domingo, 31 de agosto de 2014

La Teosofía y el hacinamiento del mundo


TIM BOYD
Presidente de la Sociedad Teosófica.
 
 
No es muy frecuente poder señalar un acontecimiento e identificarlo como algo que no ha ocurrido nunca antes en la historia humana. Mucha gente recuerda cuándo aterrizó el hombre en la luna por primera vez, o el primer satélite del espacio, o incluso el primer conocimiento público de la fisión nuclear. Muy recientemente este hecho tan importante salió a la luz. En gran medida desconocido por los medios populares de comunicación masiva, ha entrado ahora en nuestro mundo y ha echado raíces. Este nuevo estado de cosas influye en todos los aspectos de la vida en la tierra de forma sutil y de otras formas mucho más aparentes. Mientras que por un lado nos ofrece grandes promesas también nos asegura una serie de problemas masivos y de perturbaciones en su estela. Es algo que debería tener un interés especial para quienes sienten que la Teosofía tiene una aplicación significativa para los problemas del mundo. 

 Describir el hecho es sencillo. Por lo que conocemos de la historia, la gran mayoría de la población humana ha sido rural. A finales de 1800, hacia la época de la fundación de la Sociedad Teosófica, en los Estados Unidos el 5% de la gente vivía en las ciudades. En el 2008, por primera vez en la historia humana conocida, la población del planeta pasó a ser  predominantemente urbana. Vive ahora mucha más gente en las ciudades del mundo que en los entornos  rurales. En todo el mundo, la concentración urbana se está acelerando a una velocidad de vértigo, y se  calcula que un 80% de la población global se hacina en las ciudades en el transcurso de la vida de la mayoría de nosotros. Como situación de la vida contemporánea, tenemos aquí un cuadro muy exigente. Los teósofos tenemos con ello incluso un reto más grande. Está claro que, dejando aparte alguna catástrofe global desconocida, tenemos garantizado el futuro de un extenso paisaje urbano. Los primeros escritos y enseñanzas de la Sociedad Teosófica hablan poco de este aspecto de nuestra realidad actual. El hecho de que no se comentara no significa que no fuera anticipado por los fundadores internos de la Sociedad Teosófica. En una carta dirigida al Coronel Olcott, el Maestro K.H. describe al Mahachohan como alguien “ante cuya visión el futuro es como una página abierta”. Dados los poderes de percepción de esos fundadores, no sería aventurado presuponer que no sólo se previó el esquema fundamental que nos ha llevado a la situación  actual, sino que una de las razones para  fundar la ST era la de tratar ese tema. No es algo accidental que la ST fuera fundada en la Ciudad de Nueva York, uno de los centros urbanos más grandes en 1875. Podríamos decir que tal vez no se habla de él porque no tiene un  impacto real en la vida interna; los potenciales del espíritu humano trascienden las condiciones externas. A cierto nivel es cierto, pero tal vez deberíamos explorarlo con más profundidad. 

 Sófocles dijo una vez que “nada importante llega al mundo sin una  maldición”. La historia del desarrollo humano demuestra la verdad de esta visión. Abundan los ejemplos. La energía atómica y la electricidad se han usado para mejorar la condición humana, pero su mal uso también ha sido causa de intenso sufrimiento. El ideal de la libertad individual y la democracia han proporcionado una era de mayores oportunidades y de responsabilidad compartida en el gobierno, pero también ha sido el origen de una revolución sangrienta y de una corrupción arraigada. Se dice que en la Atlántida se llegaron a utilizar fuerzas psíquicas como medio para iniciar la guerra. Incluso la aparición en el mundo de avatares y de grandes maestros espirituales ha sido fuente de problemas significativos. Algunas palabras de Jesús hablan de esta pauta “No penséis que he venido a traer la paz. He venido a traer la espada, a poner al hombre en contra de su padre, a la hija en contra de su madre…” La guerra, la destrucción y la convulsión social, además de una profunda revelación espiritual, fueron parte de la vida de Krishna, Rama y Mahoma. Incluso  el enunciado que hizo el Buddha del sangha fue socialmente perturbador porque su naturaleza igualitaria violaba el sistema de castas o varna. En esta  época, el crecimiento del mundo urbano es una de esas cosas “importantes”. 

 Para los sociólogos, el término que se usa para definir la densidad de la población que  caracteriza a las ciudades es “crowding” (hacinamiento). Lo mejor y lo peor de las potencialidades humanas se concentra en el entorno urbano superpoblado. Históricamente el desarrollo de la ciudad empezó con la experiencia de que “lo numeroso es seguro”. En épocas peligrosas, el enclave amurallado se convirtió en refugio contra los malhechores. La concentración de gente llevó a una concentración de recursos que impulsó el desarrollo y expansión de las ideas, el crecimiento de la educación superior y la creación de riqueza.  

