domingo, 20 de octubre de 2013

Descubrirse a sí mismo

DESDE LA ATALAYA


Radha Burnier

Descubrirse a sí mismo

 

Entre las muchas ilusiones que afligen a los seres humanos, y que pueden tener consecuencias mucho más serias que otras, está la idea de que yo me conozco a mí mismo.  Millones de seres humanos creen que se conocen.  ¿Pero qué es lo que realmente conocemos?

Aunque algunos de nosotros reconocemos la importancia de adquirir autoconocimiento, aún nos relacionamos en la vida diaria como si ya nos conociéramos.  Por consiguiente consideremos cuidadosamente qué conocemos de nosotros mismos.  Tal vez cada uno conoce parcialmente la propia historia de su vida: en dónde nací, quiénes son mis padres, cuándo fui a la escuela, qué he logrado en mi vida, quiénes son mis amigos o quién me admira.  Podemos añadir también lisonjeros detalles a esta biografía.  Porque tenemos alguna información, pensamos que nos conocemos.  La gente incluso declara con orgullo, ‘Yo sé quién soy’ y ‘Sé qué soy’.  Cuando una persona tiene éxito en la vida, la idea de que se conoce crece con más fuerza.

Cuando éramos bebés o infantes no nos conocíamos en lo más mínimo.  Mi hermano menor cuando era un niño pequeño, que apenas comenzaba a hablar, siempre se refería a sí mismo como papa, que significa ‘bebé’ en nuestro idioma, y se consideraba un bebé entre muchos otros bebés, que también se llamaban papa.  Pero de alguna manera más tarde adquirimos identidad propia.

Aparte de algunos conceptos acerca de nuestra carrera o nuestros logros, ¿qué conocemos realmente, viendo esto desde el punto de vista del sentido común? Una gran parte de la sensación que tenemos de conocernos está basado en la relación con nuestro propio cuerpo físico, tal vez después de vernos muchas veces en el espejo: soy alto o bajo, me estoy quedando calvo o tengo abundante cabello.

Así el cuerpo,  con sus necesidades, deseos y demandas, juega un papel muy importante en la vida de la mayoría de los seres humanos.  Pero incluso lo que pensamos que conocemos acerca de nuestra apariencia puede no coincidir con lo que piensan los demás. Alguien puede creer: ‘Soy muy bien parecido’, mientras otras personas piensan de otra manera.  Una dama de Vietnam que llegó a Adyar hace algunos años, comentó: ´La gente aquí luce muy fea; ¡tienen una nariz tan larga!  Algunos pueden sentirse orgullosos de una nariz aguileña, ¡pero ella pensaba que una nariz respingada era mucho más atractiva!  De tal manera que nuestras ideas acerca de la apariencia pueden estar equivocadas.

En efecto, difícilmente sabemos algo acerca del cuerpo. ¿Cómo trabajan sus riñones y cómo trabajan sus órganos en forma maravillosamente coordinada?  No es porque deseemos que lo hagan así, ¡lo hacen por sí mismos!  ¿Qué da al cuerpo su vitalidad?  ¿De qué modo esa vitalidad entra en el cuerpo y previene su desintegración?  No tenemos idea.  Unas pocas personas tienen algún conocimiento teórico, pero de hecho ignoran qué hace funcionar al cuerpo.  ¿Cómo se mantiene saludable?  Incluso los médicos realmente no saben mucho; pueden equivocarse al prescribir la medicina adecuada, o fallar al ejecutar una operación.  Ellos saben cómo trabaja la maquinaria interna, pero no plenamente.

Examinemos los otros factores que nos hacen creer que nos conocemos, por ejemplo, nuestras emociones. El precioso don de la autoconciencia nos capacita para observar nuestras experiencias y decir, ‘he sufrido dolor’ o ‘me estoy divirtiendo’, etc.  Los placeres, dolores y luchas de nuestra naturaleza emocional son conocidos así, pero de manera superficial.  Si aprendemos a ser más atentos, podemos llegar a ser conscientes de  las muchas contradicciones de estas emociones: a veces temor, otras un sentimiento de confort; en ocasiones esperanza y luego frustración o desilusión.  Como dice el Bhagavad Gita, nos movemos entre opuestos emocionales sobre los cuales tenemos poco control.  Pero generalmente no nos damos cuenta de las contradicciones, inconsistencias y falta de racionalidad en nuestras respuestas emocionales.  Sabemos aún menos acerca de nuestros sentimientos reprimidos y motivaciones profundas, ¡y eso explica por qué las profesiones de psicólogos, psicoanalistas y psiquiatras son lucrativas!

