domingo, 1 de marzo de 2015

LA NATURALEZA DE LA SABIDURÍA




N. Sri Ram

¿Qué es Sabiduría? ¿Qué es la Sabiduría? Sabiduría es una cualidad del sujeto
puro y yace en el modo en que éste ve y responde. Ésta cambia constantemente, no
en su propia naturaleza que es potencialidad pura, sino en su acción debido a su
infinita flexibilidad e inagotable iniciativa. La Sabiduría, como el artículo lo indica, es
definitiva, como una verdad ya existente; es objetiva en el sentido de que está allí,
esperando a ser percibida y comprendida. Podríamos decir que es la sabiduría de
Dios; Dios como el sujeto último desconocido más allá de toda idea, porque cada
idea es una creación y, por lo tanto, un objeto.

 Podríamos denominarla también la
sabiduría o conocimiento del Yo Uno que yace en él, o la sabiduría o conocimiento
perteneciente a ese Yo, que puede ser alcanzada. La sabiduría de Dios está en Su
naturaleza, y caracteriza sus métodos o acción. La naturaleza del Yo uno y de cada
Yo –teniendo ambos la misma cualidad, son en esencia lo mismo– es una naturaleza
distinta de cuanto puede ser objeto de pensamiento. La palabra Yo tiene la
connotación de una identidad, pero se refiere a una naturaleza en la cual no hay
identificación con nada que se presente como un objeto o un registro del pasado. Es
un centro de acción y conocimiento, no involucrado con lo pasado.

Sabiduría y conocimiento no son lo mismo, pero conocerse a sí mismo tal como
uno es, es ser sabio. En un tiempo, todo conocimiento era dividido en para (superior
o supremo) y apara (inferior). El conocimiento de todos los objetos, artes y ciencias es
el inferior. El conocimiento de aquello por lo cual todo lo demás es conocido, es el
superior; es el conocimiento de la naturaleza del sujeto, de Dios, o el Yo uno como se
presenta en el individuo, siendo ambos idénticos en esencia. El conocimiento del Yo
es sabiduría, ya que el Yo contiene la esencia de todo lo conocido o por conocer.
Conocemos todo lo que conocemos siempre dentro de nosotros, porque el
conocimiento es un fenómeno subjetivo. En lo más profundo de nuestro ser somos
uno, indivisos. En nosotros está el conocimiento de todo aquello con lo que nos
hemos puesto en contacto, pero la esencia de ese conocimiento que sólo es asimilable
por la más profunda naturaleza del Yo, se fusiona en su unidad. Lo que está fundido
en la unidad es la verdad reducida a un punto. Todas las expresiones de esa verdad
están en armonía, unas con otras. Por lo tanto, si los más bellos y verdaderos
pensamientos presentes en todas las mentes se reunieran en cualquier momento,
formarían una perfecta y maravillosa unidad.

El Yo en su pureza puede considerarse como un punto sin dimensión. porque
tiene una naturaleza separada de cuanto existe. Pero en su aspecto conciencia es una
extensión, un círculo sin circunferencia que todo lo abarca. Dado que esta conciencia
es sensibilidad en sí misma, la más sensible de todas las cosas sensibles, puede
contener un registro de cuanto abarca. Cualquier rayo (o emanación de luz) que

haga impacto sobre ésta le trae su propio mensaje, el cual queda grabado en su cinta
imborrable. Y, posiblemente, emanando de cada cosa hay rayos que atraviesan el
cosmos; no todos a un nivel perceptible. La posibilidad de todo conocimiento está
presente en el Yo, porque éste puede despertar el conocimiento del alma, la
naturaleza más profunda de cada cosa y de todo.
La sabiduría de Dios se expresa en todo, sea grande o pequeño. Él o Aquello está
presente en todo: su naturaleza todo lo penetra; su propósito e inteligencia todo lo
gobierna.

