viernes, 29 de marzo de 2013

LA FORMA PURA


CAPÍTULO IX
Sri Ram.



 Toda idea, inclusive toda emoción, que brota dentro de nosotros, busca una expresión natural, porque tiene en sí, en algún grado, el impulso vital sobre el que ha escrito el científico y filósofo Bergson. Representa un impulso vital, y la vida crea en todo plano su propio instrumento para transformar su potencialidad inherente: su propia forma que exprese lo que contiene. Cuando ninguna otra fuerza extraña desvía de su curso las fuerzas empeñadas en esta expresión, la idea encuentra su recta incorporación. La expresión puede ser en el nivel mental, en el emocional, o en el físico, en palabras o en gestos. Dentro de estos últimos pueden clasificarse los movimientos de la danza, porque cada movimiento es expresivo, ya sea un movimiento estudiado o un movimiento espontáneo, si tiene ritmo, si fluye en una figura especial y da una impresión total o integral. Toda persona desarrolla gestos y posturas, inconscientes en su mayoría, como podemos observarlo en la vida corriente, debido a esa acción natural dentro de la persona.
            Cuando la idea es bella en el verdadero sentido, es decir de acuerdo con una norma verdadera (aunque en esta cuestión no se pueden trazar normas), la expresión o gesto será también bello. Pero cualquier fuerza extraña a la expresión de la idea, como la que se introduce cuando la persona es ego-consciente, inmediatamente rompe o perturba el flujo de esas fuerzas de la idea, que si se dejaran solas crearían la forma adecuada, la forma que una idea toma por su propia iniciativa cuando desciende al nivel físico, ya sea en palabras, en movimientos, o en alguna obra de arte, se asemeja a la acción de un instinto. La idea, que cuando es bella tiene a la par los aspectos de pensamiento y sentimiento, creará una forma adecuada y fiel si esa forma resulta de la fuerza creadora de la idea, o sea si a la idea se la deja crear su forma propia, su propia incorporación, a la manera como un instinto natural encuentra su propio camino, sus propios medios para cumplirse.
            Asociamos cualquier clase de pauta con una mente, y por tanto podemos preguntar: ¿Hay una mente operando en los procesos de la vida, velada en el instinto, si bien no es la mente de la entidad que demuestra ese instinto? En todo proceso de la vida está la Mente Divina o Universal: la mente de un matemático puro aplicada a la construcción del universo fenomenal, construcción que es continua o de momento a momento.
            Es la vida la que crea, como enseñaron los Upanishads hace largo tiempo; y el mejor efecto es un efecto natural, porque es integral; y este se produce cuando la idea pura está libre para trazar su propio camino hacia la forma de manifestarse. Como podemos ver en el plano físico en la estructura del cerebro físico, del ojo o del oído, la construcción es perfecta cuando se deja libre a la Naturaleza, la cual no ha agotado todavía su inventiva sino que está todavía en el proceso de sacar a luz un inagotable almacén.
            El individuo que aspira a dar expresión a una idea desempeña mejor su papel cuando está pasivo a ella, en el sentido de estar puramente sensitivo a ella, sin introducir ningún elemento positivo o personal, ajeno a esa idea; así se convierte en un canal para la auto-creación, mediante la cual, la idea se vierte en su forma apropiada. Esto implica que debe estar, abierto y limpio el terreno para que la idea fluya en los detalles de su expresión. Dicho en otras palabras, deben estar fácilmente disponibles el material que busca expresarse, los enlaces y asociaciones necesarios en los medios de usar el material, y la necesaria plasticidad o técnica.
            Los instintos son fijos y repetidores, aún los bellos y maravillosos. Pero el hombre se ha elevado a un nivel donde la expresión instintiva tiene que combinarse con la variación y la originalidad. Tiene en si un poder, por ahora latente, excepto en raros casos, para crear centros de acción instintiva en su propia consciencia; es decir, para dar a luz ideas, cada una de las cuales puede florecer en niveles inferiores en formas de belleza y maravilloso efecto; efecto y belleza no creados por la mente del individuo, sino pertenecientes a la idea misma. La obra creadora de todo maestro en arte, cuando podemos rastrear su génesis, se verá que consiste en que concibe la idea en un momento de inspiración y luego sigue la corriente natural de su desarrollo, representando esa corriente en el medio que emplea sea cual sea. Esta es acción pura en un plano de consciencia al que no obtienen entrada las influencias perturbadoras provenientes del juego de la mente y de la materia a través del medio de la sensación. Es acción desde su propio centro, de una consciencia integral que no ha sido dividida por el apego a elementos de la personalidad que implican atracciones y repulsiones.
            Como idea y forma están relacionadas naturalmente, la forma debe seguir la idea. Si la forma es idealmente bella, la idea que es su ente subjetivo debe tener una verdad poseedora de un valor singular, como criatura que es de la Realidad, del Ser que es perfecto, diferente al Devenir que es evolución. La frase “idealmente bello” se usa para diferenciar entre la cualidad verdadera, y lo que puede considerarse como bello, lo cual varia según los individuos. Por la misma razón, la expresión “forma pura” usada en el titulo de este capítulo es preferible a la frase “forma bella”; porque el concepto de Pureza no deja la latitud de comprensión e interpretación que se encuentra en el de Belleza. Nada es ideal o verdaderamente bello que no sea puro, en el sentido estricto de la palabra.
            Verdad en la idea, y Belleza en la forma son los correlativos internos y externos. Cada uno da testimonio del otro. Son los dos aspectos, subjetivo y objetivo, de la misma manifestación global.
            Es profundamente interesante anotar que Platón, en su visión de las Ideas llamó a las Ideas “Formas”, mostrando así que puesto que cada idea, por subjetiva que sea, tiene una individualidad, esa individualidad es la forma en el plano de ideación; aún en ese plano nos encontramos ya en el mundo de las formas.
            En cualquier intento de crear lo idealmente bello aquí abajo en el nivel físico, se tiene buen éxito en la medida en que la forma refleje el ideal. La visión y la intuición del contemplador es guiada de la forma a la idea, por sutil, distante e indefinible que sea; y de esta guía no se necesita que sea consciente el creador de la forma, ocupado solamente en su creación. La guía es por canales subconscientes, por sugestión, delicada e imperceptible. La idea que está representada en la bella forma de un gesto, postura o movimiento, cómo en la Bharata Natya, la danza clásica del Sur de India, o como en el ballet Occidental, el cual busca líneas y formas idealmente bellas y por tanto ha alcanzado una gracia pura y clásica incomparable con cualquier otro tipo de danza occidental, no es necesariamente el sentimiento o acción o cosa que se expresa en las palabras o leyenda que acompañan la danza. Las palabras pueden cambiarse enteramente u omitirse, pero las formas tienen su propio valor intrínseco, y sugerirán diferentes cosas a mentes diferentes: desde el punto de vista de la idea que está tras de la forma, estas sugestiones a las mentes individuales son diferentes acercamientos a la idea que, puesto que es abstracta, es sutil como una verdad matemática, capaz de simbolizar diferentes hechos fenomenales.
            La creación de belleza ideal en una forma, ya sea de pensamiento, de palabras música, escultura, pintura, arquitectura o danza, tiene este efecto: toca, en quienes la contemplan o la escuchan, aquellos centros de consciencia que son receptivos a la idea reflejada en la forma, y así ayuda a la consciencia a ser activa en un plano más cercano a la Realidad, al que normalmente no alcanza, y del cual desafortunadamente se ha excluido ella misma.

lunes, 25 de marzo de 2013

IMAGINACIÓN Y REALIDAD


CAPÍTULO VIII
Sri Ram.