La señora Montessori declaró que un niño se convertirá en un ciudadano pacífico o en un individuo agresivo, de acuerdo a como es tratado en sus años tempranos en su casa y en la escuela.  Ella probablemente tenía razón.  También llevamos dentro de nosotros las tendencias que vienen de vidas anteriores, por ejemplo, el miedo.  Muy pocas personas están totalmente libres de temor, porque ha sido construido dentro del cerebro, para permitirle sobrevivir encarnación tras encarnación.  Quienquiera que experimente temores y recelos irracionales puede estar casi seguro de que son la herencia de un largo pasado.  Desde la niñez, algunos individuos tienen una naturaleza feliz, otros son recelosos y otros valientes o temerosos.  No sabemos casi nada acerca de estas tendencias heredadas, en consecuencia tenemos dificultad en manejarlas y por consiguiente mucha confusión y perplejidad prevalece en el mundo.

Debemos darle ahora una mirada a la mente, que imaginamos conocer. Descubrir la verdad acerca de nuestra naturaleza mental es muy difícil.  Hemos alcanzado ese estado de desarrollo evolutivo en el cual el cerebro es muy hábil, y por tanto nos identificamos casi enteramente con los procesos cerebrales: deseamos que nuestros hijos sean brillantes intelectualmente, que asciendan la escala del éxito social o la eminencia en algunos campos.  Imaginar que somos el principio mental es realmente como convertir al ladrón en  policía.  En La Voz del Silencio, un clásico teosófico, este principio pensante es llamado el ‘productor del pensamiento’, que ‘despierta la ilusión’ y mata lo real.  Pero, desafortunadamente, la autoconciencia no se ha expandido tanto de nosotros como para darnos cuenta de que una plétora de imágenes, ideas y teorías proyectadas por la mente son creadoras de ilusión.

Consideremos también el hecho de que lo que cada persona proyecta como ‘yo mismo’ de ninguna manera corresponde con lo que otra persona ve.  Es fácil ver los errores y las faltas de otros, pero raramente vemos qué pasa con nosotros.  Por consiguiente, examinar estos asuntos debería provocar dudas en nuestras mentes.  ¿Realmente sé quién soy?  Porque no sé mucho acerca del cuerpo, o mi naturaleza emocional subconsciente, o cómo mi naturaleza mental produce ilusiones y mata lo real.  Sabemos tan poco que deberíamos cuestionarnos y descubrir más sobre nosotros mismos, en lugar de decir ‘sé quién o qué soy yo’, recordando que, incluso cuando no lo decimos abiertamente, actuamos como si supiéramos quiénes somos.

Entre los muchos maestros espirituales que han hablado de la necesidad de conocernos a nosotros mismos estaba la señora Blavatsky, que escribió, ‘el conocimiento de sí mismo es la sabiduría misma’. Sri Ramana Maharshi constantemente aconsejó a la gente preguntarse ‘¿Quién soy yo?’. Krishnamurti habla mucho acerca del yo y de sus actividades. Entonces, ¿por qué no comenzar descubriendo la verdad acerca del yo en lugar de llevar la pesada carga de una autoimagen todo el tiempo? Naturalmente, uno puede responder: ‘¿Por qué debería descubrirme a mí mismo?  Lo que sé de mí ya me permite funcionar muy bien en la vida práctica.  De hecho, he tenido bastante éxito en la vida.  ¿Qué más necesito?’  Pero el mundo nos muestra la falsedad de esta posición.  El mundo es un espejo que refleja la violencia en nosotros, la corrupción, la falsedad y la crueldad en la mayoría de los seres humanos. Por lo tanto, es muy importante aprender más acerca de nosotros.

