viernes, 26 de abril de 2013

EL CAMINO A LA REALIDAD ESPIRITUAL


CAPITULO XIII
Sri Ram.

            La humanidad ha estado siempre empeñada en buscar lo que le satisface; búsqueda que más tarde se dirige hacia lo que promete ser real, permanente y duradero. En las primeras etapas cada uno lo busca en numerosas formas de gratificación mundana; en el poder y la posición; en comodidades físicas, emocionales y mentales, de diferentes clases; en librarse del tedio por medio de excitaciones periódicas; en sistemas, fes y prácticas que prometen seguridad aquí y en el más allá; en toda clase de cosas que ofrecen un escape y un olvido del dolor, de las dificultades, problemas y responsabilidades. En cada uno de esos puntos se busca la Realidad en lo que se imagina que puede dar el máximo estremecimiento de felicidad y la satisfacción más duradera. Pero una y otra vez el individuo encuentra que esas cosas a las que se ha aferrado, son en verdad falsas y engañosas y acaban por no satisfacerlo más.
            Sus creencias no lo han conducido sino a refugios temporales y a creaciones mentales, islas en la corriente del progreso, islas de seguridad, de aislamiento y diversas formas de mantenimiento del yo. Por fin llega un momento en que lo que el mundo tiene que ofrecerle, y todas las creaciones de la mente, cesan de satisfacerle, y el individuo empieza a buscar una Realidad que esté fuera de la naturaleza de las experiencias que ha tenido, de las gratificaciones que han resultado tan transitorias y desilusionantes. Sin embargo, es solamente en una etapa comparativamente tardía de su evolución que el individuo empieza a contemplar seriamente la posibilidad, de que exista algo desconocido y diferente a lo que hasta entonces ha experimentado. Piensa en algo Real como diferente a lo irreal.
            Pero ¿qué es Realidad? ¿Es un conocimiento directo de primera mano, una experiencia de alguna relación primordial entre el Espíritu y la materia, del estado de algo Absoluto en medio de lo relativo, de algo que conecta el origen con el fin? ¿Es una Verdad, un Principio, un estado de consciencia en el que hay una integración de los tres elementos: el conocedor, el conocer, y el objeto del conocimiento? ¿O es la esencia de todas nuestras experiencias en cada nivel;  un estado de unión con todo lo que sentimos se parado de nosotros; una felicidad no dentro del tiempo sino en la Eternidad; un amor elevado a la máxima potencia; un estado en el que todo el proceso universal y uno mismo se perciben en términos distintos a los que ahora comprendemos, y desde una dimensión completamente nueva?
            De alguna manera, tiene que ser TODAS  estas cosas, e infinitamente más de lo que estas palabras nos dicen, y más de lo que jamás podemos adivinar ahora. Cualquier Realidad que se busca con intensidad tiene que ser de la índole de lo desconocido, pues todos los conceptos construidos sobre recuerdos de lo conocido tienen que ser de misma naturaleza que las experiencias que se recuerdan. Podemos especular sobre la naturaleza de este desconocido, pero lo hacemos con una mente condicionada por experiencias previas. Al especular, formamos imágenes que pueden resultar meros telones que obstruyen la verdad, impedimentos para la búsqueda misma en que estamos empeñados. Si la Realidad no tiene límites, o sea que no hay sensación de limitación al experimentarla y en consecuencia no tiene líneas de demarcación, y no es objetiva, tiene que ser de un orden que trascienda a todos los niveles de nuestro conocimiento actual. Ninguna descripción puede darnos esa Realidad, porque todas ellas nos llevarán a una identificación equivocada con una mente limitada al campo de su propio pasado. Hay descripciones del Ser -palabra a la que por el momento podemos darle la equivalencia de Realidad- en los UPANISHADS y en el BHAGAVAD GITA, escritas en términos poéticos. Pero sólo hablan de la Realidad, y la describen como indescriptible.
