jueves, 28 de abril de 2016

La Necesidad de la Reencarnación




Anónimo

A la mayoría de las personas que no son todavía teósofas, no hay doctrina que le parezca más singular que la de la Reencarnación, es decir, que todo hombre repetidamente nace a la vida terrena, porque la creencia usual es que estamos aquí una sola vez, y esa sola vez determina para siempre nuestro futuro. Es muy claro que una única vida, aunque fuera prolongada, no sería más adecuada para obtener conocimiento, adquirir experiencia, solidificar principios, y formar el carácter, que un día de la infancia lo sería para adecuarse a los deberes de un hombre maduro. Cualquier hombre puede verlo más claramente al estimar, por un lado, el futuro probable que la Naturaleza contempla para la humanidad, y, por el otro, su preparación actual para el mismo. Ese futuro incluye evidentemente dos cosas, una elevación del individuo a una excelencia similar a la divina y su gradual comprensión de la Verdad Universal. Su preparación actual, por consiguiente, consiste en un conocimiento muy imperfecto de una parte muy pequeña de una forma de existencia, y ello principalmente obtenido a través del uso parcial de sentidos engañosos; de una sospecha, más que de una creencia, de que la esfera de la verdad más allá de los sentidos puede exceder lo sensual como el gran universo supera a este planeta; de un conjunto parcialmente desarrollado de facultades morales y espirituales, ninguna muy aguda y ninguna libre, pero todas empequeñecidas por el desuso, envenenadas por el prejuicio y pervertidas por la ignorancia; toda la naturaleza, además, limitada en sus intereses y afectada en sus empeños por las necesidades permanentes de un cuerpo físico que, mucho más que el alma, se siente como el “Yo” real. ¿Es tal ser estrecho, prejuicioso, carnal, enclenque, adecuado para entrar en la muerte en una carrera sin límites de adquisición espiritual?

Hay sólo tres únicos caminos en los cuales esta obvia incapacidad  se puede superar: un poder transformador en la muerte, una disciplina post-mortem y completamente espiritual, una serie de reencarnaciones. No hay evidentemente  nada en la mera separación del alma del cuerpo que vaya a conferir sabiduría, ennoblecer el carácter o anular las disposiciones adquiridas a través de la encarnación. Si cualquiera de estos poderes residiera en la muerte, todas las almas, una vez desencarnadas, serían precisamente similares, lo que es una absurda obviedad. Ni podría una disciplina post-mortem reunir los requisitos, y esto se debe a nueve razones: (a) el conocimiento del alma de la vida humana siempre quedaría insignificante; (b) de las varias facultades que únicamente se han de desarrollar durante la encarnación, algunas estarían todavía latentes al momento de la muerte y por consiguiente no educidas; (c) la naturaleza insatisfactoria de la vida material no habría estado completamente demostrada; (d) no habría sido una conquista deliberada de la carne por medio del espíritu; (e) el significado de la Fraternidad Universal sería imperfectamente vislumbrado; (f) el deseo por una carrera en la tierra bajo diferentes condiciones refrenaría persistentemente el progreso disciplinario; (g) la justicia exacta difícilmente podría asegurarse; (h) la disciplina misma sería insuficientemente variada y abundante; (i) no habría avance en las sucesivas razas en la tierra.

Queda entonces la última alternativa, una serie de reencarnaciones; en otras palabras, que el principio permanente del hombre, alimentado durante cada intervalo entre dos vidas terrenales con los resultados alcanzados en la vida anterior, retornará por más experiencia y esfuerzo. Si los nueve requerimientos no reunidos por una disciplina meramente espiritual después de la muerte son adquiridos por medio de la reencarnación, hay una presunción de su realidad ciertamente fuerte.

Ahora bien, (a) Sólo a través de la reencarnación puede el conocimiento de la vida humana hacerse exhaustivo. Un hombre perfecto debe haber experimentado todo tipo de relación y deber terrenal, todas las fases del deseo, del afecto, y la pasión, toda forma de tentación y toda variedad de conflicto. Posiblemente, ninguna vida puede suministrar el material más que de una pequeña parte de tal experiencia.

(b) Las reencarnaciones brindan la ocasión para el desarrollo de todas aquellas facultades que sólo pueden desenvolverse durante la encarnación. Además de cualquier cuestión que surja de la doctrina oculta, podemos ver fácilmente que algunas de las más valiosas adquisiciones del alma vienen sólo a través del contacto con las relaciones humanas y a través del sufrimiento que surge de las enfermedades. De estas, son ejemplos la simpatía, la tolerancia, la paciencia, la energía, la fortaleza, la previsión, la gratitud, la piedad, la beneficencia, y el altruismo.

(c) Sólo a través de las reencarnaciones se demuestra totalmente la naturaleza insatisfactoria de la vida material. Una encarnación prueba simplemente la inutilidad de sus propias condiciones para asegurar  la felicidad. Para que nos demos cuenta de la verdad de que todos somos iguales, todo debe intentarse. A su tiempo el alma ve que el ser espiritual no puede ser nutrido con el alimento inferior, y que cualquier alegría a menos que provenga de la unión con lo Divino debe ser ilusoria.

(d) La subordinación de la naturaleza Inferior a la Superior se hace posible por medio de muchas vidas terrenales. No pocos se necesitan para convencernos que el cuerpo es sólo un estuche, y no el constituyente esencial del Ego real; además, que él y sus pasiones deben ser controladas por ese Ego. Hasta que el espíritu tenga completamente dominada la carne, el hombre no está listo para una existencia puramente espiritual. No hemos conocido a nadie que alcanzase tal victoria durante esta vida, y por consiguiente es seguro que otras vidas se necesitan para complementarlo.

