viernes, 22 de mayo de 2015

La Mente Iluminada


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Tim Boyd

Hemos descendido, hemos “involucionado” hasta la materia, y ahora estamos en una conjunción en la que algo está cambiando. Voy a intentar ceñirme al punto en el que nos encontramos y partir desde ese punto del arco. ¿Qué significa esto y cómo respondemos a esta etapa determinada del ciclo? Una parte del título habla de la iluminación, muchas veces pensamos en ella como en un momento específico en el que ocurre algo y de repente nos encontramos iluminados, como si fuéramos una bombilla. Es así. Sin embargo, también es un proceso que nos conduce hasta este momento particular del despertar. A menudo, en términos teosóficos, pensamos en la transformación humana como en un instante repentino, que también es correcto, pero además hay que seguir un proceso para llegar a ese momento.

¿Dónde nos encontramos ahora? ¿Cuál es nuestra situación? Cuando era más joven, escuchaba a mi padre o a mis tíos contarme una historia y después de oír unas cuantas palabras, me daba cuenta de que era la misma historia que había estado oyendo toda mi vida. Tenía que fingir que la historia era totalmente nueva, aunque desde el principio ya sabía cómo iba a terminar. A medida que pasa el tiempo, dicen que nos convertimos en nuestros padres. En mi planteamiento teosófico, veo que estoy llegando a un lugar que parece de gran importancia para mí, pero hasta que no pueda comprender este punto en particular, todo lo de alrededor sólo parece simple información. Esa información tal vez sea interesante o metafísica, y si la exponéis en el lugar adecuado quizás podáis impresionar a alguien y os considerarán una persona profunda. Pero más allá de todo eso, no será más que nueva información hasta que encontremos el contexto que le dé su significado. La idea principal es que nosotros, como seres humanos, tenemos un problema esencial. Si pudiéramos resolverlo, entonces encajaría todo lo demás. Hay un lugar en el que nos perdemos. Empieza con algo de lo que hablaba H.P. Blavatsky en sus tres Proposiciones Fundamentales. Hablaba del alma peregrina y de un peregrinaje obligatorio que hay que seguir. Es a través de la reencarnación, de los ciclos repetitivos de nacimiento, muerte y renacimiento, que evoluciona esta alma peregrina. En el proceso es donde nos perdemos. El intento de proporcionar ciertas directrices en ese proceso es la base de todas las religiones del mundo y de las profundas enseñanzas de la Teosofía. ¿Qué hacemos para interrumpir este ciclo de nacimientos y renacimientos repetitivos, de las distintas variedades de sufrimiento de esta vida, de los distintos cuerpos en los que ponemos tanto esfuerzo para elaborar formas de causar daño tanto a nosotros mismos como a los demás?

El proceso empieza para nosotros cuando el alma entra en un cuerpo. Tal vez algunos ya conozcamos la historia egipcia del ataúd que Seth construyó para Osiris. El cuerpo de Osiris encajaba perfectamente en él. Seth engañó al dios Osiris para que entrara en el ataúd, lo encerró en él y lo sacó de la casa real. En cierto nivel la historia describe la entrada del alma en un cuerpo. En cuanto entramos, es como si entráramos en un ataúd, en el sentido de que nos estamos separando de algo, de lo divino, de nuestra Fuente espiritual. Una vida tras otra, vamos encarnando de esta manera, pero lo que ocurre después es lo más asombroso. El problema con el que nos enfrentamos como seres espirituales que progresan mediante un cuerpo material es el de la falsa identidad. En este proceso del nacimiento no sólo adoptamos una, sino múltiples identidades falsas.

