viernes, 3 de abril de 2015

Conocer por uno mismo


 


Reimpreso de The Theosophist, febrero 1974.

 WALLACE  SLATER

 ¿Cómo sabemos lo que pensamos que sabemos? ¿Podemos saber algo verdaderamente? Esto depende de lo que entendamos por saber: ¿meramente contactar un tema, o realmente comprenderlo? Tenemos un número de palabras para expresar cuán profundamente enraizado está nuestro conocimiento  en nuestra conciencia. Pensar: el principio del proceso. Sentir: tener una certeza emocional. Creer: aceptar sin experiencia personal. Experimentar: tomar parte en hechos de modo personal. Aprehender: captar una idea por experiencia sensual o intelectual. Comprender: captar la idea como un todo con entendimiento mental. Entender: comprender el significado y la explicación totales.

   Desde tiempo inmemorial, los filósofos se han cuestionado la naturaleza del conocimiento y su relación con la verdad, y la relación del conocedor, el conocer y lo conocido.

   La filosofía, incluyendo la metafísica, se diferencia de otros campos de investigación en que no está limitada a algo, sino que toma el mundo o la Naturaleza como un todo, y empieza a encontrar respuesta sobre la naturaleza del conocimiento mismo, sobre la verdad, el error, el ser y la experiencia. El objetivo de la filosofía es lograr un estado completo, llevando todos los interrogantes al fin último.

   La experiencia incluye lo subjetivo y lo objetivo, pero no se relaciona con lo incognoscible. Por lo tanto, podemos decir que el conocimiento con la experiencia está relacionado con el contenido e implicancias de nuestra experiencia consciente.

   El método de la metafísica desarrollado por los filósofos en los últimos cuatrocientos años, es de interés con respecto a niveles de conocimiento. Descartes usó el enfoque dogmático, comenzando con una afirmación sobre la que no puede haber duda alguna. Esto implica asumir la verdad de algo conocido. Locke siguió este método para analizar el contenido de la mente misma, el enfoque psicológico comenzando con ‘yo pienso’ y luego educiendo lo que está contenido en la conciencia individual. El enfoque crítico de Kant, era examinar los métodos y campos del conocimiento mismo, epistemología, con énfasis sobre la diferencia entre lo objetivo y lo subjetivo. Él preguntaba: ¿Es esta diferencia aceptada, válida? ¿Qué significa nuestra experiencia del mundo con respecto a nuestro conocimiento del mundo?

   De este modo el pensamiento filosófico se movió hacia una visión más amplia de la naturaleza del conocimiento en relación con el universo como un todo. Esto nos vincula con el tema teosófico de la Unidad de todas las cosas, que soy uno con el mundo externo y por lo tanto puedo extender mi conciencia para abarcar el mundo, tomando lo que es objetivo en mi conciencia subjetiva; luego puedo realmente conocer el mundo, y eso no significa sólo el mundo físico material.

   Sobre este punto H. P. Blavatsky en La Clave de la Teosofía dice:

 Los antiguos teósofos afirmaron, y también lo hacen los actuales, que lo infinito no puede ser conocido por lo finito, es decir, sentido por el yo finito, pero que la esencia divina podría ser comunicada al Yo Espiritual superior en un estado de éxtasis. La verdad puede ser experimentada ‘volviéndose tan puro como los seres incorpóreos’.

 Ese, seguramente, es un nivel de conocimiento elevado.

   Examinemos cómo experimentamos y conocemos el mundo a nuestro alrededor, tanto el objetivo como el subjetivo.

   Todos nosotros vivimos en un número de lo que los filósofos llaman ‘universos’. Un universo en este sentido es el área de actividad consciente en la que un individuo está operando en un determinado momento. El término se usa especialmente en lógica significando el campo de referencia. Ejemplos de tales campos son: nuestro hábito de sentir, nuestro modo y modelo de comportamiento, nuestro temperamento emocional, nuestra vida de negocios, nuestra familia.

   Estamos conscientemente activos en todos estos universos, con una concentración especial en momentos diferentes, a veces limitados a uno, y a varios en otras oportunidades. Según la Teosofía también tenemos una pluralidad de vehículos de conciencia: físico, emocional, mental, espiritual, y cada uno de éstos actúa en su propio grupo de universos.

   Otros universos reconocidos por la filosofía son: el científico, el ético, el estético, el religioso, el especulativo. Nuestra reacción a lo que oímos, leemos, respecto a lo que pensamos o experimentamos depende de qué universo estamos en ese momento. ¿Estamos juzgando con nuestra actitud de conciencia científica, ética, estética o religiosa? Tales enfoques resultan en variedades de conocimiento.