(e) El significado de la Fraternidad Universal se vuelve evidente sólo cuando el velo del yo y los intereses egoístas disminuyen, y esto se hace sólo a través de esa lenta emancipación de las creencias convencionales, errores personales, y puntos de vista estrechos que son el resultado una serie de reencarnaciones. Un profundo sentido de solidaridad humana presupone una fusión del uno en el todo, un proceso que se extiende por muchas vidas.
(f) El deseo por otras formas de experiencia terrenal sólo puede extinguirse experimentándolo. Es obvio que cualquiera de nosotros, si no se trasladó al mundo invisible, se lamentaría de no haber probado la existencia en alguna otra situación o ambiente. Desearía haber sabido lo que era poseer rango, riqueza o belleza o vivir en una raza o clima diferente, o haber visto más del mundo y la sociedad. Ningún ascenso espiritual puede progresar mientras el anhelo por lo terrenal está arrastrando al alma hacia atrás, y así ella se libera de esos deseos lográndolos sucesivamente y luego abandonándolos. Cuando el círculo de tales experiencias haya sido atravesado, la pena por no saber desaparece.

(g)Las reencarnaciones dan cabida a la justicia exacta a todo hombre. Las recompensas reales deben darse en gran parte en el plano donde ellas han sido causadas, de lo contrario su naturaleza cambia, sus efectos serían injustos, y sus relaciones colaterales se perderían. La crueldad física tiene que ser verificada por la imposición de dolor físico, y no meramente por el surgimiento de arrepentimiento interno. Las vidas llevadas honestamente hallan la consecuencia apropiada en el honor visible. Pero una trayectoria es demasiado corta para el equilibrio preciso de las cuentas, y se necesitan muchas para que todo lo que se realizó, bueno o lo malo, pueda ser retribuido en la tierra, donde sucedió.

(h) Las reencarnaciones aseguran variedad y abundancia a la disciplina que todos necesitamos. Mucho de esta disciplina viene por medio de los sentidos, de las condiciones de la vida física, y de los procesos psico-fisiológicos, todo lo cual estaría ausente en un estado post-mortem. Considerado como entrenamiento o como imposición penal por las acciones equivocadas, es necesario un regreso reiterado a la tierra para una disciplina completa.

(i) Las reencarnaciones aseguran un continuo avance en las sucesivas razas de los hombres. Si cada nuevo niño que nace fuera una nueva alma creada, no habría, excepto a través de lo hereditario, ningún avance general humano. Pero si cada niño es la floración de muchas encarnaciones, él expresa un pasado logrado así también como un posible futuro. La marea de la vida así se eleva a más grandes alturas, cada oleada subiendo más arriba sobre la orilla. La gran evolución de tipos más sofisticados exige profusión de existencias terrestres para lograr éxito.

Estos puntos ilustran la máxima universal que “La Naturaleza no hace nada por saltos”. En este caso, ella no introduce, a una región del espíritu y de una vida espiritual, a un ser que apenas conoce algo más que la materia y la vida material, con incluso una pequeña comprensión de esto mismo. Si lo hiciera, sería análogo a trasladar de repente a un campesino a una compañía de metafísicos. La prosecución de cualquier tema implica alguna familiaridad preliminar con su naturaleza, objetivos, y requisitos mentales; y cuanto más elevado el tema, más abundante la preparación para ello. Es inevitable que un ser que tiene ante sí una eternidad de progreso a través de zonas de conocimiento y experiencia espiritual siempre acercándose al Sol central, debería adecuarse a ello por medio de una larga adquisición de facultades, las cuales sólo ellas pueden resolverlo.  Su delicadeza, su vigor, su percepción, su diferencia con aquellas requeridas en el mundo material, muestran el contraste de la vida terrena con la vida espiritual. Y muestran, también, lo inconcebible de una transición repentina de una a otra, de una política desconocida en cualquier área de la obra de la Naturaleza, de una fractura en la ley de elevación a través de la Evolución. Un hombre, antes de que él pueda convertirse en un “dios”, debe primero convertirse en un hombre perfecto; y él no puede volverse perfecto ni en setenta años de vida en la tierra, ni en cualquier número de años de vida en los cuales las condiciones humanas estén ausentes.

La producción de una naturaleza pura, rica y etérea a través de un largo curso de influencia espiritualizada, durante el ambiente material, está ilustrada en la agricultura por la planta del algodón. Cuando llega la época que lo puede tolerar, las diversas vitalidades del sol, del aire, de la tierra y del tallo culminan en un capullo que brota aparte y libera la bolita de algodón que lleva adentro. Esa masa blanca, lanosa y delicada es el fruto de años de adhesión a la tierra. Pero la luz solar y la lluvia transforman las pesadas partículas en la liviana textura de la cápsula. Y así, el hombre largamente enraizado  en la arcilla, es bañado con las influencias superiores, las cuales, a medida que gradualmente lo impregnan y lo elevan, transmutan todos los elementos más groseros a su equivalente espiritual, lo purgan, purifican y ennoblecen y cuando el proceso evolutivo se completa, elimina la última cobertura del alma perfeccionada, y la libera para siempre de su unión con lo material.

Es verdad que “excepto que un hombre nazca de nuevo, no puede ver el Reino de Dios”. Re-nacer y re-vivir deben continuar hasta que su propósito sea logrado. Si realmente somos meras víctimas de una ley evolutiva, átomos indefensos en quien la maquinaria de la Naturaleza sin piedad obró, la perspectiva de una sucesión de encarnaciones, ninguna de las cuales proveyó alguna satisfacción, puede conducir a una desesperación insana. Pero la Teosofía no nos introduce a ninguna de esas exposiciones deprimentes. Muestra que las reencarnaciones son la ley para el hombre porque son la condición de su progreso, que es también una ley, pero le dice que él puede moldearlas, mejorarlas y disminuirlas. Él no puede librarse de la maquinaria, pero tampoco debería desearlo. Dotado con el poder para conducirla hacia lo mejor, inspirado por el motivo de usar ese poder, él puede armonizar sus aspiraciones y sus esfuerzos con el sistema que expresa la sabiduría infinita del Supremo, y a través del viaje desde lo temporal a lo eterno huella el sendero con paso firme, apuntalado con la conciencia de que él es uno de una innumerable multitud, y con la certeza de que él y ellos por igual, si lo desean, pueden alcanzar finalmente esa esfera donde el nacimiento y la muerte son sólo memorias del pasado


 La reencarnación contiene la más confortante explicación de la realidad por medio de la cual el pensamiento indio supera las dificultades que confunden a los pensadores de Europa.
Albert Schweitzer

jueves, 21 de abril de 2016

Trabaja sobre ti mismo



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CATY GREEN

Miembro de la ST de Inglaterra. Estuvo dedicada a las artes por muchos años,
especialmente teatro y educación, en los Estados Unidos de Norteamérica y Francia.

