CAPÍTULO IV
Sri Ram.
Todos los
que han podido penetrar en los reinos espirituales en estado de vigilia, han
dicho que es completamente imposible expresar su realidad en ningún lenguaje
del plano físico. Uso de propósito las palabras “reinos espirituales”, porque
son, desde nuestro punto de vista, no uno sino muchos. Es imposible expresar
las experiencias de esos reinos en nuestros idiomas, porque no tienen palabras
para ello. Todas las palabras que usamos son palabras que identifican nuestras
experiencias pasadas. Si hemos experimentado algo siquiera una vez, para referirnos
a esa experiencia tenemos o podemos acuñar una palabra adecuada. Lo mismo con todas
las palabras del diccionario; se refieren a experiencias que hemos tenido. Además,
a experiencias que otros han tenido; porque el lenguaje es un medio de comunicación.
Se usa una palabra en un idioma particular, para referirse a algo que otra
persona también podrá entender. Por lo menos algunos, si no todos, habrán
tenido esa experiencia. De otra manera, si es algo incomunicable o inidentificable,
las palabras no servirán de nada, en lo que se refiere a esa experiencia.
La
Realidad, según los que tienen algún conocimiento de ella, es lo Desconocido;
lo cual no significa que es una X hipotética y siempre esquiva, que postulemos
y podemos buscar pero sin alcanzarla jamás. En un sentido la Realidad tiene
algo de eso, porque, como se ha dicho, uno puede entrar en la llama, pero jamás
tocarla; es decir, uno puede penetrar más y más en la Realidad, en la
Consciencia Divina, pero jamás podrá tocarla en el sentido de llegar hasta su
corazón e identificarse uno conscientemente con ese corazón.
El universo
espiritual es tan ilimitado, si acaso no más ilimitado (si se permite esa
frase) que el universo material. Puede decirse que representa el infinito Ser
de Dios y que el universo material es la representación, el cuerpo físico, de
ese Ser. Entre estos dos universos existen honduras y extensiones que
corresponden a los grados de consciencia que aparecen en la evolución y que el
hombre puede identificar en sí mismo. No podemos imaginarnos un interminable
proceso de transformación. Por lo menos tenderá hacia un límite que podría ser
una unificación del Ser Divino con el Devenir, del eterno sujeto con el objeto,
del que todo lo sabe con lo que hay por conocer. O, dicho en frase familiar, la
Materia y el Espíritu, en vez de estar separados y opuestos, deben al fin mezclarse
y fusionarse.
Esta
consumación tiene lugar, podemos suponerlo, al final de un Manvántara o Periodo
Divino, y es inútil para nosotros pensar en estos períodos en términos de
cifras incomprensibles. H. P. Blavatsky nos da ciertas cifras de fuentes Ocultas
y Orientales para representar estos inmensos períodos, llamados Yugas en
sánscrito. Pero un período así, no es un mero lapso de tiempo, el sueño de un
Rip van Winkle. Comprende un definido proceso de transformación; una serie de acontecimientos
sucesivos que representan un cambio definido. Como no podemos, con nuestra
actual consciencia limitada, abarcar todos los procesos que nos esperan y que
han de cumplirse en estricto acuerdo con las leyes de causalidad, hablar de un
billón o de un trillón de años nos da el mismo grado de luz. El tiempo, como
medida del cambio y la experiencia, es evidente mente una cantidad
excesivamente variable.
Con respecto
al proceso de la transformación, no podemos pensar sino hasta cierto límite, que
es como el horizonte que podemos percibir desde la cima de una montaña; y ese
límite, está donde tipo y arquetipo se unen. Es decir, los tipos de las cosas
evolucionan y van aproximándose a los arquetipos, los cuales han estado siempre
presentes en medio del proceso como su núcleo dinámico, impercibidos porque
todavía no se han objetivado.
Eso es lo
que indicaba Platón cuando hablaba del mundo de las Ideas, que a veces se ha
interpretado como el mundo de las Formas, porque toda idea distinta de otra
debe en cierto sentido representarse por una forma, ya que si se eliminan todas
las formas no queda sino la unidad. Aun en el plano más elevado, el plano de
primera manifestación, debe haber una forma de alguna clase, pues la forma es
inseparable de la manifestación. Desde nuestro punto de mira, el fin del
panorama evolutivo está donde todas las cosas llegan o se reducen a ese punto
final, en el que se llenan del significado que han tenido todo el tiempo; sólo
que entonces el significado está patente en vez de latente.
