martes, 5 de enero de 2016

Paz



E. M. AMERY
Reimpreso de The Theosophist, Junio 1927.

   ¿Qué es la Paz? Un estado de calma, libertad de desasosiego, libertad de hostilidades, amistad, serenidad, descanso, armonía, silencio. Esto es lo que dice el diccionario, pero al igual que la ausencia de ocupación no es descanso, la ausencia de perturbación no es paz. Paz no es inercia, menos aún es pereza, una mera calma o comodidad física.

   Esto es lo que le sucede a los hombres de poco desarrollo, cuya vida, en su totalidad, es una serie de esfuerzos por lograr cosas perecederas, para usar, incluso a veces para obtener ganancias, y para quienes la cesación del esfuerzo, cuando están totalmente agotados, es toda la paz que conocen o que necesitan.

   Una etapa más elevada que ésta llega a quien, mientras está principalmente ocupado en la búsqueda de ganancia material, no la busca para su propio beneficio, sino para aquéllos que dependen de él. Para estos individuos, la paz significa no sólo comodidad física, sino la cesación de la ansiedad mental, la seguridad de que sus esfuerzos tuvieron éxito, y que no hay necesidad de temer que vendrá alguna carencia seria, incluso por un cese forzado de esfuerzo físico. Estando asegurado el futuro físico de ellos mismos y de aquéllos a quienes desean ayudar, pueden disfrutar de la paz, incluso aunque continúe un esfuerzo físico agotador.

   Esto sugiere que la paz en su sentido más elevado no es en modo alguno sinónimo de cesación de acción, incluso de acción mental. Por el contrario, al igual que una mente libre de ansiedad, respecto al bienestar material, conduce a una mayor actividad, también una mente libre de ansiedad de cualquier tipo, conducirá a una mayor actividad mental. La paz, por cierto, es ausencia de ansiedad en el plano más elevado en el que cualquier individuo sea consciente, y la paz en ese plano, sea cual sea, produce el máximo de energía en todos los planos inferiores, y está tranquilo por lo que podría parecer su total destrucción, para cualquiera que funcione en un plano inferior.

   Entonces, la paz, parecería ser la certeza de que todo está bien con el individuo, con lo que le rodea, con todo el mundo, Y esta certeza debe ser, no una mera suposición necia, sino una creencia razonada y razonable; ciertamente para ser real, debe pasar más allá del reino de la creencia, y volverse conocimiento, porque sólo lo que se conoce es inquebrantable e irrefutable.

   Es una paz como esta, la que es el tema del libro de Bhagavan Das, La Ciencia de la Paz, y él asume que los interrogantes finales y más elevados que perturban la paz del ego humano avanzado son los interrogantes respecto a su propia inmortalidad, su origen y destino. A primera vista esto puede parecer una búsqueda egoísta, pero esta es sólo una visión superficial del tema. El ego para el que tales interrogantes son de importancia suprema, ya ha descubierto que él y toda la humanidad están relacionados de modo inseparable, y que si su búsqueda se relaciona con él mismo, es sólo porque su propia consciencia es lo único que puede investigar, y que lo que encuentre allí, no es para él, sino para todos.

   Probablemente muchos han leído el libro, o por lo menos leyeron la introducción de la Dra. Besant al mismo, y por lo tanto están familiarizados con su línea de argumentación, y recordarán cómo trata dos de las principales ramas de la filosofía Vedânta, la Advaita  y la Visishtâdvaita, y luego, en un capítulo muy largo y difícil, considera brevemente los descubrimientos de los filósofos occidentales, y muestra que ellos alcanzaron las mismas conclusiones por medio de métodos apenas diferentes. Luego señala las debilidades de todos los argumentos, y finalmente llega a la conclusión de que la filosofía Advaita tiene la clave del misterio.

   Descubre que la solución, la clave, es el conocimiento de Brahman. Luego aparece una afirmación muy significativa, en la que hace una distinción entre ‘conocimiento meramente intelectual’ y la ‘realización’. El primero, dice, lo puede alcanzar cualquier persona intelectual por un razonamiento lógico cuidadoso, ciertamente por un estudio de su libro. Pero el otro, la realización, sólo puede lograrse si ‘reflexionamos profundamente sobre esto por días, semanas, meses y años, si es necesario’. En el caso de muchas personas, él también podría haber agregado ‘y vidas’. Él dice:

Lo haremos así si somos serios en nuestra búsqueda, y cuando lo hayamos hecho, más de la mitad de la batalla habrá sido ganada.