 Pasos en el Sendero
Es necesaria una limpieza psicológica profunda para quienes tienen el propósito de lograr un desarrollo espiritual personal. Si no se hace seria y exitosamente, si los problemas personales y necesidades emocionales no se observan primero y luego se resuelven y curan, el individuo puede permanecer en un nivel infantil “demasiado vulnerable”. Es el del niño que se contenta con la imagen de Dios como un Papá Grande en el Cielo, quien le dará golosinas si se comporta como debería hacerlo, o lo castiga, si no es así. Tú no encuentras el sendero espiritual, meramente reestableces tu yo de niño y decides permanecer como un joven pequeño y bueno.

Por supuesto que recibirás mucho apoyo, ya que de eso se trata en la mayoría de las principales religiones. Pero si seriamente buscas un desarrollo espiritual como experiencia personal y no meramente un tema de conversación intelectual, comenzarás a hacer tu limpieza psicológica profunda. Comenzarás a trabajar sobre ti mismo.

¿Cómo definimos el yo?
La definición del yo comienza muy temprano. Desde el comienzo mismo ingerimos alimentos y eliminamos su residuo, respiramos, vocalizamos y tratamos de imaginar de qué se trata todo lo que nos rodea, toda esta información llega por medio de los cinco sentidos.

“¿De dónde vienes, querido bebé?” “De ningún lado, al aquí.” Y ¿qué es el aquí, y qué es esta máquina que tengo que manejar, y qué es todo eso que está allí afuera, frente a mí? Las respuestas llegan lentamente, a medida que los sistemas de conocimiento se desarrollan, y la experiencia y la práctica se acumulan.

Este proceso asegura que nos desarrollemos según los modelos del momento y del lugar al que llegamos en este mundo. Aunque la mayor parte de lo que aprendemos primero es orientación básica a la situación física en la que estamos, y a los aspectos físicos que experimentamos de nuestro entorno, sin embargo, como lo estamos dominando también somos introducidos a nuestros valores socio-culturales del mundo, es decir, específicamente del lugar inmediato, el periodo histórico, y de las personas que son responsables por nosotros, y por quienes, a su vez, nosotros debemos responsabilizarnos.

Estamos estructurados para continuar donde nuestros antepasados se detuvieron, repitiendo sus sistemas de creencias, sus modelos actitudinales. Normalmente, no es posible para nosotros comenzar la vida como una hoja en blanco, por así decirlo. Aprendemos por medio de la imitación, un proceso que se establece mucho antes de tener un desarrollo intelectual suficiente como para seleccionar lo que imitaremos o no.

Este proceso de imitación se sumerge profundamente en el cerebro, llegando al subconsciente, a la memoria de la raza, al sótano psicológico raíz. Profundamente en la raíz, está nuestro primer cerebro; sobre éste está la segunda capa del cerebro. Sin embargo, toda la codificación que constituye la base de la consciencia individual está limitada por el tercer cerebro, el que adquirimos hace unos pocos cientos de miles de años.

El cerebro pensante
Tenemos un cerebro triúnico, un cerebro en tres capas, por así decirlo. Las partes del cerebro que se relacionan con la alimentación del cuerpo físico,  con el funcionamiento de la respiración, la vocalización, el moverse, la reproducción y la auto-defensa son las partes más antiguas. Esta es nuestra capa más antigua, el Cerebro Reptiliano.

Más reciente, aunque con muchos millones de años, está el Cerebro Emocional, el cerebro animal que se desarrolló a partir del Cerebro Reptiliano. Este cerebro maneja a un nivel más alto temas tales como la vigilancia de nuestro entorno, el impulso a reproducirnos, el desarrollo deliberado de sistemas que trabajan en nuestra defensa, todo lo que podemos observar que compartimos con la mayoría de los mamíferos.

La última adquisición es el Cerebro Racional, el cerebro del lenguaje, algo recién llegado en términos evolutivos. Como la llegada de una capa nueva y diferente al cerebro nunca hizo que las funciones previas desaparecieran, retenemos las dos primeras capas principalmente en un nivel subconsciente. Pero tenemos razones para cuestionar el estado de la integración del Cerebro Racional con los otros dos. Mientras que los cerebros Reptiliano y Emocional parecen coordinarse exitosamente, el Cerebro Racional, el recién llegado, parece que todavía está tratando de adaptarse. El intelecto y el instinto no siempre van juntos.

Al aceptar el relato del Génesis como el gran mito que resume la llegada del cerebro racional, un cambio tectónico en la conformación de nuestra especie, estamos obligados a ajustarnos a versiones variadas que reflejan este gran suceso histórico. Observemos unos pocos versículos (la Biblia usada es la versión del Rey Jacobo):

En el Génesis, capítulo I, versículo 28, se nos dice que a los humanos se les ordenó “… poblar la tierra y someterla: y tener dominio… sobre toda cosa viviente que se moviera sobre la tierra.”
En el capítulo 2, versículos 19 y 20, leemos que después que Dios formó todas las criaturas, Dios “las llevó hasta Adán para que las nombrara… Y Adán, le dio nombres a todo”.

