domingo, 26 de octubre de 2014

La otra orilla


  
MARY ANDERSON
 
 
   ¿Qué significan para nosotros las palabras “la otra orilla”? Podemos pensar en un río, un lago, un mar o un océano, que separan dos lados o dos orillas, incluso dos continentes. La otra orilla puede ser bastante diferente de la orilla en la que estamos o que conocemos. Un río puede formar la frontera entre dos países con diferentes idiomas, costumbres, etc., por ejemplo, el Rin cuando fluye entre Francia y Alemania, el Oder-Neisse entre Alemania y Polonia, el Mekong entre Tailandia y Laos. Incluso el Sena en París divide dos lados con “culturas” diferentes: la orilla izquierda, el mundo de estudiantes, artistas, “la Bohème”, y la orilla derecha, el mundo de la “Sociedad”, el comercio, la riqueza, “la Bourgeoisie”. Un río también puede separar dos paisajes diferentes, como el Gangâ en Varanasi. En un lado, vemos numerosos edificios, mucha gente, gran actividad, en el otro lado hay pantanos, está deshabitado, es aparentemente territorio hostil. Las orillas de un lado pueden estar aún más lejos, de modo que difícilmente podemos ver el otro lado. Una alemana, que nunca había salido de su ciudad, viajó a Suiza, y al pasar por el Lago Zurich exclamó: “¡Qué ancho es aquí el Rin!” Consideremos los lados de un mar: el Mediterráneo separa diferentes culturas, las de Europa, África, Asia Menor. Lo mismo podemos decir de un océano. Si cruzamos el Atlántico de Europa a América, o el Pacífico de América a Oriente ¡encontramos muchas diferencias! Diferencias en paisajes, culturas, idiomas y países, contribuyen a la maravillosa diversidad de nuestra tierra. Pero esa diversidad, demasiado a menudo, conduce a malentendidos, a peleas. La otra orilla a menudo nos parece extraña, lejana y atemorizante.

   Sin embargo, todas las orillas en nuestro planeta tienen físicamente algo en común. Todas están hechas de materia sólida en las que podemos vivir, y lo que las separa es materia líquida donde, al contrario de los peces, no podemos sobrevivir por mucho tiempo. Un río o un mar pueden dividir a los que son iguales, a quienes se sienten atraídos entre sí, a quienes se aman. Este fue uno de los temas en la poesía romántica en Alemania: “Había dos niños reales. Se amaban mucho. Pero no se podían reunir. El agua era demasiado profunda”. Un elemento extraño separa a dos personas que no son extrañas entre sí.

   Recordemos todo esto cuando consideremos el significado simbólico de un río, un mar, etc., y diferentes orillas, especialmente con referencia a la vida espiritual, porque también aquí un río, incluso un océano, parece separar dos mundos que son aparentemente extraños entre sí. De modo que el concepto de la otra orilla se usa simbólicamente en un contexto religioso. En las canciones de los negros, el Río Jordán separa el mundo miserable del esclavo del mundo de los campos Elíseos. En el Budismo hablan de la otra orilla. En el Cristianismo hablamos de este mundo y “la otra vida”, el mundo del más allá. Conocemos el primero. No conocemos el segundo, aunque podemos sentirnos atraídos por él, atemorizados o indiferentes a él. Por lo tanto hablamos de la tierra y del cielo, Samsâra y Nirvâna, tiempo y Eternidad, y un río parece dividirlos. La gente se pregunta: ¿Cómo podemos cruzar el río?

   Existen dos tipos de respuesta a esa pregunta: La primera es la respuesta de la mente, el único instrumento que poseemos conscientemente para tal búsqueda, y la segunda es la respuesta de la intuición. La mente dice: las dos orillas están separadas por un río. Debes cruzar el río, nadando o en bote. Quien está en su camino, se dice haber “entrado en la corriente”. Esa es la respuesta de la mente, de la lógica, la respuesta de la teología, de la religión ortodoxa, del Budismo Theravâda. La intuición se pregunta: ¿son tal vez las dos orillas iguales? En ese caso no necesitamos ir a la otra orilla, porque ya estamos allí. ¡Sólo tenemos que percibirlo, conocerlo realmente, no sólo creerlo en teoría! Pero para conocerlo se necesita un salto quántico. Esa es la respuesta de la intuición, del misticismo, del Budismo Zen. 

