martes, 4 de agosto de 2015

Qué produce apego


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R. C. TAMPI

 El Prof. R. C. Tampi es Conferencista Nacional de la ST en India. Conferencia dada el 27 de Diciembre de 2008 en la Convención Internacional de Adyar.

 ¿Quién eres tú?

   Se proclama al hombre como el pináculo de la creación. Los antiguos instructores de la India consideraban al hombre como los “niños de pecho de la inmortalidad” y como encarnación de ānanda o bienaventuranza. Paradójicamente a la vida humana se la considera generalmente como un mar de conflictos (bhava sāgara). La felicidad en la vida ha venido a ser sólo un corto interludio en el largo drama del dolor. La razón de esta situación difícil está en que el hombre es en realidad un anfibio. La palabra griega amphibios significa vivir una doble vida. Por un lado el hombre es un espíritu encarnado que tiene el potencial de explorar todo “el mundo fuera del tiempo y del espacio de la Mente universal”, por otro lado también es un ser egocéntrico e inseguro. Por lo tanto el hombre puede elegir entre una expansión centrifuga hacia la conciencia divina trascendental o una expansión centrípeta, convergiendo hacia un centro artificial producido por sus pensamientos y experiencias egocéntricas. No es de extrañar que Kahlil Gibran confesara: “Sólo una vez me quedé sin palabras. Fue cuando un hombre me preguntó: ‘Quién eres tú’.”



El Paraíso Perdido

   De acuerdo a la historia relatada en el Génesis, en algún momento el hombre disfrutó la inmortalidad y la felicidad absoluta en el Jardín del Edén. Cuando comió del fruto prohibido del conocimiento fue castigado por Dios. Como consecuencia, el primer hombre y la primera mujer se hicieron por primera vez concientes de su yo separado y fueron expulsados de la bienaventuranza de la unidad a una vida de dualidad y sufrimiento que termina en una grisácea muerte. Entonces, con el comienzo de la auto-conciencia, es decir  del egocentrismo, se inician las luchas y los sufrimientos del hombre. Su caída del paraíso simboliza su descenso a la aflicción y a la muerte a través del sentido de separación y de centrarse en sí mismo.

   El hombre sin embargo es realmente un rayo del Espíritu Universal de la misma manera en que un rayo emana del sol. La vida humana divide y dispersa esa unidad.



El uno permanece, los muchos cambian y pasan,

La luz celestial brilla por siempre, la sombra de la tierra pasa rápidamente,

La vida es como una cúpula vidriada de múltiples colores

Que colorea la blanca refulgencia de la eternidad.



(Shelley, Adonais)



   El hombre real permanece siempre puro, siempre despierto y siempre libre, es el Yo supremo.



Avidyā (Ilusión)

   Lo que el hombre considera que es su propio ser, o llama “mí mismo” es una ilusión crasa. La “yoidad” que ha creado la dualidad sólo es el producto de la mente. Esta ilusión es el resultado de la ignorancia o avidyā. La sensación del hombre de ser un “yo” separado lo transforma constantemente y produce una fuerte pero falsa identidad. Se ha vuelto tan arraigado a su estrecho y egoísta yo que es incapaz de imaginar la existencia de un Ser real diferente de él. Se dice que un irlandés le preguntó a su párroco inocentemente: “Cuando muera mi cuerpo estará en la tumba y mi alma en el cielo, pero ¿dónde estaré ‘yo’?”.

   Respecto al yo personal o personalidad, Walt Whitman dice:



Esa sombra, mi imagen

que va de un lado para otro buscando

el sustento, parloteando, regateando:

¿Cuántas veces me hallo a mi mismo

observándola, por dónde va y viene?

¿Cuántas veces me pregunto y dudo si ella

es yo mismo realmente?



   El yo mancha y vela a la conciencia pura y se reduce a sí mismo a un estado de mundanalidad y materialidad. Por eso un gran instructor insistió: “Todos nosotros tenemos que deshacernos de nuestro propio ego, el yo aparente e ilusorio, y reconocer nuestro verdadero Ser en una trascendental vida divina.” (Carta del Mahachohan, ML, edición cronol., 1998, p.478).

