martes, 17 de marzo de 2015

Una vida inspirada: base para la comprensión



Tim Boyd.

 En los últimos años he viajado mucho. Debido a que mis viajes han sido principalmente por la ST, me ha dado la oportunidad de conocer personas que están atraídas hacia un proceso de desarrollo conciente y compartirlo con ellas. La cuestión no ha sido cerrar un trato, vender algo, o persuadir a alguien a pensar o actuar de cierta manera. Ha sido explorar cosas significativas y considerar algunos de los problemas de la vida.

Una percepción fascinante para mí ha sido comprender que los problemas de aquellos que están involucrados en un camino espiritual, y los de aquellos que no tienen ningún concepto o idea sobre la espiritualidad, son los mismos. Todos están tratando de encontrar modos relacionados con el tema básico del alimento y la vivienda; todos están  preocupados con los innumerables cambios que enfrentan cada día, el clima o las finanzas, y los cambios del cuerpo que llegan con el crecimiento y la vejez. En algún momento todo el mundo tiene que hacer frente a la muerte y el morir; y todos buscan amor, recibirlo, ofrecerlo, y entenderlo.

¿Qué es diferente para el buscador espiritual? La diferencia no está en los problemas mismos, sino en la actitud de la mente al abordarlos. En la vida normal tratamos de solucionar problemas o superarlos. En cierto sentido nos comportamos como si fueran nuestros adversarios. Para aquellos en quienes está naciendo algún sentido de una más profunda posibilidad, el objetivo no es conquistar, sino comprender, alcanzar esa profundidad de visión que ve el patrón que abarca todo en una vida mayor.

Existe un aforismo en la sabiduría convencional que nos dice “el conocimiento es poder”. Es esta una afirmación que tiene cierto atractivo, pues parece estar de acuerdo con nuestra experiencia diaria y el sentido común. Siempre que aprendemos una nueva habilidad, o aplicamos alguna nueva información, influenciamos nuestro entorno para bien o para mal. Si tu carro se rompe, puedes leer un manual y arreglarlo. Si tu cuerpo tiene problemas, puedes leer, o hablar con un médico y aprender sobre medicación y ejercicios. Si tu mente está inquieta, puedes adquirir algún conocimiento sobre técnicas de respiración o relajación. En estos niveles el conocimiento ordinario es efectivo. Cuando comenzamos a hacer preguntas más profundas tales como, “¿Cómo puedo experimentar la Unidad, o la paz, o incluso la felicidad?” se necesita algo más. Al dirigirse nuestro interés a niveles más profundos del ser, el conocimiento convencional no es efectivo.

En el lenguaje común el término conocimiento puede significar varias cosas, puede ser la dirección del supermercado del barrio, los datos de un experimento físico, o una descripción del cuerpo astral. Aunque diferentes en contenido y calidad, el proceso para obtener conocimiento es el mismo. Los órganos de sensación transmiten impresiones al hombre interno. Según la ciencia contemporánea, el sistema nervioso informa al cerebro. En la tradición de la sabiduría perenne, la cual reconoce la primacía de la conciencia, el proceso tiene un rango mayor. Los Jnanendriyas (órganos de conocimiento) transfieren nuestras percepciones a capas siempre mayores de nuestro ser. Lo que comienza como una impresión psíquica se transforma en una sensación, después en un sentimiento, y luego se combina con el pensamiento. La característica distintiva de la información es que sin importar el tema, la información no se transforma. Es, en el mejor de los casos, un fenómeno mental.

Para aquellos que están conscientemente comprometidos en un proceso de autotransformación existe una jerarquía de percepción en la cual el conocimiento normal es el primer paso. El desenvolvimiento de la conciencia se mueve desde el conocimiento, al entendimiento, a la sabiduría. El conocimiento es el artífice. Provee la estructura y es una función de la mente. La comprensión da sentido a las estructuras que la mente construye y es una función de buddhi, la intuición espiritual. La sabiduría es como el espacio, que contiene a todas las cosas, define todas las cosas, pero no puede ser identificado con cualquiera o ninguna de ellas. Es la naturaleza de la realidad. En palabras de Krishna, “Habiendo penetrado este universo con fragmentos de mí mismo, Yo permanezco”. Experimentamos la sabiduría como la percepción de la realidad.  La plegaria de muchos es “De lo irreal condúceme a lo Real”.