Desde un
punto de vista, la Realidad es inconmensurable con cualesquiera de nuestras
medidas limitadas, y, por tanto, es siempre trascendente. Pero en otro sentido
más práctico, la realidad es siempre lo que es real para nosotros. Está
inmanente en las cosas. La palabra “realidad” da una idea relativa, que implica
la irrealidad de ciertas cosas en que creemos o que hemos experimentado. Si alguien
habla de una realidad que es una total abstracción, incapaz de ser realizada
dentro de nosotros, entonces esa realidad carece de toda relación para nosotros
y nos es incomprensible. No nos sirve para nada práctico, excepto como ficha de
juego. Si a esa ficha ficticia se le concede el único valor, entonces todas las
demás experiencias quedan desprovistas de su valor real,
Una mente
ignorante no cree que pueda haber una realidad que ella no comparta, y pide
pruebas de lo que cierta persona ha experimentado como realidad. Eso es
proceder al revés, porque todas las cosas se juzgan y se valúan en términos de
lo que uno percibe como real, y la realidad no puede expresarse en otros
términos que los que sean reales para uno mismo. Pedir pruebas de una
realización que todavía no le ha llegado al que las pide, es pedir lo que jamás
puede darse.
Una
experiencia particular puede ser una ilusión desde otro punto de vista más
alto. Aún así, es real, por el momento, para quien tiene la experiencia. Una
jaqueca es jaqueca, a pesar de todo cuanto pueden decir los creyentes en el
auto-hipnotismo y los que niegan rotundamente lo que se puede considerar malo.
Puede uno estar soñándolo, pero ese sueño es real mientras dura. Se sabe de
personas que han sufrido físicamente en una pesadilla, lo cual demuestra que la
consciencia del sueño tiene relación con el hombre y con su vida física y
fisiológica. Los sueños tienen relación con la consciencia vigílica, aunque
hasta ahora hemos sacado muy poca cosa de esa relación.
En India se
ha sostenido y se ha recalcado una y otra vez la opinión de que todo cuanto
experimentamos en el plano terrenal es irreal; que moramos en un universo de maya
o ilusión. Pero si bien esto puede ser cierto desde el punto de vista de una
Realidad absoluta, estamos en medio de experiencias que nos conciernen
prácticamente, y descartarlas como irreales, sin descubrir su irrealidad, no nos
ayuda a despertar del sueño que se dice que son. Creo que no nos es posible a
ninguno de nosotros llegar de un salto a lo fundamental. Podemos examinar con
provecho solamente las experiencias que se nos presentan en el punto donde
estamos. Claro que podemos hablar de lo fundamental, tal como podemos hablar de
la geometría del espacio y tiempo. Podemos tener una representación mental de
lo que se necesita para completar el círculo de nuestra experiencia, para
relacionar la experiencia con el propósito. Si existe una conexión entre el
futuro y presente, tenemos que relacionar el presente con lo que está
inmediatamente enseguida ¿Lo que está adelante es un estado fundamentalmente
diferente de lo que estamos experimentando en el presente? Esa es la cuestión que
prácticamente nos concierne.
¿Cuál es la
naturaleza de esa consciencia que puede conocer o experimentar la Realidad,
hasta donde nos es posible tener alguna idea de ella ahora? Si tenemos algún conocimiento
sobre una meta, aunque sea en términos de nuestra experiencia actual, tendremos
un polo o un eje entorno del cual giren nuestras actividades. Aún si la meta
está lejos, podemos verla como por medio de un telescopio de lentes limpios y
científicamente diseñados. No estando la meta lejos de nosotros, sino dentro,
lo que hacemos entonces es sentir en nosotros la dirección de la Verdad, cuyas
percepciones, por tenues que sean, actúan como un imán o un olor que nos permite
seguir un rastro invisible entre el laberinto de nuestra experiencia.
La
consciencia que llamamos real es la que ha franqueado definitivamente sus
limitaciones actuales, o grilletes, como se las llama realísticamente en
Oriente. El Sendero Espiritual, en Oriente, se divide en etapas, en cada una de
las cuales hay que desechar ciertos grilletes, y el final de este Sendero se
describe como Liberación. Es claro que la Liberación no es solamente un final,
sino también un proceso. El final no viene todo de repente, sin causa previa;
esta cualidad de repentinidad inesperada se le ha atribuido por una identificación
de la consciencia liberada con esa facultad que funciona fuera de las limitaciones
de la mente, o sea la facultad de Buddhi.
