martes, 20 de diciembre de 2016

Nuevas fronteras para una Sabiduría eterna


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JOY MILLS

Reimpreso de The Theosophist, setiembre 1966.

La Sa. Joy  Mills fue Vice-Presidente internacional de la Sociedad Teosófica.

 El concepto de una ‘frontera’ ha influenciado por mucho tiempo el pensamiento del mundo occidental y en los Estados Unidos, particularmente, este concepto siempre tuvo un rico significado como parte de nuestra herencia histórica. En realidad, se le dio un nuevo y único significado a la palabra, por la experiencia del pueblo americano en explorar un continente compuesto mayormente de áreas en estado virgen. Como una persona criada en la tradición de esa experiencia y comprometida con la Sociedad Teosófica como un movimiento pionero único, que nació físicamente en una tierra cuyas personas, reunidas de diferentes culturas del mundo, concentraron su visión menos en los logros del ayer que en las promesas del mañana, me gustaría intentar aquí dar un salto de la imaginación. Tal salto tiene su contraparte física en la tradición histórica de la que hablo, cuando familias enteras emprendieron su viaje en carretones cubiertos y otros transportes primitivos para atravesar las grandes llanuras y las nobles alturas de las montañas para alcanzar una tierra prometida. En la historia de la Sociedad Teosófica hay una contraparte similar en la jornada emprendida por esos intrépidos pioneros de nuestro movimiento, los co-Fundadores de la Sociedad, H. P. Blavatsky y H. S. Olcott, cuando ellos se pusieron en marcha desde los comienzos conocidos de la organización en la ciudad de Nueva York a establecer un hogar en la tierra donde su herencia espiritual tenía sus raíces. El salto representado por esas jornadas físicas no estuvo carente de riesgos o peligros, pero se pensó menos en los numerosos obstáculos en el camino que en la meta que podría alcanzarse.

Así, nosotros aquí en este momento y en este lugar, intentando un nuevo salto de la imaginación, podemos estar menos interesados en las dificultades que enfrentamos y más en el curso que podemos planear por medio de las estrellas cuya luz conduce siempre hacia un horizonte distante. Porque nosotros nos hallamos hoy, creo, en el umbral de nuevas fronteras cuya exploración exige el mismo valor y fortaleza, la misma paciencia y tolerancia requerida por los Fundadores de este Movimiento.

Lo que se exige en nuestro tiempo es cierta buena voluntad del corazón, una disposición a arriesgar todo por el bien del viaje. Si esperamos que otros nos conduzcan a través del áspero terreno del presente, si miramos a la Sociedad Teosófica como una organización externa a nosotros mismos, con la cual tenemos una débil clase de afiliación pero sin identificación, y esperamos que la Sociedad nos construya  una cómoda estructura en la cual podamos mover el antiguo mobiliario de nuestros prejuicios, las baratijas de nuestros deseos personales, estaremos condenados a la desilusión y la Sociedad carecerá de esa energía y fuerza con la cual sus Fundadores la infundieron. Se nos ha dado una visión no de un fin predestinado sino de la grandeza de un viaje. Seríamos desleales con esa visión si no aceptamos la responsabilidad individual de nuestro compromiso para investigar las fronteras de la verdad que se halla ante nosotros.

Avancemos entonces, atravesando cualesquier barrera que separa el ayer del mañana, aceptando los desafíos, oportunidades y responsabilidades de hoy día. Exploremos algunos de los senderos en el interior de ese nuevo continente de pensamiento que se halla a nuestro alrededor.

Al aventurarnos hacia lo desconocido, debemos comenzar con lo conocido. Para dar un paso hacia adelante, uno debe moverse desde el punto donde uno está. Aún un examen superficial de la presente posición del hombre revela su desesperada necesidad de comprenderse a sí mismo. Se ha puesto de moda en nuestro mundo moderno adoptar una visión 3-D de Desesperación, Duda y Desacuerdo. La gente joven en más de un país se ha apartado de las tradicionales 3 R de la educación hacia las primitivas 3 R de Rebelión, Desorden y Revolución. Considero que la Sociedad Teosófica puede y debe restituirle al mundo una visión de la unidad esencial del hombre, de su destino inmortal, su divinidad potencial.

El Primer Objetivo de la Sociedad implica que la necesidad humana no diferencia colores y que la aspiración humana no conoce clases ni credos. La desesperación que resulta cuando se erigen barreras artificiales entre individuos, grupos y naciones se transforma en esperanza cuando los hombres conocen el significado de la fraternidad.

