miércoles, 11 de mayo de 2016

Desde La Atalaya


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Tim Boyd

 Yo tenía un tío, mi tío favorito, que murió hace varios años. El tío Juan era un hombre notable por sus logros en la vida, pero más aún por su generosidad de espíritu y formas de pensamiento verdaderamente no convencionales. Como estudiante trabajó muchas horas, en circunstancias muy difíciles, para pagarse la universidad y sus estudios de medicina. Cuando cumplió los cincuenta años, descubrió que las actividades familiares ya no le satisfacían, volvió a la escuela  por tres años, y llegó a ser lo que siempre había estado en el fondo de su corazón, un psiquiatra. Él era el tío que nos llevaba de pesca, nos mostraba cómo construir una bicicleta, y nos contaba historias de su vida y de las cosas que había visto. Después de años de escuchar su arsenal de historias llegué al punto en que una vez que una historia comenzaba sabía adónde iba a llegar. Todo lo había oído antes, múltiples veces. Lo que me asombraba era cómo cada vez que él contaba una historia familiar, era tan fresca para él, como si fuera la primera vez que estas palabras salían de su boca. Para mis hermanos, primos y para mí, casi podíamos pronunciar las palabras: ‘ese puede ser tu hilo de pescar, pero este es mi océano’; cuando relataba los comentarios de un compañero de pesca enojado sobre quién era el dueño del pez en la punta de sus hilos enredados; 'bombear petróleo y bombear agua de mar tiene que afectar la falla', hablaba cada vez que pasábamos por las plataformas petrolíferas cerca de una ruptura en la tierra, donde la falla sísmica de San Andrés salía a la superficie en el camino al aeropuerto de Los Ángeles.

 Después había una categoría de historias completamente diferentes que el contaba, historias enigmáticas. Él nos relataría a menudo incidentes en donde nosotros nos veríamos envueltos, diseñando las motivaciones de los diferentes caracteres. Estas historias iban más por ‘la línea de ‘demanda y respuesta’, en donde él pedía y esperaba intervención; en donde al oyente se le pedía recordar no sólo la línea de la historia, sino sus pensamientos y motivación por la parte que ellos representaban en la historia. Estas eran historias más desafiantes porque ellas exigían un nivel de atención y conciencia que a menudo no acababa de entender. Como niños que éramos, la mayoría de las veces hacíamos justamente primero las cosas, y tal vez pensábamos sobre eso después.  Solo para seguir adelante yo me veía asintiendo frecuentemente con la cabeza mostrando acuerdo con lo que mi tío decía. Toda esta participación introspectiva podía ser un poco exigente. Después de una de estas sesiones, me iba sintiéndome tensionado e incluso algunas veces un poco inquieto, como si hubiera estado esforzándome por algo que no podía captar totalmente. Estas historias debían tener un final, pero nunca teníamos el sentimiento de que ellas terminaban. Ninguna conclusión sólida se había logrado, y nos quedábamos con más interrogantes que cuando ellas comenzaban.

            Más tarde en la vida yo encontraría una carta escrita por la poetisa mística Rainer María Rilke que puso estas sesiones de historias en perspectiva:

 Te ruego tener paciencia con todo lo que no está resuelto en tu corazón y trata de amar las preguntas por sí mismas como si fueran habitaciones bajo llave, o como libros escritos en un lenguaje muy extraño.  No busques las respuestas que no te puedan ser dadas ahora porque tú no serías capaz de vivirlas. Y lo importante es, vivir cada cosa.  Vive las preguntas ahora, quizás después, algún día más adelante en el futuro tú gradualmente, sin siquiera notarlo, vivirás a tu manera dentro de la respuesta.

 El tío John era un buen relator de historias, y ya sea por la repetición de las historias y sus temas, o por lo conmovedor de las historias mismas, mucho de lo que él dijo continúa conmigo, en de mi vida adulta.

 Ha pasado un largo tiempo desde aquellos días de infancia, y mucho ha cambiado. Una cosa que ha permanecido es que yo aún amo una buena historia, bien contada. En realidad mi sentido de la necesidad y el valor de buenas historias han crecido desde que me he vuelto conscientemente involucrado en un camino espiritual. Cuando pienso acerca de la gente que he conocido que muestran señales de estar tocadas por una consciencia elevada, una de las cualidades que parecen tener es amor por las historias. Mucha de la literatura que forma la base escrita de las tradiciones espirituales mundiales son en gran parte libros de cuentos, como la Biblia, Râmayâna, Mahâbhârata, el Corán, el Talmud.  ¿Por qué es esto así? ¿Qué sucede con los relatos que los hace tan universalmente utilizados para comunicar conceptos profundos?

