige la disciplina del servicio, y lo que debería aprender por medio del servicio para alcanzar las cualidades necesarias para la próxima etapa. Cuanto más servimos más sabios nos volvemos porque la sabiduría no se aprende por medio del estudio sino viviendo.

   En A los Pies del Maestro se afirma: “El intenso deseo de servir ha de llegar al máximo, hasta el punto de estar siempre a la mira para aplicarlo alrededor de vosotros, no tan sólo a las personas sino a los animales y a las plantas. Debéis prestar vuestro servicio hasta en las pequeñas cosas de la vida diaria de modo que se establezca el hábito de servir. Pues si deseáis llegar a ser uno con Dios, que no sea para vuestro propio beneficio, sino para convertiros en canal por donde fluya Su amor para alcanzar a vuestros semejantes”.

   En esta obra también se afirma: “Quien está en el Sendero, no existe para sí mismo, sino para los demás, se ha olvidado de sí mismo (no existe el yo o el egoísmo) para poder servirlos. Es como una pluma en la mano de Dios por la que fluye Su pensamiento y tiene expresión aquí abajo, lo que no podría suceder sin ella. Es a manera de un canal de fuego viviente que derrama sobre el mundo el divino Amor que llena su corazón”.

   Según la tradición Hindú, se deben realizar cinco tipos de sacrificio cada día:

1.      Sacrificio a los Veda-s, a los Rshi-s, a Brahman: Brahma Yajña, Enseñanza (Estudio); cultivar la inteligencia y compartir el conocimiento con otros es un deber que todo hombre le debe al Supremo.

2.      Sacrificio a los Deva-s: Deva Yajña, Homa: verter ghee sobre el fuego (cuidar la Naturaleza).

3.      Sacrificio a los Pitr-s: Pitr Yajña Tarpana, ofrecer agua (bienestar y cuidado a los padres).

4.      Sacrificio a Bhuta-s: Bhuta Yajña-bali (alimento), deber hacia nuestros hermanos menores.

5.      Sacrificio al Hombre: Manusya Yajña, hospitalidad y servicio a la humanidad.

   Al cumplir con nuestro deber hacia nuestra familia, debería ser de acuerdo con el Dharma, según la Verdad. El Maestro dice que si tú quieres cumplir tu deber con tu familia, debes sacrificar diariamente lo que no sea Dharma. Para sacrificarnos a Dios, debemos alcanzar la perfección, siguiendo nuestro propio Dharma al desenvolver la semilla de la vida divina interna.

   Este deber se debería desempeñar no sólo hacia nuestra familia con un espíritu de Auto-sacrificio. Es la conquista diaria del yo. Aquí “yo” significa lo que nos separa de la verdadera naturaleza. “Yo” es Âtmâ, para realizar este Yo con mayúscula debemos sacrificar el “yo”, el pequeño yo. Todo lo que hemos acumulado en cada encarnación, se interpondrá en el camino para comprender la Verdad. Esto se llama auto-sacrificio. Debemos sacrificar la actitud que tenemos hacia el reino inferior, actitudes negativas tales como prejuicio, pasión, crueldad, etc., y desarrollar actitudes positivas como caridad, justicia, tolerancia, bondad, generosidad, compasión, etc., de modo que nunca nos equivoquemos al ayudar a nuestros Hermanos.

   Si cumplimos con nuestro deber hacia los deva-s invisibles, entonces los Deva-s que son la encarnación de la Divinidad nos ayudarán. Comparados con la humanidad, ellos han avanzado más que nosotros en términos de evolución: Nuestra actitud hacia ellos debería ser de reverencia. Reverenciar la naturaleza superior de la que ellos han evolucionado. Cuando los reverenciamos y les mostramos nuestro respeto y consideración, ellos nos bendicen y por medio de nosotros, a todo el universo. Existe un flujo libre de vida psíquica y espiritual. El Deber y Dharma se han unido.

