miércoles, 29 de septiembre de 2010

¿Por qué pensar? ¿Importan las ideas? Radha Burnier


Los miembros de la Sociedad Teosófica deben pensar seriamente en cuál debería ser su comportamiento, sus pensamientos y actitudes, ante las distintas circunstancias de la vida. No es fácil y hay que practicarlo y vivirlo durante cada una de las encarnaciones. Afrontamos numerosas circunstancias diversas en la vida. Nos acostumbramos a ellas, y actuamos como las demás personas del mundo, pero tal vez no sea lo más adecuado. Nuestras circunstancias las establece el Karma de cualquier manera, aunque solemos pensar que ocurren porque sí. Así pues, reflexionamos muy poco en todo lo que hacemos. Generalmente, usamos sólo una pequeña parte del cerebro y actuamos mecánicamente. Un verdadero teósofo, no sólo un miembro de la Sociedad Teosófica, no puede permitirse actuar sin pensar, puesto que intenta ser un servidor de la humanidad. Toda la comunidad humana tiene que elevarse hasta cotas más altas y aprender constantemente a ser fraternal. Esto significa que no podemos pensar y actuar como cualquier otra persona, sino aprender a renunciar a los instintos y respuestas de los animales y ser más refinados y más sabios después de cada vida. Por esto, es algo esencial observar y reflexionar sobre lo que estamos haciendo, lo cual, naturalmente, incluye nuestras palabras, pensamientos y respuestas a las distintas situaciones con las que nos enfrentamos. Todos nos encontramos ante situaciones nuevas de vez en cuando. Esta nueva situación puede considerarse desde  un punto de vista del pasado o de una forma más reflexiva. Pensemos, por ejemplo, en lo que suele decir la gente, o algunas personas, sobre una determinada acción o incidente, generalmente en el trato con alguien con quien se tienen diferencias. La tendencia es llegar a conclusiones rápidas sobre lo que debería haber hecho la otra persona. Pero hay distintas maneras de mirar cada situación. Quizás la otra persona haya considerado la situación de cierta manera, mientras que nosotros la miramos de otra. ¿Acaso se nos ocurre la posibilidad de que una misma situación despierte distintas actitudes en cada persona, o simplemente saltamos a la conclusión de que sólo hay una manera, la nuestra, y que la otra persona se equivoca? Así es como ocurren los malos entendidos que, gradualmente, se desarrollan en facciones. El teósofo tiene que ser alguien que no pertenezca a ninguna  acción. Puede que actúe de determinada manera, pero, al mismo tiempo, es consciente de que cada persona mira los incidentes de la vida a su manera. Esto no significa, por supuesto, que consideremos que todos los modos de actuar son correctos, pero implica que, en cada momento, tendremos una actitud comprensiva y compasiva ante lo que hacen los demás y el por qué lo hacen. En un artículo de Adam Phillips y Barbara Taylor publicado en The Guardian Weekly (30-1-09) citaban a Marco Aurelio, emperador de los romanos, declarando que la bondad era la más grande maravilla de la humanidad. Es una hermosa frase, pero aparte de reconocerlo, la mayoría de la gente no presta atención al significado que hay detrás  de esas palabras. Es muy difícil ser siempre bueno, especialmente cuando la otra persona parece estar equivocada o comete actos que no nos parecen correctos según nuestra manera particular de responder. Los autores antes mencionados consideran que la bondad es algo específico del Cristianismo, asociado con el dicho de que: “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Pero esta idea generalmente se contradice con las actitudes que imperan hoy en día, caracterizadas por el individualismo. La bondad puede considerarse una virtud, excepto, naturalmente, cuando se trate de defender nuestros derechos, es decir nuestro interés. La bondad no se considera una virtud que tenga que practicarse en circunstancias difíciles. De hecho, la gente que es muy buena ¡puede acabar incluso siendo sospechosa! Hemos de preguntarnos si esta actitud es la correcta. Si queremos trabajar por una condición mejor, ¿puede la autonomía cumplir las necesidades innatas del hombre? Muchas personas consideran el egoísmo como algo negativo y por eso externamente son buenas y amables, pero en el interior de su corazón no son tan buenas como parecen. Sin embargo, religiones como el Budismo abogan por una actitud de verdadera amabilidad y bondad hacia los demás. No abogan por criticar a las otras religiones. El Dalai Lama, por ejemplo, no habla nunca mal de otras religiones ni estilos de vida. Pero esto es una excepción. La actitud general es la de una competición entre religiones y se olvidan las enseñanzas fundamentales. La pregunta importante es si lo que quieren los seres humanos es ser amables y buenos o si lo son cuando les conviene. Los seres humanos adoptan sin pensar sentimientos de miedo y de sospecha, sin darse cuenta de que todo lo que está en contra de la bondad es un asalto a la esperanza. Similares a la amabilidad son algunos otros sentimientos como el amor en el verdadero sentido, la verdad constante y la bondad que es inalterable. La gran diferencia entre la gente que puede elevarse por encima de lo que consideran humano y otros que naturalmente tienden a hacer lo que está por encima de lo normal, es si estos últimos pueden cambiar su idea de la supervivencia. Cada animal sobrevive a su manera, pero el ser humano no tiene que continuar adoptando reacciones animales para poder sobrevivir. Puede llevar una vida totalmente diferente, como una persona que practica las cualidades espirituales bajo todas circunstancias. Es capaz de liberarse completamente de las acciones producidas por el miedo a no sobrevivir. Desde este punto de vista, la enseñanza  de la reencarnación es muy valiosa. La mayoría de le gente cree que tiene que sobrevivir lo más posible en esta vida porque no están seguros de vivir ninguna otra, pero los que aceptamos la reencarnación sabemos que vamos a sobrevivir al cuerpo. Así pues, nuestras creencias o nuestro conocimiento influyen en nuestras acciones, y los pensamientos basados en las creencias tienen valor, porque nos ayudan a vencer el miedo, el odio o la suspicacia. El teósofo debería caracterizarse por una actitud diferente de confianza en una interpretación más amplia.