   Tomando los vehículos o niveles de conciencia en la forma teosófica tradicional, reaccionamos al mundo externo de un modo físico, emocional, mental y espiritual, nuestro juicio está condicionado según el principio o principios dominantes en ese momento.

   Entonces, ¿cómo sabemos lo que afirmamos saber? El cuerpo físico conoce por experiencia práctica y por experimentar. La Ciencia Material se basa en la observación del fenómeno físico, ya sea natural como en la observación de las plantas, animales, objetos astronómicos, etc., o por experimentos planificados.

   Nuestros vehículos superiores de conciencia son más sutiles. No es fácil separar la mente de las emociones. Y ¿qué ocurre con lo espiritual? Existe un factor que une todos nuestros vehículos de conciencia (niveles) y nuestros universos personales (variedades). Podemos llamarlo la ecuación personal. Sé que soy. Soy conciente de mí mismo. Soy conciente de una continuidad personal, que aunque cambien las condiciones, sigo siendo la misma persona que fue a la escuela hace muchos años, que vivió dos guerras mundiales. Seré el mismo mañana, espero.

   Pero lo que realmente quiero saber es cómo sé cualquier cosa. ¿Cuál es el mecanismo, el instrumento, el vehículo para conocer, y luego cómo juzgo el valor de lo que sé, o pienso que sé? Cuando digo “Yo sé quién soy”, ese ‘yo’ es una entidad muy compleja.

   Durante las primeras etapas de la evolución, el ‘yo’ se relaciona con su propia existencia, su existencia continua, y esto se logra más o menos, por instinto animal: la búsqueda de alimento, auto-protección, y la existencia futura de la raza, de las especies. Gradualmente aparecen nuevas cualidades, no sólo la actividad de un cerebro más grande, sino el llamado de lo que ahora denominamos alma o espíritu. La humanidad muy rápidamente irrumpió en un plano de existencia más elevado, un universo más amplio, y entonces el ‘Yo’, se hizo conciente de ser capaz de saber, no sólo el mundo objetivo externo, no sólo el mundo objetivo de su propio cuerpo, sino también del mundo subjetivo que siente que es algo que está en su interior, indefinido y vago, pero definitivamente aquí.

   Esta experiencia está ubicada en la mente. Para citar a Descartes, “Pienso, por lo tanto existo”. Podríamos ampliarlo y decir “Pienso, por lo tanto sé que soy.” Pero el ‘conocer’ requiere de un objeto: yo sé ¿qué? Sólo logramos conocer esas cosas que podemos absorber en nuestra conciencia personal, en el pequeño mundo interior del yo.

 Cerebro, mente, inteligencia

   La ciencia ha tratado de explicar esta experiencia subjetiva del mundo objetivo tratando de probar que todo está en la actividad electro-química del cerebro, que la mente es el cerebro.

   Una palabra con un significado más amplio que la mente es inteligencia. Los psicólogos definen la mente como el asiento de la conciencia, del pensamiento y de los sentimientos. Usando lenguaje teosófico, este es el vehículo del pensamiento y sentimiento conciente, manas. La inteligencia es la facultad de conocer y razonar. Es una cualidad más que un instrumento o vehículo. En este sentido la inteligencia tiene la misma relación con la mente, que el estado del ser lo tiene con el individuo. Yo, el individuo, soy. La mente, actuando inteligentemente, conoce y razona.

   Lo expresado precedentemente puede estar definiendo los términos arbitrariamente, pero puede ayudarnos a comprender esa facultad, o cualidad, de la inteligencia que está más allá del cerebro, que pre-existió al cerebro y que vivirá después de éste. Puede que el término sánscrito Chit exprese lo que he tratado de decir. Según varios glosarios Chit es “usualmente considerado como inteligencia, pero también conciencia y pensamiento puro” (Bendit). Chitta se dice que “corresponde a la mente de la psicología moderna pero con una trascendencia, y campo de funcionamiento más completo” (Taimni).

   Por esta razón he elegido la palabra ‘inteligencia’, comparándola con el término ‘seidad’, como lo usó H. P. Blavatsky en La Clave de la Teosofía, donde dice respecto al Absoluto, “ESTE no piensa porque es el Pensamiento Absoluto mismo. Tampoco existe… porque es la existencia absoluta, y la Seidad, no un Ser.” Por lo tanto, estoy usando inteligencia queriendo decir pensamiento absoluto. Apoyando esto, en el mismo libro, HPB dice que Sinnett debería haber titulado su libro Budhismo Esotérico con una ‘d’, significando ‘todo lo que implica la sabiduría (Bodha, bodhi, inteligencia, sabiduría)’.