La lista de los numerosos males asociados con las ciudades también es harto conocida. La tasa de crímenes es mucho mayor en las ciudades, es menor en las afueras y todavía más baja en las zonas rurales. El mismo esquema se aplica a la fertilidad humana. Un estrecho contacto con mucha gente se encuentra en la base de la expansión de la enfermedad. Todas las epidemias modernas, desde la peste bubónica hasta la gripe estacional, dependieron de entornos hacinados para extenderse. Los lugares abarrotados de gente son un hervidero de virus, gérmenes, bacterias y parásitos. Una grave consecuencia del hacinamiento es que la gente vive apartada del mundo natural. En la ciudad, los ritmos y ciclos normales de la naturaleza se han erradicado. Incluso el ciclo más básico de la alternancia de la noche y el día se manipula hasta llegar a crear toda una serie de enfermedades clasificadas como “desórdenes del ritmo circadiano”. 

 Así como las enfermedades físicas se extienden a través de las poblaciones, la ciudad moderna, con su fácil acceso a la información y tecnología, ha generado toda una serie de contagios mentales impulsados por las ideas que viajan de una mente a otra que está próxima. Tanto el despliegue global de compasión experimentado después del ataque del 9/11 en los Estados Unidos, como las malas consecuencias de lo que se ha dado en llamar “islamofobia” son ejemplos de eso. Las enfermedades sociales de los barrios urbanos, la pobreza, la aparición de un grupo marginado de gente sin preparación alguna, ignorantes y sin salud, son el signo persistente de las ciudades de todo el mundo. También está el daño masivo colateral que se le ocasiona al mundo natural como resultado de la excesiva demanda que los centros urbanos en expansión exigen a los recursos de la tierra, tales como deforestación, extinciones en masa y contaminación. 

Estos son algunos de los efectos externos del ciclo actual del hacinamiento. Por nefastos que sean, para el teósofo los efectos internos tienen los mismos desafíos. La atmósfera mental de las ciudades del mundo tiene mucho parecido con la física. En diferentes puntos de las Cartas de los Maestros y en los escritos de Blavatsky encontramos numerosas referencias a la influencia asfixiante del hacinamiento sobre el desarrollo de nuestras cualidades intrínsecas espirituales. En una de las cartas a A. P. Sinnett, el Maestro KH comenta su experiencia al entrar en la ciudad de Amritsar, en la India. Dice: “Decidí emerger del aislamiento de tantos años y pasar algún tiempo con ella (HPB, que estaba entonces en Amritsar). Había ido por unos días, pero veo que no puedo aguantar más tiempo el asfixiante magnetismo ni siquiera de mis propios paisanos… me vuelvo a casa mañana…” 

 Uno de los problemas con los que se encuentra el practicante espiritual urbano actualmente es que, en mayor o menor grado, uno de los resultados de la práctica genuina es la intensificación de la sensibilidad. Cualquier persona que acrecienta su concienciación  y  expresión de la compasión siente necesariamente de forma más intensa. Me servirá de ejemplo la experiencia que tuvo Annie Besant una vez, cuando viajaba a Chicago. En esos momentos, a Chicago se la conocía como “El matadero del Mundo”, porque una de sus industrias más florecientes era la carne.

  “Nadie que tenga un mínimo de sensibilidad, y mucho menos alguien que por su preparación haya despertado algunos de esos sentidos internos, puede pasar no sólo por Chicago, sino a kilómetros de distancia de Chicago, sin ser consciente de una profunda y agobiante sensación de depresión… aunque al principio no se reconozca claramente ni tampoco se vea en seguida su origen… cuando fui a Chicago, estaba yo leyendo, como suelo hacer en el tren, sin ni siquiera saber que nos estábamos acercando cada vez más a la ciudad… pero de repente fui conciente, sentada allí en el tren, de esa sensación de opresión que se apoderó de mí; al principio no la reconocí porque mis pensamientos estaban en muchos otros lugares y no en la ciudad; pero la sentí con tanta fuerza que me puse a mirar e intentar darme cuenta de cuál era la causa de todo aquello; … entonces recordé que estábamos entrando en el gran matadero de los Estados Unidos. Era como si entraras en un féretro físico de oscuridad y desdicha, y ese resultado psíquico o astral cubría toda aquella gran ciudad… aquel derrame continuo de magnéticas influencias de miedo, horror, ira, pasión y venganza actúa sobre las personas entre las que se mueve y tiende a embrutecerlas, a degradarlas y a contaminarlas.”
 Aunque el ejemplo de Annie Besant se refiere específicamente a la atmósfera psíquica creada por el matadero, el principio que expresa es universal, los pensamientos son cosas y afectan a la conciencia de los seres vivos. 

 En la primera carta de los Maestros a A. O. Hume leemos el siguiente comentario: “La tierra es el campo de batalla de fuerzas morales y físicas; y el bullicio de las pasiones animales bajo el estímulo de las toscas energías del grupo inferior de los agentes etéricos siempre tiende a sofocar la espiritualidad”. En esa misma carta se da una clave muy profunda respecto al funcionamiento y los efectos del pensamiento. 

