jueves, 21 de enero de 2016

LA ÉTICA VEGETARIANA: SU EFECTO EN LA SALUD INTERNA


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Tim Boyd, ‘The Theosophist’, Julio de 2015

No soy un experto en el tema de la dieta vegetariana. Como la mayoría de personas razonablemente cultas, tengo bastante información, pero no es mi campo.

Otras personas pueden informar más sobre los estudios científicos y médicos que demuestran los beneficios que tiene para la salud una dieta vegetariana, como, por ejemplo, que reduce la hipertensión, las tasas de cáncer, las enfermedades cardiovasculares, etc. Hay quienes pueden hablar del considerable impacto ambiental que representa cambiar a una dieta vegetariana (residuos de carbono sustancialmente disminuidos y una menor contaminación del aire, del agua y de la tierra). Son ideas importantes que nos afectan a nosotros como individuos y al mundo en el que habitamos.
Mi contribución será la de considerar brevemente el tema desde el punto de vista de los efectos que tiene la dieta vegetariana en nuestra salud interna, en la condición de nuestra conciencia.

¿Mis credenciales? Soy vegetariano y soy consciente. Me hice vegetariano hace muchos años. Cuando era adolescente, el vegetarianismo en los Estados Unidos no era nada comparado con el movimiento en que se ha convertido ahora. Se habían hecho pocos estudios. Personalmente yo no conocía a ningún vegetariano. Simplemente tenía una gran sensación de que era lo adecuado para mí. En mi caso no fue hasta después de haber adoptado totalmente una dieta vegetariana que empecé a investigar las razones para hacerlo. Esencialmente, empecé como un vegetariano ignorante.

El ejemplo de mi hija es distinto. Como mi mujer no estaba totalmente convencida de que un niño pudiera alimentarse bien con una dieta sin carne, nuestra hija creció con una dieta carnívora. Un día, cuando tenía doce años, volvíamos a casa en coche por la autopista. En los Estados Unidos, transportan en camiones semi-descubiertos a los animales que van a sacrificar. Si pasas por su lado, puedes ver a los animales que llevan. Pasamos en aquel momento al lado de uno de esos camiones que transportaba cerdos. Nos paramos cerca de él y nuestra hija dijo emocionada. “¡Miren qué cerdos tan lindos!”. Fue un momento de apreciación inocente de aquellos animales que veía tan pocas veces porque vivía en la ciudad. Yo le hice una pregunta “¿Adónde crees que van esos animales?” No le hice ningún discurso ni dije nada más. Ella permaneció en silencio en el asiento trasero del coche mientras yo conducía. Ya en el restaurante, y para variar, pidió una comida sin carne. A la mañana siguiente declaró que a partir de ese día sería vegetariana. Y ya han pasado diez años de eso.

En Estados Unidos tenemos el siguiente dicho: “Eres lo que comes”. Es una frase sencilla de sentido común que reconoce que la materia que utilizamos para construir el cuerpo determinará sus debilidades y fuerzas. La misma idea se aplica en la construcción de un edificio o en la programación de un ordenador. Los materiales inferiores producen estructuras débiles. En el caso del cuerpo conducen a la enfermedad.

Como estudiante de la Sabiduría Perenne esa expresión tan simple me parece muy profunda por una serie de razones. Por más que insistamos en la importancia del cuerpo físico y de su salud, todos somos conscientes de que nuestro ser físico y la salud del cuerpo son únicamente una dimensión de nuestro ser total. No hace falta tener una comprensión profunda de la idea de los campos o de los niveles de conexión, para reconocer que, como seres humanos, vivimos y funcionamos a muchos niveles. El físico es el más obvio, pero todos somos conscientes del flujo de sensaciones, sentimientos, pensamientos e incluso de la repentina e inexplicable sensación ocasional de gozo y expansión que puede inundarnos inesperadamente como una ola. Somos seres multidimensionales en un universo multidimensional. Nos alimentamos o morimos de hambre a muchos niveles, y el físico es solamente uno de ellos. Alimentamos las emociones con música, relaciones, películas. Alimentamos la mente con ideas, conversaciones, libros, e incluso navegando por la red. Alimentamos el espíritu pasando tiempo en la Naturaleza, con libros sagrados, con plegarias, y con el silencio de la soledad.

En todo esto la calidad de los “cuerpos” (emocional, mental, espiritual) que construimos será determinada por los “alimentos” que comemos. Alimentad las emociones con una música que sólo excite las pasiones, con relaciones de baja calidad, adictivas o de maltrato y nuestra naturaleza emocional quedará atrofiada. Llenad la mente de imágenes e ideas pornográficas, con esa distracción continua que nos proporciona la navegación por la red y con charlas inútiles, y el alcance y la flexibilidad de la mente disminuirán. Naturalmente, lo contrario también es cierto. Alimentad las emociones y la mente con nutrientes inspiradores y purificantes y adquirirán expansión y armonía.
Cuando pensamos en el efecto que puede tener una dieta consistente en alimentos cárnicos hay un par de preguntas que necesitamos hacernos. ¿Qué estamos comiendo cuando comemos carne? La pregunta puede responderse de distintas maneras. Es una fuente de proteínas. Satisface ciertas necesidades que tiene el cuerpo de vitaminas y minerales. Pero es mucho más que eso. Es un alimento que tiene ricas tradiciones de preparación, cultivo y costumbre. Está asociado con la familia, con los recuerdos, las fiestas religiosas y las celebraciones nacionales. Todo esto es verdad, pero necesitamos cuestionarlo con un poco más de profundidad.

