domingo, 15 de abril de 2012

EL SUSURRO DEL ALMA Rohit Mehta



El entero problema de nuestra vida espiritual se concentra en dos temas: visión de
la totalidad, y correcto ajuste de las partes. La verdadera lucha diaria del individuo es
para encontrar el lugar adecuado para cada detalle de su existencia. Esto, de hecho, es
el problema del saber elegir, el asunto del bien y el mal. Aquéllo que está donde debe
estar es bueno, y aquéllo que no está donde debe estar es malo. ¿Pero cómo saber el
lugar que algo debe ocupar salvo dentro del contexto del todo? Sin esta percepción de
la totalidad, el único método que el individuo puede emplear para el ajuste de las
partes es el tanteo.
Pero este es un proceso interminable, especialmente porque la postura psicológica
de la persona cambia constantemente. Lo que está bien en determinada posición,
puede no estarlo en otra. Por lo tanto, en la esfera psicológica no existe un código
establecido, ninguna fórmula fija que indique lo que está bien o mal de una manera
absoluta, esto es, de una forma que pueda aplicarse a todas las circunstancias. De
modo que tiene que haber una constante percepción de la totalidad. Y en
cada circunstancia hay que descubrir la totalidad de nuevo. El todo puede
 descubrirse solamente en el intervalo entre dos sonidos, en el silencio. En
otras palabras, sólo cuando escuchamos la melodía completa podemos percatarnos
 de la totalidad. Y cuando escuchamos la melodía es fácil aprender la lección de la
armonía, la lección que nos permite establecer la correcta relación entre las partes.
Por lo tanto, el asunto fundamental en la vida espiritual es oír la melodía, escuchar
 el silencio, y estar conscientes del “intervalo”. Es el intervalo el que tiene la clave
de la comprensión de la vida. Y el
intervalo denota una falta de continuidad conque, ¡no es la continuidad, sino la
discontinuidad la que revela el significado de la vida!
¿Cómo podemos escuchar el silencio entre dos sonidos? La instrucción que Luz en
el Sendero da al neófito es la siguiente:
Contemple seriamente la vida que le rodea.
Aprenda a mirar inteligentemente dentro del corazón humano.
Considere más seriamente aún su propio corazón.
Se nos pide que consideremos seriamente toda la vida que nos rodea, no una
expresión particular de la vida, sino la vida como quiera que ésta se manifieste. Esto
requiere estar extraordinariamente conscientes de la vida en sus diversos niveles de
expresión. Esto solamente es posible bajo condiciones de sensibilidad física,
receptividad emocional, y alerta mental. A menos que una persona esté abierta de
mente y sea capaz de responder con todo su ser, no podrá estar plenamente consciente
de la vida que le rodea, y sin ese grado de conciencia no es posible contemplar
seriamente todas las expresiones de vida. Estar conscientes de la vida que nos rodea
implica extender las áreas de nuestro propio interés. Sin un profundo interés en la
vida, pensar siquiera en considerar seriamente todas las expresiones de la misma
es algo simplemente inconcebible.
Sin embargo, usualmente nuestro interés en algo toma la forma de una
identificación con ello, o de una condena. Debe notarse que la condena es también una
forma de identificación, aunque sea una identificación con la parte opuesta de lo que
condenamos. Pero si nuestro interés en una cosa, persona, o idea nace de la
identificación con la misma, ello significa que esta reacción proviene de nuestros
hábitos. Tal reacción puede ser positiva o negativa, y en el caso de la condena
exhibimos una reacción negativa.
No hace falta decir que todas reacciones surgen de ciertos centros fijos de la
mente, y un centro fijo de la mente son sus hábitos. Un hábito embota invariablemente
la mente y también los sentidos, y ese embotamiento trae consigo una pérdida de la
perspectiva. Un interés nacido de la costumbre no puede tener profundidad ni
seriedad. Una mente condicionada por el hábito es perezosa o indolente, pues se
mueve solamente dentro de los límites del cable que la remolca, y nada que esté fuera
de esa esfera le resultará de interés. Obviamente, una mente así no puede considerar
seriamente la vida que le rodea. Una mente circunscrita y con su punto de referencia
basado en su esfera de interés, pierde el sentido de la proporción y, por lo tanto,
acentúa sólo una parte. No puede ver la totalidad debido a los factores condicionantes
del hábito.