La Teosofía puede ser definida como la Sabiduría que está en todas las cosas,
individual y colectivamente. Podemos no ser capaces de percibirla, pero está ahí.
Estamos abiertos a esa sabiduría sólo cuando nuestro corazón es puro. La palabra
corazón generalmente se usa para denotar la naturaleza de nuestros sentimientos.
Cuándo éste es puro, es decir, cuando ha recobrado su naturaleza original y es capaz
de funcionar con ella, el corazón responde con gran belleza y profundidad. Ve y ama
aquella belleza que constituye el alma de cada cosa.

Todas las cosas están evolucionando en este universo en evolución. En cada uno
existe un diseño que va saliendo a la luz, que está creciendo, desde nuestro punto de
vista. Pero también existe todo un andamiaje que confunde el plan; no en la mente
del Arquitecto, sino en la nuestra, que vemos el edificio desde afuera. Sin embargo,
en algunas cosas, la construcción ha alcanzado cierto estado de perfección. Cosas
como, por ejemplo, un loto, una rosa, o cualquier forma viviente bella nos ofrece una
apertura hacia la mente del Diseñador. Desde el punto de vista teosófico, todas las
cosas están vivas, aunque existen diferentes grados de vida y acción.

Sabiduría no es conocimiento, ya que nuestro conocimiento es sólo de las
formas. Sabiduría es el conocimiento de aquello que es contenido por la forma y que
existe para expresarse. Tendemos a juzgar el significado de toda forma o cosa, según
la utilidad que tenga para nosotros. Pero esa es una visión extremadamente limitada,
antropocéntrica e individualista. Cada cosa en la naturaleza tiene un significado en sí
misma, contenido en su propia existencia y funcionamiento. De ahí, el mandamiento
de no matar, tanto como sea posible. En cada cosa existe una cualidad innata que
está en proceso de manifestación, buscando expresarse a sí misma.

Esa cualidad o naturaleza innata de las cosas está en su vida o alma, que la
sostiene, no en el material del cual se compone, sino en la vida interna de la forma
que la integra y la utiliza. Vemos la diferencia en el caso del cuerpo humano, aunque
aquí a esa vida interna la llamaríamos el alma. La palabra vida nos transmite una
impresión de energía, salud, acción, expansión, belleza de forma y movimiento; la
palabra alma tiene una connotación más sutil, de amor, de respuesta profunda,
percepción, belleza en el corazón y en la naturaleza. Pero la vida y el alma no están
separadas. Son equivalentes a la energía del violinista y la melodía que él produce.
La forma, podemos suponer, se corresponde aproximadamente con el alma. La

forma es lo que es, o lo que está en vías de convertirse en lo que será (es decir, en
proceso evolutivo) debido a la naturaleza de su alma.
La sabiduría de Dios, cuya naturaleza está en el alma, fluye hacia la forma a
través de la vida que ésta manifiesta; el diseño de la forma, sus procesos, toda su
naturaleza, e incluso lo que ella simboliza, expresan algo de la naturaleza de esa
sabiduría. Podríamos incluir la sugerencia simbólica porque cada fenómeno natural
es un símbolo o signo en la Naturaleza, que refleja una idea interna o arquetípica.
El propósito de la existencia de una cosa puede ser, por supuesto, el servicio que
ésta ofrece, su parte en el proceso evolutivo, su acción sobre todas las otras cosas. Ya
que todo lo que existe representa cierto flujo de fuerzas, se supone que cada cosa
ayude a todas las demás, directa o indirectamente. Esto se desprende de la verdad
de que todas las cosas están relacionadas.

Pero cada cosa individual existe también por sí misma como una expresión de la
vida del Dios dentro de sí, llevando a cabo en su misma existencia parte del diseño
universal. El fin más elevado es siempre una finalidad en sí misma. La existencia
tiene su finalidad en la eternidad, si no es en el tiempo.