“Indra”, dice, “estudió la Ciencia de la Paz”, la mitad de esto, es decir, “durante ciento un años.”
   Ahora bien, mientras todo esto indudablemente está claro para el filósofo, que alcanzará por lo menos el conocimiento intelectual, aunque falle en alcanzar la realización, no hay esperanza con este método para la persona ordinaria. Algunos de nosotros tenemos la habilidad, pero no el tiempo o la oportunidad, y muchos más no tienen la habilidad. Y sin embargo nosotros también sentimos la necesidad de paz, también tenemos nuestras dificultades que necesitan solución, todos nosotros sentimos ese interrogante subyacente, esa ansiedad, aunque algunas veces difícilmente podamos formularlo, o decir cuál es la dificultad que nos impide trabajar incondicionalmente, expresar lo mejor que hay en nosotros, que nos mantiene apartados de la felicidad y la paz. No estamos contentos, ansiamos ascender, y nos manifestamos enérgicamente contra las limitaciones del yo o de las circunstancias que nos lo impiden.

   Por lo menos aprendemos una cosa, a veces muy al final, y esto es que no ganamos nada esforzándonos o inquietándonos, porque de ese modo sólo disminuimos nuestra habilidad para hacer el trabajo que debe hacerse, aunque incluso sea ese mismo trabajo el que nos impide hollar el sendero por el que nos esforzamos, y cuando descubrimos eso, nos establecemos con más o menos paciencia, e incluso eventualmente con algún grado de alegría, a la inevitable serie del trabajo rutinario.

   Después de largos días de trabajo cansador, paciente e incesante, comienza a brillar una luz en nuestro sendero que no es de nuestra consciencia, y elevamos nuestros ojos y vemos que la cima de la montaña está a la vista, no, que nosotros casi, o ya, estamos allí, miramos a nuestro alrededor y hacia atrás, al camino por el que hemos llegado, y descubrimos que el sendero del conocimiento que nos estuvo prohibido, no era el único camino hacia la cima, y ahora escuchamos, si no la hemos escuchado antes, una voz que dice: “Si algún hombre hace mi voluntad, conocerá la doctrina.”

   ¿Cómo descubriremos los primeros pasos de este sendero, si todavía estamos en el medio de la lucha y la ansiedad que proceden de la incertidumbre respecto a nuestro fin, nuestro objetivo, y nuestro destino? La respuesta se encuentra en estas palabras: “Si cualquier persona hace Su voluntad, sabrá.”

   Luego, a menudo surge la pregunta: “¿Cuál es Su voluntad?” Para los jóvenes a menudo esto toma una forma insidiosa; les parece que deben decidir alguna cuestión importante sobre su futura carrera, que deben llegar a alguna conclusión definitiva sobre su accionar, y que esa decisión o esa conclusión no se puede alcanzar, debido a algún factor desconocido. Se excusan por falta de decisión, hasta que la indecisión se vuelve un hábito, y dicen. “Cómo puedo hacer Su voluntad, cuando desconozco cuál es.” A menudo también la cuestión se complica con preguntas de creencias, y piensan que éstas se deben resolver primero. Una vez escuché a una joven maestra india, debatiendo estos problemas con su clase, y me sorprendió la sabiduría de su consejo: “Puede que no siempre sepamos en qué creer”, dijo, “pero siempre sabemos qué hacer.” Eso es perfectamente verdad, si obedecemos el mandato de ese filósofo práctico, Thomas Carlyle:

Lleva a cabo la obligación que se encuentra más cerca de ti, que tú sabes que es un deber; tu segundo deber ya se habrá vuelto más claro.

El deber que tú sabías que era una obligación, el deber simple, obvio, diario, con el que nos sentimos impacientes, y aptos a olvidar. Citaré el relato de un pequeño niño que estaba ansioso de hacer grandes cosas, y que se había dado cuenta que la obediencia era el primer paso. Le pide a su padre que le de alguna tarea difícil, y él le contesta que su tarea ya está establecida: “Piensa, ¿no hay algo, grande o pequeño, que deberías ir y hacerlo?” él piensa durante un minuto, y recuerda que no ha alimentado a sus mascotas, los conejos, pero entonces objeta que eso es algo tan pequeño que no puede tener importancia, pero su padre le dice:

Ese es Su suave susurro,
Esa es Su palabra misma;
……………………………..
Ese deber es la pequeña puerta,
Que debes abrir, y entrar;
No hay nada más que hacer antes,
No hay ningún otro lugar por el cual comenzar.

   Ese es el secreto del comienzo, el deber que yace más cercano a ti, y luego, el siguiente se revela, y a medida que continuamos haciendo Su voluntad, con seguridad conoceremos su doctrina, y el sendero de acción nos conducirá hacia la Paz, tan segura y rápidamente como el sendero del conocimiento.