   El Dharma es la naturaleza interna que alcanzó en cada hombre cierta etapa de desarrollo y desenvolvimiento. Es esta naturaleza interna que moldea la vida externa, que se expresa por medio de pensamientos, palabras y acciones, la naturaleza interna que nace en un ambiente adecuado para su crecimiento. Dharma no es algo externo como la ley, la religión o la justicia. Es la Ley de la vida que se desenvuelve, la que moldea todo lo que está fuera de ella para su misma expresión.

   El Dharma es el mismo para todos los que están en la misma etapa de evolución y en las mismas circunstancias, y existe cierto Dharma común a todos. A su vez, el Dharma de un individuo es diferente del Dharma de otro. Lo que es correcto para uno, puede ser malo para otro. Por lo tanto, es mejor nuestro propio Dharma ¡que el Dharma de otro!

   Después de alcanzar esta etapa, nuestra actitud hacia la vida cambia. Siempre que una persona llegue a nuestro círculo, dejará el anterior volviéndose mejor. (Por ejemplo: un hombre ignorante tendrá más conocimiento; una persona que sufre se sentirá mejor; un indefenso se fortalecerá). Nos volveremos una fuente de sosiego y de paz, de modo que todos puedan caminar con más seguridad cuando lleguen dentro del círculo de nuestra influencia, porque el hombre no tiene una existencia individual separada sino que está interrelacionado e interconectado y es interdependiente. Seamos cuidadosos para que el mundo pueda ser más puro, mejor, más feliz, por el hecho de que nosotros vivamos en él. Podemos juzgar nuestra espiritualidad por nuestro efecto en el mundo. Estamos aquí para ayudarnos, amarnos y elevarnos mutuamente. Al producir este tipo de Karma, podemos establecer en el mundo el Dharma dado a la India por la raza Arya.

domingo, 13 de julio de 2014

El mundo es la extensión del Yo






 MARY ANDERSON

 La Sa. Mary Anderson ha sido Vice-Presidenta internacional de la Sociedad Teosófica y ha disertado ampliamente en varios idiomas.

 ¿Qué queremos significar cuando decimos ‘yo mismo’?

   ‘Yo mismo’ es un pronombre reflexivo. Hace referencia nuevamente al sujeto, por ejemplo, a ‘mí`. Refleja el sujeto como cuando decimos “Me veo a mí mismo en el espejo” o “un hombre auto-forjado”, queriendo decir alguien que se hizo a sí mismo y que debe su situación, su fortuna, etc., a sí mismo, a sus propios esfuerzos. Las palabras ‘yo mismo’ también pueden enfatizar el sujeto, como cuando decimos “Sólo tú mismo puedes hacerlo” o “yo mismo lo vi”. Si somos algo, somos ‘nosotros mismos’. Cuando nos sentimos de mal humor, tal vez decimos “Hoy no soy yo mismo”.

   Pero ‘yo mismo’ puede tener diferentes significados. Si nos miramos en el espejo, decimos “Me veo en el espejo”, pero lo que vemos es un cuerpo físico. Si tenemos hambre, frío o dolor, o estamos cómodos, describimos lo que llamamos yo como hambriento, con frío, con dolor o cómodo. Pero en tales casos, ¿no es el cuerpo el que tiene estas sensaciones?

   Podemos observarnos de muchas otras formas. Si estamos felices o tristes, sentimos que somos nosotros mismos los que estamos felices o tristes. Y, si hemos solucionado un problema decimos: “Yo mismo encontré la solución”, y pensamos cuán inteligente ese yo es. Pero en momentos de inspiración, tal vez escuchando música o disfrutando la paz de la naturaleza, o sintiendo afecto o devoción o en un estado de meditación, podemos sentirnos inspirados, y tener una visión más amplia de ese ‘yo’.

   Entonces, es a lo que nos referimos como el ‘yo’ siempre el mismo yo? Y si creemos en la reencarnación, podemos preguntarnos “¿Es el yo que reencarna, el mismo que en la última vida?

