sábado, 2 de febrero de 2013

Niños





MARY ANDERSON
La Sa. Mary Anderson ha sido Vice-Presidenta de la Sociedad Teosófica.

Considero que muchas personas estarán de acuerdo en que nos sentimos profundamente tocados, e incluso llenos de ternura y amor cuando vemos un bebé o un niño pequeño. Tal vez nos recuerde nuestra propia niñez o nuestra paternidad.  El poeta francés Víctor Hugo expresó este sentimiento del modo siguiente:

 Cuando aparece un niño,

El círculo familiar lo aclama dichosamente.

Su dulce y luminoso rostro

Trae luz a los ojos de todos.

 Puede que tengamos sentimientos similares cuando vemos un animal joven: un perrito, un gatito o una ardilla bebé.

   ¿Qué es lo que nos toca, y qué admiramos en un niño pequeño? ¿Es que sentimos que el niño tiene todas las cualidades que nosotros perdimos?¿tales como naturalidad, espontaneidad, inocencia? El niño todavía no está condicionado, marcado, ni está echado a perder por la vida. Por sobre todo, él irradia inocencia, una inocencia que nosotros hemos perdido hace mucho tiempo. ¿Es la inocencia de un nuevo comienzo o la excitación del descubrimiento? Hermann Hesse expresa esto en un bello poema: “Todo nuevo comienzo tiene cierta magia implícita.” Sentimos devoción espontánea y también ternura por los avatâra-s y por los grandes maestros espirituales representados en su niñez: el travieso Krishna niño, Jesús bebé, el ‘bambino’, venerado en las iglesias italianas en Navidad.

   El Sr. Sri Ram en cierta oportunidad resumió el sendero de  la evolución como “de la perfección inconsciente, a la imperfección consciente, y desde la imperfección consciente a la perfección consciente”. El pequeño niño todavía tiene esa perfección inconsciente y la consecuente espontaneidad. La necesidad  de tal cualidad en la vida religiosa se expresa en la Biblia: ‘Jesús dijo “Dejad a los niños, y no les impidáis venir a mí, porque de ellos es el reino de los cielos.” ’[1]

   Leemos en La Doctrina Secreta: “Jesús afirma repetidamente que aquél que ‘no reciba al Reino de Dios como un niño pequeño, no entrará a él’.” Pero HPB agrega: “Si algunas de sus afirmaciones (es decir de Jesús) tuvo como intención dirigirlas a los niños sin metáfora alguna, gran parte de lo que se refiere a los ‘pequeños’ en los Evangelios, está relacionado con los Iniciados, de quien Jesús era uno. A Pablo (Saúl), en el Talmud se lo menciona como “el pequeño”.[2]

   La Biblia menciona lo que se conoce como “la masacre de los inocentes” y esto se ha tomado como que significa la masacre de los niños por el Rey Herodes. Pero tal masacre no tiene ningún fundamento histórico en absoluto, y debe haber representado la persecución de la gente sabia y espiritual, probablemente Iniciados, que ocurriera en esa época.

   La visión de las cosas por parte de un niño, es diferente a la de un adulto.  Wordsworth expresa esto en su poema Oda sobre indicios de inmortalidad de recuerdos de temprana niñez:

 Hubo un tiempo en que la pradera, el bosque y el arroyo

La tierra y toda vista común

A mí me parecía

Vestida en luz celestial

 No en total olvido,

Ni en total desnudez,

Sino nubes retrospectivas de gloria en las que venimos

De Dios, que es nuestro hogar:

¡La Gloria está a nuestro alrededor como en nuestra infancia!


Un niño pequeño, como todavía conserva su belleza natural, puede ver cosas que nosotros no vemos, e incluso decir palabras sabias. “De la boca de bebés e infantes, tú has perfeccionado la alabanza.”[3]

   Pero, ¡ay! con el transcurrir del tiempo perdemos esta perfección inconsciente: “Sombras de la prisión comienzan a cerrarse sobre el niño que crece”, como escribió Wordsworth, pero “la juventud… todavía es el sacerdote de la naturaleza, y en su camino es asistida por la espléndida visión, pero a la larga el Hombre percibe que perece y se desaparece a la luz común del día.”

