domingo, 17 de agosto de 2014

La causa del dolor


 
                                                                                                RADHA BURNIER
  
El Señor Buddha hablaba de la recta percepción como el primer paso del Óctuple Sendero. Ser capaz de ver las cosas tal como son, y no a través de los cristales de color de algún tipo, es uno de los problemas, tal vez el más importante, con el que nos enfrentamos. El Buddha también dijo que la primera verdad que hay que percibir es la verdad del dolor. 
 
Al principio uno se pregunta si el dolor es una verdad. Sabemos que el dolor existe en todas partes pero percibir el dolor tal como Él indicaba no es fácil. Hay muchísima infelicidad en el mundo: millones de personas mueren de hambre, millones pierden la vida, la casa, partes de su cuerpo mutilados en las guerras actuales. La tensión, el conflicto y el odio existen en todas partes del mundo: una raza contra otra, una religión contra otra y cosas por el estilo. Todo esto es dolor. Cuando leemos artículos sobre todo esto en el periódico seguramente decimos: “¡Qué lástima! ¡Qué cosas tan terribles ocurren en el mundo! Pero realmente no sabemos lo que es el dolor. No lo vemos con la totalidad de nosotros mismos, porque sólo le prestamos un pensamiento momentáneo y luego lo dejamos de lado. Como está muy lejos, realmente no nos preocupa mucho si decenas de miles de personas están sufriendo lo indecible en alguna parte. Nuestra vida cotidiana continúa igual, tenemos nuestros pequeños placeres, nuestras pequeñas preocupaciones, nuestros egoístas problemas particulares, y eso es todo. 

 Aparte de la tremenda desgracia y dolor que existe en el mundo, de lo cual nuestra mente conoce una parte superficialmente, también hay una gran parte de nuestra propia vida y de la vida de la gente de nuestro entorno que participa de la naturaleza del dolor, aunque no nos demos cuenta. Existen numerosas ansiedades, irritaciones, frustraciones, anhelos que terminan en  decepción, y que normalmente no se definen como dolor. Pero si consideramos la vida que llevamos como un todo, no conlleva ese tipo de felicidad que podría llamarse verdadera felicidad. 

 Los budistas Mahâyâna dicen que la iluminación acontece solamente cuando existe una profunda compasión, un profundo sentimiento por la desgracia y el sufrimiento que existe en el mundo. Puede que la iluminación no se alcance cuando la buscamos diciendo: “Voy a conseguir algo en la vida espiritual”. La verdadera razón para buscar la iluminación debería ser una compasión y simpatía altruista hacia todos los que sufren. Hay un hermoso dicho que afirma que la Compasión es la madre de todos los Buddhas. Un Buddha llega a la existencia cuando ve cómo sufre la gente y cuando siente una gran necesidad de encontrar el fin de ese sufrimiento. Por esto, ser capaz de percibir la futilidad, la desgracia, la falta de significado y el dolor de la vida es el primer paso. 

 Si sintiéramos esa profunda preocupación por el sufrimiento que existe en el mundo querríamos descubrir una solución. La mayoría de nosotros seguimos viviendo como siempre, una vida mediocre porque no hay nada que nos conmueva profundamente. No sentimos urgencia para producir un cambio. Ver esa necesidad es el primer paso. Cuando lo veamos, entonces, de forma natural intentaremos hallar una respuesta. 

 El Señor Buddha nos dio Su respuesta de forma muy sencilla. Dijo que la causa de todo dolor es la ambición, el ansia que existe en cada uno de nosotros en innumerables formas. Cuando pensamos que hemos vencido estas ansias en una forma, aparece de otro modo. 

El ansia existe no sólo hacia los objetos. Tal vez algunos miembros de la Sociedad Teosófica no ansiemos tener dinero, por ejemplo; tal vez no deseemos pertenecer al jet set ni cubrirnos de joyas. Pero tenemos deseos de otro tipo, como el progreso espiritual, por ejemplo. Tenemos ideas preconcebidas sobre las relaciones con los demás. Si yo me imagino una relación contigo en la cual me quieres mucho, ansiaré ese tipo de relación que he imaginado. Cuando la relación no resulta tal como yo quiero, me siento desgraciado. El ansia también toma la forma de un deseo de dominación, de agresividad, de auto promoción en distintas formas, y si somos objetivos podremos verlo en nosotros mismos. También está el deseo de escapar de algunas cosas y el deseo de imponer nuestras ideas a los demás. 

El deseo o el ansia existen porque no tenemos un sentido de los verdaderos valores, confundimos lo que tiene menos valor con lo que tiene más, lo menos real con lo más real. Por esto, ver las cosas en su verdadera naturaleza es extremadamente importante. La vida espiritual consiste en conocer lo que es esencial y lo que no es esencial. 

