RADHA
BURNIER
El Señor Buddha hablaba de la recta percepción como el primer
paso del Óctuple Sendero. Ser capaz de ver las cosas tal como son, y no a
través de los cristales de color de algún tipo, es uno de los problemas, tal
vez el más importante, con el que nos enfrentamos. El Buddha también dijo
que la primera verdad que hay que percibir es la verdad del dolor.
Al principio uno se pregunta si el dolor es una verdad.
Sabemos que el dolor existe en todas partes pero percibir el dolor tal como
Él indicaba no es fácil. Hay muchísima infelicidad en el mundo: millones de
personas mueren de hambre, millones pierden la vida, la casa, partes de su
cuerpo mutilados en las guerras actuales. La tensión, el conflicto y el odio
existen en todas partes del mundo: una raza contra otra, una religión contra
otra y cosas por el estilo. Todo esto es dolor. Cuando leemos artículos
sobre todo esto en el periódico seguramente decimos: “¡Qué lástima! ¡Qué
cosas tan terribles ocurren en el mundo! Pero realmente no sabemos lo que es
el dolor. No lo vemos con la totalidad de nosotros mismos, porque sólo le
prestamos un pensamiento momentáneo y luego lo dejamos de lado. Como está
muy lejos, realmente no nos preocupa mucho si decenas de miles de personas
están sufriendo lo indecible en alguna parte. Nuestra vida cotidiana
continúa igual, tenemos nuestros pequeños placeres, nuestras pequeñas
preocupaciones, nuestros egoístas problemas particulares, y eso es todo.
Aparte de la tremenda desgracia y dolor que existe en el
mundo, de lo cual nuestra mente conoce una parte superficialmente, también
hay una gran parte de nuestra propia vida y de la vida de la gente de
nuestro entorno que participa de la naturaleza del dolor, aunque no nos
demos cuenta. Existen numerosas ansiedades, irritaciones, frustraciones,
anhelos que terminan en decepción, y que normalmente no se definen como
dolor. Pero si consideramos la vida que llevamos como un todo, no conlleva
ese tipo de felicidad que podría llamarse verdadera felicidad.
Los budistas Mahâyâna dicen que la iluminación acontece
solamente cuando existe una profunda compasión, un profundo sentimiento por
la desgracia y el sufrimiento que existe en el mundo. Puede que la
iluminación no se alcance cuando la buscamos diciendo: “Voy a conseguir algo
en la vida espiritual”. La verdadera razón para buscar la iluminación
debería ser una compasión y simpatía altruista hacia todos los que sufren.
Hay un hermoso dicho que afirma que la Compasión es la madre de todos los
Buddhas. Un Buddha llega a la existencia cuando ve cómo sufre la gente y
cuando siente una gran necesidad de encontrar el fin de ese sufrimiento. Por
esto, ser capaz de percibir la futilidad, la desgracia, la falta de
significado y el dolor de la vida es el primer paso.
Si sintiéramos esa profunda preocupación por el sufrimiento
que existe en el mundo querríamos descubrir una solución. La mayoría de
nosotros seguimos viviendo como siempre, una vida mediocre porque no hay
nada que nos conmueva profundamente. No sentimos urgencia para producir un
cambio. Ver esa necesidad es el primer paso. Cuando lo veamos, entonces, de
forma natural intentaremos hallar una respuesta.
El Señor Buddha nos dio Su respuesta de forma muy sencilla.
Dijo que la causa de todo dolor es la ambición, el ansia que existe en cada
uno de nosotros en innumerables formas. Cuando pensamos que hemos vencido
estas ansias en una forma, aparece de otro modo.
El ansia existe no sólo hacia los objetos. Tal vez algunos
miembros de la Sociedad Teosófica no ansiemos tener dinero, por ejemplo; tal
vez no deseemos pertenecer al jet set ni cubrirnos de joyas. Pero tenemos
deseos de otro tipo, como el progreso espiritual, por ejemplo. Tenemos ideas
preconcebidas sobre las relaciones con los demás. Si yo me imagino una
relación contigo en la cual me quieres mucho, ansiaré ese tipo de relación
que he imaginado. Cuando la relación no resulta tal como yo quiero, me
siento desgraciado. El ansia también toma la forma de un deseo de
dominación, de agresividad, de auto promoción en distintas formas, y si
somos objetivos podremos verlo en nosotros mismos. También está el deseo de
escapar de algunas cosas y el deseo de imponer nuestras ideas a los demás.
El deseo o el ansia existen porque no tenemos un sentido de
los verdaderos valores, confundimos lo que tiene menos valor con lo que
tiene más, lo menos real con lo más real. Por esto, ver las cosas en su
verdadera naturaleza es extremadamente importante. La vida espiritual
consiste en conocer lo que es esencial y lo que no es esencial.
Es evidente que todo lo que tiene una existencia
condicionada y depende de otra cosa para existir tiene menos valor que
aquello que es incondicional. Veamos, por ejemplo, el tipo de felicidad del
que muchos disfrutamos. Podemos considerarnos razonablemente felices pero
nuestra felicidad depende de condiciones externas y de otros individuos. Si
te comportas de una manera determinada, yo soy feliz. Si te comportas de
otra manera, si me llamas idiota, por ejemplo, eso me hace infeliz. Mi
felicidad depende de que tú aceptes una imagen que yo he creado de mí mismo
como alguien que no es idiota, sino una persona estupenda. Si poseemos
varias cosas que nos den la sensación de seguridad, somos felices. De lo
contrario, no lo somos. Cada una de estas formas de felicidad, que depende
de una condición particular o de otra persona, evidentemente no es la
verdadera felicidad. Pero estamos siempre intentando aferrarnos a cosas que
dependen de otras.
