jueves, 10 de septiembre de 2015

¿Qué es lo real?



Radha Burnier

 Hay una joven mujer que vive cerca y que le cuenta cada noche a su hijo, un niño de unos seis años, una historia del Panchatantra, una antigua colección de cuentos de animales que, según dicen, fue el precursor de las Fábulas de Esopo. El niño no acepta nunca la parte del cuento en la que un animal haya muerto. Ningún animal, en su opinión, debería morir; por esto corrige la narración y dice “No, madre, no se murió, corrió hacia el bosque”. Cada vez que un animal se encuentra en peligro en la historia, especialmente si es un animal joven, él repite “Se escapó, no se murió”.

 Otros niños dan respuestas que nos llegan al corazón, si no las descartamos por infantiles. Hemos leído en un artículo del periódico sobre un niño de tres años cuya madre, conduciendo junto a un acantilado con mal tiempo, se salió de la carretera y su coche con los ocupantes, cayó al mar en una caída de noventa pies. Ella se ahogó y el niño quedó sujeto a su asiento en aguas heladas. Permaneció allí durante doce horas sin nada más a su alrededor que los trozos de hielo. Dos ángeles con alas y vestidos de blanco le cuidaban, contó él después, y por eso no tuvo miedo ni se sintió abandonado. Repitió la misma historia a todas las personas que hablaron con él.

 Muchos niños lloran si ven llorar a su madre, o a cualquier otra persona. Tal vez la conciencia inocente en ese cuerpo joven, que no ha tenido todavía experiencias en la vida material, siente, de forma instintiva, que la infelicidad no es lo adecuado. La respuesta de un niño es algo natural, y por eso siente que algo no está bien cuando hay alguien que no es feliz. La mayoría de los niños se sienten atraídos por otros seres inocentes, otros niños y animales, especialmente los pequeños.

 Normalmente, este estado de inocencia se pierde cuando el niño crece y se hace adulto, y el estilo de vida moderno no ayuda al niño a preservarlo. Se hace mucho daño al alentar a los niños a tomar conciencia de las distinciones de sexo y a iniciar su vida sexual a una temprana edad; con la violencia que ven repetidamente en la televisión se va destruyendo el sentido instintivo que tienen de la unidad. El niño, como sabemos, necesita protección y cuidados durante un período de tiempo mucho mayor que los animales o los pájaros. Tal vez éste sea el plan de la Naturaleza para desarrollar la sensibilidad en los humanos. El animal joven abandonado a su suerte se ve forzado a luchar para sobrevivir, y ello implica aprender a desconfiar, a temer, a ser agresivo y cosas similares, que contribuyen a introducir en su vida malas artes y una conducta competitiva. Cuando hay inseguridad y miedo se desarrolla la agresión, y el miedo obliga a la mente a inventar medios para auto-defenderse, para vencer a los demás. Así se va asentando la dureza y la conciencia pierde su delicadeza innata de respuesta.

 En la mayoría de nosotros existen actitudes duras y si somos honestos descubriremos cómo y en qué momento ocurren, cómo se pierde la inocencia de la infancia y la cualidad de sentirse al unísono con otras criaturas vivas. Todos tenemos la posibilidad de experimentar los aspectos más sutiles de la vida, incluso de ser conscientes de las presencias angélicas y del valor de todas las formas de vida. Esta sensibilidad es una forma de distinguir instintivamente entre el bien y el mal. Llorar cuando vemos alguna desgracia, algo que tal vez los psicólogos desprecian por ser infantil, o sentir que los animales no son mercadería de cuya vida se puede disponer, todo esto son respuestas de una pureza e inocencia interna y no un simple infantilismo.

 “¿Es real el mundo?” es una pregunta que se repite entre los estudiantes y pensadores serios. Cuando se plantea esta pregunta, ¿estamos acaso preguntando si las montañas, los ríos, las estrellas, los árboles y los pájaros, es decir, el mundo de la Naturaleza, es real? Probablemente sea real, porque es parte de la Vida una, de la Realidad una, fuera de la cual nada existe. Por otra parte, como ese mundo natural es tan sólo una parte de la realidad total, puede considerarse como relativamente, pero no absolutamente, real. En los textos hindúes, se sugiere que los ríos y las montañas y toda la Naturaleza representan el grado de esplendor divino que el Supremo decide revelar, porque nuestros ojos son incapaces de ver más. Sólo un fragmento de la Realidad se manifiesta, como los universos, pero lo inmanifestado sigue siendo la mayor parte de ella. Así el mundo de la Naturaleza no es irreal, porque forma parte de esa existencia Suprema, pero tampoco es real porque es solamente una parte, no el todo. Es un medio, por así decirlo, a través del cual puede vislumbrarse algo mucho más grande o más vasto. Pero ¿qué tipo de mente y corazón puede ver el esplendor que hay más allá de las formas externas? Desde luego, no una conciencia privada de inocencia. El niño que no quiere oír hablar de la muerte de los animales está probablemente mucho más cerca de la verdad de la vida que el adulto que lo percibe todo en relación con su supervivencia, con su comodidad y ventajas personales.

 Los seres humanos, por supuesto, forman parte del mundo de la Naturaleza, son su creación; pero actualmente nos hemos convertido en extraños para ella. Al perder la inocencia, nos hemos exiliado del Paraíso y hemos optado por vivir en un mundo falso, de máquinas, guerras, ambición, posesiones y otras atracciones. Este mundo de maldad, que es el producto del pensamiento humano, es irreal porque se basa en percepciones distorsionadas y en falsos valores. ¿Dónde está mâyâ? No está en los árboles, en los animales o en la tierra, sino en el ojo del observador que todo lo ve en forma de objetos para explotar y poseer. Quienes vieron el río Ganges o la montaña de Kailâsa como presencias divinas, veían con sus ojos externos la misma agua y el mismo montón de tierra que nosotros, que reducimos el río y la montaña solamente a una materia inerte.

Por esto, no podemos sobrestimar la importancia de una percepción clara, que significa terminar con el endurecimiento de la mente. Si ya lo hemos hecho, al menos ahora hemos de prestar atención a la calidad de nuestras respuestas, y al desarrollo de la sensibilidad, que no es lo mismo que el sentimentalismo. Las personas que expresan efusividad por las cosas, se consideran tal vez más sensibles que los demás, pero los grandes videntes no eran dados al emocionalismo, veían la Realidad.