miércoles, 13 de mayo de 2015

La transformación en uno mismo


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N. SRI RAM

Reimpreso de The Theosophist, marzo 1965.

Se ha dicho que quien se dispone a hollar el Sendero espiritual u oculto, se debe dar vuelta de adentro hacia afuera. Esto parece una afirmación amplia, y sin embargo pienso que expresa literalmente la verdad de lo que debe ocurrir, que no es nada menos que una completa revolución en uno mismo. Esto también puede parecer exagerado e incluso incomprensible, pero deberíamos enfocar la naturaleza del cambio de esta manera:

   Permitamos que cada uno se examine como es, su condición presente. Apartando al cuerpo, ya que sólo es la vestidura externa, si observan las reacciones e ideas presentes en vuestra mente, verán que no es una comparación poco probable describirlas como una especie de bolsa que tiene contenidos diferentes, con su boca casi cerrada. Cada uno la ha llenado con cierta cantidad de información sobre el mundo que lo rodea, y también con varias ideas de su relación con ese mundo, sus necesidades, deseos, posesiones, creencias, etc. Su pensamiento se mueve ampliamente alrededor y entre estas ideas.

   Si nos examinamos, veremos que cuando empezamos a pensar sobre cualquier tema, la mente tiende a dirigirse a la misma pista en que lo hacía. Cada movimiento de la mente produce un surco, a lo largo del cual sus energías tienden a fluir nuevamente. Podemos cambiar nuestras ideas un poco, manipularlas y reordenarlas, moverlas de modos diversos, pero fundamentalmente son ideas acumuladas por un periodo de tiempo, y junto con  las reacciones conectadas con ellas, es lo que constituye la estructura de nuestras mentes. En su mayor parte, la mente está cerrada y no está dispuesta a admitir ninguna idea o verdad que perturbe su condición establecida.

   Lo que debe ocurrir ahora, es dar vuelta esta mente encerrada, que es como una bolsa, y transformarla en algo abierto y diferente. El darla vuelta de adentro hacia fuera, significa el vaciamiento de la mente, la total limpieza de sus contenidos, de modo que ya no sea más la mente como llegó a ser, sino una expansión pura de consciencia con nada adherida a ella. Todos estamos familiarizados con la idea de Einstein del espacio y el tiempo como un continuo, es decir, un espacio que sería perfectamente suave y regular pero por el hecho de que hay varios objetos en él, todos los objetos del universo lo tiran de modos diferentes, y crean irregularidades. Por ello este espacio se vuelve finito y limitado. Esta es una idea altamente iluminadora, sea la teoría absolutamente correcta o no. Cada una de las varias ideas que se forman ejercen su presión sobre la consciencia, de modo tal que en varios puntos es tirada hacia un centro particular que llamamos nosotros mismos, o es alejada de él, y lo que debería ser un espacio abierto y suave, se vuelve una bolsa cerrada.

   Es cuando la mente deja ir todo lo que contiene, que la consciencia que en sí misma es indestructible y extraordinariamente elástica, todo respecto a ella es extraordinario, se restablece a su condición original, sin distorsión alguna, todas las irregularidades son niveladas completamente, y las diferentes presiones que la constriñen y repliegan, ya no están presentes. Más aún, se libera de cualquier mancha o señal de su asociación con contenidos pasados. Podemos ver qué estado de mente y corazón maravilloso sería, abierto totalmente para reflejar, registrar y saber todo con absoluta verdad. Tal mente, sin ese centro del yo, a cuyo punto anteriormente todo era atraído, es una mente pura capaz de reflejar la verdad.

   Entonces su condición es de humildad, en la que sólo existe la posibilidad de la sabiduría. Humildad no es auto-desprecio, como muchos piensan. Cuando digo que soy una persona insignificante, estoy lamentando mi insignificancia, expresando el sentimiento de que no soy tan importante como me gustaría ser. Es el deseo de importancia, poniéndonos eminentemente a nosotros mismos sobre el mapa y desempeñando un rol, lo que genera el lamentable sentimiento de que uno no esté ya allí. La humildad es como la oscuridad de un film o placa fotográfica extraordinariamente sensible, en la que todo lo que está ante ella se refleja verdadera y fielmente. Para alcanzar esta condición uno no tiene que dedicarse a ninguna actividad que sea la búsqueda de un objetivo auto-proyectado, pero uno debe despojarse de todo lo que obstaculiza el poder reflejar la verdad, verdad que es respecto a todo y a uno mismo. La verdad se manifiesta a sí misma como en un espejo, cuando existe la condición en la que puede hacerlo. Entonces uno no tiene que correr detrás de ella. Es un estado de negatividad poderosa en la que todo lo positivo que hay dentro de su campo es comprendido automáticamente. Aquéllos a quienes llamamos los Maestros de la Sabiduría, como yo los comprendo, son personas que han llegado a esta condición.