Para la mayoría de nosotros, la necesidad actual es movernos más allá de las tendencias de la mente de reunir información y dirigirnos a las funciones más profundas de una mente iluminada por buddhi.  Solo esta mente refleja la amplitud, creatividad, comprensión, libertad y compasión que caracterizan una vida inspirada. La información ofrece la estructura y es un proceso mental. La  comprensión es una función de la intuición espiritual, buddhi.

En el mundo de la música clásica occidental, el violín Stradivarius se lo considera como un nombre que prevalece sobre los demás. ¿Qué hace tan especial a este instrumento? Un análisis cuidadoso ha mostrado que los materiales usados para fabricar el violín fueron de la más alta calidad. La combinación maestra de aquellos materiales por la familia Stradivarius creó un instrumento que produce los sonidos más finos. Sin embargo, incluso un Stradivarius no puede hacer música a menos que esté cuidadosamente afinado. Una vez afinado es todavía inútil hasta que se coloca en las manos de un músico genuino. El desenvolvimiento, afinación, y uso superior de nuestros vehículos, en especial nuestra mente, es similar. Los materiales son como el conocimiento; para poder crear un instrumento utilizable estos deben ser de calidad superior, pero los materiales (información) solos no son suficientes. Deben ser combinados en estructuras capaces de producir un sonido puro. Las estructuras  conceptuales de las enseñanzas teosóficas cumplen esta función. Sin embargo, incluso esto no es suficiente. El instrumento debe ser afinado y después colocado en las manos del músico. Las disciplinas de estudio profundo y meditación son las vías por las que nuestra mente se afina, pero es solo entonces que la intuición espiritual puede manifestar su presencia. La fabricación y la afinación son un proceso mental. El tocar es la función de Buddhi. Al realizar el trabajo disciplinado de preparar la mente, hemos hecho todo lo que nos es personalmente posible. El próximo, y a veces el paso más difícil, es renunciar a nuestro esfuerzo personal y permitir al Ser Superior jugar a través de nosotros. Este es el trabajo de toda una vida.

Parte del propósito de las muchas disciplinas espirituales del mundo es propiciar la experiencia de este descenso del Ser Superior. Según la tradición, a esta experiencia se le da un nombre diferente. La estrecha asociación de esta experiencia con las enseñanzas y prácticas de las diferentes religiones y tradiciones espirituales dan la impresión de que es algo disponible solamente al devoto profundo o profesional espiritual. El hecho es que todo el mundo, sin excepción, tiene alguna familiaridad con este estado de existencia. ¿Quién no ha tenido la experiencia de contemplar el atardecer, un día en particular y sentirse abrumado por un sentido de belleza, serenidad y poder? O la experiencia de perder toda conciencia de uno mismo al contemplar la alegría espontánea de los niños que juegan, o los pájaros que vuelan. En estas ocasiones, nuestro proceso normal de análisis y observación está momentáneamente suspendido. Después del hecho, nos encontramos a nosotros mismos describiendo estos momentos como situaciones en que fuimos felices, pacíficos, alegres, o estábamos contentos, pero estos son pensamientos posteriores. El factor precipitante de esta experiencia es que, por un momento, nos encontramos liberados de nuestras habituales preocupaciones con nosotros mismos. Estamos temporalmente aliviados de la fascinación interminable con nuestros problemas, nuestros numerosos deseos. Nuestros gustos y aversiones. En ese momento la luz de Buddhi tiene una oportunidad de brillar sobre una mente que brevemente se ha transformado en un lago tranquilo, no alterado por las constantes olas del pensamiento auto enfocado. Aunque la experiencia es fugaz, en ese breve momento comprendemos. Comprendemos lo que es paz y lo que significa ser genuinamente feliz. Sentimos la presencia de un amor que todo lo abarca  y es omnipresente. Algo similar le ocurre a todos en algún momento de la vida. A menudo el deseo de reproducir esta experiencia es la razón para involucrarse en el camino espiritual.

Para muchos, el deseo de repetir esta experiencia momentánea de ausencia del yo, se vuelve un interés impulsor. Las tradiciones espirituales de todo el mundo piden a sus devotos hacer peregrinaciones que duplican los viajes de sus fundadores. Se anima a los devotos a usar ciertas vestiduras, realizar rituales, ir a lugares especiales, decir ciertas palabras con la esperanza y la intención de que al hacerlas experimentarán lo que experimentó el gran maestro. Incluso fuera de las tradiciones religiosas nos comportamos de manera similar. El problema para nosotros es que estas experiencias no son el resultado de ninguna condición exterior, y no se pueden inducir siguiendo una fórmula.