Si vamos al Nuevo Testamento, vemos específicamente en Juan, Cap. 1, versículos 1-3: “Al principio era la Palabra y la Palabra era con Dios y la Palabra era Dios. Él fue en el principio con Dios. Y todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él nada de lo que es hecho, fue hecho.” (La “Palabra” evidentemente tuvo/tiene las características de un ser humano varón).

Las raíces del concepto de la “Palabra” se retrotraen más allá de la referencia judeo-cristiana. La Wikipedia se refiere a “un mantra Indo-iraní… que efectivamente significa “palabra”, e indica que los mantras sâtyas indo-iraníes “no significan simplemente ´la Palabra verdadera´ sino el pensamiento establecido en conformidad con… una culminación inherente (realización)”. (Tengan en cuenta que este uso de la palabra ´realización´, incluye su significado en Francés como ´hacer real´.) La Wiki da una referencia más: la traducción china [del término ´mantra´] es zhenyan, literalmente “verdaderas palabras”. Estas antiguas referencias a nuestra capacidad del lenguaje parecen no estar relacionadas y evidentemente justificaría un estudio considerable, pero el concepto del Cerebro Racional que nos concierne es limitado. Puede resumirse en el párrafo siguiente.

Nuestro cerebro del lenguaje nos define todo. Este cerebro recibe información por medio de los cinco sentidos del cuerpo físico. Por lo tanto la percepción de la realidad disponible para el ser humano está limitada a lo que estos cinco sentidos puedan percibir. Cuando el tema va más allá de la experiencia humana directa, el ser humano sólo puede interpretarlo por medio de la capacidad del Cerebro Racional, y por lo tanto percibe el tema según los términos de los límites impuestos. El intelecto puede ir mucho más allá, pero sin embargo, debe interpretar los conceptos en términos definidos por los cinco sentidos físicos.

Los perros escuchan mejor que cualquier ser humano. Muchas criaturas escuchan mejor que los humanos, muchos ven mejor. Un caballo tiene un campo de visión de casi 360º, virtualmente el equivalente a tener ojos en la parte de atrás de su cabeza. Una abeja ve dos escalas de negro separadas, ¿cómo es eso posible? El negro es negro, ¿no es así? Bien, pero para una abeja existe el negro y el negro….

Observemos nuestra situación de percepción de un modo algo diferente: aquí frente a nosotros hay una mesa muy maciza. Podrían pararse sobre ella, incluso saltar en ella. Es sólida, no hay duda alguna. Bien, ¿qué ven cuando miran de cerca a esta mesa con un microscopio muy poderoso? Ven movimiento, un movimiento que es poderoso, constante, sorprendente. La mesa es una masa de moléculas en movimiento.

Conclusión: nuestra percepción del mundo y por lo tanto nuestra comprensión de todo lo que podemos llamar realidad y de todo lo que podemos imaginar, está determinado por el Cerebro Racional, un cerebro que sólo tiene cinco sentidos muy limitados que lo informan. Lo que llamamos “real” es real… para nosotros.

Mientras que la riqueza de referencias a la Palabra requiere de estudio y reflexión, el logro de nuestro propósito del Trabajo sobre nuestro Yo requiere que avancemos hacia los próximos pasos en nuestro sendero.

¡Escuchen!
Enraizada en el terreno del Cerebro Racional, a la conciencia humana no le resulta fácil reconocer que cualquier otra percepción de la realidad, cualquier otro sentido de su yo, puede estar disponible para ella. El ser humano que actualmente pensamos como normal permanece profundamente comprometido en representar el papel de su drama personal. Sugerir que cualquier otro nivel de experiencia puede ser deseable, incluso ventajoso, a menudo se lo percibe como algo místico sin sentido.

El comentario de Shakespeare de que “todo el mundo es un escenario, y todos los hombres y mujeres son meramente actores”, se lo considera sólo como un lenguaje atractivo por parte del poeta/dramaturgo y nada más. Sin embargo, lo que afirma es una instrucción espiritual del orden más elevado. La tarea, para quienes están en el sendero del progreso espiritual, es dejar este escenario, desplazar el proceso del pensamiento del nivel del Cerebro Racional y permitirle dirigirse al terreno de la consciencia superior.

¡Cuán fácil es decirlo! Pero hacerlo es otro tema. La decisión de actuar es el resultado de un hambre apasionada por lo que se ha llamado Unión Divina, unión con lo Divino, es decir, aquello que está más allá de lo humano. O simplemente puede ser cuestión de curiosidad intelectual. O pueden ser ambas a la vez. Sea lo que sea que evoque el impulso, debe ser fuerte y constante, si ha de tener éxito.

La palabra clave para la naturaleza de este proceso es ESCUCHAR. Un místico famoso actual, Eckhardt Tolle, escribe y habla al respecto. La obra de Tolle nos lleva al punto desde el cual podemos dar nuestros primeros pasos en el Sendero. Sus charlas grabadas son especialmente recomendables porque su voz tiene el peso de sus procesos interiores.

La mayoría de nosotros no hemos coordinado conscientemente nuestro proceso de escuchar. Tenemos la antigua respuesta instintiva a sonidos inesperados. Esto es oír. Podemos oír muy bien, pero oír no se tiene que confundir con escuchar.

En muchos idiomas, una conversación casual, común, está llena de oraciones que comienzan con “Escuchen…” ¿Por qué es esto así? ¿Podría ser que, como regla general, realmente no escuchamos? Si es así, el hecho mismo de que le solicitemos al oyente que escuche, afirma claramente que estamos conscientes de nuestra necesidad de desarrollar y enriquecer nuestro proceso de escuchar.

El escuchar ocurre en diferentes niveles de atención. Algunos podrían considerar que escuchan cuando en realidad lo único que hacen es estar en silencio mientras otra persona habla. Simplemente puede que estén esperando su oportunidad para hablar.

Otro nivel, es escuchar información. La atención del oyente nominal se dirige a retener los detalles de la información.

