lunes, 18 de julio de 2016

Más allá de los sentidos


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ANOOP JAISWAL
Secretario Honorario del Grupo Teosófico-Científico en la Sociedad Teosófica, Adyar,
y un físico interesado en tecnología, la Naturaleza, y la vida salvaje

En los últimos cuatro siglos hubo grandes cambios de dirección en nuestra comprensión sobre la vida y el universo que nos rodea. El primer cambio de paradigma se inició durante el siglo 17 con Galileo, Kepler, Descartes y Newton y fue completado a comienzos del siglo 20 por Albert Einstein. A pesar del enorme impacto que la ciencia tuvo en la vida de las personas alrededor del mundo, mediante la expansión de nuestro poder físico sobre la Naturaleza y al aliviar el agobio del peso de las tareas tediosas, redujo el aspecto espiritual de la humanidad a la nada. Al buscar la racionalidad y la lógica en cada aspecto del esfuerzo humano, inconscientemente creó una nueva y poderosa superstición propia que coloreó cada aspecto del comportamiento humano. Según esta ciencia, la Naturaleza era puramente 'material' y se componía de pequeños trocitos localizados de materia, y cada movimiento de cada uno de estos elementos estaba determinado completamente por las interacciones físicas entre los elementos materiales adyacentes. Esto no sólo incluía a las estrellas y a los planetas, sino también a nuestros cuerpos e incluso a nuestros cerebros. Y por lo tanto nuestras acciones corporales, nuestros pensamientos y sentimientos, estaban completamente determinados por procesos mecánicos que ocurrían a niveles atómicos. La noción de que las opciones de nuestra conciencia decidían nuestro comportamiento fue etiquetada como una ilusión. La conciencia misma se desvaneció volviéndose una propiedad emergente de la actividad del cerebro. Nosotros, los seres humanos, nos convertimos entonces, de chispas de poder divino creativo, dotados con libre albedrío, a robots mecánicos moviéndose en una trayectoria predeterminada bajo el control de un proceso causal preciso y dependiente. Así Brahma, el creador, fue reducido a un relojero ciego.

Sin embargo, este cuadro científico del mundo a nuestro alrededor fue bastante deficiente. Nos dio mucha información basada en hechos, colocando toda nuestra experiencia en un orden magníficamente consistente, pero también fue absolutamente sigiloso sobre todo lo que realmente estaba muy cerca de nuestro corazón y que verdaderamente era importante para nosotros. No pudo decirnos ni una sola palabra sobre el rojo y el azul, sobre lo amargo y lo dulce, sobre el dolor y el placer físico; no supo nada acerca de la belleza y la fealdad, del bien y del mal, de Dios y la eternidad. Nos permitió imaginarnos un cuadro total como el de un reloj mecánico, que para todo lo que la ciencia sabía, podría continuar de la misma manera como lo había hecho hasta ahora, sin que hubiera conciencia, voluntad, esfuerzo, dolor, placer, y responsabilidad conectados a ella, aunque realmente se necesitan. Y la razón de esta situación desconcertante fue que, con el propósito de construir el cuadro de este mundo externo, se usó el recurso excesivamente simplificado de apartar nuestra propia personalidad, de retirarla, y en consecuencia se fue, se evaporó, aparentemente no era necesaria.

Este cuadro material del ser humano no sólo erosionó las raíces religiosas de los valores morales sino la total noción de la responsabilidad personal, socavando de este modo las bases de cualquier filosofía moral y racional. Nos despojó de cualquier visión de nosotros mismos y de nuestro lugar en el universo, que podría ser la base racional de un grupo de valores elevados. Lentamente esta creencia, proporcionada por la ciencia, se difundió en todos los estratos de la sociedad, y dirigió las decisiones de naciones, gobiernos, escuelas, cortes, medicina, e incluso nuestras propias decisiones. En resumen, todo lo que la vida tenía para ofrecer eran ganancias y pérdidas materiales.

