miércoles, 9 de marzo de 2016

Sobre La Voz del Silencio


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 Tim Boyd.

Este es el Congreso del Sur de la India número 92, pero para mí es el primer Congreso del Sur de la India al que asisto. Me alegro mucho de estar aquí. He viajado desde muy lejos y llegué anoche a las dos de la madrugada. Por el camino tuve mucho tiempo para pensar en el tiempo que pasaríamos juntos, en el significado de este trabajo que estamos haciendo, y en nuestro estudio de La Voz del Silencio. Una parte de mi viaje hasta aquí  me ofreció la oportunidad de tener cuatro conversaciones fascinantes con cuatro personas distintas en cuatro lugares diferentes de mi ruta.

La primera de esas conversaciones empezó con el caballero que me recogió en mi casa de Wheaton, Illinois. Su familia era de Pakistán. Cuando se enteró de que venía a Chennai estuvo muy contento, porque poco sabía yo que el capitán del equipo de cricket de la India es de Chennai. El cricket parece algo muy alejado de mis pensamientos sobre La Voz del Silencio, pero aquel hombre hablaba con tanta pasión de su interés e implicación en este deporte que los cuarenta minutos del trayecto hasta el aeropuerto pasaron volando. Cuando vuelva a los EEUU, voy a volverlo a ver, para que me pueda enseñar más cosas de este maravilloso deporte.

La segunda conversación ocurrió mientras hacía cola en el aeropuerto. Había una joven a mi lado. Acababa de llegar de Hawai e iba de camino hacia Alemania. Tenía dos trabajos: en Hawai daba clases en una escuela experimental, y en Alemania trabajaba como chef de pastelería. Era muy apasionada y se sentía muy agradecida por tener una vida tan rica y tan diversa. De alguna manera había conseguido combinar estas dos actividades tan distintas. Había visto que la misión de su vida en aquellos viajes era tener la oportunidad de conectar con personas de todo el mundo. Era algo que la inspiraba. Aunque no había oído hablar de la Teosofía, tenía la sensación de ser un alma vieja.

La tercera conversación, y probablemente la mejor, fue con una mujer que estaba sentada a mi lado en el avión. Era una mujer muy sencilla de un pueblo tribal de Argelia, del norte de África. No hablaba ni el inglés ni otra lengua fácilmente reconocible; yo tampoco hablaba ni entendía ninguna de las cosas que decía,  y sin embargo tuvimos una conversación de casi media hora, durante la cual me comunicó profundamente una sensación abrumadora de cordialidad hacia mí. Sin tener el beneficio de la lengua,  hablaba elocuentemente. Me acariciaba la cara y sonreía,  y yo le enseñé a abrocharse el cinturón de seguridad, todas cosas muy simples.

La cuarta conversación tuvo lugar en el autobús que me llevó hasta el último avión que me trajo a Chennai. Resulta que la mujer sentada frente a mí había nacido y crecido en el barrio donde yo crecí en  Nueva York y había ido a una escuela contra cuyo equipo habíamos competido  en Nueva York también, luego se trasladó a Chicago, adonde yo también me había trasladado y ahora estaba de camino a Chennai para trabajar con una serie de equipos de personas del mundo de la empresa.

Todos fueron encuentros que no tenían, aparentemente, nada específico que los relacionara con la Teosofía o con el trabajo interno que hacemos. Podrían verse como unos simples encuentros casuales. Sin embargo, después de esas conversaciones, cada una de aquellas personas cuyo camino se había cruzado con el mío me dejó impresionado. Todos estábamos viajando, y nos dirigíamos a distintos lugares del mundo, pero de alguna forma, en ese tiempo en el que estuvimos uno en presencia del otro, conectamos y nos hicimos cambiar mutuamente, quizás sólo sutilmente, para siempre. Me hizo pensar que la naturaleza de la experiencia humana es exactamente la de ir dejando impresiones. En cada momento estamos dejando la impresión de la calidad de nuestra conciencia en el mundo que nos rodea. Para los sabios, estas impresiones son muy deliberadas y necesariamente útiles. Para los que no lo son, dejamos nuestras impresiones mediante reacciones, de forma irreflexiva, indisciplinada e incontrolada. Probablemente la mayoría tenemos una mezcla de sabiduría y de falta de ella.

Uno de los fines de volver a introducir la sabiduría de la Teosofía en nuestra época ha sido el de intentar elevar la naturaleza de estas impresiones que estamos dejando continuamente en el mundo y en nosotros mismos, el de volver a darle a la humanidad el papel que representa de manera única en la economía de la Naturaleza.

Como teósofos, que hemos tenido el beneficio de conocer las enseñanzas de la sabiduría de la Teosofía, podemos identificar lo que han descrito como las tres joyas del mundo teosófico. Tres libritos que han formado parte de la historia de nuestro movimiento y que parecen ser una expresión muy clara de la naturaleza de la vida teosófica.