   Cuando existe la realización de un Yo uno no dual más allá de la existencia fenomenal, no puede haber al mismo tiempo una conciencia de separación. Nadie puede pensar el frío en el fuego o en la inmortalidad y la libertad de la ancianidad respecto al cuerpo perecedero  (Śankara, Upadeśa Sahasri).

   Las angustias interminables y la miseria causada por el sentido de separación hacen de la vida un mar de desagradables problemas en el cual el hombre se debate.



La vida que ustedes valoran es una interminable agonía:

Sólo moran sus penas…

(Edwin Arnold, La Luz de Asia, VIII)



   Avidyā (ilusión) es la causa subyacente de todo esto. El hombre cegado por la ilusión considera lo no eterno como lo eterno, lo impuro como lo puro, lo malo como bueno, el no Ātma (el yo separado) como Ātman (el Yo Universal). Avidyā conduce a asmitā o “yo-idad” o auto-centrismo o egoísmo, de la cual nace la atracción y la repulsión. Abhiniveśa o el deseo de vida sigue. La causa raíz de todas las aflicciones es abhiniveśa, es decir, el apego a la vida, el deseo de continuidad o el insaciable anhelo de llegar a ser. El Buddha se refiere a ello como tanhā o trshna o deseo. La chispa de la pasión llamea como trshna o “codicia y ansias por las cosas”, cuando “los sentidos y los objetos de los sentidos se confunden”.

   El apego o la afición por las experiencias sensoriales provienen de la ilusión de un yo separado. El apego desaparece cuando uno niega la existencia de un ser personal separado o un “yo”.



El Yo Divino y el yo personal

   Ānanda o bienaventuranza es la condición del Yo real. Este Yo supremo lo incluye todo, es impersonal, generoso y divino. El hombre al ignorar la verdad que él mismo es un Ser Divino y Universal se identifica con el yo personal separado y limitado. Las batallas más serias de la vida no se desarrollan en algún lugar geográfico en cierto momento histórico. El campo de batalla es el mismo limitado yo.

   Un gran instructor dijo respecto de la naturaleza no permanente e ilusoria del yo: “¿Qué es el yo? Sólo un huésped de paso cuyos intereses son como un espejismo del inmenso desierto” (Las Cartas de los Mahatmas a A. P. Sinnet). Si sondeamos dentro de nosotros mismos descubriremos que nuestro yo inferior es mayormente una amalgama de egoísmo y  tendencias comunes de la mente. Hasta los científicos modernos hablan de esto. Julian Huxley, H. G. Wells y G. P. Wells concluyen su libro, The Science of Life (La Ciencia de la Vida) de esta manera: “Los místicos occidentales y los sabios orientales encuentran el firme resultado de la aprobación en la ciencia moderna y en la enseñanza diaria de la moralidad práctica: ambas enseñan que el yo es un método y no un fin.”



Apego

   El apego es un accesorio del yo ilusorio. El equivalente sánscrito de “apego” es mamathva que significa “mi propiedad”, mama significa mío. Por lo tanto muestra que el apego nace del “yo”. Puede causar estragos en nuestra vida, porque provoca una serie de consecuencias perjudiciales. Śri Krshna se lo explica a Arjuna (Bhagavadgitā, II.62,63): El pensar en los objetos de los sentidos produce apego o afición a ellos, y del deseo o anhelo surge la ira. De la ira proviene el error y el desconcierto. Del error surge la memoria confusa. De la memoria confusa resulta la pérdida del poder de discernimiento o buddhi. Con la pérdida de  la facultad discernidora la persona perece. Esta secuencia de eventos que comienza con el apego culmina en la auto-destrucción. Esto es como una serie de explosiones destructivas en aumento, que solamente dan por resultado la aniquilación de las virtudes humanas. Esto sin embargo es de lo más común en la vida. El apego y la aversión (las dos caras de la moneda) de los sentidos por los respectivos objetos de los sentidos son inherentes en la conducta humana. Por lo tanto, que nadie caiga bajo su dominio. Son salteadores de caminos (Bhagavadgitā,  III.34).