Sin embargo, otro cambio de paradigma en la ciencia comenzó con la llegada de la teoría cuántica en las décadas de 1920 y 1930, y el primer signo de una revolución drástica en el pensamiento fue mostrado por John von Neumann, en el que la mente y la conciencia llegaron a tener una existencia independiente. Sus rigurosas fórmulas matemáticas condujeron a la conclusión ineludible de que 'la conciencia crea la realidad'. Su lógica matemática, apoyada luego por experimentos, condujo a la conclusión inexorable de que, por sí mismo, el mundo físico no es totalmente real, sino que solamente toma forma como resultado de los actos de observación por numerosos focos de conciencia. Irónicamente, esta conclusión no provino de algún místico del otro mundo examinando las profundidades de su propia mente en meditación íntima, sino de uno de los matemáticos más prácticos del mundo al deducir las consecuencias lógicas de un modelo de trabajo sumamente exitoso y puramente material, las bases teóricas de la billonaria industria de la computación. Esta teoría afirma que el mundo físico se debe comprender en términos de información interpretada por la conciencia colectiva, no sólo de la humanidad, sino también de la vida misma. Esto le dio solidez a nuestra conciencia, que todos nosotros intuitivamente sentimos, pero que fue negada por un tiempo por la ciencia moderna.

Lo que es nuevo, radicalmente hablando, es que las propiedades de los sistemas cuánticos no están limitadas por lo que está al alcance de nuestros sentidos, y que no tiene que ser un conocimiento de objetos interactuando y de eventos conectados causalmente. Puede llegar a alcanzar mucho más de lo que está directamente al alcance de nuestros sentidos. Sin embargo, lo que encontramos allí, no podemos esperar estructurarlo de la misma manera en la que estructuramos lo que está al alcance de nuestros sentidos. No tenemos razones para creer que lo que no está directamente al alcance de nuestros sentidos está sujeto a las condiciones espacio-temporales de la experiencia sensorial, como tampoco tenemos razones para esperar que lo que no está sujeto a estas condiciones se conforma con las descripciones que involucran estos conceptos espacio-temporales como la posición y el momento, el tiempo y la energía, la causalidad y la interacción. Como esencialmente estos son conceptos descriptivos a nuestra disposición, no debe tomarnos por sorpresa que lo que no está directamente al alcance de nuestros sentidos sólo pueda ser descrito en términos de correlaciones entre los eventos que están directamente al alcance de nuestros sentidos.

Junto a este cambio titánico de nuestro entendimiento vino otra definición sobre la visión de la Naturaleza, el entrelazamiento cuántico. Según éste, los objetos y las mentes no están tan separados como se muestran en apariencia. Cuando lo profundizas hasta su esencia, esta separación desaparece. La idea de que el universo está interconectado de modos mucho más allá de lo obvio no es nueva. Por milenios ha sido uno de los conceptos principales subyacentes en las filosofías indias. Lo nuevo es que la ciencia moderna, lentamente, ha comenzado a comprender que al menos algunos elementos de esta antigua tradición son significativos.

Lo que valora una persona depende, básicamente, de lo que ella misma cree que es. Si cree que es un pedazo separado de protoplasma, luchando por sobrevivir en un mundo hostil, o un organismo físico construido por los genes para estimular su propia supervivencia, entonces sus valores tenderán a ser muy diferentes a los de una persona que se considera a sí misma como un ser con un aspecto mental que toma decisiones conscientes, y que a su vez, controla su propio futuro y juega un rol primordial en el desenvolvimiento del universo. El lugar de la conciencia humana en este universo cuántico es totalmente diferente del lugar en el universo clásico. Ahora ya no estamos más separados ni somos engranajes impotentes en una máquina inconsciente. Por el contrario, somos, por nuestra conciencia, protagonistas activos en la creación de este universo.



Todas las religiones, las artes, y las ciencias son ramas del mismo árbol. Todas estas aspiraciones están dirigidas hacia el ennoblecimiento de la vida del hombre, lo elevan de la esfera de la mera existencia física, y lo conducen hacia la libertad.

Albert Einstein
De Mis Últimos Años