MARY
ANDERSON
¿Qué significan para
nosotros las palabras “la otra orilla”? Podemos pensar en un río, un lago,
un mar o un océano, que separan dos lados o dos orillas, incluso dos
continentes. La otra orilla puede ser bastante diferente de la orilla en la
que estamos o que conocemos. Un río puede formar la frontera entre dos
países con diferentes idiomas, costumbres, etc., por ejemplo, el Rin cuando
fluye entre Francia y Alemania, el Oder-Neisse entre Alemania y Polonia, el
Mekong entre Tailandia y Laos. Incluso el Sena en París divide dos lados con
“culturas” diferentes: la orilla izquierda, el mundo de estudiantes,
artistas, “la Bohème”, y la orilla derecha, el mundo de la “Sociedad”, el
comercio, la riqueza, “la Bourgeoisie”. Un río también puede separar dos
paisajes diferentes, como el Gangâ en Varanasi. En un lado, vemos numerosos
edificios, mucha gente, gran actividad, en el otro lado hay pantanos, está
deshabitado, es aparentemente territorio hostil. Las orillas de un lado
pueden estar aún más lejos, de modo que difícilmente podemos ver el otro
lado. Una alemana, que nunca había salido de su ciudad, viajó a Suiza, y al
pasar por el Lago Zurich exclamó: “¡Qué ancho es aquí el Rin!” Consideremos
los lados de un mar: el Mediterráneo separa diferentes culturas, las de
Europa, África, Asia Menor. Lo mismo podemos decir de un océano. Si cruzamos
el Atlántico de Europa a América, o el Pacífico de América a Oriente
¡encontramos muchas diferencias! Diferencias en paisajes, culturas, idiomas
y países, contribuyen a la maravillosa diversidad de nuestra tierra. Pero
esa diversidad, demasiado a menudo, conduce a malentendidos, a peleas. La
otra orilla a menudo nos parece extraña, lejana y atemorizante.
Sin embargo, todas las
orillas en nuestro planeta tienen físicamente algo en común. Todas están
hechas de materia sólida en las que podemos vivir, y lo que las separa es
materia líquida donde, al contrario de los peces, no podemos sobrevivir por
mucho tiempo. Un río o un mar pueden dividir a los que son iguales, a
quienes se sienten atraídos entre sí, a quienes se aman. Este fue uno de los
temas en la poesía romántica en Alemania: “Había dos niños reales. Se amaban
mucho. Pero no se podían reunir. El agua era demasiado profunda”. Un
elemento extraño separa a dos personas que no son extrañas entre sí.
Recordemos todo esto cuando
consideremos el significado simbólico de un río, un mar, etc., y diferentes
orillas, especialmente con referencia a la vida espiritual, porque también
aquí un río, incluso un océano, parece separar dos mundos que son
aparentemente extraños entre sí. De modo que el concepto de la otra orilla
se usa simbólicamente en un contexto religioso. En las canciones de los
negros, el Río Jordán separa el mundo miserable del esclavo del mundo de los
campos Elíseos. En el Budismo hablan de la otra orilla. En el Cristianismo
hablamos de este mundo y “la otra vida”, el mundo del más allá. Conocemos el
primero. No conocemos el segundo, aunque podemos sentirnos atraídos por él,
atemorizados o indiferentes a él. Por lo tanto hablamos de la tierra y del
cielo, Samsâra y Nirvâna, tiempo y Eternidad, y un río parece dividirlos. La
gente se pregunta: ¿Cómo podemos cruzar el río?
Existen dos tipos de
respuesta a esa pregunta: La primera es la respuesta de la mente, el único
instrumento que poseemos conscientemente para tal búsqueda, y la segunda es
la respuesta de la intuición. La mente dice: las dos orillas están separadas
por un río. Debes cruzar el río, nadando o en bote. Quien está en su camino,
se dice haber “entrado en la corriente”. Esa es la respuesta de la mente, de
la lógica, la respuesta de la teología, de la religión ortodoxa, del Budismo
Theravâda. La intuición se pregunta: ¿son tal vez las dos orillas iguales?
En ese caso no necesitamos ir a la otra orilla, porque ya estamos allí.
¡Sólo tenemos que percibirlo, conocerlo realmente, no sólo creerlo en
teoría! Pero para conocerlo se necesita un salto quántico. Esa es la
respuesta de la intuición, del misticismo, del Budismo Zen.