   De este modo, de perfección inconciente, descendemos a imperfección conciente, pero aún tenemos, dormida en nuestro interior la memoria de nuestra infancia, y esto tal vez sea lo que nos toca cuando vemos a un bebé o un pequeño niño. ¿Podemos recuperar la inocencia y espontaneidad del niño? ¿Podemos mirar las cosas como si fuera por primera vez, con un sentido de maravilla? Creo que esto es a lo que Krishnamurti se refería cuando hablaba, por ejemplo, de atención.

   A veces, los ancianos recuperan la inocencia del niño. Tal vez hablamos de modo despreciativo, de la ‘segunda niñez’ cuando un anciano parece hablar sin sentido, pero puede haber sabiduría en ese sinsentido, cierta ingenuidad nacida de la experiencia. Tal vez esta es la razón por la que los abuelos a menudo comprenden a los niños mejor que lo hacen sus padres.

   Los educadores modernos han apreciado y valorado la maravillosa naturaleza de los niños.  Ha habido dos direcciones en la educación, basadas en lo que se conoce como ‘Naturaleza’ y ‘Formación’, es decir, enfatizando en la educación la importancia de la naturaleza interna del niño por una parte, y por la otra, enfatizando la importancia del medioambiente y las influencias que afectan al niño.

   En la Europa Medieval y posteriormente durante muchos siglos, prevaleció la teoría de la importancia de la formación. Según esta teoría, el niño es como una masilla, y se lo puede formar o amoldar, probablemente por un sistema de recompensa y castigo, como el educador desea que sea; o el niño es como una hoja de papel en blanco y el educador puede escribir en esa hoja lo que desee.  Se dice que los Jesuitas afirmaban:  “Dénos un niño de menos de siete años, y lo formaremos para siempre.”

   Por supuesto, esa teoría y ese método (que el niño puede ser ‘formado’ o moldeado según las teorías y creencias del educador o de la institución educativa) muestran total ignorancia o rechazo por la reencarnación. El niño no es masilla o una hoja de papel en blanco, sino que trae capacidades, gustos y aversiones de vidas pasadas en diferentes niveles de su naturaleza, tanto como de su karma. Estos se expresan en lo que se conoce como los skandha-s y se dice que se trasmiten en los así llamados ‘átomos simientes’, es decir, ciertos átomos al nivel de la personalidad que formaron parte de sus cuerpos o vehículos en la última vida y que, después de haber pasado por un proceso de trasmigración en cuerpos animales y otros, regresan a nosotros en nuestra próxima encarnación. Sin embargo, debido a la ignorancia o rechazo del hecho de la reencarnación, lo que hemos aprendido en vidas pasadas en diferentes niveles de la personalidad y de la individualidad espiritual, es ignorado, eliminado o no tenido en cuenta bajo la teoría de la formación.

   La mayoría de los educadores modernos, comenzando quizás, en el caso de Europa, con Rousseau en la Suiza del siglo XVIII, actuó con la teoría de la Naturaleza, es decir, ignorando sus vidas pasadas, toman en consideración la naturaleza del niño y adaptan su educación en consecuencia.