Sin embargo un tercer nivel, le permite al oyente recibir información y captar cómo se siente el oyente sobre lo que, quien habla, está diciendo; en otras palabras, comprender qué carga emocional, psicológica e intelectual tiene el tema y lo expresado, para quien está hablando. Este oyente puede evaluar qué significan estas diferentes perspectivas y por lo tanto ser capaz de tener una conversación profundamente enriquecedora para todos. Es desde este tercer nivel, que el individuo se puede mover hacia delante en el sendero espiritual, porque gran parte de este movimiento es el proceso mismo de escuchar interiormente.

Dado que la definición del yo está enmarcada por el Cerebro Racional, echemos una mirada dentro del marco, y escuchemos, escuchemos… el proceso mental, y al sonido más importante de todos, la voz del silencio….

lunes, 11 de abril de 2016

EL PROBLEMA CON LA ESPIRITUALIDAD


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Tim  Boyd
Recientemente, un grupo de nosotros en el centro Olcott nos reunimos para planificar un programa de ocho  semanas sobre “Los Fundamentos de La Práctica Espiritual". La idea era que durante el curso de esas ocho semanas tratáramos de responder a los elementos de un enfoque integral y efectivo de la práctica, haciendo los vínculos necesarios entre la práctica y los principios que los respaldan y apoyan. Nuestro pensamiento era que, independientemente de si alguien hubiera estado practicando durante años, o fuera sólo el comienzo, dejar la sensación de poder seguir más profundamente  su camino elegido. En este proceso de hablar en estas reuniones, quedó en claro que se requería cierto esfuerzo en la definición de nuestros términos.

  En la cultura contemporánea, encontramos la palabra "espiritual" apareciendo cada vez con más frecuencia. En las preguntas acerca de cuestiones de religión se ha vuelto común que la gente diga "soy espiritual, pero no religioso" como una manera de identificar su acercamiento a lo divino. Más y más escuchamos a las personas refiriéndose a sus "prácticas espirituales". Los líderes espirituales también parecen abundar. Y ahora nos encontramos expuestos a los Budistas, Hindúes, Cabalistas,  Gnósticos, Nativos Americanos, Druidas, Mayas, y  exponentes de otras formas de espiritualidad. Todas estas corrientes de cosas espirituales pueden  fácilmente  conseguir  enredarnos.

 Es suficiente para confundir a una persona. Aunque nos hacemos una idea de que la espiritualidad es algo como la religión, para la mayoría de la gente el significado de la palabra no está claro. La visión normal es que las cosas espirituales son de otro mundo, alejado de lo que es considerado como el "mundo real". Si tuviéramos que buscar en el diccionario, las distintas definiciones no son una gran ayuda para nosotros. En el diccionario lo que es espiritual se define como "incorpóreo", "que afectan el alma del hombre", "perteneciente a Dios", "sagrado o religioso", etc. Mientras todo esto da algunos matices del significado, no nos dan mucho para trabajar en cuanto a la definición de nuestro propio enfoque para lo que es espiritual. Una sugerencia útil se encuentra en la etimología de la palabra. La raíz de la palabra espíritu es la palabra latina para el aliento. En la Biblia Dios "sopló el aliento de vida" en Adán. En el Hinduismo los universos de son inhalados y exhalados. Hace un par de años me había sentido un poco frustrado con la transparencia en el significado del término. Tuve la sensación de que estaba siendo abusado al punto que se estaba convirtiendo en algo sin sentido, un mero rumor. Pensé que estaba bromeando cuando predije que a este ritmo, pronto "espiritual" se convertiría en un término de marketing. Habría ropa espiritual, zapatillas espirituales, balnearios espirituales y bailes espirituales.

Unos meses más tarde me encontré conduciendo por un barrio que no había visitado durante un tiempo. Giré en una esquina miré el letrero de un negocio local y allí estaba - "Boutique espiritual“. Entonces, ¿qué quiero decir con lo espiritual? Permítanme comenzar con un ejemplo. En el cuerpo humano hay aproximadamente 75 – 100 billones de células. Es un asombroso número que está más allá de nuestra comprensión. Es un número mayor que el número de galaxias en el universo, e incluso mayor que la deuda nacional de EE.UU.. La célula es el bloque de construcción básico de todos los organismos vivos. Desde la perspectiva de la biología es la más pequeña de los seres vivos. A pesar de que claramente pensamos de estas células como una parte de un algo mayor , que cada uno de nosotros llamamos "yo", para la célula individual este yo es irrelevante. Cada una de estas 100 billones de células que componen nuestro cuerpo tienen necesidades y sus propias actividades. La célula necesita nutrición. Busca reproducirse. Buscan un entorno que será favorable para su crecimiento. Si tengo un buen día en el trabajo, o disfruto de la película que estoy viendo, o estoy enojado con mi hija es de poca importancia para la célula. Si tuviéramos que imaginar de alguna manera que una de estas células empezó a sentir que era parte de algo más grande, y que siente urgencia para conectar con, o más conscientemente participar en algo mayor, sería una célula con una naciente conciencia espiritual.

Si la célula comenzó a indagar en el funcionamiento de algo mayor, sería  estudio espiritual. Si a partir de la información que la célula adquiere, desarrolló una disciplina que ha mejorado su conocimiento de la totalidad mayor sería su práctica espiritual. Si la célula se dio cuenta que otras células tenían este mismo despertar y que habían perseguido a un punto donde ellas estaban en armonía con las energías y los patrones de ese algo mayor, las células podrían decir, "yo y  ese algo mayor' somos uno', esas células serian maestros espirituales. Se entiende la idea. La unidad es la base de la espiritualidad, y todo movimiento en la dirección de una experiencia más profunda de la unidad puede ser llamado espiritual. El ejemplo de la célula, aunque imposible, marca una dirección. Nosotros, al igual que las células "vivimos, nos movemos, y tenemos nuestro ser" dentro de una vida mayor. Las diversas formas en que se describe la vida son indicios tanto del alcance y los límites de nuestra percepción. En las líneas de apertura de Hamlet de Shakespeare se hace la declaración, "hay más cosas en el cielo y la tierra...de las que se soñó en su filosofía". Esto se aplica tanto a nuestras propias reflexiones como a la opinión científica contemporáneo, o las formulaciones de las religiones del mundo. Cada uno de estos intentos de conocer tienen un cierto mérito en ellos, pero son en el mejor de los casos, parciales.