El Segundo Objetivo de nuestra Sociedad elimina la inseguridad por medio del estímulo del estudio de las proposiciones universales del conocimiento en sus cambios filosófico, científico y religioso. Así, la duda es reemplazada por la confianza.

El Tercer Objetivo nos conduce a través de la investigación de las leyes inmutables de la Naturaleza y del potencial inmortal del hombre, desde el desacuerdo de la rebelión contra todo eso que nos fragmenta en el mundo fenomenal a esa voluntaria aprobación a la ley de nuestro propio ser que es la afirmación de nuestra divinidad. Porque el Tercer Objetivo nos llama a enamorarnos de la posibilidad humana.

En una perspectiva tal, los Tres Objetivos de la Sociedad Teosófica no son fronteras que limiten la acción o circunscriban el pensamiento, son señales directrices que apuntan hacia el camino a nuevos e inexplorados territorios, a un futuro con infinitas prolongaciones.

Cuando aceptamos el desafío de estas señales directrices, entonces, a medida que nos movemos a explorar las fronteras que ellas indican tan claramente, podemos detenernos para advertir que el concepto de frontera tiene un doble significado. Es, en uno de sus aspectos, un límite que divide una tierra conocida de otra tierra, una demarcación entre áreas establecidas.  En el otro aspecto, una frontera marca el borde de lo conocido, el punto en el cual termina lo sabido y comienza el yermo. Estoy menos interesada aquí con el primer significado, el que me gustaría sugerir que puede estar relacionado de una manera más significativa con el Segundo Objetivo de la Sociedad, porque nos invita a explorar la religión, filosofía y ciencia, de modo que podemos llegar, como ya señalé, a la universalidad del conocimiento. Las fronteras del estudio están claramente indicadas, aunque las diferencias que separan a una disciplina de otra, la religión de la filosofía o, la filosofía de la ciencia, pueden a veces volverse borrosas. Sin embargo, es más directamente al segundo significado del concepto de frontera al que me gustaría referirme y sondear en alguna medida el área no cultivada de la posibilidad humana. Esta es el área insinuada en nuestro Tercer Objetivo y, un estudio en profundidad de ese Objetivo puede conducirnos al nuevo continente de nuestra humanidad.

La crisis de desequilibrio, tan clara en nuestra época, es una separación no sólo del hombre respecto al hombre, sino del hombre con él mismo. El hombre se ha clasificado, junto con todos los objetos y sucesos en el universo, como algo a observar, examinar, medir y estandarizar. El temor fundamental que controla al hombre es el temor a deshumanizarse y quizás en gran medida éste es responsable de la explosión de inquietud que estamos experimentando. Algo en nosotros resiste el intento de mirarnos como un qué a examinar con la simple objetividad de la observación externa. Queremos creer que somos un quién, a ser comprendido en toda la compleja subjetividad de la experiencia. Aun cuando nos vayamos en cohete a la luna, sentimos que hemos fallado en el encendido en algún lugar de la línea o, que la propulsión del jet debería haber sido usada en las dimensiones internas para descubrir la órbita de nuestras propias naturalezas. En el drama de la vida humana, parecemos estar alcanzando el punto de un éxito de taquilla, con entrada general solamente disponible en nuestro globo y, discutimos la disponibilidad de las unidades humanas con tan poco interés como determinaríamos la cantidad de mosquitos que podría albergar un pantano. En tal empeño no es de extrañar que el hombre probablemente diga ‘no’ a Dios, porque él ya dijo ‘no’ a sí mismo cuando se identifica únicamente con su naturaleza objetiva y externa. Pero existen quienes buscan aprender y desean conocer, quienes necesitan una fe para iluminar la etapa mundial con poca luz, que demanda una identidad auténtica, no un credo autoritario, quien no se satisfará con nada menos que caminar libremente con dignidad, esperanza y honor.