La visión
de la meta puede llegar en un momento -viene veloz y repentinamente- como un
rayo de luz que irrumpe por entre las nubes. Pero luego vuelven a cerrarse las
nubes. Para tener una inteligencia clara y segura en su serenidad, tiene uno
que acabar de una vez por todas con las causas que la nublan. Remover esas
causas no es obra de un momento, sino un proceso de discernimiento ejercido
sobre todo el terreno de experiencia necesaria. Los pétalos tienen que crecer
silenciosamente dentro de su envoltura de sépalos, aunque la floración sea cosa
de un bello momento.
La
consciencia con la cual podemos entrar en el reino de la Realidad es una
consciencia que está libre del impulso, de la acumulación, y de la incesante
influencia del pasado. A es te podemos llamarlo Karma, que es a la vez
psicológico y físico.
Karma es lo
que hemos creado nosotros mismos con tendencias que operan desde adentro y
fuerzas precipitadas desde afuera. Ya sea que esa creación ocurra en la esfera
de nuestra propia psique, o en esa otra esfera de relaciones más amplias con
otras entidades, toda viene del pasado. Tenemos que libertarnos de ese pasado
que nos envuelve y nos impide. Solamente cuando la consciencia es capaz de ver
y realizar la naturaleza de los lazos que ha atado en torno suyo, es capaz de
libertarse de esos lazos y limitaciones que ha puesto sobre sí misma en la senda
de su progreso. Entonces se “des-ilusiona”, en el bello sentido de esa palabra.
La
consciencia simple -o sea la consciencia en su infancia- es atraída a un movimiento
muy sutil, y ese movimiento consiste en una afición, al principio leve, pero
luego cada vez más fuerte, al deseo de sensaciones de toda clase. Los primeros
movimientos adquieren ímpetu gradualmente hasta convertirse en un torbellino;
la consciencia, agarrada en ese torbellino, gira y gira por largo tiempo en
viciosa espiral. Esas aficiones tienen una manera de crecer y de profundizarse,
porque una cosa nos ata a otras por asociación. Con el tiempo, y mediante el
ejercicio del discernimiento que la persona o la consciencia desarrolla
inevitablemente, todo este torbellino se aplaca. Lo que podemos hacer, pues, es
usar nuestra inteligencia para desembarazar nuestras mentes, conscientemente,
de las ilusiones en que hemos quedado sujetos; de las varias formas de condicionamiento
por las que hemos pasado. La Liberación, en el sentido de una libertad externa de
las circunstancias que nos limitan, vendrá muy pronto tras de la adquisición de
la libertad interna.
Puesto que
la tierra del Espíritu es la tierra de la Verdad -donde todo es verdadero y no
vemos las cosas a una luz falsa o equívoca, donde no hay sombras que puedan
tomarse por sustancia- para explorar ese reino, o siquiera para entrar en él,
necesitamos una consciencia que esté libre de las limitaciones que se ha echado
encima, limitaciones que pueden describirse como una prisión ó una concha
envolvente. Son como una concha porque efectivamente impiden, la posibilidad de
sentir las vibraciones más finas, las frases más delicadas del idioma de la
Naturaleza: la poesía que se encuentra siempre hasta en este mundo fenoménico.
La poesía de la vida no es una fantasía, sino una verdad. Tenemos primero que
romper este caparazón, para que tengamos una consciencia o percepción
suficientemente libre o fina para captar las formas puras de la Verdad, que se
pronuncian para nosotros en este mundo externo en sílabas de Belleza.
En vez de
poesía, podría llamársela música, y percibir en esa música un modelo arquitectónico
perfecto; un modelo que subyace en todo cuanto está ocurriendo. Se ha llamado a
la arquitectura música congelada. La arquitectura es objetiva; la música es
esencialmente subjetiva, y en la belleza perfecta se unifican el sujeto y el
objeto. El significado que está en la forma, brota a través de la forma misma.
El significado es el sujeto que está presente en ese objeto formal. Cuando un
objeto, expresión o movimiento, es un objeto de belleza perfecta, la forma, que
esencialmente es una limitación, cesa de serlo, y comienza a ensancharse con su
significado intrínseco. Cuando una forma es perfectamente bella, comienza a
expresar la luz que tiene dentro.
Esa concha
creada por nosotros, compuesta de nuestras falsas ideas y fantasías, de los
diversos círculos viciosos en que giramos, podemos romperla, o mejor dicho,
disolverla, de una vez por todas. Hay la posibilidad de disolver esa
estructura, que parece tan hermética, porque existe un rayo, que entra de lo
alto, como si dijéramos, desde otra dimensión. Es un rayo del centro espiritual
que hay dentro de nosotros; un rayo que siempre ha estado presente y sigue
allí, a menos que la personalidad, el hombre de mente material, se haya
desprendido completamente de la Divina Luz. Se nos dice que a veces, en casos
muy raros, esto puede suceder, pero que no es lo ordinario. Mientras exista ese
hilo entre la personalidad y la Mónada o Ser superior, que pasa a través del
Ego, existe la posibilidad de discernir entre lo real y lo falso, a la luz del
conocimiento que ese hilo trae; y de iniciar el proceso de desilusión, de
disipar ese maya que cada uno de nosotros ha creado para si.