Si tenemos un concepto errado de nosotros mismos, también nos causamos dolor.  Si pienso que soy muy importante, tarde o temprano me sentiré herido porque alguien hará o dirá algo que contradiga mi importancia. Si alguien nos llegara a decir ‘usted es un tonto’, nos sentiríamos molestos.  Mirémonos en cambio a nosotros mismos y examinemos si lo que dice el crítico es incorrecto o parcialmente correcto o lo que sea, de tal modo que nuestra ecuanimidad se preserve, y no pongamos nuestra felicidad  a merced de un agente externo.  Si nos dejamos perturbar, ocasionaremos dolor en nuestro entorno, a nuestros amigos, a nuestra familia y al mundo en general.

Actualmente, la gente desea comer la carne de animales salvajes, incluso de las especies en peligro de extinción, debido a un apetito de satisfacción sensoria.  El ansia de novedades y excitación de los sentidos es responsable de la construcción de nuestra sociedad de consumo.  Cuando nos consideramos como un cuerpo y nos identificamos con los deseos del cuerpo,  nos hacemos responsables de un gran daño y aumentamos la competitividad, conflictos, etc.  Este creciente consumismo está destruyendo nuestra bella tierra y su inmensa variedad, y contaminando los elementos.  Por tanto examinemos y démonos cuenta  de que si no nos comprendemos a nosotros mismos, nos causamos dolor y mucha miseria en el mundo.  Por otro lado, si hay paz en nuestros corazones, habrá paz en el mundo. Las  meditaciones y charlas sobre la paz tienen poco efecto si no comprendemos cómo producir paz en el corazón.  De tal manera que debemos comenzar la tarea de comprendernos a nosotros mismos para crear un mundo mejor, porque, como ya mencionamos, el mundo es un espejo de nosotros mismos.

En el libro A los Pies del Maestro, leemos que el cuerpo físico desea muchas cosas: desea descansar cuando hay trabajo por hacer, cuando hay que ir a ayudar a alguien. Puede ser perezoso e inclinado a no esforzarse.  Entonces dirá: ‘Que algún otro haga el trabajo.’  El cuerpo físico tiene sus propios deseos, porque cada célula de nuestro cuerpo es una criatura viviente, evolucionando a su propia manera, en su propio nivel.  Todas las células del cuerpo en conjunto tienen una conciencia propia.  En términos teosóficos técnicos se la ha llamado el ‘elemental físico’.

Los que han leído acerca de la vida de Krishnamurti han oído hablar de lo que se ha llamado ‘el proceso’, de cómo, cuando dejaba el cuerpo para hacer otro trabajo, el cuerpo solía decir ‘No me dejes’.  Clamaba ‘¡Vuelve!’, y entonces se corregía diciendo ‘No debo pedirle que vuelva, se me ha dicho que no lo haga’.  Deberíamos ser conscientes de que el cuerpo se comporta así, de otra manera nos convertiremos en sus esclavos. Lo mismo pasa con nuestras naturalezas emocional y mental;  tienen su propio modo de funcionar, y si no estamos atentos, ellas nos engañan.  La naturaleza emocional gusta de vibraciones violentas.  Le gusta sentirse desgraciada, herida, excitada, agitada. No necesariamente le preocupa si la experiencia es penosa o agradable, porque le gustan las vibraciones fuertes.

A los Pies del Maestro también nos dice que el cuerpo mental gusta de sentirse orgullosamente separado.  Entonces compara y juzga para convencerse de que es superior a los otros.  Pero con frecuencia no nos damos cuenta de estos hechos.  Por eso analizamos, criticamos e inventamos maneras para medir a las personas y cosas.  De aquí la importancia de la enseñanza ‘No juzgues’.  La diferenciación es parte del modo de funcionamiento de la mente, y tiene sus usos.  Nos sentiríamos perdidos en el mundo físico, si no tuviéramos la capacidad de darnos cuenta de las diferencias y de reconocer las cosas.  Pero mientras lo hacemos, estamos construyendo continuamente, ladrillo a ladrillo, el sentimiento de yoidad.

Descubrirse a sí mismo no significa tener un recuerdo de lo que los psicólogos o los instructores espirituales han dicho.  Ninguna palabra de otra persona puede ayudarnos a descubrir lo que es y lo que no es el yo.  Debemos encontrarlo por nosotros mismos y sólo entonces comenzaremos a vivir nuestra vida de manera diferente.  La autoconciencia en el ser humano es aún muy rudimentaria, lo cual explica por qué somos incapaces de saber qué hay en nuestro subconsciente, cuáles son los sentimientos reprimidos y las motivaciones ocultas.

