domingo, 10 de junio de 2012

DESDE LA ATALAYA Samvada


                                                                                       Radha Burnier

Varias obras filosóficas y religiosas de la India, incluyendo la universalmente famosa del Bhagavadgita se presentan como las conversaciones (samvada) entre un devoto, un investigador o un estudiante y un ser divino o una persona sabia. Samvada significa no solamente hablar el uno con el otro sino también estar en sintonía y armonía en una relación. Los matices de este término sugieren que para poder llegar a una investigación religiosa fructífera, el aspirante tiene que carecer de barreras internas en el momento de acercarse a un sabio o instructor. Si sus preguntas son planteadas con un espíritu arrogante o escéptico, o si alberga dudas ocultas sobre el valor del maestro, el contacto entre los dos no servirá de nada. El maestro, por su parte, si es un verdadero sabio, no tendrá prejuicios y estará abierto al estudiante y a todos los estudiosos. Esto y más es lo que abarca el término samvada cuando se lo utiliza para describir las enseñanzas religiosas procedentes de fuentes muy reputadas y registradas en las obras antiguas.
El Bhagavadgita no consiste simplemente en un discurso muy largo; está salpicado de comentarios y preguntas hechas por Arjuna. Otro texto religioso muy conocido, que forma parte de la literatura buddhista, presenta las discusiones entre el sabio Nagasena y el rey Milinda, un rey Bactrio también conocido como Menandro. Los reyes no se apartaban, en aquellos días, de las investigaciones religiosas profundas; muchos de ellos se acercaban, como humildes aspirantes, a los hombres eruditos, y recibían sus instrucciones, no sólo con fines prácticos sino también para aclarar sus planteamientos filosóficos y religiosos y para recibir inspiración que les ayudara en su camino hacia la iluminación espiritual. Tradicionalmente, se estimulaba al estudiante a hacer preguntas. A veces, también se encontraba confrontado con preguntas crípticas y tenía que descubrir las respuestas por sí mismo.
La palabra "diálogo" en inglés, aplicada a las conversaciones de las obras de Platón y, en época reciente, a los debates que Krishnamurti sostuvo con estudiosos serios, necesitaba ser explicada, y así lo han hecho David Bohm y otros, porque no tiene la resonancia innata del samvadas sánscrito, pero el significado es el mismo. El investigador no ha de ser un oyente estúpido, sino que tiene que mantenerse vivo y corresponder desde su propio nivel, de tal manera que puedan proceder armoniosamente junto con el maestro, adentrándose en un entendimiento y una realización más profundas. Esto fue probablemente lo que Krishnamurti quería decir al comentar que la comunicación tiene lugar cuando dos personas se encuentran al mismo tiempo, en el mismo nivel y con la misma intensidad. La intensidad de la aspiración del discípulo a la verdad tiene que coincidir con la que tiene el maestro para compartir; estar al mismo nivel tal vez no se refiera al nivel de comprensión, sino más bien al de sintonización, como el que existe entre las notas de distintas octavas. Como escribió uno de los Maestros: "La receptividad debe ser igual al deseo de instruir". La liberación de las disonancias internas pone de manifiesto una profunda relación, un sentido vibrante de la unidad.
Una conversación seria de naturaleza religiosa o espiritual, que nos conduzca a profundidades, es imposible cuando los prejuicios y los conceptos preestablecidos existen dentro del estudiante. Naturalmente no existen en el maestro, porque si fuera así, entonces no sería un auténtico maestro de sabiduría. Por consiguiente, una y otra vez, las personas que tenían conocimientos de estos temas insistían en la necesidad de tener libertad interna, de estar libres de preconceptos y de ideas fijas. Aquél que verdaderamente busca debe dejar de lado sus ideas y opiniones pasadas, dejar de discutir y argumentar y preocuparse solamente por la verdad. En palabras de Madame Blavatsky:
Su mente debería quedar perfectamente libre de todos los demás pensamientos, para que el significado interno de las instrucciones pueda quedar impreso en ella, independientemente de de las palabras con las que viene envuelto.