   Por lo tanto el ‘yo’ puede significar muchas cosas, especialmente cuando indagamos profundamente en una filosofía espiritual como la Teosofía. Por ello, a veces se ha adoptado el sistema de escribir la palabra ‘yo’ de tres modos diferentes: con minúscula, para referirnos a nuestro yo consciente diario; con ‘Y’ mayúscula, para referirnos al Yo espiritual, y todo en mayúsculas para referirnos al YO uno y divino.

   Consideremos el significado de cada uno por vez:

   Escrito en minúscula, el ‘yo’ se refiere a lo que se llama en términos teosóficos la personalidad, nuestro pequeño yo más o menos egoísta de cada día, y que consiste en nuestro cuerpo físico, la punta visible del témpano, y del que todo el resto es invisible, incluyendo la vitalidad del cuerpo físico y el vehículo de la vitalidad. Además está nuestra consciencia diaria, nuestra consciencia psíquica o psicológica, es decir, nuestros pensamientos cotidianos, combinados con nuestros sentimientos. Esto es lo que se conoce como kâma-manas en sánscrito, o la mente-deseo, la mente impura o egoísta, y también la mente llamada lógica. Todo esto, el cuerpo físico y nuestra naturaleza psicológica, constituye lo que se llama en términos teosóficos la personalidad. La palabra ‘personalidad’ procede del latín, ‘persona’, que es la máscara usada por los actores en el teatro romano clásico. La personalidad es ciertamente una máscara que usamos la mayor parte del tiempo. A veces, claro está, somos conscientes de que estamos usando una máscara. Esta máscara, sin embargo, dura sólo una encarnación, al igual que el actor en el teatro romano usaba su máscara durante su actuación. Nuestra encarnación es meramente una actuación, o es como la máscara provista para esa actuación. Pero nos identificamos con ella. Sin embargo, mañana o en la próxima vida, usaremos otra máscara que de algún modo es el hijo y por cierto el heredero de la máscara anterior.

   Este ‘yo’ es sólo un rayo del ‘Yo’, haciendo referencia al Yo Espiritual, que a veces en términos teosóficos denominamos Yo Superior, la Individualidad, el Ego Espiritual o el Alma, en sánscrito Buddhi-Manas. Es la mente espiritual, libre de deseos y sentimientos tempestuosos, la Mente Superior, la mente pura y generosa. Es también la sabiduría y el amor puro. Este Yo es generalmente inconsciente en nosotros. Permanece de encarnación en encarnación, tanto tiempo como estemos sujetos a encarnar. Cuando ya no lo estemos, se disuelve o regresa a su origen, al YO, como el río fluye hacia el océano del que es una gota, o como el rayo de luz regresa a su fuente.

   Ese océano o esa fuente de luz es el YO. Es Espíritu o, en sánscrito, âtmâ. No es ‘mi’ espíritu o ‘tu’ espíritu, sino que es universal y divino: âtmâ es brahman. Como el sol es el corazón del sistema solar, así es âtmâ que es brahman, el corazón no sólo de todos los seres humanos, sino también de todos los seres vivos, incluso de lo que consideramos materia muerta. Es lo Uno sin segundo, lo Uno que es el Todo. Es sat, el ser puro, lo que la Sra. Blavatsky llama no el Ser sino la Seidad. Es lo divino que mora en todo.

   Pero normalmente somos conscientes solamente al nivel de la personalidad, del ‘yo’. Sin embargo, no somos solamente esa personalidad. La dificultad es que hemos olvidado quiénes somos y, como un buen actor, nos identificamos con el rol que desempeñamos en esta vida. Nuestro ser real, nuestro Yo espiritual, y esencialmente ese YO divino son inconscientes dentro de nosotros.

   Si decimos que el mundo es la extensión del yo, ¿a qué ‘yo’ nos referimos? La frase se puede tomar como refiriéndose a los tres tipos de ‘yo’. Podemos decir que el mundo en el que vivimos es una prolongación del yo, del Yo y del YO. Tomemos cada una de estas interpretaciones por vez, y veamos cómo se aplican a nosotros mismos y al mundo, y cómo arrojan luz a nuestro concepto actual y a su posible solución.

