jueves, 1 de noviembre de 2012

ESTAR EN EL MUNDO, SIN SER DEL MUNDO




DESDE LA ATALAYA
Radha Burnier

Probablemente hay muy poca gente que se de cuenta de lo que significa ser parte del mundo; otros están tan absorbidos y perdidos en el mundo que, como pasa cuando alguien se está ahogando, no son conscientes de lo que ocurre. En la antigüedad comparaban la vida mundana con las vueltas de una rueda que gira constantemente. El que ha nacido príncipe puede llegar a ser esclavo, según dicen, y una persona muy humilde puede alcanzar una posición elevada. Como hormigas agarradas a una rueda, todo el mundo va girando arriba y abajo. Nadie puede estar seguro de que la “felicidad” de hoy vaya a existir mañana. Así pues, la rueda de samsara es un símbolo de la inseguridad extrema en la cual vivimos en este mundo de cambios constantes, donde nadie está libre de perder las cosas que posee, disfruta o espera.

Otro símbolo que se utiliza es el océano de la vida (bhava-sagara). Dicen que está lleno de peligros, que lo agitan las tempestades y que está frecuentado por tiburones y otras criaturas temibles. La situación del mundo es comparable con la lucha en ese océano. Incluso los que, teóricamente, están de acuerdo con lo que indican esas imágenes raramente acaban de creer en la necesidad de un cambio y siguen viviendo con las enormes incertidumbres y peligros como si no existieran. El peligro no consiste solamente en la posibilidad de perder las propiedades materiales, el estatus o la respetabilidad; el mayor peligro es el de verse arrastrado inevitablemente por las corrientes de este “océano de la vida”, funcionando mecánicamente, inconscientes de lo que está ocurriendo y perdiendo nuestra orientación moral y espiritual.

También encontramos una tercera descripción de la vida del mundo en las palabras bhava-roga: es una enfermedad grave. Igual que una enfermedad debilita todas las células del cuerpo y le arrebata la salud, causándole al final la degeneración y la muerte, el pertenecer al mundo es una enfermedad psicológica, hecha de ilusiones y distorsiones mentales, que conduce a la desintegración moral y espiritual. Mientras vivamos en medio de la inseguridad constante, una cosa es casi segura, que el vaivén de los opuestos, de las esperanzas y de los miedos, nos hará sentirnos agitados mentalmente y sin tener paz. Esta es la experiencia, en mayor o menor grado, de casi todas las personas que se hallan en las distintas situaciones del mundo. La esperanza de mejorar en la vida, de conseguir afecto, de convertirse en alguien etc, va acompañada del miedo al fracaso y a las pérdidas. A partir de los opuestos básicos del miedo y de la esperanza surgen otras dualidades, como señala el Bhagavadgitâ. La esperanza cumplida nos produce el júbilo y una sensación de victoria; pero si no se cumple, nos conduce al abatimiento y a la frustración. Psicológicamente, la mente está desgarrada entre la exasperación y el gozo, y sigue con su perplejidad o ignorancia respecto al valor y al propósito de la vida.

Se intentan encontrar maneras de escapar al problema de los altibajos, de las expectativas y de los miedos. Una forma de escapar es la búsqueda del placer, tan común hoy en día, buscando nuevos platos que comer, nuevas modas, o trasladándose de un sitio a otro. Estas actividades no son malas en sí mismas, siempre que no impliquen crueldad o indiferencia hacia las necesidades de los demás, pero esta escapatoria sigue dejando a la mente con su problema básico por resolver, el de la incertidumbre y la estupefacción. Todas las formas de escapar nos distraen de la necesidad que tenemos de reflexionar sobre la vida y su significado, porque la agitación compensa la incertidumbre, pero sólo por poco tiempo.