“Porque cada pensamiento del hombre al desarrollarse, pasa al mundo interno y se convierte en una entidad activa asociándose o podríamos decir integrándose, con un elemental; es decir con una de las fuerzas semi-inteligentes de los distintos reinos. Sobrevive como una inteligencia activa, como una criatura engendrada por la mente, durante un tiempo más corto o más largo según la intensidad original de la acción cerebral que lo generó. De ese modo, un buen pensamiento se perpetúa como un poder activo benéfico, y uno malo como un demonio maléfico. Y así el hombre está poblando continuamente su corriente en el espacio con un mundo propio, lleno de los productos de su fantasía, de sus deseos, impulsos y pasiones, una corriente que reacciona sobre cualquier organización sensible o nerviosa que entra en contacto con ella de forma proporcional a su intensidad dinámica”. 

 Esta actividad que consiste en “poblar nuestra corriente en el espacio” define por un lado las condiciones actuales de la vida hacinada y por otro contiene la clave de un futuro ennoblecido. En nuestros esfuerzos por comprender la naturaleza actual de la vida en la ciudad podemos examinar toda una serie de factores. ¿Cuál es la demografía para la población? ¿Cuáles son las oportunidades educativas? Salud, atención médica, vivienda, industria, todo podría considerarse. Todo esto puede verse como síntoma de algo más esencial. Con un planteamiento más eficaz, cabría preguntarse “¿Cuáles son los pensamientos de mis vecinos y  conciudadanos?” e incluso algo más importante: “¿Cuáles son mis propios pensamientos?” A partir de esta vía de investigación podemos sacar algunas conclusiones. 

La “lucha por la vida”, que era un punto tan importante en la carta del Mahachohan, no ha disminuido. Podríamos incluso decir que, en las condiciones actuales, ha aumentado. Todas las preocupaciones y el estrés relacionados con el hecho de “ganarse la vida” dominan el pensamiento de mucha gente. Una corriente constante de preocupación, de angustia y de ambición es el factor que, para innumerables  personas, llena su “corriente en el espacio”. En la carta del Mahachohan se insiste en que “las clases intelectuales… degradan y arruinan moralmente a quienes deberían proteger y guiar”. Hoy el cultivo de los valores de consumo y entretenimiento se ha convertido en una profesión que influencia a millones de personas de todo el mundo. Hollywood, Bollywood, Televisión, deportes, navegar por internet, noticias de celebridades, se han convertido en un refugio diario para innumerables individuos cansados que buscan un descanso momentáneo. 
 
 Cualquier persona que viva en una de las ciudades del mundo se encuentra continuamente afectada por la atmósfera de los pensamientos que la rodean. Como un pez en el agua, para la mayoría el efecto es mayormente inconsciente, subliminal. Sin embargo, quienes van despertando la conciencia perciben no sólo la calidad de las corrientes de pensamiento, sino las posibilidades de cambiarlas. A pesar de lo que han variado recientemente las condiciones de vida globales, el problema humano esencial sigue siendo el mismo. En La Voz del Silencio, HPB llama a este problema “la herejía de la separación”, la idea de que la percepción de la realidad de una persona la sitúa aparte de los demás. 

Conocemos la historia de una mujer a quien le mostraron una visión del cielo y del infierno. En la visión del infierno había mucha gente sentada en una mesa llena hasta los bordes de manjares deliciosos. Todos tenían delante aquellos manjares exquisitos, pero el problema para los pobladores del infierno era que tenían los brazos muy largos y no se podían doblar. Cogían la comida, pero no podían llevársela a la boca. Por eso, incluso delante de los mejores manjares estaban delgadísimos y les torturaba continuamente el hambre y el deseo. La visión del cielo era exactamente la misma, con la misma mesa, la misma comida y los mismos brazos largos y rígidos de la gente sentada delante, pero en aquella mesa la gente sonreía y estaba bien alimentada. La diferencia en el mundo celestial era que la gente usaba aquellos brazos tan largos y rígidos para alimentarse los unos a los otros.  

¿Cuál es la situación del practicante espiritual hoy en día, de la persona que se siente llamada a tener una relación cada vez más profunda con su naturaleza superior? Excepto para unos pocos, retirarse a una cueva o al bosque ya no es la opción ni la necesidad de este momento en particular. Nuestra capacidad para aplicar las percepciones de la Teosofía a la creación de islas de energía saludable en medio de las corrientes turbulentas en la vida de la ciudad moderna es lo que se necesita, tanto si esa isla se halla en una casa, en un lugar de reuniones, en una comunidad virtual de Internet, o dentro de la creciente expansión de nuestra propia conciencia. Nuestro trabajo no consiste simplemente en constituir esos centros de influencia, sino en conectarlos con otros, con esos espíritus afines cuyas enseñanzas y prácticas han sido posibles gracias a la reintroducción de la Teosofía en la escena mundial. Es responsabilidad kármica de las poblaciones urbanas actuales, el participar en el proceso continuo tanto de creación como de destrucción que la ciudad moderna impone en el planeta. Para el individuo consciente este es un momento de grandes oportunidades. 