Todo lo que es condicional y depende de algo tiene una
naturaleza temporal porque ninguna condición del mundo sigue siendo siempre
la misma. Cuando la condición cambia, la felicidad se acaba. Es un hecho
“obvio”, obvio sólo en una capa superficial de nuestra mente, pero no para
la totalidad de nosotros mismos. Un ejemplo lo tenemos en el hecho de que
“sabemos” que la existencia en el cuerpo físico depende de muchas
condiciones. “Sabemos” que la vida del cuerpo cesará cuando las condiciones
se alteren. Y sin embargo, si la vida desaparece de cierto cuerpo, nos
sentimos muy infelices a pesar de lo que “sabemos” y de la filosofía que
podemos predicar.
Estamos continuamente aferrándonos a lo perecedero, lo
perecedero en forma de ideas, de apegos, en forma de organizaciones y de
sistemas, en un número de modos distintos. Uno de los Upanishads dice que lo
Eterno no se puede encontrar nunca mientras vayamos en pos de cosas
perecederas. Pero eso es lo que hacemos. Estamos constantemente preocupados
por cosas que van a desaparecer.
Cuando no nos sentimos atraídos por ciertas cosas, eso no
significa que no exista el ansia. Apartarse de las cosas no demuestra la
ausencia del ansia, si sentimos rechazo por algo, eso significa que el deseo
existe. Podemos desear algo en concreto, luego nos sentimos decepcionados y
por eso sentimos rechazo.
Tanto si sentimos rechazo, como atracción, hemos de intentar
ver cuál es la verdadera naturaleza de la cosa, si vale la pena buscarla.
Deberíamos intentar discernir entre lo real y lo irreal. Esto requiere una
percepción inteligente extremadamente clara. Una mente que normalmente no
sea clara ni lógica no será capaz de ser receptiva repentinamente respecto a
los temas espirituales. Por consiguiente, deberíamos tener siempre un
pensamiento lógico y claro en la medida de lo posible.
Es importante que todo el que desee comprender la vida
espiritual no se haga concesiones a sí mismo. Muchas veces vemos mejor las
cosas cuando nuestro egocentrismo no entra en juego, pero cuando se trata de
algo que nos atañe, entonces no somos capaces de ver nada. Cuando nos
sentimos atraídos por una cosa, es posible que tengamos una sensación de
culpabilidad, pero eso también nos dificulta la percepción. La atracción no
es en sí misma nada “malo”, obviamente. No hay nada “malo” en el mundo, en
cierto sentido. Ver la belleza es una forma de atracción, pero si volvemos a
anhelar esa belleza entonces estamos atrapados en la red del deseo. Cada vez
que experimentamos placer queremos repetirlo. Deberíamos ver que en estos
casos no es el objeto lo que importa sino que nuestra mente es la que está
creando el esquema. Es la mente la que crea imágenes del placer que se ha
sentido una vez y entonces el deseo se renueva. Si hemos de liberarnos del
ansia, la liberación tiene que conseguirse a través de la renunciación por
parte de la mente, no necesariamente del objeto. Podemos estar rodeados de
toda una serie de objetos pero sin sentirnos influidos por ellos. Podemos
estar rodeados de todas las cosas ilusorias y efímeras del mundo y sin
embargo no ir en pos de ellas. También podemos renunciar externamente a todo
pero estar llenos de ese anhelo interno, algo que nos convierte en
hipócritas, como dice el Bhagavadgitâ. La atracción por ciertas cosas
y también la repulsión se convierten en un hábito, en un proceso mecánico.
Liberarse de esto requiere un esfuerzo sostenido y una inteligencia
extraordinariamente sagaz.
Al final, el proceso evolutivo le enseña al hombre a dejar
de anhelar cosas. Se busca el placer una y otra vez y se sufre por ello. En
las primeras etapas, el hombre atribuye la causa del sufrimiento a otras
personas y a las circunstancias externas. Pero en un punto posterior de la
evolución despierta al hecho de que la causa del dolor está en su propia
acción y actitud.
Somos capaces de aprender a través de un esfuerzo consciente
y no necesitamos experimentar el sufrimiento. Esta es la diferencia entre el
hombre que ha hollado el Sendero y el hombre del mundo. El primero empieza
a intentar encontrar la verdad por sí mismo sin dejar que el mero proceso
de la evolución le enseñe. Cada uno de nosotros puede hacer este esfuerzo
para ver las cosas tal como son en realidad, saber qué es verdaderamente
valioso, darse cuenta de que todas las cosas transitorias del mundo no nos
llevarán a ninguna parte si nos aferramos a ellas.
Hemos de dirigir nuestra mirada hacia lo Eterno. Parece que
faltara mucho para ver el dolor que hay en el mundo, pero ver el
sufrimiento, el dolor, buscar la razón de todo esto nos conducirá al sendero
que es el camino hacia lo Eterno.