viernes, 8 de mayo de 2015

El delicado arte de ser responsables


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Linda Oliveira.

 En el mundo moderno a menudo definimos nuestra vida en términos de habilidades, logros, una carrera, nuestra familia, tiempo, preocupaciones, compromisos, tiempo libre y muchas otras cosas. Nos hemos vuelto expertos en dividir la vida en muchos componentes. Lamentablemente, la atención al polo espiritual de la vida a menudo ocupa un pequeño lugar entre las múltiples áreas que integran ese efímero viaje que conocemos como vida humana.

 La visión teosófica del mundo apunta a la posibilidad de un acercamiento a la vida de una forma más holística, integrando de alguna manera nuestras distintas experiencias, incluyendo las espirituales, de modo que haya consistencia en nuestra respuesta a la vida, y que no esté determinada por “el sombrero que estemos usando en una situación dada”. En otras palabras, podemos responder en cada momento tal como verdaderamente somos, y no de acuerdo con el dictado de las personas y las circunstancias en que nos encontremos. En esta charla emplearemos la metáfora del individuo humano como un artista que puede ayudar a revelar y mostrar a ese más íntimo y sin embargo más universal Ser interno, el cual no es inconsistente ni divisivo.

La responsabilidad como proceso creativo

 Muchas personas consideran que no poseen habilidades artísticas. Sin embargo, cada uno de nosotros es un artista, aunque no nos demos cuenta de ello, es decir, somos el artista de nuestro propio desarrollo y destino. Consideren por un momento a un artista que pinta. Un pintor necesita cierto entrenamiento para desarrollar las habilidades básicas para poner el pincel en el lienzo y pintar un cuadro. Luego, él o ella precisan ciertos instrumentos: el propio lienzo, una paleta de pinturas que puedan producir innumerables matices de colores, algo que sostenga el lienzo, y un pincel. Pero hay  algo más que esto, pues el artista generalmente tiene una especie de conocimiento previo o visión de lo que será traído a la vida sobre el lienzo, que puede ser esbozado de antemano. Esa visión, es probable que sea refinada en el proceso siguiente. La delicada sensibilidad del artista necesita fructificar en la incipiente creación.

   El término “ser responsable” implica la necesidad de comprender el significado de “responsabilidad”, “yo” y “Yo”. Responsabilidad significa “deber, compromiso” y “la capacidad de tener una conducta racional”. También  uno de los significados de “responsabilidad” es “responder de las propias acciones”.

 En las enseñanzas teosóficas, al yo personal o la personalidad a menudo se le denomina “yo”. La individualidad, Atma-Buddhi-Manas, es comúnmente conocida como "Yo". Por lo tanto, podemos decir que el delicado arte de la responsabilidad involucra numerosos aspectos:



1.      tener una visión o idea interna de aquello en lo que podemos convertirnos,

2.      ser sensibles a esa visión o idea interna,

3.      volverse conscientes de las herramientas del yo personal con las que tenemos que trabajar,

4.      examinar nuestras diferentes tendencias, y

5.      hacer palidecer/debilitar esas tendencias para que los colores más sutiles de nuestra verdadera naturaleza se puedan manifestar y “tomen forma”, por así decirlo.

 Este proceso puede preparar el camino para que las acciones sean cada vez más equilibradas y cuidadosas, para que reflejen nuestro svadharma o dharma individual, de modo que nos volvamos conscientemente, profunda y plenamente responsables de nuestras acciones.

 El hecho es que si aceptáramos la total responsabilidad de nuestras acciones, nunca provocaríamos al karma, nunca nos molestarían las distintas circunstancias que se nos presentan en la vida. Existe un fenómeno al que quizás no se le ha dado un nombre. Puede ser descrito como “la brecha” – es decir, la brecha entre conocer las enseñanzas teosóficas tales como el karma intelectualmente, y realmente incorporarlas en nuestro ser. En La Voz del Silencio, los términos opuestos “aprendizaje de la cabeza” y “sabiduría del alma”, también implican que esta brecha existe. ¡A veces puede parecer un abismo!

 Como artistas de nuestro propio desarrollo, nuestra primera tarea es ver lo que está realmente allí, identificar las herramientas con las que tenemos que trabajar. Esto requiere un nivel de examen de la personalidad que a veces puede resultar incómodo. Pero en el proceso se evidenciará cuáles son los aspectos del yo que no son de utilidad y que no necesitan ser sustentados por más tiempo, para que el Yo interno se establezca cada vez más y finalmente se convierta en una fuerza considerable.