Esto está implícito
cuando decimos en términos teosóficos, que Manas, que es inteligencia o
pensamientos en vez de estar bajo el mal dominio de Kama o deseo, tiene que
retirarse de esa adhesión y unirse con Buddhi. Buddhi es la facultad que está
despierta a la Verdad. Puede traducirse como consciencia de la Verdad, por
sorprendente que parezca esa posibilidad. Existe en el hombre una consciencia,
o la potencialidad de una consciencia que sin fallar da en la verdad; que no
puede percibir nada más que la verdad. Esa consciencia es libre, pero en su libertad
no se desvía de la Verdad. De hecho, su absoluta libertad de toda imposición externa,
es lo que la capacita para expresar la Verdad que lleva dentro. Podemos ver
cómo puede ser esto, si nos acercamos a la cuestión desde otra dirección.
Imaginemos
una persona cuya consciencia total está tan cargada de apreciación por lo bello
que no puede tener ningún pensamiento, ninguna modificación de la consciencia,
que no sea bello. Su consciencia es tan perfecta y tan llena del sentido innato
de belleza, que no puede moverse sin que ese movimiento exprese alguna belleza.
Podemos pensar que eso es teóricamente posible. Al decir “belleza” recordemos
que esta no es siempre lo que la gente considera como tal. Solemos confundirla
con lo agradable, lo ingenioso o lo intrigante. Cuando algo nos proporciona
cierta complacencia, solemos decir que es muy lindo. Pero puede que no haya
belleza en esa complacencia. Belleza es Verdad, y Verdad es Belleza. Si la
Belleza es divina, y claro que el Logos es todo Verdad, entonces aquel aspecto
de todo hombre que es un aspecto del Logos, debe ser bello también. La Verdad
está en la vida, y la Belleza en la forma. Si hay la posibilidad de una consciencia
tan saturada de Belleza en su sentido más espiritual, trascendente y perfecto, también
hay seguramente la posibilidad de una consciencia saturada con la esencia de la
Verdad, y no podrá ocurrir en ella ninguna modificación, ni ninguna forma, que
no sea la floración de la Verdad.
Generalmente
se traduce la palabra Buddhi como Intuición Espiritual. Pero la palabra
“intuición” no da sino una parte del significado de esa palabra sánscrita. Se
trata de una Intuición Divina que no necesita instructores externos. No es
conjetura, ni corazonada, ni pensamiento deseoso. Es una facultad que sólo
habla el lenguaje de la verdad. Toda falsedad ha quedado eliminada de la
naturaleza del hombre que es capaz de ejercitar la intuición permanentemente.
Es luz pura, ante la cual todo cuanto se llama realidad aquí, no es sino soñar.
Todo cuanto nos parece tan real, tan tangible y sólido, en las experiencias de
nuestro estado de vigilia, no es sino un sueño. Creemos en lo engañoso, las
apariencias, los convencionalismos, y todas esas cosas que no son nada más que
máscaras, disfraces y simulaciones -todas ellas contradicciones de la verdad-.
El hombre
espiritual es el que ha cortado completamente con todo eso; no hay ilusión ni
engaño posibles para el ojo que percibe. Sueño y vigilia son una misma cosa
para él; es decir, ha trascendido el estado de vigilia y vive en un estado de
sueño en el sentido más maravilloso. Que no es soñar con esa consciencia
rudimentaria, ciega e irracional, que constituye nuestro soñar ordinario, sino soñar
con una facultad que ha absorbido la esencia de la razón; que no es el soñar
del inconsciente, para usar el término de la psicología moderna, sino soñar
sueños que en un extremo son sueños y en el otro creaciones.
Si podemos identificar
el soñar con la sensación de orden, acción, creación y realización, tendremos
el estado de vigilia unido al soñar, que el hombre espiritual ha alcanzado.
