viernes, 4 de septiembre de 2015

Mi tía, la Presidente


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‘El Arte de Vivir es el Arte de Amar’

 SUBHA NILAKANTA

Trabajó en la Oficina de la Editorial. Residió en Adyar durante muchos años.

 Cuando uno ha conocido a alguien muy de cerca durante algunas décadas, como sucedió con mi tía Radha, es un desafío condensar el aprecio sobre esa persona en unas pocas páginas de prosa. Es como tratar de registrar la enorme acumulación de palabras sabias entregadas a nosotros por todos los sabios que han vivido, en un solo grano de arroz. Aquí está mi humilde intento.

 Mi tía Radha fue una persona extraordinaria: físicamente bella, una erudita talentosa, bailarina india clásica, y sensible al sufrimiento de todas las criaturas, humanas y no humanas, impasible en cualquier situación en que se encontrara, una hábil administradora, bondadosa, caritativa y cuidadosa. Ella permaneció como una roca en un mundo de cambios rápidos donde los valores se deterioran y se desintegran rápidamente, sosteniendo los valores de la Verdad, la Belleza y la Bondad por los que ella vivió e instó a los demás a vivir. Sin embargo ella no hablaba acerca de si misma. Su meta en la vida era ayudar a la regeneración de la humanidad, una meta que podía llevar a la gente a unirse con la Sabiduría Divina. A mi querida tía no le gustaban los cumplidos, ella encontraría este párrafo embarazaso.

 El recuerdo más antiguo de mi tía es la de una bella dama, radiante y bondadosa, el hada madrina de un niñita…y este sentimiento de magia, misterio, y admiración  fue un tema recurrente en los numerosos años que la conocí. Ella era especial, porque era la hermana más joven de mi padre, su única hermana; y mi hermano, mi hermana pequeña y yo éramos sus niños especiales, porque ella no tenía ninguno propio. Mis padres estaban felices de compartirnos con ella de vez en cuando, aunque vivíamos en diferentes ciudades; ellos tenían una firme confianza en su capacidad para  cuidarnos sola.

 Fue ella quien nos introdujo en las aventuras de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, a Mowgli de El Libro de la Selva y Winnie the Pooh. Todavía atesoramos los libros que ella nos dio. Después de almuerzo en casa de mi abuelo Sri Ram, ella jugaba a las sardinas con nosotros, lo que significaba que teníamos que saltar sobre el gran diván de mi abuela y arrimarnos apretadamente a cada lado de Tía Radha, como sardinas en una lata, mientras ella nos leía historias y nosotros la fastidiábamos con adivinanzas. Incluso inventábamos palabras locas que ella solía usar cuando nos escribía.

 ¡Oh, ella podía ser tan divertida! Unas largas vacaciones de verano, mis padres nos dejaron a mi hermano y a mí con ella, y al término de nuestra visita, habíamos explorado cada palmo de Adyar con su estimulo, habíamos leído cada libro  para niños de la biblioteca, que estaba entonces instalada en el edificio de la administración general. Ella me había enseñado a andar en bicicleta (corriendo junto a la bicicleta rosada que ella alquiló para mí e insistiendo  apropiadamente en que aprendiera  a pedalear y a equilibrarme), nos llevó a nadar numerosas veces y nos invitó a un helado muchas veces más! La Bahía de Bengala entonces tenía aguas limpias de un azul aguamarina y el Río Adyar tan transparente que se podían ver los peces nadando bajo la superficie. Ella usaría su traje de baño rojo oscuro y yo el azul pequeño y me enseñaría a saltar sobre las olas en el mar. Lavaba mi pelo largo y lo trenzaba cuidadosamente, una tarea que disfrutaba hacer antes de ir a trabajar en la Biblioteca, y admiraba en voz alta de su color, que era castaño oscuro con visos de rojo, poco común para un indio del sur. ‘El rojo significa carácter’ decía. Cuando me lastimé, en una caída de la bicicleta, ella curó la herida tiernamente hasta que sanó. Ella siempre estuvo disponible para mí, por muy ocupada que estuviera. Yo dormía en la cama próxima a la suya, y esta práctica continuó por muchos años aun cuando crecí. Toda mi vida me sentí protegida en su presencia, aunque no me favoreciera más que a los demás.

