lunes, 16 de noviembre de 2015

Detrás de las Máscaras


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Wayne Gatfield.

 Uno de los cambios más importantes en la manera que tiene el estudiante de teosofía de considerar la vida es el hecho de que todos los pensamientos y acciones se van basando cada vez más en principios desconocidos para la gran mayoría de la humanidad. La tendencia general del hombre o de la mujer corriente de la calle es la de basar su vida en ideas que la sociedad materialista les ha inculcado en la mente. Los gobiernos y sistemas educativos del mundo, que no conocen la ética espiritual o se oponen a ella, llegan a conclusiones basadas en el concepto de que solamente hay una vida, y después o bien un vacío eterno o una interminable permanencia en algún tipo de cielo o infierno

En occidente, la mayoría de la gente ha abandonado la idea del cielo y el infierno y piensan muy poco en lo que ocurre después de morir, prefiriendo mantener todas estas ideas fuera de la mente. Viven día a día creyendo que son inmortales en su forma física, sin considerar el hecho de que esta vida material es transitoria y no dura más que unas cuantas décadas. Todos somos, en cierto grado, hijos de nuestra época e incluso teósofos de muchos años tienden a reaccionar ante ciertas situaciones de la misma manera que el resto de la humanidad, mientras que nuestro planteamiento debería ser más amplio en muchas maneras y a veces opuesto al status quo.

No habría nunca la más mínima inclinación hacia la violencia o las guerras si se entendieran las enseñanzas espirituales bajo la luz de lo que es ser verdaderamente humano, tal como nos muestran todos los grandes maestros del mundo, incluyendo a H.P. Blavatsky. Se trata de entender los niveles más profundos de la constitución humana, que son invisibles a las luces pioneras de la ciencia y la política y a sus seguidores, que consideran como sus líderes y guía. Nos ponemos muchas máscaras a lo largo de la vida, pero hay un ser esencial, por encima y por detrás de esas máscaras, que es eterno e inmutable. ¿En quién nos convertimos cuando estamos tranquilos en nuestra habitación o solos en medio de la naturaleza, cuando todos estos disfraces han desaparecido? Es entonces, después de apaciguar nuestros pensamientos, cuando podemos sentir quién o qué es real y permanente en nosotros. La gente tiene miedo de hacerlo, se llenan la vida de parloteos incesantes, en persona o por el móvil o internet. Miran la tele, escuchan música, ven películas y leen libros. Todas estas cosas tienen su espacio, pero tiene que haber un tiempo para el silencio y la reflexión interna.

Por esto, a lo largo de los siglos, las almas sabias han recomendado la meditación. Sin embargo el Ashtavakra Gita nos advierte que también nos puede esclavizar el hábito de la meditación, porque siempre que algo se convierte en un hábito, pierde su fuerza. La meditación tiene que formar parte de nuestra vida diaria, una actitud de la mente y un deseo de mantenernos centrados en lo que es inmutable “en” nosotros. Se describe en términos teosóficos como el “anhelo inexpresable del hombre interno para salir hacia el infinito”. El hecho de que sea inexpresable señala que lo que experimentamos está más allá de los conceptos mentales del mundo. Si no se puede expresar en un lenguaje condicionado, se puede comprender de forma experimental y tiene efectos catárticos. Es la alquimia del corazón, la consagración de nuestro ser a lo espiritual y, con el tiempo, el abandono de los surcos mentales de la rutina y de las restricciones que la sociedad material nos inflige. La meditación entonces tiene que mantenerse como algo fresco,  vivo y espontáneo. ¿Cómo se consigue? Viendo cada momento de nuestra vida como si fuera nuevo y dándonos cuenta de que toda la potencialidad está en el momento presente, que siempre seguirá siendo la única realidad en un mundo cambiante.

El Maestro Zen Bankei nos dijo que deberíamos estar siempre asentados en la “mente no nacida del Buddha” sin intercambiarla por la mente condicionada de la ira, la ambición, los celos y la lujuria. Estos no son estados de la mente con los que nacemos, sino que los desarrollamos por una especie de atavismo a medida que vamos creciendo. Como son transitorios y cambian constantemente, no pueden ser nuestro verdadero Yo. Nos enseñan a seguir el camino del medio, que podríamos decir que es como el punto superior del triángulo, no sólo en el centro de dos extremos sino por encima y “más allá” también. Nuestra personalidad se transforma todo el tiempo. Mostramos una máscara diferente según toda una variedad de circunstancias. De muchas maneras nos hacemos actores sobre el escenario y nos convertimos en lo que haga falta para conseguir nuestros objetivos. El fin de las enseñanzas verdaderamente espirituales de todo tipo es descubrir lo que somos en realidad. Conseguir la calma en medio de la tormenta, darnos cuenta de que hay puertas en nuestra conciencia que se abren a unos estados superiores del ser, y que si cultivamos el estado de mente adecuado podemos deshacer las esposas fabricadas por ella y volar hacia los claros cielos de la concienciación espiritual.

