sábado, 9 de marzo de 2013

LA REALIDAD EN NOSOTROS MISMOS


CAPÍTULO IV
Sri Ram.


            Todos los que han podido penetrar en los reinos espirituales en estado de vigilia, han dicho que es completamente imposible expresar su realidad en ningún lenguaje del plano físico. Uso de propósito las palabras “reinos espirituales”, porque son, desde nuestro punto de vista, no uno sino muchos. Es imposible expresar las experiencias de esos reinos en nuestros idiomas, porque no tienen palabras para ello. Todas las palabras que usamos son palabras que identifican nuestras experiencias pasadas. Si hemos experimentado algo siquiera una vez, para referirnos a esa experiencia tenemos o podemos acuñar una palabra adecuada. Lo mismo con todas las palabras del diccionario; se refieren a experiencias que hemos tenido. Además, a experiencias que otros han tenido; porque el lenguaje es un medio de comunicación. Se usa una palabra en un idioma particular, para referirse a algo que otra persona también podrá entender. Por lo menos algunos, si no todos, habrán tenido esa experiencia. De otra manera, si es algo incomunicable o inidentificable, las palabras no servirán de nada, en lo que se refiere a esa experiencia.
            La Realidad, según los que tienen algún conocimiento de ella, es lo Desconocido; lo cual no significa que es una X hipotética y siempre esquiva, que postulemos y podemos buscar pero sin alcanzarla jamás. En un sentido la Realidad tiene algo de eso, porque, como se ha dicho, uno puede entrar en la llama, pero jamás tocarla; es decir, uno puede penetrar más y más en la Realidad, en la Consciencia Divina, pero jamás podrá tocarla en el sentido de llegar hasta su corazón e identificarse uno conscientemente con ese corazón.
            El universo espiritual es tan ilimitado, si acaso no más ilimitado (si se permite esa frase) que el universo material. Puede decirse que representa el infinito Ser de Dios y que el universo material es la representación, el cuerpo físico, de ese Ser. Entre estos dos universos existen honduras y extensiones que corresponden a los grados de consciencia que aparecen en la evolución y que el hombre puede identificar en sí mismo. No podemos imaginarnos un interminable proceso de transformación. Por lo menos tenderá hacia un límite que podría ser una unificación del Ser Divino con el Devenir, del eterno sujeto con el objeto, del que todo lo sabe con lo que hay por conocer. O, dicho en frase familiar, la Materia y el Espíritu, en vez de estar separados y opuestos, deben al fin mezclarse y fusionarse.
            Esta consumación tiene lugar, podemos suponerlo, al final de un Manvántara o Periodo Divino, y es inútil para nosotros pensar en estos períodos en términos de cifras incomprensibles. H. P. Blavatsky nos da ciertas cifras de fuentes Ocultas y Orientales para representar estos inmensos períodos, llamados Yugas en sánscrito. Pero un período así, no es un mero lapso de tiempo, el sueño de un Rip van Winkle. Comprende un definido proceso de transformación; una serie de acontecimientos sucesivos que representan un cambio definido. Como no podemos, con nuestra actual consciencia limitada, abarcar todos los procesos que nos esperan y que han de cumplirse en estricto acuerdo con las leyes de causalidad, hablar de un billón o de un trillón de años nos da el mismo grado de luz. El tiempo, como medida del cambio y la experiencia, es evidente mente una cantidad excesivamente variable.
            Con respecto al proceso de la transformación, no podemos pensar sino hasta cierto límite, que es como el horizonte que podemos percibir desde la cima de una montaña; y ese límite, está donde tipo y arquetipo se unen. Es decir, los tipos de las cosas evolucionan y van aproximándose a los arquetipos, los cuales han estado siempre presentes en medio del proceso como su núcleo dinámico, impercibidos porque todavía no se han objetivado.
            Eso es lo que indicaba Platón cuando hablaba del mundo de las Ideas, que a veces se ha interpretado como el mundo de las Formas, porque toda idea distinta de otra debe en cierto sentido representarse por una forma, ya que si se eliminan todas las formas no queda sino la unidad. Aun en el plano más elevado, el plano de primera manifestación, debe haber una forma de alguna clase, pues la forma es inseparable de la manifestación. Desde nuestro punto de mira, el fin del panorama evolutivo está donde todas las cosas llegan o se reducen a ese punto final, en el que se llenan del significado que han tenido todo el tiempo; sólo que entonces el significado está patente en vez de latente.