 Me di cuenta, cuando me hice mayor, que brindaba el mismo cuidado a todas las personas y animales. Tenía un corazón muy tierno, oculto algunas veces por palabras severas. Se interesaba especialmente en aquellos que la servían, y siempre les proporcionaba bienestar a sus servidores domésticos.

 Mi tía era mi heroína y me gustaba parecerme a ella. Cuando crecí, comprendí que para ella la única vida digna de vivirse era la espiritual, y debido a que ella estaba interesada en mi bienestar, me ofreció  toda oportunidad posible para llevar una vida así. Tempranamente me introdujo en las Convenciones de la ST en Adyar y otros lugares. Me llevó de viaje por el norte de la India cuando era Secretaria General de la Sección India e hizo posible para mí asistir al Congreso del Centenario en Nueva York. En todas partes me demostró el interés de una madre, cuidando de mi seguridad y comodidad. En retrospectiva comprendo que  ella necesitaba ser una madre para mí, tanto como yo necesitaba que ella lo fuera. Siempre que necesitaba ayuda personal, me lo hacía saber y yo iba a Adyar, como sucedió cuando mi joven prima americana vino a vivir con ella. Innumerables son las cartas que me escribió con su elegante mano, así como los regalos que me dio a través de mi vida; indudablemente regalos tangibles, pero aún más valiosos fueron los intangibles. Si he podido vivir una vida espiritual, es porque ella reconoció mi necesidad de una vida así y me alentó. Cuando tenía veinte años y buscaba respuestas a una experiencia mística transformadora, fue su humildad la que le impidió proporcionarme respuestas. Por el contrario, me interrogó suavemente acerca de la experiencia de modo que ella pudiera aprender de mí. Luego me proporcionó varias oportunidades de crecimiento espiritual, presentándome a Krishnaji y haciendo posible, entre otros hechos, asistir a los retiros de Meditación de Samddhong Rinpoche y Thich Nhat Hanh en Adyar. Ella era una luz guiadora para muchas otras almas también, guiándolas a concentrarse en la vida espiritual más que en la mundanal.

 Cuando mi tía se convirtió en Presidente de la ST en 1980, vio la necesidad de crear literatura teosófica que llamara la atención. Hasta entonces, los libros de la TPH habían sido publicados con tapas blandas, con colores pastel poco inspiradores. Ella me llamó a Adyar para que ayudara debido a mi preparación en la Escuela de Arte. Entre nosotros, libros y revistas enteros fueron rediseñados y desde ese comienzo que sé que ella financió las publicaciones de la TPH han recorrido un largo camino. Ella también introdujo métodos modernos de impresión en Vasanta Press, hasta que, ay! a causa del rápido cambio al software de los computadores no fue económicamente posible para la ST mantener el paso con el mundo tecnológico. Como Presidente, ella intentó mantener un saludable equilibrio entre los métodos modernos y el encanto y estabilidad del mundo antiguo. Este equilibrio se extendía aun hasta su estilo personal de vestir, que reflejaba un impecable buen gusto. El equilibrio más importante, sin embargo, yacía en el papel  de ser Presidente, porque como señala a menudo mi padre, no es fácil ser un Presidente de la ST: el trabajo incluye dar una dirección tanto administrativa como espiritual, y no es fácil unir las diferentes exigencias.

 Mi tía también tomó gran interés en el aspecto de Adyar. Recuerdo que estudié libros sobre árboles y arbustos de flores, en una de mis muchas visitas, que duró algunos meses. Mi trabajo era encontrar árboles apropiados para plantar en espacios vacíos en el predio de Adyar. La acompañaba en sus enérgicos paseos por las tardes, que cada día cubrían diferentes áreas del complejo, de modo que pudiera ver por sí misma dónde se necesitaba atención en su amado Adyar. De esto, aprendí el arte de combinar el trabajo y el placer. Agradable para mí también, era sentarme simplemente a su lado en silencio en la veranda de Parsi Quarters, escuchar los movimientos rítmicos del mar y el viento susurrando a través de las casuarinas. El gran arbusto plumería y el laurel indio que crecían muy cerca de la veranda eran sus amigos. Algunas veces llegaba una lechucita moteada o un Martín pescador de pecho blanco que trinaba su melodía, los ojos de Radhaji se iluminaban por la belleza de la Naturaleza.