 Sugerencias de la Sabiduría Perenne para ser responsables

 Las enseñanzas de la Sabiduría Perenne tienen algunas sugerencias útiles que pueden ayudarnos a convertirnos en artistas más consumados de nuestro desarrollo. Consideremos ahora algunas de ellas.

 Madhava Ashish subrayó la necesidad de una visión de nosotros mismos cuando comentó que nuestra capacidad de mantener  nuestros pies en el camino dependerá de la claridad (itálicas mías) de nuestra visión”. El observó que cuanto más comprendemos “lo que somos y cómo llegamos a serlo, más comprenderemos qué hemos de ser y cómo llegar a ello” (El Hombre, Hijo del Hombre, 1970, p. 38). En otras palabras, cuando realmente vemos lo que es, la forma y el método se vuelven claros. Él mencionó la tarea de fortalecer “los aspectos superiores de nuestras naturalezas” y, “por otro lado, debilitar el poder compulsivo de nuestros viejos hábitos y deseos impenitentes” (Ibíd., p. 334).

 Para conocernos a nosotros mismos, es necesario considerar los distintos hábitos y deseos de nuestra personalidad tan imparcialmente como sea posible: nuestras preferencias y aversiones, nuestros amores y temores, nuestras respuestas a las demás personas -especialmente las respuestas negativas- nuestras tendencias perdurables o skandhas, las habilidades que tenemos y las que aun necesitamos desarrollar y si nuestro desarrollo general está desequilibrado y es deficiente en ciertas áreas. En pocas palabras, estamos sosteniendo un espejo y revelándonos a nosotros mismos lo que somos. Sin embargo, éste no es un proceso narcisista. Es posible convertirnos en un testigo relativamente imparcial de nuestras fortalezas y debilidades, lo que puede poner en claro “en qué tenemos que convertirnos” y, como Ashish también lo sugirió, “cómo hacerlo”.  Krishnamurti habló del conocimiento de sí mismo en el sentido de “conocer cada pensamiento, cada estado de ánimo, cada palabra, cada sentimiento, “conociendo la actividad de vuestra mente” (El Libro de la Vida). Para él esto no era complicado, ni analítico, sino simplemente “estar consciente”: observar el movimiento de la mente.  Esto tiene sentido, pues la mente colorea mucho la cualidad de nuestra respuesta a la vida, dependiendo de si está teñida por kama o por buddhi.

 Existe un término sánscrito que quizás expresa este proceso de debilitar nuestros hábitos y deseos a medida que el ser humano interno comienza a emerger: vairâgya. Esto a menudo es traducido al inglés como “indiferencia”, un término al que se refieren algunas personas a falta de uno mejor. Sin embargo el significado de vairâgya incluye “cambio o pérdida de color” y “palidecer”. Esto plantea la pregunta: “¿Qué está perdiendo color, palideciendo?”. Se podría decir que la personalidad está palideciendo a medida que retroceden los diferentes deseos (las distintas compulsiones). Al mismo tiempo, en el otro extremo del espectro, los colores verdaderos de la individualidad que emerge se van volviendo cada vez más pronunciados.

 Todo este proceso puede parecer una tarea abrumadora, pero, nuevamente, considerémonos como artistas. ¡Roma no fue construida en un día! No tenemos que lograr todo esto en una semana, pero podemos comenzar aquí y ahora con sólo un pequeño aspecto. Como ocurre con el pintor, se requiere paciencia. Este puede ser un proceso muy positivo y creativo.

   A lo largo de nuestra vida podemos confiar en las indicaciones que a veces nos den los demás, pero finalmente nosotros decidimos nuestro propio destino a través de las elecciones que hacemos y de la forma en que nos enfrentamos a las cosas. Esas elecciones nos son devueltas como oportunidades para crecer, a través de la infalible ley kármica.

 El crecimiento espiritual, como lo señala Madhava Ashish (p. 333), no es algo que las circunstancias nos obliguen a aceptar. Él advierte que debe surgir de  “un acto de libre albedrío” y que el desarrollo posterior de nuestra naturaleza sólo puede ser logrado mediante el esfuerzo personal. Cuando en alguna etapa, el velo de la personalidad se desvanece momentáneamente, la elección es realizada por un aspecto más profundo de nosotros mismos, revelando la paleta de colores del Yo  interior.

   Recuerden que uno de los significados de “responsabilidad” es “deber”. En La Clave de la Teosofía (p. 299), HPB habló del deber en términos muy amplios y bastantes duros. Ella escribió:

 Deber, es aquello que se debe a la Humanidad, a nuestros semejantes, vecinos, familia, y especialmente aquello que le debemos a todos aquellos que son más pobres y desamparados que nosotros. Es una deuda que si no se paga durante la vida, nos deja espiritualmente insolventes y en bancarrota moral en nuestra siguiente encarnación. La Teosofía es la quinta esencia del deber.