   Comenzaremos con el YO en el sentido más elevado. Desde un punto de vista muy elevado y metafísico el mundo es la extensión del YO, refiriéndonos al Espíritu o âtmâ que es brahman. Las cosmogonías o relatos de la creación de diferentes civilizaciones y religiones, todas hacen referencia a algo similar:



Del UNO que es Espíritu, TAT, Brahman o lo Absoluto, emergió el dos, llamado de modos diferentes ‘cielo y tierra’ o ‘consciencia y materia’ o ‘padre y madre’. Tan pronto como surge el dos, aparece un tercero: la relación entre los dos. Debe haber una relación, porque proceden de la misma fuente. Esta relación a veces se la conoce como ‘Fohat’ o energía cósmica, otro término para Fohat es eros o amor. Otro relato habla de un niño que nace de padre y madre, y ese niño es el universo. Entonces, del uno surge el dos y del dos surge el tres o la Trinidad que encontramos en diferentes tradiciones religiosas. En algunas tradiciones el tres va seguido del siete y por medio de muchas etapas o jerarquías de este mundo de diez mil cosas, como la tradición china lo llama, surge este universo. En la Kabbala el relato del árbol de la vida, los diez Sefiroth se describen en la tradición mística del Zohar ‘no como los peldaños de una escalera entre Dios y el mundo, sino como varias etapas en la manifestación de la Divinidad que proceden de una y siguen en la otra’ (Gershom Scholem, Major Trends in Jewish Mysticism, p. 209).



   De modo que podemos decir que el mundo, ciertamente el universo, el cosmos, es la extensión del YO, con letras mayúsculas.

   Pero cuando decimos que el mundo es la extensión del ‘yo’, escrito en minúscula, podríamos decir que descendemos de lo sublime a lo ridículo, de lo trascendente a nuestro mundo cotidiano e imperfecto, de lo Real al mundo de Mâyâ.

   Y sin embargo, ¿no es también nuestro mundo como lo conocemos, real, o por lo menos relativamente real? ¿No debemos tomar ese mundo relativamente real, seriamente?



El Universo, con todo lo que hay en él, es llamado Mâyâ, porque todo en él es temporal … Sin embargo el Universo es lo suficientemente real para los seres conscientes que hay en él, que son tan irreales como es él mismo. (H. P. Blavatsky, La Doctrina Secreta, I,p.274)



   Cuando nos miramos a nosotros mismos y al mundo a nuestro alrededor, que nos parecen más reales que el mundo del YO con mayúsculas, ¿no percibimos que ese mundo es una extensión del yo escrito con minúsculas, es decir de la personalidad, el yo cotidiano, el yo egoísta de todos nosotros?

   Por todas partes observamos la presencia de los tres grandes males, flagelos de la humanidad y por lo tanto del mundo: la ignorancia, el deseo o la ambición, y el odio o la ira, simbolizados en el centro de la Rueda Tibetana de la Vida un tanto injustamente por tres animales: un cerdo negro que representa la ignorancia, un gallo rojo que representa el deseo o ambición, y una serpiente verde que representa el odio o la ira. Y acertadamente, se muerden la cola entre sí, dando a entender que están interconectados. Uno conduce al otro.

   La ignorancia nos impide ver lo nocivas que son ciertas actitudes, la maldad causada por ellas, y por tal ignorancia sucumbimos a la avaricia, que significa el deseo de acumular más y más; más posesiones, riqueza, conocimiento inútil, fama, el elogio de otros, poder, etc. Es el pequeño yo agrandándose a sí mismo, como el sapo de la fábula, que quiso ser más grande que un buey y finalmente se infló tanto que reventó! Tal vez ésta fue una buena lección. Un sapo no puede pretender ser grande como un buey. Un ser humano no puede pretender adquirir cada vez más. No le traerá felicidad y la mejor naturaleza del hombre se reprimirá y parecerá perecer en el intento.