Aferrarse a las palabras, olvidando que son solamente símbolos, ha sido la ruina de los hombres y mujeres de inclinaciones religiosas. Esta es la trampa en la van cayendo uno tras otro de forma inconsciente: Nuevas sectas, nuevas filosofías, nuevos grupos más-santos-que-el-otro, van apareciendo con esta tendencia. Cuando se reconoce claramente que las palabras no son más que simples símbolos, unos mapas útiles que indican la dirección, y que "no hay religión más elevada que la verdad", y cuando la mente no confunde el conocimiento de los conceptos y de las palabras con la verdad, las divisiones religiosas y sectarias no pueden existir. Todos los aspirantes genuinos, tanto si están conectados externamente a esta tradición o a aquella, son como los dedos de la mano.
La verdad es una experiencia y una realización siempre vivas y dinámicas y los que lo saben han fomentado siempre el espíritu de la investigación que conduce a la realización interna. Los intercambios que se tienen con el espíritu adecuado, tanto si lo llamamos diálogo, discusión o samvada, son un medio. Cuando el estudiante participa, a través de sus respetuosas y serias preguntas, en el trabajo de ir develando la verdad, como hicieron Arjuna y muchos otros, no hay un esquema fijo al que adaptarse. Entonces la luz puede venir de dentro y se puede dejar el plano de las palabras y de las ideas, al menos por un tiempo, y pasar al de la visión o de la verdadera experiencia.

Alimentando la violencia futura
El siglo veinte ha sido descrito como "indudablemente el siglo más sangriento de todos los que hemos registrado, por la escala, frecuencia y duración de las guerras que lo han caracterizado". En todas partes se les ha infligido un enorme sufrimiento a los civiles y no solamente a los combatientes. Un efecto de estos terribles conflictos es que un buen número de niños han quedado huérfanos, mutilados y traumatizados; algunos de ellos se muestran taciturnos, otros violentos, y muchos de los que nacieron durante períodos de conflicto no han recibido educación alguna. Lo único que han aprendido es que tienen que luchar para poder comer y sobrevivir. Es un hecho aceptado ahora que la educación es la clave tanto del control de la población como del fin de la pobreza. Millones de niños de África ni siquiera asisten a la escuela primaria y la situación es sólo mínimamente mejor en el mundo subdesarrollado en general.
Los niños quedan huérfanos no sólo como consecuencia de las guerras, sino también por la rápida propagación del SIDA. Según la UNICEF, trece millones de niños quedarán huérfanos a finales del 2000. Muchos de ellos se encuentran en países donde impera la pobreza y sus abuelos, que sobreviven con muchas dificultades, tienen poca capacidad para solucionar la situación. Los niños se las apañan por sí mismos ya desde muy pequeños y asumen la responsabilidad de sus hermanos en la medidad de sus posibilidades. Abandonados en la calle, son amenazados, explotados y maltratados por vecinos lascivos y por transeúntes. El informe de la UNICEF dice "A menudo emocionalmente vulnerables y económicamente desesperados, el destino seguro de esos huérfanos es el de acabar vejados sexualmente y forzados a encontrarse en situaciones de explotación, como la prostitución, para poder sobrevivir. Se dice que Zambia tiene la proporción más alta del mundo de niños huérfanos, que han quedado indefensos después de que sus padres murieran de SIDA. Sólo en la capital de Lukasa hay más de 37.000 por las calles.
En medio de la euforia ante el nuevo siglo y el nuevo milenio, hagamos una pausa para pensar en el número tan pequeño de generaciones futuras que podrá crecer en condiciones que hagan que el siglo nuevo sea mejor que el anterior. El futuro seguramente será una continuidad del presente, en el cual cada vez se está utilizando más a los jóvenes e incluso a los niños como soldados en zonas de combate. Desde su más tierna edad, aprenden a matar y a inmunizarse ante la visión de la sangre y del sufrimiento. ¿Acaso estos futuros ciudadanos del mundo que están creciendo y haciéndose adultos con la idea de que el salvajismo es algo normal para el ser humano no van a hacer que el mundo sea más violento?
