viernes, 30 de octubre de 2015

Fragmentos de la Sabiduría Antigua


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La manifestación espontánea del amor es el más notable de los atributos divinos, el amor que lo da todo, que nada pide.

El amor puro trae al universo a la existencia, el amor puro lo conserva, el amor puro lo impulsa hacia la perfección, hacia la felicidad.

Y toda vez que el hombre derrama amor sobre todos quienes lo necesitan, sin hacer diferencias, sin buscar recompensas, desde un puro goce espontáneo en su manifestación, el hombre desarrolla el aspecto de beatitud de la Deidad dentro de él, y prepara aquel cuerpo de belleza y alegría inefables en que el Pensador se elevará, liberándose de las limitaciones de la separatividad, para reconocerse como individualidad, y aún uno con todo lo que vive.

Esta es “la morada no construida con manos, la morada eterna en los cielos” sobre la que escribió San Pablo, el gran Iniciado Cristiano; y él elevaba la caridad, el amor puro por encima de toda otra virtud, porque solamente por medio de ella puede el hombre contribuir en la tierra a edificar esa gloriosa morada.

Por análoga razón la separatividad es llamada “la gran herejía” por los Budistas, mientras que “la unión” es el fin que se proponen los hindues.

La liberación es el escape de las limitaciones que nos mantienen separados, y el egoísmo es la raíz del mal, cuya destrucción es la extinción de todo sufrimiento.

 La Sabiduría Antigua

sábado, 24 de octubre de 2015

Desde La Atalaya "El Futuro siempre presente"


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Tim Boyd

El Futuro siempre presente

Hace un par de años mi hija, que ahora tiene veintidós años, al acercarse su vigésimo primer cumpleaños, estaba pensando en todas las cosas que pronto podría hacer. Votaría por el presidente, saldría con amigos adonde quisiera y, en general, se sentiría más sabia y más expansionada. Ante sus ojos, el futuro brillaba resplandeciente. Escuchándola mientras contemplaba su futuro, recordé una visión futura similar pero distinta que tenía mi padre. Murió a los noventa y dos años, pero cuanto tenía noventa y uno todavía estaba plantando árboles frutales en su granja. Cualquier persona que esté familiarizada con los perales y los manzanos sabrá que tienen que pasar tres años antes de que den frutos. Pero tenemos la impresión de que el futuro nos depara algo especial y lo vemos de una manera casi sagrada.

En el pasado eran muy pocas las profesiones que estuvieran relacionadas con la anticipación y la previsión del futuro. Probablemente los astrólogos representaban ese papel cuando se trataba del futuro. Recientemente, los que nos dan el pronóstico del tiempo nos dicen lo que nos espera. Muchas veces se equivocan, pero son profesiones en las que uno puede ganarse la vida pensando en el futuro. En nuestros días, todo esto ha cambiado mucho. Ahora tenemos economistas, asesores financieros, ecologistas y científicos sociales, y todas estas profesiones consisten en intentar mirar hacia adelante y pensar en lo que nos depara el futuro como individuos o como una gran familia humana.

Una de las cosas que todos estos planteamientos sobre el futuro tienen en común es que el futuro que imaginan es esencialmente una simple reorganización del presente, con distintas circunstancias y detalles, pero nada alejado de lo que es la experiencia corriente. Es lo que suele pasar con este tipo de planteamiento sobre la visión del futuro. Hay grandes personas que han hablado del tema. Albert Einstein, gran científico y profundo pensador espiritual, y muchas veces citado por ello, decía: “No puede resolverse ningún problema desde el mismo nivel de conciencia que lo creó”. Es una imposibilidad.

H.P. Blavatsky, una de las fundadoras de la Sociedad Teosófica, expresó el mismo pensamiento de forma distinta. Dijo: “Sea cual sea el plano en el que nuestra conciencia pueda estar actuando, tanto nosotros como las cosas que pertenecen a ese plano son, de momento, las únicas realidades”. El margen de nuestra visión determina no sólo lo que vemos, sino también el mundo en el cual nos encontramos a cada momento.

Podemos encontrar un ejemplo del efecto que surte nuestra visión limitada en el planteamiento que tenemos de los violentos conflictos que hay en el mundo. Dada nuestra manera de ver un mundo en el que aumentan cada vez más las guerras y el terrorismo, ¿cuál es la “solución” que aplicamos actualmente? En nuestro nivel actual de conciencia la solución consiste en aplicar un nivel mayor de violencia, un nivel mayor de fuerza. ¿Conseguimos con ello minimizar las erupciones de guerras y discordancias en el planeta? Si vemos los resultados actuales, concluiremos que: “no, no se consigue”. Si pensamos retrospectivamente en nuestra historia relativamente reciente hasta la Primera Guerra Mundial, apareció un eslogan cuando esa gran guerra estaba arrastrando a una gran parte del mundo, que se convirtió en una especie de estandarte de guerra y decía así: “Ésta es la guerra que terminará con todas las guerras”. Es decir, aquel nivel extremo de violencia y destrucción acabaría, de alguna forma, en la paz, o al menos en un cese de otra guerra futura. Eso era en 1914. No necesitamos hacer ningún otro comentario sobre la exactitud de ese planteamiento sobre la violencia, pero dado el nivel actual de pensamiento en el cual estamos funcionando, somos incapaces de ver alguna otra solución.   