            Desde un punto de vista, la Realidad es inconmensurable con cualesquiera de nuestras medidas limitadas, y, por tanto, es siempre trascendente. Pero en otro sentido más práctico, la realidad es siempre lo que es real para nosotros. Está inmanente en las cosas. La palabra “realidad” da una idea relativa, que implica la irrealidad de ciertas cosas en que creemos o que hemos experimentado. Si alguien habla de una realidad que es una total abstracción, incapaz de ser realizada dentro de nosotros, entonces esa realidad carece de toda relación para nosotros y nos es incomprensible. No nos sirve para nada práctico, excepto como ficha de juego. Si a esa ficha ficticia se le concede el único valor, entonces todas las demás experiencias quedan desprovistas de su valor real,
            Una mente ignorante no cree que pueda haber una realidad que ella no comparta, y pide pruebas de lo que cierta persona ha experimentado como realidad. Eso es proceder al revés, porque todas las cosas se juzgan y se valúan en términos de lo que uno percibe como real, y la realidad no puede expresarse en otros términos que los que sean reales para uno mismo. Pedir pruebas de una realización que todavía no le ha llegado al que las pide, es pedir lo que jamás puede darse.
            Una experiencia particular puede ser una ilusión desde otro punto de vista más alto. Aún así, es real, por el momento, para quien tiene la experiencia. Una jaqueca es jaqueca, a pesar de todo cuanto pueden decir los creyentes en el auto-hipnotismo y los que niegan rotundamente lo que se puede considerar malo. Puede uno estar soñándolo, pero ese sueño es real mientras dura. Se sabe de personas que han sufrido físicamente en una pesadilla, lo cual demuestra que la consciencia del sueño tiene relación con el hombre y con su vida física y fisiológica. Los sueños tienen relación con la consciencia vigílica, aunque hasta ahora hemos sacado muy poca cosa de esa relación.
            En India se ha sostenido y se ha recalcado una y otra vez la opinión de que todo cuanto experimentamos en el plano terrenal es irreal; que moramos en un universo de maya o ilusión. Pero si bien esto puede ser cierto desde el punto de vista de una Realidad absoluta, estamos en medio de experiencias que nos conciernen prácticamente, y descartarlas como irreales, sin descubrir su irrealidad, no nos ayuda a despertar del sueño que se dice que son. Creo que no nos es posible a ninguno de nosotros llegar de un salto a lo fundamental. Podemos examinar con provecho solamente las experiencias que se nos presentan en el punto donde estamos. Claro que podemos hablar de lo fundamental, tal como podemos hablar de la geometría del espacio y tiempo. Podemos tener una representación mental de lo que se necesita para completar el círculo de nuestra experiencia, para relacionar la experiencia con el propósito. Si existe una conexión entre el futuro y presente, tenemos que relacionar el presente con lo que está inmediatamente enseguida ¿Lo que está adelante es un estado fundamentalmente diferente de lo que estamos experimentando en el presente? Esa es la cuestión que prácticamente nos concierne.
            ¿Cuál es la naturaleza de esa consciencia que puede conocer o experimentar la Realidad, hasta donde nos es posible tener alguna idea de ella ahora? Si tenemos algún conocimiento sobre una meta, aunque sea en términos de nuestra experiencia actual, tendremos un polo o un eje entorno del cual giren nuestras actividades. Aún si la meta está lejos, podemos verla como por medio de un telescopio de lentes limpios y científicamente diseñados. No estando la meta lejos de nosotros, sino dentro, lo que hacemos entonces es sentir en nosotros la dirección de la Verdad, cuyas percepciones, por tenues que sean, actúan como un imán o un olor que nos permite seguir un rastro invisible entre el laberinto de nuestra experiencia.
            La consciencia que llamamos real es la que ha franqueado definitivamente sus limitaciones actuales, o grilletes, como se las llama realísticamente en Oriente. El Sendero Espiritual, en Oriente, se divide en etapas, en cada una de las cuales hay que desechar ciertos grilletes, y el final de este Sendero se describe como Liberación. Es claro que la Liberación no es solamente un final, sino también un proceso. El final no viene todo de repente, sin causa previa; esta cualidad de repentinidad inesperada se le ha atribuido por una identificación de la consciencia liberada con esa facultad que funciona fuera de las limitaciones de la mente, o sea la facultad de Buddhi.