¿Cuál es el origen de los alimentos cárnicos? “Los animales” es la respuesta fácil, y si no queremos violentarnos, nuestra investigación podría detenerse ahí. Pero ¿qué es un animal? ¿Tiene conciencia? ¿Tiene sentimientos? ¿Experimenta dolor? ¿Desea la seguridad, la compañía de sus semejantes, la felicidad y el bienestar? La respuesta a todas esas preguntas es “sí”.

Hay una frase profunda y categórica que es esencial para la práctica y comprensión del budismo, y que dice “todos los seres desean la felicidad”. En el budismo, la simple definición del amor es el deseo de que todos los seres experimenten la felicidad. No necesitamos conocer al detalle toda la brutalidad que implica la cría y matanza de esos seres vivos, reducidos a “unidades de producción” cuando hablamos de la industria de la carne, para saber que al comer alimentos cárnicos estamos participando en un proceso que ocasiona un intenso sufrimiento a millones de vidas en cada momento de cada día. Es una concienciación básica que surge en el momento en que nos permitimos hacer estas preguntas y considerarlas abiertamente.

El verdadero problema con el que nos enfrentamos es que cuando nos permitimos considerar el tema, eso nos exige hacer una opción consciente, y tanto si optamos por detener nuestra participación como si continuamos contribuyendo a la desgracia de otros seres, hay unas consecuencias.
Tengo varios amigos que han crecido en una granja. Todos ellos cuentan la historia de haberse encariñado con algún animal de la granja y tenerlo de animal doméstico cuando eran niños, ya fuera un pollo, una cabra o un cerdo. Me dicen qué nombre le habían puesto, cómo jugaban con él y cómo le querían. Después, en todas esas historias, llegaba el momento, un brutal momento en el que se daban cuenta de que sus amigos animales eran criados para matarlos. Muchas veces las historias hablan del “Pollito” o de “Freddie” o de “Sally”, servidos en un plato a la hora de la cena. Son historias comunes y aunque con el tiempo se va desvaneciendo ese recuerdo, a medida que emerge la aceptación de que “esto es lo que pasa en el mundo”, el horror infantil de aquel momento de realización permanece. Porque esas preguntas sobre la naturaleza y el origen de la comida carnívora son obvias, son del tipo de preguntas totalmente aparentes a la inocencia de un niño, y son preguntas que cuesta mucho suprimir.

La elección que nos vemos forzados a hacer no tiene que ver simplemente con un tema físico. Se hace a nivel de sentimientos, pensamientos e incluso de espíritu. Seguir adelante, aunque sea con nuestra pequeña participación, en este proceso generador de sufrimiento requiere una profunda negación de la realidad. Nos vemos obligados a rechazar toda consideración, a rechazar todas las preguntas, a negarnos a ver lo que tenemos delante mismo.
Es esta negación lo que tiene el mayor efecto en nuestra salud interna.
Algunas personas dirían que la grandeza del ser humano consiste en nuestra capacidad de pensar. Es lo que nos diferencia de todos los demás reinos de la Naturaleza. Pero cuando recordamos a las personas que consideramos más grandes, gente como Jesús, el Buda, la Madre Teresa, Gandhi, San Francisco, es verdad que todos fueron grandes pensadores, pero su mayor grandeza consistía en su capacidad de amar sin límites.

Nuestra negación limita nuestra capacidad de amar. No puede desarrollarse en su total potencialidad. Es imposible amar y simultáneamente infligir un sufrimiento innecesario sobre aquellos a los que amamos. La mayoría de nosotros nos esforzamos por aprender a amar del todo a nuestro pequeño círculo de familia y amigos. Un poco de amor, un amor limitado, a la mayoría ya nos hace sentir bien. Al mismo tiempo, en algún punto de nuestro interior, tenemos la sensación de que nuestra capacidad de amar es mucho más grande de lo que estamos revelando ahora. Esa es la vida que, según nos dicen los grandes seres, se halla delante de nosotros, si optamos por ella. “Las cosas que yo hago las podréis hacer vosotros, y aún más grandes”; “La naturaleza Búddhica de todos los seres”; “La identidad fundamental de todas las almas con la Super-Alma Universal”; todas estas expresiones no son más que algunas de las formas en que se han manifestado nuestros potenciales ocultos en las tradiciones de sabiduría del mundo.


La dieta global cambiará a un enfoque más vegetariano. Es algo inevitable por dos razones: (1) porque la demanda de una población creciente, que ya suma más de siete mil millones, resulta excesiva para los recursos animales del mundo; y (2) porque en todo el mundo existen  innumerables personas que se están haciendo las mismas preguntas y que llegan a conclusiones que exigen opciones responsables. Los océanos ya son incapaces de reponer los peces que se han cogido para comida y para fertilizantes. El impacto degradante ambiental que representan las granjas de vacas, pollos y cerdos, se está convirtiendo en algo insostenible. La dieta global cambiará porque tiene que hacerlo. La pregunta más importante es “¿Cambiaremos nosotros?” o ¿continuaremos siguiendo ciegamente los esquemas impuestos por las circunstancias? Sócrates dijo: “La vida sin examen no es digna de vivirse”. Independientemente de la comida que elijamos comer, hagamos el esfuerzo necesario para preguntarnos y respondernos las profundas preguntas sobre nuestra manera de vivir de forma consciente en el mundo. Sólo de esta forma podemos crear una condición de salud interna capaz de cambiar las condiciones externas de nuestra época.