Nuestra actitud respecto a muchos otros temas es la misma. Por ejemplo, existen siempre situaciones de hambrunas en distintas partes del mundo. ¿Cuál ha sido nuestro planteamiento sobre el tema? Nuestra solución preferida es la de proporcionarles alimentos. Si la gente tiene hambre ¡hay que darles comida! El resultado es que aquellas personas reciben alimentos durante un tiempo hasta que surge en otro lugar la misma situación. La manera que tenemos de tratar estas cosas es mediante reacciones instintivas. Nuestro nivel de visión está un poco nublado.

Probablemente nuestra preocupación más básica sea la ignorancia fundamental, que es la condición de la mente humana. Es una ignorancia no en el sentido de no saber algo, sino en el sentido de que lo que se ve y lo que se afirma conocer es erróneo en todos los casos. Y así vamos por la vida, viendo el mundo a través de unos ojos que están nublados por esta visión fundamentalmente errónea de la realidad. Para los que aspiran a romper este ciclo, el planteamiento normal acaba en una búsqueda de más conocimientos y por eso empezamos a estudiar intensamente algunos materiales, pero básicamente se trata de los mismos conocimientos y estudios que han llevado a ese estado de ignorancia. Nuestra sensación es que si estudiamos más intensamente, ¡tal vez encontraremos la respuesta!

En su propio nivel, ningún problema que exista hoy en el mundo puede solucionarse. Tiene, pues, que haber algo más. Cuando pensamos en términos del futuro, una de las expresiones que más oímos, sobre todo entre quienes, de alguna manera tienden hacia un estilo de vida espiritual, es: “Vive en el momento” o “Tienes que estar aquí ahora”. Probablemente la experiencia de muchos de nosotros es que parece haber algo profundo en nuestro interior que nos hace buscar continuamente, a través de este momento en el que nos encontramos, algo más que se percibe como más grande, más expandido, como un estado natural.

Muchas veces hay gente que ha tenido éxito en las empresas mundanas pero que, a veces, se han sentido profundamente insatisfechos con su situación. Según las apariencias externas todo está bien, la riqueza, la fama y el poder. Todas las cosas que los humanos suelen desear están ahí, y sin embargo se encuentran insatisfechos. Esta experiencia ha sido descrita a veces como una “insatisfacción divina”, como un profundo anhelo que existe dentro de nosotros y que tiene su propia manera de darse a conocer. Tenemos la posibilidad de esconderlo si nos llenamos de cosas para hacer en nuestra vida cotidiana. Pero en nuestros momentos de más tranquilidad, parece salir a la superficie y nos demanda un reconocimiento de ese potencial estado del ser todavía no realizado. Necesariamente habla del futuro porque, aunque está completamente presente en este momento, el hecho de que nuestra percepción esté velada nos roba su poder. Y, sin embargo, sigue atormentándonos con sus murmullos.

En un momento dado de nuestra vida empezamos a decir “Tengo que hacer algo. Tengo que poder hacerlo”. Y entonces comienza lo que se describe como “la búsqueda espiritual”. Buscamos respuestas y, por nuestra forma normal de ver las cosas, buscamos en nuestro entorno inmediato. Contamos con numerosas citas o ideas transmitidas por personas que han sido reconocidas como “iluminadas”, personas que han realizado el mismo tipo de búsqueda y han llegado a salir de ese estado en el que la percepción está velada. Han sido capaces de transmitirnos su experiencia, de forma que lo han podido hacer con palabras.

En El idilio del Loto Blanco nos hablan de “las tres verdades”. La primera de esas verdades es la de que “el alma del hombre es inmortal, y su futuro es el futuro de algo cuyo crecimiento y esplendor no tiene límites”, un comentario sobre el futuro. Tendemos a pensar en términos de futuro porque parece operar a través de una progresión del tiempo, pero todos los grandes sabios hablan de esta presencia como aquí y ahora. En el Bhagavad-Gita Krishna se describe a sí mismo como “el gobernante interno inmortal que está presente en el corazón de todos los seres”.

En el budismo tenemos la naturaleza del Buddha, y se dice que, independientemente de lo mal que actuemos, o de lo ignorantes o poco iluminados que parezcamos ser en cualquier momento determinado, nuestra naturaleza interna es esencialmente la naturaleza del Buddha, perfecta, abierta, con plena concienciación. El profeta Mahoma dijo “Quien se conoce a sí mismo, conoce a Dios”. Es una idea similar, la de que aquí mismo, ahora mismo, está la presencia que describimos como Dios, y después ¡buscamos fuera de nosotros mismos para intentar encontrarla! El cristianismo lo planteó de otra manera. San Pablo hablaba del “Cristo en vosotros, la esperanza y la gloria”. No del Cristo del crucifijo, no de alguien de hace 2000 años de antigüedad, sino del Cristo que está en vosotros, que vosotros sois. Ésa es la esperanza y la gloria a las que aspiramos, de la paz de la que nos sentimos dignos. También tenemos la frase que dice: “Sed perfectos como vuestro Padre en el Cielo es perfecto”.

Todas estas ideas tienen algo en común. Lo que comparten es la idea de ser, que nosotros después, como un proceso, transmutamos en un proceso de llegar a ser. Todo aquél que parece haber paladeado alguna vez esa conciencia capaz de ver las cosas tal como son, habla en términos del ser. No necesitamos ir a ningún santuario para tener esta experiencia, ni buscar a ningún gurú, ni pagar por un seminario ni un taller si podemos experimentar realmente, por un instante, la naturaleza de nuestra mente, que es la misma que la naturaleza de la realidad.