No puede ser de otra manera. No es ninguna idea descabellada para cualquiera de nosotros decir que vivimos dentro de una cada vez mas extensa jerarquía de este gran todo. El más obvio de estos “conjuntos" son las conexiones que tenemos con los miembros de la familia consanguínea, la tribu o la comunidad, la nación, y más y más hasta abarcar el planeta. Como seres humanos todos nos reconocemos a nosotros mismos por ser parte de la "familia humana". Durante mucho tiempo la evidencia de esta observación pudo ser ignorado. Lo más lejano que teníamos para ampliar nuestro sentido de relación era la comunidad local, o tal vez nuestra nación en particular. Podíamos sentirnos lo suficientemente cómodos para pensar y actuar localmente, y sólo de vez en cuando mirar para centrarse en una red más amplia de relaciones.  Sin embargo, las circunstancias son tales que hoy en día la conciencia de nuestro involucramiento íntimo en cosas más grandes se está imponiendo en nosotros.

 No tenemos mucha elección. Tenemos que despertar. Hay un número de otros conjuntos que son tal vez menos evidentes, pero que influyen poderosamente sobre nosotros. Uno de los más olvidados, pero tal vez más potentes "mundos" en que vivimos es el mundo del pensamiento – no sólo de nuestros propios pensamientos, sino también el ambiente creado por la combinación de pensamiento de todas las personas en el mundo. En un nivel parece exagerado considerar la posibilidad de ser influenciados por los pensamientos de la gente que nunca hemos encontrado, las personas que no son los más importantes pensadores, o que mueven los hilos en el mundo de la escena. Si el presidente dice algo, es probable que nos afecte. Si un científico famoso  dice algo, se puede considerar. Los poetas y los artistas pueden impulsarnos.

Pero creer que estamos influenciados por innumerables personas sin nombre, sin rostro, como usted y como yo, en algún lugar  ahí afuera pensando sus pensamientos privados, puede parecer una exageración. En el libro El poder del pensamiento Annie Besant comenta, "la mayoría de la gente piensa a lo largo de ciertas líneas, no porque hayan pensado una pregunta y lleguen a una conclusión, sino debido a que un gran número de personas están pensando a lo largo de esas líneas, y llevan a otros con ellos". Ella agrega, "también hay ciertas maneras de pensar nacionalistas, canales cortados definitiva y profundamente, como resultado de la reproducción constante durante siglos de pensamientos similares, que se derivan de la historia, las luchas, las costumbres de una nación. Estos modifican profundamente y colorean todas las mentes nacidas en la nación". La compañera necesaria de una ampliación de la espiritualidad es una ampliación del nivel de responsabilidad de nuestras acciones, nuestros sentimientos y nuestros pensamientos. Cuando nos desarrollamos perdemos la opción de "no es mi culpa".

Uno de los grandes mensajes de los fundadores de la Sociedad Teosófica que podemos encontrar eco en el mensaje global del Dalai Lama, es la compasión. En La Voz del Silencio dice, "la Compasión no es un atributo. Es la Ley de leyes". Con la creciente conciencia de la presencia de la vida, nuestra capacidad de respuesta a las necesidades y el sufrimiento de las miles de vidas individuales que participan en el mayor conjunto también debe crecer. La espiritualidad no es simplemente un bálsamo para el alma individual; o un sentimiento de paz y armonía, aunque sin duda estos son algunos de sus derivados. El problema con la genuina espiritualidad es que supera al individuo. Se trata de un problema en el sentido que se expresa en las escrituras Cristianas, "el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil".

Un sentido de responsabilidad por el sufrimiento de los demás, que es el sello distintivo de la espiritualidad, es incómodo para la mentalidad de la personalidad inmadura inmersa como está en la auto-admiración. Afortunadamente, nuestro nivel de control sobre este proceso es mínima. Como un jardinero,  nuestro papel en todo esto no es para manipular la luz del sol, o causar la lluvia  del cielo, pero si para nutrir y proporcionar las condiciones para que la semilla crezca. A medida que sabiamente cumplimos esta función, dentro de nosotros mismos, somos testigos de las agitaciones de la vida nueva. Las semillas de la compasión, la bondad, y la responsabilidad, en última instancia, son el rendimiento de los frutos de la vida espiritual, que cobran vida y florecen. Espero que este tiempo llegue pronto para todos nosotros.
               

miércoles, 6 de abril de 2016

La Naturaleza y Nuestro Papel



TIM BOYD

 Todos, desde el niño hasta la persona más anciana, tienen un claro sentido del significado y valor de la Naturaleza. No es necesario estudiar ningún libro para esto. Si consultáis el diccionario, la definición que encontráis sería una variante de: “La Naturaleza es los fenómenos del mundo físico tomados de forma colectiva; lo es todo excepto los seres humanos y sus creaciones”. Esto es un problema porque es una frase muy precisa que refleja el estado actual de la conciencia humana: estamos nosotros, y después está todo lo que es, con sus procesos y  ciclos.

Muchas de las religiones del mundo, especialmente del mundo occidental, promueven la idea de que el papel de la humanidad consiste en tener el dominio de la Naturaleza. En manos de una humanidad “desarrollada” esto no sería nada malo. Ejercer el control es una situación ideal cuando se hace desde la perspectiva de una conciencia superior. Un concepto corolario religioso es el de que, como seres humanos, nuestro papel respecto a la Naturaleza es el de ser “sirvientes” de la Naturaleza.