   Del apego proviene la pena, el deseo, el afán, la violencia y el miedo. El Dharmapada declara que la liberación del apego es lo más noble entre los dharma-s (enseñanzas religiosas). Y agrega: “Las malas hierbas de los campos son su perdición, los apegos de esta  humanidad son su ruina” (XXIV.23).

   Uno puede estar apegado a cosas diferentes. Puede haber apego a personas, objetos, ideas, creencias, opiniones, posiciones, posesiones, etc. El apego siempre implica una dependencia inevitable. Significa: “No puedo prescindir de ello. ...” Deseos, anhelos, temor a la pérdida, ansiedad por poseer, inflexible auto-interés, envidia, etc. son algunas de sus manifestaciones.

   Hay otro importante aspecto del apego. Como el apego siempre está conectado al yo personal, genera karma. Mahavira enseñó: “Los apegos y aversiones son la causa raíz de karma y este tiene su origen en la ilusión. . . Aún el enemigo más poderoso y silencioso no causa tanto daño como sí lo hacen el apego y la aversión descontrolada. Es debido al apego que una persona comete robos, se complace en el sexo y ansía acumular en forma ilimitada. La ausencia de apego, etc. es ahimsā, mientras que su presencia es himsā.”

   La liberación del apego a las posesiones mentales es lo más difícil de lograr. El apego al conocimiento, especialmente el de tipo conceptual es esclavizante. En la práctica del Zen uno constantemente renuncia al deseo natural de conocimiento conceptual. San Juan de la Cruz también recomienda desapego de los pensamientos, ideas y sentimientos hacia Dios. El conocimiento no conceptual es toda una nueva manera de conocer.

   El apego, ya sea fuerte o no, es el impedimento más serio en el progreso espiritual. San Juan de la Cruz señala:



Ya sea una fuerte cuerda de alambre o un hilo delgado y delicado el que sujeta al pájaro no tiene importancia si realmente lo mantiene sujeto, porque hasta que la cuerda no se rompa el pájaro no puede volar. De esta manera, el alma está sujeta por las cadenas del afecto humano, por más ligeras que puedan ser no se puede liberar mientras éstas permanezcan.



   El hombre desfavorecido por el apego trabaja en vano por el progreso espiritual. La historia del barquero que remó toda la noche es una ilustración de esta verdad. Por la mañana el barquero se encontró con que el bote estaba justo en el mismo lugar que cuando comenzó a remar la noche anterior. Entonces se dio cuenta que la soga que tenía sujeto el bote al palo no había sido cortada. Mientras uno permanezca apegado no hará ningún progreso espiritual.

   Kabir dice: “El buscador devoto es el que mezcla en su corazón la corriente doble del amor y del apego, como se juntan las corrientes del Ganges y del Jumna.” Hasta que no pongamos  fin a los apegos particulares, no puede haber ningún amor a Dios con todo nuestro corazón, mente y fuerzas, y ninguna caridad universal hacia todas las criaturas de Dios.



Deseo

   Así como el apego nace de la ilusión de un yo personal separado, el deseo surge del apego. Ambos están inextricablemente interconectados. Toda experiencia deja en la mente la memoria del pasado y la anticipación del futuro. Estas no tienen existencia salvo en la mente y por lo tanto son irreales. Sin embargo las anhelamos, con la frustración inevitable. Shelley pinta el siguiente cuadro respecto al hombre:



. . . Miramos hacia atrás, y hacia adelante,

Y suspiramos por lo que no está.

(Ode to a Skylark) (Oda a una Alondra)



   El deseo es un impulso insistente por tener una cosa o una experiencia. Goethe lo describe así:



. . . Del deseo caigo a la posesión,

Y poseyendo languidezco por el deseo.

(Fausto)



   A menudo se compara la condición del hombre a la de una rana atrapada en las fauces de una serpiente. La serpiente ya ha tragado el cuerpo de la rana, sólo la cabeza queda fuera de la boca. Aún en esa condición la rana se esfuerza por capturar una mosca. Así, olvidando la muerte inminente, el hombre pugna por poseer.