   Existe un chiste sobre un inglés que viaja por Irlanda. Él le preguntó a un vagabundo cuál era el camino hacia Cork. El vagabundo contestó: “Si yo fuera usted, comenzaría desde aquí, desde donde usted está”. Esa es la respuesta lógica de la mente: debemos usar lo que tenemos, es decir, la mente. Pero una vez, este chiste se malinterpretó, se dice que la respuesta del vagabundo fue: “Si yo fuera usted, no partiría desde aquí, de donde usted está”. Esa es la respuesta de la intuición, porque la intuición ya está en Cork, ya está en la otra orilla. Es la respuesta de Krishnamurti cuando dice que para cruzar el río debemos comenzar no desde esta orilla sino de la otra orilla! De lo contrario permaneceremos en esta orilla, en la orilla de la mente, de los conceptos, de la dualidad, de las especulaciones, de los prejuicios. Todo aquello que no tiene ninguna relación con la otra orilla. De un modo u otro ya debemos estar en la otra orilla. Ciertamente, ya estamos allí, pero no conscientemente!

   Se hizo la pregunta: ¿Cuál es la diferencia entre Budha y una persona común? La respuesta dada fue: “No existe diferencia, excepto que el Buda sabe que él es Buda!” Este tipo de conocimiento no es teórico. Es conocimiento real, no sólo una opinión.

   ¿Tenemos aquí nuevamente dos orillas separadas? Es decir ¿entre el intelectual y el místico, el santo, el sabio? Pero somos ambos: el intelectual y el místico, es decir, tenemos a la vez un intelecto, con el que somos conscientes, y tenemos sabiduría, intuición, que están dormidas en nosotros. Esto puede recordarnos a los dos pájaros que están en un árbol en la tradición India. Un pájaro está saltando por todas partes, picando constantemente, sin parar. El otro observa en calma. Esta observación calma es percepción directa. Pero ambos pájaros son uno. Nosotros somos ambos pájaros.

   De pronto podemos estar en la otra orilla, habiendo dado un salto quántico, pero esto es posible sólo si se cumplen ciertas condiciones. Nosotros tratamos de cumplir con estas condiciones. Es difícil, porque eso significa que nuestro modo de pensar y nuestro modo de vida se deben transformar. Debemos volvernos generosos, incluso eliminar el yo y ser completamente honestos con nosotros mismos y con otros. Ese es el salto quántico. ¿Cómo se puede producir esta transformación?

   En la orilla que estamos existen muchos trabajadores, muchos vendedores que ofrecen atractivas oportunidades: “Yo le haré cruzar el río”, o “Lo llevaré en mi bote”. “Usted no necesita hacer nada. Yo haré todo por usted. Y usted sólo tiene que pagar la tarifa”. Porque tales mercaderes exigen un precio, si no es en euros, es en dólares o en rupias, entonces de cualquier modo tenemos que pagar, como Fausto casi tuvo que hacerlo, con nuestra alma, nuestra independencia, con nuestra libertad interna. Estos mercaderes son, por ejemplo, los innumerables falsos gurús. Algunos son benevolentes y relativamente inofensivos. Tal vez, muchos son, no siempre sabiéndolo, dañinos para sí mismos y para los demás. Pero debemos admitir que algunos son útiles. Ellos dicen: “Te ayudaré a aprender a nadar, pero tú debes querer aprender a nadar, y tú mismo debes realmente nadar hasta el otro lado”. Los gurús son útiles sólo cuando hacemos el trabajo nosotros mismos y cuando olvidamos al maestro, y nadamos. ¡Incluso si nos ahogamos, hemos aprendido algo!

   Todos probablemente tratamos algunas de las atractivas oportunidades de los falsos gurús, ya sea en esta vida, en una pasada o en vidas futuras, hasta que aprendamos su lección, veamos por medio de ellas y los rechacemos.

   Entonces, ¿qué diferencia las dos orillas, este lado y aquél, este mundo y el más allá, el Cielo y la Tierra, Samsâra y Nirvâna? Para la mente lógica, ambos no tienen nada en común. Para una percepción más profunda no hay diferencias. Ya que estamos conscientes especialmente en el nivel mental, examinemos esta cuestión primero con la mente. Comencemos donde estamos, con lo que tenemos, y eso es la mente.

   La mente exige y encuentra un sendero con muchas etapas, que conducen a la otra orilla. Estas etapas se describen de modo diferente en diversas religiones y tradiciones, a veces como condiciones a cumplir, o como cualidades a adquirir, a veces como etapas en el sendero, a veces como ambas cosas. En el Hinduismo las condiciones se describen, por ejemplo, en los siete primeros de los ocho pasos del Râja Yoga: prohibiciones morales, reglas morales, postura correcta, respiración correcta, supresión de los sentidos, concentración, meditación. Estos primeros siete pasos de Râja Yoga eliminan los obstáculos externos e internos. Luego sigue el octavo paso, el salto quántico a samâdhi o el conocimiento, por ser lo que se conoce, es decir, saber que no hay otro, y de igual modo ¡no existe otra orilla!