   En tal estado de humildad, que es auto-negación pura y absoluta, en la que existe una ausencia completa de egoísmo y no hay ningún elemento de auto-afirmación, la verdad de todo lo que ocurra para afrontar ese estado se vuelve absolutamente simple y auto-evidente. Cualquier afirmación de uno mismo, que también significa de las ideas que el yo ha apegado a sí, y ha hecho parte suyo;  todas esas actividades del yo, como agrandarse o aumentarse a uno mismo, tratando de impresionar a otros, deben cesar, para que esa negatividad intrínseca, que también es pureza y humildad, lleguen a la existencia.

   Cuando pensamos en un Adepto o un gran Ser espiritual, generalmente formamos una idea de lo que es, que refleja nuestra ignorancia. No representa la realidad de su estado del ser. Pensamos de él como que tiene varios poderes extraordinarios, como una persona que tiene acceso a mundos ocultos y está en posición de otorgar varios favores. Puede tener tales poderes, pero esa no es la esencia de su ser. No es la posesión de poderes lo que constituye la perfección. Es la belleza de su naturaleza, la verdad de lo que es, lo que evoca nuestro amor y asombro espontáneos.

   Todos hemos leído sobre esa naturaleza o principio en el hombre que se denomina Buddhi en sánscrito. Generalmente se traduce como Intuición espiritual. En los viejos tiempos, la Dra. Annie Besant lo llamó “la Razón pura”. Pero estas descripciones transmiten sólo una idea parcial de lo que es en su totalidad. Podríamos pensar en dicho principio, simplemente como la naturaleza espiritual más profunda del hombre. El motivo por el que me refiero a él aquí es que es sólo en la condición de pureza y humildad, que estuve describiendo, que esta extraordinaria facultad de Buddhi, o verdad-consciencia como se la ha llamado, se despliega. Se ha dicho que el corazón es el asiento de Buddhi, mientras que el cerebro es el asiento de Manas. El corazón es esa naturaleza que se da a sí misma, sin restricciones.

   La diferencia fundamental entre Manas y Buddhi yace en el hecho de que mientras que Manas es una energía dirigida hacia fuera, hacia las partes diferentes de un todo, e intenta conocerlas a ellas y a sus relaciones mutuas, Buddhi tiene un enfoque distinto. Abraza al todo con todas sus partes desde el interior. Conoce la verdad de una cosa por identificación con ella, esta verdad es no sólo la verdad de lo que es externamente, la verdad de su forma, sino también y ante todo, lo que es en sí misma, además de la forma, la verdad de la vida que mora en su interior. Es un aspecto diferente de la totalidad de nuestro ser que responde a la cualidad o naturaleza interna de una cosa. Existe tal respuesta cuando hay amor del que se da a sí mismo.

   Como dice HPB, Manas y Buddhi se deben armonizar mutuamente, para que constituyan la unidad de Buddhi-Manas. Entonces allí aparecen varias posibilidades, y todas florecen por la condición de darse a sí mismo, y por la totalidad de nuestro interés y amor hacia la vida en todas sus formas. El darse totalmente es un estado de entrega que no se puede producir por ningún acto volitivo. Tal entrega tiene que ser libre y natural. Sólo cuando el yo que es un producto de la fórmula “yo quiero”, se ha retirado completamente, y se ha eliminado de nuestra naturaleza, uno alcanza esa ausencia de tensión, pureza y sensibilidad en la que la verdad se hace presente. El cambio, desde cierto punto de vista, es una transformación pero no una transformación del yo. Es un desarrollo hecho posible por la ruptura del yo, cuyo proceso, cuando se inicia, avanza rápidamente, como cuando se derriten las aguas congeladas al llegar la primavera. No puede ser una transformación consciente, porque sucede sin el yo. Es el sentido de un yo separado lo que rompe la unidad inconsciente que era nuestro estado original. El yo, como todos podemos ver, es algo con muchos deseos. Realmente es un producto de deseos contradictorios. Como todo deseo, por lo que sea, está básicamente auto-centrado, tal vez sea el querer diferentes cosas, tenerlas y poseerlas, lo que crea la ilusión de un ego con muchos impulsos contradictorios. No me estoy refiriendo al ‘Ego’ de la literatura teosófica que es la suma de todas las posibilidades espirituales alcanzadas, que contiene en sí mismo el hilo que las conecta.

   La transformación en nosotros es la disolución del centro de desunión, que tiene muchas formas de acción y expresión, que arroja tentáculos con los que sujeta lo que desea y se esfuerza por sostenerlo para su propio placer. Es la ausencia de egoísmo, manifestando la comprensión de nuestros semejantes, sin estar basada en nuestras reacciones, lo que origina el amor en el verdadero sentido espiritual. Entonces, en vez de un imperio de egoísmo, se establece en el corazón un imperio diferente, uno de amor y comprensión. Y este imperio o estado no es estático sino que es un florecimiento constante o una expansión desde el interior. Existe en él una continua emanación de las aguas de la vida, una fuente que toma una forma nueva de instante en instante.

   Incluso percibir la posibilidad de tal cambio tiene gran valor. En el momento en que vemos la meta sabemos por lo menos la dirección en la que hemos de avanzar. Un simple destello de esa meta que está en nosotros mismos trae una tremenda seguridad y un desinterés por cualquier otra cosa, que no sea ella. Uno no es desviado por consejos ignorantes hacia otras direcciones, que son modos de girar alrededor del yo o de auto-involución.