 Los Maestros espirituales genuinos, ahora y en el pasado, enfrentan los mismos problemas, reconocen los límites del lenguaje, ¿cómo comunicar algo de la naturaleza de la vida interna? Lao Tzu, en el primer verso del Tao Te Ching, declara que el ‘Tao (Verdad o Camino) del que se puede hablar no es el Tao eterno’. H.P. Blavatsky, en el Proemio de La Doctrina Secreta expresa:

 Un PRINCIPIO Omnipresente, Eterno, Ilimitado e Inmutable en el cual toda  especulación es imposible… Está más allá del alcance y extensión del pensamiento…impensado e inefable.

 En las leyendas de la vida de Buda, cuando tuvo su experiencia de iluminación, él determinó que la expansión de su realización no podía ser comunicada, y decidió que él no haría ningún intento por enseñar.  Finalmente, igual que otros grandes Maestros, el Buda se encargó de hacer el intento. Mucho de ese esfuerzo implicó el lenguaje simbólico de la historia.

 La belleza y el problema de las historias que relatan realidades espirituales es que ellas adoptan figuras familiares y relaciones como símbolos para verdades más profundas. Tomemos el ejemplo de la primera estrofa del Libro de Dzyan: ‘El Padre Eterno envuelto en sus siempre-invisibles vestiduras había dormido otra vez por siete eternidades.’ Todos sabemos lo que es un padre, qué son las vestiduras, y sabemos acerca del dormir. Entonces, incluso aun cuando esta estancia está relatando una fase totalmente abstracta del desenvolvimiento del Cosmos, antes de que todo haya entrado en existencia, nosotros tenemos una indicación del proceso. Esto no es algo que se preste por sí mismo para el razonamiento analítico normal del pensamiento. Historias de este tipo no sólo requieren de una alta facultad para una correcta comprensión, sino que además parecen desafiarnos.

 Percibo que la gente que primero contó estas historias, los grandes Maestros Espirituales, no sólo eran sabios, sino inteligentes. Inteligentes en el sentido de que ellos tenían una profunda comprensión de la mente humana y sus limitaciones, y desarrollaron modos de dirigirse a ella. Muchas de las historias más profundas son simples relatos, muy parecidos a los cuentos infantiles que los padres en todo el mundo narran a los niños para incentivar sus imaginaciones. A través de la historia, los grandes maestros han reconocido que, a pesar de nuestro desmesurado interés por nuestro nivel de progreso, somos esencialmente una humanidad infantil,  llena de temores a la oscuridad y lo desconocido, y estamos fascinados con los juguetes. Y entonces, nos cuentan historias que alivian nuestros temores, nos hablan acerca de figuras paternas divinas; nos dan juguetes, juegos, y vestuarios para las representaciones religiosas; nos cuentan sobre otros mundos y poderes súper humanos. De modo similar a subir una escalera, nos guían escalón por escalón hacia un lugar donde los peldaños de la escalera terminan, hacia un lugar que va más allá de los relatos de cuentos, hacia una historia inenarrable. Como el dedo apuntando a la luna, el valor de una historia profunda yace más allá de sí misma. Nos pide un ‘salto de fe’, una apertura de la intuición espiritual. Una de las mayores fortalezas de la tradición teosófica ha sido su firme enfoque en la importancia de la expansión de la intuición. Sin importar nuestro enfoque religioso, o la falta de uno, el entendimiento genuino comienza en algún lugar más allá de donde el pensamiento normal termina.

   Dentro de cada uno de nosotros hay una historia esperando ser escuchada.  Habla de quiénes somos  y de cómo llegamos a ser. Habla suavemente, su voz ahogada por la presión de nuestras preocupaciones diarias, gritando sus necesidades como un coro en nuestras mentes,  necesidades familiares, sucesos en el trabajo, cuentas que pagar, lugares donde ir, gente con quienes reunirse.  El coro de voces llamando nuestra atención puede parecer interminable, pero aún nuestra historia susurra, y algunas veces escuchamos una o dos palabras. En su mayor parte escondida y olvidada, de vez en cuando algo nos impulsa para recordar algún fragmento de ésta. Cuando lo hacemos, nos sentimos fuertes, completos. Igual que en los muchos cuentos acerca del viaje de un héroe, después de grandes batallas, por un momento nos sentimos reunidos con nuestro amor perdido. Hay relatos especiales que nos recuerdan y que pueden llevarnos hacia el borde de la consciencia.

  Este es el mayor valor de la historia. Recordarnos lo que ya sabemos en nuestras profundidades, para ayudarnos a despertar, para aquietarnos de modo  que ‘la pequeña serena voz’, la ´voz del silencio´, pueda ser escuchada otra vez. No se agrega nada. Nada tiene que hacerse. Solo escuchar, y oír.