domingo, 16 de junio de 2013

EN ARMONIA CON EL UNIVERSO


 
                                                         Radha Burnier
         El tema de la armonización es de vital importancia para la humanidad. Estando fuera de armonía con el medio ambiente y con nosotros mismos, hemos hecho un enorme daño a las relaciones mutuas y a nuestro propio progreso. El daño que nos hacemos a nosotros mismos puede que nunca esté separado del daño que hacemos a los demás. Somos responsables del total. Aquellos que están bien armonizados e integrados internamente, irradian armonía y felicidad dondequiera que vayan y en cualquier cosa que hagan. Por otra parte, cuando hay desacuerdo interno, engendra desacuerdo externo. Además, como dice La Voz del Silencio: ‘Antes que el alma pueda ver, debe alcanzar la armonía interna’. Toda discordia ciega la visión y se retarda el progreso humano.

         El universo no es un caos sino un cosmos, tan perfectamente sintonizado que aquellos que lo comprenden a través del estudio y contemplación se quedan sin palabras, en completo asombro. En su libro Sólo Seis Números, subtitulado ‘Las Profundas Fuerzas que Configuran el Universo’, el autor Sir Martin Rees escribe acerca de seis números, algunos de ellos muy pequeños y algunos muy grandes, que constituyen la ‘receta’ para el universo. Si alguno de ellos aumentara o disminuyera aún un poco, no habría estrellas ni vida. Por ejemplo, si la relación existente entre gravedad y energía de expansión fuera aún levemente diferente, el universo habría colapsado hace mucho tiempo, o no se habrían formado ni galaxias ni estrellas. El hace la pregunta: ‘¿Es esta armonización sólo un hecho brutal, una coincidencia?’

         De acuerdo a los antiguos indos, el orden cósmico se llamaba rta. El inimaginable alto nivel de sintonización que mantiene el orden cósmico no se relaciona solamente con los hechos perceptibles, medibles, de los que los científicos toman conocimiento; existe en dimensiones sutiles con los cuales no se interesa la ciencia. Rta para los antiguos era armonía omniabarcante, el fundamento de todo fenómeno en los campos, visible y profundamente invisible y dimensiones de la existencia. David Bohm podría haber tenido una percepción en este aspecto cuando escribió  Totalidad y el Orden Implicado, acerca de la totalidad indivisa en el movimiento que fluye y un orden implicado que ‘constituye un aspecto fundamental de la realidad’.

         El oído de un músico experto es tan sensible que se vuelve consciente de aún la más ligera desviación de la armonía de los sonidos. Escucha diferencias finas que sus oyentes no pueden notar, y cada vez que lo necesita ajusta las cuerdas para mantener el acorde perfecto. Cada músico en una orquesta cuida también de conservar la excelencia musical: aún los más ligeros matices son importantes, porque son esenciales para el  total.

         El orden cósmico o rta, en una vasta, casi insondable escala, puede ser similar. Hay una inteligencia y poder creativo (el músico maestro) que restaura la armonía del universo, aún si está alterada en el más leve grado. Este es el trabajo de Karma o Karma-Némesis como lo llama Madame Blavatsky en La Doctrina Secreta. Dice que ‘el único decreto de Karma –decreto eterno e inmutable – es la Armonía absoluta en el mundo de la Materia  como lo es en el mundo del Espíritu. No es, por tanto, Karma lo que recompensa o castiga, sino que somos nosotros los que nos recompensamos o castigamos, según trabajemos con, por y según las vías de la  Naturaleza, ateniéndonos  a las leyes de que depende esta armonía, o las infrinjamos’ (II.368). HPB también dice en este contexto que mientras el efecto de haber perturbado ‘aún el más pequeño átomo en el Mundo Infinito de la Armonía’ no se haya  reajustado, el ‘hacedor del mal’ sufre lo que piensa que es retribución. Experimenta lo que llamamos ‘dolor’ y lucha por escapar de él, e ignorando lo que le sucede, actúa de tal forma como para crear nueva perturbación.

         La tradición antigua también afirma que invisibles a nuestra percepción existen muchos tipos de seres, dotados de inteligencia en variada medida, quienes están en un estado de armonía inconsciente con la Naturaleza y espontáneamente  realizan la ‘Gran Obra’. Alegremente tocan sus propias notas en la sinfonía cósmica. Así lo hacen todas las criaturas subhumanas que conocemos. Solo para el ser humano surge la pregunta de cómo estar en armonía con el universo. Nosotros, quienes estamos tan fuera de armonía, sentimos la miseria de la competencia y anhelo por la paz, amor y belleza.

         Pero afortunadamente, la consciencia humana tiene el poder de observar, reflexionar y comprender lo suficiente acerca del universo en el que se encuentra para entender la responsabilidad de los individuos en conservar la armonía. A través de nuestro propio esfuerzo por ver y comprender la vida, debemos entender que las condiciones caóticas de la sociedad humana resultan de las contradicciones dentro de nosotros mismos. Por lo tanto, el remedio está en nuestras manos. Si prestamos atención para comprender, nuestra consciencia puede hacer la transición a un nuevo nivel de conocimiento del orden universal, su significado y belleza.