 En palabras de Annie Besant “Juzguemos nuestra espiritualidad por nuestro efecto en el mundo, y tratemos que el mundo sea más puro, mejor y más feliz porque nosotros vivimos en él”.

domingo, 17 de agosto de 2014

La causa del dolor


 
                                                                                                RADHA BURNIER
  
El Señor Buddha hablaba de la recta percepción como el primer paso del Óctuple Sendero. Ser capaz de ver las cosas tal como son, y no a través de los cristales de color de algún tipo, es uno de los problemas, tal vez el más importante, con el que nos enfrentamos. El Buddha también dijo que la primera verdad que hay que percibir es la verdad del dolor. 
 
Al principio uno se pregunta si el dolor es una verdad. Sabemos que el dolor existe en todas partes pero percibir el dolor tal como Él indicaba no es fácil. Hay muchísima infelicidad en el mundo: millones de personas mueren de hambre, millones pierden la vida, la casa, partes de su cuerpo mutilados en las guerras actuales. La tensión, el conflicto y el odio existen en todas partes del mundo: una raza contra otra, una religión contra otra y cosas por el estilo. Todo esto es dolor. Cuando leemos artículos sobre todo esto en el periódico seguramente decimos: “¡Qué lástima! ¡Qué cosas tan terribles ocurren en el mundo! Pero realmente no sabemos lo que es el dolor. No lo vemos con la totalidad de nosotros mismos, porque sólo le prestamos un pensamiento momentáneo y luego lo dejamos de lado. Como está muy lejos, realmente no nos preocupa mucho si decenas de miles de personas están sufriendo lo indecible en alguna parte. Nuestra vida cotidiana continúa igual, tenemos nuestros pequeños placeres, nuestras pequeñas preocupaciones, nuestros egoístas problemas particulares, y eso es todo. 

 Aparte de la tremenda desgracia y dolor que existe en el mundo, de lo cual nuestra mente conoce una parte superficialmente, también hay una gran parte de nuestra propia vida y de la vida de la gente de nuestro entorno que participa de la naturaleza del dolor, aunque no nos demos cuenta. Existen numerosas ansiedades, irritaciones, frustraciones, anhelos que terminan en  decepción, y que normalmente no se definen como dolor. Pero si consideramos la vida que llevamos como un todo, no conlleva ese tipo de felicidad que podría llamarse verdadera felicidad. 

 Los budistas Mahâyâna dicen que la iluminación acontece solamente cuando existe una profunda compasión, un profundo sentimiento por la desgracia y el sufrimiento que existe en el mundo. Puede que la iluminación no se alcance cuando la buscamos diciendo: “Voy a conseguir algo en la vida espiritual”. La verdadera razón para buscar la iluminación debería ser una compasión y simpatía altruista hacia todos los que sufren. Hay un hermoso dicho que afirma que la Compasión es la madre de todos los Buddhas. Un Buddha llega a la existencia cuando ve cómo sufre la gente y cuando siente una gran necesidad de encontrar el fin de ese sufrimiento. Por esto, ser capaz de percibir la futilidad, la desgracia, la falta de significado y el dolor de la vida es el primer paso. 

 Si sintiéramos esa profunda preocupación por el sufrimiento que existe en el mundo querríamos descubrir una solución. La mayoría de nosotros seguimos viviendo como siempre, una vida mediocre porque no hay nada que nos conmueva profundamente. No sentimos urgencia para producir un cambio. Ver esa necesidad es el primer paso. Cuando lo veamos, entonces, de forma natural intentaremos hallar una respuesta. 

 El Señor Buddha nos dio Su respuesta de forma muy sencilla. Dijo que la causa de todo dolor es la ambición, el ansia que existe en cada uno de nosotros en innumerables formas. Cuando pensamos que hemos vencido estas ansias en una forma, aparece de otro modo. 

El ansia existe no sólo hacia los objetos. Tal vez algunos miembros de la Sociedad Teosófica no ansiemos tener dinero, por ejemplo; tal vez no deseemos pertenecer al jet set ni cubrirnos de joyas. Pero tenemos deseos de otro tipo, como el progreso espiritual, por ejemplo. Tenemos ideas preconcebidas sobre las relaciones con los demás. Si yo me imagino una relación contigo en la cual me quieres mucho, ansiaré ese tipo de relación que he imaginado. Cuando la relación no resulta tal como yo quiero, me siento desgraciado. El ansia también toma la forma de un deseo de dominación, de agresividad, de auto promoción en distintas formas, y si somos objetivos podremos verlo en nosotros mismos. También está el deseo de escapar de algunas cosas y el deseo de imponer nuestras ideas a los demás. 

El deseo o el ansia existen porque no tenemos un sentido de los verdaderos valores, confundimos lo que tiene menos valor con lo que tiene más, lo menos real con lo más real. Por esto, ver las cosas en su verdadera naturaleza es extremadamente importante. La vida espiritual consiste en conocer lo que es esencial y lo que no es esencial. 

