domingo, 20 de mayo de 2012

CAMINO DE LIBERACIÓN



                                                                                                Geoffrey Hodson
Una de las grandes necesidades de la época presente es un sistema
regular de pensamiento reflexivo y de propio entrenamiento espiritual para
todos los hombres. Esta parece ser la solución, en realidad la única solución,
de los problemas del día, no solamente para aquellos que aspiran a una vida
espiritual elevada, sino también para los dirigentes y pueblos de todas las
naciones del mundo.
En Occidente estamos inmersos en una febril actividad y vivimos en tal
estado de ruido, excitación y persecución egoísta del placer que hemos
olvidado completamente las realidades internas. En este hecho se encuentra la
explicación de todas las dificultades del mundo. La naturaleza, sin embargo,
nos conducirá indefectiblemente como el jinete guía a su caballo, si nosotros
no cambiamos totalmente el método y propósito de nuestras vidas. Los
cataclismos, las guerras y las contiendas sociales y obreras que son la
característica de nuestra época, no son otra cosa que advertencias de la
naturaleza a fin de que nos detengamos en nuestro camino y volvamos nuestra
atención en dirección de la vida.
La práctica de la meditación es uno de los caminos para liberarnos de
las molestias, tristezas y dificultades de la vida; precisamente la liberación que
todos los hombres buscan. Para que sea completa y perdurable esa liberación
debe serlo en un triple sentido. En primer lugar, tenemos que liberar a nuestros
propios poderes internos.
Aquellos que aspiren a la vida espiritual no deben esperar la presión de
las circunstancias externas para despertar ese poder innato; sino que deben
aprender a liberarlo y a utilizarlo deliberadamente. La meditación es el medio
para alcanzar esa liberación.
Hay una segunda clase de liberación. Detrás y por encima de aquello
que hemos desarrollado, está el poder divino, que es nuestra existencia real. Es
la fuerza de nuestra Divinidad inherente. Es el Dios que nosotros mismos
somos. Mientras nuestra atención esté dirigida hacia fuera, a lo externo, a lo
temporal y a lo cambiante, el Dios dentro de nosotros permanecerá dormido.
Está en nuestras manos despertarlo conscientemente y liberar ahora nuestras
posibilidades divinas. Si queremos alcanzar la meta es indispensable que lo
hagamos así. Necesitamos todos nuestros poderes y la experiencia que
poseemos para alcanzar con seguridad la “otra orilla” en este período de la
evolución humana.
Consolémonos, sin embargo, recordando que no tenemos que crear
energía. Lo único que hemos de aprender es a liberarla. La ciencia ha
descubierto en un simple átomo fuerzas tan grandes que si se liberasen
destruirían un continente. ¿Cuál no ha de ser, pues, el poder del alma
humana?. En cada uno de nosotros hay una energía incalculable. Cada uno de
nuestros cuerpos, oculta una parte de energía de la que aquí, en el plano físico,
se manifiesta muy poca. El primer paso hacia la segunda liberación es tratar de
comprender en qué consiste este poder; seguirlo paso a paso hasta su origen;
encontrar nuestro camino hacia lo interno a través de los cuerpos que velan su
luz, pasar más allá del cuerpo emocional al mental, por el mental al Ego,
donde encontramos poder, paz y gozo más allá de toda comprensión humana.
En realidad, no hay límite en cuanto a las alturas a que podemos aspirar.
Podemos llegar a lo más íntimo del corazón del Logos y sumergirnos en él.
Esa es, en realidad, la meta de la meditación: el descubrimiento de la Fuente
del Poder y la unión con ella.
En tercer lugar, ¿No buscamos liberarnos de las tristezas y dificultades
de la vida, de la naturaleza imperfecta de la existencia humana, llena de un
sufrimiento que parece inacabable, y con una poca felicidad, que parece
insegura?. ¿No caminamos a tientas en un mundo donde el dolor parece
predominar, buscando siempre placer constante sin encontrarlo?. Buscamos
liberarnos del dolor, la tristeza y la incertidumbre; buscamos un bienestar que
sea eterno y una tranquilidad que sea inalterable; buscamos, en una palabra, la
liberación eterna.
Hay un medio de escapar de las penas de la vida terrenal, de sus
limitaciones, de la sensación de incapacidad, de la sensación de tener poderes
que no podemos expresar y de los desengaños que continuamente se nos
presentan en la vida. Este medio es aprender pronto las lecciones que el dolor
y las tristezas enseñan y recogernos en nuestro interior, alejándonos de ellos
hacia el corazón de la realidad.
Esos males tienen, naturalmente, su utilidad, son nuestros maestros. Los
venceremos alejándonos de ellos, no luchando continuamente contra ellos.
Este último método se viene practicando desde edades sin cuento y todavía
falla. No nos protegemos de esos males resistiéndolos, pues al hacerlo
intensificamos su poder y nos ponemos más completamente bajo su dominio.
Debemos distanciarnos de todas las dificultades hasta que las veamos en su
debida perspectiva, como sombras efímeras, proyectadas por nuestra
personalidad en la pantalla del tiempo y del espacio. Hemos de dejar de mirar
la multiplicidad de sombras y encarar la Luz única. Esta gran “conversión” se
consigue por medio de la meditación. Con el pensamiento debemos seguir
nuestro camino hasta el verdadero centro de nuestro ser. Allí encontraremos la
luz eterna brillando. Allí encontraremos la paz que es inalterable y que está
“más allá de toda comprensión”. No hay otro camino. Todos los fenómenos
cambiantes de la vida, o mejor dicho, todas las novedades pasajeras del
mundo, especialmente las experiencias que nos producen dolor, son para
enseñarnos a mirar hacia adentro. Únicamente allí encontraremos el Reino de
la Felicidad.
Si necesitamos un mayor incentivo, lo encontraremos en que sólo
podremos enseñar a los demás el camino de la liberación cuando nosotros
mismos lo hayamos encontrado. Por mucho que nos compadezcamos de
nuestro hermano, por mucho que trabajemos para aliviar los males del mundo,
no seremos verdaderos auxiliares, reformadores o maestros hasta que hayamos
aprendido a recogernos en el seno de esa paz eterna, donde podremos
vislumbrarlo todo en su verdadera perspectiva, alcanzar la sabiduría y liberar
el único poder capaz de convertirnos en verdaderos salvadores de hombres.
Cuando nosotros mismos hayamos encontrado y cruzado el portal,
podremos guiar a nuestros hermanos, pero no antes. Si miramos los ojos de los
grandes seres del mundo veremos en ellos una serenidad, una felicidad y una
calma que nada puede perturbar. Ellos han entrado en el Jardín de la Felicidad
y las tristezas del mundo no les alcanzan personalmente, por mucho que
compadezcan a los demás.
¿Cómo alcanzar esto que todos deseamos?. Existen cinco principios
esenciales, cuya consideración puede indicarnos el camino:

1.- Todo aquello que buscamos se encuentra en nosotros mismos.
Dejemos de buscar la felicidad en lo externo; por el contrario, tratemos
de encontrar el corazón de nuestro propio ser, en el que únicamente yace la
solución de los problemas de la vida y el camino de la felicidad y paz eternas.

2.- Es necesario tranquilidad absoluta para que la “Voz del Silencio”
sea oída y la luz eterna que siempre brilla sea percibida.
Estamos siempre en presencia de Dios. Los planos espirituales más
elevados no están alejados en el espacio, sino que están aquí mismo. La voz de
Dios resuena siempre. No oímos Su voz, ni percibimos Su luz, porque estamos
completamente absorbidos en nosotros mismos y nos aturdimos con nuestro
propio ruido. Esto se aplica igualmente al individuo y a las naciones. El que
aspira a la vida espiritual debe retirarse de todo eso; no debe dejarse arrastrar
por el torbellino de la vida humana moderna, ni dominar
por las corrientes de pensamiento del mundo. De vez en cuando es bueno retirarse de
todo esto y establecer dentro de uno mismo un centro de equilibrio y paz. Entonces se oirá
la Voz, se percibirá la Luz y empezarán a afluir la gloria y la serenidad de los
mundos superiores.
De modo que el silencio es el segundo gran principio. “Ten quietud y
sabe que soy Dios”, dijo el salmista. Un poeta moderno ha dicho: “Qué raro es
encontrar un Alma bastante tranquila para oír la voz de Dios”, y también:
“Permanece tranquilo delante de tu Dios y deja que El te moldee”.

3.- En la quietud se producirá la expansión de conciencia.
Habiéndonos recogido en nosotros mismos, habiendo alcanzado la
tranquilidad, concentremos nuestros pensamientos en la contemplación de las
cosas eternas. Dejemos que Dios penetre más en nuestras vidas. Esforcémonos
en alcanzar un concepto de Su gloria y en imaginar Su naturaleza. Entonces,
nuestra conciencia se expandirá y nos encontraremos en El y le descubriremos
en nosotros.

4.- Nuestros cuerpos deben purificarse, a fin de que puedan expresar la
belleza, el esplendor, la expansión y la visión que nuestra
meditación revele.
El cuerpo físico debe refinarse perfectamente. Los efectos hereditarios
de comer carne en exceso y la rudeza general de las últimas generaciones han
de eliminarse por medio de dieta y vidas puras. Un gran maestro ha dicho que
nuestros cuerpos deben de estar libres ‘hasta de la más pequeña partícula de
impureza’. La impureza física tiene su contrapartida en el cuerpo emocional y
también en la mente; por consiguiente, es tres veces indeseable. Nuestras
emociones han de ser igualmente purificadas y cultivadas; debemos refinar
nuestra mente, dominar su tendencia a la separatividad, al egoísmo y a la
crítica, y aprender a pensar en términos de unicidad. De esta manera los
cuerpos sutiles se harán sensitivos, puros, bellos y translúcidos a la luz interna.

5.- La solución de todos los problemas se encuentra en la comprensión
de la unidad de toda vida.
Ángel, hombre, animal, vegetal y mineral son todos uno. El mensaje
que tenemos para el mundo, que ha caído en la “gran herejía” de la
 separatividad, es el de la Unidad.

 Para transmitir este mensaje no necesitamos ser unos gigantes intelectuales
 capaces de escribir, hablar u organizar; porque,
si tenemos un corazón recto y la actitud debida y nosotros mismos hemos
alcanzado, en cierta medida, la comprensión de la unidad, todos podemos
ayudar. Todos podemos transmitir el mensaje constantemente en nuestra vida
cotidiana. Todo lo que necesitamos es caridad y un corazón puro, un
determinado poder de concentración y una voluntad a la que no arredren los
obstáculos.
Hemos de romper las ataduras del yo inferior separado y hemos de
dedicar toda nuestra vida al servicio de nuestros hermanos. Una vez que
hayamos vislumbrado la espléndida visión de la unidad de la vida, ningún
dolor terrenal podrá lastimarnos. El gozo de trabajar con los grandes dirigentes
y Maestros de la humanidad perdurará en nuestros corazones y brillará en
nuestra mirada. Ellos nos ayudarán a desarrollarnos, a fin de que lleguemos a
ser servidores más eficientes y más inteligentes. Mediante Su guía
encontraremos la liberación y por Su poder guiaremos a la humanidad hacia la
Paz.