sábado, 15 de octubre de 2011

DESDE LA ATALAYA


SOPHIA (ENERO 2002) Nº 157

                                                                     Radha Burnier
Fuerza o Debilidad

Todos los miembros serios de la Sociedad Teosófica deberían tener claro que la Sociedad no ofrece ni teología ni dogma, ni un dios, un gurú o una autoridad; no impone ninguna creencia ni fomenta la dependencia. Como decía Annie Besant: “Afirmamos que debería buscarse la Verdad a través del estudio, de la reflexión, de la pureza de vida y de la devoción a unos altos ideales”. Si la ST ofreciera una vía menos difícil a seguir y si dispusiera de toda una serie de gurús, preferentemente identificables por su ropa, su discurso y sus adornos, tal vez atrajera a sus filas a un número mucho mayor de personas. Pero ¿de qué serviría eso?

Algunas personas desearían ver un rápido aumento del número de miembros de la Sociedad y una popularidad cada vez mayor de ésta. Pretenden complacer al público con cosas psicológicamente reconfortantes que tienen poco o nada que ver con la fraternidad universal que es el principal Objetivo de la Sociedad o con la búsqueda común de la verdad y la aspiración a esa verdad que unifica espiritualmente a las Secciones dispersas y a los miembros en un lazo de unión afectivo. Consideran un punto flaco de la Sociedad el hecho de que ésta no se preocupe por satisfacer los deseos del público y cambian sus objetivos para ganar popularidad.

La política específica de la Sociedad no es divertir al mundo con lo que éste pide, sino ayudar a la gente a descubrir el origen de la sabiduría dentro de sí mismos. Esto no es un punto flaco sino su misma fuerza. Como afirmaron los Mahatmas, el objetivo de la Sociedad no consiste en imponer creencias y dependencia, sino en “enseñar al hombre la virtud por sí misma y enseñarle a caminar en la vida apoyándose en sí mismo en vez de apoyarse en una muleta teológica, que ha sido, durante siglos, la causa directa de casi todas las desgracias humanas”. Esta frase, que pronunció KH, se ve confirmada por lo que dice su amigo el Adepto M, al escribirle a un miembro: “La sensación constante de una abyecta dependencia a una Divinidad (también podríamos decir un gurú) al que considera como la única fuente de poder, le hace perder al hombre toda confianza en sí mismo y todo estímulo para la actividad y la iniciativa”.

Como el universo está gobernado por la ley, desde los planos más materiales a los más sutiles de la existencia, y como la causa y el efecto están inextricablemente conectados, toda persona recibe solamente lo que merece. Seguir el camino teosófico significa que, mediante el estudio, la reflexión, la pureza de vida y la devoción altruista a los altos ideales, se puede alcanzar la iluminación.

La política intransigente de la Sociedad es, y tiene que seguir siéndolo, la de no fomentar las creencias, sino la investigación; no fomentar la dependencia a un dios o un gurú, sino la fe en la luz de la inteligencia espiritual dentro de nuestro propio corazón y la determinación de dejar brillar esa luz, adoptando el medio demostrado de dispersar la oscuridad de la mente egoísta e ignorante.

Hablando de Confianza

Desde Agosto del 1960 hasta Marzo de 1961, aparecieron en The Theosophist varias partes de una narración de HPB titulada “Un Durbar en Lahore”, en el que se describía de forma muy entretenida el Durbarcelebrado por Lord Ripon, Virrey de la India en esa época. En Noviembre de 1880, HPB y HSO viajaron a Lahore para organizar una Rama de la ST en esa ciudad, y tuvieron la oportunidad de asistir al Durbar. Entre muchas otras cosas, HPB escribió lo siguiente:

Hace treinta años podíais ir al primer comerciante de dinero (como un banco de hoy en día), sentado en su puesto de la calle y dejarle tranquilamente todo vuestro capital, sin siquiera pedirle un recibo a cambio; después podías desaparecer y volver al cabo de un año o dos a pedírselo. Y con vuestra palabra esa persona os devolvía el dinero, aunque fuera un millón... Hasta la revuelta de 1875 (que los ingleses llamaron el motín de la India y los indios consideran como la primera batalla por la independencia), los recibos prácticamente se desconocían en la India; bastaba con tener un testigo para cualquier tipo de transacción. Pero ¿ahora? Ahora los testigos mercenarios se han multiplicado no por cientos sino por miles.