Esto es lo que describen los grandes maestros y hablan de ello de muchas maneras. Vemos que van más allá de las tradiciones espirituales con todos sus libros sagrados y escrituras. Si los estudiamos bien, cada uno de ellos contiene historias, tanto si se trata de la Biblia, con la historia de Abraham o la vida de Jesús, como del Mahabharata, con la historia de Arjuna y Krishna. Todos esos libros nos proporcionan, esencialmente, historias. Y no es para minimizarlas, de hecho es para elevarlas. Quienes nos trasmitieron esos escritos fueron grandes seres, y parte de su grandeza consistía en que todos eran conscientes del público al que se dirigían. En su esfuerzo por transmitir su sabiduría tuvieron que inventarse muchas maneras de expresarla.

Cuentan que cuando el Buddha tuvo su iluminación, la experiencia fue tan profunda que estaba completamente convencido de que no habría forma posible de poderla comunicar a los demás. Su decisión inicial fue “ni siquiera voy a intentarlo”. Naturalmente cambió de idea y se dedicó a enseñar durante los cincuenta años restantes de su vida, muchas veces utilizando las historias como recurso pedagógico. Una de las maneras en que estos grandes maestros tienden a hablarnos es mediante historias, igual que hacemos con nuestros hijos cuando se acuestan por la noche. Nos sentamos a su lado y les leemos un cuento. Les hablamos de cosas que estimulen su imaginación, que los eleven y les hagan pensar en posibilidades que tal vez estén fuera de su alcance. Y, de la misma manera, todos estos sabios también nos han contado historias.

La base del trabajo más profundo de H.P. Blavatsky, La Doctrina Secreta, está sacada de un pequeño texto llamado las Estancias de Dzyan. La primera estancia empieza así: “La Eterna Paternidad, envuelta en sus Vestiduras Siempre Invisibles, se había adormecido otra vez por Siete Eternidades”. Aunque de niño nunca había oído hablar de las Estancias de Dzyan, empiezan igual que en los cuentos que me contaban: “Erase una vez…” En este caso, nos da unos símbolos muy familiares: el padre envuelto en ropas (entendemos qué es un padre y qué son las ropas), se había adormecido (entendemos  sueño). Todos estos términos se nos presentan como una historia. Sin embargo, ese verso en particular habla de un período anterior a la manifestación de un universo. No existía nada. ¿Cómo lo describimos, si no es con una historia? Estas historias se parecen a una escalera de peldaños que te van haciendo subir uno a uno. Si la subes como una escalera normal, en un momento determinado la escalera termina. Y allí donde termina esa escalera se encuentra el punto en el que es posible la realización, porque entonces tienes que pisar tu propio peldaño. En ciertas tradiciones lo describen como “el salto de la fe”.

Cada tradición tiene sus historias. Cuando encontráis algunas de las importantes, las que son capaces de transformarnos si las comprendemos en profundidad, muchas veces describen un viaje en el que hay una partida y después, al final, un retorno. El Ramayana, por ejemplo: Rama deja su reino y viaja por el desierto, entabla batallas, recupera a Sita y regresa. En el Mahabharata se habla de un viaje parecido al exterior, una lucha y un regreso. En las historias de la tradición cristiana, es famosa la del Hijo Pródigo: deja la casa de su padre y se va a tierras lejanas. Son historias que todos conocemos.

En la tradición teosófica, cuando J. Krishnamurti tenía trece años, escribió su primer libro, uno muy corto, A los Pies del Maestro. Contiene enseñanzas muy profundas. Una de ellas dice que “en el mundo hay dos tipos de personas”. No son musulmanes, cristianos, budistas, hindúes, americanos, etc. Hay dos tipos de personas, independientemente de su procedencia: las primeras son las que saben y las segundas las que no saben. Ésa es la verdadera línea divisoria en términos de la humanidad. Naturalmente, los que saben son pocos, los que no saben son muchos, y hay un campo intermedio que está probablemente compuesto por nosotros, los que quieren saber y en cierto modo saben, pero no saben, los que están implicados en la búsqueda.

Lo que Krishnamurti dice que saben los que “saben”, es la verdad de la evolución. No se trata de la evolución darwiniana, el cambio progresivo de las formas a través de la supervivencia de los mejores. Es un planteamiento mucho más profundo de la evolución. Según el pensamiento teosófico, se cree que la evolución no es sólo el proceso físico, sino que es algo que implica tres corrientes. Hay una interrelación, durante un período en un ciclo, de una corriente espiritual, una corriente intelectual o mental, y una física.

Vemos la misma idea expresada en los Yoga Sutras de Patanjali, donde se habla de la unión de Purusha (espíritu) y Prakriti (materia). El propósito de unirse es el de producir la concienciación en Purusha, el componente espiritual, de su propia naturaleza y poder, nublado por su interacción con las dos otras corrientes, y desarrollar esos poderes que son inherentes en Prakriti o la materia. La imagen que se ha utilizado para describir este proceso es la de un hombre cojo (Purusha) que cabalga a hombros de un ciego (Prakriti). El hombre que no puede andar guía al que no puede ver. Es una descripción del proceso evolutivo, que no es solamente una evolución física. Es el escenario en el que nos encontramos. Y este proceso de desarrollo, que es otra forma de describir la evolución, es la futura orientación. En este momento están teniendo lugar estos procesos, pero avanzan hacia algo que está más allá de este punto en el tiempo y, en cualquier momento en el que seamos capaces de verlo, lo experimentaremos.

