miércoles, 7 de diciembre de 2016

Invertir la corriente: Una elección conciente


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Tim Boyd

 Todos somos conscientes de la idea evidente, básica y universal, de que formamos parte de ciclos. Lo vemos en todos los aspectos de la vida. Es una de las Proposiciones dentro de nuestro canon teosófico, cosas tan sencillas como el día y la noche, cada aliento que inhalamos y exhalamos y el cambio de estaciones. En nuestro planteamiento teosófico también pensamos en términos de manvantara y pralaya, la exhalación e inhalación de los universos. Hay muchos ciclos mayores, pero me gustaría hablar de uno específico para el viaje del desarrollo en el que estamos todos implicados.

El ciclo fundamental del desarrollo del alma tiene su raíz en nuestra literatura y estudio, es el viaje de ida y vuelta, el viaje al exterior, a la manifestación, y el de retorno. La parte externa está descrita en las historias de todo el mundo. Toda tradición espiritual tiene historias de estos ciclos, porque están relacionados con cosas grandes y porque están relacionados con nosotros individualmente. Una descripción típica de esas historias es la que muestra un personaje que representa el alma y que abandona su hogar o su reino para irse a tierras lejanas. En esas tierras tiene algunas experiencias, a veces olvida las glorias de su propio reinado, y vive de la misma manera que la gente de esas tierras lejanas. Pero llega un momento en el que el alma empieza a recordar y con eso comienza un aspecto completamente nuevo del ciclo.

Una historia que describe todo esto de forma vívida es el Mahabharata, donde el clan de los Pandava pierde su herencia y tiene que vagar, luchar y viajar hasta conseguir la victoria final en la batalla. También la vemos descrita en la vida de los grandes seres. El Buddha dejó su reino, su vida principesca, para emprender ese viaje hacia la iluminación. H.P. Blavatsky dejó su hogar a los 17 años y se fue sola en busca de una sabiduría más profunda que la llevó a viajar por el mundo durante los restantes cuarenta y tres años de su vida.

Una historia espiritual integrada en la tradición occidental, la del Hijo Pródigo, es una descripción excelente del mismo viaje de ida y retorno. Es la historia de un gran hombre cuyo hijo un día decide marcharse de casa porque quiere viajar. Pide y recibe toda su riqueza, que se lleva consigo en un viaje que hace a tierras lejanas. Por el camino, va perdiendo gradualmente toda la riqueza que le han dado. La dilapida en el viaje a la tierra lejana de la implicación material en la materia. En un momento determinado se encuentra lejos de su casa y tiene que llevar la dura vida de la gente de aquellas tierras, viéndose obligado a aceptar los más humildes empleos para poder comer. En esa cultura particular, el empleo más inferior era el de dar de comer a los cerdos y ése era el trabajo que estaba haciendo el hijo de un gran señor.

En esa historia la hambruna se apodera de la tierra. El hijo se muere de hambre, ya que le falta el alimento espiritual. Tiene tanta hambre que se come la comida destinada a los cerdos. Es la descripción del descenso más profundo del alma. Es el punto crítico de la historia y también para nosotros. Lo que ocurre en la historia describe el proceso en el que estamos inmersos ahora. En este momento de desesperación el hijo recuerda su estado anterior y que es el hijo de la divinidad y la forma en que vive y se conduce está completamente alejada de su verdadera naturaleza. Es el momento crítico porque aquí es donde empieza el viaje de retorno.

En los escritos teosóficos se habla de este ciclo de ida y retorno en las Tres Proposiciones Fundamentales. En la tercera Proposición se dice que hay un peregrinaje obligatorio para cada alma. Cada alma tiene que hacer su viaje. El viaje de ida está dictado por lo que se dice en esa tercera Proposición, que la individualidad se adquiere primero a través del impulso natural, o sea que en la parte externa del viaje es la fuerza impulsora de la Naturaleza la que nos empuja. No se trata de una elección consciente sino de una reacción a los efectos e impulsos de la Naturaleza.