La Sociedad Teosófica tiene una oportunidad sin par en estos años finales del siglo veinte para hablarle al hombre, hablarle a la presente condición del hombre, claramente y sin equívocos llamándolo a conocerse a sí mismo en su verdadera identidad y así decir ‘si’ a todo lo que es posible para él. Las fronteras de la posibilidad humana: estas son las fronteras que ahora hay que explorar, no las fronteras externas del espacio exterior, sino los dominios internos del espíritu. La Sociedad Teosófica puede llegar a ser la consciencia de la humanidad, punzando las mentes de los hombres para una percepción de su fuente unitaria en un continuo inmortal de la Realidad, despertando sus corazones al reconocimiento de que la fraternidad es algo más que un hecho en la naturaleza, porque es una forma de vida, una forma de caminar y de ser constante. Y la Sociedad Teosófica puede hacer esto por virtud de la sagrada confianza que descansa en ella por aquellos Hermanos Adeptos que siempre constituyen el muro guardián de la humanidad, deteniendo la pleamar de la división, temor e ignorancia que sumerge al mundo en la oscuridad. Pero la Sociedad Teosófica es usted y yo, somos todos nosotros en conjunto, colaboradores de esa sagrada confianza que, si somos pocos o muchos, la tenemos a nuestro cargo para transmitirle al mundo el conocimiento de que hay una sabiduría eterna por medio de la cual el hombre puede verdaderamente conocerse a sí mismo, transformarse, sanarse, llegar a ser completos y, por lo tanto, más que sí mismo, uno con todos los demás, humanamente divinos y divinamente humanos.

En los primeros días de la Sociedad, Mohini Chatterjee señaló que la doctrina esotérica

‘enseña con especial énfasis que debe existir una clase de hombres, en todo momento de la historia de la evolución humana, en quienes la consciencia alcance una expansión tal en profundidad y área que le haga posible solucionar los problemas del ser por percepción directa y por lo tanto, mucho más íntegros que el resto de la humanidad’.

Tal percepción directa puede ser alcanzada sólo en la proximidad de un encuentro con los primeros principios, esos principios inmortales de la Sabiduría sobre los cuales deben basarse todas las verdades secundarias. Nosotros tenemos ese privilegio y esa responsabilidad, de llegar a ser en nuestra época y por las presentes necesidades, hombres y mujeres, quienes, habiendo luchado con la verdad, han logrado pasar a esa expansión de consciencia que permite una visión total, una expansión inducida, no por drogas o algún estímulo externo, sino por nuestros propios esfuerzos.

Todo gran viajero y explorador al conquistar su camino a través de océanos inexplorados o tierras desconocidas, ha trazado su rumbo por medio de las estrellas. Así también en el viaje de descubrimiento al cual hemos sido llamados, viaje que conduce al interior, a la dilatada consciencia de un Yo inmortal, podemos levantar nuestros ojos hacia las estrellas de sabiduría que siempre han brillado en el firmamento del tiempo.  Y la estrella polar es la estrella de la unidad hacia la cual la brújula de nuestro ser debe siempre volverse.

Tomando nuestra dirección desde la brillante estrella de la unidad, valientemente podemos partir hacia las fronteras de la posibilidad humana, las fronteras de la consciencia, en un esfuerzo por responder al angustiado grito del hombre moderno, aislado de su propia fuente, apartado de su hermano, temeroso de sus propios inventos, dubitativo aún de su futuro.

Para conocer los límites de nuestra humanidad, debemos definir lo que es ser humano. Actualmente, una popular canción en los Estados Unidos pregunta:

¿Cuántos caminos debe recorrer un hombre antes de que lo llames hombre?

La visión teosófica del hombre abarca todos los caminos de experiencia que condujeron a este momento y apunta más allá del yo real del hombre a su yo posible. Es una visión que define lo humano no en términos de lo que el hombre ha sido, no en términos del animal dentro de él, sino siempre en términos de lo que él puede ser. Porque es una visión que comprende la totalidad del hombre, el hombre como enraizado en la permanencia del espíritu, en el permanente dominio de la vida universal que es también consciencia impregnada de principio a fin con la felicidad suprema. Enraizado en un dominio así, que puede ser más metafísicamente descrito en términos familiares para el estudiante de Teosofía como chidâkâsam, cuya naturaleza es también ânanda, el hombre se vuelve hacia afuera para obtener las experiencias de la consciencia de sí mismo y, en esta vuelta hacia afuera recorre los caminos transitorios de la existencia, anclándose una y otra vez al sombrío fin del espíritu que llamamos materia. Y en el aquí y ahora de este anclaje es representado el drama de convertirse en humano, con toda la tragedia y comedia, todos los dolores y luchas y, alegrías y triunfos de aprender los roles de la humanidad en toda su diversidad, que un día puede avanzar a un dios.