 Es evidente que todo lo que tiene una existencia condicionada y depende de otra cosa para existir tiene menos valor que aquello que es incondicional. Veamos, por ejemplo, el tipo de felicidad del que muchos disfrutamos. Podemos considerarnos razonablemente felices pero nuestra felicidad depende de condiciones externas y de otros individuos. Si te comportas de una manera determinada, yo soy feliz. Si te comportas de otra manera, si me llamas idiota, por ejemplo, eso me hace infeliz. Mi felicidad depende  de que tú aceptes una imagen que yo he creado de mí mismo como alguien que no es idiota, sino una persona estupenda. Si poseemos varias cosas que nos den la sensación de seguridad, somos felices. De lo contrario, no lo somos. Cada una de estas formas de felicidad, que depende de una condición particular o de otra persona, evidentemente no es la verdadera felicidad. Pero estamos siempre intentando aferrarnos a cosas que dependen de otras. 

 Todo lo que es condicional y depende de algo tiene una naturaleza temporal porque ninguna condición del mundo sigue siendo siempre la misma. Cuando la condición cambia, la felicidad se acaba. Es un hecho “obvio”, obvio sólo en una capa superficial de nuestra mente, pero no para la totalidad de nosotros mismos. Un ejemplo lo tenemos en el hecho de que “sabemos” que la existencia en el cuerpo físico depende de muchas condiciones. “Sabemos” que la vida del cuerpo cesará cuando las condiciones se alteren. Y sin embargo, si la vida desaparece de cierto cuerpo, nos sentimos muy infelices a pesar de lo que “sabemos” y de la filosofía que podemos predicar.

 Estamos continuamente aferrándonos a lo perecedero, lo perecedero en forma de ideas, de apegos, en forma de organizaciones y de sistemas, en un número de modos distintos. Uno de los Upanishads dice que lo Eterno no se puede encontrar nunca mientras vayamos en pos de cosas perecederas. Pero eso es lo que hacemos. Estamos constantemente preocupados por cosas que van a desaparecer. 

 Cuando no nos sentimos atraídos por ciertas cosas, eso no significa que no exista el ansia. Apartarse de las cosas no demuestra la ausencia del ansia, si sentimos rechazo por algo, eso significa que el deseo existe. Podemos desear algo en concreto, luego nos sentimos decepcionados y por eso sentimos rechazo. 

 Tanto si sentimos rechazo, como atracción, hemos de intentar ver cuál es la verdadera naturaleza de la cosa, si vale la pena buscarla. Deberíamos intentar discernir entre lo real y lo irreal. Esto requiere una percepción inteligente extremadamente clara. Una mente que normalmente no sea clara ni lógica no será capaz de ser receptiva repentinamente respecto a los temas espirituales. Por  consiguiente, deberíamos tener siempre un pensamiento lógico y claro en la medida de lo posible.

 Es importante que todo el que desee comprender la vida espiritual no se haga concesiones a sí mismo. Muchas veces vemos mejor las cosas cuando nuestro egocentrismo no entra en juego, pero cuando se trata de algo que nos atañe, entonces no somos capaces de ver nada. Cuando nos sentimos atraídos por una  cosa, es posible que tengamos una sensación de culpabilidad, pero eso también nos dificulta la percepción. La atracción no es en sí misma nada “malo”, obviamente. No hay nada “malo” en el mundo, en cierto sentido. Ver la belleza es una forma de atracción, pero si volvemos a anhelar esa belleza entonces estamos atrapados en la red del deseo. Cada vez que experimentamos placer queremos repetirlo. Deberíamos ver que en estos casos no es el objeto lo que importa sino que nuestra mente es la que está creando el esquema. Es la mente la que crea imágenes del placer que se ha sentido una vez y entonces el deseo se renueva. Si hemos de liberarnos del ansia, la liberación tiene que conseguirse a través de la renunciación por parte de la mente, no necesariamente del objeto. Podemos estar rodeados de toda una serie de objetos pero sin sentirnos influidos por ellos. Podemos estar rodeados de todas las cosas ilusorias y efímeras del mundo y sin embargo no ir en pos de ellas. También podemos renunciar externamente a todo pero estar llenos de ese anhelo interno, algo que nos convierte en hipócritas, como dice el Bhagavadgitâ. La atracción por ciertas cosas y también la repulsión se convierten en un hábito, en un proceso mecánico. Liberarse de esto requiere un esfuerzo sostenido y una inteligencia extraordinariamente sagaz.

 Al final, el proceso evolutivo le enseña al hombre a dejar de anhelar cosas. Se busca el placer una y otra vez y se sufre por ello. En las primeras etapas, el hombre atribuye la causa del sufrimiento a otras personas y a las circunstancias externas. Pero en un punto posterior de la evolución despierta al hecho de que la causa del dolor está en su propia acción y actitud.

 Somos capaces de aprender a través de un esfuerzo consciente y no necesitamos experimentar el sufrimiento. Esta es la diferencia entre el hombre que ha hollado el Sendero y el hombre del mundo. El primero empieza a  intentar encontrar la verdad por sí mismo sin dejar que el mero proceso de la evolución le enseñe. Cada uno de nosotros puede hacer este esfuerzo para ver las cosas tal como son en realidad, saber qué es verdaderamente valioso, darse cuenta de que todas las cosas transitorias del mundo no nos llevarán a ninguna parte si nos aferramos a ellas. 

