domingo, 27 de enero de 2013

ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE UNA VISIÓN TEOSÓFICA DEL MUNDO



Este artículo fue publicado en The American Theosophist, Julio de 1983.

Por Emily Sellon *
La visión del mundo que cada individuo posee se deriva de muchas dimensiones
de experiencia (incluyendo aquéllas tácitas y no tan bien reconocidas, y las que se
afirman de manera consciente), pero tal visión está fundamentalmente basada en el
concepto que uno posee de la realidad. Cuando nos referimos al mundo, no nos
estamos refiriendo a los hechos de la existencia relativos a las cosas y eventos conque
tropezamos, sino más bien a ese conjunto básico de metáforas por medio de las cuales
interpretamos todo. Son éstas las que constituyen nuestra realidad personal, la verdad
tal y como la percibimos, la forma en que el mundo se nos presenta en su totalidad.
Cada era y cada cultura desarrollan su propia y privilegiada visión del mundo, y
todo individuo nacido en determinada cultura participa de ella. Todos somos
responsables del mundo en que vivimos y tenemos que responder ante él. Incluso si
vemos nuestro papel como de activa oposición a la visión del mundo que prevalece y
luchamos por cambiarla, vemos que se trata de un papel que ha sido creado para
nosotros por las circunstancias.
Hasta aquellos de nosotros que buscamos los valores que trascienden los
beneficios materiales, sufrimos también de las limitadas condiciones impuestas por
nuestra cultura, porque ellas representan una particular y penetrante manera de mirar
las cosas y, en consecuencia, de percibir el mundo en que vivimos, que en este caso es
un mundo cuya realidad es primeramente material, que juzga la excelencia por medio
de recompensas y reconocimiento. (¿Y cuántos hay entre nosotros capaces de resistir el
valor del éxito?) Semejante condicionamiento es, por cierto, el resultado del karma; es un atributo
universal que no puede evitarse. Este hecho puede y, de hecho representa, una
oportunidad como también una limitación si la reconocemos en nosotros mismos, y
determinamos no vernos condicionados por una parte sino por el todo, como
recomienda el Lama Govinda. Pero esto requiere una clara percepción del por qué
rechazamos la visión del mundo prevaleciente y la que proponemos establecer en su
lugar, recordando siempre que las personas responden a los ideales sólo cuando los
ven como posibilidades reales para tener una vida mejor.
* Emily Sellon fue editora de la publicación Main Currents of Modern Thought.
Nosotros como teósofos aspiramos a promulgar una visión del mundo basada en
principios teosóficos. Pero considerando que nuestro mundo no es sino un conjunto de
metáforas para interpretar la realidad (y obviamente hay otras muchas), hay que
reconocer que la visión teosófica del mundo no es la única visión del mundo
verdaderamente válida. Obviamente debe de haber una interminable cantidad de
formas de interpretar y aplicar los principios teosóficos en diferentes contextos (como
lo atestiguan las grandes religiones); lo que buscamos es una interpretación que sea
eminentemente apropiada para nuestros tiempos. Esta no puede ser igual a las
anteriores, que estaban en un contexto diferente y, en consecuencia, tenían otras
necesidades y objetivos distintos. En el siglo XIX, las enseñanzas teosóficas
emergieron de una larga reclusión para actuar como catalizador en un mundo que
estaba en estado de desintegración y reforma. Cien años después, la aceleración del
cambio y la ampliamente reconocida necesidad de una auto-transformación cultural
requerían de un impulso teosófico fresco. El mundo de hoy está muy necesitado de un
nuevo conjunto de metáforas, porque no puede manejar apropiadamente sus
realidades bajo los viejos términos. En consecuencia, me parece que se requiere que
nosotros utilicemos una formulación distinta de las enseñanzas, que utilice el
conocimiento que se nos ha entregado de la forma en que siempre se pretendió que
fuera: para el mejoramiento de la condición humana.
El impulso hacia una nueva visión del mundo (o paradigma, como suele
llamársele) es ampliamente reconocido, pero este impulso es confuso y amorfo, y sus
resultados resultan dudosos. En este punto crítico, la teosofía puede ejercer una
influencia positiva. Pero, ¿cómo podemos hacer sentir esta influencia? Me parece que
la única manera de lograrlo es demostrando que semejante cambio de visión puede
iluminar al mundo de manera más fresca y realista, es decir, de una forma que nos
ofrezca un mejor sentido de la realidad. Una visión teosófica del mundo puede
integrar muchas nuevas ideas, pero sólo si esa visión se busca consistentemente por
sus valores y se aplica a situaciones de la vida inmediata. Desafortunadamente, éste no
es aún el caso. Nosotros los teósofos hemos tal vez fallado en trabajar con la doctrina
para que ésta inevitablemente forme parte de nuestra realidad personal –la metáfora
central en términos de la cual la experiencia se torna valiosa y significativa.
