miércoles, 30 de abril de 2014

El ser interior



 MARY ANDERSON

Fue vice-Presidente internacional de la Sociedad Teosófica.

En un antiguo relato, había una vez un bello monasterio sobre la cima de una montaña, pero el abad y los monjes estaban muy preocupados. Los monjes mayores envejecían y morían. No había novicios que se sintieran atraídos a la vida contemplativa. El monasterio podría desaparecer y convertirse en ruinas, o volverse un mero monumento, una atracción turística, una bella ruina.

   El abad decidió consultar a un sabio Rabino que vivía un poco más abajo, en las montañas. Cuando el Rabino supo cuál era el problema, sonrió y dijo: “No se preocupe. Todo estará bien, ¡porque el Mesías está entre ustedes! ¡Susurre este secreto en el oído de cada uno de sus monjes!”

   El abad le agradeció al Rabí, regresó al monasterio e hizo lo que le había aconsejado. Gradualmente la actitud mutua de los monjes cambió. Cada uno de ellos reflexionaba: “¿Quién es? ¿Quién es el Mesías? Tal vez es el Hermano Santiago, que no me gusta, o el Hermano Juan, con quien tuve una actitud desagradable el otro día.” Así todos comenzaron a ver a los demás con una nueva luz y a tratarse con un respeto y afecto nuevos. A alguien se le ocurrió: “¡Tal vez yo soy el Mesías! ¡Entonces debería comportarme mejor!” Una atmósfera totalmente nueva reinó en el monasterio, una atmósfera de amor y de consecuente paz y armonía.

   Como siempre, visitantes ocasionales llegaban al monasterio: turistas, montañistas, caminantes, mochileros y mucha gente joven. Muchos de ellos percibieron la maravillosa atmósfera del monasterio: el afecto, la paz, la dicha, la armonía entre los monjes. Regresaron a casa y se lo dijeron a sus amigos, algunos de ellos se interesaron en la vida monástica e ingresaron al monasterio.

   Esto no es sólo un cuento de hadas, porque el “Mesías” está ciertamente en cada uno de nosotros. El ser interno de cada uno de nosotros, y por cierto de todos, de cada ser vivo, es divino. En A los Pies del Maestro se dice:

 Aprended a reconocer a Dios en todos los seres y en todas las cosas, prescindiendo del mal que puedan presentar en la superficie. Podéis ayudar a vuestros hermanos por medio de lo que tenéis de común con ellos, esto es, la Vida Divina. Aprended a despertarla y a vivificarla en ellos, así los salvaréis del mal.

  Existe un bello refrán: Cuando la gente ve lo divino en otro “el Espíritu salta al Espíritu a través del velo de la carne”.