Algunas escuelas Zen recomiendan el desarrollo de lo que llaman la “gran duda”. En cierto modo, la gran duda es aquel momento en el que dudamos de la validez de todo el aprendizaje intelectual que hemos hecho, dándonos cuenta de que no puede tener ningún valor, y al mismo tiempo la concienciación que tenemos de nosotros mismos como seres materiales empieza a desvanecerse; nos convertimos en lo que somos en vez de aquello que imaginamos ser. Es algo que no se puede ilustrar con palabras ni con imágenes. Y no se trata de infravalorar las etapas de nuestro viaje en las que el aprendizaje intelectual es esencial, sino para comprender que no debemos quedarnos estancados allí.

Hay un punto de nuestra evolución en el que tenemos que sacrificar todos nuestros conocimientos adquiridos intelectualmente para poder avanzar, porque entramos en una fase en la que este conocimiento se convierte en una carga y hemos de comprender a un nivel más alto, sin las imágenes y conceptos de la mente inferior. Se trata de una etapa de conocimiento directo más que de razonamiento y especulación. Es cuando empezamos a comprender lo que somos en realidad y nos desprendemos de otra de nuestras máscaras. Es una especie de sacrificio, porque hemos elaborado una visión intelectual del Sendero a lo largo de muchas vidas, y es difícil dejar de lado todo ese conocimiento. Sin embargo, no se trata realmente de un abandono, sino de otra forma de alquimia en la cual la esencia de todo lo que hemos aprendido se transforma en una concienciación experimental. Ese es el propósito de la verdadera enseñanza espiritual; refina la mente y la prepara para poder recibir más luz de lo Divino.

El Ashtavakra Gita dice que hasta que no lo olvidemos todo no podemos vivir en el corazón. Dicen que el corazón es el centro de la actividad espiritual. En La Voz del Silencio nos hablan de la “Doctrina del Corazón”, que es vivir prácticamente la vida, y el aprendizaje de la “Cabeza”, es decir la comprensión intelectual que a menudo degenera en letra muerta. Muchas de nuestras religiones oficiales consideran un libro determinado como la “palabra de Dios” y lo siguen literalmente y al pie de la letra, sin ver de forma inteligente el significado que hay detrás de las palabras. Esto es causa de división y de fanatismo que puede acabar en la intolerancia con otras religiones y, en algunos casos, en la violencia.  

Se dice que nuestro yo externo es nuestra personalidad. Etimológicamente el término procede de la palabra latina “persona”, que  denominaba originalmente el papel de un actor en el escenario y definía una máscara teatral usada en el escenario en la antigüedad. En la psicología de C.G. Jung, la persona es la máscara o fachada presentada para satisfacer las exigencias de la situación o el entorno, pero que no representa el yo interno. Somos como actores que representan diversos papeles en el escenario de la vida, pero ninguno de ellos es nuestro Verdadero Yo, sino similar a las máscaras usadas por los personajes de la obra. Al final de la representación, nos vamos a casa como nuestro verdadero yo, y pasa un tiempo antes de que el karma nos vuelva a colocar en el escenario para aprender más lecciones, hasta que estamos preparados para avanzar a otros niveles superiores de experiencia. A medida que progresamos, vamos dejando atrás otras máscaras, hasta que nos convertimos en lo que somos en realidad, y que está más allá de todas las concepciones terrenales.

Entonces podemos empezar a vivir verdaderamente bajo la égida de nuestra Naturaleza Superior y no como si estuviéramos mirando por un “cristal oscuro”. Esto nos puede crear conflictos con nuestros semejantes humanos, que tienen una visión distinta de la vida, básicamente un conocimiento de segunda mano. Empezamos a ver claramente y a actuar de una forma sensata y racional que parece irracional en este mundo revuelto. Somos conscientes del “cuadro más amplio” y nos hemos desecho de lo que antes describíamos como las “esposas fabricadas por nuestra mente”, para usar una expresión del poeta William Blake. Sin embargo, empezamos a tener una relación más profunda con las personas de nuestro entorno, desconocida en gran parte por la gran mayoría, pero que ejerce una influencia beneficiosa sobre ellos y que dará su fruto con el tiempo. También les ayudará en su viaje para descubrir exactamente lo que significa ser verdaderamente humano en medio de todas las distracciones de una sociedad materialista.