   De la avaricia y el deseo surge el odio, odio hacia quienes no nos dan lo que queremos, y lo que queremos es cada vez más; odio por los que tienen lo que nosotros queremos poseer. Podemos pensar en otras maldiciones de la vida humana, tales como celos o temor. Tal vez la lista de estas tres, ignorancia, deseo y odio, no intenta ser exhaustiva, sino solamente ¡dar ejemplos de cómo nos hacemos a nosotros mismos y a otros miserables!

   La ignorancia combinada con la avaricia conduce a acciones estúpidas que destruyen nuestro ambiente. Si esta destrucción ocurre en otro continente, podemos sentir que no nos importa. Pero tarde o temprano tendrá un efecto sobre nosotros. Vivimos en un mundo. La contaminación en un continente, en un océano, se extiende por todo el mundo afectando por ejemplo el clima en todas partes. ¡Recuerden ‘el niño’! Las personas de países pobres, por desesperación, con hambre y sin empleo, tratan de emigrar a áreas más ricas y crean muchos problemas a los mismos países que ocasionaron su miseria. Estos problemas incluyen lucha racial, basada en el odio. El odio surge del sentimiento de que somos diferentes y mejores que otros, y este odio conduce a los celos, al temor y a la violencia.

   Podemos pensar que la ignorancia, el deseo y el odio son nuestros enemigos y por lo tanto son externos a nosotros, nos amenazan, pero no es así. Mientras seamos susceptibles a ellos, son parte de nosotros, son parte de nuestra consciencia. ¿Cuál es la solución?

   La solución yace en un mundo que es la extensión del Yo con ‘Y’ mayúscula, refiriéndonos al Yo Superior, nuestra naturaleza espiritual interna. Si el Yo Superior se expresa -ese Yo que encarna la sabiduría, la humildad y el amor- el mundo podrá reflejar o será una extensión de ese Yo y la sabiduría reemplazará la ignorancia; el deseo y la avaricia abrirán paso a la humildad, y el amor reemplazará al odio.

   El problema es: ¿Dónde comenzamos? El primer paso puede ser reconocer la situación de las cosas. Muchos libros y artículos se han escrito y se siguen escribiendo, mostrando abusos de varios tipos cometidos contra seres y países desprotegidos. Pero ¿se dirigen estos artículos y libros a la raíz del problema? ¿Cuál es la raíz del problema? ¿No es el yo en minúsculas, es decir lo que somos en nuestra naturaleza consciente actual? Si realmente podemos percibir esto, darnos cuenta de la fealdad de la ignorancia, avaricia y odio en nosotros, si podemos ver el daño que causan en nosotros y en otros, es el primer paso hacia su desaparición. Si, por otra parte, podemos ver la belleza de la verdadera sabiduría, humildad y afecto, podremos fortalecer estas cualidades en nosotros. Pero no debemos pensar en nosotros como exhibiendo esas cualidades o estaremos sujetos a orgullo espiritual. ¿Qué es lo que dificulta la expresión y extensión del Yo con ‘Y’ mayúscula, que es en sí mismo sabiduría, humildad y amor? Es el pequeño yo,  con minúscula. Sólo cuando el pequeño yo está en silencio, sólo cuando ya no está presente incluso momentáneamente, el otro Yo se puede expresar. La sabiduría, la humildad y el amor yacen en el auto-olvido, una felicidad infinita para nosotros y por extensión espontánea para todo el mundo. Sólo cuando más y más seres humanos se vuelvan generosos, altruistas y carentes del yo, el mundo se puede volver el reflejo del Yo con ‘Y’ mayúscula, el Yo Superior de la Humanidad, y por lo tanto reflejar su propio origen, su verdadera naturaleza, en el YO DIVINO en mayúsculas, en LO UNO que es nuestro origen y aunque remoto, nuestro destino, y nuestro verdadero ser.