Durante esa parte del viaje nos vemos empujados por la Naturaleza, que divide al mundo en formas que nos son familiares: en lo que nos es agradable y en lo que nos causa dolor y el resto es neutro. Según el modo en que funciona la conciencia, cogemos lo agradable y nos resistimos a lo que nos causa dolor. Ese hábito de la mente nos impide tener cualquier experiencia genuina del mundo, porque la mente divide al mundo en falsas categorías de lo que nos gusta y lo que no, lo que anhelamos y lo que apartamos.

El problema clave para el individuo es que hay un punto importantísimo del despertar al cual conseguimos finalmente llegar. Para dar un ejemplo de ese proceso, imaginad lo que ocurre si alguien dispara una flecha al aire. La flecha es lanzada con una fuerza que la empuja. En el viaje de ida esa fuerza disminuye, la flecha se ralentiza, se detiene y después comienza su viaje de retorno a la tierra de donde salió.

Las enseñanzas ocultas hablan de un momento de nuestro desarrollo en el que tenemos el potencial de acelerar el viaje de regreso al hogar. El punto en el que esta aceleración tiene lugar es el punto en el que nosotros, como familia humana, nos encontramos ahora. Por supuesto,  siempre hay personas que se hallan más adelante en la curva. Ese movimiento propulsor nos impulsa cada vez más profundamente a asociarnos con la materialidad. Pero cuando ese movimiento empieza a ralentizarse, tenemos por primera vez la oportunidad de hacer una elección genuina, y no una simple reacción a los impulsos de la Naturaleza. Tenemos la ocasión de hacer elecciones de manera consciente. En esa tercera de las Tres Proposiciones Fundamentales de la Doctrina Secreta, cuando se alcanza este punto, guiamos nuestro desarrollo a través de “esfuerzos auto inducidos y auto elaborados”. Tomamos el control y ejercitamos la conciencia que ha crecido en nuestro  interior durante el curso del largo vuelo hasta la existencia material y ahora determinamos la mejor forma y la más expeditiva, no sólo para nosotros sino para todos los seres, de hacer el viaje de regreso a casa. Éste es el punto en el que nos encontramos ahora.

Si éste no fuera el nivel de nuestro desarrollo, algo como la Teosofía carecería de significado para nosotros. El momento en el que empieza el viaje de retorno es el momento crítico de toda esta historia. En este viaje de retorno a casa, lo que más nos interesa es la opción que elegimos continuamente del “Conócete a ti mismo”. Se trata de un proceso en el que nos vamos conociendo de forma cada vez más profunda. El yo, apartado de la realidad más amplia en la cual existe, carece de significado y es ilusorio. El único yo que tiene significado es el que está relacionado inextricablemente con la vida superior dentro de la cual todos los seres viven, se mueven y tienen su existencia.

La unicidad puede experimentarse de muchas maneras. Un ejemplo que estoy utilizando actualmente es el del cuerpo humano. Dentro de él hay múltiples trillones de vidas individuales, o células, que componen el cuerpo. De alguna manera, a toda esa comunidad de vidas la llamamos “yo”. Pero si tomamos el ejemplo de cualquier célula y nos preguntamos qué es lo que motiva a ese organismo singular durante el curso de su vida cotidiana, veremos que probablemente no le importe mucho lo que digamos en una Convención de la Sociedad Teosófica, ni tampoco las facturas que hemos de pagar o los libros que decidimos leer. El requisito básico para esa célula individual es tener un clima acogedor, un equilibrio ácido adecuado a su alrededor, suficiente alimento y la capacidad de reproducirse.