Dada la etapa relativamente subdesarrollada de nuestra humanidad actual, estas ideas se interpretan de forma muy extraña. El dominio se convierte en dominación; el servicio se convierte en propiedad. Un sirviente es aquel a quien se le asigna la responsabilidad de cuidar y atender, ya sea en la casa, a los pasajeros del tren, etc. Nuestra relación con el mundo natural se ha vuelto bastante extraño. Como propietarios imaginarios de todo cuanto existe, nos encontramos en una relación de maltrato con todo lo que sostiene nuestra vida y con lo cual estamos ligados inextricablemente.

Aunque no sea un pensamiento consciente, todos reconocen el valor del mundo natural. Es un valor Universal. Así como todos necesitamos amabilidad, honradez, etc., también necesitamos y valoramos a la Naturaleza. Incluso aquél que se gana la vida contaminando el medio ambiente desea comprarse una casa cerca del mar transparente o en la cima de una montaña. La razón es que, aún a nivel superficial, reconocemos que cuando estamos en presencia del mundo natural, en nuestro interior ocurren algunas cosas. Existe una sensación de paz y una respuesta relajada que todos tratamos de sentir en general. Existe también la posibilidad de sentir ese tipo de inspiración del que hablan quienes han tenido experiencias místicas a lo largo de la historia. En general, esas experiencias han estado conectadas con épocas en las que estaban en contacto con el mundo natural. Todos lo sabemos.

Debido a que los patrones de conducta de la Naturaleza son muy distintos a los humanos, surten un profundo efecto en nuestras emociones y pensamientos. La gran diferencia que hay entre la energía de la Naturaleza y las creaciones humanas es que el mundo natural es estable y no fluctúa según el humor, los caprichos o los eventos impredecibles. Sabemos hoy que mañana saldrá el sol. Una persona de Chicago me acaba de mandar fotos de un árbol que hay en mi patio, ahora mismo el árbol está floreciendo porque, una vez más, estamos en abril. Y este mes de abril, como el mes de abril pasado, igual que todos los meses de abril de la memoria humana, ese ha sido el patrón, un esquema regular,  constante y armonioso.

Incluso en aquellas ocasiones en las que experimentamos lo que nos parecen aberraciones del modelo natural, también acaban por equilibrarse. Hace casi treinta y cinco años tuvo lugar en los Estados Unidos un enorme cataclismo, un fenómeno natural. En el Estado de Washington, el Monte St. Helens, que había sido un volcán inactivo durante toda nuestra vida, súbitamente cobró vida. Se le estaba observando desde hacía bastante tiempo porque sabían que algo estaba a punto de pasar. Cuando erupcionó, los medios de comunicación de todo el mundo estaban allí y pudieron grabarlo. Cuando finalmente explotó, estalló toda la cara norte de la montaña. Hicieron una secuencia fotográfica de una montaña normal y corriente de la que salía después una protuberancia pequeña, luego una más grande y después la explosión que alcanzó una extensión de kilómetros. Todo el entorno quedó cubierto de hollín. Todo ser vivo, en kilómetros, murió inmediatamente. Todas las construcciones humanas que parecían confirmar nuestro poder y permanencia fueron destruidas inmediatamente: puentes, líneas de ferrocarril, carreteras, casas, todo desapareció en cuestión de momentos.

Yo sobrevolé aquella zona dos o tres años después de la erupción, nunca había visto nada parecido. A lo largo de varios kilómetros alrededor del epicentro de la explosión parecía como si estuviera viendo la superficie de la luna. Todo era gris, no había nada vivo ni que se moviera en ese espacio. Lo más llamativo era que, antes de la erupción, la montaña estaba rodeada por unos bosques densamente poblados, pero ahora todos los árboles estaban caídos. Visto desde las alturas, cada árbol, independientemente del lugar en el que estaba respecto a la explosión, había caído con su base dirigida al punto de la explosión de aquella fuerza natural. Había árboles de veinticinco metros caídos en el suelo como si fueran palillos de dientes para jugar. El nivel de destrucción era inimaginable.

Diez años después volví a sobrevolar la zona. Estaba irreconocible. Había surgido nueva vida verde, los animales habían vuelto a repoblar el lugar en mayor número que antes, las plantas crecían de forma mucho más densa porque la ceniza volcánica, añadida al terreno, lo había enriquecido. El proceso que había interrumpido todas las cosas vivas ahora las retornaba con creces. Este es el mundo natural.

La naturaleza está presente prominentemente en las enseñanzas teosóficas. En el Proemio de La Doctrina Secreta de H.P. Blavatsky, tenemos las tres Proposiciones Fundamentales. HPB estimulaba mucho a los estudiantes a comprender estas Proposiciones antes de intentar estudiar de forma más profunda las enseñanzas. La primera Proposición se refiere a lo Absoluto, la segunda a los Ciclos y la tercera habla de la Unidad fundamental de todas las almas con la Super-Alma y de la peregrinación obligatoria del alma. Esta tercera Proposición habla de la Naturaleza.

Para todo aquello que adquiere una individualidad, es decir, para cada uno de nosotros, hay un proceso que, en el lenguaje de la tercera Proposición Fundamental, empieza por “impulso natural”, seguido después por unos esfuerzos “auto inducidos y auto definidos”. El impulso natural es lo que nos conduce primero hasta la capacidad de la individualización. Hemos leído sobre él y hemos oído hablar de él, pero ¿qué significa realmente “impulso natural”? Lo que dice esta Proposición es que, en las primeras etapas de nuestro desarrollo, la principal influencia que crea nuestro desarrollo está siendo empujada o conducida por el mundo natural. Todavía no es la etapa en la que estamos haciendo las opciones que nos alinean con esos procesos. En las primeras etapas del desarrollo de nuestra conciencia, nos sentimos como bajo el ataque del mundo natural y debemos defendernos. Por eso reaccionamos. Es esa etapa reactiva la que inicia el desarrollo de la conciencia.