El alma no tiene género, nacionalidad, partido político, ni religión, pero en el momento de la encarnación, lo primero que se dice es el género. “Es un niño” o “es una niña”. A partir de ese momento se espera que uno se exprese de forma limitada, y si queréis tratar de actuar de forma distinta, en cualquier cultura a la que pertenezcáis, os enfrentaréis a severas restricciones: En la sociedad occidental, si se nace niño, no se debe jugar con muñecas. Para expresar su género adecuadamente, debería jugar con pistolas de juguete o con juegos bélicos en los que finge matar personas. A esa alma encarnada también se le da una familia y se le asigna cualquier religión que practique su familia, además de una nación, etc. Una capa tras otra de identidades van quedando impresas en ella. Para ser más precisos, esas identidades no quedan impresas en el alma, sino en los vehículos con los que el alma funciona en este mundo, creando una barrera entre el alma y su Origen. Este es el proceso.

Muy pronto empezamos a aceptar esas identidades. Ya no se trata de que los demás nos digan “eres cristiano” o “eres musulmán”, sino de que nosotros mismos nos identificamos diciendo “soy esto o aquello”. Y es entonces cuando se convierte en un problema. Es más, intentamos extender esa identidad. No queremos ser solamente cristiano, queremos ser un “buen” cristiano. No queremos ser simplemente teósofos, queremos ser teósofos profundos. ¡Queremos ser el Presidente internacional! El proceso no para nunca. Es interminable. Cuando vivís en un mundo de siete billones de personas que actúan de esta manera, se pueden esperar problemas como los que vemos cada día. Todo el mundo intenta reservarse su rincón para tratar de satisfacer lo que cree que son sus deseos, compitiendo con los otros siete billones de seres. Éste es el problema esencial.

La encarnación, pues, tiene sus consecuencias. Lo bueno es que este “yo” que va creciendo constantemente tiene ciertas limitaciones. Inherente en este proceso está la experiencia que podríamos describir como la insatisfacción. Sencillamente nunca tenemos suficiente para ser felices. No podemos ser lo bastante ricos o lo bastante amados. Y eso es lo hermoso, que a cada persona le llegará necesariamente el momento en que sienta constantemente una insatisfacción tan grande que viva con el corazón atormentado. Es algo bueno, porque de esa insatisfacción nace el necesario paso siguiente en el que nos encontramos ahora. Después de darnos cuenta de que el sendero particular que hemos estado siguiendo no nos llevará adonde queremos ir, empieza otra cosa que podría describirse como una búsqueda. Nos convertimos en buscadores de la felicidad, de la Verdad, de algo a lo que definimos con muchos nombres.

En las etapas iniciales, lo que realmente buscamos es algo que nos llene la sensación de vacío y que acabe con esa sensación de insatisfacción. Muchas veces lo expresamos como un deseo de libertad. De alguna manera nos sentimos encerrados, limitados por este mundo que hemos aceptado tan profundamente. Empieza con una sensación de libertad. El planteamiento no desarrollado de la libertad equivale a querer liberarnos de alguna cosa la mayor parte de las veces. Queremos liberarnos de las cosas que nos atormentan: liberarnos de la enfermedad, de la gente desagradable, de no tener bastante dinero, etc. Todo ello basado en la idea de que estamos incompletos, de que estamos obligados a buscar hasta encontrar esa pieza determinada que nos falta en el interior porque cuando la encontremos y la encajemos en su lugar “todo estará bien en el mundo”. Es un planteamiento inicial, pero obviamente no nos puede llevar muy lejos.

Como se trata de un proceso, es algo que necesariamente se va desarrollando y lo que empieza como una “liberación de”, va creciendo hasta otro sentido de liberación, que será una “liberación hacia”. Ésta es la experiencia de la vida humana normal, una liberación para amar, para ser amable, para ser abierto, son las cosas que parecen tener algún significado duradero. Son las libertades que experimentamos brevemente. Estas experiencias momentáneas de estados superiores tienen un efecto tan profundo en nosotros que se convierten en la piedra angular de todo lo demás que hacemos en la vida. Forman parte del desenvolvimiento que está ocurriendo y que todos experimentamos, sin que sepamos dónde están sus raíces ni sus límites. En cierto momento empezamos a darnos cuenta de que existe una forma de actuar y de transformar nuestra mente, que parece conducirnos hacia la experiencia que describimos como la felicidad.

