miércoles, 15 de abril de 2015

EL CENTRO DE MI CÍRCULO


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C. W. Leadbeater
De todos los obstáculos que se alzan en el camino del aspirante que desea entrar al
Sendero, el más serio, fundamental y de mayor alcance es el estar concentrados en sí
mismos. Nótese que no me refiero con esto al feo y crudo egoísmo que definitivamente
busca todo para sí aún a costa de los demás. Estoy, por supuesto, suponiendo que eso
por lo menos quedó atrás hace rato. Pero aún para quienes dejaron eso atrás hay aún
otro peligro—tan sutil y profundamente enraizado que ni siquiera lo reconocen como
un peligro—sin duda, ni siquiera están conscientes de su existencia.

 Pero si dejamos que cada hombre se examine a sí mismo honesta e imparcialmente, hallará
 que todo su pensamiento está concentrado en sí mismo. Piensa con frecuencia en otras
personas y en otras cosas, pero siempre en relación consigo mismo. Teje muchos dramas
imaginarios, pero él, su persona, siempre ocupa un lugar preponderante en los
mismos. Cambiarle una cualidad tan fundamental es cambiarle la raíz de todas las
cosas, convertirlo en un hombre completamente distinto. Muchas personas no pueden,
ni por un momento, enfrentarse a la posibilidad de un cambio tan radical, porque ni
siquiera saben que esa condición existe.

Sin embargo, esa condición es absolutamente fatal para lograr algún progreso.
Hay que cambiarla radicalmente y, no obstante, son muy pocos los que están haciendo
algún intento para cambiarla. Existe una sola forma de salir de este círculo vicioso, y
ésta es el camino del amor. Eso es lo único que puede alterar esa condición en la vida
de un hombre común, asiéndolo con mano férrea durante un tiempo y logrando que
cambie completamente su actitud. Cuando un hombre se enamora, como se dice, al
menos durante un tiempo otra persona ocupa por completo el centro de su círculo.
Piensa en todas las cosas del mundo con respecto a esa persona, no a sí mismo. La
“divinidad” en cuyo altar deposita esta ofrenda podría parecerle al resto del mundo
una persona muy corriente, pero para él, ella es temporalmente la encarnación de la
gracia y la belleza. Él ve en ella la divinidad que en realidad es suya, porque está
presente en todos nosotros aunque normalmente no la veamos. Es cierto que en
muchos casos después de un tiempo su entusiasmo se evapora y lo transfiere a otro
objeto, pero sin embargo durante el tiempo en que no estuvo concentrado en sí mismo,
al menos tuvo una visión más amplia.

Ahora, esto que el hombre común hace inconscientemente, el estudiante de
ocultismo debe hacerlo conscientemente. Debe deliberadamente destronarse a sí
mismo del centro de su vida y colocar allí en vez a su Maestro. Hasta ahora, ha tenido
el hábito de pensar instintivamente cómo algo le va a afectar, o qué logrará con eso, o
cómo obtener ganancias o placer con ello. En vez de esto, ahora deberá aprender a
pensar cómo todas las cosas afectan al Maestro, y puesto que el Maestro vive
solamente para ayudar a la evolución de la humanidad, ello significa que deberá
contemplarlo todo desde el punto de vista de su utilidad o su entorpecimiento para la
causa de la evolución. Y aunque al principio tendrá que hacerlo todo conscientemente
y con esfuerzo, deberá perseverar hasta que consiga hacerlo inconsciente e
instintivamente, como mismo lo hacía antes cuando estaba concentrado en sí mismo.
Para utilizar las palabras de un Maestro, “debe olvidarse completamente de sí mismo
para recordar solamente el bien de los demás.”

Pero incluso cuando se haya destronado a sí mismo y haya entronizado el trabajo
que tiene que hacer, debe ser muy cuidadoso para no engañarse, y que la vieja forma
de estar concentrado en sí mismo no vaya a regresar de una manera más sutil.
Muchos buenos y dedicados trabajadores teosóficos que he conocido han
cometido el error de identificar la labor teosófica consigo mismos, y sentir que quienes
no coincidían con sus ideas y sus métodos eran enemigos de la Teosofía. Con
frecuencia el trabajador piensa que su camino es la única vía, y que diferir de él en una
opinión es ser traidor a la causa. Esto sólo significa que el ego ha vuelto a ocupar su
viejo lugar en el centro del círculo, y que hay que comenzar nuevamente la ardua tarea
de desalojarlo de allí.

El único poder que el discípulo debe desear es el que lo hace parecer nada ante los
ojos de los hombres. Cuando él es el centro de su círculo, puede que haga un buen
trabajo, pero siempre tendrá la sensación de que es él quien lo está haciendo, y aún
más con el objeto que sea, pero cuando el Maestro está en el centro de su círculo, hará
el trabajo simplemente para que el mismo esté hecho. El trabajo ha de llevarse a cabo
por el trabajo en sí, y no para beneficio de quien lo realiza. Y aprenderá a contemplar
su trabajo como si fuese el de otra persona, y el de las otras personas como si fuese
precisamente el suyo propio.