            Si la realidad es una X en una ecuación que incluye varios otros términos de nuestra experiencia, puede deducirse su naturaleza por los términos conocidos. Pero esa deducción sería en primer lugar un concepto puramente mental, y en segundo lugar no sería una experiencia que trascendiera a lo conocido. Sin duda alguna la vida y la mente y las impresiones sensorias, son manifestaciones de Algo que podemos llamar el Todo pero entonces el Todo debe incluir infinitamente más. Si estas manifestaciones son apenas una indicación, una sombra, no sabemos qué es lo que indican. No podemos conocer la relación entre lo Real y lo Irreal, hasta que conozcamos lo Real, sea cual sea esa relación. Lo superior puede incluir un conocimiento de lo inferior; pero desde el nivel de lo inferior no podemos adivinar la naturaleza de lo superior.
            Cuando miramos las cosas, ya sean objetos tangibles o situaciones, estamos usando nuestras mentes solamente para interpretarlas de cierta manera. Pero la verdad que buscamos debe ser no una interpretación sino una verdad de por si, conocida con la más absoluta certeza, una verdad de primera mano y no un conocimiento trasmitido, para que podamos estar en condición de decir como San Pablo, que aunque todo el mundo la negara seguiríamos sosteniendo su autenticidad nosotros solos.
            Podemos decir muy legítimamente que para nosotros la Realidad está en toda cosa bella de la Naturaleza, en el arte, en el amor, en los pensamientos y expresiones humanas más fieles y más maravillosas. Sin duda que todas estas cosas hablan de algo, pero todavía nos falta llegar a ver cara a cara la Realidad que está EN TODO, hasta en lo falso que exhibe su falsía. De vez en cuando tenemos un estremecimiento lejano, pero nuestros momentos de felicidad y belleza perfecta son pocos y espaciados, y así la mayor parte del tiempo la pasamos ante el problema de nosotros mismos.
            La Realidad no puede alborear para nosotros sino cuando estemos listos para ella. Está siempre presente y resplandeciendo, pero brillará para nosotros sólo cuando le demos el rostro, volviendo toda nuestra naturaleza para recibir su luz. Como la búsqueda de la Realidad depende tantísimo del individuo, de las experiencias de su pasado, a nadie le es posible discutirla con otro, excepto en los términos más generales.
            Los más grandes instructores espirituales del mundo dan testimonio de que EXISTE una Realidad por encontrar, y, más aún, que a cada ser humano le es posible descubrirla y llegar a ella por si mismo.
            Cualquier acercamiento meramente mental a la Realidad, ha de ser necesariamente superficial. Pues en todos nosotros la mente es una cosa y la vida otra. Lo que la mente define no es lo que se experimenta en la plenitud del vivir. Lo que la mente sabe está basado en conocimiento adquirido por lo sentidos, y no es sino conocimiento deducido; lo que la mente cree está basado en premisas insuficientes, e inevitablemente es resultado del pensamiento-deseo. En cualquier caso, una creencia, ya sea mental o emocional, no es sino una creencia, y no totalidad de un ser activo. Cuando la fuerza motriz no es una atracción de las emociones, suele ser una repulsión de las circunstancias, que lleva el pensamiento a un opuesto imaginario. Ya sea una búsqueda de gratificación o un deseo de escaparse, ambos son factores de determinismo emocional, que actúan por medio de una mente imaginativa y tienen que crear formas de acción y de pensamiento adecuadas a las emociones soterradas y a la mente que colabore con ellas.
            ¿En qué dirección, pues, proseguiremos? Esto lo determina la naturaleza del motivo, que al fin y al cabo también determina el fin. No sólo tenemos que preguntarnos: ¿Qué estoy buscando?, sino también: ¿Por qué busco? El motivo no es menos poderoso porque esté bajo la superficie, o sea en el sub-consciente. Es más difícil tratar con lo que está en el sub-consciente que con lo que está en la mente consciente. Generalmente, además del motivo del que el individuo es consciente, hay factores que se pasan por alto porque son automáticos.
            Si el objeto de la búsqueda es alguna forma de apoyo oculto para una incapacidad síquicas para un estado de desequilibrio penoso o incómodo, la búsqueda terminará cuando se encuentre tal apoyo. Cualquier cosa que se busque para mantener el yo -poder, posición aún afecto y adulación- es una especie de apoyo del cual depende ese yo. Y mientras persista esa sensación del yo (que implica una relación de oposición a otro o al resto del mundo) la consciencia estará obviamente atada a las cosas que crean esa sensación.