   ¿Podremos ahora comprender mejor los versos siguientes en el Bhagavadgitâ? (VI.5-7)



Que eleve al yo mediante el YO, y que el yo no se deprima; pues en verdad, el YO es el amigo del yo, y asimismo, el YO es el enemigo del yo.



El YO es el amigo del yo de aquél en quien el yo es vencido por el YO, pero con respecto al yo no subyugado, en verdad el YO se torna hostil como un enemigo.



El Yo superior del AUTO-controlado y pacífico, es uniforme en el frío y el calor, en el goce y el dolor, igual que en el honor y el deshonor.

domingo, 6 de julio de 2014

La Teosofía tiene que popularizarse




 RADHA BURNIER
Estoy segura que muchos hemos oído la frase “La teosofía debe popularizarse”. Es una afirmación muy satisfactoria porque da origen a la idea de que para ser teósofo tienes que hacer buenas obras de algún tipo. Ni siquiera tienes que dedicarte a aprender nada. Si haces buenas obras estás demostrando que vives la Teosofía. Varias afirmaciones que encontramos en la literatura teosófica podrían utilizarse para apoyar este tipo de pensamiento. En las cartas de los Maestros de Sabiduría, más de una vez uno de los Maestros dice: queremos actos, no palabras. Y naturalmente tenemos el libro titulado Ocultismo Práctico de Madame Blavatsky y sin leerlo, con solo pensar en el título de la obra, todo nos lleva hacia esa misma idea. Por otra parte, en La Clave de la Teosofía, de HPB, encontramos afirmaciones que se hacen desde un punto de vista totalmente distinto, pero el capítulo en sí se titula “Teosofía Práctica” y hay subtítulos. Existe un capítulo que nos da instrucciones sobre cómo hacer buenas obras.

La quintaesencia del deber

Muchos misioneros cristianos o algunos misioneros hindúes que han intentado imitar a los misioneros cristianos se han dedicado a hacer lo que llamamos buenas obras. Y desde luego hacen muy buen trabajo. Recuerdo haber visitado, hace mucho tiempo, un centro para leprosos dirigido por unos misioneros y era maravilloso ver los cuidados que se les daba a los residentes, la preocupación que mostraban por su futuro, etc. Es decir que no estoy en contra de hacer buenas obras. Pero en este contexto deberíamos reflexionar sobre una oración que hay en La Clave de la Teosofía. HPB dice “La Teosofía es la quintaesencia del deber”. No dice que el deber sea la quintaesencia de la Teosofía. Hay una diferencia entre las dos frases: si se afirma que el deber es la quintaesencia de la Teosofía, parece que si cumples con tu deber, tal como tú lo entiendas, porque cada persona entiende las palabras según sus propios contenidos, si cumples con tu deber, eres un teósofo y no se necesita nada más.

 Pensemos un poco sobre esto, si uno cumple su deber de una forma insensata, la idea de lo que hay que hacer como deber tal vez no sea la correcta.  Algunas personas consideran, por ejemplo, que obligar a la gente a creer en el Corán o en la Biblia, es como enseñar al ignorante cuál es su deber. Pero realmente tal vez estén haciendo más mal que bien. Madame Blavatsky no acepta esta aseveración o no la utiliza, la de que el deber es la quintaesencia de la Teosofía. Dice que la Teosofía es la quintaesencia del deber. Ella nunca escribió de forma muy sistemática, pero si tomamos las oraciones relacionadas directamente la una con la otra, podemos comprender toda su forma de pensar y de instruir. Si aprendemos a ser verdaderos teósofos estaremos cumpliendo con nuestro deber todo el tiempo.