            La imaginación es una facultad que sobrepasa los niveles de la observación y del razonamiento; es por excelencia la facultad que construye puentes en el mundo mental y aún en el físico. Es en realidad un poder Divino, pues crea en la mente cosas que luego pueden materializarse en una u otra forma. Observamos con los sentidos, si bien no es esta una actividad puramente sensoria puesto que la mente entra en toda observación. Cuando miramos una superficie, digamos las paredes de un edificio, y formamos una imagen o cuadro en tres dimensiones, esa imagen está construida con los elementos de las impresiones que recibimos de esa superficie. Tenemos las impresiones de línea, color, altura, anchura, textura, etc., que se fotografían primero en nuestra visión y luego en nuestro cerebro; pero la perspectiva del con junto nos la da la mente. Así tenemos el uso de la imaginación en la observación misma de las cosas; de otra manera todo lo que obtendríamos no sería más que fragmentos in conexos de impresiones.
            La imaginación no es idéntica en todos sus aspectos con la visualización. Esta última es más bien un enfoque adecuado; cuando lo gramos enfocar correctamente podemos producir una imagen perfectamente clara, como lo sabe todo fotógrafo. Pero la imaginación incluye la captación de ideas más elevadas y sutiles que parecen estar subyacentes o presidir invisiblemente sobre lo percibido en el primer plano, y la materialización de esas ideas. Es con la imaginación que penetramos más allá de la línea divisoria entre lo conocido y lo desconocido; no hasta el corazón de lo desconocido, o toda su inmensidad, pero si hasta su horizonte cercano donde las cosas existentes allí son apenas tenues sombras que sentimos a medias, pero que llegarán a revelársenos bajo la simple luz de la objetividad. Sentimos algo que parece manifestarse ante nuestra visión, asumiendo forma objetiva. Es con la imaginación que percibimos un trasfondo, y grados de diferencia que traen ante la vista nuevas figuras y contornos. La imaginación se requiere para percibir una analogía entre procesos situados distantemente y ver en ellos reflejos de una relación común invisible. También es con la imaginación que podemos captar en cualquier medida la naturaleza interna de una cosa, guiados por sus señales y manifestaciones externas.
            Si consideremos el proceso del raciocinio, todo razonar, todo pensar es hacer explícitas las relaciones que están implícitas en las diversas cosas o hechos observados; pero es con la imaginación con la que construimos un edificio y armamos un todo de partes diferentes. La palabra misma “imaginación” implica la creación de imágenes. Todo pensamiento se mueve por medio de imágenes. Aún si pensamos en una abstracción, un símbolo matemático, por ejemplo, también asume una forma o figura en nuestras mentes. Así puede decirse que la imaginación es superior al raciocinio, porque crea y no meramente registra. Para que levante un edificio que se sostenga sobre el terreno de los hechos, tiene que marchar mano a mano con su hermana más prosaica: la mente lógica.
            ¿Qué sucede, exactamente, cuando imaginamos? Imaginamos con base en impresiones recibidas, concernientes a cosas que oímos, vemos, tocamos, olemos, gustamos y sentimos. Claro que estamos recibiendo constantemente nuevas impresiones. Pero cuan do tratamos de crear, seleccionamos algunas experiencias y las elaboramos arreglando en otra forma los elementos de esas experiencias. El material no es nuevo, o sea original, pero lo que configuramos con ese material es nuevo.
            Cuando hablamos de la imaginación como de un don especial, un atributo noble, pensamos naturalmente en la imaginación y las proezas de los genios. La imaginación es la que da alas a la mente. Hablando en verdad, creamos con la imaginación y la voluntad a la vez. Ellas son las dos facultades por cuyo medio son posibles las más grandes proezas en todo campo; son las gemelas celestes, como dos espléndidas curvas que se unen en una bella cúspide. En el campo de los descubrimientos científicos, en toda literatura grande e inspiradora en toda forma de arte creador, podemos ver la obra de la imaginación en un interminable despliegue de sombras y expresiones posibles.
            Existe aquello que puede llamarse la imaginación científica, que siempre ha desempeñado un gran papel en el logro de nuevos descubrimientos e inventos. Ejemplo notorio, el inalámbrico y la radio. Antes del invento del inalámbrico por Marconi, hubiera sido sorprendente hablar de que hay en el espacio algo, ya sea éter u otro elemento, capaz de conducir ondas en torno del globo, y que esas ondas podían transformarse y retransformarse en sonidos audibles a enormes distancias. ¿Cómo llegó Marconi al concepto de su invento? Tuvo que imaginar primero la posibilidad de viaje de ciertas ondas a través del espacios estando familiarizado con el fenómeno de las ondas; y luego la de que un tipo de ondas se transformara en otro, habiendo visto la similaridad entre los movimientos de unas y otras ondas. Juntó varios elementos de experiencias previas en un nuevo orden, de modo de producir un nuevo efecto. El inalámbrico fue posible como materialización de la forma construida por la imaginación de Marconi, claro que después de diversas pruebas e incidentes físicos.
            La teoría de la relatividad, de Einstein, es un caso notorio de hipótesis imaginativa. Ciertas partes de ella no son aceptables sobre la base de un razonamiento con base en nuestra experiencia práctica, pues cuando habla de espacio curvo y de universo finito está adelantando proposiciones totalmente ajenas a nuestra experiencia. No obstante, su teoría ofrece el mejor método que la Ciencia ha encontrado hasta ahora para explicar y predecir fenómenos. Se sostiene porque ha respondido a las numerosas pruebas prácticas a que ha sido sometida.
            La naturaleza de la imaginación debe estar de acuerdo, naturalmente, con la naturaleza de la persona que imagina. Por tanto hay muchas clases diferentes de imaginación. El lunático, por ejemplo, forma imágenes de cosas fantásticas de toda suerte, que son las creaciones de una imaginación desordenada y enfermiza. Un enamorado imagina, diríamos, o puede percibir, una gracia y belleza divina en el objeto de su amor. Debido a una sensibilidad agudizada ve lo que otros no pueden ver, y hasta algo que él mismo posiblemente no había visto antes o no verá después. Un poeta usa otro tipo más de imaginación atribuyendo a las cosas externas toda clase de sentimientos humanos y reacciones a menudo muy maravillosas.
            Puede argüirse justificadamente que cualquier cosa que no hemos experimentado nos otros mismos, sino que sólo la hemos imaginado, es meramente una proyección de nosotros mismos; que con una mente condicionada proyectamos algo a lo cual le atribuimos una existencia independiente u objetiva. ¿Hasta qué punto es nuestra imaginación, pues, una creación real, y hasta qué punto es meramente una proyección de uno mismo?
            ¿Le es posible a un ciego congénito, por ejemplo, imaginar los gloriosos colores de un atardecer, por muy vivida y comprensiva mente que se le describan esos colores? El no puede interpretarlos sino en términos de tacto o quizá de fragancia, y por tanto todo el cuadro aparecerá ante él en términos extrañamente engañosos. Cuando se nos presenta o se nos describe algo completamente fuera del campo de nuestra experiencia, es casi imposible para nosotros visualizarlo como es. Por eso parecería imposible imaginar una fragancia enteramente nueva, una que hasta entonces no hubiéramos olido jamás. Claro que uno puede imaginarse porciones de varias fragancias conocidas entremezcladas, pero eso no sería una nueva fragancia, hasta entonces desconocida, que la Naturaleza pueda producir o que pueda ser elaborada sintéticamente por procesos químicos. Es obvio, pues, que la imaginación tiene sus limitaciones definidas.
            Esa limitación es evidente con respecto a cualquier idea o cosa perteneciente a un plano más allá de nuestra visión normal o de aquel en que operan nuestros, sentidos. Todo lo que pertenece al lado subjetivo de la Naturaleza, a distinción del objetivo, todo lo que se relaciona con la consciencia del hombre, pide el uso de la imaginación. Si queremos conocer la relación de lo visto con lo no visto; si deseamos tener siquiera un concepto fragmentario y parcial fuera del muy limitado campo en que se mueven los sentidos, tenemos que recurrir a la facultad de formar imágenes. ¿Cómo podríamos darnos siquiera leve cuenta de la índole o de los procesos de la consciencia de un mineral, de una planta, de un animal, o hasta de otro ser humano, excepto por medio de una comprensión simpática? Aún entonces, no podemos imaginar lo que otra persona piensa o siente, saliéndonos de lo que nosotros mismos hemos pensado o experimentado, ya sea consciente o subconscientemente. Podemos seguir los movimientos de un animal y, por identificación en pensamiento con ese animal, imaginarnos nosotros mismos como haciendo esos movimientos, y así ver cómo es afectada nuestra consciencia por esta imaginación.
            Supongamos que alguien trata de describir la naturaleza de una experiencia que ha tenido. ¿Cómo comprenderemos esa experiencia? Sólo podemos hacer uso de una imaginación basada en nuestra propia experiencia. Tal imaginación puede ser inexacta y fracasar en darnos una comprensión fiel de la experiencia de esa persona. Pero es la única facultad que tenemos para ese propósito, si bien al utilizarla podemos hacernos sensitivos a la descripción como una placa foto gráfica, tal como podemos en verdad hacerlo hacia cualquier objeto o persona presente ante nosotros, y de este modo reflejar en nosotros la experiencia relatada, o la persona o cosa, según el caso. Normalmente a ese intento se le describiría como un esfuerzo de la imaginación. Pero ahí la imagen es un espejo de lo que se presenta al conocimiento de la consciencia; ahí la imaginación es pasiva y no activa.
            La imaginación no sólo tiene sus limitaciones sino también sus peligros definidos. Con respecto a lo oculto, a lo que está oculto en un estado puramente subjetivo, la imaginación puede fácilmente ser mero anhelo. En ese caso es una proyección de lo que ya está en nosotros como en un estado de ensueño. El ocultismo no significa cargar con un cúmulo de antojos favoritos. La imaginación puede ser volátil, errática, desquiciada y hasta enferma y mórbida. Vemos ejemplos tales en muchos tipos de personas sicopáticas, en locos que sufren de ilusiones torturantes de su propia inventiva. Hasta en la vida ordinaria, cuando el elemento personal entra en algún recuerdo, afecta las líneas y sombras de la impresión hecha por los acontecimientos mismos, cobra y exagera sus diferentes partes, y así tuerce y deforma todo el cuadro.
            Necesitamos reconocer estos peligros y limitaciones a fin de realizar que nuestras ideas acerca de la naturaleza de la consciencia en los planos superiores y cualquier cosa que percibamos con esa consciencia, se exponen a ser sumamente parciales, aunque represen ten alguna verdad. Siempre sucede que la visión de una persona asume la forma de su acondicionamiento particular, En las experiencias religiosas, la forma y el colorido, se parados del contenido activo de tales experiencias, casi siempre provienen de elementos de la fe y de las leyendas que han moldeado el pensamiento del experimentador. Cuando hablamos de Dios, del Nirvana, del Atman, etc., no hay palabras que cubran estas realidades, ni aún siquiera la posibilidad de pensamientos justos acerca de ellas, y meramente estamos creando imágenes de acuerdo con nuestra naturaleza y capacidad.