Hay una historia muy bonita llamada El Himno de la Perla, del Evangelio de Santo Tomás, uno de los Evangelios que no formó parte de la Biblia, pero que es similar al relato del Hijo Pródigo. Describe en bellas imágenes este proceso del desarrollo en el que nos encontramos. En esta historia aparece un joven príncipe que es heredero de un trono,  su padre es el gran gobernante de un reino y su madre es la reina. Sus padres le dicen, un día, que tiene una misión que cumplir. Hacen una fiesta, lo preparan para su viaje y lo mandan partir. La misión que va a emprender es la de traer desde tierras lejanas una perla preciosa que está protegida por una serpiente. Y hay una prueba que tiene que pasar. Durante su viaje llega a la frontera, sale del reino de sus padres y entra en otro reino. En ese punto le quitan las hermosas vestiduras que llevaba y el príncipe sigue su viaje.

En muchas de estas historias, cuando se habla de un príncipe o de alguien de la realeza, se puede pensar que es un cuento de niños y está bien a ese nivel, donde tiene una moraleja. Pero en su aspecto más profundo, es una historia espiritual. Esencialmente, cualquier historia espiritual es la historia de nosotros mismos y de la vida que todavía tenemos que vivir, así como del camino que estamos recorriendo. El príncipe siempre es el personaje de linaje real, pero todavía tiene que desarrollarse en su realeza completa, en su majestad completa, y eso siempre requiere pasar algún tipo de prueba. Se va, pues, a tierras lejanas, y mientras está allí empieza su misión. Para que no le reconozcan como alguien peligroso o extranjero, empieza a vestir como la gente local. Encuentra a alguien de su tierra que le advierte diciéndole: “Hagas lo que hagas, intenta no comer la comida de aquí, porque eso te va a cambiar”. Naturalmente, olvida esa advertencia y come su comida.

El alma emprende su viaje y llega a tierras lejanas, que en este caso es su encarnación en un cuerpo físico, la situación en la que nos encontramos todos. Esta naturaleza divina, esta apertura de la que todos somos conscientes, y que nos atrae continuamente, está luchando por darse a conocer a través de los muy pesados ropajes que llevamos con el cuerpo, la mente y las emociones que lo cubren. Por esto el príncipe come la comida y se olvida de todo, de por qué vino, de la perla y de su familia y se limita a vagar por ahí.

A lo lejos, en su casa, sus reales padres se dan cuenta de que su hijo ha perdido el rumbo, como le pasa a cualquier madre que sabe,  a distancia, que algo le ocurre a su hijo. Y el rey y la reina y toda la gente de aquella morada celestial mandan un mensaje recordándole al príncipe el motivo de su viaje, de la misión que vino a cumplir. En la historia, el mensaje toma la forma de un águila que viene a hablarle y luego se transforma en una carta. El momento de recibir ese mensaje, en el cual está preparado para ver y oír verdaderamente, es un momento importantísimo de la historia, y es también un momento muy importante de nuestra vida, si tenemos la suerte de vivirlo. Entonces despierta y recuerda que es el hijo de un Rey y “mi rango anhelaba su naturaleza”. A partir de ese punto, continúa con orgullo su misión, devuelve la perla al reino de sus padres, y se reúne con su familia.

Es una bonita historia, y su belleza no consiste solamente en estar bien contada, sino que es la historia del viaje que todos hemos emprendido. Historias como éstas, si se escuchan bien, son, de hecho, el águila que nos trae el mensaje que puede despertarnos. A veces estas historias están representadas como grandes personajes. “La palabra viva” es la forma de describir a algunas personas que se cruzan en nuestro camino. En la tradición teosófica, tenemos a personas como Krishnamurti, Annie Besant, el Coronel Olcott, Sri Ram, I.K. Taimni, Radha Burnier, y otros que hemos conocido, en cuya presencia, así como a través de sus palabras, somos capaces de despertar. Son personas que estimulan en nosotros un recuerdo.

Nadie nos añade nada a lo que ya somos. Es uno de los grandes errores de la manera que tenemos de enfocar nuestra vida espiritual creer que, en cierto grado, somos incompletos, que, fundamentalmente, estamos incompletos y lo que necesitamos es alguna idea nueva, algún maestro u organización que nos pueda proporcionar esa pequeña pieza del puzzle de nuestra vida que creemos nos falta y que, cuando la encontremos, todo encajará. Veremos, entenderemos y estaremos bien. Esta creencia es errónea, porque no falta ninguna pieza. Esto es lo que vienen a decirnos estas historias  y ésta es la oportunidad de la que disponemos cada uno de nosotros. Hemos venido aquí para hacer posible este futuro.

Los problemas que vemos a nuestro alrededor en el mundo actual, desde muchas perspectivas parecen insuperables. Por esto vemos que hay quienes esperan que alguna nueva tecnología posibilite la limpieza del aire y la de los mares, eliminando toda la contaminación que se vierte en ellos continuamente, y que cambie el corazón de los hombres para que se den cuenta de que la guerra no sirve para nada, todo eso con una nueva idea, con una nueva tecnología. Mientras funcionemos a este nivel, el cuadro no es de color de rosa, porque cada problema con el que nos enfrentamos, cada tema que nos llama la atención, es creado por nosotros o nace de nosotros y de la unión colectiva de las mentes desviadas que hemos conseguido cultivar de forma impropia.