Lo único importante es que el trabajo se realice. No importa quién lo haga. Por lo
tanto, no debe estar prejuiciado en favor de su propio trabajo, ni ser indebidamente
crítico con el de otro, ni tampoco hipercrítico o despreciativo con su propio trabajo
para que otros se lo elogien. Para citar las palabras de Ruskin con respecto al arte,
tiene que poder decir serenamente, ʺSea tuyo, mío, o de quien sea, está bien así.ʺ

Otro peligro acecha también, especialmente al trabajador teosófico—el de
felicitarse a sí mismo demasiado pronto, hasta el punto de que difiera del resto del
mundo. Las enseñanzas teosóficas confieren una nueva visión a todo, conque es
natural que uno sienta que nuestra actitud es distinta de la mayor parte de las
personas. No hay daño en pensar que esto es una verdad obvia, pero yo he apreciado
que algunos de nuestros miembros están listos para enorgullecerse de sí mismos por el
hecho de que son capaces de reconocer estas cosas. No se dan cuenta en lo absoluto de
que están pensando que nosotros, que somos capaces de reconocer esto, somos por lo
tanto mejores que otros. Otros hombres se han desarrollado siguiendo otras líneas, y
mediante ellas podrían haber llegado más lejos que nosotros, aún cuando según
nuestra línea podrían carecer de algunas cosas que nosotros tenemos. Recuerden que
el Adepto es un hombre perfecto completamente desarrollado en todas las formas
posibles y así, aunque tengamos algo que enseñarles a los otros, también tenemos
mucho que aprender de ellos. Sería el colmo de la locura despreciar a un hombre
porque no ha adquirido aún conocimientos teosóficos, y quizás ni siquiera ha
desarrollado las cualidades que le permitirían apreciarla. Por lo tanto, en este sentido,
también debemos tener cuidado de no ser el centro de nuestro propio círculo.

Un buen plan que podría adoptar para evitar volver al centro de sí mismo puede
ser el de recordar, como mismo he explicado en ocasiones anteriores, la visión oculta
del curso y la influencia de los planetas. Recordarán, como expliqué, que cada planeta
era un foco menor en un eclipse, y que el foco mayor era el cuerpo del sol. Cada uno
de ustedes es el foco menor. Avanzan con su propio curso haciendo el trabajo que se
les encarga y, sin embargo, en todo momento son un reflejo de un foco mayor y su
conciencia se concentra en el sol, porque el Maestro del cual ustedes son parte, es
miembro de una Gran Jerarquía que siempre está realizando el trabajo del Logos.
Cuando un hombre es el centro de su propio círculo, está cometiendo
perpetuamente el error de creer que él es el centro de todos los demás.

Constantemente supone que en todo lo que otras personas hacen o dicen están de
alguna manera pensando en él o haciendo observaciones sobre su persona, hasta que
esto se convierte en una especie de obsesión, y son totalmente incapaces de
comprender que cada uno de sus vecinos, como regla general, también está
enteramente envuelto en sí mismo y no piensa para nada en ellos. Así, el hombre se
busca una enorme e innecesaria cantidad de preocupaciones y problemas, que podrían
haberse evitado si viera las cosas bajo una perspectiva más sana y racional. Y de
nuevo, precisamente por ser el centro de su propio círculo está susceptible a la
depresión, porque ésta sólo viene a quienes están pensando en sí mismos. Si el
Maestro estuviera en el centro del círculo, y todas sus energías estuviesen
concentradas en servirle, no tendría tiempo para deprimirse ni para sentir la menor
inclinación hacia ello. Estaría demasiado ocupado deseando que se le presentara otra
oportunidad de servicio.

Su actitud sería la indicada por nuestra Presidenta en su autobiografía—que
cuando un hombre ve que hay un trabajo pendiente por hacer, a diferencia del hombre
común, que dice: ʺSí, sería bueno hacerlo y alguien debería hacerlo, pero, ¿por qué
yo?”, por el contrario, debería decir: “Alguien tiene que hacerlo, conque, ¿por qué no
yo?”

A medida que evoluciona, su círculo se va ampliando y al final llegará un
momento en que su círculo será infinito en extensión, y luego, en cierto sentido, él,
nuevamente, será su centro, porque se habrá identificado con el Logos, que es el centro
de todos los posibles círculos, puesto que cada punto es equidistante del centro de un
círculo cuyo radio es infinito.
Este artículo fue reimpreso de
The Theosophic Messenger, Vol. 11, 1909.