            El hombre, cuando piensa en Dios crea una imagen a semejanza de si mismo. El Dios de un salvaje, por ejemplo, está limitado por la imaginación del salvaje. Esas limitaciones se aplican a toda cosa que trascienda nuestra experiencia, ya sea Dios o la cuarta dimensión. ¿Cuántas personas pueden en verdad visualizar la cuarta dimensión en su consciencia cerebral, aunque puedan deducir su existencia por analogías? Sólo es posible alcanzar la verdad perteneciente a los niveles más finos del ser, a los planos superiores de la consciencia, cuando la mente se ha librado absolutamente de toda especie de acondicionamiento, de toda clase de prejuicios y predilecciones.
            Al tratar de imaginar el estado llamado Nirvana, probablemente imaginamos un estado de bienaventuranza y paz, semejante a algo que hemos experimentado, y luego lo elevamos conceptualmente, por una serie de peldaños mentales, a una potencia mayor. Usamos las palabras como los símbolos en álgebra, y las elevamos hasta cierto punto. La substancia de nuestro pensamiento se basa en la experiencia pasada, pero se la envuelve en un número de palabras y símbolos para indicar los aspectos generales del concepto o quizá sólo la dirección que el concepto representa. El Señor Buddha describió el Nirvana como ni Ser ni no-Ser. ¿Qué podemos sacar de esa declaración, conforme a nuestra experiencia? Así sucede con todas las cosas que están completamente más allá de nosotros. Se dice que cuando la gente le hablaba de estas cosas, El permanecía callado. Nosotros formulamos algo que, no es sino un mero rótulo o símbolo de la Realidad y nos con tentamos con el símbolo.
            Sin embargos tenemos que reconocer que no podemos abstenemos de la creación de imágenes en nuestros procesos mentales. Seria una forma muy rigurosa de Tapas (palabra sánscrita que significa un esfuerzo vehemente y consumidor) negarse uno todo pensamiento excepto la observación de lo que existe. No podemos abstenemos de prever los problemas de la vida práctica para vivir inteligentemente. Sería necio detener el proceso de apreciación imaginativa representado por la música, la literatura y la ciencia. ¿Por qué, entonces, sólo en lo referente a la comprensión del hombre y de la Naturaleza habríamos de rehusar el mirar más allá de lo inmediato, restringiendo así lo verdadero a lo inmediato? La imaginación nos eleva a superiores niveles de pensamiento y así nos inspira a vivir más fina, más noble y más bellamente. Es la imaginación la que ensancha la mente más allá de sus herméticos recintos, la saca de sus surcos, y la guía hacia aquellos lejanos horizontes donde nos da la bienvenida una luz muy diferente a esa luz opaca de la experiencia cotidiana.
            Necesitamos imaginación, y necesitamos también salvaguardias contra esos peligros y excesos en los que nuestras experiencias pasadas, y nuestros gustos y aversiones, causan estragos en nuestro pensamiento. Lo que imaginamos debemos sostenerlo tan ligeramente como el científico avanzado sostiene hoy sus teorías, y, lo mismo que él, debemos estar listos a someterlas a toda prueba práctica. Sería bueno no estar demasiado ciertos ni presumir de conocer muy íntima mente verdades y estados del ser que están más allá de nuestro alcance. La intensidad de emoción y vivacidad puede ser para nosotros un índice de validez: pero la vivacidad no depende solamente de la verdad intrínseca de la experiencia sino también de nuestras reacciones personales, las que a su vez dependen de nuestros deseos conscientes e inconscientes, de nuestras aspiraciones y expectativas.
            La objetividad es un requisito en el científico, y la necesita igualmente el ocultista científico. Pureza de vida; exactitud de observación; firmeza en el raciocinio y cuidadosa definición del pensamiento; precisión en el uso del lenguaje, y veracidad en todas las cosas, inclusive en la conducta; eliminación de todo parcialismo y prejuicio; dominio de si mismo en todo respecto; la impersonalidad o desapego que nace de la anchura y universalidad de simpatía; gracia y exactitud hasta en las acciones físicas; todas estas cosas las necesita el hombre que quiera percibir solamente lo Real con su imaginación libre. Tenemos que hacer de nosotros mismos un Stradivarius viviente, con perfecta resonancia y tono para la música del Espíritu.
            En la antigua Escuela Pitagórica las matemáticas y la música constituían dos partes de una sola disciplina empleada para impartir verdades universales. La imaginación de lo Bello, por medio de la ciencia-arte de la música, se desarrollaba lado a lado con la rigurosa lógica de las matemáticas. Estas dos ciencias tienen leyes que gobiernan su desarrollo. Se ha dicho que un análisis del universo y de su construcción revelará un pensamiento matemático. Aún está por descubrirse cómo el sonido, o vibración, en formas rítmicas, melódicas y armoniosas, subyace en la evolución del universo. Pero el concepto de que el sonido o vibración es la base de la arquitectura universal, está implícito en el vocablo “Logos”. También en la Escuela de Pitágoras se hacía mucho énfasis en la vida sencilla, abstemia y bella. Era esencial que todo estudiante viviera una vida pura, sobria y controlada. Además habla de dedicarse al estudio de la Sabiduría Divina por amor a ella misma y no como un medio para un fin personal. Se le enseñaba a acercarse a la Sabiduría por medio de una mentalidad bellamente modelada por la práctica de las matemáticas y la música.
            La Sabiduría Divina es Teosofía y si Dios usó la imaginación para crear, nosotros también estamos obligados a usarla, a fin de comprender Su Sabiduría. Tenemos que apelar a ella para comprender aquellas cosas que pertenecen al arte y poesía de la creación. En la Teosofía hay el intento de trazar un esquema, naturalmente muy fragmentario, del universo; pero ese esquema tenemos que llenarlo con nuestro pensamiento. Existen descripciones que nos dan una idea de lo que puede significar para nosotros la perfección, y que así nos permiten construir en una imagen de belleza el tipo de perfección que nosotros mismos podemos alcanzar individualmente. Tenemos que estirar nuestra consciencia para obtener una vislumbre de algunas de las glorias de esos mundos superiores, a los que todavía no tenemos accesos Todo esto no puede ser malo mientras lo que busquemos no sea un fin personal, sino la Verdad, lo Bueno y lo Bello, aunque nos equivoquemos en seguir el medio dorado, el camino de perfecto equilibrio, libre, tanto de exceso como de defecto.
            Podría preguntarse si hay algún valor en que alguien que haya experimentado cosas que están fuera de nuestro alcance, nos las describa. La respuesta debe ser afirmativa, si esas descripciones nos dan una visión del todo del cual nuestras experiencias son parte. Pues solamente a la luz del todo podemos percibir la importancia de la parte. El todo se nos revela “como en un espejo oscuramente”, a fin de permitirnos examinar la parte que tenemos al frente, en vez de dejarnos en el eclipse de una ignorancia total. Nuestra consciencia se mueve apenas en un pequeño arco del círculo completo, y la Teosofía nos revela la naturaleza de ese círculo, e ilumina un poco las extensiones del arco. Las impresiones que nos formamos de las cosas que están más allá de nuestro alcance cotidiano tienen que ser como bocetos, y sin embargo, si somos prudentes y cautos pueden representar una verdad en ese modo fragmentario. Pueden servir de base para un cuadro que continuaremos pintando por largo tiempo. Aún si esa base no nos da sino un sentido del inmenso valor del cuadro, tiene su lugar en el proceso de nuestra comprensión.
            Más aún, una descripción de una verdad que todavía no hemos realizado, puede servir de guía a una imaginación que de otra manera vagaría en el yermo, y así ayudarnos a obtener una idea de la dirección que debemos seguir. Nuestra imaginación se ensancha, no meramente por el crecimiento de nuestra capacidad mental (de la capacidad de recordar experiencias pasadas y de saber un creciente número de cosas que pueden reordenarse de nuevas maneras), sino también por el crecimiento de la sensibilidad a todo lo que nos rodea en el mundo en que estamos. Estamos en un rinconcito de un ilimitado cosmos viviente, y apenas muy poco de ese rincón está en verdad abierto a nuestra experiencia actual. En cuanto al resto, que yace oculto en profundidades inconmensurables, podemos sentir vagamente ciertos aspectos de nuestro vecindario inmediato, pero son un fragmento infinitesimal de lo que es posible sentir aún con relación a ellos. De manera similar, las ideas que tenemos acerca de la naturaleza de las cosas en su interminable diversidad, no son sino polvo precioso de un infinito almacén.
            Si comparamos la sensibilidad de un salvaje con la de un hombre culto, la diferencia es mucho mayor de lo que podríamos imaginar. Esa diferencia es cuestión de crecimiento que no puede lograrse en el decurso de una sola vida; un crecimiento en riqueza de ideas y sentimientos con relación a toda clase de cosas. Hay un continuo crecimiento de sensibilidad en el proceso de la evolución, que podemos acelerar muchísimo, aumentando así el caudal de nuevas experiencias, tanto en volumen como en variedad. Cada individuo va desenrollando, como si dijéramos, desde su porción subjetiva, una cinta cada vez más sensitiva, sobre la cual se registran todas las cosas externas en forma de percepciones y sensaciones. A medida que más y más de esta cinta va descendiendo dentro de la consciencia física, hay una nueva y cada vez mayor capacidad para registrar las vibraciones que vienen del mundo externo y una interpretación de esas vibraciones en formas de nuevas experiencias subjetivas.
            Hay otra razón para que una descripción de lo que hay del otro lado pueda ser de valía para nuestra limitada consciencia física. Lo que conocemos con las partes más sutiles de nosotros -y conocemos algo con ellas- puede, por un tirón magnético desde este lado, por la creación de una gravitación, superar los obstáculos para que ese conocimiento llegue á la consciencia física. Cuando aquí abajo llegamos a una verdad que toca la consciencia espiritual, ello no es sino el recuerdo o reconocimiento de una verdad que hemos conocido en otra parte y más de cerca.
            Todos los intentos por imaginar cosas que están más allá de nuestra experiencia actual, es obvio que desarrollan nuestra capacidad para saber. Nuestros sentimientos, nuestras experiencias y nuestras impresiones, todo modo de percibir, y la manera como el mundo externo nos afecta, todo esto crece continuamente, y al reunir así más y mejor material, nuestras ideas e ideales crecen a la par en belleza y en veracidad.