Con nuestra imaginación, podemos suponer que, entre todos esos trillones de células, a una de ellas se le ocurra que aquí está ocurriendo algo más grande. Supongamos que a la célula se le ocurre que desea saber más de la vida más grande dentro de la cual vive y se mueve.  Eso sería un ejemplo de una célula espiritualizada. No tiene posibilidad de comprender la enormidad del cuerpo en el que reside. Es demasiado enorme. Y eso es algo similar a nuestra condición. Nos estamos preguntando cosas sobre esa Vida Más Grande y tenemos vagas experiencias respecto a ella. En un momento determinado nos comprometemos a profundizar en nuestro conocimiento y a tratar de conducir a otros en esa dirección.

Cuando se le pidió a HPB que describiera lo que es un ser humano, su respuesta fue que es el espíritu superior y la materia inferior enlazados por la mente. En la Doctrina Secreta el proyecto humano es el resultado de la unión de las tres corrientes evolutivas, la espiritual, la intelectual y la física. Estas cosas parecen muy sencillas porque tendemos a relacionarlas con nosotros; el espíritu superior está “dentro de mí”, la materia inferior es “mi cuerpo”. Pero ella hablaba de algo mucho más importante. No solamente esas corrientes están activas dentro de nosotros, sino que hay todo un espectro de inteligencias que participan en este proyecto. Cada uno de nosotros es el producto de la presencia participativa de los más altos Dhyani Chohans, así como de la clase más inferior de los elementales. Somos seres complejos. La unidad que queremos explicar tiene su propia complejidad.

Por esto, para nosotros como humanos, la comprensión de esta complejidad es lo que se busca con el proyecto humano. En Luz en el Sendero se nos aconseja “buscar en la tierra, en el aire y el agua los secretos que guardan” para nosotros, mirar en nuestro interior, examinar las distintas corrientes y preguntar cuáles son esos secretos que las distintas inteligencias superiores que actúan dentro de ese proyecto humano tienen para nosotros. “Preguntad a los Santos Seres de la tierra los secretos que guardan” para nosotros. “Preguntad al Uno, al más interno, su secreto final” que ha estado siempre guardado para nosotros. Ése es el proceso en el que nos implicamos cuando llegamos al nivel de poder elegir finalmente de forma consciente.

Para dar otro ejemplo, en 1980 tuvo lugar un importante cataclismo en la costa oeste de los Estados Unidos. Fue la erupción masiva de un volcán situado en el estado de Washington, el Mount Saint Helens. Fue algo repentino, aunque los científicos ya sabían desde hacía tiempo que ese volcán estaba a punto de estallar. Habían visto cómo abultaba la ladera norte del volcán y por debajo habían empezado las sacudidas regulares de algunos terremotos. Todo les hacía pensar que estaba a punto de ocurrir alguna actividad y así fue, en mayo. Un terremoto hizo desaparecer una parte de la ladera de la montaña, mostrando los ríos de lava ardiendo que había por debajo y haciéndola estallar. Fue extraordinario y se filmó todo en una película, pero devastó todo el entorno. No sobrevivió nada; murió todo en kilómetros a la redonda.

Unos tres o cuatro años después del terremoto, yo sobrevolaba el lugar en dirección al noroeste y el piloto pasó por encima de la misma montaña. Me habían dado el asiento al lado de la ventanilla. Cuando miré abajo, nunca había visto nada parecido. Era como si estuviera viendo la faz de la luna. No había señal de vida alguna en ninguna parte, todo estaba cubierto de ceniza gris o negra. Antes del terremoto, había un bosque de pinos muy altos alrededor del volcán. Por la fuerza del estallido, todos los árboles habían sido arrancados de cuajo y se veían las raíces orientadas en dirección al origen del estallido. Aquellos enormes árboles caídos parecían los palillos con los que juegan los niños. Era el despliegue más increíble de fuerza natural y de su capacidad para la devastación.

