domingo, 13 de julio de 2014

El mundo es la extensión del Yo






 MARY ANDERSON

 La Sa. Mary Anderson ha sido Vice-Presidenta internacional de la Sociedad Teosófica y ha disertado ampliamente en varios idiomas.

 ¿Qué queremos significar cuando decimos ‘yo mismo’?

   ‘Yo mismo’ es un pronombre reflexivo. Hace referencia nuevamente al sujeto, por ejemplo, a ‘mí`. Refleja el sujeto como cuando decimos “Me veo a mí mismo en el espejo” o “un hombre auto-forjado”, queriendo decir alguien que se hizo a sí mismo y que debe su situación, su fortuna, etc., a sí mismo, a sus propios esfuerzos. Las palabras ‘yo mismo’ también pueden enfatizar el sujeto, como cuando decimos “Sólo tú mismo puedes hacerlo” o “yo mismo lo vi”. Si somos algo, somos ‘nosotros mismos’. Cuando nos sentimos de mal humor, tal vez decimos “Hoy no soy yo mismo”.

   Pero ‘yo mismo’ puede tener diferentes significados. Si nos miramos en el espejo, decimos “Me veo en el espejo”, pero lo que vemos es un cuerpo físico. Si tenemos hambre, frío o dolor, o estamos cómodos, describimos lo que llamamos yo como hambriento, con frío, con dolor o cómodo. Pero en tales casos, ¿no es el cuerpo el que tiene estas sensaciones?

   Podemos observarnos de muchas otras formas. Si estamos felices o tristes, sentimos que somos nosotros mismos los que estamos felices o tristes. Y, si hemos solucionado un problema decimos: “Yo mismo encontré la solución”, y pensamos cuán inteligente ese yo es. Pero en momentos de inspiración, tal vez escuchando música o disfrutando la paz de la naturaleza, o sintiendo afecto o devoción o en un estado de meditación, podemos sentirnos inspirados, y tener una visión más amplia de ese ‘yo’.

   Entonces, es a lo que nos referimos como el ‘yo’ siempre el mismo yo? Y si creemos en la reencarnación, podemos preguntarnos “¿Es el yo que reencarna, el mismo que en la última vida?

   Por lo tanto el ‘yo’ puede significar muchas cosas, especialmente cuando indagamos profundamente en una filosofía espiritual como la Teosofía. Por ello, a veces se ha adoptado el sistema de escribir la palabra ‘yo’ de tres modos diferentes: con minúscula, para referirnos a nuestro yo consciente diario; con ‘Y’ mayúscula, para referirnos al Yo espiritual, y todo en mayúsculas para referirnos al YO uno y divino.

   Consideremos el significado de cada uno por vez:

   Escrito en minúscula, el ‘yo’ se refiere a lo que se llama en términos teosóficos la personalidad, nuestro pequeño yo más o menos egoísta de cada día, y que consiste en nuestro cuerpo físico, la punta visible del témpano, y del que todo el resto es invisible, incluyendo la vitalidad del cuerpo físico y el vehículo de la vitalidad. Además está nuestra consciencia diaria, nuestra consciencia psíquica o psicológica, es decir, nuestros pensamientos cotidianos, combinados con nuestros sentimientos. Esto es lo que se conoce como kâma-manas en sánscrito, o la mente-deseo, la mente impura o egoísta, y también la mente llamada lógica. Todo esto, el cuerpo físico y nuestra naturaleza psicológica, constituye lo que se llama en términos teosóficos la personalidad. La palabra ‘personalidad’ procede del latín, ‘persona’, que es la máscara usada por los actores en el teatro romano clásico. La personalidad es ciertamente una máscara que usamos la mayor parte del tiempo. A veces, claro está, somos conscientes de que estamos usando una máscara. Esta máscara, sin embargo, dura sólo una encarnación, al igual que el actor en el teatro romano usaba su máscara durante su actuación. Nuestra encarnación es meramente una actuación, o es como la máscara provista para esa actuación. Pero nos identificamos con ella. Sin embargo, mañana o en la próxima vida, usaremos otra máscara que de algún modo es el hijo y por cierto el heredero de la máscara anterior.

   Este ‘yo’ es sólo un rayo del ‘Yo’, haciendo referencia al Yo Espiritual, que a veces en términos teosóficos denominamos Yo Superior, la Individualidad, el Ego Espiritual o el Alma, en sánscrito Buddhi-Manas. Es la mente espiritual, libre de deseos y sentimientos tempestuosos, la Mente Superior, la mente pura y generosa. Es también la sabiduría y el amor puro. Este Yo es generalmente inconsciente en nosotros. Permanece de encarnación en encarnación, tanto tiempo como estemos sujetos a encarnar. Cuando ya no lo estemos, se disuelve o regresa a su origen, al YO, como el río fluye hacia el océano del que es una gota, o como el rayo de luz regresa a su fuente.