Vemos esta verdad ilustrada en un objeto de belleza. Éste existe como una
revelación de su belleza, completa en sí misma. El más elevado fin para cuanto existe
es ser lo que se supone que sea; no necesita ninguna otra justificación para su
existencia. La belleza última de algo incluye el modo en que ésta actúa sobre todo lo
demás; en un ser humano, es la acción que ayuda al bien último de todo ser. En la
expresión más elevada de la belleza, es decir, cuando la revelación es perfecta, yace
la más elevada trascendencia, desde todo punto de vista.

Sin duda, la Sabiduría supone el conocimiento del significado de las cosas; el
significado a un nivel de existencia que incluye la cosa y su significado inherente. El
verdadero significado de algo se encuentra en la manifestación de su finalidad
ultérrima. El más profundo y verdadero propósito es aquel que está presente de
principio a fin, y que sólo al final se revela por completo.
Existe un propósito en cada cosa, un propósito en la totalidad y en el proceso
universal. Todos los propósitos secundarios aparecen desde el propósito original, el
cual puede ser descrito como la realización de la Voluntad una o la Vida una
presente en todo. Cuando se comprende que este propósito es el propio, ya que es
innato tanto en uno como en los demás, entonces hay sabiduría. La realización yace
siempre en la acción; la acción, sea correcta o errónea, conforme o no a esa voluntad,
es una revelación de la naturaleza actuante. Un conocimiento de esta naturaleza es el
auto-conocimiento.Llegamos a conocernos a nosotros mismos sólo cuando somos
conscientes de cómo pensamos, sentimos, y actuamos.

Naturaleza y acción son correlativas a cada etapa, y en última instancia, cuando
hay una condición de unidad en uno mismo, son sinónimas. La acción es siempre un
fluir de energía. Si éste no existe o si la acción toma una dirección errónea, significa

que la naturaleza que rodea al Yo no es su verdadera naturaleza; su expansión; es
una naturaleza tomada de aquello con lo que está en contacto. El Yo, en su estado
absoluto, es un centro de energía cuya naturaleza puede ser conocida sólo a través
de su acción, y este conocimiento es posible sólo para un rayo de su propia
Inteligencia. Por lo tanto, auto-conocimiento es, en última instancia, auto-realización.
La Sabiduría no es una cuestión de estudio, sino de vida y acción. Hablamos de
la Sabiduría pero ésta es de poco valor en nuestras vidas, excepto en la medida en
que su cualidad sea evocada en nosotros. La Sabiduría no es conocimiento, pero yace
en el uso que hacemos del conocimiento. Ésta aparece cuando el conocimiento es
guiado por el amor. Porque amar es una forma de conocimiento; el amante tiene un
conocimiento de su amada, divino en esencia, el cual es un estado de plenitud, una
finalidad en sí misma. Estar enamorado de una persona es reaccionar completa y
directamente a él o ella, sin el efecto oscurecedor de un yo que interpone una
barrera. Usar el conocimiento con bondad es hacerlo brillar con un valor atemporal,
reflejando una cualidad de Eternidad en el tiempo.

Todos pensamos que sabemos cuando en realidad no es así, o cuando
conocemos pero parcialmente. El primer paso para zafarnos de las cadenas de esta
ignorancia primaria es tornarnos consciente de ella. Mientras más sabemos, más nos
damos cuenta de lo poco que sabemos. Mientras más amplia es la circunferencia de
lo conocido, más puntos de contacto existen con lo no conocido. Quien es sabio es
humilde. No es posible que alguno de nosotros posea todo el conocimiento; siempre
habrá en nuestro conocimiento lagunas que pueden presentar una dificultad para el
pensamiento. Uno puede llevar encima una vasta carga de conocimiento y, sin
embargo, ser básicamente un tonto. Por otro lado, es posible ser muy sabio aun con
poco conocimiento.