Existe un chiste sobre un
inglés que viaja por Irlanda. Él le preguntó a un vagabundo cuál era el
camino hacia Cork. El vagabundo contestó: “Si yo fuera usted, comenzaría
desde aquí, desde donde usted está”. Esa es la respuesta lógica de la mente:
debemos usar lo que tenemos, es decir, la mente. Pero una vez, este chiste
se malinterpretó, se dice que la respuesta del vagabundo fue: “Si yo fuera
usted, no partiría desde aquí, de donde usted está”. Esa es la
respuesta de la intuición, porque la intuición ya está en Cork, ya está en
la otra orilla. Es la respuesta de Krishnamurti cuando dice que para cruzar
el río debemos comenzar no desde esta orilla sino de la otra orilla! De lo
contrario permaneceremos en esta orilla, en la orilla de la mente, de los
conceptos, de la dualidad, de las especulaciones, de los prejuicios. Todo
aquello que no tiene ninguna relación con la otra orilla. De un modo u otro
ya debemos estar en la otra orilla. Ciertamente, ya estamos
allí, pero no conscientemente!
Se hizo la pregunta: ¿Cuál
es la diferencia entre Budha y una persona común? La respuesta dada fue: “No
existe diferencia, excepto que el Buda sabe que él es Buda!” Este tipo de
conocimiento no es teórico. Es conocimiento real, no sólo una opinión.
¿Tenemos aquí nuevamente
dos orillas separadas? Es decir ¿entre el intelectual y el místico, el
santo, el sabio? Pero somos ambos: el intelectual y el místico, es
decir, tenemos a la vez un intelecto, con el que somos conscientes, y
tenemos sabiduría, intuición, que están dormidas en nosotros. Esto puede
recordarnos a los dos pájaros que están en un árbol en la tradición India.
Un pájaro está saltando por todas partes, picando constantemente, sin parar.
El otro observa en calma. Esta observación calma es percepción directa. Pero
ambos pájaros son uno. Nosotros somos ambos pájaros.
De pronto podemos estar en
la otra orilla, habiendo dado un salto quántico, pero esto es posible
sólo si se cumplen ciertas condiciones. Nosotros tratamos de cumplir con
estas condiciones. Es difícil, porque eso significa que nuestro modo de
pensar y nuestro modo de vida se deben transformar. Debemos volvernos
generosos, incluso eliminar el yo y ser completamente honestos con nosotros
mismos y con otros. Ese es el salto quántico. ¿Cómo se puede producir esta
transformación?
En la orilla que estamos
existen muchos trabajadores, muchos vendedores que ofrecen atractivas
oportunidades: “Yo le haré cruzar el río”, o “Lo llevaré en mi bote”. “Usted
no necesita hacer nada. Yo haré todo por usted. Y usted sólo tiene que pagar
la tarifa”. Porque tales mercaderes exigen un precio, si no es en euros, es
en dólares o en rupias, entonces de cualquier modo tenemos que pagar, como
Fausto casi tuvo que hacerlo, con nuestra alma, nuestra independencia, con
nuestra libertad interna. Estos mercaderes son, por ejemplo, los
innumerables falsos gurús. Algunos son benevolentes y relativamente
inofensivos. Tal vez, muchos son, no siempre sabiéndolo, dañinos para sí
mismos y para los demás. Pero debemos admitir que algunos son útiles. Ellos
dicen: “Te ayudaré a aprender a nadar, pero tú debes querer aprender a
nadar, y tú mismo debes realmente nadar hasta el otro lado”. Los gurús son
útiles sólo cuando hacemos el trabajo nosotros mismos y cuando olvidamos al
maestro, y nadamos. ¡Incluso si nos ahogamos, hemos aprendido algo!
Todos probablemente
tratamos algunas de las atractivas oportunidades de los falsos gurús, ya sea
en esta vida, en una pasada o en vidas futuras, hasta que aprendamos su
lección, veamos por medio de ellas y los rechacemos.
Entonces, ¿qué diferencia
las dos orillas, este lado y aquél, este mundo y el más allá, el Cielo y la
Tierra, Samsâra y Nirvâna? Para la mente lógica, ambos no tienen nada en
común. Para una percepción más profunda no hay diferencias. Ya que estamos
conscientes especialmente en el nivel mental, examinemos esta cuestión
primero con la mente. Comencemos donde estamos, con lo que tenemos, y eso es
la mente.
La mente exige y encuentra
un sendero con muchas etapas, que conducen a la otra orilla. Estas etapas se
describen de modo diferente en diversas religiones y tradiciones, a veces
como condiciones a cumplir, o como cualidades a adquirir, a veces como
etapas en el sendero, a veces como ambas cosas. En el Hinduismo las
condiciones se describen, por ejemplo, en los siete primeros de los ocho
pasos del Râja Yoga: prohibiciones morales, reglas morales, postura
correcta, respiración correcta, supresión de los sentidos, concentración,
meditación. Estos primeros siete pasos de Râja Yoga eliminan los obstáculos
externos e internos. Luego sigue el octavo paso, el salto quántico a
samâdhi o el conocimiento, por ser lo que se conoce, es decir, saber que
no hay otro, y de igual modo ¡no existe otra orilla!