Siglos antes, cuando el griego Megástenes llegó a la India como Embajador del Príncipe Seleucos, también él se quedó asombrado por la honradez del pueblo indio. Según el célebre historiador inglés Vincent A.Smith “La gente de la India antigua tenían una extensa y envidiable reputación por su honradez y nobleza”. Aunque este concepto se aplicaba a la gente normal y corriente, los príncipes y los que estaban en el poder no confiaban los unos en los otros.

En la primera parte del siglo numerosos edificios antiguos de nuestra finca de Adyar no tenían ventanas, solamente puertas, prueba evidente de la sensación de seguridad que había y de la confianza que existía. Las puertas estaban siempre abiertas por la noche para tener aire fresco, mientras los habitantes de la casa dormían plácidamente sin miedo a los robos y delitos. Esto no pasaba exclusivamente en la India; ocurría en muchas partes del mundo. Cuando alguien daba su palabra, la mantenía. Los objetos perdidos solían acabar en comisaría, donde el propietario podía recuperarlos.

Qué distinto es el mundo hoy en día, cuando ni la confianza ni la honradez constituyen una parte significativa de las relaciones humanas. Los pueblos, en general, no confían en sus gobiernos, en sus líderes políticos, en los periódicos ni en los otros medios de información, ni en las multinacionales ni las grandes empresas.

Las grandes tabacaleras han estado engañando a millones de personas hasta hace poco. Gracias a la ardua labor de investigación de periodistas de varios países, se han ido encontrando documentos internos que demuestran la falsedad de las investigaciones hechas bajo la égida de estas empresas según las cuales el tabaco no era perjudicial para la salud. Estas compañías han sido castigadas severamente en los Estados Unidos, pero siguen promocionando su producto en Asia y en África, como si los cigarrillos fueran un medio saludable y relajante para disfrutar de la vida. No tienen ningún escrúpulo en introducir sus cigarrillos en esos países ni en usar el mercado negro para exportar su mercancía a zonas en las que probablemente no tendrán problemas para extender sus mentiras.

No hace mucho tiempo, la prestigiosa revista científica Nature anunciaba que, a partir de un determinado momento, sus contribuidores deberían declarar “todo tipo de interés económico”. La ciencia está íntimamente relacionada con los negocios y con los gobiernos que tienen razones y dinero suficiente para subvencionar la investigación, especialmente la que tiene como fin incrementar sus beneficios y su poder. El público, naturalmente, tiene que conocer cómo se subvencionan los informes y los descubrimientos de los científicos e investigadores para poder decidir de quién y de qué se pueden fiar.

El escándalo ha salpicado a organizaciones como la Comisión Europea y al uso indebido que han hecho del dinero recibido para aliviar la pobreza. Las agencias receptoras, a menudo los gobiernos de los países pobres, han gastado esas ayudas para seguir subvencionando sus guerras locales. Los ricos no son mejores que los pobres en el tema de las ganancias fraudulentas, como la venta, para el consumo humano de comida de animales hecha con deshechos de los mataderos o como la exportación de material de tortura engañosamente etiquetado. El “deporte” también se ha visto envuelto en demasiados casos de fraudes.