Un alma profundamente madura en sabiduría que toma el
cuerpo de un niño al nacer, puede ser sabia incluso en su adolescencia. Ella obtendrá
sabiduría de cada indicio, de cada pequeño fenómeno y situación. Todo lo que venga
a su conocimiento tendrá la cualidad de un conocimiento previo en esencia.
La Sabiduría yace menos en lo que aprendemos y más en nuestras reacciones a
ese aprendizaje; menos en la cantidad y más en la calidad de nuestro conocimiento;
menos en la acumulación de hechos y nomenclatura y más en el conocimiento de los
principios; menos en la posesión de ideas y más en el correcto empleo de ellas; en
una palabra, menos en todo lo que reunimos y que debe ser desechado, y más en lo
que asimilamos en la textura de ese Ser que es un reflejo inmortal del Espíritu
universal.

La Sabiduría de Dios, el Espíritu universal, es un atributo de Su naturaleza. Éste
es el principio de la Sabiduría en su más elevado sentido, o la Sabiduría en abstracto,
con una potencialidad infinita de manifestarse en toda forma posible y en cada nivel.
La naturaleza del no-Yo, cuando se reordena con Sabiduría, se asimila al Yo. El
orden es la primera ley de los cielos, un orden divino que, cuando es traído a la
existencia, reúne el cielo y la tierra.

Cuando pensamos en la sabiduría que encontramos manifiesta en la Naturaleza,
pensamos en un activo principio creador u ordenador. Este principio es femenino
cuando se refleja en la madre o en el aspecto forma, y construye o modela un orden
que será apropiado para la cualidad en manifestación. Cada forma que tiene un
sentido posee un cierto orden de partes o elementos, y un orden en su
funcionamiento, en el tiempo y el espacio. Tal orden en su belleza puede
representarse como una curva perfecta, una curva que difiere de otra, siguiendo su
propia ley. Ley y orden están, por lo tanto, eternamente conectados. La ley del Ser
Divino que se manifiesta en sus expresiones genera el Orden Divino, de un modo tal,
que en el pensamiento Budista, la Ley toma el lugar del Ser. Nosotros pensamos en
el Ser como una Individualidad. Cuando la Individualidad es perfecta, la lógica de
su formación es completa y es la manifestación de una Ley. Descubrir la ley de
nuestro propio ser, y vivir de acuerdo con ella, es verdadera sabiduría.
Como ocurre con Dios, así mismo ocurre con el hombre. A medida que el
hombre crea a semejanza de aquél Ser que él es en la eternidad (siendo la creación
posible sólo a través de una energía que es parte de su ser), desenvuelve su
sabiduría. Hay belleza en la ley, y esta belleza se ve cuando la ley se manifiesta a sí
misma.

La sabiduría yace en la integridad del pensamiento, cuando ésta es una
integración natural. Es el florecimiento de la cualidad de la esencia de Vida que
subyace, revelando Su profundo significado. Es la unidad y belleza del todo
reflejada en la parte. Es un movimiento de vida que la muestra en su
excepcionalidad y gracia innata. Es una cualidad de pensamiento libre de toda
mancha terrenal, formada por una entonación directa desde el cielo. Es un rayo
divino que penetra el corazón y la mente, y los unifica. Es el aliento de Dios, cuyo
calor es vida, y su luz es amor y belleza. Es una expresión del Yo en el cual no existe
fuerza opuesta.

En el mundo, a menudo se cree que la sabiduría yace en la precaución. Esta
noción surge del instinto de conservación. Puede que la sabiduría también se
encuentre en no tomar en cuenta la prudencia. En realidad, ésta yace en la acción
segura que se eleva por sobre los opuestos. Es sabio aquél que por un perfecto vivir
ha hallado ese instinto de rectitud que lo guiará tanto en el pensamiento como en la
acción; ese centro de equilibrio que está siempre por encima de su punto de contacto
con las circunstancias. Él es un hombre en quien la Naturaleza derrama la riqueza de
todos sus instintos.

Publicado por The Theosophical Publishing House, Adyar, India, 1954.