   María Montessori fue, por supuesto una pionera destacada en estas líneas, estableciendo un medioambiente en el que el niño hace sus descubrimientos y se enseña a sí mismo.  El niño también puede enseñarle al maestro. María Montessori escribe: “Hay mucho conocimiento y mucha sabiduría en el niño. Si no tomamos ventaja de ello, es sólo por negligencia de nuestra parte, y tenemos que ser humildes y ver la maravilla de esta alma y aprender lo que el niño puede enseñar.”[4]

   ¿Qué puede enseñar un niño? Tal vez, una de las enseñanzas es la fraternidad.  Los niños no tienen prejuicios, siempre que no les trasmitamos nuestros prejuicios a ellos. No hacen diferencias de raza, credo, sexo, casta o color y jugarán con otros niños de diferentes entornos. También nos enseñarán honestidad, a menos que nosotros les hayamos enseñado a ser falsos.  Por cierto, también ellos traen ciertas cualidades negativas de vidas anteriores, pero sin embargo son más maleables cuando son pequeños y podemos ayudarles a superar esas características.

   En La Clave de la Teosofía,[5] la Sra. Blavatsky critica la educación de su época, con su sistema de exámenes competitivos, como siendo “un entrenamiento de la memoria física”.  Más aún, sus enseñanzas se dice que están basadas en “la lucha por la existencia” y “la supervivencia del más apto”, dándole importancia al “yo inferior, personal, animal”, estimulando así la competencia, el egoísmo e incluso el delito.  Por lo tanto las escuelas de su época eran fábricas y semilleros materialistas e intelectuales de egoísmo, conducentes a mucha maldad y muchos delitos.

   Más aún, los niños están en ese caso confundidos y sujetos a una doble escala de valores: “¿Cómo esperan buenos resultados mientras pervierten la facultad racional de vuestros niños intentando hacerles creer en los milagros de la Biblia los domingos, mientras que los otros seis días de la semana les enseñan que esas cosas son científicamente imposibles?” Además, la memoria se cultiva a expensas de la inteligencia.  Al niño se le debería enseñar a decidir por sí mismo y no a tener fe ciega.

   Ella destaca que las escuelas públicas y las escuelas de gramática incitan al esnobismo, y las escuelas comerciales al materialismo. La Historia está pervertida fomentando un nacionalismo superior e incluso xenofobia.  El resultado puede ser seres humanos que carecen de corazón y adultos egoístas, ‘máquinas de hacer dinero’, listos a aprovecharse de quienes son más débiles e ignorantes que ellos.  A la así llamada ‘instrucción religiosa’, ella la califica como el estudio de nociones seleccionadas, denominados hechos bíblicos, de los que se elimina todo intelecto.  Se enseña la creencia en dogmas, reforzando la fe ciega y la intolerancia, en vez de estimular la lógica y el pensamiento exacto.

   Ella desaprobó la educación de su época en tres aspectos: desde el punto de vista del intelecto, de los sentimientos y de la voluntad. Se le crea confusión  al intelecto, al que se le enseña por una parte el razonamiento científico y por otro la creencia dogmática.  Los sentimientos espontáneos del niño de amistad y aceptación, por ejemplo hacia otros niños de diferentes entornos, a veces son aplastados por prejuicios sociales y raciales, y en tercer lugar, se le enseña al niño a creer lo que se le dice que debe creer, y no a esforzarse para pensar por sí mismo, y llegar a sus propias conclusiones.

   Para contrarrestar estos tres peligros, HPB recomienda, primero, que se les enseñe a los niños “a pensar y razonar por sí mismos”, y de este modo que se vuelvan pensadores independientes, y que lleguen a sus propias conclusiones.  En segundo lugar, con esta área íntimamente conectada, la auto-confianza y el poder de la voluntad, la habilidad para tomar decisiones, bajo riesgo de equivocarse, porque éstas serán corregidas por la vida, es decir, por la experiencia y el karma, y así el niño aprenderá independientemente.  En tercer lugar, los sentimientos del niño se deberán dirigir hacia una dirección positiva, cultivando así “el amor hacia todos los seres, el altruismo (y) la caridad mutua”.

   Resumiendo: “Deberíamos intentar crear hombres y mujeres libres, libres intelectualmente, moralmente, sin prejuicios en todo aspecto, y por sobre todas las cosas, carentes de egoísmo.” Esto será “educación teosófica correcta y verdadera”. HPB señala así las tres cualidades mencionadas al final de A los Pies del Maestro, por ser las cualidades del sendero espiritual: voluntad, sabiduría y amor.