            La única fuerza motriz que resulta en un ensanchamiento de la consciencia en vez de limitarla más, es el amor en su sentido más puro, más inegoísta y no separatista; o la compasión una simpatía universal, tal como la que movió al Señor Buddha como Príncipe Siddharta a emprender Su búsqueda. Si el motivo es personal, el fin queda limitado por los factores presentes en esa aspiración personal. El amor es libertador, pues en la naturaleza misma del amor puro, imparcial beneficiente y no-posesivo, que sólo busca servir y no gozar y retener, hay prescindencia de todo lo que ata y encierra al hombre como un yo separado.
            La expresión “auto-encierro” que se usa en los escritos de J. Krihnamurti, arrojan maravillosa luz sobre este problema. Presentan ellos, de manera fresca y original, ideas que el hecho de encontrarse en otros términos en enseñanzas antiguas muestran que la búsqueda de la Realidad en un mundo humano, por mucho que ese mundo haya variado en lo externo, tiene que girar necesaria mente en torno de los mismos factores fundamentales.
            ¿Cómo podemos evocar este amor en nosotros mismos, o alcanzarlo? No podemos crear el amor. Pues nosotros somos la mente que crea esa limitación que es una negación del amor. Pero la vida, que es un incesante módulo de acción, tiene en si misma una capacidad inherente para amar, cuando cesa de estar desfigurado por la antítesis del yo-y-el-otro.
            El método de descubrir la Realidad ha sido descrito en los antiguos libros hindúes como el camino de la repudiación, de desechar las formas de lo irreal desprendiendo de ellas nuestros pensamientos y emociones. Esto parece negativo, pero en realidad no lo es. Cuando uno no sale a identificarse con lo falso, la Verdad que está dentro se manifiesta. El camino no se nos abre desde afuera, sino que nosotros abrimos el camino momento a momento con nuestras propias realizaciones. El camino está dentro de nos otros. Los UPANISHADS hablan de este camino, de repudiación en las palabras: “esto no, esto no”, lo cual no es una formula para escaparse o huir de la responsabilidad, sino un camino de auto-ascensión.
            Todos creemos que nos conocemos, pero sólo conocemos la superficie de nosotros mismos. La consciencia que está en cada uno de nosotros, y con la cual hacemos frente al mundo que se nos viene encima, es afectada por ese mundo y modelada por sus influencias. Es un proceso de acondicionamiento al que hemos estado sometidos desde el momento de nacer. Pero a medida que nos damos cuenta de los modos en que somos acondicionados, nos apartamos de esos modos. Percibimos una distinción entre nosotros mismos y ese acondicionamiento. Esta línea de separación entre el Ser y el no-Ser, se traza una y otra vez. Pues el no-Ser no es sola mente el mundo externo, sino también algunas partes de nosotros mismos. La mente, las emociones, y la consciencia en el cuerpo físico, son todas ellas modificaciones de la consciencia original.
            La consciencia de todos nosotros como niños es semejante en su pureza, sensibilidad y libertad para ser configurada en cualquier forma. Al crecer, nuestra mentalidad se endurece y se diferencia mucho de la de los demás. En cada uno de nosotros se convierte en una estructura individual, compuesta de ideas distintivas, hábitos, prejuicios, etc., que se van incrustando en ella.
            En A LOS PIES DEL MAESTRO se traza de una manera simple pero práctica la distinción entre el Ser y el no-Ser formado por la mente, las emociones y el cuerpo físico, como formas de discernir entre lo Real y lo irreal. Se nos dice allí que lo Real no es el cuerpo físico, al cual se le compara con un caballo que hemos de cuidar y utilizar; y que tampoco es la mente ni los deseos. Tal discernimiento parece sencillo, pero si se alcanza perfectamente nos llevará a un plano de percepción pura en el que la consciencia no está circunscrita por las formas de su propia actividad.
            Es comparativamente fácil separarnos de nuestros cuerpos físicos, pero es completamente distinto cuando se trata de nuestros estados sicológicos, de esa naturaleza en nosotros que constantemente está siendo moldeada por impresiones recibidas consciente o inconscientemente. La consciencia es una energía explayante que sale de dentro del ser de cada uno, y que es condicionada no sólo por las circunstancias externas sino también por sus propios pensamientos y actos. Esa consciencia que originalmente era pura libre, sensitiva, dúctil y capaz de ser moldeada en cualquier forma necesaria para expresar lo que lleva dentro de si, pierde esas características. Se divide en estratos de subconsciencia y consciencia que actúan unos sobre otros manteniendo siempre el presente en un estado de continuidad activa con el pasado.
