miércoles, 6 de abril de 2016

La Naturaleza y Nuestro Papel



TIM BOYD

 Todos, desde el niño hasta la persona más anciana, tienen un claro sentido del significado y valor de la Naturaleza. No es necesario estudiar ningún libro para esto. Si consultáis el diccionario, la definición que encontráis sería una variante de: “La Naturaleza es los fenómenos del mundo físico tomados de forma colectiva; lo es todo excepto los seres humanos y sus creaciones”. Esto es un problema porque es una frase muy precisa que refleja el estado actual de la conciencia humana: estamos nosotros, y después está todo lo que es, con sus procesos y  ciclos.

Muchas de las religiones del mundo, especialmente del mundo occidental, promueven la idea de que el papel de la humanidad consiste en tener el dominio de la Naturaleza. En manos de una humanidad “desarrollada” esto no sería nada malo. Ejercer el control es una situación ideal cuando se hace desde la perspectiva de una conciencia superior. Un concepto corolario religioso es el de que, como seres humanos, nuestro papel respecto a la Naturaleza es el de ser “sirvientes” de la Naturaleza.

Dada la etapa relativamente subdesarrollada de nuestra humanidad actual, estas ideas se interpretan de forma muy extraña. El dominio se convierte en dominación; el servicio se convierte en propiedad. Un sirviente es aquel a quien se le asigna la responsabilidad de cuidar y atender, ya sea en la casa, a los pasajeros del tren, etc. Nuestra relación con el mundo natural se ha vuelto bastante extraño. Como propietarios imaginarios de todo cuanto existe, nos encontramos en una relación de maltrato con todo lo que sostiene nuestra vida y con lo cual estamos ligados inextricablemente.

Aunque no sea un pensamiento consciente, todos reconocen el valor del mundo natural. Es un valor Universal. Así como todos necesitamos amabilidad, honradez, etc., también necesitamos y valoramos a la Naturaleza. Incluso aquél que se gana la vida contaminando el medio ambiente desea comprarse una casa cerca del mar transparente o en la cima de una montaña. La razón es que, aún a nivel superficial, reconocemos que cuando estamos en presencia del mundo natural, en nuestro interior ocurren algunas cosas. Existe una sensación de paz y una respuesta relajada que todos tratamos de sentir en general. Existe también la posibilidad de sentir ese tipo de inspiración del que hablan quienes han tenido experiencias místicas a lo largo de la historia. En general, esas experiencias han estado conectadas con épocas en las que estaban en contacto con el mundo natural. Todos lo sabemos.

Debido a que los patrones de conducta de la Naturaleza son muy distintos a los humanos, surten un profundo efecto en nuestras emociones y pensamientos. La gran diferencia que hay entre la energía de la Naturaleza y las creaciones humanas es que el mundo natural es estable y no fluctúa según el humor, los caprichos o los eventos impredecibles. Sabemos hoy que mañana saldrá el sol. Una persona de Chicago me acaba de mandar fotos de un árbol que hay en mi patio, ahora mismo el árbol está floreciendo porque, una vez más, estamos en abril. Y este mes de abril, como el mes de abril pasado, igual que todos los meses de abril de la memoria humana, ese ha sido el patrón, un esquema regular,  constante y armonioso.

Incluso en aquellas ocasiones en las que experimentamos lo que nos parecen aberraciones del modelo natural, también acaban por equilibrarse. Hace casi treinta y cinco años tuvo lugar en los Estados Unidos un enorme cataclismo, un fenómeno natural. En el Estado de Washington, el Monte St. Helens, que había sido un volcán inactivo durante toda nuestra vida, súbitamente cobró vida. Se le estaba observando desde hacía bastante tiempo porque sabían que algo estaba a punto de pasar. Cuando erupcionó, los medios de comunicación de todo el mundo estaban allí y pudieron grabarlo. Cuando finalmente explotó, estalló toda la cara norte de la montaña. Hicieron una secuencia fotográfica de una montaña normal y corriente de la que salía después una protuberancia pequeña, luego una más grande y después la explosión que alcanzó una extensión de kilómetros. Todo el entorno quedó cubierto de hollín. Todo ser vivo, en kilómetros, murió inmediatamente. Todas las construcciones humanas que parecían confirmar nuestro poder y permanencia fueron destruidas inmediatamente: puentes, líneas de ferrocarril, carreteras, casas, todo desapareció en cuestión de momentos.