El extraordinario paleontólogo filósofo jesuita, Pierre Teilhard de Chardin, habló de su propio descubrimiento fundamental que ‘somos llevados por una ascendente ola de consciencia’. ‘El estudio del pasado’ escribió, ‘me ha revelado la estructura del futuro’ Porque el hombre, emergente de un campo universal de consciencia, posee todas las potencialidades de esa consciencia, potencialidades que pueden ser brevemente resumidas en la bien conocida triplicidad de Omnipotencia, Omnisciencia y Omnipresencia, los poderes del permanente centro del hombre como âtmâ-buddhi-manas. Su tarea es comprender esas potencialidades en los roles vividos en existencias subsiguientes.

Así fue que De Chardin escribió acerca de un futuro particular para el hombre, el ‘ultra humano’ como él lo llamó. El filósofo escandinavo Soren Kirkegaard, cuya influencia sobre el pensamiento moderno occidental ha sido tan significativo, una vez observó: ‘Quien lucha con el futuro tiene un enemigo peligroso’. Pero tuvo la sabiduría de agregar, ‘A través de lo eterno conquistamos el futuro’. Hay un profundo significado en estas palabras, porque no se puede luchar con el futuro, al menos no con buen resultado, ni siquiera el mañana se lo puede mantener a raya por mucho tiempo. Pero podemos enfrentar el futuro, abarcar el futuro de nosotros y de la humanidad solamente reconociendo lo eterno. La sabiduría eterna, la Teosofía, nos lleva a encontrarnos con lo eterno, con los principios inmortales que permanecen a través de los constantes cambios de los fenómenos. Y de este encuentro, la lucha por la verdad, la búsqueda de la comprensión, aprendemos a conquistar el futuro atrayendo al presente todas las posibilidades del mañana. Podemos entonces llegar a ser ese grupo de hombres y mujeres que, en nuestra época, hemos alcanzado una expansión de consciencia interna tal que nos permita solucionar los problemas de la existencia por medio de nuestra propia percepción directa. Porque la percepción será de lo universal,  de la universalidad de la ley, la universalidad de la verdad y, todos los problemas serán atribuibles a esos principios permanentes.

Es por un viaje como este que somos llamados por nuestro compromiso con la Sociedad Teosófica: el viaje a través de las fronteras de nuestro propio ser, fronteras que son siempre nuevas porque cada individuo es único en su expresión, aun cuando está enraizado en una unidad inmortal. Es el bello viaje descrito hace mucho en uno de los Upanishads:

Hay una Luz que brilla más allá de todas las cosas en la tierra, más allá de todos nosotros, más allá de los cielos, más allá de lo más elevado, de los más altos cielos. Esta es la luz que brilla en nuestros corazones. Hay un puente entre tiempo y Eternidad y este puente es el Espíritu en el hombre. Ni el día ni la noche cruzan este puente, ni vejez ni muerte ni dolor…. Cuando este puente se ha cruzado, los ojos del ciego pueden ver, se curan las heridas y el hombre enfermo sale indemne de su enfermedad. Para quien camina sobre este puente, la noche se convierte en día, porque en los mundos del Espíritu hay una Luz que es eterna.

Explorando valientemente las fronteras de nuestra propia humanidad, avistando las estrellas de la sabiduría inmortal, divisando nuestro rumbo por las leyes inmutables de la naturaleza, podemos llegar a descubrir la latitud y longitud precisas del lugar en que nos hallamos en el borde de las fronteras de nuestras propias posibilidades. Porque sugiero que descubramos la dimensión de nuestro ser, nuestra propia estatura interna, al aprender a conocer lo que verdaderamente es el hombre: un Espíritu Inmortal envuelto en los atavíos de la mortalidad. Al descubrir la propia altura de nuestro ser, encontramos también la latitud de la existencia humana, la extensión de nuestras relaciones con los demás, porque el hombre es verdaderamente humano sólo en la relación. Solamente cuando el corazón es amplio podemos crecer en altura; solamente en el reconocimiento de nuestro parentesco con toda vida, más particularmente con aquellos que comparten la búsqueda humana, real y finalmente nos convertimos en hombres. Nuevamente cito a Teilhard de Chardin: ‘Hay solamente un contacto cargado de una irresistible fuerza centrípeta y unificadora y, ese es el contacto del hombre completo con la totalidad del hombre”. Porque aun cuando exploramos las fronteras implícitas en nuestro Tercer Objetivo, la totalidad del hombre y las potencialidades o poderes del hombre completo, somos conducidos directamente, completando el círculo, a las fronteras ética, moral y humanística indicadas en nuestro Primer Objetivo y así a la base misma del Movimiento Teosófico: la realización de esa única relación verdadera, libre, bella y divinamente humana que es la fraternidad.

