Tim Boyd, ‘The Theosophist’, Julio de 2015
No soy un experto en el tema de la dieta vegetariana. Como
la mayoría de personas razonablemente cultas, tengo bastante información, pero
no es mi campo.
Otras personas pueden informar más sobre los estudios
científicos y médicos que demuestran los beneficios que tiene para la salud una
dieta vegetariana, como, por ejemplo, que reduce la hipertensión, las tasas de
cáncer, las enfermedades cardiovasculares, etc. Hay quienes pueden hablar del
considerable impacto ambiental que representa cambiar a una dieta vegetariana
(residuos de carbono sustancialmente disminuidos y una menor contaminación del
aire, del agua y de la tierra). Son ideas importantes que nos afectan a
nosotros como individuos y al mundo en el que habitamos.
Mi contribución será la de considerar brevemente el tema
desde el punto de vista de los efectos que tiene la dieta vegetariana en
nuestra salud interna, en la condición de nuestra conciencia.
¿Mis credenciales? Soy vegetariano y soy consciente. Me hice
vegetariano hace muchos años. Cuando era adolescente, el vegetarianismo en los
Estados Unidos no era nada comparado con el movimiento en que se ha convertido
ahora. Se habían hecho pocos estudios. Personalmente yo no conocía a ningún
vegetariano. Simplemente tenía una gran sensación de que era lo adecuado para
mí. En mi caso no fue hasta después de haber adoptado totalmente una dieta
vegetariana que empecé a investigar las razones para hacerlo. Esencialmente,
empecé como un vegetariano ignorante.
El ejemplo de mi hija es distinto. Como mi mujer no estaba
totalmente convencida de que un niño pudiera alimentarse bien con una dieta sin
carne, nuestra hija creció con una dieta carnívora. Un día, cuando tenía doce
años, volvíamos a casa en coche por la autopista. En los Estados Unidos,
transportan en camiones semi-descubiertos a los animales que van a sacrificar.
Si pasas por su lado, puedes ver a los animales que llevan. Pasamos en aquel
momento al lado de uno de esos camiones que transportaba cerdos. Nos paramos
cerca de él y nuestra hija dijo emocionada. “¡Miren qué cerdos tan lindos!”.
Fue un momento de apreciación inocente de aquellos animales que veía tan pocas
veces porque vivía en la ciudad. Yo le hice una pregunta “¿Adónde crees que van
esos animales?” No le hice ningún discurso ni dije nada más. Ella permaneció en
silencio en el asiento trasero del coche mientras yo conducía. Ya en el
restaurante, y para variar, pidió una comida sin carne. A la mañana siguiente
declaró que a partir de ese día sería vegetariana. Y ya han pasado diez años de
eso.
En Estados Unidos tenemos el siguiente dicho: “Eres lo que
comes”. Es una frase sencilla de sentido común que reconoce que la materia que
utilizamos para construir el cuerpo determinará sus debilidades y fuerzas. La
misma idea se aplica en la construcción de un edificio o en la programación de
un ordenador. Los materiales inferiores producen estructuras débiles. En el caso
del cuerpo conducen a la enfermedad.
Como estudiante de la Sabiduría Perenne esa expresión tan
simple me parece muy profunda por una serie de razones. Por más que insistamos
en la importancia del cuerpo físico y de su salud, todos somos conscientes de
que nuestro ser físico y la salud del cuerpo son únicamente una dimensión de
nuestro ser total. No hace falta tener una comprensión profunda de la idea de
los campos o de los niveles de conexión, para reconocer que, como seres
humanos, vivimos y funcionamos a muchos niveles. El físico es el más obvio,
pero todos somos conscientes del flujo de sensaciones, sentimientos,
pensamientos e incluso de la repentina e inexplicable sensación ocasional de
gozo y expansión que puede inundarnos inesperadamente como una ola. Somos seres
multidimensionales en un universo multidimensional. Nos alimentamos o morimos
de hambre a muchos niveles, y el físico es solamente uno de ellos. Alimentamos
las emociones con música, relaciones, películas. Alimentamos la mente con
ideas, conversaciones, libros, e incluso navegando por la red. Alimentamos el
espíritu pasando tiempo en la Naturaleza, con libros sagrados, con plegarias, y
con el silencio de la soledad.
En todo esto la calidad de los “cuerpos” (emocional, mental,
espiritual) que construimos será determinada por los “alimentos” que comemos.
Alimentad las emociones con una música que sólo excite las pasiones, con
relaciones de baja calidad, adictivas o de maltrato y nuestra naturaleza
emocional quedará atrofiada. Llenad la mente de imágenes e ideas pornográficas,
con esa distracción continua que nos proporciona la navegación por la red y con
charlas inútiles, y el alcance y la flexibilidad de la mente disminuirán.
Naturalmente, lo contrario también es cierto. Alimentad las emociones y la
mente con nutrientes inspiradores y purificantes y adquirirán expansión y
armonía.
Cuando pensamos en el efecto que puede tener una dieta
consistente en alimentos cárnicos hay un par de preguntas que necesitamos
hacernos. ¿Qué estamos comiendo cuando comemos carne? La pregunta puede
responderse de distintas maneras. Es una fuente de proteínas. Satisface ciertas
necesidades que tiene el cuerpo de vitaminas y minerales. Pero es mucho más que
eso. Es un alimento que tiene ricas tradiciones de preparación, cultivo y
costumbre. Está asociado con la familia, con los recuerdos, las fiestas
religiosas y las celebraciones nacionales. Todo esto es verdad, pero
necesitamos cuestionarlo con un poco más de profundidad.