 Es evidente que todo lo que tiene una existencia condicionada y depende de otra cosa para existir tiene menos valor que aquello que es incondicional. Veamos, por ejemplo, el tipo de felicidad del que muchos disfrutamos. Podemos considerarnos razonablemente felices pero nuestra felicidad depende de condiciones externas y de otros individuos. Si te comportas de una manera determinada, yo soy feliz. Si te comportas de otra manera, si me llamas idiota, por ejemplo, eso me hace infeliz. Mi felicidad depende  de que tú aceptes una imagen que yo he creado de mí mismo como alguien que no es idiota, sino una persona estupenda. Si poseemos varias cosas que nos den la sensación de seguridad, somos felices. De lo contrario, no lo somos. Cada una de estas formas de felicidad, que depende de una condición particular o de otra persona, evidentemente no es la verdadera felicidad. Pero estamos siempre intentando aferrarnos a cosas que dependen de otras. 

 Todo lo que es condicional y depende de algo tiene una naturaleza temporal porque ninguna condición del mundo sigue siendo siempre la misma. Cuando la condición cambia, la felicidad se acaba. Es un hecho “obvio”, obvio sólo en una capa superficial de nuestra mente, pero no para la totalidad de nosotros mismos. Un ejemplo lo tenemos en el hecho de que “sabemos” que la existencia en el cuerpo físico depende de muchas condiciones. “Sabemos” que la vida del cuerpo cesará cuando las condiciones se alteren. Y sin embargo, si la vida desaparece de cierto cuerpo, nos sentimos muy infelices a pesar de lo que “sabemos” y de la filosofía que podemos predicar.

 Estamos continuamente aferrándonos a lo perecedero, lo perecedero en forma de ideas, de apegos, en forma de organizaciones y de sistemas, en un número de modos distintos. Uno de los Upanishads dice que lo Eterno no se puede encontrar nunca mientras vayamos en pos de cosas perecederas. Pero eso es lo que hacemos. Estamos constantemente preocupados por cosas que van a desaparecer. 

 Cuando no nos sentimos atraídos por ciertas cosas, eso no significa que no exista el ansia. Apartarse de las cosas no demuestra la ausencia del ansia, si sentimos rechazo por algo, eso significa que el deseo existe. Podemos desear algo en concreto, luego nos sentimos decepcionados y por eso sentimos rechazo. 

 Tanto si sentimos rechazo, como atracción, hemos de intentar ver cuál es la verdadera naturaleza de la cosa, si vale la pena buscarla. Deberíamos intentar discernir entre lo real y lo irreal. Esto requiere una percepción inteligente extremadamente clara. Una mente que normalmente no sea clara ni lógica no será capaz de ser receptiva repentinamente respecto a los temas espirituales. Por  consiguiente, deberíamos tener siempre un pensamiento lógico y claro en la medida de lo posible.

 Es importante que todo el que desee comprender la vida espiritual no se haga concesiones a sí mismo. Muchas veces vemos mejor las cosas cuando nuestro egocentrismo no entra en juego, pero cuando se trata de algo que nos atañe, entonces no somos capaces de ver nada. Cuando nos sentimos atraídos por una  cosa, es posible que tengamos una sensación de culpabilidad, pero eso también nos dificulta la percepción. La atracción no es en sí misma nada “malo”, obviamente. No hay nada “malo” en el mundo, en cierto sentido. Ver la belleza es una forma de atracción, pero si volvemos a anhelar esa belleza entonces estamos atrapados en la red del deseo. Cada vez que experimentamos placer queremos repetirlo. Deberíamos ver que en estos casos no es el objeto lo que importa sino que nuestra mente es la que está creando el esquema. Es la mente la que crea imágenes del placer que se ha sentido una vez y entonces el deseo se renueva. Si hemos de liberarnos del ansia, la liberación tiene que conseguirse a través de la renunciación por parte de la mente, no necesariamente del objeto. Podemos estar rodeados de toda una serie de objetos pero sin sentirnos influidos por ellos. Podemos estar rodeados de todas las cosas ilusorias y efímeras del mundo y sin embargo no ir en pos de ellas. También podemos renunciar externamente a todo pero estar llenos de ese anhelo interno, algo que nos convierte en hipócritas, como dice el Bhagavadgitâ. La atracción por ciertas cosas y también la repulsión se convierten en un hábito, en un proceso mecánico. Liberarse de esto requiere un esfuerzo sostenido y una inteligencia extraordinariamente sagaz.

 Al final, el proceso evolutivo le enseña al hombre a dejar de anhelar cosas. Se busca el placer una y otra vez y se sufre por ello. En las primeras etapas, el hombre atribuye la causa del sufrimiento a otras personas y a las circunstancias externas. Pero en un punto posterior de la evolución despierta al hecho de que la causa del dolor está en su propia acción y actitud.

 Somos capaces de aprender a través de un esfuerzo consciente y no necesitamos experimentar el sufrimiento. Esta es la diferencia entre el hombre que ha hollado el Sendero y el hombre del mundo. El primero empieza a  intentar encontrar la verdad por sí mismo sin dejar que el mero proceso de la evolución le enseñe. Cada uno de nosotros puede hacer este esfuerzo para ver las cosas tal como son en realidad, saber qué es verdaderamente valioso, darse cuenta de que todas las cosas transitorias del mundo no nos llevarán a ninguna parte si nos aferramos a ellas. 

 Hemos de dirigir nuestra mirada hacia lo Eterno. Parece que faltara mucho para ver el dolor que hay en el mundo, pero ver el sufrimiento, el dolor, buscar la razón de todo esto nos conducirá al sendero que es el camino hacia lo Eterno.