Unos diez años más tarde volví a sobrevolar la misma montaña. Con el recuerdo de lo que había visto antes, miré por la ventanilla para ver qué imagen se me ofrecería ahora. Lo que vi fue algo totalmente distinto. Aunque se podía ver todavía la silueta de algunos árboles caídos por debajo, la tierra había florecido con nueva vida. Dondequiera que mirara todo estaba verde, una vida verde y floreciente. Los animales pudieron volver de forma totalmente renovada; florecían ellos también. La tierra, que se había visto regenerada por la ceniza volcánica, era más productiva de lo que había sido nunca. De la devastación total y yerma, estaba naciendo en abundancia una nueva vida. Fue una visión extraordinaria pero también me hizo reflexionar.

A veces nos enfrentamos a ciertas situaciones en nuestra vida como individuos y como familia humana. Ahora, como siempre, hay decisiones que podemos tomar si estamos lo suficientemente presentes, conscientes y dispuestos a atrevernos a tomar esas decisiones. En la vida oculta tenemos un dicho que dicta nuestro comportamiento: saber, querer, osar y callar, siendo el “callar”, naturalmente, el más difícil de todos. En un momento determinado, sabemos; tenemos el conocimiento. Nadie tiene que decirnos que en ese punto de la historia de la humanidad nuestro comportamiento como familia humana está afectando al planeta de forma grave. Hace cuatro semanas en Adyar, cuando las inundaciones lo invadían todo, no había electricidad y habían desaparecido todas las artimañas del progreso humano tan avanzado, moderno, civilizado y maravilloso, nosotros lo sabíamos.

Nosotros mismos hemos creado esas situaciones. Ya sea a nivel personal o de toda la humanidad, cada vez que experimentamos épocas de devastación, de alguna manera tiene lugar una respuesta; no es una reacción, sino una respuesta. A partir de los millones de vidas que se perdieron en la Segunda Guerra Mundial, de todas las expresiones no sólo de desigualdad, sino de odio de otros seres humanos y grupos de seres humanos, emergimos del cataclismo con un mundo devastado. De eso nació el hermoso documento que se ha convertido en el modelo por el que deben regirse las naciones: la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Es un maravilloso documento cuya lengua original es casi idéntica al primer Objetivo de la Sociedad Teosófica. Las distinciones, discriminaciones y odios basados en raza, religión, género, casta o preferencia sexual son artificiales y contraproducentes para el desarrollo humano.

En la tradición de la Sabiduría Perenne, tenemos el concepto del upadhi, o vehículo. Es un vehículo que capacita la expresión de algo de nivel superior. Así la mente es el vehículo de la inspiración espiritual o buddhi. La sustancia es el upadhi del espíritu. La compasión, que es la Ley de leyes, la naturaleza de nuestro ser, que está conectada con esa experiencia de unicidad, también requiere su vehículo. ¿Cuál es el vehículo de la compasión en este mundo? ¿Por qué somos compasivos? La pregunta más importante es: “¿Por qué no somos compasivos?”

El vehículo de la compasión es esa mente, o conciencia, que es responsable, es decir, capaz de responder. La responsabilidad es el florecimiento de todo el trabajo que hemos hecho en esta vida y en vidas anteriores y que nos hace capaces de responder. Solamente cuando llegamos a ese punto de nuestro desarrollo en el que somos totalmente capaces de hacer una elección consciente puede decirse que somos “responsables”, verdaderamente capaces de responder.

En la física cuántica tenemos el concepto del salto cuántico. Parece una idea puramente científica, pero es algo que vemos normalmente en la vida. La idea es que cuando tenemos un electrón que rodea al núcleo de un átomo, cierta cantidad de energía se invierte en ese electrón y, de repente, se mueve hacia una órbita completamente nueva. No pasa por el espacio que lo separa de la nueva órbita, se mueve súbitamente, totalmente y completamente, a una nueva órbita. Podemos verlo también, no ya con un microscopio de electrones, sino en cosas como la Primavera Árabe, las manifestaciones de Tiananmen Square, con nuestra propia experiencia repentina de un nuevo nivel de visión o con la caída del Muro de Berlín. Un día la gente se fue a dormir y el Muro seguía allí. Al día siguiente se despertaron y el Muro estaba desapareciendo.

