martes, 1 de septiembre de 2015

Recordando una mente alerta


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TIM BOYD
Presidente Internacional de la Sociedad Teosófica

 La primera vez que vi a Radha fue en la ciudad de Nueva York en noviembre de 1975. En ese momento más de mil teósofos de todo el mundo se habían reunido para la celebración del centenario de la fundación de la Sociedad Teosófica. Tengo en mi mente la imagen de una mujer de porte sereno, delgada, con pelo negro, intensos ojos oscuros, vistiendo un elegante sari. Estaba sentada en el estrado en el gran salón de baile del Hotel Sheraton junto con John Coats, Dora Kunz, Rukmini Devi, Joy Mills, y otras luminarias de la Sociedad Teosófica de la época. Ella era la Secretaria General de la Sección India. Había ingresado a la ST un año antes.

Recuerdo que en esa tarde se dieron una serie de conferencias, y probablemente ella dio una. Después que el programa formal concluyó fue presentada a nuestro grupo que había venido de Chicago. Recuerdo que escuchaba atentamente cómo describíamos las cosas que estábamos haciendo y tratando de hacer. En ese momento Radha no conocía a ninguno de nosotros, y muchas personas estaban compitiendo por su atención. Lo que me viene a la mente acerca de esa primera reunión es el sentido de que ella estaba completamente presente. No había sensación de que su atención vagara sobre la multitud, o en la siguiente cosa que diría, o en la persona a la que ella saludaría. A mí me impresionó. En algún lugar en casa, en una caja, tengo una foto de ese momento.

Después,  durante muchos años la vi brevemente en sus visitas regulares a los EE.UU. Cada vez que hablaba, yo iba a escucharla. Ella no hablaba como los demás conferenciantes teosóficos que había oído. Apreciaba interiormente la profundidad de su pensamiento y la originalidad de expresión. Aunque es probable que sea superficial, también me gustó el hecho de que ella hablaba en general sin notas referenciales. Miraba a los ojos de su público, incluyéndome a mí, y se conectaba. Comunicaba la sensación de que sabía lo que estaba hablando. Aunque nunca tuve la oportunidad de decírselo, años más tarde, cuando me convertí en un orador para la Sociedad Teosófica en EEUU, su forma de presentación y la profundidad de la relación que ella era capaz de establecer,  influyó en gran medida en mi propio enfoque para hablar en público.

En breves reuniones ocurridas durante un período de años llegamos a conocernos. Mi consideración por ella creció. Si bien es un deseo normal querer estar cerca de gente sabia, hay cierto valor en el tipo de distancia y en las reuniones periódicas que caracterizaron nuestros encuentros. La persona que ella era y las cosas acerca de las cuales ella iba a hablar, las analizaba, observaba y probaba en el tiempo. Siempre, en ese proceso se revelaron nuevos niveles de significado.
En una de sus visitas, había programado una reunión privada con ella. Ella me invitó a encontrarnos en su habitación en la sede nacional Olcott. Tuve un sentimiento de indecisión acerca de esta reunión. En el pasado, cuando nos reuníamos, siempre hablábamos de los aspectos del trabajo de la Sociedad Teosófica, de su gente, ideas y eventos. Esta vez tenía que hablar con ella acerca de un asunto personal. Un amigo en común me había animado a buscar su aporte. Yo sabía que el tema iba a ser un desafío para una mente convencional. Nos sentamos e intercambiamos esas bromas que Radha permitía, entonces nos sumergimos en el asunto en cuestión. Resultó ser uno de los intercambios más vivificantes que recuerdo haber tenido con nadie. Hablando con franqueza, la frescura de su pensamiento y la voluntad de ir más allá de las tradiciones anticuadas me sorprendió. A partir de ese momento, el alcance de nuestras conversaciones esporádicas se profundizó significativamente.

En sus últimos años, mi papel oficial en Norteamérica se  volvía más importante. Yo no tenía ni idea de que ella era consciente de los cambios en mi rol, pero de vez en cuando las personas que regresaban de Adyar me comentaban acerca de las reuniones que tenían con Radha en las que ella hacia algún comentario  favorable de mí. Era algo a la vez humilde y tranquilizador. Me causó una profunda impresión. Lo impresionante fue el darme cuenta de cuán profundamente estaba en contacto con los asuntos de la Sociedad Teosófica en todo el mundo, y cuánto se preocupaba por su vida y su futuro.

En 2012 visitó los EEUU por última vez. En ese momento yo era presidente de la Sociedad Teosófica Norteamericana. En la convención internacional, en diciembre del 2011, la invité a venir a Olcott en esta visita. Estando en Olcott pudo visitarme en mi oficina. Se cancelaron todas las demás citas. Ella sentía la necesidad de hablar en detalle acerca de sus preocupaciones por la Sociedad Teosófica, sobre los problemas que enfrentaban varios países alrededor del mundo, sobre la naturaleza y las necesidades de su cargo como Presidente. Fue una conversación de gran envergadura que tuvo lugar en plazos durante una serie de días. Ella estaba tan lúcida como siempre, pero su nivel de energía había disminuido. Después de una hora o un poco más, podíamos levantar la sesión y volver a estar juntos cuando ella había descansado. Cuando se fue, ambos sabíamos que ésta había sido su última visita.

Ahora, mis días transcurren viviendo la vida que ella describía, enfrentando las preocupaciones con las que ella luchó. Me siento en la silla que ocupó durante tantos años, en el escritorio  donde escribió y pensó. Me siento bendecido por haberla conocido en el camino que ella me dejó, y haber crecido bajo su sombra trabajando por la Sociedad Teosófica. Una fortuna inmensa de cómo llegué a conocerla, es que ella no me presionó para intentar cubrir su espacio. Eso sería imposible. Era una persona  original que se atrevió a descubrir y vivir un camino único para ella. El mayor homenaje con el que podemos retribuir es no tratar de imitarla,  sino crearnos a nosotros mismos,  como ella lo hizo.