Tenemos un buen ejemplo con la vida de Buddha. La leyenda nos dice cómo el proceso que llevó a Siddharta a convertirse en el Buddha culminó cuando éste era todavía un príncipe que vivía en la lujosa casa del rey, su bondadoso padre. La historia nos cuenta que el príncipe hizo tres viajes más allá de los muros del reino porque quería ver el mundo exterior. Su padre, que le había protegido de la experiencia de todo cuanto no fuera juvenil, vibrante y vivo, se aseguró de que las calles estuvieran limpias de gente pobre, de que en el camino no hubiera signo alguno de suciedad, vejez o enfermedad, para que su hijo pudiera salir sin tener ninguna tentación de apartar los ojos de la vida principesca.

El primer día salió en su carro y vio a una persona enferma, débil y con llagas en el cuerpo. Nunca había visto nada igual y le preguntó al auriga qué era “aquello” y la respuesta fue que se trataba de un enfermo. Su siguiente pregunta fue: “Si eso es una persona y yo soy una persona, ¿me ocurrirá a mí también?” Y la respuesta fue: “Sí, les ocurre a todos los seres vivos”. “Llévame otra vez al castillo”, dijo el príncipe. Los trayectos se repitieron dos días más. El segundo día salió y vio a un anciano con un bastón, encorvado, que avanzaba muy despacio, con el pelo blanco y el rostro lleno de arrugas. Nunca había visto nada parecido y volvió a preguntar, obteniendo una respuesta similar: “Tú también vas a experimentar esto si tienes la suerte de vivir tanto tiempo”. La tercera vez que salió vio un cadáver y era la primera vez que veía uno. Obtuvo la misma respuesta: “Tú también morirás”.

Y cuentan que estos son los hechos que impulsaron a Siddhartha, el príncipe, a seguir el camino que le convertiría en Buddha. Sentía que estos ciclos naturales de la enfermedad, la  vejez y la muerte eran el origen de los temores de toda la humanidad y constituían la base de una mentalidad defensiva que no permitía una experiencia más profunda de lo que la Naturaleza podía revelar. La Voz del Silencio se enfoca en la etapa en la que hemos decidido que nuestros esfuerzos serán auto-inducidos, que vamos a diseñar los medios con los que vamos a enfrentarnos con este mundo y desarrollar nuestra conciencia. Este pequeño libro dice “No irritéis ni al Karma ni a las leyes inmutables de la Naturaleza”. El principio de la apertura a una comprensión más profunda del mundo natural se encuentra en el punto en el que dejamos de resistir y de defendernos; allí donde dejamos de reaccionar a los ciclos invariables de la Naturaleza.

Necesariamente formamos parte de la Naturaleza, no estamos separados de ella. Todos sus procesos están actuando en nosotros a cada momento. No es algo que afecte la resistencia. A lo único que afecta es a la etapa de nuestra propia conciencia y el hecho de sentirnos insatisfechos y enfermos. La enfermedad proviene de nuestra resistencia a lo que es inherente.  Por esto, “No irritéis ni al Karma ni a las leyes inmutables de la Naturaleza” es nuestro punto de partida.

Formamos parte de la naturaleza, pero al mismo tiempo somos algo más que la Naturaleza. Aquí es donde se vuelve algo complejo.

En una de las Cartas de los Maestros, se dice lo siguiente “Creemos en la MATERIA solamente, en la materia como Naturaleza visible y en la materia en su invisibilidad”. Esta Carta sigue diciendo que “la materia es la Naturaleza”. Prakriti es la Naturaleza. El ser humano es la combinación de espíritu o Purusha, y materia, o Prakriti; el espíritu y la Naturaleza están enlazados por una mente con la capacidad de abrazar el universo. Aunque formemos parte de la Naturaleza nuestro papel es fundamentalmente distinto a cualquier otra creación del mundo natural. Cuando lo comprendemos y lo aceptamos, es entonces cuando realmente nos desarrollamos. Este es el sendero que La Voz del Silencio y las enseñanzas de los Maestros intentan ilustrar y tratan de inspirarnos a realizar.

La Naturaleza siempre se halla en una etapa de desenvolvimiento. En cada momento, está creando nuevas formas que responden mejor a la conciencia que se está desarrollando y desenvolviendo. Crea formas, las destruye y las vuelve a crear. La Naturaleza tiene una sola dirección, no va hacia atrás. Está continuamente haciendo evolucionar formas que sean adecuadas para la nueva etapa de crecimiento. Este tipo de comprensión abre cierto camino para nosotros como seres humanos que vemos el valor de una expresión espiritualizada. El sendero está descrito en La Voz del Silencio: “Ayuda a la Naturaleza y trabaja con ella, y la Naturaleza te considerará uno de sus co-creadores y te obedecerá”. Obedecerá. Está muy claro, lo cual no quiere decir que sea fácil. El sendero para nosotros es el de primero entender a la Naturaleza, reconocer el papel inseparable que tenemos dentro de ella y después contribuir con su desenvolvimiento.

El sendero teosófico es distinto a otros planteamientos de la vida espiritual de una manera muy importante. En muchos enfoques, la característica importante se define indistintamente como iluminación, liberación o salvación. Pero la salvación es un objetivo personal, evidentemente produce beneficios para todos los seres, pero el objetivo está motivado por un logro personal. Tampoco es ajeno al planteamiento teosófico, forma parte de él. Pero el planteamiento de la persona que ha adoptado el sistema teosófico es el del discipulado, cuyo fin consiste en aligerar un poco el pesado karma que experimenta el resto de la humanidad, intentando ayudar a la apertura y desarrollo del resto del mundo natural. Es un sendero muy distinto a simplemente aspirar a bajarse de la “rueda” del samsara.

No hace falta decir que comprender el carácter de la Naturaleza es una tarea interminable. A escala humana, el sentido de lo que es la Naturaleza y lo que necesita ser nuestra interacción con ella tiene que ir más allá de los límites del pensamiento actual. Cuando conseguimos experimentar cierta realización del carácter de la Naturaleza y nuestro propio papel, necesariamente se extiende a los demás. Forma parte de nuestra función dentro de la economía de la Naturaleza.