En cierta ocasión una mujer me contó una historia de una visión que ella tuvo del infierno y del cielo. En la visión del infierno se le mostró una mesa llena de comida. Todo manjar imaginable estaba sobre aquella mesa, solo los más deliciosos alimentos. Había personas sentadas alrededor de la mesa. El rasgo extraño de las personas era que tenían brazos muy largos que estaban rígidos. Cuando tomaban la comida no la podían llevar a sus bocas. Sin un codo que doblar, por más que trataban no podían alimentarse a sí mismos. De esta manera, en el infierno, incluso ante la presencia de las más exquisitas y nutrientes comidas, la gente se moría de hambre, iracunda y desesperada.

Después se le mostró una visión del cielo. En el cielo vio exactamente la misma mesa con la misma abundancia de alimentos. Alrededor de la mesa había personas sentadas con los mismos rasgos de la gente del infierno, brazos largos y rígidos. La diferencia en el cielo era que, en lugar de la fútil lucha para alimentarse a sí mismos, la gente utilizaba los brazos para alimentarse los unos a los otros.

En las ocasiones en que he compartido este relato se me ha dicho a veces que es una hermosa historia, pero que en el “mundo real” no es práctico. En este “mundo real” donde cada quien está cuidando de sus propios intereses, son los egoístas los que son alimentados mientras que los bondadosos mueren de hambre. Este punto de vista, tanto como un hecho como una base para la acción, no es exacto. Como una cuestión práctica, los actos de bondad, compasión, amor, honestidad, generosidad son como el alimento que cada persona anhela. En su presencia florecemos. En su ausencia desarrollamos el gusto por sustitutos de baja calidad, comida chatarra, como el conflicto, la excitación constante, las adicciones a sustancias o relaciones. Estas ingestiones de baja calidad tienen el efecto de adormecernos o de llevarnos a un estado de amnesia. La profundidad de nuestra necesidad de conectarnos con otros como una expresión natural de nuestra naturaleza interna está enmascarada y temporalmente olvidada. En presencia de alguien, o de algún lugar de la naturaleza que nos permita encontrar esta experiencia de amor, compasión, etc., nos emocionamos y recordamos.

A veces nos tropezamos con el término “círculo vicioso”. Es un término que frecuentemente se encuentra en el campo de la economía, pero es también la base para innumerables historietas y dibujos animados. Así, por ejemplo, un hombre regresa a casa. Está enojado por algo relacionado con su trabajo. Su perro viene a recibirlo a la puerta. En su ira patea al perro. El perro escapa del hombre y persigue al gato. El gato escapa del perro, y corriendo golpea un candelero. El candelero prende fuego a la casa. El hombre se pone más furioso. El  círculo vicioso describe una situación en la cual la solución aparente de un problema crea uno nuevo e incrementa la dificultad de resolver el original. Un ejemplo más profundo de este lazo de retroalimentación negativo se encuentra en la enseñanza budista de los Doce Nidanas, también llamados los doce eslabones originales interdependientes. Se ilustra visualmente en La Rueda de la Vida, o Bhavachakra. En esta compresión del círculo vicioso, el primer eslabón, la ignorancia, lleva inexorablemente a todos los otros, los cuales incluyen básicamente el nacimiento, la  enfermedad, la vejez, la muerte y el renacimiento en la repetición del ciclo. Es una descripción del mecanismo de Samsara.

Así como existe un circulo vicioso, también existe un “círculo virtuoso”, una condición en la cual una circunstancia favorable da origen a otra que subsecuentemente respalda la primera. Así, por ejemplo, conocemos a  alguien que vive una vida inspirada, alguien que es amable, amoroso, paciente y generoso. En su presencia somos conscientes de cuán profundamente respondemos a estas cualidades. Lo sentimos como una necesidad. Esta conciencia nos despierta a la presencia de estas mismas cualidades en nuestro interior. Entendemos más profundamente nuestra propia naturaleza. Esto conduce a una capacidad creciente por la amabilidad, el amor y la compasión de nuestra parte, la cual a su vez conduce a una comprensión mayor que nos lleva a vivir de forma inspirada, una espiral creciente de inspiración, comprensión y creciente capacidad para servir.

Existe el potencial para una nueva mente dentro de nosotros, una mente abierta a la comprensión que viene de una forma de vivir inspirada. No es la mente de cualquier individuo sino aquella mente mayor interna dentro de la cual todos “vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser”. Justo detrás de los muros de la auto absorción que forman los límites de nuestro mundo normal, yace algo más grande, un nuevo mundo cuya extensión y hospitalidad abarca a todos los seres. Es nuestro trabajo derribar estas barreras.