            La visión de la meta puede llegar en un momento -viene veloz y repentinamente- como un rayo de luz que irrumpe por entre las nubes. Pero luego vuelven a cerrarse las nubes. Para tener una inteligencia clara y segura en su serenidad, tiene uno que acabar de una vez por todas con las causas que la nublan. Remover esas causas no es obra de un momento, sino un proceso de discernimiento ejercido sobre todo el terreno de experiencia necesaria. Los pétalos tienen que crecer silenciosamente dentro de su envoltura de sépalos, aunque la floración sea cosa de un bello momento.
            La consciencia con la cual podemos entrar en el reino de la Realidad es una consciencia que está libre del impulso, de la acumulación, y de la incesante influencia del pasado. A es te podemos llamarlo Karma, que es a la vez psicológico y físico.
            Karma es lo que hemos creado nosotros mismos con tendencias que operan desde adentro y fuerzas precipitadas desde afuera. Ya sea que esa creación ocurra en la esfera de nuestra propia psique, o en esa otra esfera de relaciones más amplias con otras entidades, toda viene del pasado. Tenemos que libertarnos de ese pasado que nos envuelve y nos impide. Solamente cuando la consciencia es capaz de ver y realizar la naturaleza de los lazos que ha atado en torno suyo, es capaz de libertarse de esos lazos y limitaciones que ha puesto sobre sí misma en la senda de su progreso. Entonces se “des-ilusiona”, en el bello sentido de esa palabra.
            La consciencia simple -o sea la consciencia en su infancia- es atraída a un movimiento muy sutil, y ese movimiento consiste en una afición, al principio leve, pero luego cada vez más fuerte, al deseo de sensaciones de toda clase. Los primeros movimientos adquieren ímpetu gradualmente hasta convertirse en un torbellino; la consciencia, agarrada en ese torbellino, gira y gira por largo tiempo en viciosa espiral. Esas aficiones tienen una manera de crecer y de profundizarse, porque una cosa nos ata a otras por asociación. Con el tiempo, y mediante el ejercicio del discernimiento que la persona o la consciencia desarrolla inevitablemente, todo este torbellino se aplaca. Lo que podemos hacer, pues, es usar nuestra inteligencia para desembarazar nuestras mentes, conscientemente, de las ilusiones en que hemos quedado sujetos; de las varias formas de condicionamiento por las que hemos pasado. La Liberación, en el sentido de una libertad externa de las circunstancias que nos limitan, vendrá muy pronto tras de la adquisición de la libertad interna.
            Puesto que la tierra del Espíritu es la tierra de la Verdad -donde todo es verdadero y no vemos las cosas a una luz falsa o equívoca, donde no hay sombras que puedan tomarse por sustancia- para explorar ese reino, o siquiera para entrar en él, necesitamos una consciencia que esté libre de las limitaciones que se ha echado encima, limitaciones que pueden describirse como una prisión ó una concha envolvente. Son como una concha porque efectivamente impiden, la posibilidad de sentir las vibraciones más finas, las frases más delicadas del idioma de la Naturaleza: la poesía que se encuentra siempre hasta en este mundo fenoménico. La poesía de la vida no es una fantasía, sino una verdad. Tenemos primero que romper este caparazón, para que tengamos una consciencia o percepción suficientemente libre o fina para captar las formas puras de la Verdad, que se pronuncian para nosotros en este mundo externo en sílabas de Belleza.
            En vez de poesía, podría llamársela música, y percibir en esa música un modelo arquitectónico perfecto; un modelo que subyace en todo cuanto está ocurriendo. Se ha llamado a la arquitectura música congelada. La arquitectura es objetiva; la música es esencialmente subjetiva, y en la belleza perfecta se unifican el sujeto y el objeto. El significado que está en la forma, brota a través de la forma misma. El significado es el sujeto que está presente en ese objeto formal. Cuando un objeto, expresión o movimiento, es un objeto de belleza perfecta, la forma, que esencialmente es una limitación, cesa de serlo, y comienza a ensancharse con su significado intrínseco. Cuando una forma es perfectamente bella, comienza a expresar la luz que tiene dentro.