   Todas las impresiones residuales de la mente se relacionan con cosas pasajeras, y el anhelo resultante de ellas evidentemente termina en una desilusión inevitable. La comprensión de esta verdad puede liberarnos del sufrimiento. Así como un árbol que cuando lo cortan crece nuevamente si no le arrancan la raíz, el sufrimiento retorna una y otra vez cuando el residuo de las ansias no se extirpa (Dharmapada, XXIV.5). Al ir detrás de objetos del deseo siempre actuamos como el sediento ciervo que persigue el espejismo en el desierto confundiéndolo con agua. Así, A los Pies del Maestro nos advierte: “Recuerda que todo deseo egoísta encadena, no importa qué tan elevado pueda ser el objeto, hasta que no te hayas librado de él no estarás completamente libre para dedicarte al trabajo del Maestro”.  “Haber conquistado el deseo es haber aprendido a usar y controlar el yo” (Luz en el Sendero).

   No hay sufrimiento en la vida que no sea causado por el deseo:



¿Qué sufrimiento nace de sí mismo y no del Deseo?

Las sensaciones y las cosas percibidas se mezclan y

encienden la rápida chispa de fuego de la pasión,

Así se enciende Trishna, deseo y sed de poseer cosas.

(Luz de Asia, VIII)



   De esta manera el Buddha muestra cómo el contacto de los sentidos con los objetos de percepción enciende la chispa de la pasión e inflama la codicia y la sed por las cosas. Krishnaji también señaló la secuencia de la sensación, el pensamiento y las imágenes que conducen al deseo.

   Dependiendo de la vehemencia de la pasión encendida por el deseo, éste asume diferentes grados de formas devastadoras como deseo, ambición, apetito, avaricia, codicia, lujuria, anhelo, pasión, fantasías, ansias y obsesión.

   La tendencia a poseer todo lo que se pone en nuestro camino es la fuente de nuestra miseria. Aunque nada es permanente, desesperadamente nos asimos a todo. Nos esforzamos en aferrarnos a los placeres sensuales sin darnos cuenta de su evanescencia.



Estos placeres de los sentidos terrenales y aún celestiales,

no pesan ni siquiera una decimosexta parte

de la profunda felicidad de extinguir el Deseo,

(Yoga-Bhāshya, 11.42)



    De ahí que Epicuro aconsejó: “Si quieres hacer a un hombre feliz, no le sumes a sus riquezas, réstale de sus deseos”. El deseo nunca se apaga por satisfacerlo. De este modo sólo se inflama como el fuego al cual se le vierte manteca para apagarlo. (Bhāgavata, IX.19)



Desapego

   El único antídoto contra el apego es el desapego. El desapego consiste en estar en el mundo, pero sin ser del mundo. El loto es una ilustración excelente. Siempre esta en el agua, pero ésta nunca se le adhiere. Para ser libres de la esclavitud de cualquier objeto que brinda placer debemos soltarlo como si fuera un peso muerto. El Buddha le dijo a un discípulo que se le acercó con ofrendas en ambas manos: “Suéltalas”. El discípulo soltó las ofrendas de una mano. El Buda repitió “Suéltalas”. El discípulo soltó las ofrendas de la otra mano también. El Buda insistió: “Suéltalas”. El discípulo se dio cuenta del significado del mensaje y las dejó ir de su mente también. Él obtuvo la liberación.

   Cuando alguien cree que tiene una piedra preciosa la protege celosamente y se aferra a ella. Cuando se da cuenta que es un pedazo de piedra sin valor, espontáneamente la arroja. Todo es cuestión de discernimiento o viveka.

   Como el Dharmapada aconseja, debemos arrancar la afición al yo sin esfuerzo como se arranca un nenúfar en otoño. No apegarse a nada es la manera de disfrutar de todo. Aprender a vivir felizmente es aprender a dejar ir.

   Nuestros esfuerzos por sobresalir en cuanto a posesiones, poder y fama hacen la vida miserable. Lao Tse dice:



Estos son mis tres tesoros. ¡Guárdalos y obsérvalos!