Esta visión del mundo lo considera como algo que se puede manipular, causando problemas ahora y en el futuro. ¿Qué vamos, pues, a hacer? ¿Cuál es el futuro que quisiéramos para nosotros? Para todo aquél que haya prestado atención al pensamiento científico, o incluso que haya leído un periódico, está claro, desde hace ya veinte o treinta años, que nos estamos acercando a un punto crítico en términos del medio ambiente. Sentía tanta pena por mi hija porque heredará un mundo tan maltratado, con las profundas consecuencias que mi pobre hija tendrá que sobrellevar.

Con los años, la ciencia se ha hecho cada vez más exacta. Empezaron a cambiar los planes para cuando se suponía que esta crisis ocurriría. Entonces yo comencé a preocuparme un poco más, porque todo eso ya no iba a pasar después de mi muerte; de repente, estaba claro que todas estas consecuencias se anticiparían y ocurrirían durante mi vida, si no se hacía nada para impedirlo. Y me aparté de la postura de “mi pobre hija”; hay que comenzar a pensar de forma distinta: nunca es por accidente que nacemos en un lugar y tiempo determinados. Hemos nacido en un momento de gran exigencia por un nuevo planteamiento de la vida, no sólo de la economía, sino de la vida. Estamos aquí con el potencial de poderlo llevar a cabo. Y ¿cómo se hace esto? Si esperamos las suficientes vidas y los suficientes ciclos, esta conciencia superior acabará por desarrollarse dentro de nosotros. Podemos, entonces, limitarnos a esperar diez, quince, cien vidas a partir de ahora, hasta que nos encontremos en ese estado de elevación.

Otro planteamiento se basa en una expresión que oímos a menudo: “Pensad en estas cosas”. Sumerjamos la mente en aquellas cosas que produzcan la realización. La realización que es la consecuencia de pensar en esas cosas de una naturaleza tan profunda y elevada que en un momento dado el pensamiento ya no es capaz de captarlas. Cuando llega ese momento, entonces “no pensar” es la experiencia, y cuando detenemos el proceso de proyectar nuestra mente y pensamientos sobre el mundo y sobre los demás, entonces hay esperanza. Es una posibilidad que tenemos cada uno de nosotros.

Hay una expresión que leemos en La Voz del Silencio: “El auto conocimiento nace de las obras de amor”. La apertura, la concienciación, la profunda realización de este futuro siempre presente dentro de nosotros nace de aquellos actos que surgen de la plenitud de la experiencia del amor. El amor es lo que nos une, lo que nos aúna y va más allá de las fronteras. “El auto conocimiento nace de las obras del amor”. No se requiere ninguna técnica, ningún método, ninguna inversión de capital, sólo requiere empezar donde estamos, con nuestra comprensión de lo que es el amor, e intentar profundizar en él, comprenderlo, magnificarlo y después dejar que influya en nuestra vida. Ésta es la parte más difícil.  

domingo, 18 de octubre de 2015

El Regalo de Prometeo



Mary Anderson

Según la leyenda griega, Prometeo robó el fuego del cielo para entregarlo a la humanidad. Júpiter lo castigó encadenándolo a una roca en el Cáucaso, donde cada día un buitre grifón desgarraba su hígado, el que, sin embargo, crecía nuevamente durante la noche.
El regalo de Prometeo a la humanidad, tomado literalmente, es muy valioso. Con la ayuda del fuego el hombre puede mantenerse tibio en un clima frío, cocinar alimentos y hasta moldear metales en ornamentos, obras de arte, instrumentos para el trabajo, y armas. El fuego fue usado en las  llamadas Eras de Bronce y de Hierro. Así es como el fuego es una herramienta maravillosa, siendo a la vez el gran purificador y transformador y el gran destructor. El regalo de Prometeo fue a la vez útil y peligroso. Nuestra conciencia de la peligrosa naturaleza del fuego está reflejada en dichos tales como: “un niño quemado teme al fuego”, “jugar con fuego”, “convertir a fuego y espada” y “pasar por fuego”.
Somos conscientes del poder del fuego en la naturaleza, en los volcanes y en la formación de rocas extremadamente duras, como el granito y el basalto. Pero, interpretado simbólicamente, el fuego es también un regalo para el hombre tan grande como peligroso, pues el fuego es el símbolo de la mente.
De acuerdo con La Doctrina Secreta, en cierta etapa de su evolución hace aproximadamente unos dieciocho millones de años, el hombre se convirtió en el hombre que conocemos, una criatura poseedora de mente. Antes de ese tiempo, era solamente un hombre en potencia, más parecido a un animal, compuesto de un espíritu divino y un cuerpo material rudimentario, pero estos dos – espíritu y cuerpo – no estaban conectados. Carecía de una conciencia o mente que los conectara. De modo que el hombre flotaba entre el cielo y la tierra, por así decirlo. “No tenía un Principio medio que le sirviera como mediador entre lo superior y loinferior, entre el Hombre Espiritual y el cerebro físico, porque carecía de Manas”.1 Era “como un techo sin paredes o columnas donde apoyarse”,2 o “la brisa donde no hay árboles o ramas que la reciban y acojan”.2
Lo siguiente es una descripción del hombre sin mente:
“Encarnada la Mónada Espiritual de un Newton, injertada en el santo más grande de la Tierra - en el cuerpo físico más perfecto que podamos concebir-“… si carece de sus principios medio y quinto, habremos creado un idiota, a lo sumo una presencia hermosa, sin alma, vacía e inconsciente…”3
¿Qué está faltando? Ese “Fuego Viviente”, o Manas, que le da a la mente humana su percepción de sí misma y su autoconciencia.”4
¿Quién representó el papel de Prometeo? ¿Quién despertó en el hombre el fuego de la mente? “Esa clase de Devas que han sido simbolizados en Grecia bajo el nombre de Prometeo…”5  grandes seres conocidos como Pitris Solares o Padres Solares, que han evolucionado fuera y más allá del reino humano, así como el hombre ha evolucionado fuera y más allá de los reinos animal, vegetal y mineral. Ellos fueron los “Devas del Fuego…los “Ángeles Vírgenes” (a los que pertenecen los Arcángeles Miguel y Gabriel), los “Rebeldes” divinos”.6 Ellos fueron “los aceleradores del Diseño humano…la Chispa que vivifica al animal humano…”7
Del mismo modo, Prometeo robó el fuego divino para “permitirle al hombre avanzar conscientemente en el sendero de la evolución espiritual, transformando así al más perfecto de los animales de la tierra en un dios potencial, otorgándole la libertad de “tomar el reino de los cielos por la fuerza”. De ahí también la maldición de Zeus a Prometeo”.8
Los Pitris Solares y Prometeo tuvieron que sufrir por esta acción, como lo hizo Lucifer -el Portador de la Luz- quien cumplió una función similar. Su acción fue mal interpretada:
“Este sacrificio voluntario de los Ángeles del Fuego cuya naturaleza era el Conocimiento y el Amor, fue interpretado por las teologías exotéricas como “los ángeles rebeldes arrojados del Cielo a la oscuridad del Infierno” – nuestra Tierra. 9
Ellos se han convertido en las Inteligencias libres e independientes, mostradas en toda Teogonía en lucha por esa independencia y libertad, y por lo tanto – en el sentido ordinario – “rebeldes a la ley pasiva divina”.10
Así como en Prometeo su acción fue un sacrificio por el cual sufrieron:
“ofrendarse a sí mismos como víctimas voluntarias para…dotar (a la humanidad) con afectos y aspiraciones humanas. Para hacer esto, ellos tuvieron que abandonar estado natural y, descendiendo a nuestro Globo, tomar morada en él… cambiando así… la bienaventuranza de la existencia sideral por la maldición de la vida terrenal”.11