 Hemos de dirigir nuestra mirada hacia lo Eterno. Parece que faltara mucho para ver el dolor que hay en el mundo, pero ver el sufrimiento, el dolor, buscar la razón de todo esto nos conducirá al sendero que es el camino hacia lo Eterno.
 

domingo, 10 de agosto de 2014

La Teosofía, un acceso a la vida


RADHA BURNIER
 
Me parece que la palabra “Teosofía” puede tener muchos niveles de significado. Literalmente, Teosofía se refiere al conocimiento de Theos,  Dios, el Espíritu Divino o como queramos llamarlo; y en este sentido, es sinónimo de las palabras sánscritas Brahma-jñâna o Brahma-vidyâ. Brahman es el espíritu absoluto, último, eterno y jñâna  o vidyâ es conocimiento. Así las dos palabras significan el conocimiento de Brahman, el Espíritu Universal, que en India llamamos el Âtman Universal.
 
Se dice que el Espíritu Universal o Âtman subyace en todas las cosas manifestadas, en todo aquello con lo que entramos en contacto y que podemos percibir y sentir de una manera u otra. Se dice que no hay nada excepto este Brahman en la creación. “Todo esto es Brahman” y solamente Brahman. Brahman lo impregna todo y todo lo trasciende. Por esto, conocer a Brahman, ser un Brahma-jñânin, es extremadamente difícil. Yo no  creo que ninguno de los que afirmamos ser teósofos conozcamos la Teosofía en ese sentido.
 
Conocer a Brahman es ser también completamente sabio, porque no hay diferencia entre conocer a Brahman y participar de esa conciencia que es la Sabiduría, la Verdad y la Vida. Así, la Teosofía puede también significar Sabiduría Divina y no solamente el conocimiento de lo Divino. Creo que no podemos afirmar haber alcanzado ese tipo de Sabiduría tampoco. ¿Qué significa, pues, la Teosofía para nosotros que nos definimos como teósofos? ¿Significa la Teosofía un compendio de literatura, la información contenida en una serie de libros que estudiamos de vez en cuando? Si es así, entonces la Teosofía podría ser algo bastante aburrido.
 
Pero los que se interesan vitalmente por la Teosofía son conscientes de que hay una gran profundidad de inspiración en ella que nos refuerza constantemente. Esto ocurre si aprendemos a comprender la Teosofía como una manera de percibir la vida, como un acceso que conduce inevitablemente a lo que es universal, eterno y fundamental, en la dirección del Espíritu Universal que es Brahman. Así pues, para todo propósito práctico, a nuestro nivel, hemos de comprender la Teosofía en ese sentido.
 
Si tenemos este enfoque que puede hacernos sentir en medio de la multiplicidad, en la corriente del flujo y del cambio, en medio de lo que es temporal y tal vez irreal, aunque de momento tal vez no nos demos cuenta de que es irreal, algo que es mucho más real, permanente, eterno e inmutable, entonces estamos empezando a comprender qué es la Teosofía. Ser capaces de percibir lo universal, inmersos en el mundo donde vivimos, requiere de una atención muy grande y de un esfuerzo apasionado, ardiente y entusiasta. Si nos falta ese tipo de enfoque entusiasta y ardiente respecto a la vida, creo que nunca encontraremos lo universal.
 
Si observamos nuestra propia vida, veremos que la mayor parte del tiempo estamos preocupados por lo particular y casi nunca pensamos en términos de lo universal o de lo global. Estamos absortos en incidentes y objetos particulares, y en individuos particulares. Naturalmente, no es posible escapar de lo particular. En este mundo nos enfrentamos constantemente a lo particular y hemos de lidiar con ello, pero todo el propósito de la vida es ver lo universal que une todo lo particular,  acercándonos así, cada vez más, a la esencia universal.
 
¿Cómo vamos a acercarnos a lo universal? Esta es la pregunta que hemos de plantearnos. Creo que se puede hacer intentando sentir, o permitiéndonos sentir la unidad que está detrás de las  innumerables miríadas de particulares con las que nos encontramos, sin perdernos en ellos. En nuestra naturaleza espiritual esencial pertenecemos al mundo de la unidad. La Dra. Besant decía que la espiritualidad consiste en percibir esa unidad. La palabra “espiritualidad” no tiene otro significado. Si no tenemos sentido de esa unidad, de lo universal, entonces no somos espirituales. Y dado que en nuestra naturaleza esencial pertenecemos a este mundo de la unidad, somos capaces de percibir la relación que hay en lo particular.
 
Vemos muchas cosas en la vida que pueden ser por ejemplo hermosas, como una flor, un diseño o un rostro. Pero al ver estos distintos objetos con sus distintas formas, colores etc., decimos, en cada caso, que esto o aquello es hermoso. Pero al mismo tiempo somos capaces de percibir que hay una belleza común a todos ellos, a todo lo que es hermoso y que existe independientemente de los objetos particulares que son bellos.
 