Yo sobrevolé aquella zona dos o tres años después de la erupción, nunca había visto nada parecido. A lo largo de varios kilómetros alrededor del epicentro de la explosión parecía como si estuviera viendo la superficie de la luna. Todo era gris, no había nada vivo ni que se moviera en ese espacio. Lo más llamativo era que, antes de la erupción, la montaña estaba rodeada por unos bosques densamente poblados, pero ahora todos los árboles estaban caídos. Visto desde las alturas, cada árbol, independientemente del lugar en el que estaba respecto a la explosión, había caído con su base dirigida al punto de la explosión de aquella fuerza natural. Había árboles de veinticinco metros caídos en el suelo como si fueran palillos de dientes para jugar. El nivel de destrucción era inimaginable.

Diez años después volví a sobrevolar la zona. Estaba irreconocible. Había surgido nueva vida verde, los animales habían vuelto a repoblar el lugar en mayor número que antes, las plantas crecían de forma mucho más densa porque la ceniza volcánica, añadida al terreno, lo había enriquecido. El proceso que había interrumpido todas las cosas vivas ahora las retornaba con creces. Este es el mundo natural.

La naturaleza está presente prominentemente en las enseñanzas teosóficas. En el Proemio de La Doctrina Secreta de H.P. Blavatsky, tenemos las tres Proposiciones Fundamentales. HPB estimulaba mucho a los estudiantes a comprender estas Proposiciones antes de intentar estudiar de forma más profunda las enseñanzas. La primera Proposición se refiere a lo Absoluto, la segunda a los Ciclos y la tercera habla de la Unidad fundamental de todas las almas con la Super-Alma y de la peregrinación obligatoria del alma. Esta tercera Proposición habla de la Naturaleza.

Para todo aquello que adquiere una individualidad, es decir, para cada uno de nosotros, hay un proceso que, en el lenguaje de la tercera Proposición Fundamental, empieza por “impulso natural”, seguido después por unos esfuerzos “auto inducidos y auto definidos”. El impulso natural es lo que nos conduce primero hasta la capacidad de la individualización. Hemos leído sobre él y hemos oído hablar de él, pero ¿qué significa realmente “impulso natural”? Lo que dice esta Proposición es que, en las primeras etapas de nuestro desarrollo, la principal influencia que crea nuestro desarrollo está siendo empujada o conducida por el mundo natural. Todavía no es la etapa en la que estamos haciendo las opciones que nos alinean con esos procesos. En las primeras etapas del desarrollo de nuestra conciencia, nos sentimos como bajo el ataque del mundo natural y debemos defendernos. Por eso reaccionamos. Es esa etapa reactiva la que inicia el desarrollo de la conciencia.

Tenemos un buen ejemplo con la vida de Buddha. La leyenda nos dice cómo el proceso que llevó a Siddharta a convertirse en el Buddha culminó cuando éste era todavía un príncipe que vivía en la lujosa casa del rey, su bondadoso padre. La historia nos cuenta que el príncipe hizo tres viajes más allá de los muros del reino porque quería ver el mundo exterior. Su padre, que le había protegido de la experiencia de todo cuanto no fuera juvenil, vibrante y vivo, se aseguró de que las calles estuvieran limpias de gente pobre, de que en el camino no hubiera signo alguno de suciedad, vejez o enfermedad, para que su hijo pudiera salir sin tener ninguna tentación de apartar los ojos de la vida principesca.

El primer día salió en su carro y vio a una persona enferma, débil y con llagas en el cuerpo. Nunca había visto nada igual y le preguntó al auriga qué era “aquello” y la respuesta fue que se trataba de un enfermo. Su siguiente pregunta fue: “Si eso es una persona y yo soy una persona, ¿me ocurrirá a mí también?” Y la respuesta fue: “Sí, les ocurre a todos los seres vivos”. “Llévame otra vez al castillo”, dijo el príncipe. Los trayectos se repitieron dos días más. El segundo día salió y vio a un anciano con un bastón, encorvado, que avanzaba muy despacio, con el pelo blanco y el rostro lleno de arrugas. Nunca había visto nada parecido y volvió a preguntar, obteniendo una respuesta similar: “Tú también vas a experimentar esto si tienes la suerte de vivir tanto tiempo”. La tercera vez que salió vio un cadáver y era la primera vez que veía uno. Obtuvo la misma respuesta: “Tú también morirás”.