Una de las ideas fundamentales del budismo es la de que cada ser sensible busca la felicidad, tanto si se trata de una hormiga como de un león de la selva. Lo hacemos todos. Hay algunas cosas que nos aportan momentos breves de felicidad, que no duran mucho, pero a medida que vamos madurando y nos desarrollamos empezamos a darnos cuenta de que hay ciertas experiencias que pueden conducirnos a una felicidad que puede repetirse.

En 2011 el Dalai lama vino a Chicago a visitarnos. Una de las bendiciones que nos reportó su visita fue la de poder pasar un par de días en su proximidad.

Hablamos de su práctica de toda la vida y su profunda educación en el budismo tibetano, y me dijo algo que me impresionó. Comentó que uno de los resultados de su training era que ahora, la mayor parte del tiempo, era muy feliz. A mí este comentario me pareció extraordinario por su simplicidad. Ser feliz la mayor parte del tiempo no parece un objetivo tan difícil. Es algo que podemos conseguir. Y esta felicidad puede repetirse si aplicamos ciertas formas de actuación. Después de tantos años de compromiso con el estudio, la práctica y el pensamiento teosófico, también intentando vivirlo, muchas veces se puede sintetizar todo en unos cuantos puntos esenciales.

Uno de los puntos esenciales es el planteamiento que hemos establecido sobre la felicidad. Reconocemos que es el resultado del estado de nuestra mente y de nuestra actitud. Una de las cosas que la teosofía nos ofrece es un maravilloso mapa de direcciones, un mapa del paisaje del terreno humano interno. Es algo extremadamente valioso. No estamos hablando solamente de nuestro cuerpo físico, sino de los varios componentes que comprenden lo que llamamos el ser humano. Desde un punto de vista oculto es simple de definir. ¿Qué es un ser humano? Según lo definió H.P. Blavatsky, es la unión del espíritu superior y la materia  inferior a través de la mente. Es simple, pero profundamente importante. Si conseguimos entender un poco esta definición, quedará claro dónde hemos de trabajar en esta vida. Hay que hacerlo en ese punto de unión, en la mente. Este puente de la mente que une los polos del espíritu y la materia es lo que nos convierte en humanos.

No sólo es importante entender técnicamente qué es nuestra mente, sino entenderla de forma práctica. ¿Qué es la mente? Primero, sería útil descartar la definición científica contemporánea de la mente, que unifica sensaciones, pensamientos, sentimientos e intuiciones en un proceso cognitivo que, supuestamente, está generado por el órgano físico llamado “cerebro”. Si no hay cerebro, no hay mente. Esa es la teoría. Ahora vamos a dejarla a un lado aunque, en cierto sentido, tenga valor. Tomad como ejemplo un aparato de televisión. Nuestra TV es el instrumento físico que, una vez encendido, nos muestra todo tipo de programas maravillosos y no tan maravillosos. No hay nadie, en el siglo veintiuno, tan inconsciente como para pensar que, de algún modo, este aparato de televisión, este organismo físico, es el que produce todos los programas de televisión. Eso se hace en otra parte, en los estudios de Nueva York y Hollywood. El cerebro es el aparato de TV; la mente es ese campo del cual el aparato de televisión obtiene sus imágenes, sonidos e historias. Puede ser útil pensar en esta analogía.

Muchas veces, en la literatura espiritual, a “la mente” se la describe como un espejo. En La Voz del Silencio, se la describe como un espejo que puede acabar cubierto de polvo y que necesita “las suaves brisas de la sabiduría del alma” para limpiarse. Es una hermosa imagen. La mente, el espejo, tiene dos aspectos: cuando está boca abajo y refleja todas las cosas del mundo material la llamamos la mente inferior. Pero como tenemos esta capacidad de influenciar la dirección que le damos, también podemos dirigirla hacia arriba, en cuyo caso reflejará el firmamento, el sol, los cielos y todo lo superior, es la mente superior. Es la misma capacidad de reflejar. Sólo cambia la dirección que le damos. Por esto, la mente es allí donde hemos de trabajar.