Todos sabemos que los objetos particulares pueden perecer pero seguimos pensando que tienen un cierto sentido de la belleza. Una flor en particular que estamos mirando puede marchitarse y desaparecer, convirtiéndose en polvo, pero sabemos que existe la belleza de la flor. Cuando nos damos cuenta de eso, hemos avanzado un paso hacia lo universal. Pero si seguimos avanzando y nos damos cuenta de que no existe solamente la belleza de la flor, sino la belleza en sí que existe en una flor, en un ser humano, en la tierra, en todas partes, entonces estamos cada vez más cerca de lo universal, respondemos a algo que es imperecedero, porque esa Belleza que es común a todos estos objetos no es algo que pueda marchitarse y desaparecer como lo hace la flor.
 
De igual manera, podemos percibir que una cosa en particular es verdadera pero esto ocurre porque existe la Verdad en sí, de lo contrario, cuando percibimos que otra cosa es verdadera no seremos capaces de ver la similitud. La palabra “verdadero” no podría existir si no hubiera algo común a todo lo que es verdadero. Es por este motivo que los griegos decían que los objetos individuales nos parecen hermosos solamente porque transmiten la belleza ideal. Muchas veces pensamos que este o aquél objeto es bello y atribuimos la belleza a ese objeto particular. Pero no es así. Ese objeto es bello solamente porque comparte una belleza que es la belleza absoluta o la belleza ideal, y eso también pasa con todo lo que parece verdadero o bueno. Como señala Platón:
 
Si alguien me dice que esta o aquella cosa es hermosa porque tiene un color especial o una forma o cualquier otra cosa parecida, yo no presto atención, sencillamente me confunde. Y hasta ahora, simple y claramente, y tal vez penséis que estúpidamente, mi mente está convencida de que nada hace bello a un objeto excepto la presencia de la belleza ideal (que describió en otro momento como) no hermosa desde un punto de vista y fea desde otro, sino solamente belleza, absoluta, simple, eterna, que se transmite a las bellezas siempre crecientes y perecederas de todas las otras cosas. 
 
De modo similar en la India antigua eran muchos los que afirmaban que lo real es lo universal que subyace a las distintas cosas. Este tema lo han debatido repetidamente los filósofos de India, intentando averiguar cuál es el elemento real y verdadero para todos los tiempos en los objetos que vemos. Existen varios elementos en la percepción de un objeto. Está el elemento del nombre, la palabra con la que describimos al objeto y que, como ha señalado Krishnaji, ejerce una extraordinaria fascinación para nosotros. Después está el elemento de la forma y el elemento que es lo universal y que está detrás tanto del nombre como de la forma. Si percibimos un árbol, sabemos que es un árbol por la palabra; también conocemos al árbol por la forma que tiene ese árbol particular. Pero hay un árbol, un árbol universal que es más real que el árbol particular.
 
Hay muchas formas de lo universal que percibimos, por ejemplo la cualidad de la flor, que es la cualidad que nos hace reconocer la unidad que existe detrás de todas las flores. Igualmente, entre los seres humanos vemos que cada persona es distinta, con un color distinto, con distintos rasgos, etc. y sin embargo reconocemos algo común a todos ellos y que podríamos llamar la “cualidad de ser humano”. Pero detrás de todos estos universales, esa cualidad de cada cosa que nos hace reconocerla por lo que es, está la esencia universal que podríamos decir que es el universal de todos los universales, la esencia de todas las cosas y que se conocía con el nombre de parâ sattâ. Es el ser mismo de todo lo manifestado, sin él nada puede existir.
 
Mientras nos aferremos a unas cuantas cosas particulares con las que estamos familiarizados e imaginemos que la belleza, el amor o la verdad están centrados en ellas, nos estaremos limitando y engañando, porque estas cualidades, estas realidades, como la verdad y el amor, no están centradas en ningún punto. Si vemos un centro para ellas en algún objeto particular, se trata solamente de una ilusión producida por el hecho de que hemos creado un centro en nosotros mismos en relación al cual percibimos otros centros.
 
Todos estos universales como la Verdad y la Belleza existen en todas partes por sí mismos y en todo momento. Únicamente cuando, al mirar un objeto en particular, podamos desapegarnos lo suficiente y no queramos percibir la verdad o el amor en un objeto en particular, sino que nos esforcemos por ver la naturaleza del amor como tal, podremos amar verdaderamente con un amor que llene todo nuestro ser y abarque a todos los objetos, a todo lo particular sin excepción. Vemos que amar a un objeto en particular siempre nos conducirá al dolor, pero solamente si aprendemos a abarcar el Amor universal, la Belleza universal, etc., podremos liberarnos de todas las dificultades que nos afligen.
 