   Ese océano o esa fuente de luz es el YO. Es Espíritu o, en sánscrito, âtmâ. No es ‘mi’ espíritu o ‘tu’ espíritu, sino que es universal y divino: âtmâ es brahman. Como el sol es el corazón del sistema solar, así es âtmâ que es brahman, el corazón no sólo de todos los seres humanos, sino también de todos los seres vivos, incluso de lo que consideramos materia muerta. Es lo Uno sin segundo, lo Uno que es el Todo. Es sat, el ser puro, lo que la Sra. Blavatsky llama no el Ser sino la Seidad. Es lo divino que mora en todo.

   Pero normalmente somos conscientes solamente al nivel de la personalidad, del ‘yo’. Sin embargo, no somos solamente esa personalidad. La dificultad es que hemos olvidado quiénes somos y, como un buen actor, nos identificamos con el rol que desempeñamos en esta vida. Nuestro ser real, nuestro Yo espiritual, y esencialmente ese YO divino son inconscientes dentro de nosotros.

   Si decimos que el mundo es la extensión del yo, ¿a qué ‘yo’ nos referimos? La frase se puede tomar como refiriéndose a los tres tipos de ‘yo’. Podemos decir que el mundo en el que vivimos es una prolongación del yo, del Yo y del YO. Tomemos cada una de estas interpretaciones por vez, y veamos cómo se aplican a nosotros mismos y al mundo, y cómo arrojan luz a nuestro concepto actual y a su posible solución.

   Comenzaremos con el YO en el sentido más elevado. Desde un punto de vista muy elevado y metafísico el mundo es la extensión del YO, refiriéndonos al Espíritu o âtmâ que es brahman. Las cosmogonías o relatos de la creación de diferentes civilizaciones y religiones, todas hacen referencia a algo similar:



Del UNO que es Espíritu, TAT, Brahman o lo Absoluto, emergió el dos, llamado de modos diferentes ‘cielo y tierra’ o ‘consciencia y materia’ o ‘padre y madre’. Tan pronto como surge el dos, aparece un tercero: la relación entre los dos. Debe haber una relación, porque proceden de la misma fuente. Esta relación a veces se la conoce como ‘Fohat’ o energía cósmica, otro término para Fohat es eros o amor. Otro relato habla de un niño que nace de padre y madre, y ese niño es el universo. Entonces, del uno surge el dos y del dos surge el tres o la Trinidad que encontramos en diferentes tradiciones religiosas. En algunas tradiciones el tres va seguido del siete y por medio de muchas etapas o jerarquías de este mundo de diez mil cosas, como la tradición china lo llama, surge este universo. En la Kabbala el relato del árbol de la vida, los diez Sefiroth se describen en la tradición mística del Zohar ‘no como los peldaños de una escalera entre Dios y el mundo, sino como varias etapas en la manifestación de la Divinidad que proceden de una y siguen en la otra’ (Gershom Scholem, Major Trends in Jewish Mysticism, p. 209).



   De modo que podemos decir que el mundo, ciertamente el universo, el cosmos, es la extensión del YO, con letras mayúsculas.

   Pero cuando decimos que el mundo es la extensión del ‘yo’, escrito en minúscula, podríamos decir que descendemos de lo sublime a lo ridículo, de lo trascendente a nuestro mundo cotidiano e imperfecto, de lo Real al mundo de Mâyâ.

   Y sin embargo, ¿no es también nuestro mundo como lo conocemos, real, o por lo menos relativamente real? ¿No debemos tomar ese mundo relativamente real, seriamente?



El Universo, con todo lo que hay en él, es llamado Mâyâ, porque todo en él es temporal … Sin embargo el Universo es lo suficientemente real para los seres conscientes que hay en él, que son tan irreales como es él mismo. (H. P. Blavatsky, La Doctrina Secreta, I,p.274)



   Cuando nos miramos a nosotros mismos y al mundo a nuestro alrededor, que nos parecen más reales que el mundo del YO con mayúsculas, ¿no percibimos que ese mundo es una extensión del yo escrito con minúsculas, es decir de la personalidad, el yo cotidiano, el yo egoísta de todos nosotros?

   Por todas partes observamos la presencia de los tres grandes males, flagelos de la humanidad y por lo tanto del mundo: la ignorancia, el deseo o la ambición, y el odio o la ira, simbolizados en el centro de la Rueda Tibetana de la Vida un tanto injustamente por tres animales: un cerdo negro que representa la ignorancia, un gallo rojo que representa el deseo o ambición, y una serpiente verde que representa el odio o la ira. Y acertadamente, se muerden la cola entre sí, dando a entender que están interconectados. Uno conduce al otro.