En el Viveka-chudâmani
de Sankarâchârya se describen las condiciones para cruzar la corriente, casi
igual que en A los Pies del Maestro: viveka, la habilidad de
distinguir entre lo Real y lo irreal, lo importante y lo insignificante,
etc.; vairâgya, carencia de deseos, desapego, ausencia de actitud
posesiva; buena conducta; y mumukshutva: fuerte deseo de liberación.
Debemos ansiar la liberación como alguien que se está ahogando desea el
aire. En A los Pies del Maestro esta cualidad se denomina Amor.
“Cuando (el amor) es lo suficientemente fuerte en el hombre, lo fuerza a
adquirir todo lo demás, y todo lo demás sin éste nunca sería suficiente”. El
amor es el salto quántico.
En el Budismo se enseña el
Noble Óctuple Sendero: Recta Percepción o Comprensión, Recto Pensamiento,
Recta Palabra, Recta Conducta, Recto Medio de Vida, Recto Esfuerzo, Recta
Atención o Memoria, y nuevamente aquí sigue el salto quántico hacia la
Unidad con todo, es decir, samâdhi. En el Budismo también se nos dan los
siguientes pasos: las etapas de alguien que entró en la corriente, aquél que
nacerá nuevamente sólo una vez, alguien que alcanzará la liberación en esta
vida, y el Arhat.
En el Cristianismo se
exaltan virtudes tales como Fe, Esperanza y Caridad, pero: “La más grande de
estas es caridad”, o el amor (I Cor.13:13). Aquí también el amor representa
el salto quántico a la otra orilla. Y en el misticismo cristiano los pasos
en el Sendero se describen de modo general así: 1. conversión, el despertar,
el punto crucial, la realización de que no podemos hacer otra cosa que
seguir ese sendero; 2. Purificación; 3. Iluminación; 4. La noche oscura del
alma y 5. El salto quántico: la Unificación.
Pero existen ciertos
peligros en el concepto de los pasos en el sendero, ya sea que veamos estos
pasos como cualidades a adquirir, condiciones a cumplimentar, o virtudes a
desarrollar, o como etapas de desarrollo en el camino. Las ideas mismas de
un sendero, de cualidades individuales, de etapas, son imágenes mentales y
nos tentamos a concebirlas mentalmente, es decir, de modo literal o
mundanal, desde el punto de vista de esta orilla. Porque el Sendero, los
pasos en el Sendero e incluso las cualidades, no se deben comprender mental
o literalmente o de forma mundanal, sino intuitiva y simbólicamente, en
profundidad.
¿Qué significa cuando
concebimos el Sendero, las cualidades, y los pasos mentalmente, literalmente
y de modo mundanal? Si lo hacemos así, podemos entenderlos como si
estuviéramos en la escuela, en la universidad o haciendo un aprendizaje.
Tenemos que aprender ciertas lecciones, adquirir ciertas habilidades, pasar
ciertas pruebas. Luego, en nuestra profesión o en nuestro trabajo tenemos
ciertas experiencias: tenemos éxito o no. Visto de este modo, el sendero
espiritual se convierte en una carrera. Olvidamos lo que es importante.
Todavía somos egoístas. Y definitivamente permanecemos en esta orilla.
Incluso el desarrollo de
virtudes puede ser contraproducente. Un amigo le dijo a Benjamín Franklin
que él practicaba una virtud diferente cada día de la semana, y que estaba
complacido con el resultado. El lunes, por ejemplo, él practicaba la
honestidad, el martes la valentía, el miércoles la compasión, etc. Benjamín
Franklin señaló que él se había olvidado de una virtud importante: la
Humildad. Y, ¿qué es la humildad? Humildad no significa tener una pobre
opinión de uno mismo, repetir: “Yo soy un pobre pecador”, etc., que
realmente es una forma de orgullo o por lo menos de egocentrismo. Humildad
significa no pensar en uno mismo en modo alguno, es olvidarse de uno mismo.
¿Podemos decidir o hacer un esfuerzo para olvidarnos de nosotros mismos?
¡Cuanto más uno trata, menos logra! Querer olvidarse de uno mismo es
ambición, que no tiene lugar en el sendero espiritual. Por lo tanto
permanecemos en esta orilla. No podemos hacer el salto quántico. Entonces el
intento de desarrollar virtudes tiene muchas trampas. Si intentamos
desarrollar virtudes en determinado momento, podemos perdernos. Podemos
desarrollar en exceso una virtud a expensas de las otras. Si una virtud es
exagerada, se puede volver un vicio.
