JOHN
ALGEO
Ex
Vicepresidente Internacional de la Sociedad Teosófica y Profesor Eméritus,
Universidad de Georgia, EEUU.
La Biblia cristiana hace una notable afirmación sobre la verdad: “Y
conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Evangelio según San Juan,
8:32). Pero la verdad es algo misterioso.
En un artículo titulado “¿Qué es la Verdad?” (Lucifer,
febrero1888), H.P. Blavatsky escribió: “No hay espacio para la verdad
absoluta sobre ningún tema en un mundo tan finito y condicionado como es el
hombre mismo. Pero hay verdades relativas y hemos de aprovecharlas lo mejor
que podamos. En cada época hubo Sabios que dominaron lo absoluto y sin
embargo sólo pudieron enseñar verdades relativas. Porque todavía ninguna
persona nacida de mujer mortal en
nuestra
raza, tiene o puede haber trasmitido la verdad total y final a otro hombre,
porque cada uno de nosotros tiene que encontrar ese conocimiento final (para
él)
en
sí mismo.”
Las verdades que nos hacen libres, como dice el Evangelio, son verdades
internas, verdades que no versan sobre el mundo externo, sino sobre nuestro
ser más profundo. Esas son las verdades teosóficas, que nos liberan de las
creencias comunes erróneas. Pero si las verdades teosóficas pudieran
liberarnos de las ilusiones de las suposiciones ordinarias, ¿cómo sabemos
que nuestras verdades teosóficas son verdaderas? ¿Es posible que también
ellas, aunque mucho mejor que nuestras apreciaciones corrientes sobre la
vida, sean sólo parciales y distorsionadas?
El Mahachohan ha dicho que la enseñanza que los Maestros proclaman es “la
única verdadera” y que “Teo-Sofía”, la Sabiduría Divina…es sinónimo de la
verdad”. Pero ¿es la Teo-Sofía del Mahachohan la misma que la Teosofía que
entendemos y proclamamos nosotros? ¿Es posible que nuestra comprensión de la
Sabiduría Divina pueda no ser exactamente la misma que la del Mahachohan, y
no esté al mismo nivel que la suya?
La Verdad es como la luz. El cosmos está impregnado de radiación
electromagnética. Nuestros ojos sólo pueden percibir una diminuta porción
del espectro total de la radiación y a esa pequeña porción le llamamos
“luz”. El cosmos está lleno de una enorme gama de radiación electromagnética
que no podemos ver, una exposición prácticamente ilimitada de energías,
sobre las cuales estamos completamente a oscuras. E incluso esa pequeña
parte del espectro electromagnético que podemos ver, no la vemos
directamente. La luz es invisible hasta que es reflejada por algún objeto.
La verdad es así. La verdad total de la Teo-Sofía es como todo el rango de
radiación electromagnética. Es eterno. Es absoluto. Pero nosotros somos
temporales y relativos. Nuestras percepciones limitadas de las verdades
teosóficas son todo lo que nosotros, con nuestras imperfecciones y
limitaciones, somos capaces de recibir de la verdad total y una. La
radiación de la verdad está en todas partes, pero sólo podemos ver una
pequeña parte de ella. Hemos pues de recordar las sabias palabras de Hamlet
a su amigo: “Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que
se sueñan en tu filosofía”. O, como escribió HPB: “… aunque la verdad
absoluta
no está en la tierra y tiene que buscarse en las regiones superiores…siguen
existiendo, incluso en este pequeño e infantil globo giratorio nuestro,
algunas cosas que ni siquiera se han soñado en la filosofía occidental”.
(“¿Qué es la Verdad?”
Lucifer.
feb. 1888. CW 9:33)
Además, incluso la pequeña parte de la Verdad eterna que podemos percibir,
no la percibimos directamente. Es como la luz. Los astronautas que viajan en
vehículos espaciales a la luna o a otra parte, están viajando a través de la
luz del sol, que se irradia continuamente en el espacio vacío. Pero como ese
espacio está vacío, los astronautas no ven la luz en él. El espacio en sí
mismo, pues, carece de luz y es negro a los ojos del observador. En el
espacio exterior, somos conscientes de la luz del sol solamente cuando se la
ve chocando con un objeto: una parte del vehículo espacial, otro objeto
rotando por encima de la tierra como la luna o la misma tierra. Entonces la
luz del sol revela ese objeto.