   El punto de vista teosófico es que la inteligencia es fundamental y no un producto final del proceso evolutivo como la Ciencia nos querría hacer creer. Existen sin embargo un número importante de científicos modernos que aceptan que la mente y la inteligencia no están limitadas al cerebro físico (Ver: Inteligencia, Humana y Cósmica, del Dr. E. Lester Smith FRS, y Raíces y Coincidencia de Arthur Koestler). Esto nos da otro modo de evaluar nuestros niveles de conocimiento: el cerebro en el nivel físico, la mente como el vehículo no-físico y la inteligencia como la esencia que todo lo impregna.

 Manas y Mahat

   Yendo más específicamente al enfoque teosófico, los niveles del conocimiento se pueden considerar como manas superior e inferior, con antahkarana o manas intermedio, como el puente. Uniendo esto con lo que se dijo respecto a la inteligencia fundamental, hay otra palabra sánscrita Mahat que literalmente significa grande pero en el sistema brahmánico, y en La Doctrina Secreta se toma como el Padre-Madre de manas. Se describe figurativamente como la ‘madre’ de los Mànasa-putra-s, los Hijos de la Mente, esos seres semi-divinos (entidades) que ayudaron a nuestra humanidad en la tercera Raza Raíz de esta Ronda, para darnos ‘luz intelectual’. Los mânasa-putra-s se dice que también son nuestra naturaleza superior: están sobre nosotros, fuera de nosotros, y sin embargo compartimos su vida. Ellos aceleraron e iluminaron en nosotros los Manas-manas de nuestro manas septenario.

   Mahat, entonces es la mente universal, la mente-como-tal (Bendit), mente pura, la que yo he llamado inteligencia, el nivel más elevado de conocer.

   De ese nivel recibimos nuestra mente individual manas-manas, a veces llamada buddhi-manas o más comúnmente manas superior. Es preferible, buddhi-manas, interpretando a buddhi como iluminación, y por lo tanto buddhi-manas, como la mente iluminada. Esto se ha elaborado en la literatura teosófica elemental como ese principio pensante que puede tratar con ideas o conceptos abstractos. Por contraste el manas inferior o mente inferior se lo considera capaz de tratar sólo con ideas concretas.

   El manas superior (mente) es lo que continúa después de la muerte como una esencia en la Mónada espiritual. También se la denomina Ego reencarnante. No desarrollaremos esto plenamente hasta el final de la próxima (5ta) Ronda, pero en esta 5ta Raza ensayamos su uso. En este nivel, si podemos separarla del manas inferior con sus velos físico y físico-etérico, entonces realmente podemos conocer en el sentido de contactar la realidad.

   El manas inferior, también llamado kâma-manas, es la mente personal, animal o de deseos, de los escritos de HPB. Trabaja sobre las percepciones recibidas por los sentidos desde el exterior y por lo tanto trata con el mundo objetivo. Esto limita su funcionamiento a cosas concretas e ideas claras. En este nivel todo el pensamiento está influido por los sentimientos y las emociones, y por las atracciones de las cosas materiales.

   Puede ser útil pensar en dos mentes, y en su naturaleza septenaria, pero hay por cierto sólo una mente que es el punto central de la conciencia humana. Podemos pensar sobre esto como un manas intermedio o antahkarana. Ésta última palabra significa literalmente ‘entre la causa o el efecto’. Uno podría decir el ‘intermediario’. Se usa particularmente para el puente entre el Ego Divino y el alma personal del hombre, y este puente es un manas intermedio, entre la mente superior y la inferior.

   De modo más general es el puente entre cualquiera de los dos centros monádicos en la constitución septenaria del hombre. Aplicando la idea monádica a los cuatro niveles de conocer: mahat, manas superior, manas intermedio, y manas inferior, nos damos cuenta que estos niveles emergen en otro por la influencia de la Mónada Divina, la fuente fundamental única de todo lo que somos. De esa fuente fluye la inteligencia y la vida para formar un foco de consciencia dentro de cada ser humano y en cada nivel.

   He examinado un amplio campo de la filosofía, la psicología y algunas ideas teosóficas sobre la constitución del hombre para indicar cuán compleja es la organización de conciencia que tenemos o que somos.  Esto significa que para conocer algo por uno mismo, se requiere una actitud de gran apertura mental. Sea cual sea el conocimiento que adquirimos por nuestros sentidos, nuestro estudio, nuestra imaginación o intuición, estará influida por el nivel o la variedad de actividad mental que aplicamos a esa adquisición. Esto es válido para toda búsqueda e investigación, ya sea en el reino de la Ciencia física o el campo de la metafísica, incluyendo la Teosofía.