 Aquí deber no significa ese tipo de deber limitado y pesado, contra el cual el yo personal puede luchar y que es en cierta forma de alcance limitado. Es de un orden diferente, porque se origina en ese aspecto de nuestra naturaleza que percibe nuestras conexiones universales con la vida. Podemos considerar que ese deber o responsabilidad en su sentido más amplio se refiere a nuestra responsabilidad hacia todo en la vida, que es un mandato sagrado para el individuo espiritualmente emergente. Esto incluye muchas cosas, desde ocuparse de las posesiones personales hasta el cuidado de las plantas y animales, e involucrarse en temas de interés ético, así como todo el espectro de responsabilidades adicionales hacia la humanidad y la vida. Cuando nos detenemos un momento, eso se vuelve evidente para nosotros.

 En nuestro mundo del siglo veintiuno, en el cual la tecnología facilita incluso los espacios más pequeños de nuestra vida, nociones tales como esfuerzo o deber no son tan agradables. Sin embargo, una vez que hemos tocado al Yo, aunque sea una vez, de modo casi imperceptible, los esfuerzos posteriores hacia esta estrella polar no parecen ser tan pesados. A este respecto, volvámonos hacia el autor contemporáneo Ken Wilber, quien escribe acerca de la tradición de la Sabiduría Perenne. Habla de la forma en que la agitación del sentido del yo separado se distiende cuando tiene lugar la meditación no- dual o la contemplación. Describe un proceso en el cual el yo (personal) se expande en la vasta extensión de todo el espacio (El Amanecer del Espíritu). Esto se refiere, obviamente a la auténtica y profunda meditación, no a la variedad de actividades a las que comúnmente se hace referencia como prácticas de meditación.

 La noción del yo personal expandiéndose implica que normalmente estamos en un estado ajustado, protector, que evita que abandonemos el “yo por el no-yo”, por emplear las palabras de La Voz del Silencio (v. 19). Continuando con esto un poco más, quizá el ser humano es, en cierto sentido, como una serpiente que ataca cuando se la provoca y que está muy cómoda cuando se encuentra ´durmiendo´ y enroscada en sí misma. Sin embargo, cuando nuestra serpiente está desenroscada y su superficie  plenamente expuesta al medio que la rodea, también puede encarnar a la sabiduría. Ken Wilber observa que cuando nos sintamos a nosotros mismos en el ahora, en este momento, sentiremos básicamente una “pequeña tensión interior o contracción -una sensación de asir, desear, anhelar, querer, evitar, resistir-  una sensación de esfuerzo, una sensación de buscar”. Esta sensación de búsqueda, dice, en su forma más elevada toma la forma de la “Gran Búsqueda del Espíritu”. Pero la paradoja es que no hay ningún lugar donde el Espíritu no esté. La Sabiduría Perenne habla del “Espíritu como materia”. Por lo tanto, todo lo que percibimos en nuestro mundo es una cristalización o solidificación del Espíritu. No lo reconocemos por lo que es, ni nos reconocemos plenamente a nosotros mismos por lo que somos: el Espíritu o el Ser.

 Una visión de aquello en lo que podemos convertirnos

 Parece que, para que el ser personal se desenvuelva, se necesita cierto nivel de sacrificio personal. Pero no es saludable llevar esto a extremos. Es útil recordar la enseñanza budista del Sendero Medio. Madhava Ashish comentó sabiamente que “nosotros somos…completos y perfectos…cuando somos conscientes de la fuente indiferenciada de nuestro ser y (itálicas mías) de su manifestación diferenciada”.

 Por ejemplo, ¿deberíamos dar tanto de nosotros mismos y de nuestras pertenencias que no pudiéramos actuar con eficiencia? ¡No! HPB dio la clave a esto cuando escribió:

 El  propio sacrificio debe ser llevado a cabo con discernimiento; y si ese abandono de uno mismo es hecho sin justicia, o ciegamente, sin tener en cuenta los resultados subsiguientes, puede a menudo probar que no sólo se ha hecho en vano, sino que ha sido perjudicial. Una de las reglas fundamentales de la Teosofía es la justicia con uno mismo, visto/considerado como una unidad de la colectiva humanidad, es la misma justicia hacia todos los demás que a uno mismo. (La Clave de la Teosofía).