Por otra parte, el salto
quántico sólo puede tener éxito si se cumplen ciertas condiciones, de modo
que ni siquiera somos conscientes de ellas, entonces somos virtuosos sin
darnos cuenta. Pero si nos damos cuenta de ello, y la ambición aparece en la
escena, ya no estamos en el sendero espiritual. Si por ejemplo aprendemos a
hablar un idioma o a tocar un instrumento musical, existe un proceso de
aprendizaje. Primero hacemos un esfuerzo: aprendemos palabras aisladas, u
oraciones, reglas gramaticales, etc. Practicamos. Al aprender música también
practicamos un instrumento, aprendemos de nuestros errores. El salto
quántico llega más tarde o de pronto. Luego hablamos un idioma sin errores,
sin pensar en el significado individual de las palabras o en las reglas
gramaticales. O de pronto nuestra interpretación musical es fluida, incluso
inspirada, pero no pensamos en las notas. ¡La música simplemente toca en
nosotros! El salto quántico se ha producido. La otra orilla está allí. Ya no
somos más conscientes de nosotros mismos, aunque esto es principalmente sólo
un estado temporal, y volvemos a nuestra condición anterior tan pronto como
interviene el pensamiento.
¿Cuál es la característica
de la otra orilla? Podríamos decir: Unidad, Totalidad. ¿Cuál es la
característica de esta orilla? dualidad, multiplicidad. Pero la unidad es la
fuente, el origen de la dualidad y de la multiplicidad. Esta dualidad y
multiplicidad forman las características externas del maravilloso mundo en
el que vivimos. La Unidad interna está presente en la Naturaleza y se
expresa a sí misma en armonía mientras el hombre no interfiera.
Desafortunadamente la dualidad y la multiplicidad son también las
características internas de nuestro ser, las características de nuestra
consciencia. Internamente dividimos el mundo en yo, y los demás.
Ya no percibimos nuestra
unidad interna con todos los seres y con todas las cosas. Somos seres que
estamos internamente separados, aislados, solos. Esto conduce al temor, la
inseguridad, los celos, la sospecha y la agresión. Porque somos infelices en
este estado de división, buscamos recuperar la unidad, pero lo buscamos en
los lugares equivocados. Nos unimos a las posesiones, ya sean riquezas,
conocimiento, u otras personas. Nos volvemos dependientes de ello. No sólo
nuestros sentimientos están divididos sino también nuestro pensamiento.
Tendemos a pensar en blanco o negro, en conceptos que son contradictorios.
La liberación no está en aferrarnos, sino en renunciar, en soltar
internamente.
El sabio budista Zen Huang
Po diferencia entre tres tipos de buscadores:
1. Cuando se ha renunciado a
todo en el interior y en lo exterior, corporal y mentalmente; cuando, como
en el Vacío, no queda ningún apego; cuando toda acción es solamente el
resultado del lugar y la circunstancia; cuando la subjetividad y la
objetividad se olvidan, esa es la forma más elevada de renunciación.
2. Cuando, por una parte, el
Camino se sigue por la realización (consciente) de actos virtuosos, mientras
que por la otra, se considera la recompensa, es una forma de renuncia a
medias.
3. Cuando se hace todo tipo de
acciones virtuosas, esperando recompensa de quienes, sin embargo, conocen el
Vacío escuchando el Dharma y son por lo tanto desapegados (es decir, lo que
deberían conocer mejor), es la forma más elemental de renuncia.
La primera (la forma más
elevada de renuncia) es como una antorcha en llamas sostenida adelante, lo
que hace imposible errar el Sendero; la segunda (la forma de renuncia a
medias) es como la antorcha en llamas que se sostiene en un lado, de modo
que a veces está iluminado y a veces está oscuro; la tercera (la forma de
renuncia más baja) es como una antorcha en llamas que se sostiene detrás, de
modo que los obstáculos que hay adelante, no se ven.
“¿Qué es el Camino y cómo
se debe seguir?” “¿Qué tipo de cosa supones que es el Camino, por lo que
desearías seguirlo?”
“Estudiar el Camino” es
sólo una figura idiomática. Es un método de motivar el interés de la gente
en las primeras etapas de su desarrollo.
Entonces, ¿es la otra
orilla sólo un símbolo para despertar nuestro interés?
¿Debemos renunciar a la
vida externa? ¡No! Huang Po dice: “No permitas que los hechos de tu vida
diaria te limiten, pero nunca te apartes de ellos”. Entonces, ¡ya estarás en
la otra orilla sin darte cuenta!