martes, 23 de febrero de 2016

EL CAMINO DEL DESAPEGO


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                                                                     Radha Burnier
Nos apegamos a las cosas que conocemos; sin embargo solo se puede adentrar el campo de lo desconocido cuando lo conocido deja de existir” Una de las más importantes enseñanzas budistas habla al respecto de la impermanencia. El libro “Luz en el Sendero” también hace referencia a la “senda verdadera”, que el ser humano puede trillar cuando deja atrás el apego. Esto significa desprenderse de cada pensamiento, sentimiento, preferencia hasta que la mente esté completamente libre. Nosotros nos apegamos a las cosas que conocemos; no obstante, solo se puede adentrar en el campo de lo desconocido cuando lo conocido deja de existir.

 Lo desconocido es, evidentemente, aquello sobre lo que no tenemos ninguna idea. Entonces, nos aferramos a algo o a alguien en la esperanza de que sean los substitutos para ello. Pueden ser miembros de la familia o amigos con los que tenemos una íntima relación. En cierta parte de nuestro cerebro, sabemos que es por eso por lo que continúa el luto por personas que ya no existen. Ese apego es una de las más serias enfermedades a afrontar por los seres humanos, y se pasan encarnaciones antes que el desapego sea tan siquiera considerado como una virtud.

Se cuenta que Krishnamurti estaba muy apegado a su hermano. La doctora Annie Besant era como una madre para él, mas también tenía un hermano más joven, que debía de auxiliarle en su obra. El hermano murió en California, cuando Krishnamurti ni siquiera estaba presente. Durante varias noches tuvo que luchar con el hecho y consigo mismo. Salió del luto como una persona nueva, pues entendió toda la cuestión del apego. El hecho de que Krishnamurti pareciera de no precisar de compañía era una de las características desconcertantes a su respecto. Esto le puede suceder a cualquiera de nosotros; sin embargo no queremos soltar los apegos. Los seres humanos creen que es difícil de aceptar la realidad de la impermanencia. Nada es permanente en este mundo. Cuando llegamos a esta conclusión – de que todo es perecedero -, preguntamos: ¿Habrá algún “yo” que trascienda esa regla?

Cambios constantes

Un rio comienza como un pequeño arroyo y se torna caudaloso. En verdad, el agua que se vio hace un minuto se fue lejos y nueva agua llegó. Así, el rio es siempre diferente; no hay nada a lo que podamos llamar “el rio”. Eso es algo a ser considerado. No es el mismo rio que pudimos ver ayer o anteayer; el agua fluyó hacia el océano. No obstante, aún es un rio, aunque el agua no sea la misma. Es casi una paradoja – un problema que la mente humana no consigue asimilar, porque es intangible. El famoso instructor budista Thitch Nhat Hanh dice que, como constantemente suceden cambios en todo, debemos intentar comprender, a través de la meditación, que el cambio es para bien.

Impermanencia no es miseria; no obstante, no nos gusta el afrontarla.
La vida está continuamente moviéndose, mas nos gustaría ver los cambios en algunas cosas, como por ejemplo, en los granos de mijo. Eso lleva algún tiempo, mas el tiempo es un tipo de ilusión que experimentamos.

El grano que es plantado crece y se torna mijo. Si no ocurriese el cambio, el grano no se tornaría planta y no tendría utilidad. El crecimiento torna posible la existencia del mijo, para que le disfrutemos, y para que el nuevo mijo crezca. Así precisamos aprender a aceptar el cambio constante, mas nuestra mente es de tal naturaleza que no consigue lidiar con ello. Ese es el comienzo del dolor.
Los niños permanecen felices incluso en circunstancias difíciles. Saltan, se distraen con cualquier cosa que haya en su entorno y continúan siendo felices. La cuestión de aceptar o no los cambios no se presentan en el caso de las criaturas, porque para ellas la vida es una diversión; cuando el juguete deja de ser interesante, simplemente lo abandonan para hacer otra cosa. Así, casi como un niño podemos abandonar algo divertido o bello. Mas no conseguimos hacerlo cuando la cosa permanece en la memoria; queremos experimentar lo mismo repetidamente, tal vez con algún pequeño cambio que nos agrade. Por tanto, el sentimiento del “yo” es creado por una actitud que rechaza el aceptar lo que no puede ser eterno.

Ninguno de nosotros es el tipo de individuo independiente que pensamos ser. Forma parte del ego el imaginarse un individuo fuerte (si es posible, más fuerte que cualquier otro). Mas si investigamos en profundidad, descubriremos que, cualquier otra persona, somos dependientes de muchas cosas diferentes para nuestra existencia, y que es engañoso el concepto de una entidad permanentemente independiente.

Es útil no tan solo pensar, sino meditar al respecto de esto. ¿No será de una corta duración este cuerpo, esta situación en la cual nos encontramos? Podemos vivir durante cien años, ¿mas qué son cien años en la historia? Nada. Así, las preguntas que tenemos que hacer son: ¿Qué es lo que vive realmente? ¿Qué es el sentimiento del ego que surge en nosotros? Debemos responder a esa pregunta por nosotros mismos. Ciertamente existen filosofías que afirman que existe un Atman (espíritu Universal) permanente, la raíz de todo lo que existe.

Aunque sea así, tenemos que entender al pequeño yo y las muchas cosas que experimentamos como ilusión.