Probablemente todos estamos familiarizados al menos con la parte básica de la historia de los habitantes de la caverna de La República de Platón. Es una de esas historias que aparece en todas las culturas y tradiciones aunque adopte formas ligeramente distintas. Y tiene relación con la mente. Cuando estudiamos la mente empezamos por reconocer que existe una necesidad de desarrollar sus poderes mediante un proceso jerárquico. Como parte de ese proceso, hay personas a las que consideramos maestros que llegan a nuestra vida para ayudar en cada uno de estos niveles. En el primer nivel, cuando empezamos a reconocer que algo no va bien, que hay que hacer algo, la necesidad inicial que tenemos es de obtener información: ¿Cuál es este mundo del que estoy empezando a descubrir algo? ¿Cómo puede describirse? ¿Cuáles son las formas?  “Nombre y forma” es uno de los aspectos que se realza en el budismo. Ese es el nivel introductorio. Las personas que encontramos a ese nivel como maestros deberían llamarse pundits o catedráticos. Ellos pueden describir, señalar y definir. Ésa es la necesidad en esa etapa del desarrollo.

A medida que continúa nuestro desarrollo, la información empieza a acumularse y adopta la cualidad de conocimiento. Ya no se trata solamente de átomos aislados de hechos, sino que empieza a constituirse en algo mucho más amplio y comenzamos a tener cierto conocimiento del mundo. Entonces empezamos a formar las creencias y una serie de conceptos que comenzamos a aceptar como reflejos de ese conocimiento que hemos conseguido. Los maestros de este nivel son los sacerdotes o políticos. Nuestras creencias siempre serán equivocadas y temporales, pero en esta etapa son necesarias. Hay gente que cree tan profundamente en Jesucristo, en Alá, en los distintos dioses del panteón indio, que a causa de esas creencias ¡consideran justificable matar a quien no las comparta! Evidentemente, estos sistemas de creencias tienen sus limitaciones. Como teósofos nosotros tenemos nuestras creencias. Son buenas, pero cuando alguna de ellas ya no sirve para los propósitos del crecimiento de nuestra conciencia, se convierte en algo a descartar.

Tenemos, pues, la información, el conocimiento, la creencia, y después llegamos a algo que comienza a hablar de esa cualidad de la iluminación, que es la comprensión. La comprensión genuina no es un producto del pensamiento. Es el producto de una mente que se ha iluminado. ¿Qué es lo que la ha iluminado? En términos teosóficos técnicos diríamos que es manas iluminado por buddhi. El término sánscrito para esta mente iluminada es manasa taijasi. La mente que está iluminada refleja la comprensión. Así que tenemos a los maestros espirituales, unos grandes seres que son capaces de hablar con nosotros desde ese nivel de la iluminación, y nos sentimos atraídos hacia ellos. El pináculo de este desarrollo progresivo, que estaría más allá de la información, del conocimiento, e incluso más allá de la comprensión, sería la sabiduría, la percepción directa de lo que es. No se trata de una descripción hecha por alguien, ni de una sensación, ni de una idea, sino de la experiencia: “De lo irreal condúceme a lo Real”. Lo Real es el reino de la sabiduría. A este nivel los maestros son pocos. Podrían describirse como los Maestros de la Sabiduría, o como el Yo, que no es ni la personalidad ni el ego.