Los tres libros son A los Pies del Maestro, Luz en el Sendero y La Voz del Silencio, y este último es el que estudiaremos durante esta conferencia, pero nada existe de forma aislada. En la literatura teosófica tenemos muchos libros que son más ricos que estos tres en términos de información, conceptos y descripciones del funcionamiento interno del mundo en el que vivimos. Pero de alguna manera estos tres parecen un epítome de la Teosofía como un camino y un estilo de vida y ¿por qué?... El valor de estos libros es que son prácticos, que dicen algo que puede ponerse en práctica y aplicar. Aquí es donde radica su sabiduría.

La palabra “práctica” se usa frecuentemente en varios contextos diferentes. Compartiré algo mundano que me ocurrió una vez, pero que tuvo una repercusión en mi manera de pensar. Hace unos años estaba viajando. Esta vez iba a visitar las Cataratas del Niágara, un lugar muy hermoso que se encuentra en la frontera entre Canadá y los Estados Unidos, una de las maravillas naturales del mundo. Llegué hacia el final de la tarde desde el lado del Canadá, que se halla al oeste de este gran río. Cuando llegué a las Cataratas eran más hermosas que lo que decían. La escena era muy fuerte y llenaba todos los sentidos.

Era un día soleado. Cuando me situé en el borde del río para ver las Cataratas con el sol en la espalda, el agua que bullía por el borde, saliendo en un penacho pulverizado que saltaba por los aires;
 dondequiera que miraba veía un hermoso arco iris. Justo al otro lado del río estaban también unas personas que miraban la misma agua que yo, el mismo surtidor. Lo que se me ocurrió entonces fue que del otro lado veían el surtidor, pero por la posición del sol respecto al sitio en el que se encontraban, no veían los arcos iris. Solamente los que estaban en el lado del río donde yo estaba tenían esa visión particular de la naturaleza. En ese momento, me di cuenta de lo que intentamos hacer en nuestra práctica. Lo que vemos está determinado por la forma que tenemos de posicionar nuestra conciencia. La práctica es el intento sistemático que hacemos de posicionar nuestra conciencia para poder percibir debidamente este mundo y los mundos que están más allá del que habitamos.

Según captemos las enseñanzas de estas tres joyas, alteraremos el punto de vista desde el que vemos el mundo. Cada una de estas tres grandes obras ha tenido diferentes autores. Jiddu Krishnamurti, a la edad de trece años, escribió A los Pies del Maestro, el último de estos tres libros en orden cronológico. Luz en el Sendero, el primero, fue escrito por Mabel Collins. La Voz del Silencio fue el último libro que escribió H.P. Blavatsky, dos años antes de morir. Podemos apreciar mejor el lugar que ocupan estos libros, según las etapas del sendero del que hablan, si leemos la primera página de cada libro, la página de la dedicatoria. Cuentan una historia profunda y específica de la intención que tenía el autor al escribirlo.

Las palabras de la dedicatoria del libro A los Pies del Maestro son: “A los que llaman”. Se trata de los que están a la entrada del Templo de la Sabiduría y golpean la puerta para que los dejen entrar. La dedicatoria de Luz en el Sendero es mucho más larga: “Un tratado escrito para uso personal de los que son ignorantes de la Sabiduría Oriental y que desean entrar bajo su influencia”. Está dedicado a los que son ignorantes de un enfoque particular de la Realidad, pero que son suficientemente conscientes como para conocer el gran valor que tiene  estar “bajo su influencia”. Probablemente la dedicatoria más corta sea la de La Voz del Silencio: “Dedicado a los pocos”. No es un libro de consumo popular ni tampoco está dirigido al gran público, sino que es un libro que, según HPB, es dirigido a “los pocos místicos verdaderos que hay dentro de la Sociedad Teosófica”. Dijo más adelante que ese libro iba a ser muy importante para ellos. Ésta es la jerarquía de estos libros particulares. Todos ellos nos conducen por un camino que sigue una dirección específica y culminan en esa obra que estudiaremos, durante el tiempo que podamos compartir juntos: La Voz del Silencio.

La humanidad tiene un papel específico en la economía de la Naturaleza. El elemento humano es un elemento transformador. Ningún otro aspecto del mundo natural tiene esta capacidad que tiene la humanidad. Es algo que desarrollamos mediante la práctica. En última instancia, la práctica nos conduce hasta el punto en el que ya no es necesaria. Hay que esforzarse mucho para llegar a hacerlo sin esfuerzo. Estas obras tienen como fin guiarnos para elevarnos y cumplir el papel para el que estamos aquí como individuos pero, lo más importante, como ese órgano dentro de un cuerpo más grande que describimos como la humanidad.

Me complace inaugurar este estudio que indudablemente será muy productivo y espero estar para la Conferencia del Sur de la India número 93 y tal vez incluso la número 100.