            Esa concha creada por nosotros, compuesta de nuestras falsas ideas y fantasías, de los diversos círculos viciosos en que giramos, podemos romperla, o mejor dicho, disolverla, de una vez por todas. Hay la posibilidad de disolver esa estructura, que parece tan hermética, porque existe un rayo, que entra de lo alto, como si dijéramos, desde otra dimensión. Es un rayo del centro espiritual que hay dentro de nosotros; un rayo que siempre ha estado presente y sigue allí, a menos que la personalidad, el hombre de mente material, se haya desprendido completamente de la Divina Luz. Se nos dice que a veces, en casos muy raros, esto puede suceder, pero que no es lo ordinario. Mientras exista ese hilo entre la personalidad y la Mónada o Ser superior, que pasa a través del Ego, existe la posibilidad de discernir entre lo real y lo falso, a la luz del conocimiento que ese hilo trae; y de iniciar el proceso de desilusión, de disipar ese maya que cada uno de nosotros ha creado para si.
            Esto está implícito cuando decimos en términos teosóficos, que Manas, que es inteligencia o pensamientos en vez de estar bajo el mal dominio de Kama o deseo, tiene que retirarse de esa adhesión y unirse con Buddhi. Buddhi es la facultad que está despierta a la Verdad. Puede traducirse como consciencia de la Verdad, por sorprendente que parezca esa posibilidad. Existe en el hombre una consciencia, o la potencialidad de una consciencia que sin fallar da en la verdad; que no puede percibir nada más que la verdad. Esa consciencia es libre, pero en su libertad no se desvía de la Verdad. De hecho, su absoluta libertad de toda imposición externa, es lo que la capacita para expresar la Verdad que lleva dentro. Podemos ver cómo puede ser esto, si nos acercamos a la cuestión desde otra dirección.
            Imaginemos una persona cuya consciencia total está tan cargada de apreciación por lo bello que no puede tener ningún pensamiento, ninguna modificación de la consciencia, que no sea bello. Su consciencia es tan perfecta y tan llena del sentido innato de belleza, que no puede moverse sin que ese movimiento exprese alguna belleza. Podemos pensar que eso es teóricamente posible. Al decir “belleza” recordemos que esta no es siempre lo que la gente considera como tal. Solemos confundirla con lo agradable, lo ingenioso o lo intrigante. Cuando algo nos proporciona cierta complacencia, solemos decir que es muy lindo. Pero puede que no haya belleza en esa complacencia. Belleza es Verdad, y Verdad es Belleza. Si la Belleza es divina, y claro que el Logos es todo Verdad, entonces aquel aspecto de todo hombre que es un aspecto del Logos, debe ser bello también. La Verdad está en la vida, y la Belleza en la forma. Si hay la posibilidad de una consciencia tan saturada de Belleza en su sentido más espiritual, trascendente y perfecto, también hay seguramente la posibilidad de una consciencia saturada con la esencia de la Verdad, y no podrá ocurrir en ella ninguna modificación, ni ninguna forma, que no sea la floración de la Verdad.
            Generalmente se traduce la palabra Buddhi como Intuición Espiritual. Pero la palabra “intuición” no da sino una parte del significado de esa palabra sánscrita. Se trata de una Intuición Divina que no necesita instructores externos. No es conjetura, ni corazonada, ni pensamiento deseoso. Es una facultad que sólo habla el lenguaje de la verdad. Toda falsedad ha quedado eliminada de la naturaleza del hombre que es capaz de ejercitar la intuición permanentemente. Es luz pura, ante la cual todo cuanto se llama realidad aquí, no es sino soñar. Todo cuanto nos parece tan real, tan tangible y sólido, en las experiencias de nuestro estado de vigilia, no es sino un sueño. Creemos en lo engañoso, las apariencias, los convencionalismos, y todas esas cosas que no son nada más que máscaras, disfraces y simulaciones -todas ellas contradicciones de la verdad-.
            El hombre espiritual es el que ha cortado completamente con todo eso; no hay ilusión ni engaño posibles para el ojo que percibe. Sueño y vigilia son una misma cosa para él; es decir, ha trascendido el estado de vigilia y vive en un estado de sueño en el sentido más maravilloso. Que no es soñar con esa consciencia rudimentaria, ciega e irracional, que constituye nuestro soñar ordinario, sino soñar con una facultad que ha absorbido la esencia de la razón; que no es el soñar del inconsciente, para usar el término de la psicología moderna, sino soñar sueños que en un extremo son sueños y en el otro creaciones.
            Si podemos identificar el soñar con la sensación de orden, acción, creación y realización, tendremos el estado de vigilia unido al soñar, que el hombre espiritual ha alcanzado.