La vida espiritual es esencialmente una bella forma arquitectónica. En una
arquitectura así existe armonía, sentido de las proporciones. Ninguna de sus partes se
exagera ni subestima. Cada detalle de esa arquitectura está en el lugar apropiado.
Cuándo una parte ocupa el lugar adecuado, entonces misteriosamente la totalidad
brilla a través de esa parte. Y cuando la totalidad brilla a través de ella, ello llega a ser
tremendamente significativo. En una armoniosa arquitectura, cada parte—incluso los
detalles más pequeños, son significativos a causa de la presencia de la totalidad.
Cuándo todo brilla con el significado de la totalidad, surge entonces allí una seria
consideración natural de la vida que nos rodea. Es la totalidad la que imparte
significado a la parte, y una parte sólo llega a ser significativa cuando ocupa su lugar
apropiado. En ningún otro lado esa parte brillará con el significado del todo. No hace
falta decir que es la presencia de la totalidad la que capta nuestra atención de manera
indivisible.
No es el tamaño de algo lo que importa. Ello pasaría desapercibido de por sí, y no
atraería nuestra seria consideración, si la totalidad no estuviera presente en ello. Y
cuando la totalidad está presente, esa misma cualidad brillará en cada detalle. La
diferencia entre varias cosas estaría entonces en la cantidad, no en la calidad. Así, la
instrucción dada al neófito de considerar seriamente toda la vida que le rodea, no
puede cumplirse sin antes descubrir un lugar apropiado para cada detalle de su
existencia. Y para descubrir cuál es el lugar apropiado de cada detalle, hay que tener
una visión de la totalidad. ¿Pero cómo lograr esta visión total?
Luz en el Sendero le pide al neófito que “mire inteligentemente dentro del corazón
humano". Mirar inteligentemente y mirar intelectualmente son dos cosas distintas.
Mirar intelectualmente es seccionar, analizar, examinar una cosa o un acontecimiento
desde un punto de vista estructural. El intelecto puede examinar algo sólo parte por
parte. Tiene una visión estática, que divide cada movimiento en un cierto número de
vistas fijas. La inteligencia, sin embargo, tiene una visión dinámica y puede abarcar
varias cosas a la vez; puede comprender el movimiento, percibir el todo y, por lo
tanto, el lugar apropiado de cada parte.
Luz en el Sendero dice: “La inteligencia es impersonal”, pero no el intelecto. El
intelecto tiene un acercamiento más personal a las personas y a las cosas, porque es
producto del tiempo. Funciona del pasado al futuro. Opera dentro de la esfera de la
continuidad, porque el pensamiento es su instrumento, y el pensamiento tiene sus
raíces y origen en el pasado. Sus conclusiones se basan en el proceso de comparación y
contraste. Se identifica con cuanto evoca recuerdos agradables y condena cuanto evoca
memorias desagradables. De esta forma, el juicio del intelecto es personal, coloreado
por los recuerdos del pasado.
Mientras que el intelecto reacciona sobre la base del pasado, la inteligencia actúa
en el presente. Podemos mirar inteligentemente sólo cuando dejamos a un lado el
juicio del intelecto. Mirar inteligentemente dentro de los corazones humanos es ver lo
que realmente hay en ellos. Cuando las personas y las cosas son como realmente son, no
podemos menos que amarlas. La inteligencia tiene una percepción directa y, por lo
tanto, ve la naturaleza fundamental del todo. Ve la totalidad. Comprende la fuente de
la cual provienen las expresiones de vida. El intelecto solamente ve las expresiones
externas, que son las manifiestas. Pero la inteligencia mira dentro de la misma fuente
y, por lo tanto, su juicio se basa en la percepción del todo.