Así como el fuego puede arder solamente si hay combustible, del mismo modo manas o mente puede desarrollarse en el hombre sólo sobre la base de kâma o la naturaleza de deseos: “Para completar al Hombre Septenario, agregar sus tres Principios inferiores e integrarlos con la Mónada Espiritual…, son necesarios dos principios conectores: Manas y Kâma”.12  La mente es útil y peligrosa como el fuego, especialmente cuando se combina con el combustible -en el caso de la mente, con el combustible del deseo egoísta.
Los animales tienen emociones, ansias, deseos. Pero ¿tienen sensualidad y lujuria? ¿Son capaces de sadismo? Los deseos del hombre están intensificados por la mente. Mefistófeles (el Diablo), dirigiéndose a Dios en el Fausto de Goethe, dice:
“El pequeño dios del mundo ( el hombre ) es, como siempre lo ha sido, tan extraño como el primer día. Él viviría una vida algo mejor si no le hubieras dado el reflejo de la luz celestial, él la llama razón y la utiliza solamente para ser más bestial que cualquier bestia”.13
Los animales viven en el presente. Aprenden del pasado, pero no viven en el pasado. Pueden anticipar el futuro pero no viven en el futuro. El hombre no sólo aprende del pasado y anticipa el futuro, sino que vive en el pasado y en el futuro, es decir: él constantemente da vueltas sobre el pasado y el futuro – sus memorias y expectativas – y por lo tanto a menudo no es realista, es prejuicioso, vengativo e insatisfecho y usa su imaginación para elaborar falsas ideas y refinados métodos de crueldad.
La mente, como el fuego, tiene dos aspectos – creativo y destructivo-,  conocidos como buddhi –manas y  kâma- manas. De hecho hay una sola mente, pero ella puede ser pura o impura, es decir, puede identificarse e ir hacia la naturaleza espiritual o hacia la naturaleza mundana.  Como el Espíritu es uno, habiendo solo Un Espíritu, Una Vida – no mi espíritu y tu espíritu – la naturaleza espiritual es una en todos y por lo tanto inegoísta. Por otra parte, como el mundo exterior está compuesto de cosas separadas y nuestra naturaleza terrenal se ve también a sí misma como separada de los demás es, por lo tanto, egoísta.
La mente es un campo de batalla  ( como está ejemplificado en el Bhagavad Gitâ ) entre lo celestial, o sea la naturaleza inegoísta, basada en  la conciencia de la unidad, y lo terrenal, o sea la naturaleza egoísta, basada en el sentimiento de separatividad.
Otro símbolo de la naturaleza doble de la mente – la imagen de dos aves posadas sobre un árbol – se encuentra en el Rig-Veda ( I.64.20, El Enigma del Sacrificio)y en el Mundaka Upanishad (III.1, 1) y el Vetâsvatara Upanishad (IV.6):
“Dos  aves, compañeras siempre unidas,  están posadas sobre el mismo árbol. De las dos, una come el dulce y el amargo fruto y la otra la observa sin comer”. 14
¿Por qué estamos inquietos como la pequeña ave constantemente picoteando y comiendo? A causa de nuestros deseos. Ansiamos la dulce fruta y la obtenemos, pero también obtenemos la amarga. Obtenemos lo que deseamos, pero esto se convierte en cenizas en nuestra boca, y también obtenemos lo que no deseamos.
Nuestra situación es como la de Prometeo. El buitre arranca su hígado. El hígado era, para algunas tradiciones, el asiento de las emociones, y es allí donde somos torturados: en el asiento de nuestros deseos. Y esos deseos crecen, son recurrentes una y otra vez  de la noche a la mañana.  Nosotros estamos siempre sujetos a los mismos deseos.
Prometeo en su sufrimiento es un símbolo y una personificación del hombre:
“La lucha de Prometeo con el tirano déspota del Olimpo, el sensual Zeus, representada diariamente dentro de … la humanidad; las bajas pasiones encadenan las aspiraciones superiores a la roca de la materia, para generar en muchos casos al buitre del pesar, el dolor y el arrepentimiento…”15
El hombre es consciente, y por lo tanto responsable. Él puede distinguir entre el bien y el mal, pero es un esclavo de sus pasiones. Así él siente el buitre del deseo, la duda y la culpa lacerando su hígado o su corazón. El intelecto paraliza las percepciones espirituales y vive a expensas de la sabiduría.
¿Cuál es la solución? Podemos encontrarla en el siguiente versículo de los Upanishads:
“Sobre el mismo árbol, una persona sumida (en las tristezas del mundo) es engañada y se lamenta debido a su impotencia. Cuando ve al otro [¿pájaro?], el Señor quien es venerado y su grandeza, se libera del sufrimiento”.14