Nuestra época necesita una nueva clase de fe y una nueva clase de valor. En una época en que las fronteras están demasiado a menudo definidas por muros, alambradas de púas y las innumerables barreras intangibles del odio, celos y amargura que separan al hombre del hombre, somos llamados por las incontables pequeñas valentías de la fraternidad humana y el amor humano a las acciones heroicas diarias. Cuando vivimos en las fronteras de lo humanamente posible, donde no hay laberintos de temor y ansiedad para que los guardias vigilen, conscientes de la fuente unitaria de nuestro ser porque osamos elevar nuestros ojos hacia las estrellas permanentes, ya no nos saludamos mutuamente como abstracciones, como cosas a usar, explotar y poseer. Entonces aprenderemos a hablarnos con las significativas sílabas de la afinidad, como personas auténticas, únicas, importantes, todos igualmente divinos. Y en nuestro viaje a través de estas fronteras, no confundamos velocidad por viaje; no confundamos destino con dirección y descansemos en los albergues de cómodas creencias cuando deberíamos estar dirigiéndonos a través de montañas de ideas. Sobre todo, no confundamos los números que pueden ser sólo las señales de arraigadas moradas, por esa fuerza que sólo unos pocos pueden alcanzar que pone a prueba sus músculos espirituales contra la resistencia de la verdad misma.

Nuestra época necesita la clase de fe que percibe en cada hombre un eterno espíritu logrando pasar a su propio destino inmortal. Nosotros en la Sociedad Teosófica, aun cuando podamos ser pocos o muchos, la tenemos en nuestro poder para evocar la consciencia de cada hombre al reconocimiento de un interés por toda vida. En los días de la frontera occidental americana, cuando los indios americanos guiaron al hombre blanco a través de llanuras sin caminos, se dice que el hombre blanco a menudo temía perder su camino y que pasaron más de un día y una noche de ansiedad en la búsqueda de una señal familiar, una indicación de campamento o puesto de avanzada. Pero cuando esto sucedía, el guía indio, se quedaba muy quieto, miraba hacia arriba a las estrellas y diría muy sencillamente: ‘Wigwam (tienda o vivienda de los indios de Norteamérica) perdida; indio, nunca perdido”. Así hoy, pocos comprometidos con el noble sueño de la fraternidad pueden estar muy seguros en un mundo crecientemente ansioso con temor e inseguridad y proclamar que la pérdida de posesiones externas, aún la pérdida de la comodidad de la wigwam de las creencias fijas, no son pérdidas que importen. Porque el hombre, el hombre esencial, inmortal, dotado de las potencialidades de la divinidad, nunca puede perderse, mientras mire a las estrellas de la verdad que no solamente están arriba sino también dentro de él.

Así, si comienzo hablando como una americana, cuya tradición histórica está situada en el movimiento sin raíces de un pueblo hacia una frontera siempre en retirada, déjenme concluir hablando como una que comparte con todos los estudiantes de esta Sabiduría Eterna una profunda convicción de las infinitas posibilidades del espíritu humano. Las nuevas fronteras que están ante nosotros cruzan las llanuras sin caminos de nuestras propias dimensiones internas del ser; más allá de las elevadas montañas de las aspiraciones humanas; sobre los sinuosos ríos de la compasión que puede regar el árido suelo de la miseria humana, aquí se halla nuestro sendero. Si tenemos la fortaleza, la paciencia, el valor y la sabiduría para trazar nuestro camino a través de estas fronteras, para establecernos en ese nuevo continente de pensamiento del que han hablado los Hermanos Mayores de la Humanidad, ese nuevo continente de pensamiento donde todos los hombres un día reconocerán su unidad esencial de espíritu en una fraternidad de los libres, si podemos tomar este, el viaje más largo al servicio del mundo depende del compromiso individual que traemos a la causa de la solidaridad humana. El desafío está allí, el privilegio del comienzo es nuestro, la responsabilidad de caminar hacia adelante se nos ha dejado a nosotros. Verdaderamente, no hay otro camino a seguir.