Radha Burnier
De acuerdo con la filosofía platónica, el
alma del hombre existía en el mundo puro del ser, antes de que fuera atraída
hacia este mundo de sombras, aquél es un mundo de perfecta belleza, armonía
y luz en el que no hay un devenir. Por consiguiente, aquí, en este mundo de
sensaciones que es un mundo de sombras efímeras y simples imágenes, cuando
el alma tiene ciertas experiencias, por ejemplo, cuando encuentra un objeto
hermoso, es una reminiscencia de lo que conoció en el mundo invisible de
perfección, lo cual ha olvidado por un tiempo.
De acuerdo al pensamiento hindú, también el
Espíritu del hombre, su verdadero ser, es la base de todos los valores
fundamentales. El hombre es en esencia divino, aunque pueda estar limitado
por las vestiduras con las cuales se cubre y la misma naturaleza de lo
divino es tomar la forma de la Verdad, la Bondad y la Belleza. Éstos son los
atributos del ser perfecto, como también lo son la Bienaventuranza y la
Conciencia pura.
Estos atributos divinos son siempre co-existentes.
En el estado absoluto ninguno de estos atributos existe sin los otros. En
realidad, son meramente aspectos o facetas de la divinidad, reflejos de la
misma luz. Por consiguiente no es posible llegar a un conocimiento de
belleza, verdad o bondad absoluto, a menos que la conciencia que conoce
estos atributos esté en una condición más pura, no sujeta a tentaciones y
variaciones superfluas. Y en ese estado de conocimiento o de ser, también se
encuentra la Bienaventuranza, que es un regocijo del Espíritu, muy alejado
del placer que sólo es su débil sombra.
La verdadera naturaleza del hombre, al ser
divina, mientras esté en este mundo de percepciones sensoriales, está
siempre impelida a buscar entre las sombras aquello que le recuerda una
realidad que alguna parte profunda de él mismo ha conocido. Por lo tanto se
dice en India que la percepción de la belleza, en cualquier medida en que
pueda ser, es una convergencia de la pasada experiencia del alma.
Como la Belleza que es absoluta es siempre
co-existente con la Bienaventuranza, es natural que en la mente de las
personas el placer esté conectado con la belleza relativa que perciben en
las formas, porque como se dijo antes, el placer es la contraparte grosera
en el mundo de las sensaciones de un regocijo del Espíritu, que es
Bienaventuranza.
Por lo tanto cuando el placer se obtiene de
un objeto particular, o cuando la mente reconoce la posibilidad del placer
en un objeto, puede parecer hermoso. Quien está enamorado de una mujer en la
que reconoce una fuente de placer para él mismo y a la que desea poseer,
encuentra todo tipo de belleza en ella, que no es visible para los demás. La
misma mujer no le parecerá estar repleta de toda la belleza con la que
previamente su mente la dotó, cuando por la saciedad cese de ser un objeto
de gratificación.
Toda forma y objeto que sea aparentemente
hermoso, si el sentimiento de belleza se funda en el placer de los sentidos
y de la mente, antes o después pasa a perder su encanto. Aún la belleza
derivada de los placeres más sutiles de los sentidos, libres del deseo de
posesión, tales como la belleza que se siente al mirar un paisaje o al
escuchar una pieza musical, desaparece después de un tiempo. Aquéllos que
viven constantemente en un lugar muy hermoso, o cerca de algo hermoso,
pronto no les emociona más como lo hacía antes, cuando el objeto por primera
vez entró dentro de su visión y estimuló sus sentidos. Con frecuencia, por
supuesto, sucede que un individuo piensa que él debería apreciar la belleza,
y por consiguiente periódicamente dará expresión verbal a una belleza que
realmente ya no le impresiona interiormente, porque él ha cesado de ser
estimulado por ello. No nos estamos refiriendo a tales expresiones verbales,
sino a la respuesta interior.
La naturaleza misma del placer y por lo
tanto de la belleza que está asociada con el placer es aquélla que cansa y
deja de gustar, o siempre está buscando mayor estimulación. Un crítico muy
conocido, Eric Newton, declara que la prueba de la presencia e intensidad de
la belleza es el placer causado por la gratificación del deseo de repetir la
experiencia. En contradicción a esto, otro escritor renombrado, Jacques
Maritain, dice que la percepción de la belleza produce regocijo “pero es el
elevado deleite del espíritu, lo absolutamente contrario del placer, o la
agradable cosquilla de la sensibilidad”.
Cuando la Belleza pura es tocada aunque sea
por un instante, la conciencia está en un estado de liberación, por ese
momento, de los impedimentos y limitaciones que normalmente la deforman y
restringen. Y en ese periodo de liberación existe siempre el deleite del
espíritu, porque tanto la belleza como el verdadero regocijo son
coexistentes con la conciencia en su estado puro, como lo mencioné antes.
Esta experiencia de libertad y regocijo
momentánea que acompaña a la percepción de la belleza, actúa como un
estimulante en aquél que ha tenido la experiencia, y busca repetirla. No son
sólo las formas groseras del placer, tales como el deseo de poseer
físicamente objetos atractivos, lo que el hombre desea tener una y otra vez.
Sino que él tiene una sed de experiencias que comienzan en el nivel más
grosero y luego, a medida que va creciendo en evolución, requiere
entretenimientos más sutiles.
Por tanto, hay personas que están ocupadas
con lo que piensan es algo hermoso. Ellos quieren derivar de ello una
continua satisfacción, buscan el placer de la estimulación, están tan
completamente absortos en el deseo por la repetición de este tipo de
experiencia y la excitación que brinda, como otros están concentrados en la
estimulación que el conocimiento intelectual brinda.