¿Cuál es el origen de los alimentos cárnicos? “Los animales”
es la respuesta fácil, y si no queremos violentarnos, nuestra investigación
podría detenerse ahí. Pero ¿qué es un animal? ¿Tiene conciencia? ¿Tiene
sentimientos? ¿Experimenta dolor? ¿Desea la seguridad, la compañía de sus
semejantes, la felicidad y el bienestar? La respuesta a todas esas preguntas es
“sí”.
Hay una frase profunda y categórica que es esencial para la
práctica y comprensión del budismo, y que dice “todos los seres desean la
felicidad”. En el budismo, la simple definición del amor es el deseo de que
todos los seres experimenten la felicidad. No necesitamos conocer al detalle
toda la brutalidad que implica la cría y matanza de esos seres vivos, reducidos
a “unidades de producción” cuando hablamos de la industria de la carne, para saber
que al comer alimentos cárnicos estamos participando en un proceso que ocasiona
un intenso sufrimiento a millones de vidas en cada momento de cada día. Es una
concienciación básica que surge en el momento en que nos permitimos hacer estas
preguntas y considerarlas abiertamente.
El verdadero problema con el que nos enfrentamos es que
cuando nos permitimos considerar el tema, eso nos exige hacer una opción
consciente, y tanto si optamos por detener nuestra participación como si
continuamos contribuyendo a la desgracia de otros seres, hay unas
consecuencias.
Tengo varios amigos que han crecido en una granja. Todos
ellos cuentan la historia de haberse encariñado con algún animal de la granja y
tenerlo de animal doméstico cuando eran niños, ya fuera un pollo, una cabra o
un cerdo. Me dicen qué nombre le habían puesto, cómo jugaban con él y cómo le
querían. Después, en todas esas historias, llegaba el momento, un brutal
momento en el que se daban cuenta de que sus amigos animales eran criados para
matarlos. Muchas veces las historias hablan del “Pollito” o de “Freddie” o de
“Sally”, servidos en un plato a la hora de la cena. Son historias comunes y
aunque con el tiempo se va desvaneciendo ese recuerdo, a medida que emerge la
aceptación de que “esto es lo que pasa en el mundo”, el horror infantil de
aquel momento de realización permanece. Porque esas preguntas sobre la
naturaleza y el origen de la comida carnívora son obvias, son del tipo de
preguntas totalmente aparentes a la inocencia de un niño, y son preguntas que
cuesta mucho suprimir.
La elección que nos vemos forzados a hacer no tiene que ver
simplemente con un tema físico. Se hace a nivel de sentimientos, pensamientos e
incluso de espíritu. Seguir adelante, aunque sea con nuestra pequeña
participación, en este proceso generador de sufrimiento requiere una profunda
negación de la realidad. Nos vemos obligados a rechazar toda consideración, a
rechazar todas las preguntas, a negarnos a ver lo que tenemos delante mismo.
Es esta negación lo que tiene el mayor efecto en nuestra
salud interna.
Algunas personas dirían que la grandeza del ser humano
consiste en nuestra capacidad de pensar. Es lo que nos diferencia de todos los
demás reinos de la Naturaleza. Pero cuando recordamos a las personas que
consideramos más grandes, gente como Jesús, el Buda, la Madre Teresa, Gandhi,
San Francisco, es verdad que todos fueron grandes pensadores, pero su mayor
grandeza consistía en su capacidad de amar sin límites.
Nuestra negación limita nuestra capacidad de amar. No puede
desarrollarse en su total potencialidad. Es imposible amar y simultáneamente
infligir un sufrimiento innecesario sobre aquellos a los que amamos. La mayoría
de nosotros nos esforzamos por aprender a amar del todo a nuestro pequeño
círculo de familia y amigos. Un poco de amor, un amor limitado, a la mayoría ya
nos hace sentir bien. Al mismo tiempo, en algún punto de nuestro interior,
tenemos la sensación de que nuestra capacidad de amar es mucho más grande de lo
que estamos revelando ahora. Esa es la vida que, según nos dicen los grandes
seres, se halla delante de nosotros, si optamos por ella. “Las cosas que yo
hago las podréis hacer vosotros, y aún más grandes”; “La naturaleza Búddhica de
todos los seres”; “La identidad fundamental de todas las almas con la Super-Alma
Universal”; todas estas expresiones no son más que algunas de las formas en que
se han manifestado nuestros potenciales ocultos en las tradiciones de sabiduría
del mundo.
La dieta global cambiará a un enfoque más vegetariano. Es
algo inevitable por dos razones: (1) porque la demanda de una población
creciente, que ya suma más de siete mil millones, resulta excesiva para los
recursos animales del mundo; y (2) porque en todo el mundo existen innumerables personas que se están haciendo
las mismas preguntas y que llegan a conclusiones que exigen opciones
responsables. Los océanos ya son incapaces de reponer los peces que se han
cogido para comida y para fertilizantes. El impacto degradante ambiental que
representan las granjas de vacas, pollos y cerdos, se está convirtiendo en algo
insostenible. La dieta global cambiará porque tiene que hacerlo. La pregunta
más importante es “¿Cambiaremos nosotros?” o ¿continuaremos siguiendo ciegamente
los esquemas impuestos por las circunstancias? Sócrates dijo: “La vida sin
examen no es digna de vivirse”. Independientemente de la comida que elijamos
comer, hagamos el esfuerzo necesario para preguntarnos y respondernos las profundas
preguntas sobre nuestra manera de vivir de forma consciente en el mundo. Sólo
de esta forma podemos crear una condición de salud interna capaz de cambiar las
condiciones externas de nuestra época.