Prometeo está atado pero se desatará, porque él no es sólo un hombre que lucha, el ave que picotea y come, sino también el ave que observa. Prometeo es Âtma:
“Prometeo representa  la…parte divina del alma humana – esa chispa de fuego traída…del Cielo… individualizada en el Hombre, el cual, lentamente pero con seguridad…por medio de conflictos agónicos con la titánica naturaleza terrenal inferior, se eleva desde el mundo material inferior al ideal invisible (mundo]. La naturaleza inferior está representada por el tiránico y arbitrario Zeus…la ley del mundo fenoménico percibido por los sentidos”.16
Prometeo es la forma griega del Âtman del Vedânta, el verdadero ego liberado de las encarnaciones en las máscaras de la personalidad y de la rueda de tormentos de la Necesidad y el Destino, y admitido para su descanso en su hogar en el  Espíritu Cósmico inmanente…Prometeo es… “el Rey de Reyes”, el Dios “sentado en el cielo de su corazón”.16
Así, en lugar de identificarse con el ave que picotea y se alimenta incansablemente, él se siente uno con el ave que observa en calma.
 Pero debemos cuidarnos del deseo de identificarnos con el otro pájaro que observa en calma. No es suficiente decir “Yo soy el yo espiritual”, porque es el yo mundano el que lo dice ¡y se hincha de orgullo! Podemos identificarnos con el yo espiritual únicamente cuando el yo personal ha perdido su poder.
“Esta alma prometeana del hombre descendida de los cielos, solamente podrá liberarse de las cadenas de la tierra y del Buitre del Tiempo por medio de la destrucción ( o transformación ) de Zeus…el mundo fenoménico, y por su elevación  a un poder superior, el del ideal, lo único real”.16
Esto no es sólo una cuestión de esfuerzo, sino también de evolución. En otras palabras, el tiempo debe estar maduro:
“El hombre volverá a ser el Titán libre de antaño, pero no antes de que la evolución cíclica haya restablecido la rota armonía entre las dos naturalezas – la terrenal y la divina, después de lo cual se vuelve…invulnerable en su personalidad e inmortal en su individualidad, lo cual no puede ocurrir antes de que todo elemento animal haya sido eliminado de su naturaleza”.17
¿Cómo  ocurrirá esto? Empleando el fuego de la mente. Como el fuego, la mente es una herramienta para purificar, para transformar, y para crear, pero también lo es para destruir. La mente puede ser destructiva. Posee la facultad de crítica, la capacidad de dudar. Lo importante es ser capaz de discernir entre qué criticar y qué no criticar, en qué dudar y en qué no dudar. La mente, como un hacha, puede ser usada para destruir hermosos árboles, pero también para eliminar malezas dañinas y malas hierbas sofocantes. Saber cuáles son los árboles saludables y cuáles son las malezas dañinas – esto es  discernimiento.
Además la Mente, como un fuego destructivo, debe ser empleada sobre nosotros mismos, voluntaria y espontáneamente, en base a la comprensión y al discernimiento. La maleza que ha de ser cortada por el hacha o eliminada por el fuego son nuestros propios deseos egoístas. Esto es al mismo tiempo purificación. Entonces la creación se vuelve posible.
Debemos pensar dos veces antes de volver el fuego destructor hacia otros:
“…tu Alma tiene que convertirse en el maduro fruto del mango: tan blando y dulce como su brillante pulpa dorada, para las penas de los demás, tan dura como el carozo de esa fruta, para tus propias penas y congojas…”18
La mente crítica, abandonada a sí misma, fortalecida por los deseos personales, es pesimista y destructiva para los demás y para uno mismo. Muy a menudo criticamos los defectos de los demás y luego los mismos defectos son criticados en nosotros o los advertimos en nosotros mismos, como si nos pusieran ante un espejo. Entonces somos afortunados, pues podremos vernos y exponernos pero solamente si la mente está purificada de egoísmo. La mente a menudo niega, excusa o justifica nuestras faltas, como resultado del egoísmo en la forma del deseo  de tener una buena imagen de nosotros mismos, de imaginarnos mejores que otros porque estamos convencidos de que estamos separados de ellos, de que podemos prosperar mientras los demás tienen privaciones. Prometeo es la imagen perfecta de nuestras aflicciones, pero también de nuestra liberación.