   En el Viveka-chudâmani de Sankarâchârya se describen las condiciones para cruzar la corriente, casi igual que en A los Pies del Maestro: viveka, la habilidad de distinguir entre lo Real y lo irreal, lo importante y lo insignificante, etc.; vairâgya, carencia de deseos, desapego, ausencia de actitud posesiva; buena conducta; y mumukshutva: fuerte deseo de liberación. Debemos ansiar la liberación como alguien que se está ahogando desea el aire. En A los Pies del Maestro esta cualidad se denomina Amor. “Cuando (el amor) es lo suficientemente fuerte en el hombre, lo fuerza a adquirir todo lo demás, y todo lo demás sin éste nunca sería suficiente”. El amor es el salto quántico.

   En el Budismo se enseña el Noble Óctuple Sendero: Recta Percepción o Comprensión, Recto Pensamiento, Recta Palabra, Recta Conducta, Recto Medio de Vida, Recto Esfuerzo, Recta Atención o Memoria, y nuevamente aquí sigue el salto quántico hacia la Unidad con todo, es decir, samâdhi. En el Budismo también se nos dan los siguientes pasos: las etapas de alguien que entró en la corriente, aquél que nacerá nuevamente sólo una vez, alguien que alcanzará la liberación en esta vida, y el Arhat.

   En el Cristianismo se exaltan virtudes tales como Fe, Esperanza y Caridad, pero: “La más grande de estas es caridad”, o el amor (I Cor.13:13). Aquí también el amor representa el salto quántico a la otra orilla. Y en el misticismo cristiano los pasos en el Sendero se describen de modo general así: 1. conversión, el despertar, el punto crucial, la realización de que no podemos hacer otra cosa que seguir ese sendero; 2. Purificación; 3. Iluminación; 4. La noche oscura del alma y 5. El salto quántico: la Unificación.

   Pero existen ciertos peligros en el concepto de los pasos en el sendero, ya sea que veamos estos pasos como cualidades a adquirir, condiciones a cumplimentar, o virtudes a desarrollar, o como etapas de desarrollo en el camino. Las ideas mismas de un sendero, de cualidades individuales, de etapas, son imágenes mentales y nos tentamos a concebirlas mentalmente, es decir, de modo literal o mundanal, desde el punto de vista de esta orilla. Porque el Sendero, los pasos en el Sendero e incluso las cualidades, no se deben comprender mental o literalmente o de forma mundanal, sino intuitiva y simbólicamente, en profundidad. 

   ¿Qué significa cuando concebimos el Sendero, las cualidades, y los pasos mentalmente, literalmente y de modo mundanal? Si lo hacemos así, podemos entenderlos como si estuviéramos en la escuela, en la universidad o haciendo un aprendizaje. Tenemos que aprender ciertas lecciones, adquirir ciertas habilidades, pasar ciertas pruebas. Luego, en nuestra profesión o en nuestro trabajo tenemos ciertas experiencias: tenemos éxito o no. Visto de este modo, el sendero espiritual se convierte en una carrera. Olvidamos lo que es importante. Todavía somos egoístas. Y definitivamente permanecemos en esta orilla. 

   Incluso el desarrollo de virtudes puede ser contraproducente. Un amigo le dijo a Benjamín Franklin que él practicaba una virtud diferente cada día de la semana, y que estaba complacido con el resultado. El lunes, por ejemplo, él practicaba la honestidad, el martes la valentía, el miércoles la compasión, etc. Benjamín Franklin señaló que él se había olvidado de una virtud importante: la Humildad. Y, ¿qué es la humildad? Humildad no significa tener una pobre opinión de uno mismo, repetir: “Yo soy un pobre pecador”, etc., que realmente es una forma de orgullo o por lo menos de egocentrismo. Humildad significa no pensar en uno mismo en modo alguno, es olvidarse de uno mismo. ¿Podemos decidir o hacer un esfuerzo para olvidarnos de nosotros mismos? ¡Cuanto más uno trata, menos logra! Querer olvidarse de uno mismo es ambición, que no tiene lugar en el sendero espiritual. Por lo tanto permanecemos en esta orilla. No podemos hacer el salto quántico. Entonces el intento de desarrollar virtudes tiene muchas trampas. Si intentamos desarrollar virtudes en determinado momento, podemos perdernos. Podemos desarrollar en exceso una virtud a expensas de las otras. Si una virtud es exagerada, se puede volver un vicio.