   En algún otro lugar HPB tiene mucho por decir sobre la educación de los niños y su desarrollo.  Ella insiste en la importancia de la familia y especialmente de la madre en los primeros años:

 La prosperidad de todo estado se basa en la fundación ordenada de los principios de la familia.  La ética social depende principalmente de la educación temprana recibida por las generaciones en desarrollo. ¿Sobre quién gira el deber de guiar esa educación desde la niñez? ¿Quién puede hacerlo mejor que una madre cariñosa?[6]

 El niño es el padre del hombre. Son las primeras impresiones, visuales o mentales, que los jóvenes sentidos asimilan más rápidamente, y los almacenan indeleblemente en la memoria virgen. Son las imágenes y escenas que nos ocurren durante la niñez, y el espíritu con que nuestros mayores las ven, y en que nosotros las recibimos, lo que determina el modo en que aceptamos tales escenas, o consideramos lo bueno y lo malo en los años subsiguientes. Porque es la mayor parte de ese capital intelectual temprano, acumulado día a día durante nuestra niñez, que intercambiamos y sobre el que especulamos posteriormente durante nuestra vida.[7]



El astral y el físico existen antes que se desarrolle la mente en acción y antes que despierte el Âtmâ. Esto ocurre cuando el niño tiene siete años, y con él llega la responsabilidad propia de un ser conciente sensible.[8]

 De este modo, hasta los siete años de edad, Manas, el Ego-Mente (por el que ella puede significar Buddhi-Manas) y también Âtmâ, permanecen en segundo plano:

 La Ciencia Esotérica enseña que Manas, el Ego Mente, no alcanza su unión total con el niño antes que tenga seis o siete años, antes de cuyo periodo, incluso según el canon de la Iglesia y la Ley, ningún niño es considerado responsable.

 Manas se vuelve un prisionero, uno con el cuerpo, sólo a esa edad.[9]

   El Buddhismo tiene mucho para decir sobre las obligaciones mutuas de los padres, maestros y niños. Estas obligaciones son morales, intelectuales y prácticas. Por ejemplo, desde el punto de vista moral, los padres deberían refrenar a los niños del vicio y entrenarlos en la virtud, y los niños deberían ser dignos herederos de sus padres (supongo que no sólo físicamente) y honrar la memoria de sus padres. Desde el punto de vista intelectual, se les debería enseñar arte y ciencias. Y desde el punto de vista práctico, los padres deberían proveerle a sus niños de esposas y esposos adecuados (como era la costumbre en esa época) y dejarles una herencia, y los niños deberían desempeñar las obligaciones familiares, cuidar la propiedad de sus padres, sostener a sus padres en la ancianidad y ser herederos dignos. (“Alimentar al padre y a la madre, cuidar cariñosamente del niño y la esposa, y seguir el llamado legítimo, esta es la mayor bendición.”) Podemos recordar los Mandamiento en el Judaísmo y el Cristianismo: “Honra tu padre y tu madre, que sus días sean muchos sobre la tierra.”

   Por lo tanto, en estas religiones, y ciertamente en otras religiones, se enfatiza la importancia de la familia. Ciertamente es buen karma para un niño, nacer en una familia que lo cuida.



Referencias


[1] Mateo, 19:14.

[2] Blavatsky, H. P. , La Doctrina Secreta, II.504.

[3] Mateo, 21:16.

[4] Montessori, María, Reconstrucción en la Educación, p.6

[5] Blavatsky, H. P. , La Clave de la Teosofía, Edit.Completa, the Theosophy Company (India), p.261-8

[6] Idem.

[7] Blavatsky, H. P. , Collected Writings, X.227-8

[8] Idem., p.218.

[9] Blavatsky, H. P., CW, XII.618-19