El trabajo interno de la conciencia centrada tiene efectos de largo alcance. Cada uno de esos ciclos de los que hemos hablado tiene su momento. Cuando llega ese momento, se convierte en una fuerza irresistible. El papel de todos nosotros es el de optar responsablemente por acelerar su llegada. Y esto ocurre de muchas maneras.

En mi zona de los Estados Unidos, en esta época del año hay nieve en el suelo, pero cada invierno, sin falta, el invierno se convierte en primavera. Cuando llega ese momento, tanto si hay nieve en el suelo y un poco de escarcha en el aire como si no, veréis cómo las flores se abren camino a través de la nieve. Es algo irresistible cuando llega el momento de esa fase del ciclo. Y nosotros formamos parte de esos ciclos internamente. Si hemos estado haciendo nuestro trabajo adecuadamente, somos conscientes de que llega una nueva época. Esta época entra en otra, primero de forma sutil, pero después de forma repentina y completa.

Actualmente estoy viajando mucho por el mundo y dondequiera que voy encuentro personas como nosotros, que sienten que el refinamiento de la conciencia tiene un valor. En todo el mundo hay gente como nosotros que están trabajando en esos campos, sin saber ni cuándo ni por cuánto tiempo y sintiéndose de algún modo separados y solos. No se trata de una información que aparezca en los medios de comunicación. Lo que no se dice en las noticias es el movimiento de la conciencia que está ocurriendo en el mundo actualmente, donde pequeños grupos de personas están encontrando su camino hacia otros pequeños grupos de personas. La conexión se está haciendo. De hecho, ya se ha hecho. ¿Cuando llegará el momento en que esta malla represente nuestro nuevo modelo? Esperemos que sea en nuestra época. Definitivamente será pronto.

Estas son las pautas que os pido que tengáis en consideración y las cosas a las que habría que prestar atención. La compasión y la responsabilidad universal. Cada uno está en posición, en esta etapa del desarrollo, de ser responsable, de elegir y de elegir sabiamente. Conectemos con esa compasión que es nuestra genuina naturaleza. No tenemos enemigos que se definan por su nacionalidad. No hay ninguna nacionalidad que sea nuestro enemigo, pero sí que tenemos enemigos. Nuestros enemigos más intratables se hallan en nuestro interior, esos pensamientos egoístas que nos separan de la experiencia de la corriente libre del amor y la compasión. Ése es el enemigo, porque nos tiene encarcelados. Es también un enemigo sobre el que tenemos un completo control, si realmente creemos tener control alguno. Si podemos auto convencernos de eso, el resto será fácil.

Madame Blavatsky dijo una vez que había dos voces a las que escuchaba y obedecía sin rechistar: la voz de su propio yo superior, con la que estaba suficientemente conectada como para poder saber cuándo le hablaba y la segunda era la voz de su Maestro. Su acceso a esas voces no era único. Nosotros también lo tendremos si lo pedimos, si queremos escuchar, si queremos oír y saber lo que nos dice, si estamos dispuestos a querer hacer lo que ya sabemos. Si deseamos osar movernos en este mundo de forma opuesta a la corriente del comportamiento convencional. Ésa es la corriente que hemos venido a invertir. Es difícil al principio; requiere un enorme esfuerzo antes de poder eliminar todo esfuerzo, pero una vez establecida, será una conducta que no nos costará nada. Sabedlo, convertidlo en parte de vuestra voluntad, atreveos a dar ese paso y sabed también que no lo estáis dando solos. Puede que no los veáis  a vuestro alrededor, pero no estáis caminando solos. Y callad.

Callad y conoced qué es aquello que os está susurrando continuamente en vuestro interior, esperando a ser oído.