 Las horas de las comidas en el Parsi Quarters era siempre un placer porque mi tía era tan cuidadosa de la mesa y sus alimentos como lo era con todas las otras cosas. Ella era una perfeccionista. Las comidas de la tarde eran indias, las de noche eran occidentales. Ella me enseñó cómo hacer una ensalada con aliño francés casero, y sus recetas de sopa eran tan variadas que podía comer una sopa cada noche por semanas sin repetirla. Su casa, inútil es decir, estaba impecable.

 Todo esto era antes de que llegaran los animales. Gatos, perros, mangostas, pájaros, ardillas, todos ellos encontraron refugio en su hogar y ella los recibió teniendo el cuidado de apartar las criaturas peleadoras. Ella escamoteaba diferentes tipos de alimentos para los remilgados comilones y destinaba diferentes espacios para los residentes incompatibles, lo que significaba dormir menos y cierta intranquilidad para ella. Era bondadosa y servicial con las criaturas de Dios, y dejó de lado el estar orgullosa de su casa. Servir a la vida, aprendí, es más valioso y gozoso que mantener las normas y  expectativas de la sociedad.

 En algún punto en mi vida recibí un llamado interno para servir en Adyar y se lo expresé a mi tía. Ella me preguntó, como habría hecho cualquier otro, y me insinuó lo que podría experimentar viviendo allí. Ella fue imparcial. Una vez que fui parte de la comunidad, ayudando en la oficina de la editorial con habilidades que ella misma me había enseñado en el pasado, durante sesiones de corrección de libros en su casa, ella me trató como a otro miembro de la comunidad. Y a mi vez, dejé de referirme a ella como ‘Athai’, que significa ‘hermana de mi padre’, y lo cambié por ‘la Presidente’, como cualquier otro. Sin embargo, cuando la visitaba en su casa y estábamos solas, era todavía como en los antiguos días. Entonces ella me deleitaba con divertidas historias de la familia, me invitaba a comer lo que hubiera para ella, y nos sentábamos hombro a hombro en su pequeño sofá a resolver los últimos crucigramas del Guardian.

 Ahora se estaba volviendo vieja y el mundo había cambiado mucho y con tal rapidez que la dinámica de administrar el estado y la organización, tenían que mantener el paso en alguna medida.  Por citar solo dos ejemplos, la ciudad había crecido rodeando el estado y creaba muchas clases de alteraciones, y se esperaban cambios inmediatos a causa de la comunicación por Internet. La Presidente trabajó lo necesario tan competentemente como fue posible considerando las varias restricciones que enfrentaba Adyar.

 Entonces, solo pocos días antes de su cumpleaños en noviembre de 2006, su salud falló. Este fue un periodo de tiempo muy triste para mí. Ver a mi tía que era sumamente inteligente, fuerte, calmada, de pensamiento claro, luchando por superar los efectos de su enfermedad fue muy doloroso. Una absoluta determinación de llevar a cabo sus responsabilidades, sin embargo, causó una notable recuperación, dejándola con solo una ligera pérdida de memoria de los nombres de las personas. Esta dificultad de la memoria la preocupó mucho, y por lo tanto, me preocupaba a mí también por su bien. Ella continuó con su trabajo por otros siete años, y sus conferencias que siempre habían elevado a la audiencia, continuaban haciéndolo. Vivió su vida para servir a la ST, no para sí misma, y esta fue otra importante lección que aprendí de ella, vivir para los demás no para uno mismo. ‘El arte de vivir es el arte de amar’, decía ella.

 En enero de 2013 le dije a mi querida tía que me iría de Adyar. Ella no intentó detenerme y me preguntó dónde iría y qué haría. Ella siempre era así, no obstaculizaba a las personas en su camino del ‘dharma’. Sus últimas palabras, cuando me fui a despedir a fines de junio, fueron: ‘Nos encontraremos de nuevo’. No sucedió en esta vida. Ella pasó a la Paz solo cuatro meses después, en la misma casa donde había nacido. Yo estaba en ese momento en un lejano y pequeño pueblo en el noroeste de India y no podía llegar a Adyar a tiempo para presentar mis últimos respetos al cuerpo físico, que había contenido un espíritu que amé y que me amo. No importa, como habría dicho mi tía, porque estoy  esperando el momento en que ‘nos encontremos nuevamente’.