Otra forma de escapatoria es la de dejar fuera al “mundo” y a sus cosas, diciendo “Yo no quiero participar en ese juego”. Entonces se lleva una vida recluida y absorta en los pequeños asuntos de la familia, de la comunidad, o incluso de la nación. Cuanta gente hay, en esta época de violencia y tan grandes incertidumbres, tan preocupados por sus propios asuntos que viven completamente ajenos a todo lo demás. Si no fuera así, la mayor parte del mundo se levantaría para protestar contra la fabricación de las armas y las otras calamidades causadas por el hombre del mundo moderno. Es muy cómoda la postura de la preocupación por uno mismo y del conformismo, y por esto la mayoría de la gente hacen lo mismo que hacen todos los demás y esperan lo mejor. La vida de la imitación forma parte de la mundanalidad.

Sea cual sea la postura adoptada por la gente, con el tiempo aparece el cansancio. Muchas personas mayores lo saben, no solamente porque es difícil manejarse con un cuerpo que envejece, sino porque lo que se siente es un tipo diferente de cansancio. Todas las experiencias mundanas son repetitivas, y por esto, al cabo de un tiempo, aburridas, viciadas, e incluso intolerables. Por esto, en todas las épocas y civilizaciones, hay hombres y mujeres que se retiran al bosque o a un convento para vivir en soledad, en la plegaria y la contemplación. Pero según nos dicen los informes publicados, allí también sigue funcionando el mismo tipo de emociones, pensamientos y reacciones que en el mundo exterior. Existen los celos por cosas intrascendentes, como la atención del Superior, por ejemplo, existe el dolor emocional y la búsqueda del poder.

Una vida de aislamiento físico no puede ser muy distinta a la vida del mundo si el tipo de mente que actúa en las dos es el mismo. Sin embargo, la mayoría de las religiones dicen que no se puede vivir en el mundo sin quedar atrapado por las corrientes mundanas de pensamiento y de conducta, mientras por dentro se sigue siendo puro. La presencia humana con una mente egocéntrica está en todas partes. Incluso la Montaña delEverest está llena de basura y los lugares más remotos tampoco se libran de los ruidos. No es fácil ni apartarse de un mundo tan lleno de estrés ni formar parte de él. Un cuerpo enfermo se halla bajo el estrés; igualmente una mente enferma, con sus miedos, sus esperanzas e incertidumbres, experimenta el estrés, y ese estrés tiene un nivel muy elevado en el mundo moderno, con su filosofía competitiva y de promoción personal. Por esto, mucha gente está estudiando el buddhismo, el zen, la Vedanta, y van a escuchar discursos y acuden a los templos para escapar del mundo.

Pero ¿qué podemos hacer? El Pontífice de Srngeri, un monje muy culto, dice: “La gente cree necesario irse a un bosque para hacer tapas, pero tapas puede practicarse dondequiera que nos encontremos”. (Tapas literalmente significa “quemar” todos los elementos que constituyen la mundanalidad y la impureza). Para resumir su consejo, el tapas del cuerpo significa ser honrado, inofensivo y casto. El tapas de la expresión consiste en aprender a pronunciar palabras que sean correctas, que no hieran, que sean agradables y útiles; palabras que lleven al auto-conocimiento. Y el tapas mental significa estar sereno, con sentimientos puros y una mente controlada, algo que conduce al silencio.