            ¿En dónde encontramos el material para cualquier concepto ideal? En nuestra experiencia, desde luego. Tomemos como ejemplo las figuras geométricas, un punto y una línea recta. No existe en ninguna parte un punto sin longitud, anchura, altura o profundidad; ni existe en verdad una línea recta. Estos son simplemente conceptos ideales, basados en la línea y el punto que conocemos. Son cosas crudas que conocemos, pero de ellas abstraemos la cualidad de la línea y del punto, y luego refinamos el concepto hasta el grado máximo posible. Por medio de la imaginación trazamos, aunque vagamente, un límite en alguna parte, y a eso lo llamamos el punto geométrico y la línea recta geométrica. Tales conceptos ideales son la base de las matemáticas, que han demostrado su valor en todos los desarrollos de la Ciencia moderna, en sus inventos y en los milagros que ha realizado. La Ciencia se apoya totalmente en hechos matemáticos.
            En el Ocultismo, que es un conocimiento del Universo, que abarca la naturaleza de la vida y de la consciencia lo mismo que la de la materia, nos ocupamos no sólo de medidas y cantidades sino también de estados y cualidades. Pero como algunas de estas cualidades se manifiestan por grados, también subimos por peldaños en nuestra imaginación hasta el límite con el cual identificamos cierto estado definido.
            Lo ideal es siempre una creación de la imaginación. Al principio hay que crearlo del material existente, reunido por la parte más elevada y sensitiva de nuestra Inteligencia. Con este material se construye un ideal cuya contemplación es atractiva. Gradualmente el ideal crece en belleza y poder a medida que el material con que está construido se hace más rico, más delicado y de mejor calidad. Cuando pensamos en un Hombre Perfecto -ya sea el Cristo o cualquier otro Gran Ser- la imagen que formamos es más bella, más digna y serena e inspiradora, a medida que somos capaces de realizar en nosotros mismos más de esas cualidades.
            Así como las matemáticas se basan en conceptos últimos y limitadores, también necesitamos conceptos de moralidad para formar el cimiento para construir un sistema ético perfecto. Nuestros ideales de Belleza, Virtud y Bondad son el cimiento de cualquier moralidad genuina (no meramente convencional) que poseamos. La Bondad pertenece a la esencia de la Moral; la Belleza, a la esencia del arte; y sobre tales conceptos ideales de Bondad y Belleza basamos nuestro conocimiento del verdadero arte y de la verdadera moralidad. Cuando creamos un ideal y lo investimos de las cualidades más elevadas que hemos sentido o experimentado en la parte más sensitiva de nuestra consciencia, estamos en realidad reconociendo su valor y haciéndonos más sensibles a ellas. Al contemplar ideales de pureza, serenidad, belleza, virtud, bondad, etc., y fijar toda nuestra atención en ellos, experimentamos más plenamente la naturaleza de esas cualidades.
            Huelga decir que cualquier concepto sobre una realidad abstracta tal como la de nuestro propio ser superior está inmensamente coloreado por la índole de nuestra propia Imaginación, y por tanto de nuestra propia índole. No es posible que tengamos un concepto del Ego espiritual distinto a nuestro concepto de sus cualidades. Cuando pensamos en ese Ego, tenemos que pensar no en una forma, un rasgo, una peculiaridad sine en las cualidades que deben pertenecer a la naturaleza y consciencia del Ego. Al Ser superior sólo puede “sentírsele”, si es el Ser espiritual; y cualquier imaginación desprovista de ese “sentimiento” no puede darnos la realidad de él. Un hombre que no haya sentido algo de la cualidad de la belleza no será capaz de tener ninguna idea de la belleza. Un hombre que en toda su vida no haya sentido ni una partícula de simpatía o bondad hacia alguien, no será capaz de formarse una idea de esas cualidades si le habláramos sobre ellas. De ahí que para que nuestras ideas de las cosas correspondan en algún grado con la realidad, deben tener un poco de la cualidad de esa realidad, y ese poco debe ser cuestión de experiencia. Así pues la efectividad, poder y valor de nuestra imaginación dependen de la cualidad que somos capaces de impartirle a cualquier acto de imaginación.
            Cuando se trata de un concepto sobre el Ser más elevado -la Mónada- es sólo por medio del máximo refinamiento de la imaginación que podemos esperar alcanzar siquiera la más vaga, idea de las cualidades que pertenecen a él. La Mónada es indivisible y primaria, así como la línea recta o el punto son algo primario que no puede refinarse o idealizarse más. No podemos ir más allá de esa sencillez y absolutividad que es la Mónada; pero podemos tener alguna tenue y distante idea de ella cuando somos suficientemente puros para reflejarla en nosotros mismos, porque ella es una parte de nosotros: nosotros mismos en la más profunda realidad. Podemos por lo menos enviar los rayos de nuestra inteligencia y de nuestra imaginación en la dirección en que ella existe, por oscura que sea. Si no podemos tocar la realidad misma si podemos, con la saeta de nuestra imaginación, trazar una marca que indica la dirección de ese punto supremo.
            La imaginación debiera operar menos sobre la base de experiencias pretéritas, y guiarse más por otra facultad con la cual debiera aliarse en el proceso de abstraer las cualidades o la esencia con que creamos nuestros conceptos ideales. Miramos un cuadro, lo analizamos en todas sus partes, y sentimos y decimos que es bello. Pero, ¿con qué hemos percibido la belleza? Esa valuación no se basa en alguna clase de raciocinio, sino que viene de algo más sutil que la mente, de una fuente más elevada y oculta. Cuando miramos o tocamos un objeto, obtenemos cierta sensación muy diferente de la sensación o magnetismo perteneciente a cualquier otro objeto. La cosa no puede en realidad sentirse con una imaginación que sólo puede trabajar a base de experiencias pasadas, ni puede sentirse con la razón, ni ser observada con cualquier otra facultad de la mente. La cualidad, naturaleza, vida o esencia de una cosa -ya sea un metal, un árbol, un trozo de madera, un cuadro, un animal, un ser humano- solamente puede sentirse subjetivamente con aquella facultad superior, a la que sólo podemos llamar Intuición, una forma de conocimiento directo.
            Hablé de tratar de imaginar una fragancia enteramente nueva. ¿Cómo puede ser posible, igualmente, imaginar una melodía enteramente nueva, no una modificación o semblanza de otras melodías conocidas, sino algo que produzca un efecto enteramente nuevo? Es posible mediante la facultad de la Intuición o Buddhi, crear cosas que son enteramente nuevas: pues cuando se desarrolla la facultad, crea centros en la consciencia de donde emergen ideas que son nuevas y veraces, y porque son veraces son también bellas. La intuición juega realmente un papel en las estimaciones de nuestra consciencia, mucho mayor de lo que generalmente se supone. Es una facultad que aún no hemos desarrollado, y por tanto tenemos poca idea de todo su alcance y posibilidades estando todavía apenas en la etapa del desarrollo mental. Pero aún ahora, y más de lo que nos damos cuenta, se infiltran en la mente ideas de la consciencia intuicional o Búddhica.
            Se ha dicho que la naturaleza del Ser es conocimiento. Ser, conocer y gozar son los tres aspectos del Espíritu o Ser Divino, de acuerdo con la filosofía India. Esa facultad que llamamos Buddhi es conocimiento en su naturaleza misma, de modo que toda actividad suya expresa una verdad oculta. Lo que ella capta es la esencia, lo “aquello” de las cosas, y no meramente lo que ellas parecen ser. Cuando la mente está perfectamente sosegada y cesa de hacer imágenes que no son sino prejuicios, deformaciones o preconceptos, cuando se ha convertido en un espejo perfecto ni convexo ni cóncavo, es capaz de reflejar esa verdad que es la naturaleza misma del Espíritu. Podrá crear, moverse y funcionar a la luz de esa verdad.
            Podemos entrenar nuestra consciencia hasta ese punto en que todo movimiento, toda simple construcción suya, sea un ejemplo de Belleza; y la Belleza perfecta es siempre una revelación de la Verdad. Así como cada curva en el espacio sigue una ley o ecuación matemática, así también todo movimiento de belleza incorpora una ley que es la fórmula y el carácter de su ser. La Belleza consiste en su fidelidad a la ley. De ahí que antes de que nuestra imaginación pueda moverse espontáneamente por caminos de Verdad y Belleza, tiene que ser una imaginación que se mueva de acuerdo con una ley no impuesta desde fuera, sino inherente en ella misma; no ha de ser una imaginación operada por acondicionamiento previo, sino una imaginación que sea ley de si misma, en el sentido de que en su naturaleza misma esté operando una ley secreta, que es la Sabiduría de Dios
            Cuando no hay deformación ni falsedad en la naturaleza de una persona, entonces con seguridad no puede haber falsedad en su imaginación, y lo que ella conciba será por su propio impulso libre. Cualquier cosa sujeta a compulsión se corrompe y ya no es pura. Por tanto, una naturaleza pura tiene que ser una naturaleza inherentemente libre, es decir, incondicionada; entonces toda modalidad de funcionamiento de esa naturaleza ha de resultar en una expresión de la Verdad.
            Lo que podemos hacer con la imaginación depende mucho de su adiestramiento. Nuestras instituciones educacionales necesitan incluir en sus pénsums el entrenamiento científico de la imaginación del niño, sin darle ningún sesgo, excepto en dirección hacia la Verdad y la Belleza. Hasta ahora el desarrollo y adiestramiento de la imaginación no se ha considerado como un arte educacional, excepto quizá entre artistas. Parte del entrenamiento que necesitamos es el de libertarnos de toda clase de deformaciones que hemos aceptado como parte de nuestro ser normal. Somos incapaces de pensar recta y fielmente, pues, como se ha dicho, la mente es el matador de lo Real”. Mas es posible controlar de tal modo el funcionamiento de la mente que se la convierta en un espejo cada vez más claro, que refleje cuanto de la Verdad nos sea posible en nuestro actual estado de desarrollo.
            Lo que podamos hacer con la imaginación depende de la pureza de nuestra vida y de nuestros motivos; de lo ‘veraces, bellos y sensibles que seamos. ¿Es nuestra imaginación la de una mente terrenal, teñida por el deseo? En tal caso sólo reflejará nuestra relación con la tierra. No es suficiente imaginar simplemente; tiene que ser recta imaginación. El primer paso en el Noble Octuple Sendero es la recta imaginación, lo mismo que el recto pensar y la recta resolución, y tenemos que afirmarnos en esa rectitud si queremos que nuestra imaginación provenga de la mente celestial, una emanación de Atma-Buddhi, que puede escudriñar todas las cosas con su pura luz interior.
            La imaginación debe convertirse en una facultad cuyos rayos puedan proyectarse hacia el cielo, hasta el arquetipo y las maravillas de la Mente Divina. Debe ser como el moderno radar, un rayo que pueda recorrer el espacio para descubrir esas formas ocultas que están envueltas en las tinieblas, que rodean lo que actualmente llamamos nuestra visión. Algún día seremos capaces de proyectar los rayos de la Verdad que llevamos dentro, y para la cual nada es impenetrable, de tal modo que conoceremos la naturaleza de cada cosa como es. En la consciencia del Atman, al convertirnos en canales de su influencia aún aquí abajo, podremos ver todas las cosas bajo una luz que revela sus riquezas ocultas. Todas las cosas del universo nos revelarán entonces su significado, y podremos conocer ese significado y regocijarnos en él.