   La revolución que debe ocurrir, no es un cambio en el sentido común, ni parcial, ni violento. Es una revolución que debe producirse en una condición de comprensión y libre de conflictos, y es el establecimiento de un orden diferente del orden, o mejor dicho el caos que existe en nosotros ahora, un orden que es un estado de libertad y da origen al amor que arroja sus rayos sobre todos, que hace que lo que es amorosamente divino en otros, se manifieste a nuestra visión. No estamos en esa condición actualmente. ¿Qué vamos a hacer para crear este amor? La respuesta a esto sería: Todo aquello que es de máxima belleza y significado, sólo puede ser producido por la Naturaleza, es decir, por un proceso totalmente natural, no por nuestra voluntad o por una mente que está limitada y es ignorante. Es la Naturaleza, la Madre universal, que sabe cómo llevar a buen término las posibilidades que yacen latentes en toda la vida, cómo producir un cambio completo, cómo producir algo totalmente nuevo. Todo lo que podemos hacer es eliminar los impedimentos en nosotros mismos que obstaculizan ese florecimiento que debe ocurrir por sí mismo.

   Un individuo puede ser viejo, estructurado, limitado de diferentes modos. ¿Puede volverse joven de corazón, fresco y completamente rejuvenecido? ¿Cómo se puede lograr esto? No porque lo planifique o decida hacerlo. No se puede hacer de ese modo, porque es sólo la vida lo que rejuvenece y nosotros debemos hacerlo posible para que esta vida fluya libremente. Como siempre se ha dicho, la muerte es la puerta de la vida, la renovación de la vida. Muerte significa la muerte de todos los elementos que bloquean la fuente de la vida. Es la vida surgiendo de nuestras raíces eternas lo que rejuvenece al individuo, de modo que se vuelve completamente nuevo en su ser interno.

   En un estado del ser en el cual no hay deterioro, es posible una condición de juventud eterna en los planos de la consciencia. El hombre liberado puede tener un cuerpo físico que envejece a su debido tiempo, lo que es inevitable, porque el cuerpo cambia según las leyes de la Naturaleza física, pero internamente en su corazón y en su ser, en su consciencia, es siempre fresco y nuevo, como el niño recién nacido junto con toda su sabiduría. No existe virtud alguna en prolongar nuestra vida, pero sí en permanecer joven de corazón, nuevo, inocente, incondicional, libre e incorrupto. Esa es la naturaleza de un Adepto.

   Si tal cambio debe ocurrir sin forzarlo, por un proceso natural, entonces, ¿de qué nos preocupamos? “Nosotros” significa nuestra voluntad e inteligencia que pueden eliminar los impedimentos de ese proceso y pueden liberar esa naturaleza que no es susceptible de condicionamiento alguno, y que llamamos naturaleza espiritual. Por lo tanto estamos interesados sólo en dos cosas: primero, la verdad, o mejor dicho, la comprensión de la verdad; segundo, la dirección de nuestra voluntad hacia una acción tan carente del yo como sea posible, el servicio que podemos ofrecer sin buscar nada. Me parece que la vida se puede reducir a estos dos elementos esenciales si podemos concentrarnos en ellos, y no tener ningún otro propósito o deseo, sin importar lo que ocurra en ese estado de libertad de toda preocupación por uno mismo, representará la verdad de nuestro ser fundamental.

   Comprensión, no es la comprensión de abstracciones, u obtener el conocimiento que se encuentra en las enciclopedias, sino que es una comprensión de cómo vivir, de nuestras mentes, de los demás, de cómo debemos actuar, del modo de mirar las cosas. Es una comprensión que tiene una relación directa con todos los aspectos de nuestra vida. Es sólo la comprensión de que la voluntad se cambia, de ser una voluntad basada en el yo, a otra basada en su ausencia. A menudo usamos la palabra ‘voluntad’, pero su naturaleza es difícil de comprender. A veces se la malinterpreta como la así llamada voluntad de una persona dominante, insistente. Es estúpido mantener nuestra posición obstinadamente contra toda razón o consideración, afectando la felicidad y bienestar de todos. La voluntad como se la comprende comúnmente genera una consciencia de poder que intensifica el sentido de división y crea obstáculos en el camino de la Voluntad Una que está detrás de toda vida y evolución, el modo en que la Vida se mueve cuando no existe coacción. La voluntad del Espíritu no es la voluntad de la materia ciega, la de la auto-afirmación mecánica o de la auto-defensa agresiva.

   Cuando comprendemos estas cosas, comenzamos a ver la dirección en la que deberíamos proceder y la posibilidad de avanzar hacia ella, evitando diferentes cosas que nos desvían del camino, tales como buscar poderes psíquicos, el refuerzo de nuestra personalidad, estatus, éxito, etc. Uno debe dejar todo eso de lado para hollar ese sendero del que se ha dicho: “No existe otro camino para transitar”, porque ese sendero, que es un modo de vida, y nosotros mismos en nuestra verdadera naturaleza, se perciben como lo mismo.