            En la región de la consciencia, Manas está extrovertida, porque la mente ve todas las cosas como fuera de ella. Considera como objetivo hasta lo que observa dentro de si misma. Manas representa el estado de vigilia, mientras que Buddhi, la intuición, representa el de soñar. Y podríamos decir que Atman, el cual está más allá de Buddhi, representa el estado de felicidad sin sueños, raíz de toda creación perfecta. Podemos considerar a Atman como la raíz que extiende su creación a la región de Manas por medio del tallo de Buddhi. El tallo deriva de la raíz su vida y su impulso. Podemos imaginar el gracioso y esbelto tallo como el de un loto que a cada momento exhibe una flor perfecta, una creación nueva. Manas suministra el material para esa flor perfecta; Manas lo ha ido acumulando.
            Existe un cuarto estado mencionado en los libros sánscritos. Trasciende a los otros tres y es una síntesis de todos ellos. Pero de esa síntesis casi todo cuanto podemos imaginar o decir, conduce a conclusiones erróneas.
            Está muy bien hablar de tales cosas y es muy agradable contemplarlas; pero ¿qué lugar ocupamos en todo esto? Estamos en la línea divisoria entre la tierra de sombras y la tierra de luz. Es por eso que buscamos lo Real, como en la plegaria: “De lo irreal condúceme a lo Real”. En India se dice que los Devas o Ángeles no arrojan sombra, en parte porque cuando se aparecen son materializaciones no suficientemente densas para arrojar sombra, pero también, creo yo, porque ellos (a menos los más elevados Devas) son formas de luz, de la luz de la Omnisciencia Divina que penetra el universo manifestado. Esa Omnisciencia opera por medio de una infinidad de aspectos, y cada aspecto suficientemente definido es una inteligencia. Este es un pensamiento maravilloso, aunque difícil de captar. Hay millones de millones de Inteligencias Divinas, o Dhyan Chohans, para usar el término usado en las primeras obras teosóficas; son Inteligencias por cuyo medio opera la mente Divina y la Intuición Divina.
            De las tinieblas a la luz, es nuestro lema; de las tinieblas de la ignorancia y del egoísmo, a la luz del conocimiento espiritual y de la unidad. Al esforzarnos sin desmayar por disipar lo falso dentro de nosotros mismos, adquirimos verdadero conocimiento. Esta es la única manera de adquirirlo; no por medio de libros o conferencias; aunque todos ellos puedan dar mucha información y teorías valiosas. Si lo que está en la mente de otro se transmite corporalmente a la nuestra y lo aceptamos con ciertas modificaciones, eso no es verdadero conocimiento. Sólo descartamos nuestras ilusiones cuando vemos claro a través de ellas; al disipar nuestras ilusiones ascendemos al plano de la Verdad, donde la realizamos.
            Sólo es posible adquirir cualquier conocimiento espiritual o sabiduría, preparándonos para recibirlo. Se requiere el terreno virgen donde la semilla divina pueda extender sus raíces y crecer. Si el suelo no está puro sino contaminado, y saturado de toda clase de sustancias indeseables, tiene que ser purificado por el fuego y el agua antes de que sea apto para recibir la semilla del conocimiento real. Es por eso que todos los ocultistas y todos los instructores espirituales dicen que la vida del buscador es de máxima importancia. A fin de ganar el verdadero conocimiento tiene que existir la facultad de adquirirlo. Para desarrollar esta facultad que es innata en todo hombre, hay que retirar todo lo que impida que brote y crezca. Y lo que impide la comprensión, el crecimiento espiritual y la realización, es nuestro modo de vivir, de pensar, de sentir y de actuar; de todo lo cual tenemos que desprendernos. Tenemos que romper por completo con el mundo, con sus convencionalismos y métodos estáticos; lo cual no quiere decir que tengamos que hacer cosas ofensivas. Sino que debemos aprender a pensar y actuar solos, leales a la verdad que percibimos, buscándola directamente en todas las cosas y no aceptándola de segunda mano.
            Retirarnos del mundo así, de corazón, nos llevará en realidad a unirnos más con él en espíritu, de una manera que no existe ahora, para servirlo y redimirlo. Cuanto menos usemos el mundo para nuestros propios fines, y menos dependamos de él como parásitos más capacidad tendremos de amar a los que están en él y de simpatizar con sus luchas. Hay realidad e irrealidad tanto en nosotros como en los demás. La irrealidad está en el tráfico por la ganancia y el placer; la realidad está en la realización individual. Lo irreal es lo que fingimos, lo que toleramos y con lo que nos conformamos por conveniencia y comodidad. Lo Real está dentro de nosotros en las formas creadas por una consciencia pura para expresar la verdad perteneciente a su manifestación.