El primero es compasión, el segundo es frugalidad, y el tercero, negarse a estar por encima de todas las cosas que están bajo el cielo.



   Un sabio viajero encontró un paquete en su camino. Cuando lo abrió vio que contenía unas cuantas piedras preciosas. Se las quedó. Un día un hombre pobre se acercó a él pidiéndole ayuda. El sabio le entrego las piedras preciosas. El pobre al principio se puso muy contento. Pronto se preocupó de que le fueran a robar las piedras preciosas.  Al poco tiempo quiso ser más rico adquiriendo más bienes. Todo esto le costo su paz mental. Estaba tan estresado que le devolvió las piedras preciosas al sabio, pidiéndole que recibiera nuevamente el tesoro y le diera en cambio esa cualidad de su mente que le permitía deshacerse o soltar su valiosa posesión.

   Es una cuestión de Auto-dominio. Como Edmund Burke observó: “Si manejamos nuestras riquezas seremos ricos y libres, si nuestras riquezas nos manejan, en verdad somos pobres.” (Letter on a Regicide)(Carta sobre un regicidio).

   Aspirar al progreso espiritual mientras nos aferramos con firmeza al poder y fama mundanos es una actitud fútil. Como Rumi lo ilustra, también es ridículo.



Una vez el noble Ibrahim,

al sentarse en su trono,

escuchó un clamor y ruido y gritos en el techo,

también pesados pasos en

el techo de su palacio.

Se preguntó “¿de quién son esos pesados pasos?”

Gritó por la ventana, “¿Quién anda allí?”

Los guardias llenos de confusión,

inclinaron sus cabezas diciendo,

“Somos nosotros que estamos buscando”

Él les dijo, “¿Qué buscan?” Ellos dijeron, “Nuestros camellos”

Él dijo, “¿A quién se le ocurre buscar camellos en el techo de una casa?”

Ellos dijeron, “Seguimos su ejemplo, que busca la unión con Dios, mientras

Está sentado en un trono”.



Jalal-uddin Rumi


Niega al yo, por el bien del Yo

   Desafortunadamente el principio moderno de felicidad es la realización instantánea de cada deseo. El hombre se ha liberado de la subyugación religiosa y secular. Sin embargo, aún tiene que lograr la mayor libertad que es ser él mismo y estar completamente despierto.

   El apego es la antítesis de una vida teosófica. La teosofía es la gran renunciación del yo, incondicional y absolutamente en pensamiento y acción. Un teósofo vive no para sí mismo, sino para el mundo. Uno debe despojarse de todo lo personal.

   “El interés en sí mismo es la puerta que deja al otro afuera”, dijo Krishnaji. En la última charla en Madras, el 1 de enero de 1986, Krishnaji nos recordó: “si existe apego de cualquier tipo, el otro no puede existir, el otro es amor.”

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 Vive despreocupadamente en este Mundo. Esta Lección Divina nos la enseña desde el Cielo el Espíritu Santo sobre esta Tierra (I Cor., 7:29, 30,31). Os digo, pues, hermanos: El tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen. Los que lloran, como si no llorasen. Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen. Los que compran, como si no poseyesen. Y los que  utilizan este mundo, como si no lo utilizasen. Porque la apariencia de este mundo pasa. El Apóstol divide aquí a todo este Mundo en cuatro temas: 1.Relaciones, 2. Pasiones, 3.Posesiones, 4. Ocupaciones y Entretenimientos. Salomón dice en algún lugar: ¿Por qué deberías agredir a tu corazón, siendo que él no existe? No hay una diferencia real entre tener un Marido, Esposa, o Hijos, y no tenerlos; entre estar Tristes, o Alegres, que estar sin Tristeza o Alegría; entre tener una Propiedad, y no tener ninguna; entre estar en la cima de todos los Empleos, o Entretenimientos, y estar sin todos ellos. Nada de este mundo es real. Todo en este mundo es una Sombra. Por lo tanto observando que los distintos Estados de las cosas en la Tierra no tienen una Diferencia real, entonces se pasa a través de todos los estados con una perfecta indiferencia de Espíritu, en una calma constante.

Peter Sterry