Los principios teosóficos, sin embargo, están continuamente generando
consecuencias para quienes los buscan, y tales consecuencias emergen, cual señales en
el camino, como normas de veracidad, estándares de juicio y acción, e ideales para
medir nuestras aspiraciones. Estos no son dogmas creados para decirnos cómo
debemos pensar, sino pautas para no extraviarnos en la maraña de opiniones e
información contemporáneas.
Como ejemplo, la ciencia está rápidamente desarrollando una cosmología que
coincide con la Teosofía en muchos aspectos importantes, y ello fortalece nuestra
esperanza de lograr un nuevo paradigma mediante el cual podamos interpretar
nuestro mundo. Existen aún, sin embargo, grandes e influyentes áreas de la ciencia
que permanecen adheridas a la estrecha y mecanicista visión del mundo, aunque
muchas de sus conclusiones puedan parecer vagamente “teosóficas.” Los teósofos sólo
perjudican su punto de vista cuando aceptan de manera demasiado rápida e
incondicional tales conclusiones. Tomemos otro ejemplo. La explosión del interés en
“los estados alterados de conciencia” y sus implicaciones, ha abierto una nueva visión
sobre el alcance de las posibilidades humanas, y afirma el principio teosófico de que la
conciencia es un asunto primordial en el mundo. Pero, una vez más debemos estar
conscientes del dudoso rumbo que este interés está tomando, porque los terrenos
espirituales que se están explorando son, desde el punto de vista teosófico, sólo
distintos órdenes de materialidad sujetos a sus propias limitaciones. ¿Cómo poder
manejar estas contradicciones? ¿Discriminando entre las diferentes versiones? Este, al
igual que otros problemas, reafirma la importancia de articular de manera más clara la
visión mundial de la teosofía, no sólo para nosotros mismos, sino para el propio
mundo.
¿Cuáles son entonces las características que distinguen la visión mundial de la
Teosofía, de otras? Generalizar es muy fácil. Uno pudiera decir que se caracteriza
fundamentalmente por su altruismo; su respeto hacia todos los seres vivientes; la
forma tan completa en que aborda los problemas; su aceptación de los procesos de
cambio y crecimiento; su insistencia en el orden intrínseco y la inteligibilidad del
cosmos; su reconocimiento del valor único del individuo, y la base espiritual del
mundo material. Ninguna de estas posiciones es, sin embargo, únicamente de los
teósofos. Lo que la Teosofía hace de manera especial es crear una red unificada de
significación dentro de la cual cada uno de estos atributos (y muchos otros) hallan su
causa y justificación, transformándose así en un punto inevitable de referencia a todos
los niveles, para el comportamiento y la acción. Por esta razón, la visión mundial de la
Teosofía puede entregarnos ambos, un contexto que lo abarca todo, y un criterio
especifico para el comportamiento humano que es asimismo una cosmología, una
orientación científica, una posición filosófica, una psicología que da resultados, un
remedio para la acción individual y social, y una motivación para el crecimiento
personal y la auto-transformación.
Para incorporar los principios teosóficos a una visión contemporánea del mundo,
me parece que necesitamos relacionarlos de manera orgánica. Si ese es nuestro
objetivo, debemos estar dispuestos a someter el rico tapiz de las enseñanzas teosóficas
a un análisis crítico, y aprender a identificarlas en términos de las necesidades
contemporáneas. Esto puede parecer ofensivamente arbitrario para muchos miembros,
pero es algo que no carece de precedente. Debemos recordar que la intención principal
tras la difusión de las doctrinas teosóficas es que sean útiles para los seres humanos, y
esto ha sido claramente expresado en su literatura. Buscamos la verdad con el objeto
de aplicarla a las circunstancias y, considerando que las circunstancias siempre están
cambiando, nunca podrá ser la última palabra en lo concerniente a la verdad. En este
caso, deberíamos tratar de volver a expresar la visión teosófica del mundo de una
manera tal, que podamos nuevamente hacer visibles algunas de las verdades que los
seres humanos desesperadamente necesitan, con el fin de devolver a nuestro mundo el
sentido de valor y significado que ha perdido. Debido a que las enseñanzas teosóficas
son profundamente paradójicas y que a menudo enfrentan una verdad con otra
verdad más elevada, ésta no es una tarea fácil. El punto de partida, sin embargo, ha
quedado en claro.