En la
región de la consciencia, Manas está extrovertida, porque la mente ve todas las
cosas como fuera de ella. Considera como objetivo hasta lo que observa dentro
de si misma. Manas representa el estado de vigilia, mientras que Buddhi, la
intuición, representa el de soñar. Y podríamos decir que Atman, el cual está
más allá de Buddhi, representa el estado de felicidad sin sueños, raíz de toda
creación perfecta. Podemos considerar a Atman como la raíz que extiende su
creación a la región de Manas por medio del tallo de Buddhi. El tallo deriva de
la raíz su vida y su impulso. Podemos imaginar el gracioso y esbelto tallo como
el de un loto que a cada momento exhibe una flor perfecta, una creación nueva.
Manas suministra el material para esa flor perfecta; Manas lo ha ido
acumulando.
Existe un
cuarto estado mencionado en los libros sánscritos. Trasciende a los otros tres y
es una síntesis de todos ellos. Pero de esa síntesis casi todo cuanto podemos imaginar
o decir, conduce a conclusiones erróneas.
Está muy
bien hablar de tales cosas y es muy agradable contemplarlas; pero ¿qué lugar
ocupamos en todo esto? Estamos en la línea divisoria entre la tierra de sombras
y la tierra de luz. Es por eso que buscamos lo Real, como en la plegaria: “De
lo irreal condúceme a lo Real”. En India se dice que los Devas o Ángeles no
arrojan sombra, en parte porque cuando se aparecen son materializaciones no suficientemente
densas para arrojar sombra, pero también, creo yo, porque ellos (a menos los
más elevados Devas) son formas de luz, de la luz de la Omnisciencia Divina que
penetra el universo manifestado. Esa Omnisciencia opera por medio de una
infinidad de aspectos, y cada aspecto suficientemente definido es una inteligencia.
Este es un pensamiento maravilloso, aunque difícil de captar. Hay millones de
millones de Inteligencias Divinas, o Dhyan Chohans, para usar el término usado
en las primeras obras teosóficas; son Inteligencias por cuyo medio opera la
mente Divina y la Intuición Divina.
De las tinieblas a la luz, es nuestro
lema; de las tinieblas de la ignorancia y del egoísmo, a la luz del
conocimiento espiritual y de la unidad. Al esforzarnos sin desmayar por disipar
lo falso dentro de nosotros mismos, adquirimos verdadero conocimiento. Esta es
la única manera de adquirirlo; no por medio de libros o conferencias; aunque
todos ellos puedan dar mucha información y teorías valiosas. Si lo que está en
la mente de otro se transmite corporalmente a la nuestra y lo aceptamos con
ciertas modificaciones, eso no es verdadero conocimiento. Sólo descartamos
nuestras ilusiones cuando vemos claro a través de ellas; al disipar nuestras
ilusiones ascendemos al plano de la Verdad, donde la realizamos.
Sólo es posible
adquirir cualquier conocimiento espiritual o sabiduría, preparándonos para
recibirlo. Se requiere el terreno virgen donde la semilla divina pueda extender
sus raíces y crecer. Si el suelo no está puro sino contaminado, y saturado de
toda clase de sustancias indeseables, tiene que ser purificado por el fuego y
el agua antes de que sea apto para recibir la semilla del conocimiento real. Es
por eso que todos los ocultistas y todos los instructores espirituales dicen
que la vida del buscador es de máxima importancia. A fin de ganar el verdadero
conocimiento tiene que existir la facultad de adquirirlo. Para desarrollar esta
facultad que es innata en todo hombre, hay que retirar todo lo que impida que
brote y crezca. Y lo que impide la comprensión, el crecimiento espiritual y la
realización, es nuestro modo de vivir, de pensar, de sentir y de actuar; de
todo lo cual tenemos que desprendernos. Tenemos que romper por completo con el
mundo, con sus convencionalismos y métodos estáticos; lo cual no quiere decir
que tengamos que hacer cosas ofensivas. Sino que debemos aprender a pensar y
actuar solos, leales a la verdad que percibimos, buscándola directamente en
todas las cosas y no aceptándola de segunda mano.
Retirarnos
del mundo así, de corazón, nos llevará en realidad a unirnos más con él en
espíritu, de una manera que no existe ahora, para servirlo y redimirlo. Cuanto
menos usemos el mundo para nuestros propios fines, y menos dependamos de él
como parásitos más capacidad tendremos de amar a los que están en él y de
simpatizar con sus luchas. Hay realidad e irrealidad tanto en nosotros como en
los demás. La irrealidad está en el tráfico por la ganancia y el placer; la
realidad está en la realización individual. Lo irreal es lo que fingimos, lo
que toleramos y con lo que nos conformamos por conveniencia y comodidad. Lo
Real está dentro de nosotros en las formas creadas por una consciencia pura
para expresar la verdad perteneciente a su manifestación.