Vamos a describir la mente y el desarrollo que conduce a la sabiduría en los términos que nos presenta Platón. El marco de la historia es el de unas personas encadenadas en una caverna y que siempre han vivido bajo tierra. Todo cuanto ven es la pared que tienen delante. No pueden mover el cuello ni ver nada de lo que hay detrás. Por esto no pueden girarse ni ver que hay un camino que conduce hasta la luz y el aire libre de arriba. Platón elabora, más adelante, este cuadro diciendo que detrás de ellos arde una gran hoguera que proyecta las sombras en el muro. También hay una pared baja entre ellos y el fuego y detrás de ellos caminan sin parar otras personas llevando cosas. De esta forma, cuando pasan por allí, por ejemplo con una cesta en el hombro, la sombra aparece en el muro. Las personas encadenadas solamente ven la silueta y empiezan a darle un nombre. Después los que llevan las cosas empiezan a hablar y el eco rebota en el muro que tienen delante, dando la sensación de que las sombras están hablando. Lo que ocurre es que, entre los encadenados que miran las sombras, se encuentra alguno a quien los demás señalan diciendo: “Ah, éste es el más sabio de todos nosotros, porque puede mirar y es capaz de predecir qué sombra va a aparecer a continuación, ¡realmente es muy sabio! ¡Lo mismo ocurre con los economistas de hoy en día! Éste es el escenario que describe Platón.

Después Platón pregunta: “Supongamos que alguien se acerca a una de esas personas que ha estado encadenada toda la vida y le conduce hasta el fuego. ¿Cuál sería el efecto que eso supondría para la persona? Obviamente sus ojos quedarían deslumbrados por la luz y temporalmente cegados por el resplandor del fuego. Después, si le preguntarais qué es más real, si el fuego o las sombras que estaba acostumbrado a ver, debido a la fuerza de la costumbre se decidiría por las sombras. Gradualmente se iría acostumbrando cada vez más a la hoguera. Y Platón añade: “Imaginemos que ahora lo alejáis del fuego y lo lleváis poco a poco hasta la superficie donde brilla el sol, entonces ¿cuál será el efecto? Quedaría totalmente ciego, sería todo tan luminoso que no vería nada. Estaría confundido, pero acabaría por acostumbrarse a ese mundo iluminado. Al principio no podría levantar los ojos porque habría demasiada luz y empezaría mirando los pequeños charcos de agua para ver el reflejo de los árboles y otras cosas, y finalmente incluso el reflejo del sol. Con cierto tiempo de exposición a este nuevo entorno llegaría el momento de poder mirar y ver el sol y de alguna forma llegaría a la conclusión de que aquello era la fuente de todas las demás luces menores. Ese sol es lo que da vida y significado, lo que invade todo el mundo.

La diferencia entre el sentir de este hombre cuando se hallaba delante de las sombras y después, cuando era capaz de mirar el sol, aunque sea el mismo cuerpo, es enorme. Para concluir la historia, Platón continúa: “Ahora que ha salido a la luz, volvamos a introducirle en la caverna.  Al llegar allí, se sienta con sus antiguos compañeros pero todo le parece tan oscuro en este mundo subterráneo, después de haberse acostumbrado a la luz brillante, que no consigue ver nada. Todos sus amigos lo miran y dicen “¡Miradlo! Antes de marcharse era un hombre normal y razonable, pero ahora vuelve y no ve nada, habla de unas fantasías sobre algo que llama luz y afirma que estas sombras son irreales y que son proyecciones de algo que ocurre detrás de nosotros. ¡Este hombre se ha vuelto loco!” Y a continuación dicen: “A la próxima persona que intente llevarse a uno de nosotros hasta esta luz, ¡la mataremos! Por compasión, por amor y según nuestro nivel de comprensión, no vamos a dejar que traten a los nuestros de esta manera”. Ésa es la historia. Es un escenario y una historia interesante pero ¿de qué habla? No se trata de unas personas ocultas en algún lugar en una caverna de Atenas. Está hablando de nosotros y de la naturaleza del desarrollo de nuestra capacidad para reflejar lo que ya está presente en nuestro interior: esa Luz radiante.