Mirar inteligentemente dentro de los corazones humanos es ver la fuente de sus
actos y no meramente su patrón de conducta. En la fuente se halla la intrínseca
naturaleza de todo. La forma de actuar puede ser cruda o refinada, pero la fuente
contiene la naturaleza original de todo. Nuestro juicio sobre cualquier acción puede
ser errado, mientras que no percibamos la naturaleza original de quien ejecutó la
acción. La naturaleza original del ejecutor es su dharma. Una acción que dimana de ese
centro o fuente, es una acción natural y espontánea. Es la inteligencia, no el intelecto,
la que nos permite ver la naturaleza original de todo.
¿Cómo evocamos esta inteligencia que habita dentro de nosotros, para que
podamos estudiar los corazones de otros? Solo la persona inteligente puede avanzar
por el sendero. Llegamos a la comprensión del problema examinando el tercer
aforismo de este grupo particular, que dice: “Considere aún más seriamente su propio
corazón”.
Analizada superficialmente, esta instrucción parece estar arraigada en el egoísmo.
¿No es acaso el sendero del interés personal el que lleva a contemplar el propio
corazón? Pero examinada en profundidad, esta instrucción arroja una gran luz sobre el
problema de la inteligencia. ¿Qué significa este aforismo que nos pide que
consideremos con más seriedad nuestro corazón? Pide que el neófito sea sensible al
llamado de su propio corazón. Escuchamos principalmente a la mente, pero nunca al
corazón.
Escuchar al corazón no es convertirse en sentimental, ni significa tener una
reacción emocional o impulsiva ante la vida que nos rodea. Podemos escuchar el
corazón sólo cuando deponemos las proyecciones y motivos del pensamiento y las
emociones. El corazón sólo habla a una mente pura. Todo en su naturaleza intrínseca
es absolutamente puro, y sólo cuando algo se le adhiere es que surge la impureza. Así,
la mente llega a ser impura cuando el residuo de una acción incompleta se le adhiere.
Es decir, que la memoria psicológica es la que causa una mente impura. Cuando la
mente corruptible se hace incorrupta, entonces se torna sensible a los dictados del
corazón.

El corazón es, sin duda, el asiento de la intuición espiritual. La inteligencia es
ese estado de la conciencia humana abierto y sensible a los murmullos del espíritu.
 Una de las instrucciones que se le dan al aspirante espiritual es que aprenda a
meditar sobre su corazón. Para meditar en el corazón hay que ser sensibles a la voz
 de la intuición espiritual. Meditar en el corazón es tener la mente pura y transparente.
 El corazón sólo revela sus secretos a la mente purificada, y a la luz de
este secreto todas las cosas toman significado. Quien posee este secreto contempla la
vida seriamente, con profundidad hacia todo y todos, porque ha aprendido
inteligentemente a mirar dentro del corazón de toda manifestación.
Si mientras avanzamos por el sendero en medio de las distracciones diarias uno
pudiera escuchar los dictados del corazón, nunca perdería el camino. Pero los dictados
del corazón hay que obedecerlos. El neófito debe “mirar seriamente” a su propio
corazón. En una situación dada, en la solución de un problema, el corazón habla de
inmediato, en un susurro. Si la mente es insensible al murmullo del corazón, entonces
el peregrino espiritual debe luchar y trabajar en plena oscuridad, y cada movimiento
en la oscuridad podrían encaminarle por mal camino. Desatender los dictados del
corazón y rechazar la guía de la intuición es seguir el sendero indicado por las
proyecciones de la mente. Pero la mente está atrapada en la oscuridad de la
continuidad. Ninguna transformación espiritual fundamental puede surgir de sus
esfuerzos, y su luz es únicamente "la oscuridad hecha visible".
Pero la luz del espíritu brilla en medio de nosotros. Percibiremos esta luz cuando
las cortinas de nuestra mente se descorran. Sólo cuando la continuidad de la mente sea
interrumpida, solamente en ese intervalo, en ese momento de discontinuidad,
podremos percibir la Luz Inefable y comprender el misterio de su brillo. Sólo cuando
podamos escuchar el murmullo del corazón en medio de nuestras actividades
cotidianas, el avance por el Sendero será de indescriptible regocijo.
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El presente artículo, editado por el Departamento de Educación, es un extracto del libro Seek
Out the Way: Studies in Light on the Path, de Rohit Mehta.
Traducción y Redacción: Eulalia M. Díaz