sábado, 23 de marzo de 2013

LA TEOSOFÍA, UNA SÍNTESIS COMPRENSIVA


CAPÍTULO VII
Sri Ram

            La Teosofía, como lo indica la palabra, es la Sabiduría Divina; pero sólo podemos tener un concepto de esa Sabiduría de acuerdo con nuestras propias capacidades. Para nuestros propósitos, pues, podemos definirla como la Sabiduría declarada en todas las cosas; una Sabiduría que debe tener una relación con las cosas que observamos, con nuestra experiencia práctica.
            En cualquier concepto que nos formemos de Dios como Realidad, o del hombre y el universo en relación con Dios, no podemos ir en contra de los hechos, o sea de nuestras experiencias, cualquiera que sea la explicación de esas experiencias. Entre esos hechos innegables se cuentan las observaciones de la Ciencia; pero no las deducciones de ellas, de las cuales hay muchas, ni tampoco las teorías, que cambian de cuando en cuando, y que deben seguir cambiando a medida que se despeja algo más de esa “X” que la Ciencia deja por fuera. Varias de esas incógnitas se han ido presentando ante la Ciencia en su progreso. Las deducciones y teorías deben juzgarse sobre sus propios méritos, y cada uno de nosotros debe sentirse libre para juzgarlas. Bien puede ser que ciertas teorías científicas concuerden con la opinión oculta en ciertos puntos, o que hasta se identifiquen esencialmente con esa opinión oculta, aunque se expresen en otros términos. La palabra “oculta” suena misteriosa, pero significa solamente “lo oculto”; y lo que está oculto a nuestra limitada visión y percepción en la Naturaleza es inmensamente más que lo que está descubierto y patente en la superficie.
            La Ciencia, en el sentido moderno, se basa en observaciones y ha crecido sobre ellas. Pero lo que se observa no es sino una apariencia, una forma. Detrás del frente o fachada de esa forma hay una serie de factores causativos. Y el intento de conocer algo de esos factores y de sus creaciones a diferentes niveles, es lo que da origen a lo que se llama Ocultismo.
            Hay algo que trasciende a las formas que podemos observar en cualquier plano de materia; y ese algo pertenece a la naturaleza de la vida o consciencia, al lado subjetivo. El Ocultismo estudia tanto ese lado subjetivo como el objetivo. Cuando la vida o consciencia se manifiesta por medio de una forma, en cualquier clase de actividad observable, entonces la Ciencia puede tomar esas actividades y hablar de esa vida o consciencia en términos de esas actividades. Pero la visión científica está limitada por el hecho de que existen límites definidos para las facultades de observación física que el hombre ejerce. Sólo conocemos el mundo externo dentro de ciertos sectores definidos en una escala de vibraciones que se extiende por cada uno de sus extremos mucho más allá de nuestro actual alcance normal. Teóricamente, esta escala puede ser infinita. Puede existir en algún medio desconocido una onda que corresponda a cualquier longitud que podamos postular, hasta donde sabemos.
            Si tal es el caso, ¿no es posible que lo que consideremos como experiencias subjetivas de una persona, por ejemplo sus sentimientos místicos o religiosos, tengan también un lado objetivo, pero que ese lado objetivo esté en un nivel más sutil o más elevado que el de las vibraciones que afectan nuestros sentidos normales?
            La Ciencia construye desde abajo. El edificio Oculto incluye los cielos en expansión, la vida y la Tierra. Pero el fundamento de la estructura global debe consistir en datos objetivos; fundamento en el sentido no de un comienzo, sino de lo que es real para todos nosotros, es decir, los hechos objetivos. La estructura bien puede tener su origen en la cúspide, en el ápice del coronamiento de la cúpula central. En otras palabras, puede ser una estructura colgante de un punto en la cúspide, una estalactita muy notable. Esto nos parece absurdo. Es tan absurdo como la idea de que la gente al otro lado de este globo está colgando con la cabeza hacia abajo, y los pies hacia arriba. Arriba y abajo son términos relativos que deben entenderse como dentro y fuera, o como lo unificado y lo diferenciado.
            Si en esta visión de un movimiento desde el centro hacia la circunferencia, introducimos el concepto de una disminución de espiritualidad y un aumento de materialidad, obtenemos la verdad como la ve el Ocultismo. Si lo que llamamos estructura es un movimiento desde arriba hacia abajo, sus extremos más bajos deben concordar con los datos, colocados como bolos en este nivel que nos parece pequeño. La Ciencia o Filosofía Oculta intenta transmitir los hechos, y explicar con la mayor precisión todo lo que existe, todo lo que podemos observar, todos los fenómenos, naturales y humanos.
            El cimiento está correcto sólo cuando los datos están completos; entonces pueden levantarse los muros; es decir, podemos hacer una estructura de deducciones lógicas, hasta cierto punto y obtener alguna idea, si no de los diversos pisos de la casa del Padre (para usar un término Cristiano), y de su techo o la forma del techo, por lo menos sí un concepto unificado de la luz del techo. De esa manera obtenemos una idea diagramática y necesariamente esbozada del edificio, idea que puede no estar equivocada, hasta donde ello es posible. Cualquier declaración científica, suficientemente amplia para definir un campo completo de hechos, tiende a volverse abstracta -geométrica, ecuacional, etc.-, y falta de contenido vital, de experiencia y consciencia vivas.
            La Sabiduría Divina debe incluir todo lo visible y lo invisible, todo lo perteneciente a la vida y a la forma, lo subjetivo y lo objetivo. Supongamos que conocemos todo esto, en cierto grado; ¿formará ese conocimiento un todo completo, una síntesis? Sólo puede haber una síntesis en el campo del conocimiento si hay cierta coherencia o armonía en lo conocido, o sea en el Universo. Las cosas se mantienen unidas de cierta manera bajo la presión de fuerzas que actúan con forme a ciertas leyes. Podemos conocer esta condición, analizar sus partes. ¿Pero existe en el universo un principio causante de una armonía mayor, más profunda y más fundamental, que produzca una unión final de todas las partes, y las coloque dentro de cierto orden que pueda describirse como una síntesis fiel y completa, poseedora del más alto significado?
            La Teosofía, que es una versión moderna de la Sabiduría Antigua con respecto a estas cosas, responde a esta pregunta en forma afirmativa. Einstein, antes de llegar a sus teorías, se movía bajo el sentimiento de que la Naturaleza debe ser un todo, y de que debe haber armonía y cierta uniformidad en sus operaciones. Esto era fe, y lo condujo a un punto de vista que produjo notables resultados. Sean sus opiniones susceptibles o no de radicales modificaciones, su fe la comparte plenamente el Teósofo. La explicación Teosófica tiene el mérito de observar todo cuanto ocurre, a la luz de principios que, partiendo del más elevado punto de auto-realización, y siendo deductivamente sólidos, exhiben la más elevada armonía y proveen un esquema que no excluye ningún hecho observado o experimentado. Estos principios constituyen un conjunto lógico y son una especie de átomo metafísico indesintegrable. Mas es un átomo en el que cada uno de nosotros tiene que soplar el aliento de sus propias realizaciones conscientes, y entonces el átomo se ensanchará para formar un universo muy maravilloso.
            Hay en el universo un principio de Unidad, que es la unidad de toda vida. Todo lo que está manifestado surge de cierta polaridad entre este principio de Unidad y el principio de Diferenciación, representado por la Materia en todos sus grados. Otros nombres de esta polaridad son Espíritu y Materia, los cuáles son inseparables en todos los niveles y en todas las formas. Es sólo la manifestación del Espíritu la que varía, en grado y en calidad o naturaleza. Y esta suposición fundamental es la que distingue a la Teosofía de todas las filosofías materia les y puramente empíricas. Debido a esta suposición, puede describirse la Teosofía como una filosofía espiritual.
            Existe vida por doquiera, aunque en grados diferentes, hasta en lo que consideramos como materia muerta e inerte. La consciencia está inherente en la vida. En el hombre esa consciencia se ha desenvuelto en auto-consciencia, y por ello el hombre puede conocer ciertas verdades pertenecientes a su naturaleza psíquica y espiritual, verdades que son subjetivas para su consciencia física. Es decir, el hombre puede ahondar en su consciencia y descubrir la verdadera naturaleza de sí mismo.
            La más importante de estas verdades es la de la unidad de todo cuanto existe. En la verdad de esta unidad, que es dinámica, reposa la posibilidad de una síntesis perfecta. Todas las cosas están evolucionando hacia un estado en que su alma, su verdadera naturaleza vital, se hará más manifiesta; un estado más perceptivo, más dúctil y capaz de auto-armonización. Cuando este proceso esté completo, todas las cosas habrán alcanza do su propio orden, un orden que producirá cooperación mutua y mayor solidaridad, sin que ninguna de las cosas sacrifique su propia calidad espiritual distintiva,
            Al evolucionar cada cosa de este modo, se hace más capacitada y alcanza sus verdaderas relaciones con las demás, es decir, las mejores relaciones posibles. Nosotros podemos realizar esta posibilidad en el género humano. En un sentido especial, todos los hombres son uno. Dada la inteligencia necesaria y un espíritu de comprensión mutua, es posible que los individuos, grupos y naciones, diferentes como lo son, cooperen entre sí, con el efecto de enriquecer grandemente la vida de cada cual y de constituir un espléndido conjunto humano,
            La Teosofía extiende este concepto al universo entero. El Universo está animado por la misma Vida, que es la Vida de Dios, aunque en el hombre está desenvuelta en grado más alto que en los reinos inferiores. Existe una unidad de Espíritu. Este Espíritu, reflejado en la materia, se manifiesta en múltiples aspectos. Cada aspecto es una individualidad distinta que en cada caso se manifiesta en cierta forma. Nada puede manifestarse sin una forma.
            El Espíritu es trascendente y siempre intangible en todos los niveles objetivos. Despide rayos infinitos que constituyen el alma de cada forma, aunque una forma difiera de otra en capacidad y naturaleza. La manifestación de la individualidad, que es la naturaleza de la vida encerrada, no es estática sino progresiva. Esto es evolución, la cual, según la Ciencia, es una evolución de especies, y según la Teosofía es una evolución de formas, compañera del desenvolvimiento de la vida.
            La vida inmanente es una y múltiple. Una, desde el punto de vista del Espíritu que es el centro; múltiple y diferente, desde el punto de vista de la Materia o expresión que representa la circunferencia.
            La síntesis de que hablo no es meramente una síntesis en nuestro conocimiento que nos da una mejor comprensión, sino una síntesis en la Naturaleza misma. Si pensamos en la vida que está dentro de las cosas, hay la posibilidad no meramente de una síntesis que es una unión, sino hasta de una integración, la cual es más que unión e implica una unidad. Puesto que el Uno se ha vuelto muchos, los muchos pueden volver a convertirse en el Uno dentro de una consciencia realizada. Pero del lado de las individualidades, que son distintas, la síntesis debe significar armonía perfecta, productora de simpatía, cooperación y felicidad.
            Siendo éste el punto de vista Teosófico, puede acoger todo cuanto haya de verdadero en cualquier filosofía o religión o ciencia. Estas, especialmente la Religión y la Ciencia, han parecido ser opuestas entre sí en el pasado, pero meramente representan diferentes ángulos de acercamiento. La Ciencia se acerca desde afuera a las cosas del universo y registra sus observaciones. Luego establece las relaciones en lo que ha observado. También propone teorías para explicar esos hechos, tales como la Teoría de la Relatividad. La Filosofía opera en el plano de la mente, tomando en cuenta todas las experiencias mentales; examina la validez de esas experiencias, extrae de ellas conclusiones, y trata de arreglar estas en cierto orden para iluminar los procesos naturales. La Religión se ocupa de ciertos tipos de esas experiencias, los más profundos, y formula teorías o ideas para explicarlos. Puesto que fuera de nuestras experiencias no existe nada sobre qué construir, y toda experiencia es terreno de estudio, en Teosofía estudiamos Ciencia, Filosofía y Religión.
            Sabiduría es mucho más que conocimiento, el cual ordinariamente no es sino conocimiento de hechos y procesos. Nuestra sabiduría consiste en el uso que hacemos de esos hechos y procesos. La Sabiduría no consiste en mera ingeniosidad, ni siquiera de parte de Dios. No hay nada más maravilloso que la ingeniosidad de la Naturaleza. Mas todo, ¿con qué fin? Hay un hondo propósito en la Naturaleza, el cual es el auto-desenvolvimiento de todas las cosas, de la naturaleza oculta en ellas. En este desenvolvimiento hay Gozo, hay Creación, hay Belleza.
            La Sabiduría de Dios está en Su naturaleza que se manifiesta a través del universo y es inseparable de él. Esa Sabiduría es la que ha producido las muchas formas con el impulso de la Vida Una. Las formas se hacen más y más significativas a medida que se cargan con el poder de la unidad. Más significado, más poder más individualidad, significa una integración más verdadera e íntima entre los elementos que componen esa forma. La Sabiduría final de Dios está en la síntesis que resulta de todas las formas en evolución: en cierto orden que alcanzan ellas, que es un orden perfecto.
            Desde el punto de vista de esta Sabiduría, la construcción de todo el universo, su naturaleza, puede expresarse en términos extremadamente simples. Puesto que todo es lógico y procede en una ilación natural, todo es simple en el centro. Se complica en la circunferencia. En el principio, Espíritu y Materia, los dos polos manifestados de la única Realidad absoluta; toda vida es el juego del Espíritu sobre la Materia, o la interacción entre ellos. Imaginemos al Espíritu como el centro, y la materia física densa como la circunferencia. La Materia existe en grados diferentes de finura y sutileza, sobre los radios que conectan el centro con la circunferencia. Y así hay en este universo materia de diferentes grados y tipos, y hay formas de cada tipo de materia, constituyendo mundos diferentes. Todos estos mundos son, como si dijéramos, secciones relacionadas de un solo mundo.
            La evolución es infinita, pues no hay límites para la potencialidad del Espíritu que está realizándose cada vez más en las formas. Cada ser humano individual y cada especie de vida, representa una manifestación progresiva del Espíritu, una manifestación que continúa aún después de la muerte del cuerpo físico, porque el Espíritu es inmortal. Deben existir en el universo, y los hay, Seres que habitan principalmente en los mundos sutiles, y en quienes ese desarrollo que está ocurriendo por doquiera, ha alcanzado un estado más alto; y quienes, por consiguiente, son semejantes a Dios en Poder, Sabiduría y Amor. El Hombre está destinado a crecer de manera semejante. Todo esto, aunque aparentemente teórico, se deduce en forma extremadamente lógica de premisas simples, responde a innumerables preguntas, y tiene mucho terreno racional en qué apoyarse.
            Nuestro conocimiento de la Sabiduría Divina tiene por fuerza que ser parcial y limitado en extremo. Nuestro horizonte, desde cualquier altura de donde podamos dominarlo, tiene que ser un fragmento minúsculo de una esfera infinita. Sin embargo, la visión que logramos es amplia. Por lo menos tiene un contorno definido. Por lo menos tiene un contorno definido. A ese contorno se le ha dado el nombre de Teosofía y dentro de el podemos incluir cualquier conocimiento que nos venga. Pone todo nuestro saber dentro de cierto orden, dándonos una idea cada vez más llena del significado de los procesos en que nos vemos envueltos. Esta comprensión tiene que ser tanto de la vida como de la forma. Pues la vida es el agente sintetizador. Y el conocimiento de la vida puede venir solamente con la percepción de los demás, con una comprensión de ellos que sea sensitiva, simpática e imaginativa, y con cierta liberación de las ataduras a nuestro propio ser limitado y separado.
            Es posible tener cierto conocimiento del todo, sin un conocimiento de las partes; tener algún conocimiento de la vida, sin mucho estudio de las formas. Pero se conoce más de lo que existe en la unidad cuando el conocimiento se despliega en acción, cuando se objetiviza en formas. La forma perfecta es aquella por medio de la cual se revela plenamente la naturaleza innata de una cosa. Hacia una forma así, perfecta en todo sentido, están moviéndose firmemente el hombre y todas las cosas de la naturaleza y del Universo.