La mayoría de nosotros está satisfecha con el vivir mecánico.  Antes de la etapa humana, la acción es programada por la Naturaleza, y todas las criaturas hacen lo que es bueno para ellas, guiadas por la sabiduría de la Naturaleza.  La clase de comida que buscan, los hábitos con los nacen y siguen, son ‘instintivos’.  Cuando una madre pingüino de las regiones árticas sale para buscar su comida, el padre mantiene el huevo caliente con su propio cuerpo y lo va girando, pues de otra manera, el huevo se congelaría.  ¿Cómo sabe lo que tiene que hacer?  La Naturaleza le ha enseñado.  Pero si los seres humanos actúan como criaturas programadas, están renunciando al poder humano para discernir.  Cesaríamos de observar y distinguir entre lo real y lo irreal, qué está bien y qué esta mal, qué es benéfico o destructivo. Sabemos muy poco de todo esto, de lo destructivos que  somos a nuestro pequeño modo. Cuando hablamos poco amablemente o permanecemos indiferentes al dolor de otros, pecamos.

Pero hay un serio peligro en el aprender a autoobservarse.  Puede convertirse en una nueva forma de autocentrismo.  Es esencial observar y liberarnos de nuestras heridas, ira, codicia, etc.  La destreza para el autoconocimiento debe desarrollarse sin ninguna motivación personal.

Es interesante notar que cuando concluimos que somos superiores a otros, ese mismo hecho nos hace iguales a los demás.  Todos los que ponen al yo en acción están en el mismo bote, en la misma corriente de autocentrismo, de una vida centrada en sí mismo.  Es necesario vigilarse para estar seguros de que la observación de nosotros mismos no se convierta en una nuevo tipo de preocupación por uno mismo.  Por eso losUpanishads proclaman que el sendero para liberarse del yo, de la ilusión y del dolor, es una navaja afilada, que hace difícil mantener balance y equilibrio.  Es llamada la ‘peligrosa escalera de la vida’ en Luz en el Sendero.  Se nos pide hollar el sendero conscientemente, pero sin la preocupación por uno mismo y otras formas sutiles de egocentrismo.

Evitar este peligro implica ser impersonal y  no asociar el ‘yo’ con todo lo que hacemos.  Es natural sentir placer cuando encontramos un amigo o vemos algo bello. Todo en la vida es tan maravilloso que podríamos sentirnos en un estado de felicidad todo el tiempo, si tan solo pudiéramos librarnos de la ilusión del constante pensar ‘este placer es mío, yo soy esto, yo soy eso’ y así sucesivamente.  El placer es placer.  ¿Por qué tenemos que decir que es mi placer?  Su placer no es diferente del placer de otras personas.  Su felicidad (si es real) es como la felicidad real en todos los demás.  Por consiguientes no seamos esclavos del hábito de pensar en términos de ‘yo’ y ‘lo mío’, pues cada vez que lo hacemos estamos endureciendo el centro de nosotros mismos.

En segundo lugar, como aconseja Luz en el Sendero: ‘Considera seriamente toda la vida que te rodea.  Aprende a mirar inteligentemente dentro del corazón de los hombres.’  Para descubrir cómo se comporta el yo, es mejor no solamente mirarse uno mismo sino también cómo trabaja en otras personas.  Mientras uno viaja en un bus o en un tren puede observar cómo se comporta la gente, cómo se proyecta el yo, cómo trata de ocupar el mejor asiento, todo sobre la base de su propia conveniencia y placer.  Podemos aprender mucho acerca de la naturaleza humana observando incluso el modo en que se comportan los animales.  Todo lo que nos rodea incluye animales, personas, niños, cómo crecen para convertirse en adultos, y también la belleza, la inmensidad, la creatividad de la Naturaleza y nuestras propias respuestas.  Así podremos descubrir más y más acerca de nosotros mismos sin llegar al egocentrismo.

Se dice que la inteligencia es imparcial.  Por consiguiente debemos mirar objetivamente, no personalmente, sin juicios y conclusiones, para evitar el peligro de continuar la preocupación por uno mismo.