El origen de toda enseñanza teosófica, es decir, su principio más fundamental, es
un dualismo no radical. La realidad es lo que es, está más allá de todo
condicionamiento, simultáneamente trasciende la existencia, e impregna cada aspecto
del mundo. En consecuencia, la Teosofía nunca afirma la supremacía ni del espíritu ni
de la materia, ni admite la separación entre la mente y el mundo material. Niega
enfáticamente todas las interpretaciones dualistas del mundo y todo esfuerzo en pro
del reduccionismo, sea éste religioso o científico. Esta posición es básica respecto de su
visión del mundo.
Este dualismo no radical se extiende hasta abarcar cada percepción de los
fenómenos naturales y toda cuestión relativa al significado y el propósito de la vida.
Por ejemplo, si consideramos que la conciencia (o el espíritu) es un ingrediente
intrínseco de la existencia, sin el cual ésta no podría tener lugar, cada ser (animado o
inanimado, como suele llamársele) incluye este principio de alguna forma que cumple
con sus necesidades internas. La conciencia, por lo tanto, debe ser tomada en
consideración del mundo natural o humano. Ninguna visión del mundo puede
considerarse completa si no toma en cuenta el papel que corresponde a la mente en los
procesos formativos de la naturaleza. Por otro lado, la conciencia nunca puede hacer
su aparición ni funcionar creativamente sin una forma adecuada. Su florecer es
absolutamente dependiente de la creciente complejidad y el perfeccionamiento del
mundo material. En consecuencia, espíritu y materia coexisten en el universo y son
dos caras de la misma realidad. Como dijera el Buda: nirvana y samsara son uno.
De este modo, la visión teosófica del mundo es fenomenológica, pero está
enraizada en lo que Fritz Kunz siempre llamaba el realismo trascendental. Por eso
puede reconciliar la constante presencia de las realidades ideales (en el sentido
platónico) con la problemática naturaleza de la existencia, y aceptar la relatividad del
mundo sensorial, y la condición única del yo individual sin disminuir en forma alguna
la plenitud y la unidad del mundo. Esto trae toda clase de consecuencias. Hace posible
apreciar la paradójica naturaleza de la verdad y la multidimensionalidad del mundo,
el vivir con incertidumbre, abrirnos al cambio como el carácter de cuanto viene a la
existencia, y a reconocer nuestra responsabilidad en el mundo –todo eso con la
consciente certidumbre de que es el Yo quien se enriquece con ello.
Las enseñanzas teosóficas han expresado este no-dualismo fundamental mediante
una polifacética descripción del mundo que a veces nos parece demasiado detallada,
confusa y contradictoria. Esto es algo que incomoda a mucha gente, pero que para mí
constituye su fuerza. Porque la vida en sí está llena de contradicciones y la verdad es
multidimensional. Sólo cuando nos hacemos tolerantes de esta situación podemos
comenzar a despegarnos de la red de nuestras propias opiniones y prejuicios,
comenzando a percibir el significado interno y el valor de nuestro mundo tan
necesitado.
Se nos dice que la creatividad infinita de la Mente Divina (el Principio del Logos)
halla la quintaesencia de su expresión en la capacidad creativa del ser humano para
darle forma a su mundo y lograr la realización de su propio destino, su dharma. A
través de la historia, el ser humano ha seleccionado como base para la acción ciertas
verdades (no importa cuán equivocadas), aplicadas según los parámetros establecido
para sí mismos. Después de todo, la libertad más fundamental que todo ser humano
tiene es aquella que le permite cometer sus propios errores. El hecho de que la visión
humana es defectuosa, sólo enfatiza la importancia de la continuidad de nuestra lucha
para lograr vislumbres de la Bondad, la Verdad, y la Belleza, a través de la oscuridad
de nuestra condición.
De modo que el ser humano siempre continuará creando el mundo según su
presente visión de la realidad, porque ello es propio de su naturaleza. Como dijera
Plotino, la Inteligencia tiene la capacidad de “producir todas las cosas pensando
siempre de la misma manera, pero continuamente con una nueva diferencia.” El
mundo que nosotros los seres inteligentes producimos será siempre
fundamentalmente un mundo humano, pero su cualidad–ya sea más o menos
compasiva, humana, no egoísta, o iluminada–dependerá de una “nueva diferencia” en
nuestra percepción de las antiguas verdades. ¿Acaso el nuevo conjunto de metáforas
que ahora estamos desarrollando para describir la realidad incorporará lo mejor del
discernimiento humano, o es uno de los más insustanciales deseos humanos?
En estos momentos tan crítico del tiempo, cuando todo lo que es importante
parece estar en la balanza, el peso de los principios teosóficos podría ser lo que la
incline. Pero para que esto ocurra, pienso que éstas deben percibirse de una nueva
forma, es decir, que la visión teosófica del mundo debe aplicarse de una manera
distinta, no de forma fragmentaria, sino como una vestidura sin costuras, realmente
unificadora, inmediata y conforme a (vale decir, formada por) las persistentes
necesidades de nuestros tiempos.