   El punto importante es saber qué factores son factibles de estar influyendo nuestro juicio. La recepción de ideas está modificada por el universo en el que la mente está actuando en ese momento, ya sea científico, ético, etc., y como éstos varían de vez en cuando, entonces hay inconsistencias naturales en nuestro pensar, incluso sobre el mismo tema. Nuestros vehículos de conciencia también cambian en su dominio, por lo que el conocer no está limitado al nivel mental. También tenemos la limitación impuesta en la mente y la inteligencia por las limitaciones del cerebro físico. Finalmente existe el enfoque más específicamente mental en la idea teosófica de los tres niveles de pensar, mente superior, intermedia e inferior (manas) que son manifestaciones de la Mente Universal o inteligencia (Mahat), con la Mónada como una influencia unificadora para abarcar todos los niveles del pensamiento en un Ser íntegro, el microcosmo como encarnación del macrocosmo.

   ¡Qué naturaleza compleja! ¿Es acaso sorprendente, que nos resulte difícil saber qué es lo que sabemos, cuando pensamos que sabemos algo? La literatura teosófica ha enfatizado la necesidad para cada individuo de establecer su propio cúmulo de conocimiento útil, o por lo menos de ser capaz de decir lo que sabe por sí mismo, y qué ha aceptado meramente porque otros se lo han dicho. Esta idea de conocer por uno mismo es particularmente importante con respecto a nuestro conocimiento de las cosas reales de la vida, las que son el interés particular de la religión, la sabiduría antigua, la filosofía perenne, la Teosofía.

 De lo irreal a lo real

   Existe un método de elevar la consciencia a tan alto nivel, que uno puede examinar los contextos de la mente liberada de cualquier universo particular de comportamiento o nivel de conciencia mental: es el camino de la meditación. Trabaja objetivando nuestras experiencias subjetivas de modo que son examinadas como desde afuera de nosotros. Paradójicamente, esto puede hacer el examen impersonal, pero también hace el resultado más personal, en el sentido que el resultado es conocimiento de uno mismo, más que el resultado negativo de aceptar las ideas de otras personas sin confirmación personal.

   Todo estudiante real usa este método, ya sea que lo llame meditación o no. Primero él fija su mente sobre el tema. Tiene que concentrarse sin distracción de los sentidos. Luego reflexiona sobre ello, lo considera, relaciona la idea con su marco de conocimiento, considerando la cuestión en todos sus muchos aspectos y relaciones. A medida que el tema se desarrolla ante su imaginación, todas las opiniones parciales de allí en adelante se funden en una experiencia incluyente de comprensión.

   Es usual referirse a lo dicho precedentemente, como un proceso dual de concentración y meditación: en términos sánscritos dhârana y dhyâna. La concentración contrae la mente y la enfoca sobre el tema. La meditación expande la mente sobre la cuestión, extendiendo el campo de conciencia. Tal meditación es creativa y abre la mente a una comprensión más profunda.

   Es más común pensar sobre la meditación como usada para adquirir una experiencia personal de la naturaleza de la realidad, la verdad en un sentido abstracto, y un medio de lograr la así llamada liberación e iluminación espiritual. Pero muchos científicos usan el método en el campo de la investigación ortodoxa, aunque puede que no la llamen meditación. Toda investigación científica debe ser conducida de tal modo que los resultados son fundamentalmente independientes de primeras impresiones, e imparciales de condicionamientos mentales previos.

   Un buen ejemplo de esto se puede ver en el progreso de las ideas en la naturaleza de la materia. Para el laico la materia era, y todavía es un continuo, para propósitos prácticos de cada día. Por esto quiero significar que los sólidos tienen superficies que son continuas, ya sean suaves, ásperas o blandas. Los líquidos y los gases son fluidos pero hay también para los sentidos una continuidad en la masa del fluido. La materia física puede separarse en partículas cada vez más pequeñas y hasta 1896 la Ciencia consideró la materia como compuesta de pequeñas partículas indivisibles llamadas átomos. La teoría cinética de gases estaba basada en la idea que estos átomos eran bolas elásticas que rebotaban unas contra otras. Este fue el primer paso más allá de lo que puede experimentarse y conocerse por los sentidos.

   El próximo paso fue descubrir que cada átomo tiene una estructura complicada, un núcleo complejo de protones y neutrones en el centro rodeado por electrones a distancias relativamente lejanas del centro. Aunque los sentidos no podían ver o sentir el átomo, la mente produjo modelos que podían visualizarse, primero el modelo Bohr-Rutherford planetario, y luego el de Lewis-Langmuir con los electrones en los ángulos de un cubo imaginario. Por medio de ambos modelos, la materia ahora se veía compuesta de partículas de materia, casi infinitamente pequeñas separadas por distancias relativamente tan grandes como para parecer ser sólo espacio vacío.