Dice que la mayoría de las panaceas en las que la gente cree para curar los males del mundo no tienen principios rectores detrás y por eso fracasan estrepitosamente. Podemos pensar en la política económica actual. Naturalmente hay argumentos a favor y en contra, pero muchas personas reflexivas señalan que puesto que no existe realmente ningún principio rector detrás de las políticas económicas, estas no solucionan los problemas económicos. Por otra parte, el abismo existente entre ricos y pobres aumenta continuamente. Como hemos mencionado más de una vez, en este mundo, donde hay mucha riqueza y producción, hay también millones de personas que mueren de hambre, y los ricos y los pobres no están unidos entre sí en sus corazones.

Resulta muy interesante encontrar afirmaciones de HPB que parecen poder aplicarse muy bien al mundo actual. Por ejemplo al dar cosas para beneficencia, si no sois teósofos y creéis que hay que ayudar, ayudar desde una nación o desde la comunidad europea, a África, a quien lo necesite, o de un individuo a otros, cuando no hay principios rectores, ella dice, gran parte del dinero se quedará en las manos de la gente que se supone que tiene que distribuirlo o entregarlo. Tenemos la imagen de que hay un debilitamiento de la moralidad, que tal vez puede haber un cambio en las condiciones. Quizás el mundo actual sea mucho más favorable para el hombre deshonesto, el violento, el ambicioso, etc. Proporciona la oportunidad para que todos estos vicios florezcan, debido al así llamado progreso. El progreso también da oportunidades al mal. Pero lo importante es que la naturaleza humana no cambia fácilmente.

Uno de los Maestros dijo que la mente humana no quiere cambiar y tampoco le gusta ver el tipo de cambio que produce un bienestar duradero incluso a nivel físico. Podéis creer que los países ricos están mejor, pero de hecho no es así. Existen tantos problemas y males que están aumentando en esos países. No es solamente en las manos de la gente más pobre o de clase media donde se queda pegado el dinero, parece pegarse también en las manos de gente que tiene sueldos altísimos. Porque la naturaleza humana es ambiciosa. Y HPB señala que todos estos males que vemos tienen su raíz en el carácter humano. Cuando vemos esto, reconocemos la necesidad absoluta que hay de ese cambio interno que producirá una manera externa de actuar y de relacionarse que sea evidentemente útil para los demás.

HPB señala que el deber no debería significar realizar acciones que sean satisfactorias para uno mismo. Cumplir nuestro deber puede hacernos sentir plenos, pero esa plenitud no es el motivo que debería hacer que cumplamos con nuestro deber. Es muy parecido a lo que dice el Bhagavadgitâ, que hay que cumplir el deber que necesita hacerse y realmente tiene que hacerse. Que os sintáis satisfechos o no, que recibáis apreciación o no, que la gente se de cuenta de lo que estáis haciendo o no, todo eso no tiene importancia alguna. El teósofo es alguien que cumple muchas veces con sus deberes sin que los  demás lo sepan. Es decir, le puede preocupar la situación de otra persona y hará lo que pueda por ayudarle sin que nadie sepa lo que está haciendo, ni se sentirá feliz porque otros digan “¡oh, qué generoso eres!” o algo parecido. Es alarmante, pero todo eso forma parte del sentido del deber.

De hecho el capítulo mismo es interesante porque no dice cómo se puede evitar el hambre en el mundo, ni cómo deberían regirse los orfanatos o nada parecido. Los subtítulos del capítulo son: Deber, Auto sacrificio, Caridad y la Relación de la ST con las Reformas Políticas.

Por eso, HPB pregunta ¿qué es el deber? Lo que dice es “un reconocimiento total de los derechos igualitarios”, eso es el deber, desde el punto de vista teosófico. Un verdadero teósofo estaría cumpliendo con su deber si reconociera derechos igualitarios, no simplemente para adquirir cosas o vivir con comodidad, sino el derecho a expresar una opinión, el derecho a vivir y crecer con dignidad, incluso el derecho a morir tal como uno quiera morir. Hemos de reconocer la igualdad en ese yo. Existe un tipo de igualdad que menciona el Bhagavadgitâ más de una vez.