Incluso en las situaciones no bélicas, cuando las armas se tienen a fácil disposición, los niños matan a otros y se enfrentan a juicios y a la cárcel como si fueran criminales adultos. El más joven en ser juzgado como un adulto (en Michigan, USA) había tenido ya, a la edad de 11 años, varios enfrentamientos con la policía. A los 13, cuando le juzgaron por asesinato, le costaba entender el proceso del juicio. Según los informes, entre 1992 y 1995, cuarenta y un estados de USA aprobaron leyes para detener a los niños y juzgarlos como personas adultas si cometían "delitos de adultos". En 24 de estos estados, los jóvenes pueden ser ejecutados. Cuando se les encarcela con los adultos, hay muchas probabilidades de que acaben convirtiéndose en salvajes. Solamente en Florida, 7000 jóvenes fueron juzgados en tribunales de adultos en un año. Los centros penitenciarios se están llenando de jóvenes delincuentes, no sólo en USA sino en todas partes. Algunos están en "campamentos de entrenamiento", unos lugares donde se les enseña a obedecer con severos castigos, aunque poco a poco se están dando cuenta de que un trato abusivo dirigido a los jóvenes es contraproducente y sólo tiene como consecuencia el convertirlos en duros delincuentes.
Un reciente informe publicado en el periódico The Hindu, de Chennai describe cómo se utiliza a los niños en los mataderos por ser la mano de obra más barata. Recogen la sangre de los animales sacrificados, cargan los cuerpos y desechos, y hacen todos los trabajos que los miembros adultos del personal quieren adjudicarles. Las condiciones son abominables pero los niños acaban acostumbrándose. Aprenden a fumar y a beber a una temprana edad y cogen enfermedades. Según los pediatras, el daño psicológico es peor que la enfermedad física. "Están tan acostumbrados a la tortura y la violencia que pronto no verán diferencias entre la sangre de un animal y la de una persona", dicen.
En el caso de dos niños ingleses de once años, que secuestraron a un niño de dos años en un centro comercial, torturándole y matándole después, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos decidió que no se les estaba haciendo un juicio justo. Multitudes enfurecidas les gritaban mientras les llevaban al juzgado y los espectadores del juicio no ocultaron su hostilidad. Lo que ocurrió fue naturalmente algo atroz, pero los "criminales" eran niños. Cuando aparentemente se hizo un intento por hacerles participar en los procesos del juicio y para consultar a sus abogados, fueron incapaces de cooperar. ¡Es realmente bastante extraño esperar que unos niños pequeños actúen con madurez! ¿Qué fue lo que les impulsó a actuar como lo hicieron? ¿Qué está pasando con el mundo actual para incitar a los más jóvenes a cometer estos delitos?
No sólo los niños de los mataderos y de las granjas-fábrica, sino incluso los que ven a sus padres coger las armas para disparar a las ardillas, pájaros y ciervos, aprenden a no diferenciar entre animales y humanos. Matar les parece algo normal. ¿Será el siglo próximo un siglo civilizado, cuando millones de estos jóvenes que aprenden a ser brutos y asesinos formen parte de la población adulta? Los niños son como plantas tiernas que no pueden crecer y convertirse en buenos árboles si están siendo abofeteados y maltratados constantemente. Necesitan un ambiente afectuoso, una oportunidad para crecer y darse cuenta de los valores humanos. Quienes se preocupan del futuro tienen, pues, que defender de manera inequívoca un mundo sin guerras y sin crueldad practicada en humanos y animales. Hay que preparar el terreno para la compasión universal.
(The Theosophist, febrero 2000.)