   Pero incluso esos modelos tridimensionales, más allá de los cinco sentidos, tuvieron que ser abandonados por una fórmula matemática todavía más alejada del mundo de las cosas diarias. Las partículas de materia ahora se volvieron ondas comportándose como partículas, pero no aceptadas como partículas; ondas de energía, porque es la energía, más que la estructura, con lo que se han interesado ahora los físicos. Tal átomo no puede ni ser visualizado por la mente. Es como si cuanto más se acerca la Ciencia a la realidad, más se aleja nuestro conocimiento del mundo físico objetivo de nuestros sentidos, primero a la mente más allá de los sentidos y luego más allá de la mente. La teoría ondulatoria de la materia es un concepto mental, pero abre el camino para trascender la mente.

   Este ejemplo de cómo la Ciencia ha desmaterializado la materia se dio para mostrar que los métodos modernos de la Ciencia pueden elevar la conciencia para trascender la mente. De aquí mi afirmación anterior, que el camino de la meditación la usan los científicos, y se vuelve más obvio cuando tratan de comprender la naturaleza de la realidad.

   Volviendo a la práctica específica de la meditación como un modo de conocer algo de la realidad por uno mismo, el término dhyâna significa que la mente y el corazón están bañados en conocimiento puro e iluminación, libre de las atracciones del mundo externo, libre de las atracciones del yo inferior.

   El próximo paso es samâdhi, la contemplación. HPB la llamó éxtasis. Puede surgir una profunda meditación cuando la conciencia inferior está unida con la conciencia superior. Es como si uno elevara los principios inferiores al mundo del Espíritu, trasmutándolos en una totalidad, una unión entre lo superior y lo inferior, y entre el Uno y los muchos.

   Al hablar de niveles mentales he indicado que no deberíamos ser demasiado cortantes al dividir lo inferior de lo superior. Es útil analizar nuestros modos de pensar, de modo concreto y abstracto, etc., pero uno debería elevarse sobre las barreras entre los diferentes métodos. De modo similar con la meditación, las tres etapas de concentración, meditación y contemplación pueden estar separadas y ser diferentes, pero es mejor dejar que una se funda con la otra. Luego el proceso triple es samyama, literalmente un ‘mantener juntos’, Ernesto Wood lo tradujo como equilibrio.

   Cuando decimos ‘sabemos’, existen muchos modos de conocer, desde la experiencia sensual del mundo objetivo a la experiencia subjetiva de samâdhi, de la aceptación de las teorías de alguien, a nuestra propia experiencia personal. Lo que sí sabemos es que no hay un conocer absoluto. Todo conocimiento es relativo.

   Cuanto más nos acercamos a la realidad como individuos es cuando estamos relajados mentalmente, libres de parcialidades o tensión de ningún tipo. Ese es el objetivo de la meditación y de la Yoga, considerando esas prácticas en sus significados más amplios, ya sean usadas inconcientemente por un científico en la investigación ortodoxa, o concientemente por un yogui en su esfuerzo por la auto-realización. Ambos están interesados en la ‘totalidad de la realidad’. Este concepto se refiere a las actividades más elevadas del hombre e implica que el mundo externo es la manifestación de una realidad fundamental, una ‘cosa’ en sí misma, un absoluto. La meditación o el estudio de ella puede resultar en un destello personal de ese absoluto, lo suficiente como para producir un estado de equilibrio perfecto de todo nuestro ser.

   El enfoque científico hacia todo el conocimiento es mantener ideas sutilmente, reconociendo que en cualquier momento algún descubrimiento nuevo cambiará las ideas fijas previas. Entonces uno necesita escuchar tolerantemente todas las otras ideas, sin reaccionar automáticamente a favor, o contra ellas. Esto se aplica de igual modo a la sabiduría antigua, la Teosofía, como a cualquier otro campo del conocimiento. ¿Qué sabemos realmente de las Verdades eternas de la vida y del universo?, y ¿las sabemos sólo porque nos las dijeron? Aunque la Teosofía ha sido expuesta por generaciones de pensadores y sabios a través de las edades, y en nuestra Sociedad durante muchísimos años, cada miembro debe finalmente establecer su propio enfoque personal de la Verdad, y tener la satisfacción de que lo que acepta, lo sabe por él mismo. Y cuando lo encuentra, debe aceptar que todavía está lejos de conocer la totalidad de lo que encontró.