domingo, 17 de marzo de 2013

LA LEY DE LA RECTA RELACIÓN


CAPÍTULO VI
Sr. Ram


LA LEY DE LA RECTA RELACIÓN
            Puesto que sólo hay, en verdad el Uno, todas las cosas han nacido de ese Uno, todas las cosas deben estar relacionadas entre sí. Esta relación es como un modelo subyacente, o una base, como si dijéramos sobre la cual tenemos que edificar. Y toda la evolución es ese edificio. Es una verdad trillada que todas las relaciones ocurren en el campo de lo relativo y no de lo absoluto.
            Sólo cuando comenzamos a vislumbrar la luz que brilla desde arriba, empezamos realizar que todo es vida, que todo es ley y que todo es relación en la Naturaleza.
            Nuestras relaciones están cambiando constantemente, no sólo de una a otra vida, sino aún dentro del lapso de una sola vida. Una relación de un hombre hacia su hijo como bebé no es la misma que cuando el hijo es ya un hombre. Ni tampoco su relación con su novia o con su esposa durante la luna de miel es la misma que con la que ha sido su esposa por treinta años o más.
            Si cada uno se considera a si mismo como es, puede ver que está relacionado por todos lados. Es una unidad dentro de una red de relaciones, un punto en el que se intersectan muchas líneas. Es un punto sobre una esfera, en torno del cual y a través del cual pasan una infinidad de círculos. Los círculos que rodean al punto pueden considerarse como ambientales: los círculos que pasan por el punto como círculos de relaciones de consciencia o de vida.
            Consideremos estas últimas líneas. Algunas están vivificadas, otras no. Galvanizar cada una de esas líneas es la culminación del proceso evolutivo.
            Es interesante esta pregunta metafísica: ¿Son las líneas radiaciones del punto, o es el punto el sitio de unión de las líneas? En otras palabras. ¿Es la individualidad creación de las fuerzas, o son las fuerzas rayos de la individualidad? ¿Es el Logos un centro para la Luz del Logos, o es esta Luz la ampliación del Logos?
            Nuestras relaciones son externas e internas, porque el Universo es externo e interno. Las relaciones externas son relaciones de Karma, la ley de interacción; las relaciones internas son relaciones de afinidad, de Espíritu, de Rayos, sub-Rayos, sub-sub-Rayos, y así sucesivamente. A medida que lo externo y lo interno se aproximan entre sí; a medida que el Cielo y la Tierra se unen; a medida que tiene lugar la conjunción del Espíritu y la Materia (que ahora están en oposición), todas las cosas se re-agrupan. Esta reagrupación es un proceso dentro del tiempo.
            Las relaciones externas son de tiempo, lugar y circunstancia. Entre las relaciones de la materia y las relaciones del Espíritu, están las relaciones que experimentamos de momento a momento, o sean las relaciones o reacciones de nuestra consciencia. Son estas las que especialmente nos interesan, pues las que pertenecen al Espíritu, a la Realidad pura, están más allá de nuestro alcance por el momento. Y las que nacen de la materia, el karma pretérito, tenemos que tomarlas como vienen.
            Nuestras relaciones son con personas, tanto como con cosas, y ocurren en todos los tres planos: del pensamiento, de la emoción y de la acción física. Todas nuestras instituciones no son sino cierta estabilización de relaciones, que fijan el modelo para la acción externa, que determinan su naturaleza dentro de ciertos límites. Lo externo está obligado a seguir a lo interno, tal como la corteza se amolda a los contornos del árbol vivo. Por ejemplo, si hay un sentimiento interno de igualdad con los demás, no habrá desigualdad duradera en las condiciones externas.
            ¿Cómo estamos relacionados con los de más en nuestros pensamientos y sentimientos? ¿Cómo respondemos internamente a su presencia? ¿Cómo obramos sobre ellos con nuestros pensamientos y propósitos callados? Estos se manifestarán en la conducta externa.
            El mundo externo es un mundo de conflictos, especialmente ahora. Fundamental mente, estos conflictos son de opuestos: Oriente y Occidente; capital y trabajo; de color y blanco; ideas de la juventud y de la madurez; nuevo y viejo; hombre y mujer; y así sucesivamente. En toda relación entre apuestos, la primera fase es de indiferencia, debida a falta de Contacto interno o externo.
            La siguiente es una forma de contacto que resulta en una tensión, la cual conduce a la prevalencia del uno sobre el otro: dominio de uno, y represión o explotación del otro. Esto da nacimiento primero al descontento por parte del reprimido; luego a resistencia y rebelión, y finalmente a una ruptura completa de la antigua relación. Puede haber todavía más conflicto, pero ahora será más como entre iguales, con pactos de remiendo, compromisos e inseguridad. Con el tiempo todo esto alcanzará un equilibrio, una relación de armonía, y cooperación con buena disposición de espíritu, y conservando ambas partes su libertad.
            Este drama de conflictos lo vemos en las relaciones raciales y estatales, como por ejemplo, entre Inglaterra e India; también en las relaciones entre capital y trabajo. En esta última estamos en la etapa de los pactos y compromisos. Vemos el conflicto también en la relación entre hombre y mujer, si bien aquí el proceso es muy sutil. A las mujeres ya no se las considera como bienes muebles, pero todavía no son tan libres como se cree; todavía no gozan de libertad en muchos países orientales, ni participan en el manejo de los asuntos nacionales y mundiales.
            Toda nueva idea pasa por variaciones similares en el tratamiento a que es sometida. Primero se la trata con indiferencia; luego, si es suficientemente importante para turbar las condiciones antiguas, sufre mofa y persecución; y, por último, cuando la nueva idea prevalece  -como debe suceder si es verdadera- es aceptada hasta con orgullo. Hasta los tiranos son aceptados cuando triunfan, y entonces obtienen el apoyo del pueblo. Las ideas científicas de Copérnico, la libertad de los pueblos oprimidos, y la tolerancia religiosa, son casos históricos sobresalientes de incompleto cambio en la actitud general.
            En cualquier pareja de individuos hay un elemento de oposición, pues no hay dos personas exactamente iguales. La diferencia se hace sentir cuando surgen situaciones, y cuándo se presenta una tercera persona o cosa. Todos hemos oído hablar del triángulo en relaciones materiales y (así llamadas) amorosas. Cualesquiera dos individualidades son opuestas dentro de cierto ángulo.
            Todos los opuestos son en realidad complementarios. Son causa de conflictos en tanto que la consciencia se identifica con la forma externa y así queda sometida a ella. Las formas son diferentes, pero no necesariamente dividen. Sin embargo, lo hacen en tanto que la consciencia es infantil (o sea ignorante) y crédula. La antítesis “yo y otro” nace sutilmente y crece presentándose en innumerables formas. Es un hábito mental, debido a una consciencia extrovertida. La exteriorización de las consciencias participantes en la unidad, tiene que ser salvada como por un puente de vibraciones. Pero en este mundo externo las vibraciones son variadas y discordantes. Nuestro problema es un problema de vibraciones. Estas vibraciones son de diferentes gamas, y, por tanto, a diferentes niveles. Una división mayor es aquella que en Teosofía establecemos entre el Ego o Alma Espiritual, y la personalidad. La respuesta del Ego es siempre armoniosa. Los Devas que se comunican en sonido en los niveles de la creación pura e ideal, conversan musicalmente; sus cambios de colores crean formas de armonía.
            Todas las relaciones cambian, porque son un proceso de la vida, y la vida es cambio y continua actividad y respuesta. Cuando una forma deja de responder, está muerta. Los cambios se deben a Karma, cuyos lazos tienen que disolverse todos; se inician también a voluntad. Karma es una ley de equilibrio, de acción y reacción; una ley mecánica, pero que, en la esfera de la actividad responsable y de los efectos conscientes, se convierte en una ley moral. Vemos los cambios debidos a Karma en las relaciones de vidas sucesivas. Aun dentro de un solo período de vida hay un cambio continuo. Si las relaciones son superficiales, los cambios producen interrupción. Cambios rápidos pueden proporcionar variedad de contactos, pero no conducen a profundidad de comprensión. Nuestras dificultades con otros se deben en gran medida a falta de profundidad, de contacto interno, de una relación completa. Cada uno está encerrado dentro de sí mismo, en un capullo de sus propios pensamientos, tejido bajo una luz engañosa, y rodeado por una corteza de egoísmo y un juego de luces falsas.
            Si nuestras vidas están estancadas, es por que no hay una corriente de interés hacia los demás; no hay una comunión verdadera con la vida que nos rodea; cada uno de nosotros está dentro de un recinto egoísta, separado, solitario, inerte, convirtiéndose en una concha endurecida. Nuestras relaciones con los demás carecen de vida en gran parte; son relaciones de forma, de aislamiento y conflicto, turbadas y parciales en sus ínter-acciones.
            En cualquier relación verdadera tiene que haber cierta realización: primero, de la dignidad de la otra persona, de su igualdad en dignidad con nosotros, y de la dignidad de su verdadero estado; y, segundo, de su diferencia con nosotros, que exige comprensión y simpatía.
            En toda relación externa hay una diferencia de niveles: social, intelectual, de experiencia, de función organizacional (gerente y obrero), etc. Cada una de tales diferencias produce su propio sesgo en la relación entre las partes, y en las actividades que surjan de esa relación. Mostrar en esas actividades la apropiada cualidad interna del alma, es el propósito de esa relación. Así surgieron las virtudes del feudalismo, como también las de la familia.
            Todas las diferencias naturales tienden a caer bajo ciertos tipos, que son especializaciones. Cada uno de estos tiene su propio valor. El cuerpo masculino da ciertas experiencias complementarias de las del femenino. Cada temperamento (debido a la variada mezcla de cualidades de los Rayos) tiene su propio encanto, sus cualidades especiales. Cada raza, cada religión, cada cultura, da al alma un baño de cierto tipo de influencia necesario para hacer brotar su redondez completa. Cada época de la vida tiene su propósito. En cualquier esquema de vida científicamente preparado, cada parte recibirá debida consideración, la ayuda que necesita, la oportunidad para dar su calidad especial.
            Una recta relación debe permitir que cada diferencia alcance su brillo apropiado. En un orden relativo, el mejor lugar para cada individuo es aquel en que puede rendir su máxima utilidad y significado, así como cada nota en una composición musical está colocada donde produce el mejor efecto en relación con otras. La relación más efectiva, donde todas las longitudes y ángulos son diferentes, es aquella que puede indicarse por una línea curva de perfecta belleza. En la antigua India la sociedad se basaba en la aceptación de las diferencias naturales, y buscaba el funcionamiento ideal de cada parte lo mismo que del conjunto, lo cual requería la comprensión interna del lugar y de las funciones de uno mismo, así como de las leyes externas que las determinan. Todo esto estaba comprendido en la palabra Dharma, que también se traduce como moral. El objeto de la relación era el servicio, conducente al progreso; partiendo de las limitaciones creadas por acciones pasadas, se avanzaba hacia una esfera de deberes más elevados y de responsabilidades mayores, donde se reconocía que los deberes y los derechos tienen su lugar en toda relación.
            La ley de la relación, lo mismo que la ley del péndulo, tiende siempre a restaurar el equilibrio perturbado de la Naturaleza. Hay el impacto externo y la respuesta. La respuesta puede ser sabia y considerada; o puede ser, como sucede en la mayoría de los casos, el fruto de una mente que reacciona automáticamente Puede ser opaca e insuficiente (Tamásica), o excitada y excesiva (Rajásica), o armoniosa, inteligente y completa (Sátvica). En este último caso, la acción tenderá a disipar la antigua reacción, y poner los platillos en equilibrio. Tal es la acción recta que resulta en una relación recta.
            La Única relación recta es la de la fraternidad, porque todos somos copartícipes de una misma Vida. Nuestra fraternidad es con todas las formas de vida, inclusive los animales, los criminales y varias vidas invisibles. Nuestra relación actual con los animales es obviamente torcida. Inevitablemente habrá que resarcirla de alguna manera, pagando nuestra actual explotación de los animales y las crueldades que les infligimos. Sin duda que somos tiernos con nuestros animales favoritos, porque nuestro sentido de posesión ayuda a que sintamos afecto por ellos. En la antigua India, especialmente entre los Jainos y los Buddhistas, se tenía como un supremo ideal la indañabilidad o Ahimsa hacia todas las cosas vivientes, aunque ese ideal no es de fácil aplicación. Ahimsa parece una virtud negativa, pero toda negación de algo malo o falso libera automáticamente una realización positiva.
            La unidad y la diferencia se suman en la fraternidad, que es una relación concreta y amplia. La fraternidad reconoce las diferencias, como en la familia, pero jamás olvida la unidad. Es en realidad una exteriorización de la unidad. La fraternidad es la clave para resolver todos nuestros problemas; es una relación pura, pues no hay en ella posesividad. La posesión es para la gratificación, y conduce al conflicto. Cualquier relación en que una parte utilice a la otra para su gratificación es esencialmente una relación falsa, que suele disfrazarse bajo una simulación de amor. Un amor así no es sino una afición nacida del goce. Esto no quiere decir que el goce sea malo por sí mismo. Puede ser puro, la experiencia de una armonía; o puede ser egoísta, un predicado que tiene siempre como sujeto simple el “yo”. El deseo de sensación es lo que hechiza al pensamiento, haciéndolo que considere lo falso como verdadero: somete a Manas a las modificaciones del principio astral, Kama Rupa. Esta ilusión se extiende por asociación a otras cosas, como vemos en el arte que se vale del atractivo sexual. La fraternidad excluye la idea de utilizar a otro con el propósito de obtener para uno un beneficio, o de explotar al otro; implica justicia, cooperación y libertad.
            La relación justa, constructiva y feliz, es esencialmente una relación de libertad. Una relación así permite más al individuo ser él mismo en verdad; o por lo menos le ayuda a estar menos condicionado. Sólo puede haber comunión de corazones en un estado de armonía, de vibraciones sincronizadas y de ínter-acción enriquecedora, sin ninguna posibilidad de discordia, de parasitismo o dominación. La relación del hombre liberado hacia todos los seres y cosas es una relación libre. El no se apega; no incurre en deudas. Está libre de Karma, y su progreso es conforme a la ley del Espíritu, la ley del sacrificio gozoso, que es dar. Ha limpiado su consciencia de todo elemento del sub-consciente que se extiende como un acordeón hacia todo su pasado, sección por sección. No está condicionado ni encerrado en sí mismo. Ha libertado el presente del pasado. Es el verdadero yogui, que es un centro de vida palpitante, nunca más apagado o inerte. Vibra como un maravilloso timbal, y todas las cosas que le rodean vibran en consonancia con él. Es uno con todas ellas en los movimientos de su consciencia. Su relación es universal.
            La profundidad en la relación pertenece al Ego inmortal, que es eternamente puro e inegoísta. Es el Ser sin-yo. Su relación con otros Egos semejantes es una relación puramente espiritual. Lo que es espiritual está siempre fuera del alcance de las manos estropeadoras del Tiempo. En este maravillo so universo en que vivimos y nos movemos, casi siempre incomprensivamente, lo único que es inmortal es lo que es digno de la in mortalidad. El verdadero hombre es inmortal, porque es el hombre espiritual y participa de las cualidades divinas del Espíritu. Su humanidad es un reflejo de su divinidad, y es inmarcesible porque se renueva sola. Es un joven perpetuo, porque lleva en sí una fuente de vida creadora.
            El verdadero amor pertenece al Ego divino y es inmortal, porque el amor puro es la relación perfecta así como la más dinámica, desde el punto de mira de la visión interna. Y así, cualquier cumbre de afecto, de amor, o de cualquiera otra forma de exaltación espiritual, una vez tocad, se registra y se retiene para siempre. Ningún bien se pierde. Es un caso de “la eternidad que afirma el concepto de una hora”, o, más estrictamente, de un momento fugaz pero perfecto. Pues cada momento es un punto que se desvanece y que florece en eternidad cuando se le permite nacer y ocultarse sin que se adueñe de él el pasado o ese reflejo del pasado que es un futuro anticipado.
            ¿Qué podemos hacer desde donde estamos, para alcanzar ese estado? Tenemos que examinarnos a nosotros mismos constantemente para ver hasta dónde vamos rectos y en qué estamos torcidos; examinarnos en todas nuestras relaciones con personas y cosas. ¿Qué es lo recto en las relaciones? En relación con las cosas, no debe haber apropiación de lo que no pertenece rectamente a uno. En relación con los seres vivientes, la base es no causar daño; y, además, evitar contactos promiscuos o que manchen, y ser veraces en la acción, y practicar el amor más elevado, más puro y en que más se sacrifique uno mismo.
            Jamás podemos tener recta relación con otros hasta que nuestros pensamientos sobre ellos expresen esa relación. La relación depende de una actitud fundamental, y esa actitud es la principal determinante del pensamiento, y no el Incidente que provoque el pensamiento. La actitud es como una cuerda sonora; los pensamientos son sus vibraciones al ser tocada por los incidentes. Con toda persona y toda cosa hay una relación que conduce al verdadero progreso acorde con la Voluntad Divina. Debe incluir armonía, equilibrio, una reacción feliz que acreciente la mutua importancia; un acercamiento sensitivo, y el contacto de alma a alma que produce una chispa que prende fuego en cada alma. La recta relación es la incorporación de una Realidad que está fuera del tiempo, en una forma identificable. Existe en todos los planos -del pensamiento, del sentimiento y de la acción-. Estar perfectamente relacionado donado con todo, es ser perfecto.