Decimos que una cosa determinada es verdadera, buena o hermosa y no nos preocupamos por ver todo el conjunto que es la realidad. Una percepción del conjunto, libre de limitaciones de las sucesivas percepciones, es lo que nos ocurre en los momentos creativos y es muy fácil reconocerlo en la vida de las personas creativas. Por ejemplo, se dice que, antes de componer, Mozart podía oír toda una sinfonía como un solo acorde. Eso significa que tenía una especie de expansión de conciencia que le permitía imaginar el todo, algo imposible para nosotros en este momento.
 
Para tener esa expansión de conciencia, tiene que haber una profunda aspiración de saber, tiene que haber un verdadero amor por la Sabiduría que es la filosofía o mumukshutva. La palabra “filosofía” significa amor por la Sabiduría, no significa una manera de estudiar ciertos libros, y mumukshutva indica lo mismo. Tal vez este tipo de acceso a la vida, del que estoy hablando, no tenga ningún significado para quienes están auto satisfechos y creen encontrar todo cuanto anhelan en los objetos particulares que están viendo. Pero si existe una ardiente aspiración por la Sabiduría, nuestra naturaleza y nuestro carácter se transformarán, y este debería ser el acceso teosófico a la vida que puede darle un significado a nuestra vida y ayudarnos a conocer gradualmente la Sabiduría, la Verdad y la Luz.

domingo, 3 de agosto de 2014

Dirigiéndome al estudiante



N. SRI RAM

 Reimpreso de The Theosophist, agosto 1959.

 El estudio del trabajador y estudiante teosófico incluye los conceptos básicos de la Teosofía, así como de las religiones del mundo. Tal estudio puede ser profundo o superficial. Profundo no significa ahondar en detalles, ciertamente, dar énfasis a los detalles, tiende a hacernos superficiales. Cualquier tipo de detalle solamente es útil si entra en cierto patrón, o asume una relación con el todo, entonces participa del significado de ese todo. Atiborrar nuestra mente con fragmentos desconectados o detalles, es un inconveniente para la verdadera comprensión, así como para nuestra capacidad  de acción práctica. La sabiduría no es estática, es como la vida, que necesita respirar y moverse. Quien busca ser sabio en la acción debe tener una mente que es perfectamente abierta, con mucho espacio para el movimiento, y flexibilidad de acción. El sentimiento de profundidad surge de percibir el significado de cierta verdad o enseñanza. Un estudiante del sendero espiritual, y un trabajador teosófico, aprenden mucho más considerando las cosas por sí mismos, reflexionando sobre la naturaleza de las verdades profundas que constituyen la base de la Sabiduría, que por la mera lectura de libros.

   Todos nuestros trabajadores y estudiantes se pueden beneficiar por la comprensión mutua. Entre nosotros, deberíamos considerar las cosas libremente y nadie tiene que sentir temor de hablar por miedo a que se lo considere ignorante. ¿Qué importa si otros piensan que somos más ignorantes de lo que realmente somos? Nuestros debates nos dan no sólo una oportunidad para hablar y expresarnos, sino también para escuchar lo que otra persona tiene para decir. Escuchar no debería ser superficial o a medias. Generalmente cuando hay una discusión o conversación, cada persona da sólo una fracción de su atención a lo que se dice, y el resto de su mente está ocupada pensando lo que dirá luego. Rara vez escuchamos a otros con total atención y comprensión. Pero en nuestros encuentros y congresos podemos entrenarnos en el arte de escuchar. Escuchamos a una persona si estamos interesados en ella, y si podemos escuchar adecuadamente, pronto adquiriremos el arte de hablar, aunque nadie nos de lecciones de este arte.

   Todos seremos mejores trabajadores si estamos realmente dedicados al trabajo. Para sentirnos dedicados debemos tener un interés activo en él, y antes que podamos tener ese interés debemos conocer cuál es verdaderamente el trabajo, qué es lo que realmente buscamos lograr con todas las conferencias, libros, propaganda, etc. Todo esto intenta ayudar a las personas a mirar las cosas de modo diferente, pero primero debemos aprender nosotros mismos a verlas de modo diferente a como el mundo en general las ve. Ver las cosas como son, y no meramente según ciertas ideas que hemos recibido de fuentes convencionales y que se han vuelto fijas en nuestra mente, no es muy fácil.

   Cada uno de nosotros tiene que aprender a considerar todo por sí mismo, y ese es el único modo de prepararse para guiar o ayudar a otros. Un líder no es alguien que trata de mandar a otros, hacerlos pensar como él quiere que piensen por sus propios motivos. Existen tales líderes en la política de diferentes partidos, y sus seguidores se vuelven un rebaño de ovejas y repiten los pensamientos del líder. Cuantos menos líderes de este tipo tengamos en nuestro movimiento teosófico, mejor. Todo teósofo tiene que aprender a conducirse a sí mismo, en el sentido de no ser empujado por otros o por el impulso de sus propios pensamientos pasados. Él debe ayudar a las personas a conducirse a sí mismas, a descubrir y expresar lo que es mejor, más bello y precioso en ellas. Ese es el único tipo de liderazgo que serviría en nuestra Sociedad, que tiene que ser como una república espiritual en la que cada uno brille con su propia luz, y haga de ella su contribución a la iluminación total del mundo.