Del mismo modo, percibimos la verdad solamente cuando está reflejada por los
objetos de nuestro entorno. Y el proceso del reflejo distorsiona su luz.
Nuestra Teosofía está filtrada por nuestro entorno y nuestra herencia.
Entonces la Verdad aparece como una cosa de muchos colores y diversa, un
poco distinta para cada uno de nosotros. Pero eso no es malo. Ciertamente a
su manera, es glorioso, una cosa esplendorosa e ilimitada. Cuando la pequeña
parte de la radiación electromagnética que podemos ver se refleja en
nuestros ojos, la vemos de varios colores, según la cualidad de aquello que
lo refleja. Algunos objetos absorben toda la luz y por eso nos parecen
negros, como el mismo espacio, porque no reflejan nada a nuestros ojos.
Otros objetos reflejan toda la luz o la mayoría, y por eso nos parecen
blancos, el espectro completo de la luz. El color de cualquier objeto que
miramos es esa parte de rango de luz de la radiación electromagnética que ha
rebotado en él. Pensamos que una manzana es roja: la manzana en sí misma es
de todos los colores excepto roja, porque ha absorbido todas las ondas de
luz excepto las que impresionan nuestros ojos como rojo. Paradójicamente,
vemos la manzana roja porque ha rechazado los rayos rojos y ha aceptado
todos los demás.
Debemos recordar que las verdades que vemos son condicionadas y relativas.
Existe una verdad absoluta, igual que hay una luz absoluta. Pero no podemos
ver la luz absoluta y no podemos comprender la verdad absoluta. No debemos
asumir que las verdades que creemos conocer son la única o absoluta verdad.
Oliver Cromwell fue un dictador de mediados del siglo XVII en Inglaterra y,
en algunos aspectos, no fue un hombre bueno. Pero escribió unas palabras muy
sabias a la Asamblea General de la Iglesia de Escocia: “Yo os imploro, por
las entrañas de Cristo, que penséis en la posibilidad de que estéis
equivocados”.
Aquellas grandes almas que ven con más claridad que nosotros y de una forma
total la naturaleza de las cosas, están viendo un mundo algo distinto al
nuestro. Por una visión más amplia, los Maestros y las personas como HPB,
que están próximas a ellos, ven la unidad, el orden y el propósito de la
vida de forma inmediata y directa, algo que nosotros somos incapaces de
lograr. Y como están vivos a esa visión de la verdad, encarnan la unidad, el
orden y el propósito en su propia vida. Estar vivo a las verdades de la
Teosofía es conocer cómo se expresan sus grandes verdades en los pequeños
detalles. De todos modos, no debemos quedarnos atascados en esos detalles, y
hemos de recordar siempre que la luz blanca de la verdad abarca todos los
colores y los sintetiza con un esplendor que sobrepasa incluso la cola del
pavo real.
Este artículo sugiere dos cosas. La primera es que, si estamos vivos a las
verdades de la Teosofía, ellas pueden liberarnos del condicionamiento de
nuestras creencias comunes, esas suposiciones que se denominan “sabiduría
convencional” pero que contienen poca sabiduría verdadera y se limitan a ser
los prejuicios colectivos de una comunidad. Las verdades teosóficas son,
pues, liberadoras. Esas verdades nos liberan ayudándonos a descubrir quiénes
somos realmente. La segunda es que lo que entendemos como verdades
teosóficas son adaptaciones a nuestra comprensión limitada de la verdad
total de la Teo-Sofía, que es la sabiduría absoluta y eterna. Por
consiguiente, no deberíamos confundir nunca nuestra comprensión de las
verdades teosóficas con la verdad absoluta. En cambio, deberíamos decir,
junto con quienes son sabiamente humildes, “Así lo he oído”.