domingo, 10 de marzo de 2013

REALIDAD EN NUESTRO VIVIR


CAPITULO V
Sri Ram.


            El problema máximo para quien busca la Verdad -Verdad que no puede estar aparte de su existencia- es cómo vivir. Esto es así porque sea cual sea la verdad, tiene que experimentársela con la plenitud del ser. Si queda algún elemento de consciencia por fuera de la verdad que experimentamos, necesariamente estará en conflicto con esa experiencia, o restará algo a esa plenitud en la que puede haber el sentido de un estado final. La verdad que buscamos debe llenar completamente nuestro ser, y estar incluida en todo contacto proveniente de las energías que fluyen de ese ser. En otras palabras: debe llenarnos y llenar toda expresión nuestra en pensamiento, sentimiento y acción. Esa experiencia tiene necesariamente que ser interna, pero también debe tener la precisión de una objetividad como de roca. No debe haber sensación de vacío, ni pérdida de realidad al pasar de lo interno a los contactos con las cosas externas.
            Esencialmente, la Verdad es un absoluto y depende de una integridad del ser. Pero sólo se puede manifestar en formas finitas y relacionadas. El campo inmediato a que puede descender es aquel en que nuestra propia consciencia se mueve y funciona; el campo de nuestros pensamientos y acciones cotidianos. Descubrir la naturaleza de la Verdad es en realidad retirar el velo que la cubre. Lo que la cubre, o la oculta y eclipsa, son las formas de consciencia que no concuerdan con ella, en las cuales no puede penetrar. Por tanto, tenemos que preparar el suelo para que reciba la Verdad, o sea el suelo de nuestro propio vivir, del cual no pueden separarse las formas o experiencias de nuestra consciencia.
            Puede preguntarse: ¿Percibimos primero la Verdad y configuramos las formas de acuerdo con ella, o primero configuramos las formas como podemos, y dejamos que se manifieste en ellas algo, un aspecto de la Verdad, una nueva idea, algo significativo que hasta entonces no habíamos percibido? La creación de la forma, y el llenar la forma con vida que es una manifestación de la Verdad, son un fenómeno conjunto. Subjetivamente percibimos; objetivamente creamos; y la corriente de vida o manifestación es lo que constituye la unidad de sujeto-objeto. La primera creación en el proceso de auto-realización, que es el descubrimiento de la Verdad oculta, es crearnos o re-crearnos nosotros mismos como un vaso de la Verdad. Nosotros mismos quiere decir nuestro vivir, cada pensamiento y acto. Todo eso tenemos que moldearlo, parte por parte, para que se acerque cada vez más a la meta de nuestra aspiración.
            Y esta es una obra de arte, de la más elevada de todas las artes. No es un arte que tenga un objetivo limitado, un simple lienzo fijo y su tema; sino un arte en cuya creación tienen que incorporarse las energías siempre cambiantes que fluyen de nuestro ser interno. Cada pensamiento fugaz, cada fantasía pasajera, puede mejorar o dañar el cuadro, que ha de ser la representación perfecta del ser interno, de la Verdad que hay en uno. Ese Ser interno es una unidad, y así lo sentimos gracias a la perfecta armonía que reina dentro de él. Pero esa armonía se rompe cuando las energías procedentes del ser, que encuentran resistencias de toda clase, se proyectan sobre el telón fenoménico externo, formando el cuadro de nuestra vida. Hacer que este cuadro corresponda con la armonía interna, y crear en nuestro vivir esa perfección que está dentro de nosotros, debe ser nuestra constante tentativa.
            La falta de acuerdo entre lo interno y lo externo es la causa de toda nuestra frustración e infelicidad. Debido a ello, internamente batimos nuestras alas en vano; y externamente carecemos del divino astro y del sentido de una dirección inconfundible. Una verdad puramente metafísica, en el sentido de que los rayos que de ella emergen no tocan todos los aspectos de nuestra naturaleza, no es una verdad experimentada o la plenitud de la Verdad; no se sentirá como verdad, debido a la constitución del hombre. El hombre es un todo, y la verdad que le satisfaga debe llenar ese todo; es decir, esa verdad debe estar incorporada en su vida y en cada acto que haga parte de esa vida. No podemos evitar esta conclusión si lo que buscamos es una Verdad que tenga la naturaleza de cosa fundamental o final, y que no sea meramente un medio hacia algo más.
            Quienquiera que se proponga dominar el arte de vivir de esta manera práctica, no podrá menos de descubrir lo difícil que es. Basta un pequeño estudio para mostrarnos que existen en nosotros tantos cabos sueltos y raídos, que nos sentimos incapaces de juntarlos y agarrarlos satisfactoriamente.
            Las preguntas vitales que debemos hacernos en toda situación, son: ¿Cuál debe ser la naturaleza de nuestra actitud hacia ella? ¿Cuál la de nuestros pensamientos y sentimientos al respecto? y ¿Qué actos debemos ejecutar? Entre el cúmulo de circunstancias que nos bloquea por todos lados, ¿cuál es la dirección del verdadero progreso?
            Aún después de haber realizado que la vida es un problema en este sentido, nos falta voluntad para tomar efectivamente las riendas de nuestra propia vida. Le ponemos un lento asedio a la Verdad, sea cual sea la forma en que la contemplamos por el momento. En relación con nuestras experiencias, asume formas diferentes de cuando en cuando. Hasta cuando sentimos que vamos bien dirigidos hacia la verdad que buscamos, parece que no logramos ir más allá del punto ya alcanzado. No hay en nosotros la cualidad de un ataque directo, el espíritu necesario para superar las dificultades y derribar los obstáculos. La tarea es difícil porque incluye muchas tareas y actividades menores; significa un nuevo modo de vivir, una meta y una orientación completamente diferentes a las que hasta ahora hemos perseguido.
            Lo que en primer lugar se requiere es que cada uno de nosotros descubra un interés supremo, que gradualmente transformará nuestra vida; y entonces lo persiga sin desviarse. Muchos preferirían llamarlo un objetivo supremo, un ideal o estado supremo. Sin embargo, la palabra “interés” es más penetrante, puesto que puede operar en el campo de nuestra experiencia y actividad normal, a la vez que abarca y hasta encuentra un foco principal en lo que está más allá de nosotros. Si nos fijamos un ideal completamente desconectado de nuestras vidas, entonces la causa de todas nuestras cuitas sigue intocada.
            Podremos tener un ideal; puede ser el de entrar en relación con “Dios” o algún gran Ser. Entonces a ese Ser o ideal lo colocamos aparte de lo que consideramos el rebaño común de la humanidad, hacia el cual nos contentamos con ser indiferentes. Quizá hasta despreciamos a nuestro prójimo, porque nuestro ideal está centrado en ese ideal o Ser que profesamos adorar y servir. Hay así una separación entre el objeto hacia el cual miramos -posiblemente para llenar alguna carencia subconsciente- y los contactos e incidentes de nuestra vida diaria. El objeto no es sino una imagen colocada en un compartimiento de nuestros pensamientos; y nuestras actividades, motivadas como antes, continúan deslizándose por los mismos surcos gastados, abiertos por ellas mismas. Los problemas prácticos de nuestra vida, que surgen de las diversas relaciones en que nos encontramos, no se acercan a su solución sólo con cambiar el foco de nuestro interés a un centro separado e independiente que para ello hemos creado.
            Todavía nos falta descubrir el verdadero incentivo o la voluntad interna que pueda tener un efecto predominante en nuestras vidas, y que también esté presente en cada circunstancia o incidente. Nuestro ideal debe ser, no el de dejar el mundo antes de haber aprendido a sobrellevarlo y ayudarlo, ni el de escaparnos a algún séptimo cielo; debe ser un ideal que esté siempre presente con nosotros, en cualquier parte y en todas. En cualquier punto de nuestras vidas ese ideal debe capacitamos para convocar las energías necesarias para encarar la situación del momento en la mejor manera posible.
            Todos los libros que tratan del Sendero espiritual recalcan la necesidad de la dirección única; porque si vagamos de aquí para allá; si los efectos de nuestras diversas acciones se cancelan entre sí; si estamos indecisos respecto al rumbo a seguir; si oscilamos como un péndulo entre pares de opuestos, entonces es obvio que no podemos producir un resultado definido o cumulativo. Si no hay la continuidad de aplicación o de proceso necesario para producir cierta consumación, esa consumación tiene que esperar hasta que tal esfuerzo sea posible. Por lo tanto, una de las “joyas de conducta” requeridas para hollar el Sendero, es la virtud de la dirección-única.
            Pero esa dirección-única debe ser como el ápice de un coronamiento hacia el cual convergen naturalmente todas las líneas de nuestra acción, aunque cada cual tenga su fin y motivo inmediato. El interés supremo que reine en nuestra vida debe absorber todos los demás intereses, pero sin abolirlos. En verdad debe circular por enmedio de ellos y transmutarlos. Todos los amores menores deben convertirse en canales e integrarse en un amor mayor, y así participar de la naturaleza de este último. La dirección-única del hombre verdaderamente espiritual se manifiesta como una universalidad de interés y simpatía que le produce una mente de millares de facetas, como se dijo de Shakespeare por la extraordinaria penetración que muestra dentro de todo tipo de caracteres, vocaciones y experiencias humanas.
            Si hay una constante aspiración (hacia la Verdad, Dios, estado de Ser, o cualquiera otra cosa) que atraiga dentro de su círculo todo lo demás de menor interés, seremos capaces de vivir de momento a momento con una inspiración que jamás cambia de esencia aunque siempre varia en forma. El corazón de la aspiración permanece inalterado, y su cualidad esencial es la misma, aunque su efecto multicolor varía de una a otra circunstancia. Nuestro estado interior debe estar establecido de tal modo que esté siempre abierto hacia el medio del cielo, o, para variar la metáfora, que gire siempre en torno de una estrella polar que corone con sus rayos benéficos cada aspecto de nuestra vida. El interés que brota de la parte más profunda de nuestra naturaleza es el que es capaz de interminable evolución, y puede abarcar todo interés subordinado y subsidiario que se desarrolle a través de los diferenciantes procesos de la vida.
            Hasta que hayamos descubierto ese centro en nosotros mismos, donde podamos quedarnos fijos, pero desde el cual seamos capaces de mirar en todas las direcciones de nuestra vida, y de nuestra actividad y contactos con el mundo externo, la vida tendrá forzosamente que ser insatisfactoria, por un desequilibrio dentro de nosotros que constantemente nos trastorna y nos corroe. Cada uno de nosotros debe tratar de sondear, tan profundamente como pueda, dentro de sí mismo, para ver cuál es su verdadero interés, y cómo definirlo a la consciencia externa de su mente. Estamos interesados en los amigos, en toda clase de actividades, en el arte, en varias disquisiciones intelectuales. ¿Hay en nuestros corazones algo con un valor que pueda igualmente encontrar expresión por todos estos canales?