Krishnaji lo dice de otra manera: respeto por todo o por todos, por cada criatura, por su vida, por su crecimiento, no sólo el crecimiento físico, sino cada criatura en su lenta forma de crecer hasta una conciencia más amplia, si podemos llamarlo así. Incluso la conciencia de las criaturas más pequeñas se está expandiendo.

Desde el punto de vista de los amplios procesos del mundo, o más bien del universo, lo que consideramos como el tiempo es algo muy engañoso. Como no vemos el crecimiento sin el sentido del tiempo, no podemos decir que no exista; todo crece y tiene derecho a crecer, algo que desgraciadamente somos incapaces de comprender. En este sentido, algunos buenos teósofos han trabajado en el campo de la reforma penal, porque cuando una persona comete un asesinato o hace algo terrible, el mundo piensa que merece un castigo. Cuanto peor es la acción, más duro debe ser el castigo. Si pensáis en términos de crecimiento, no es el castigo sino la educación para comprender la naturaleza global de la vida lo que hace falta.

Annie Besant al principio se preocupaba entre otras cosas por la reforma penal. Solían usar castigos en la antigüedad. Uno era poner una especie de sombrero metálico en el prisionero, podéis imaginar lo difícil que debía ser para esa persona dormir con eso en la cabeza. Hacían todo tipo de cosas parecidas. Pero castigar a alguien no le hace aprender. Puede enfadarse, sentir resentimientos, frustración, pero si detrás del trabajo de la reforma penal está la comprensión teosófica de que todo crece, aunque sea lentamente, crece de acuerdo con las leyes del universo y adquiere una sabiduría cada vez más grande, una perfección de todo tipo, tendría lugar el aprendizaje. El deber, como explica HPB, consiste en ayudar a los demás de esa manera, para que se conviertan en sus propios yoes, para ayudarles a tener un carácter distinto. Existen estos principios rectores que son necesarios para hallar una verdadera respuesta, una panacea para todos los males que uno tenga.

Principios teosóficos esenciales

¿Cómo podemos tener esos principios guía si no estudiamos los principios teosóficos? No es un tipo de ocupación mental, una actividad mental, sino que esos principios quedan impresos en nuestra conciencia. HPB a ese respecto escribió sobre el principio del karma: Hay que comprender que no hay escapatoria a las consecuencias de cualquier tipo de acción, que las consecuencias ocurrirán mañana, al final de esta vida o tal vez después de varias vidas, pero no pueden ignorarse. Si una persona entiende esto, entonces se la podría ayudar a comprender por sí misma la necesidad de cumplir con su deber. Eso significa pensar en el bienestar de todos los demás, no sólo en su propio bienestar. HPB dice también que la gente siente satisfacción cuando experimentan gozo y placer, pero estas satisfacciones duran poco y son limitadas. La satisfacción o plenitud duradera tiene lugar solamente cuando hacemos algo que está de acuerdo con nuestra propia naturaleza superior.

La teosofía, por consiguiente, implica ser cada vez más consciente de lo que es necesario desde el punto de vista espiritual, no simplemente los deseos de los seres humanos, o animales o la misma tierra, a nivel material. De hecho los dos están conectados muy íntimamente. Pero el enfoque de la persona que llamamos práctica, que trata lo material esperando que todo irá bien, está equivocado, porque el cambio tiene que venir de dentro y no de fuera. Esto no significa que los miembros de la Sociedad Teosófica sean indiferentes al sufrimiento físico, a la infelicidad extrema que existe en el mundo, significa que vemos las cosas en su proporción correcta y a menos que tenga lugar un cambio interno, el cambio externo no será adecuado y no durará. Todo esto está implícito en la afirmación: “La Teosofía es la quintaesencia de la virtud”. Cuanto más podamos captar los principios esenciales de la vida, más comprenderemos las leyes del universo y el motivo por el que tienen lugar varios procesos en la naturaleza, mejor será nuestra posición para ayudar verdaderamente como servidores de la humanidad.

(artículo basado en una de sus conferencias)