Vamos a hablar brevemente de lo que significa estar fuera del mundo. No en un sentido físico, por supuesto, sino en libertad y controlando el curso de nuestra vida, sin vernos obligados a adoptar actitudes, valores y creencias por presiones externas o internas. En el Yogavasishtha y en la Biblia, vemos los consejos que nos dan Vasishtha y Jesús respectivamente, para convertirnos en niños pequeños. Un niño es feliz por naturaleza. Incluso un niño maltratado consigue ser feliz, cuando tiene la ocasión. Los niños no luchan con el mundo, ni se dedican a actividades ambiciosas desde el punto de vista material o personal. Simplemente son ellos mismos. En cambio, la esencia de la mundanalidad se expresa, en el individuo adulto, en actitudes conscientes o inconscientes de luchas y confrontaciones. No esperamos que los millones de personas que se mueren de hambre no luchen por mantener su cuerpo y alma unidos. Pero entre los demás, en personas que no se hallan en circunstancias tan extremas, a un nivel más sutil y constantemente, siempre hay algo que está en lucha. Hay siempre una lucha con nuestro entorno, con nuestra familia, con nuestras obligaciones profesionales o de otros tipos, e incluso con lo que somos. Incluso las personas que pertenecen a alguna organización bien intencionada y filantrópica son incapaces de evitar las luchas. Después, cuando se cansan de las luchas, ¡luchan también para liberarse de las luchas! No nos atrevemos a estar tranquilos, en paz, y siempre queremos conseguir algo, llegar a algún sitio.

¿Nos hemos preguntado qué es lo que queremos conseguir? ¿Por qué surge el estrés desde lo más profundo de nuestro interior? ¿Está todavía activa en nuestro cerebro la lucha física de nuestro pasado animal? ¿Por qué la gente que tiene lo suficiente para comer, que disfrutan de todas las comodidades de la vida, se sienten “pobres”? ¿Tiene la mente la adicción de conseguir una situación distinta? En la sociedad moderna a los niños se les prepara para ejercitarse y poder alcanzar una posición cada vez mejor, para ser más hábiles y conseguir más cosas. Además, también se lucha para ser queridos. Cuanto más se esfuerza la gente para conseguir el amor, la admiración o el reconocimiento, más estresada es su vida. Piden y exigen, en vez de dar amor, afecto y ayuda, y se pasan toda la vida forcejeando.

Sin intentar hacer una lista completa, podemos ver que la lucha es un hábito destructivo y psicológico que desarrollamos para demostrar lo que valemos, para parecer inteligente, para conseguir ventajas, para progresar rápidamente y miles de otras cosas. A los Pies del Maestro nos dice que no deberíamos tratar de parecer inteligentes, pero ¿por qué hemos de parecer nada? ¿Por qué toda esta lucha? ¿Sería posible actuar y vivir, hacer todo lo que consideramos que vale la pena, que es útil y bueno, sin tener que luchar psicológicamente para ello?

Como la lucha es un hábito del ego, cuando la gente no quiere formar parte del mundo y aspira a llevar una vida espiritual, la mente sigue creando ansiedad por alcanzar fines como obtener la atención o la gracia delgurú, o alcanzar la iluminación rápidamente, o para encontrar la mejor manera de superar sus defectos. Y eso no tiene nada que ver con la paz: “No os dejéis engañar fácilmente por vuestro propio corazón”, dice Luz en el Sendero. Es fácil ser mundano, pensando que somos espirituales. Por otra parte, si aprendemos a darnos cuenta de que el yo egoísta se alimenta de las luchas y de las confrontaciones con la gente, con las ideas, con las circunstancias y con sus propios defectos, nos liberaremos de las tensiones y tendremos paz.

Una vida sana, con la naturalidad y felicidad de los niños, implica un no exigir, no luchar, sino estar tranquilo y en paz con cualquier cosa. El taoísmo enseña la no resistencia, y eso conlleva una profunda satisfacción interna de la mente, en armonía con la tierra y el cielo. También lo dice el Bhagavadgitâ, cuando nos aconseja actuar “desde la posición del yoga”. El yoga consiste en darse totalmente cuenta de la armonía de la tierra y el cielo de los cuales somos una parte. Cuando no existe sensación de lucha (que los antiguos llamaban sama o tranquilidad), en todo lo que hacemos o pensamos, hay un cambio notable en todas nuestras relaciones y en nuestro mismo ser.