El deseo por la repetición de la experiencia
crea, por supuesto, un hábito y una adicción, aunque la experiencia que se
busca repetir sea hermosa y elevada. La sed de experiencia de cualquier
naturaleza es el verdadero obstáculo que impide la realización de la Belleza
y Bienaventuranza divina, porque tironea a la mente en una permanente
búsqueda, que modifica siempre a la conciencia.
Aún cuando no está el anhelo de repetir la
misma experiencia, existe la expectativa de una experiencia similar, basada
en la memoria de lo que se conoció previamente. La mente está por tanto en
una condición de inquietud. La conciencia se vuelve insensible y cesa de
reflejar lo divino, al ser envuelta por la oscuridad de las cosas finitas.
“El que se abalanza sobre las bellezas
inferiores, como si fueran realidades, cuando sólo son como imágenes
hermosas que aparecen en el agua, sin duda, como en la fábula, al estirarse
hacia la sombra, se ahogan en el lago y desaparecen”, dice Plotino.
La Belleza pura, la Belleza de lo Divino, no
puede capturarse por desearla. Uno no puede ver la belleza porque está la
intención de verla. No es la revelación de algo nuevo, sino la revelación de
algo que existe siempre, que sucede cuando el que percibe de alguna manera
participa de su naturaleza, es decir, cuando él mismo se libera de todas las
impurezas que surgen en su ser a partir de las actividades de la mente
nacidas del deseo. En palabras de Wordsworth:
Piensa en esta suma poderosa
De cosas que siempre dicen
Que nada surgirá de sí mismo,
Aún así ¿debemos seguir buscando?
Así, aprender a ver la Belleza en todo su
esplendor no es sólo apreciar objetos bellos o cultivar un gusto por ciertas
cosas. Algunos antiguos indos lo han descrito como el regocijo que nace con
la cesación de la sed. “Existe una belleza que no ofrece estímulo… Uno
contacta esa belleza, no a través del deseo, del querer, de tener anhelos
por la experiencia, sino sólo cuando todos los deseos por las experiencias
han llegado a un fin”, dice Krishnaji.
Esto no significa retirarnos del mundo y
negarnos a mirar las maravillas de la creación: los árboles, los ríos, el
cielo, los rostros de las personas, etc., todo lo cual expresa la Belleza
Una, sino observarlos con una mirada diferente, “depurada de las brumas de
los sentidos”.
“Debemos despertar y adoptar un ojo interno
más puro, que todos los hombres poseen, pero que sólo pocos usan”.
Este ojo interno se abre sólo cuando hay un
estado de mente que tiende hacia el objetivo humano más elevado, que es la
libertad. Es un estado de mente en el cual las transformaciones causadas por
los apegos llegan a su fin, cuando no hay dependencia de algo externo y las
limitaciones causadas por el sentido del tiempo, del espacio, del nombre y
de la forma, se rompen en pedazos. Estas limitaciones existen porque hay
apego a objetos y formas particulares, a su memoria y al deseo por más
placer. Cuando el alma o el espíritu se libera de estas limitaciones,
entonces adopta su propia y verdadera forma, que es la forma de la más pura
conciencia, que brilla por sí misma con belleza y refleja lo divino. Por
consiguiente, uno de los más grandes escritores indos sobre el tema de la
Belleza ha dicho que el que quiera verla debe tener un corazón que, al estar
libre de impurezas, brille con claridad. A menos que el corazón esté limpio
como el cristal y sea delicado y sensible como el capullo de una flor, no
será capaz de vibrar en armonía con la vida, de trascender la limitación de
la existencia separada.
Miguel Ángel dijo: “La Belleza es la
purgación de las superfluidades”. Él probablemente se refería al trabajo de
un escultor que hace surgir la belleza a partir de una piedra al retirar lo
innecesario. Pero la cita se aplica más acertadamente a lo que tiene lugar
dentro de cada individuo. La belleza no es ni objetiva ni subjetiva, porque
está en todos lados, esperando ser descubierta. La percepción llega cuando
cualquier individuo se mira a sí mismo como un escultor mira la piedra sobre
la cual va a liberar una belleza invisible, y entonces procede a quitar lo
que es superfluo, cortando y puliendo hasta que asume una Belleza nunca
vista hasta ahora.
Cuando no hay belleza interior tampoco la
hay en lo exterior, sólo puede haber una apariencia de belleza. Pero si a
través de la recta percepción y conocimiento uno comienza a liberar el alma
o el Ser de la sórdida prisión construida por un aumento de los deseos del
cuerpo y de los sentidos, entonces hay una percepción cada vez mayor de la
Belleza inmortal. Y con cada percepción, hay una claridad en aumento, porque
aún una momentánea visión de lo Real es como una ablución purificadora. Por
lo tanto en el proceso de liberar la Belleza, la Belleza se convierte en el
Liberador.
“El hombre miserable no es
el que descuida la búsqueda de bellos colores y hermosas formas corporales,
quien es privado de poder y cae de la dominación y el imperio, sino sólo el
que es destituido de esta posesión divina, por la cual debe renunciar y
olvidar la amplia dominación de la tierra y el mar y el aún más extendido
imperio de los cielos, si despreciando y dejando éstos bien atrás,
intentamos siempre arribar a la felicidad substancial por medio de la
contemplación de la Belleza misma.”
Plotino.
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Los Aspectos principales de la
Belleza son la Luz y la Proporción. El Cristo en ti es ambos: la Luz, y la
Sabiduría de Dios. Entonces vives Bellamente cuando esta Luz circula a
través de tus Pensamientos, Sentimientos, Acciones, brillando en todo y
haciendo a todas las cosas proporcionales a sí misma.
Meter Sterry