   Por otra parte, el salto quántico sólo puede tener éxito si se cumplen ciertas condiciones, de modo que ni siquiera somos conscientes de ellas, entonces somos virtuosos sin darnos cuenta. Pero si nos damos cuenta de ello, y la ambición aparece en la escena, ya no estamos en el sendero espiritual. Si por ejemplo aprendemos a hablar un idioma o a tocar un instrumento musical, existe un proceso de aprendizaje. Primero hacemos un esfuerzo: aprendemos palabras aisladas, u oraciones, reglas gramaticales, etc. Practicamos. Al aprender música también practicamos un instrumento, aprendemos de nuestros errores. El salto quántico llega más tarde o de pronto. Luego hablamos un idioma sin errores, sin pensar en el significado individual de las palabras o en las reglas gramaticales. O de pronto nuestra interpretación musical es fluida, incluso inspirada, pero no pensamos en las notas. ¡La música simplemente toca en nosotros! El salto quántico se ha producido. La otra orilla está allí. Ya no somos más conscientes de nosotros mismos, aunque esto es principalmente sólo un estado temporal, y volvemos a nuestra condición anterior tan pronto como interviene el pensamiento.

   ¿Cuál es la característica de la otra orilla? Podríamos decir: Unidad, Totalidad. ¿Cuál es la característica de esta orilla? dualidad, multiplicidad. Pero la unidad es la fuente, el origen de la dualidad y de la multiplicidad. Esta dualidad y multiplicidad forman las características externas del maravilloso mundo en el que vivimos. La Unidad interna está presente en la Naturaleza y se expresa a sí misma en armonía mientras el hombre no interfiera. Desafortunadamente la dualidad y la multiplicidad son también las características internas de nuestro ser, las características de nuestra consciencia. Internamente dividimos el mundo en yo, y los demás.

   Ya no percibimos nuestra unidad interna con todos los seres y con todas las cosas. Somos seres que estamos internamente separados, aislados, solos. Esto conduce al temor, la inseguridad, los celos, la sospecha y la agresión. Porque somos infelices en este estado de división, buscamos recuperar la unidad, pero lo buscamos en los lugares equivocados. Nos unimos a las posesiones, ya sean riquezas, conocimiento, u otras personas. Nos volvemos dependientes de ello. No sólo nuestros sentimientos están divididos sino también nuestro pensamiento. Tendemos a pensar en blanco o negro, en conceptos que son contradictorios. La liberación no está en aferrarnos, sino en renunciar, en soltar internamente.

   El sabio budista Zen Huang Po diferencia entre tres tipos de buscadores:

1. Cuando se ha renunciado a todo en el interior y en lo exterior, corporal y mentalmente; cuando, como en el Vacío, no queda ningún apego; cuando toda acción es solamente el resultado del lugar y la circunstancia; cuando la subjetividad y la objetividad se olvidan, esa es la forma más elevada de renunciación.

2. Cuando, por una parte, el Camino se sigue por la realización (consciente) de actos virtuosos, mientras que por la otra, se considera la recompensa, es una forma de renuncia a medias. 

3. Cuando se hace todo tipo de acciones virtuosas, esperando recompensa de quienes, sin embargo, conocen el Vacío escuchando el Dharma y son por lo tanto desapegados (es decir, lo que deberían conocer mejor), es la forma más elemental de renuncia.

   La primera (la forma más elevada de renuncia) es como una antorcha en llamas sostenida adelante, lo que hace imposible errar el Sendero; la segunda (la forma de renuncia a medias) es como la antorcha en llamas que se sostiene en un lado, de modo que a veces está iluminado y a veces está oscuro; la tercera (la forma de renuncia más baja) es como una antorcha en llamas que se sostiene detrás, de modo que los obstáculos que hay adelante, no se ven.

   “¿Qué es el Camino y cómo se debe seguir?” “¿Qué tipo de cosa supones que es el Camino, por lo que desearías seguirlo?”

   “Estudiar el Camino” es sólo una figura idiomática. Es un método de motivar el interés de la gente en las primeras etapas de su desarrollo.

   Entonces, ¿es la otra orilla sólo un símbolo para despertar nuestro interés?

   ¿Debemos renunciar a la vida externa? ¡No! Huang Po dice: “No permitas que los hechos de tu vida diaria te limiten, pero nunca te apartes de ellos”. Entonces, ¡ya estarás en la otra orilla sin darte cuenta!