            El discernimiento es en realidad como ir despojándose sucesivamente de numerosas capas de limitación e ilusión en las que el ser se ha arropado y envuelto. Tenemos que desenvolver el paquete para encontrar la inapreciable perla de la Realidad.
            Fundamentalmente, es el deseo el que adhiere la mente a la sensación y crea la forma codiciada, lo ilusorio, lo irreal. Experimentamos cierto placer, y nos apegamos a él. La sensación de ese placer se adhiere a la mente y dirige sus operaciones. Por medio de la memoria se mantiene el deseo de esa sensación. Cuando por el deseo la mente está apegada a una cosa, por asociación el apego se extiende a otras; así se forma una red de apegos, en la que la mente queda aprisionada. Podemos describir fielmente el deseo como la cera que se adhiere a la miel de todo placer. Cada sensación, ya sea de dolor o de placer, tiende a acondicionar la mente por apego o por temor. Todo goce produce esta cera que se adhiere a la mente a menos que sea un goce que tenga la naturaleza pura de la percepción consciente como la luz que puede caer sobre cualquier cosa pura o impura, pero en si misma permanece limpia. Uno puede experimentar las sensaciones más agudas y darse cuenta de todos sus matices, y sin embargo permanecer incólume, si la consciencia es nada más que consciencia en el verdadero sentido de la palabra, y no reacciona ante la sensación de una manera que atraiga fuerzas que permanecen en ella y la organizan en una forma por medio de la cual tenga que actuar de ahí en adelante.
            El sentido de “yo-idad”, del yo y de buscar para uno mismo, nace del deseo. Se le ha dado el nombre de “auto-personalidad”, término que lo distingue del de la personalidad pura que un individuo puede ser; y es uno de los primeros grilletes de que hay que despojarse: primero en el sentido de primacía, pues todos los demás se derivan de él. El Señor Buddha habló de que la ilusión del ego (el yo separativo) era la causa raíz del dolor, y también de la sed de existencia consciente que produce esa ego-idad. El no se limitó a explicar el dolor de modo de reconciliar con él al hombre, sino que como Príncipe Siddharta buscó solución al problema de acabar con el dolor, y lo resolvió primero en Él mismo. Habló del Nirvana -que significa literalmente apagar o extinguir-como la extinción de ese yo personal, de esa llama que para existir depende de la mecha y el aceite del apego a las experiencias personales.
            Antes de que podamos superar la “yo-idad”, tenemos que hacernos conscientes de cómo ella penetra todo el campo de nuestro pensar y sentir, sutil o abiertamente. Este es realmente el proceso de la involución humana. Hay la involución de la vida en condiciones de materialidad, de la cual procede la evolución; hay una involución similar de Manas en su propio ciclo, en todas las cosas de los sentidos, y en este proceso de involución hay una continua modificación del principio “Yo”, en cuya modificación toda la fórmula central es “Yo quiero”. La mente-deseo tan ilusoria como variable, es la que juega la carta de triunfo del “yo”.
            Si el deseo fuera malo de por si y no se le hubiera asignado un papel en nuestra evolución, no necesitaríamos haber sido enviados al mundo del deseo. Tenemos que entender las interioridades de sus procesos. Si es el deseo lo que ata, ¿cómo podemos matarlo o trascenderlo? Cada uno tiene que usar su propia inteligencia deliberadamente para libertar su naturaleza y su pensamiento de los anillos en que han quedado envueltos.