Resumiendo: la leyenda de Prometeo tiene muchos aspectos. Él tiene muchos roles, visto desde diferentes ángulos – siempre en conexión con la humanidad – tal como lo hemos considerado ahora. Él es el símbolo de aquéllos que se han sacrificado para otorgar la mente al hombre, hacer de él un ser consciente, poseedor de libre albedrío. Pero la conciencia y el libre albedrío combinados con los deseos y todas las debilidades y egoísmos demasiado “humanos”, llevan a conflictos internos, desarmonía y sufrimiento. Y el propio Prometeo atraviesa ese sufrimiento. De modo que él también simboliza y se identifica con el hombre -el hombre en sus luchas y el hombre en el sendero espiritual-.          
Las palabras dirigidas por Hermes a Prometeo encadenado sobre las áridas rocas del Cáucaso – o sea, atado por ignorancia a su cuerpo físico y por lo tanto devorado por el buitre de la pasión – se aplican a todo neófito, a todo Chrestos  en probación:
“Buscarás tales trabajos interminablemente hasta que un dios aparezca como un sustituto de tus dolores y esté dispuesto a ir tanto al sombrío Hades como a las tenebrosas profundidades que rodean al Tártaro ”  (Esquilo, Prometeo Encadenado)…
Es decir,
“Hasta que Prometeo (o el hombre) pueda encontrar al “Dios” o Hierofante que esté dispuesto a descender a las criptas de la iniciación y camine con él por el Tártaro, el buitre de la pasión nunca dejará de corroer su vitalidad”. 19
Sólo cuando el discípulo esté listo el Maestro aparece. Prepararnos, depende de nosotros. Prometeo también simboliza al Bodhisattva que, por solidaridad con todas las criaturas, se rehúsa a entrar en el Nirvana hasta que la última hoja de hierba esté también preparada para entrar allí. Prometeo por lo tanto representa a
“ la sublevación del Alma iluminada contra todas las formas falsas de religión – popular – sacerdotal – establecida – jerárquica, esas religiones que buscan la salvación personal, fundamentadas en el egoísmo en lugar del bien universal y la salvación de todos los seres sensibles”. 20
Finalmente, Prometeo es el Âtma, la Chispa Divina de la llama única – “el Rey de Reyes”, el Dios “sentado en el cielo del corazón”.16
Así Prometeo acompaña al hombre a través de su evolución como pensador y por cierto más allá del pensamiento: el don del fuego, esto es, el despertar de la mente, de la conciencia y el libre albedrío, el  sufrimiento resultante, la lucha por liberarse, la solidaridad del Bodhisattva con todas las criaturas, el inevitable triunfo de la Chispa Divina que entra en la llama o se convierte en la llama.
El fuego, o la mente, la característica del hombre, es el destructor: “La mente es el gran matador de lo Real; que el discípulo dé muerte al matador”21, pero el fuego es también el destructor de los obstáculos.
Como destructor de obstáculos - o de impurezas – el fuego es también el gran purificador y renovador. Juan el Bautista dice: “Yo os bautizo con agua como penitencia, pero detrás de mí viene uno que es más grande que yo, cuyo calzado soy indigno de usar: él os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego”.22
El fuego es transformador. El fuego de buddhi- manas (o de la Sabiduría) mata o transforma al fuego inferior de kâma -manas. Como una vela en el sol, su luz menor es devorada por la luz mayor. Algo enteramente nuevo emerge. Algo enteramente nuevo es creado.
Pero primero ha de venir el bautismo por agua, o sea la purificación llevada a cabo por nuestros propios esfuerzos. Luego seguirá el bautismo por el fuego, es decir, la transformación, mutación, regeneración. ¿A qué puede ser comparado? Tal vez al Fénix, surgiendo de las cenizas de su yo primitivo.
El fuego es así el símbolo de la renovación. Éste es también el regalo de Prometeo: la constante renovación. Toda la vida es continua renovación: la consumición de todas nuestras mezquindades, nuestros prejuicios, nuestro odio, nuestro  egocentrismo. Así, como el Fénix, podemos levantarnos de las cenizas de lo que fue y ya no es para ser no sabemos qué. Tal como estamos actualmente, no podemos saberlo.

Referencias
1.       La Doctrina Secreta Abreviada (ASD) (Abridgement of The Secret Doctrine), p. 166
2.       ASD, p.162.
3.       ASD, p 206.
4.       ASD, p.172.
5.       ASD, p.170.
6.       ASD,p. 207
7.       ASD, p. 172.
8.       La Doctrina Secreta (SD) , vol. II, p.244.
9.       ASD, p.207.
10.    ASD, p. 165 - 6.
11.    ASD, p. 207.
12.    12. ASD, p.165.
13.    Fausto (Goethe): “Prólogo en el Cielo”.
14.    Los Principales Upanishads (Traducidos por S.Radhakrishnam), pp.686, 733.
15.    SD, II, p.422.
16.    Collected Writings (CW) vol.IX, p.266.
17.    SD, II, p.422.
18.    La Voz del Silencio, (VOS), v.261.
19.    CW, vol. XI, p. 90.
20.    CW, vol. IX, p. 266.
21.    VDS, vs.4, 5.
22.    Mateo, 3:11