         La evolución no es meramente un desarrollo desde grados menores a mayores de complejidad de la forma, sino también un florecimiento de la consciencia a niveles superiores de consciencia. Esta consciencia incluye una apreciación de las energías fundamentales en el cosmos; no se refiere necesariamente al conocimiento de detalles. Es una visión de los principios divinos que se manifiestan en cada detalle como también en el flujo general. La omnisciencia del Buddha, dice la tradición, consiste en el poder de conocer todas las cosas más bien que en el conocimiento de detalles tales como cuántos cabellos hay en la cabeza de una persona.

         El flujo de la manifestación revela estos principios divinos en varios grados a través de varios fenómenos y funciones. En el flujo de una cascada vemos  un movimiento continuo, aunque hay un cambio constante. Los chispeantes cambios  contra el trasfondo de un estado ininterrumpido causa que experimentemos un deleite refrescante y un sentimiento de novedad a cada instante. La oscuridad o mundo fenomenal es movimiento infinito y un cambio sin final, pero el movimiento fundamental es la Existencia inmutable y eterna – una paradoja que se repite en otras formas. El orden del universo abarca una inmensa diversidad de formas y patrones. La energía creativa que lo sostiene constantemente da nacimiento a cosas nuevas; pero nada se repite, ni aún una hoja de un árbol es igual a otra. La Naturaleza parece  aborrecer la clonación y la conformidad. Aún en medio de las sorprendentes diversidades de la vida, existe un lazo misterioso que une todas las cosas en un total. El ser humano es como una gota en la vastedad y profundidad del océano de la existencia, aparentemente separada, pero inseparable de él.

          Estas paradojas, todas son parte de la música de las esferas. La gran sinfonía de la Naturaleza se toca con diversos músicos, instrumentos, melodías, ritmos y así sucesivamente. En una parábola Sufí se relata que cuando el discordante graznido de un cuervo irritaba a algunas personas y los  alejaban con ira, el Señor  llamaba a sus ayudantes y les preguntaba  por qué faltaba un miembro de su orquesta. Cada elemento particular deriva su valor del enriquecimiento del total, pero es el total que es la ‘música de las esferas’. Es maravilloso ser humano, porque podemos regocijarnos en la belleza y la novedad de todos los diferentes elementos y también darnos cuenta que no son otros que la totalidad. Son, en realidad, el Total mostrando una parte de su propia naturaleza, al igual que la Luz muestra los colores del arcoíris. Cada unidad tiene la potencia de la diversidad, y todas las diversidades se fusionan en la unidad.

         El problema humano es que nuestras contradicciones internas tienen su base en la gran paradoja de la manifestación, cuando el Supremo aparece como otros aparte de El Mismo. El Vizconde de Nouy, en su libro Destino Humano, como también otros, han especulado en los propósitos fundamentales de la evolución y han sugerido que incluyen la armonía, libertad e individualidad. En el humano promedio, la afirmación de la individualidad destruye la armonía y parece establecer la libertad. La diversificación de las formas y especies es un medio para desarrollar más y más características humanas. Hay una amplia diferencia, por ejemplo, entre un mosquito y un elefante, no sólo a causa del tamaño, sino porque en el primero difícilmente hay una individualidad, mientras que en el último es marcadamente individual en apariencia, comportamiento e inteligencia. El ser humano ha progresado aún más en esta dirección. Pero a través de milenios, la evolución de la consciencia también  ha estado desarrollando libertad y un sentido de armonía. Orgánicamente, ha habido tales desarrollos: el animal es físicamente más libre que la planta, y la humanidad es aún más libre. Internamente también, se está progresando hacia la libertad. Hay, sin embargo, la aparente contradicción entre  la necesidad de armonía por una parte, y la individualidad por el otro, en las vidas de la mayoría de los seres humanos. Esto está resuelto en las etapas pre-humanas antiguas por medio de los propios ajustes de la Naturaleza. Pero en el ser humano auto-consciente ay conflicto y lucha. Desea relacionarse,  aunque su egoísmo estropea las oportunidades de experimentarlas alegremente. La afirmación de la individualidad (que es egoísmo) es la primera causa  de nuestra desarmonía. Similarmente, queremos libertad, pero también necesitamos orden – esto no es solamente un individuo, sino también un dilema social  nacional.

         De aquí que nuestro problema principal es: ¿Podemos liberarnos sin crear situaciones caóticas y dolorosas? ¿Podemos alimentar la unicidad latente dentro de nosotros, sin estar en guerra? Mucho depende de cómo nos  comprendemos y de esos valores que son de la sustancia básica del universo.

         Los valores universales y eternos  del cosmos son inconexos e independientes de las cosas externas. Como dijo el poeta:

 
‘Los muros de piedra no hacen una prisión

            Ni los barrotes de hierro una jaula’.

 Alguien en la prisión no es menos libre que otro así llamado hombre libre quien es un esclavo de la pasión de la codicia, ira o envidia. Similarmente, la verdadera individualidad no es un asunto de afirmar la importancia de uno o de exhibir el conocimiento. Lo que llamamos valores fundamentales – libertad, unicidad, armonía, felicidad, paz – son características del alma. No son dependientes de algo fuera de su existencia. La creencia que debemos encontrarlas fuera por medio de la manipulación de las relaciones, adquirir posesiones, o cambiar circunstancias es la causa de la discordia y el sufrimiento. Estos valores son facetas de nuestra verdadera  naturaleza y de la consciencia universal. Cuando comprendamos nuestra verdadera naturaleza, estaremos absolutamente en armonía con el universo.

 

                                                     The Theosophist, Mayo 2001

                                                      Tradujo: Perla