Bajo estas circunstancias, tal vez haya mucho que aprender de las sociedades sencillas, donde lo más importante han sido las relaciones y no las ganancias. En la Melanesia y la Polinesia dicen que, al vender las tierras u otras propiedades, no presionaban nunca para obtener el mejor precio. El fin del regateo era el de mejorar las relaciones: El vendedor rebajaba el precio para no ofender al comprador con un precio alto, mientras que el comprador aumentaba su oferta ¡para complacer al vendedor! En una sociedad pequeña en la que todos están relacionados o se conocen entre sí, este tipo de intercambios puede resultar fácil. Pero también, ¿acaso no estamos todos en un pequeño planeta, con relaciones múltiples entre nosotros y con la obligación de confiar los unos en los otros y de actuar de una manera que cree esa confianza? Todas las enseñanzas religiosas insisten mucho en la verdad y la honradez como valores básicos porque sin ellos, crearemos un mundo dividido y peligroso. La integridad de la sociedad humana requiere la confianza y la rectitud en las relaciones.

Un Suicidio Moral

Hay que felicitar al gobierno británico por haber prohibido ese horrible negocio de las pieles fabricadas en granjas. Una nueva Ley hará cerrar todas estas “granjas” en Inglaterra y Gales en el año 2002. En elAnimals’ Defender leemos que el Ejecutivo Escocés introducirá también su propia legislación.

El asesinato cruel de los animales, a los que se les causa un dolor inmenso, para satisfacer la vanidad o como forma de diversión, degrada a los seres humanos a un nivel inferior al de los animales. Sólo una mente depravada piensa en arrancarles su maravillosa piel suave a unos hermosos animalitos sólo para seguir los dictámenes de la moda. Cada abrigo de piel significa un sufrimiento inmenso y una muerte precoz para muchos animales. Animal’s Defender señala que los visones de estas granjas están encerrados en jaulas diminutas de malla de alambre, con lo que su territorio natural de varios kilómetros queda reducido al de unos centímetros. Las pobres criaturas se ven obligadas a apretujarse entre sí para poder moverse. En las trece granjas que hay en Inglaterra solamente, se matan unos 165.000 cada año.

Esperemos que otros países también tomen ejemplo del gobierno inglés y acaben por abolir las granjas de piel y otras prácticas similares horribles. La opinión pública en contra de la crueldad ha ido creciendo en Gran Bretaña y tiene que hacer lo mismo en otros lugares. John Grey, en un artículo publicado en The Guardian Weekly (6-11 Agosto 1999) dice: “El bienestar de los animales ya no es un tema marginal. Se ha convertido en un factor clave, igual que el de la explotación de los niños, a pesar de la gran oposición de los cazadores, y esperamos que en breve el gobierno británico acabe también con la caza practicada como deporte.

El conde León Tolstoi, en su época un gran cazador, explica cómo abandonó para siempre este “deporte” después golpear brutalmente a un lobo para matarlo. Los hombres habían hecho salir al animal de su escondrijo. Tolstoi corrió hacia él para matarle con un palo muy grande... y le pegó en la base del hocico, que es el punto más sensible del animal. Este le miraba fijamente a los ojos y, con cada golpe, soltaba un suspiro ahogado. Tolstoi escribió después:

El hombre que comprende la repercusión moral de la compasión no retrocederá ante el temor de que sus manifestaciones puedan ponerle en ridículo ante los ojos de los demás. No le importará el que los demás se rían de él o le critiquen si suelta a un ladrón atrapado en una trampa en vez de matarlo, porque sabe que no solamente ha salvado de la muerte a un animal que deseaba vivir tanto como él, sino que ha expresado libremente el sentimiento de la compasión, dando un paso adelante hacia esa etapa superior del amor universal que, sin admitir límites, le libera de la muerte y le identifica con la fuente de la vida.

Todos los cazadores actúan de una forma diametralmente opuesta; no es casualmente y ocasionalmente sino continuamente que pisotean el precioso sentimiento de la caridad. Es poco probable que, entre los cazadores no haya habido nunca alguno que no haya sentido nunca un atisbo de compasión por alguna de sus víctimas, pero, al mismo tiempo, habrá intentado controlar ese sentimiento, considerándolo una debilidad. Y de esta manera destruye la flor recién abierta de la compasión, de la cual podría haber crecido y florecido el sentimiento más elevado y el amor más perfecto. Este constante suicidio moral es la base de la enfermedad del corazón.
(The Theosophist, noviembre 2001)