domingo, 28 de julio de 2013

La naturaleza de la madurez



DESDE LA ATALAYA Surendra Narayan

Según el diccionario, la palabra "maduro" significa alguien "con las capacidades del cuerpo y de la mente totalmente desarrolladas", "completo en su desarrollo natural", "al punto". Llevando la "madurez" a los niveles más profundos de la conciencia, el hecho de estar "completo en su desarrollo natural" o "al punto", ha sido explicado de varias maneras por los sabios y maestros. Algunas de estas explicaciones son sencillas pero tienen un profundo significado. Una de ellas la encontramos en un texto del sabio sufí Jalaluddin Rumi titulado "La madurez lo es Todo", que dice:

Este mundo es como un árbol; nosotros somos como el fruto a medio madurar que cuelga del árbol. Los frutos que no están maduros se hallan muy pegados a la rama, porque no están listos todavía para el paladar. Pero cuando ya han madurado del todo y son dulces y deliciosos, dejan de estar tan sujetos a la rama. Aun así, el reino del mundo pierde su sabor para aquella persona cuya boca ha probado la dulzura de la gran dicha.

"Perder la sujeción a la rama", que es el desapego o vairagya, es algo que encontramos con un papel importante en casi todas las enseñanzas de los sabios, porque es un reflejo de la madurez. J. Krishnamurti la define como "la liberación de la necesidad", y establece una distinción entre las "necesidades" y las "carencias" y añade:

Existe el amor solamente cuando no hay necesidad ni un cambio constante de necesidades y la eterna búsqueda, de un apego a otro, de un templo a otro, de un compromiso a otro. Comprometerse con una idea, con una fórmula, pertenecer a algo, a un secta, a algún dogma, es resultado de la necesidad, de la esencia del yo, que adopta la forma de las actividades más altruistas. Es un hábito, una máscara. La liberación de la necesidad es la madurez.

La necesidad y el deseo se usan en el mismo sentido. El deseo se basa en el apego y el apego se basa en la ilusión, la ilusión de un yo separado y también la ilusión de que si me adueño de "esto", tendré una felicidad duradera, cuando "esto" es en sí mismo algo ilusorio, porque es impermanente, variable, perecedero. Cuando se alcanza una comprensión más profunda, como expresa el poeta Tagore, "todas mis ilusiones arderán en iluminaciones de gozo, y todos mis deseos madurarán en los frutos del amor".

La madurez, pues, representa la maduración o la floración de la comprensión, un estado de conciencia despierta que funciona a niveles superiores al yo. Se puede llevar una vida "normal" en el mundo, cumpliendo con los deberes y responsabilidades familiares, en los negocios, la profesión o la política, y al mismo tiempo estar desapegados -cercanos y a la vez distantes. La persona madura realiza eficientemente todo su trabajo, incluso el más mundano o insignificante, y lo hace lo mejor posible, pero sin apegarse a él. Un santo hasídico dijo una vez "Yo no fuí al "Maggid" de Meseritz para aprender el Torá con él, sino para observar cómo se ataba los cordones de los zapatos".

De igual manera, las experiencias de la vida, agradables y desagradables, la salud y la enfermedad, el amor y el dolor, el éxito y el fracaso, si se toman de la forma adecuada, tienen siempre como objetivo enseñarnos algo y hacernos crecer en bondad.

La madurez no se adquiere a través del conflicto, de la represión ni la negación. Surge de forma natural dentro de nuestra conciencia profunda mientras observamos, miramos con atención y cuidado, e intentamos comprender la verdadera naturaleza de las cosas que están fuera y dentro de nosotros. Es el resultado de la vida "natural". Un árbol no "renuncia" a sus hojas viejas en otoño ni adquiere otras nuevas en la primavera. Por decirlo de una manera un poco diferente, podríamos decir que la madurez no entra desde fuera, sino que empieza a brillar dentro de nosotros de forma natural, a medida que vamos saliendo de los muros de la yoidad que nosotros mismo hemos construido a nuestro alrededor, y entonces toda nuestra vida, todo nuestro trabajo, será cada vez más sagrado, porque en la madurez se encuentra el amor más puro.

La madurez contiene dentro de sí misma muchas cualidades que nacen de un corazón puro. No están separadas de él como tampoco están separados los pétalos de la flor. Una de estas cualidades es la humildad. "El aprender es la esencia misma de la humildad, aprender de todo y de todos". Una persona que es humilde está también dotada de simplicidad, no tiene pretensiones y es sincera en sus actos. La mente no está llena de las cargas del pasado, de los prejuicios, de los condicionamientos de la raza, de la religión, de todo lo que llamamos cultura. Una mente simple es una mente receptiva, sin obstrucciones, que no está cerrada a todo lo externo.

La sensibilidad es otra cualidad. No se trata de ser "susceptible" a lo que dicen los demás, a lo que nos hacen o no nos hacen, sino que es una percepción afinada, tanto de la belleza y la proporción de un árbol, como de la ternura de una nueva hoja, de la sonrisa en el rostro de un niño y del dolor y el sufrimiento de los demás. Podemos añadir que la sensibilidad y la cualidad suprema de la compasión van juntas, porque las dos tienen su raíz en una intensa percepción de la globalidad.

La compasión es el amor altruista que fluye naturalmente, sin esfuerzos, de un corazón puro. No espera nada a cambio y no es selectiva; no escoge solamente a los amigos y parientes ignorando a los demás, no favorece lo bueno y se aparta de lo que no es tan bueno. Así pues, todo lo abarca, sostiene, refresca, consuela, refuerza inspira e incluso ennoblece a los demás. También se la ha llamado el "amor trascendente", que nunca disminuye ni se anquilosa, porque está "libre de un yo separado". Madame Blavatsky la llama "una esencia universal sin límites", la ley de la armonía eterna.

Sin embargo, los grandes maestros de la humanidad, a través de los siglos han dado siempre una advertencia y una exhortación, la que dice: "Mantente despierto y permanece siempre atento". "Vosotros sois los hijos de la luz. Por consiguiente, no tenemos que dormirnos, como hacen los demás, sino que hemos de permanecer atentos y sobrios".

La madurez, que es también un estado de paz y de bendición duraderas, no puede surgir si buscamos los placeres de los sentidos y el fulgor de la luz interna. "No puedes arar con un buey y un burro a la vez".

Acabemos con un texto inspirador de Annie Besant que delinea adecuadamente la naturaleza del ser maduro:

Esta persona, centrada en el Yo, ya no se confunde con sus vehículos. Ellos no son más que los instrumentos con los que trabaja, las herramientas que manipula a voluntad... y es capaz de recibir con ellos el tumulto del mundo y de reducirlo a la armonía, capaz de sentir a través de ellos el sufrimiento de los demás, pero no el propio, porque se mantiene alejada y más allá de todas las tormentas. Sin embargo, es siempre capaz de inclinarse y entrar en la tormenta para sacar de ella a otra persona, sin perder su propio pie que se apoya en la roca de la conciencia divina que reconoce como sí mismo.

Tal vez no se espere la perfección de nosotros en esta etapa; ¡pero sí una atención vigilante!

(The Theosophist, octubre 2000)