Y cuentan que estos son los hechos que impulsaron a Siddhartha, el príncipe, a seguir el camino que le convertiría en Buddha. Sentía que estos ciclos naturales de la enfermedad, la  vejez y la muerte eran el origen de los temores de toda la humanidad y constituían la base de una mentalidad defensiva que no permitía una experiencia más profunda de lo que la Naturaleza podía revelar. La Voz del Silencio se enfoca en la etapa en la que hemos decidido que nuestros esfuerzos serán auto-inducidos, que vamos a diseñar los medios con los que vamos a enfrentarnos con este mundo y desarrollar nuestra conciencia. Este pequeño libro dice “No irritéis ni al Karma ni a las leyes inmutables de la Naturaleza”. El principio de la apertura a una comprensión más profunda del mundo natural se encuentra en el punto en el que dejamos de resistir y de defendernos; allí donde dejamos de reaccionar a los ciclos invariables de la Naturaleza.

Necesariamente formamos parte de la Naturaleza, no estamos separados de ella. Todos sus procesos están actuando en nosotros a cada momento. No es algo que afecte la resistencia. A lo único que afecta es a la etapa de nuestra propia conciencia y el hecho de sentirnos insatisfechos y enfermos. La enfermedad proviene de nuestra resistencia a lo que es inherente.  Por esto, “No irritéis ni al Karma ni a las leyes inmutables de la Naturaleza” es nuestro punto de partida.

Formamos parte de la naturaleza, pero al mismo tiempo somos algo más que la Naturaleza. Aquí es donde se vuelve algo complejo.

En una de las Cartas de los Maestros, se dice lo siguiente “Creemos en la MATERIA solamente, en la materia como Naturaleza visible y en la materia en su invisibilidad”. Esta Carta sigue diciendo que “la materia es la Naturaleza”. Prakriti es la Naturaleza. El ser humano es la combinación de espíritu o Purusha, y materia, o Prakriti; el espíritu y la Naturaleza están enlazados por una mente con la capacidad de abrazar el universo. Aunque formemos parte de la Naturaleza nuestro papel es fundamentalmente distinto a cualquier otra creación del mundo natural. Cuando lo comprendemos y lo aceptamos, es entonces cuando realmente nos desarrollamos. Este es el sendero que La Voz del Silencio y las enseñanzas de los Maestros intentan ilustrar y tratan de inspirarnos a realizar.

La Naturaleza siempre se halla en una etapa de desenvolvimiento. En cada momento, está creando nuevas formas que responden mejor a la conciencia que se está desarrollando y desenvolviendo. Crea formas, las destruye y las vuelve a crear. La Naturaleza tiene una sola dirección, no va hacia atrás. Está continuamente haciendo evolucionar formas que sean adecuadas para la nueva etapa de crecimiento. Este tipo de comprensión abre cierto camino para nosotros como seres humanos que vemos el valor de una expresión espiritualizada. El sendero está descrito en La Voz del Silencio: “Ayuda a la Naturaleza y trabaja con ella, y la Naturaleza te considerará uno de sus co-creadores y te obedecerá”. Obedecerá. Está muy claro, lo cual no quiere decir que sea fácil. El sendero para nosotros es el de primero entender a la Naturaleza, reconocer el papel inseparable que tenemos dentro de ella y después contribuir con su desenvolvimiento.

El sendero teosófico es distinto a otros planteamientos de la vida espiritual de una manera muy importante. En muchos enfoques, la característica importante se define indistintamente como iluminación, liberación o salvación. Pero la salvación es un objetivo personal, evidentemente produce beneficios para todos los seres, pero el objetivo está motivado por un logro personal. Tampoco es ajeno al planteamiento teosófico, forma parte de él. Pero el planteamiento de la persona que ha adoptado el sistema teosófico es el del discipulado, cuyo fin consiste en aligerar un poco el pesado karma que experimenta el resto de la humanidad, intentando ayudar a la apertura y desarrollo del resto del mundo natural. Es un sendero muy distinto a simplemente aspirar a bajarse de la “rueda” del samsara.

No hace falta decir que comprender el carácter de la Naturaleza es una tarea interminable. A escala humana, el sentido de lo que es la Naturaleza y lo que necesita ser nuestra interacción con ella tiene que ir más allá de los límites del pensamiento actual. Cuando conseguimos experimentar cierta realización del carácter de la Naturaleza y nuestro propio papel, necesariamente se extiende a los demás. Forma parte de nuestra función dentro de la economía de la Naturaleza.