Hay personas muy inteligentes, despiertas y cultas, que nos ofrecen diversas soluciones a los inmensos problemas que existen en nuestra época actual, tan peculiar, pero el remedio es muchas veces peor que la enfermedad. El uso de numerosos productos químicos fabricados por el hombre es un ejemplo de ello. Se suponía que todo ello daría paso a una sociedad libre de enfermedades, pero no ha hecho sino crear más problemas. ¿Quien sabe qué va a pasar con la manipulación genética? No somos capaces de terminar con los conflictos que arrasan el mundo, ni de erradicar la pobreza que priva a la gente no sólo de alimentos sino de oportunidades para crecer. ¿Sucede esto porque somos víctimas de la confusión y del estrés, todo ello basado en el ego, que, como mundanalidad, proyecta engaños de mentes que están perturbadas y confusas? Evidentemente, sólo la mente tranquila posee la claridad; la mente agitada no. Pero cree en sus propias capacidades y habilidades, y supone que su confusión puede dispersarse de repente, si se trata de un tema familiar. Pero no ocurre así, porque sus percepciones no son ni completas ni sanas.

¿Cómo podemos crear internamente una tranquilidad profunda y una sensación de armonía, lo único que puede asegurar las acciones beneficiosas? Puede que tranquilidad y acción parezcan dos términos contradictorios, pero no lo son. La “inacción en la acción, y la acción en la inacción”, de los que habla el Bhagavadgitâ, es la acción a partir de una mente profunda y clara. Todo lo demás es una actividad infructuosa y frenética. Puede que sea de vital importancia para el mundo y para los individuos aprender a actuar desde un estado interno de tranquilidad, de claridad, de inactividad, y no a través de una mente en lucha. Si no nos empapamos de esto y dejamos de ser arrastrados a la fuerza por la corriente de la mundanalidad, el dolor no dejará de existir.

Por eso hemos de detenernos y ser conscientes de cómo funcionamos, no de lo que estamos haciendo, y de la manera de encontrar soluciones para los problemas, sino de cómo funcionamos. Incluso una pequeña cosa hecha a partir de una mente adecuada puede beneficiar mucho más que un número mayor de cosas hechas a partir de una lucha egocéntrica. En el océano, cuando sopla un viento fuerte, al principio hay pequeñas ondulaciones; pero a medida que el viento arrecia, las ondulaciones se van haciendo cada vez más fuertes y amplias y acabar convirtiéndose en enormes olas. Ni siquiera los barcos antiguos más resistentes eran capaces de enfrentarse a estas olas. Todos nosotros luchamos en cierto grado, con nuestras pequeñas y mezquinas ambiciones y necesidades imaginarias. En el campo psicológico, igual que en el océano, el proceso es acumulativo, como pasa con una multitud. Hay unos cuantos que se asustan y al final todo todo el mundo está espantado y acaba en una estampida. Todo el mundo es igual. Nuestras pequeñas luchas se van acumulando y magnificando hasta llegar a conformar las grandes luchas y la guerras. Personas como Krishnaji y el Dalai Lama nos han dicho: “¡Sois responsables de todo el mundo!”. Cuando no vivimos en la serenidad y en la paz, somos los creadores de las guerras.

Estar con el cuerpo en el mundo no tiene importancia, siempre que tengamos una armonía y tranquilidad internas. Los buddhas nacen en el mundo cuando hay degeneración, pero no dejan de ser Buddhas. Nunca son del mundo, son libres y no tienen karma, porque son representaciones de la paz. El karma no es sólo una acción física, porque implica el tipo de energía que aplicamos a la acción externa. La energía de los Buddhas es el amor y la paz, mientras que la energía que la gente corriente genera es egoísta en menor o mayor grado, y por eso es causa de violencia. Para que la paz pueda llegar al mundo que sufre, dentro de nosotros no tiene que haber ni las luchas ni los engaños de la inseguridad o la ambición. Cuando terminen nuestros engaños, seremos portadores de paz.

(The Theosophist, febrero 2002.)