            Existe en lo profundo de nosotros un principio, que en realidad es el corazón mismo de nuestro ser, y que es el origen de toda clase de bien, igualmente para nosotros y para los demás. Si podemos tocarlo, siquiera por un momento, retirándonos de todo lo demás, seremos capaces de extraer de ese momento un sentido de algo de valor imperecedero, presente en todos los seres y cosas, un valor que jamás podremos perder de vista después, en ningún juicio sobre nuestros prójimos, o en cualquier acción que contemplemos tocante a su bienestar, o hasta en el de las criaturas inferiores que están dentro de la fraternidad universal.
            Lo que se necesita es la unificación de nuestra naturaleza; la armonización de sus diferentes partes, para que constituyan un todo coherente y perdurable. Si cada uno de nosotros se examina sinceramente sus callados pensamientos, sus reacciones hacia personas y cosas, se dará cuenta de lo lejos que está de ese estado de armonía interna, en el cual únicamente es posible la plenitud, y fuera del cual todos sus actos tienen que ser parciales. Lograr la plenitud en nosotros mismos, es ser capaces de vivir plenamente y aplicar la totalidad de nuestro ser y de nuestra consciencia en cualquier punto de nuestro contacto con el mundo externo. Desgraciadamente hemos desarrollado estratos de muy diversas clases en nuestra naturaleza, una capa de dureza aquí y un estrato de arena movediza allí; de modo que por un lado somos duros y resistentes y por el otro demasiado dispuestos a ceder. Algunas cosas nos inquietan y nos excitan, y otras nos dejan inertes e insensibles. Hay en nuestras personalidades el conflicto de una constante contradicción.
            Los sicólogos modernos hablan de un estado de neurosis, en el que se establece un yo artificial ajeno al yo real, y entonces hay una pugna entre esas dos entidades. Lo que ellos llaman el yo verdadero, y cuya frustración piensan que es la causa-raíz de la enfermedad, no es en verdad el ser real desde el punto de vista más amplio de la Teosofía. Pero los elementos de neurosis, es decir de una dualidad que produce conflictos periódicos, están presentes en todos nosotros, aunque no con la exageración de factores con que se presentan en la personalidad neurótica. Acabar con la dualidad que hay en nosotros, en el sentido de energías discordantes presentes simultáneamente en nuestra naturaleza, es la tarea de la Yoga, que literalmente significa unión o reunificación.
            La palabra sánscrita “yoga” tiene una variedad de connotaciones; pero el corazón mismo de la yoga, su propósito central, es una armonización; primero de uno mismo, y luego de uno mismo con los demás, que se mantenga aún en medio de la lucha y el conflicto. Habrá diversidad en la superficie, pero el sentido de unidad brota desde adentro, y esa unidad crea un estado de armonía que es como las aguas profundas del océano que permanecen quietas hasta bajo el oleaje embravecido de la superficie. Ese sentido de unidad es el que está en la raíz del amor universal, lo mismo que del interés universal.
            Nuestra naturaleza íntegra tiene que penetrarse de ese sentido de unidad. Así nos ponemos a tono con la naturaleza de todas las cosas. Antes de que podamos adquirir esa tranquilidad interna, hay que eliminar las causas internas del conflicto. Sin una purificación de nuestra naturaleza entera es imposible poner en recíproco acuerdo sus elementos constitutivos. Sólo lo verdadero puede estar acorde con lo verdadero: por tanto, hay que eliminar lo falso. El purgatorio precede al paraíso, y el paraíso es una dulce armonía de uno mismo. Las cuerdas de nuestra naturaleza pueden ser pocas, pero es posible tocar en ellas una melodía interminable. Purificación, unificación y dedicación -que es la fusión de lo inferior con lo superior- son las tareas que cada cual ha de cumplir por sí mismo.
            La dedicación no es el estado pasivo de meramente sentirse devoto. Ha de ser la expresión de una voluntad interna, que se traduce en un impulso dinámico en toda facultad. Ha de ser una voluntad inflexible pero muy adaptable, que opere en toda dirección. Toda acción que nazca de esa voluntad interna es acción pura. Nuestras vidas, por importantes que las consideremos, no son sino un preludio de lo que está por venir. El pasado es siempre una preparación para el futuro. Todo lo que construimos con la naturaleza externa no es sino un andamio para un templo interno.
            Externo e interno: hay en nuestras mentes una división entre estos dos, que no está en la naturaleza de las cosas. ¿A qué quiere nuestra consciencia exteriorizada que nos dediquemos? ¿Al Uno, que es el corazón de todo ser, o a las innumerables multiplicidades que son las expresiones de ese Uno? Es obvio que a ambas cosas. Mientras hagamos una distinción entre las dos, no habremos comprendido rectamente a ninguna de las dos. La acción con un espíritu de amor puro que no provoque reacción, está por encima de los pares de opuestos. El amor al Ser Supremo que está en todo, no puede desligarse de nuestra mejor voluntad y servicio a las manifestaciones de El en quienes nos rodean.
            Supongamos que conocemos una grande y admirable persona que provoca nuestra más profunda reverencia. Luego conocemos a otra muy diferente, peregrina sin duda de esta tierra, pero agobiada y manchada, harapienta, hablando metafóricamente. Provoca en nosotros una actitud muy diferente. Sin embargo, debiera haber en nosotros cierto sentido de unidad que nos ayude a aceptar en nuestro corazón a esa grande y admirable persona, codo a codo con esa otra cuya existencia parece no tener otro objeto que mostrarnos las extrañas contradicciones de la vida. Esa es la clase de Igualdad, paridad o equilibrio que el Bhagavad Gita dice que constituye la esencia de la Yoga. Tenemos que observar las reacciones que nos producen las dualidades que causan atracción y repulsión, si queremos libertarnos de sus efectos perturbadores.
            ¿Estamos interesados en el servicio, o en el auto-desarrollo? Esta es otra pregunta que no tendría por qué surgir, porque debiéramos percibir que el servicio es una forma de acción, y que el desarrollo es su efecto sobre uno mismo. Debiéramos entender todo el proceso de nuestro crecimiento y floración en términos de dar lo que hay de valor en nosotros y lo necesiten aquellos con quienes entramos en contacto. Tal manera de ver las cosas con igualdad, aplicada a los procesos de la vida aparentemente diferentes, acaba con todas las antitesis.
            Sólo cuando nos damos cuenta cabal en nosotros mismos, no sólo de las fuerzas que operan abiertamente en la superficie, sino también de los motivos sutiles y de los fines que se insinúan, es cuando podemos colocarnos por encima de los opuestos que son los que producen conflictos y dividen la mente.
            Se ha dicho que la duda descalifica. La “duda”, en este sentido, no es la de no creer en alguna autoridad o declaración. La duda surge cuando existe un dilema causado por reacciones divididas entre las cuales somos incapaces de discernir.
            Un estado en el que no haya división, en el que encontremos un camino seguro, es el de un equilibrio interno en el que no hay cambios ni deslizamientos. Si podemos responder a cada circunstancia, no con las diferentes partes de nuestra naturaleza, sino con nuestro ser integro, sabremos inmediatamente hacia qué dirección gravita ese ser internamente, y esa será la dirección de una acción perfectamente equilibrada y completa. La palabra “completa” indica la calidad de una intuición pura. En circunstancias difíciles, cuando hay desacuerdo de consideraciones y confusión en el acto de pesarlas y balancearlas, el modo de determinar el mejor curso de acción no es mediante cálculos, ni pesando y balanceando así las cosas, sino recurriendo a ese centro de gravedad que hay dentro de nosotros y que quiere movernos por la línea de la acción recta y perfecta. Es el hilo de Ariadna de la mitología Griega. Un juicio fiel es un juicio instantáneo, que resume perfectamente, aunque ese juicio nazca de mucha elaboración mental previa. Su pivote es ese centro interno donde reside la sabiduría verdadera.
            En cualquier situación en que no sabemos cuál es nuestro deber y qué debemos hacer, lo más importante es la claridad del motivo. Si hay recta orientación con respecto a los elementos fundamentales del problema, nos indicará el paso inmediato que debemos dar. Podemos vivir nuestra vida en un estado de amplia ecuanimidad, si hemos descubierto hacia dónde debe orientarse siempre internamente. Para determinar nuestro deber en una contingencia inmediata, necesitamos tener una apreciación del fin o del propósito al que sirve ese deber. Pues lo final y lo inmediato están estrechamente relacionados, si somos capaces de ver esa relación. Lo final no es sino el propósito más profundo, la aspiración fundamental. Está en las profundidades de nosotros mismos, y no en algún sitio distante.
            La Teosofía nos revela un Plan capaz de sintetizar en sí lo mejor que hay en cada uno. Desde un punto de vista, el Plan incluye no sólo las Ideas Divinas, los arquetipos, sino el conjunto de la evolución, en la que cada bien menor no es sino un peldaño para un bien mayor. Es un plan de perfección que evoluciona desde el bien menor de que cada uno sea capaz en cualquier momento. Las formas que evolucionan con tanta paciencia y cuidados, no son sino modelos toscos de las figuras finales. En este proceso, cada uno de nosotros tiene un papel consciente, si es por lo menos capaz de pensar en algo dentro de sí mismo que pueda descubrirse como el supremo Bien, la suprema Verdad, la suprema Belleza. Libertar ese algo, es la consumación, “el divino y lejano evento”, hacia el cual nos movemos todos inconscientemente, vacilantes y hasta tortuosamente.
            Nuestra gran tarea es descubrir ese algo, en términos de nuestra propia experiencia. No puede ser por meras palabras o frases. Ese descubrimiento hay que hacerlo en el proceso de la vida. Pues la vida es acción, y la manifestación es vida, Sin acción no puede haber realización. Lo que produce la realización es la reacción dentro de nosotros, resultante de la recta acción. Una verdad que no se manifiesta como vida, es una verdad desprovista de poder. Solamente cuando fluye en la forma que la expresa apropiadamente, se manifiesta en esa consciencia que es nuestro ser exteriorizado.
            Hay en cada uno algo de valor supremos capaz de infinito desarrollo, que perdura por la eternidad, y ese algo puede ser descubierto en cada incidente y circunstancia de la vida. Cuando una persona lo ha descubierto y ha identificado su corazón con eso, ha establecido la integridad y el equilibrio en si misma; desde entonces ya no vive como una sombra de su ser plenario confinada en la cárcel de sus limitaciones, sino como un centro radiante cuyos rayos se posan en toda circunstancia y se reflejan desde todos los ángulos. Bajo esa luz todas las cosas se ven en su verdadera naturaleza y revelan su oculta realidad. Entonces es capaz de percibir, dentro y fuera de él, que todas las cosas son una sola en su esencia más íntima.