Un artista a menudo comienza con una idea o visión amplia de lo que va a ser traído a la vida sobre un lienzo. Tal vez por un largo período de evolución un individuo humano no tiene una visión fuerte o particularmente específica de lo que él o ella pueden llegar a ser. Una idea necesita tiempo para ser clara. Sin embargo, cuando se alcanza el punto de inflexión y el nivritti-mârga comienza, la visión de una clase diferente de humanidad puede empezar a surgir. Cuanto más enfocada esté la visión, más rápido será el retorno. A medida que el yo retrocede, el Yo comienza a revelar sus colores más delicados y sutiles.

 Para J. Krishnamurti y Ken Wilber puede que no sea necesario buscar eso que ya somos, pero de lo cual estamos sólo vagamente conscientes. Tal vez para ellos tampoco fue necesaria una visión sino el simple reconocimiento de lo que es. Para Wilber, lo que es sumamente importante es el reconocimiento de lo Inmutable, reconocer el vacío primordial, reconocer la incalificable Divinidad, el Espíritu puro. También podríamos llamarlo “el re-conocimiento del Yo universal interior”, o conocer nuevamente lo que realmente somos. Sin embargo, con seguridad el desarrollo humano también requiere cierto proceso o viaje. Este proceso es la preparación para lo que hacemos referencia como el “Sendero” y tal vez abarca una gran parte del mismo Sendero.

 El artista, lo impredecible del Yo  – y un giro

 Volvamos a la metáfora del ser humano como un artista, implicando la necesidad de que cierto proceso creativo tenga lugar. Cuanto más podamos identificar aquello con  lo que tenemos que trabajar (como lo sugiere Ashish), más podremos quitar el revestimiento depositado durante vidas, y permitir que emerja lo que está adentro.

 Entonces nos volveremos receptivos al Yo en vez de reactivos a los caprichos del yo personal, que tiende a ocupar la mayor parte de nuestro espacio de vigilia. La calidad de vida se fortalece, se enriquece, se vuelve más equilibrada y cada vez más teñida con la belleza interior. El Ego Reencarnado se refina y se ilumina más.

 La actividad del Yo, que es a la vez individual y universal, ni siquiera es  previsible. Una artista australiana, Margaret Olley afirmó lo siguiente: “Todavía, sigo esperando ser siempre sorprendida. Si no quedaran sorpresas, podrías morir ahora. Mantén tu sentido de curiosidad y asombro. La gran obra de arte podría estar esperando a la vuelta de la próxima esquina”. Así ocurre con el viaje espiritual. La curiosidad y el asombro acerca de nosotros mismos y del mundo, evitan el estancamiento, evitan la uniformidad, evitan lo predecible y estimulan la actividad creativa del Espíritu. Evitan que la mente se cristalice, que quede atrapada en los surcos de la actividad repetitiva y nos ayuda a responder más a la vida, en vez de reaccionar de acuerdo con nuestros antiguos patrones. Gradualmente nos volvemos totalmente responsables, actuando en todas las situaciones en afinidad con nuestra naturaleza más profunda. ¿Cómo podría manifestarse esto en términos concretos? Algunas veces puede incluir una completa honestidad en temas financieros, devolviendo algo que hemos encontrado y no nos pertenece, admitiendo un error en lugar de taparlo (el orgullo desmedido es increíblemente común), haciendo lo que decimos que haremos, aprendiendo el arte de la cortesía hacia los demás en todas las situaciones, e involucrándonos en causas que puedan ayudar a hacer un mundo mejor. En otras palabras, responsabilidad, significa volverse  plenamente responsable de nuestras acciones.

 La obra de arte espiritual interna es en cierto sentido una creación artística. Sin embargo existe una distorsión en esta idea, porque en otro sentido esa obra de arte es todo lo que siempre hemos sido. Lo que podríamos describir como una etapa avanzada en el Sendero, eventualmente al proceso de buscar al Yo o al Espíritu mismo, debemos abandonarlo, porque paradójicamente, el Yo no puede ser alcanzado –como Krishnamurti y Ken Wilber probablemente lo reconocerían- es lo que somos.

  Como dice uno de los Upanishads (Darryl Reanney, La Música de la Mente, 1994,  p. 148):



                                El Señor de todo,

                                el conocedor de todo,

                                el comienzo y el fin de todo;

                                ése Yo habita en todo corazón humano.

                                Busca afuera; se ha ido.

                                Busca adentro; se ha ido.

                                No lo busques; se ha ido.

                                No puede ser recordado.

                                No puede ser olvidado.

                                No puede ser captado por ningún medio posible.

                                Está más allá de todos los límites y confinamientos.

                                Es la unidad pura,

                                donde nada más puede existir.