   La ignorancia nos impide ver lo nocivas que son ciertas actitudes, la maldad causada por ellas, y por tal ignorancia sucumbimos a la avaricia, que significa el deseo de acumular más y más; más posesiones, riqueza, conocimiento inútil, fama, el elogio de otros, poder, etc. Es el pequeño yo agrandándose a sí mismo, como el sapo de la fábula, que quiso ser más grande que un buey y finalmente se infló tanto que reventó! Tal vez ésta fue una buena lección. Un sapo no puede pretender ser grande como un buey. Un ser humano no puede pretender adquirir cada vez más. No le traerá felicidad y la mejor naturaleza del hombre se reprimirá y parecerá perecer en el intento.

   De la avaricia y el deseo surge el odio, odio hacia quienes no nos dan lo que queremos, y lo que queremos es cada vez más; odio por los que tienen lo que nosotros queremos poseer. Podemos pensar en otras maldiciones de la vida humana, tales como celos o temor. Tal vez la lista de estas tres, ignorancia, deseo y odio, no intenta ser exhaustiva, sino solamente ¡dar ejemplos de cómo nos hacemos a nosotros mismos y a otros miserables!

   La ignorancia combinada con la avaricia conduce a acciones estúpidas que destruyen nuestro ambiente. Si esta destrucción ocurre en otro continente, podemos sentir que no nos importa. Pero tarde o temprano tendrá un efecto sobre nosotros. Vivimos en un mundo. La contaminación en un continente, en un océano, se extiende por todo el mundo afectando por ejemplo el clima en todas partes. ¡Recuerden ‘el niño’! Las personas de países pobres, por desesperación, con hambre y sin empleo, tratan de emigrar a áreas más ricas y crean muchos problemas a los mismos países que ocasionaron su miseria. Estos problemas incluyen lucha racial, basada en el odio. El odio surge del sentimiento de que somos diferentes y mejores que otros, y este odio conduce a los celos, al temor y a la violencia.

   Podemos pensar que la ignorancia, el deseo y el odio son nuestros enemigos y por lo tanto son externos a nosotros, nos amenazan, pero no es así. Mientras seamos susceptibles a ellos, son parte de nosotros, son parte de nuestra consciencia. ¿Cuál es la solución?

   La solución yace en un mundo que es la extensión del Yo con ‘Y’ mayúscula, refiriéndonos al Yo Superior, nuestra naturaleza espiritual interna. Si el Yo Superior se expresa -ese Yo que encarna la sabiduría, la humildad y el amor- el mundo podrá reflejar o será una extensión de ese Yo y la sabiduría reemplazará la ignorancia; el deseo y la avaricia abrirán paso a la humildad, y el amor reemplazará al odio.

   El problema es: ¿Dónde comenzamos? El primer paso puede ser reconocer la situación de las cosas. Muchos libros y artículos se han escrito y se siguen escribiendo, mostrando abusos de varios tipos cometidos contra seres y países desprotegidos. Pero ¿se dirigen estos artículos y libros a la raíz del problema? ¿Cuál es la raíz del problema? ¿No es el yo en minúsculas, es decir lo que somos en nuestra naturaleza consciente actual? Si realmente podemos percibir esto, darnos cuenta de la fealdad de la ignorancia, avaricia y odio en nosotros, si podemos ver el daño que causan en nosotros y en otros, es el primer paso hacia su desaparición. Si, por otra parte, podemos ver la belleza de la verdadera sabiduría, humildad y afecto, podremos fortalecer estas cualidades en nosotros. Pero no debemos pensar en nosotros como exhibiendo esas cualidades o estaremos sujetos a orgullo espiritual. ¿Qué es lo que dificulta la expresión y extensión del Yo con ‘Y’ mayúscula, que es en sí mismo sabiduría, humildad y amor? Es el pequeño yo,  con minúscula. Sólo cuando el pequeño yo está en silencio, sólo cuando ya no está presente incluso momentáneamente, el otro Yo se puede expresar. La sabiduría, la humildad y el amor yacen en el auto-olvido, una felicidad infinita para nosotros y por extensión espontánea para todo el mundo. Sólo cuando más y más seres humanos se vuelvan generosos, altruistas y carentes del yo, el mundo se puede volver el reflejo del Yo con ‘Y’ mayúscula, el Yo Superior de la Humanidad, y por lo tanto reflejar su propio origen, su verdadera naturaleza, en el YO DIVINO en mayúsculas, en LO UNO que es nuestro origen y aunque remoto, nuestro destino, y nuestro verdadero ser.

   ¿Podremos ahora comprender mejor los versos siguientes en el Bhagavadgitâ? (VI.5-7)



Que eleve al yo mediante el YO, y que el yo no se deprima; pues en verdad, el YO es el amigo del yo, y asimismo, el YO es el enemigo del yo.



El YO es el amigo del yo de aquél en quien el yo es vencido por el YO, pero con respecto al yo no subyugado, en verdad el YO se torna hostil como un enemigo.



El Yo superior del AUTO-controlado y pacífico, es uniforme en el frío y el calor, en el goce y el dolor, igual que en el honor y el deshonor.