Los efectos del movimiento teosófico se han visto a muchos niveles. Evidentemente existe la necesidad inicial de exponer al mundo ciertos conceptos sobre la naturaleza del ser humano y el universo, sobre nuestra capacidad de escoger y nuestra responsabilidad. Ese trabajo no se ha completado aún, pero se ha trabajado bien en ese sentido y en esa línea. Muchos grupos pueden repetir pequeñas partes de lo que llamamos teosofía, a veces mejor que nosotros mismos. El propósito de todo el movimiento teosófico mundial y del proceso en el cual nos encontramos comprometidos en nombre de la Teosofía trata más -realmente- de la auto transformación. Esto significa transformarnos como individuos, no sólo porque nos ayudará a sentirnos bien en nuestros momentos de tranquilidad, como ocurrirá, sino porque somos unidades dentro de una vida más amplia, dentro de una conciencia más amplia,  dentro de “la gran humanidad”, y la vida y energía que nosotros damos como contribución a esa vida más amplia afecta a todas las unidades que hay dentro de ella.

Nos gusta pensar que somos unos seres pequeños relativamente indefensos. Es una manera conveniente de pensar porque nos alivia de cierta responsabilidad, de la responsabilidad de emprender totalmente este proceso de desarrollo. Este desarrollo es bueno para vosotros y para el planeta, y es la razón por la que estamos aquí. La regeneración humana es la razón profunda de que se haya fundado la Sociedad Teosófica, no sólo para introducir algunos conceptos nuevos que pueden contaminarse como ya ha pasado con tantos otros, sino con la esperanza de que hubiera algunos individuos que puedan realmente seguir esos conceptos, entrar en profundidad en ellos, reflexionar sobre ellos y practicarlos, hasta que verdaderamente vayan más allá de la práctica y el esfuerzo, hasta llegar a la experiencia. La experiencia de la Unicidad, de la Fraternidad, de los Maestros de Sabiduría, el nombre no importa. La experiencia es lo que importa, porque eso es lo que se extiende. Eso es lo que primero se apodera de nosotros y simultáneamente se disemina por el mundo.

Cada vez que nos reunimos y nos vemos las caras tenemos una oportunidad maravillosa a nuestro alcance. Muchas veces asistimos a las reuniones porque buscamos aquélla que creemos que nos falta, o porque nos sentimos más cómodos en presencia de otros que piensan igual que nosotros. Uno de los propósitos ocultos de estas reuniones va mucho más allá de todo esto. La mayoría de las veces ni siquiera somos conscientes de ello. Hay momentos, a veces brevísimos, en los que la preocupación que tenemos por nosotros mismos desaparece. Solamente en ese momento somos útiles para el mundo. Hay algo muy grande que está intentando darse a conocer en este mundo. Nosotros estudiamos cosas sobre ello y de vez en cuando sentimos su influencia. Lo que le impide a esta cosa manifestarse plenamente es la falta de aperturas. Nosotros somos esas aperturas. Ese algo sólo podrá darse a conocer cuando dejemos de bloquear nuestra disponibilidad con la corriente casi incesante de deseos, anhelos, pensamientos y planes, con la interminable lista de la ropa sucia de quien creemos ser. Esas cosas pueden desaparecer y lo sabemos porque todos hemos tenido la experiencia.

Tenemos una oportunidad que, afortunadamente, se repite en cada momento. Ninguno de nosotros necesita más información. En medio de los incontables detalles que llamamos nuestra vida, en todo lo que nos ocupa constantemente, deberíamos intentar no perder nunca de vista el hecho de que hay algo mucho más profundo que se encuentra en el otro lado. Hay algo que nos ha traído al mundo y que se encuentra al otro lado de esos detalles. Nuestro problema es que no podemos alcanzarlo hasta que no nos ocupemos de estos detalles de la forma adecuada. Lo único que intento hacer es animaros, igual que me animo a mí mismo diariamente, para recordar lo que se encuentra más allá. Todos lo han visto y lo han sentido, pero hay que recordarlo. Con eso es suficiente.