            El proceso de libertarse uno mismo del deseo está tan dentro del esquema de las cosas como la previa involución. La purificación gradual, a través de una inevitable selección de las experiencias, es el método lento de la Naturaleza: pero con la ayuda de su inteligente hijo, el hombre pensante, se puede acelerar mucho ese proceso. Se puede comparar con la acción de un jardinero inteligente capaz de aventajar los procesos de la “selección natural”. El deseo no se mata ni con la indulgencia ni con la represión. La indulgencia alivia la acción de anhelar, pero sólo por muy breve rato. La represión entierra el deseo sin matarlo. Su fantasma queda, esperando el ciclo de reemergencia y actividad; cuando llega ese momento, vuelve a actuar con violencia acumulada. Del mismo modo que una retorta sellada con ciertos cultivos ayuda a multiplicar las bacterias y a desarrollar su fuerza, así también sabemos que las emociones reprimidas, del sexo, la envidia, el resentimiento, etc., aumentan en fuerza y estallan repentina e incontrolablemente. El gran principio incorporado en el Noble Octuple Sendero del Señor Buddha, fue el de la rectitud en pensamiento, en palabra, en acción, en los medios de ganarse la vida, y en todo lo demás, pacientemente buscada y establecida.
            La mejor manera como podemos marchitar el deseo es exponiendo la verdad acerca de él ante una inteligencia dispuesta a ver las cosas como son, sin ningún deseo de ver las de otra manera. Podemos descubrir la naturaleza engañosa y rápidamente disfrazable del deseo, su forma y actuación múltiples, escudriñando su acción con nuestra inteligencia. Pero nos inclinamos a posponer esa acción hasta que la amarga experiencia rompe esa tendencia dilatoria. Acumulamos un montón de experiencias puramente repetidoras, antes de empezar a evaluar nuestras experiencias; rechazamos la fruta venenosa sólo después de haberla comido muchísimas veces... y haber sufrido. Esto no significa que debemos prescindir de lo agradable: pues todas las experiencias son agradables o dolorosas en algún grado, y no podemos evitar las experiencias. Pero toda sensación de placer puede experimentarse como viene, sin propensión. Y si no se busca gratificación, ni en pensamiento ni en acción -lo cual es verdadero ascetismo- cesa todo apego. Uno acepta cualquier cosa que venga, contentándose con dejarla estar ahí mientras dure. Esa aceptación, que es verdadero desapego, es libertad de la contradicción de los opuestos, y posee una cualidad de trascendencia compañera de la verdadera comprensión.
            Nuestro estado interno en cualquier experiencia de placer puede ser simplemente el de registrar la experiencia sin ningún apego a la cosa que causa el placer. Ese es un estado de inmaculada pasividad sensitiva en el cual experimentamos sin deseo. En ese estado está la libertad del apego a posesiones y placeres, y la mente queda suelta de todas las formas de irrealidad en que ha entrado. Cuando hemos gozado y sufrido lo suficiente, cuando hemos experimentado los pares de opuestos, debe sernos posible situarnos aparte de todo ese proceso de auto acondicionamiento, y contemplarlo todo en forma objetiva para nosotros.
            Si podemos ser absolutamente objetivos con respecto a nosotros mismos, podemos darnos cuenta de la naturaleza, origen y efectos de cada uno de nuestros deseos. Cuando pensamos en nosotros mismos en relación con nuestros actos, tendemos a crear un cuadro que se acomode al sutil propósito de la mente pensante, o sea al de mantenernos alejados de la verdad desnuda del problema. Pero el fenómeno que queremos entender, el proceso total en nosotros mismos, se hace objetivo cuando nos retiramos a mirarlo como sobre un telón blanco limpio, sin ponerle interpretaciones ni paliativos. Puede describirse esto como un estudio del yo inferior a la luz del Superior, siempre que comprendamos correctamente lo que se quiere indicar por inferior y por superior.
            Cuando nos damos cuenta de lo que está ocurriendo, ¿en qué estado somos conscientes? Cada uno tiene que averiguar ésto por sí mismo. Somos conscientes con algo que trasciende el campo del pensamiento y del deseo, o KAMA-MANAS. Estos dos marchan juntos en la filosofía hindú. A KAMA-MANAS, se le ha llamado alma animal, para distinguirla del alma espiritual. Esta mente-deseo es la mente disipada, rancia y condicionada, versada en sofistería, que se turna en el mando con el deseo. Viaja por laberintos, extraviada por sus propias sombras, a las que persigue como un gato que persigue su propia cola.
            Cuando la mente está coloreada por el deseo, la auto-percepción que tiene su centro en la mente toma equivocadamente el color por ella misma, y así se forma la idea falsa del yo separativo. Cuando todos los deseos se han ido, la mente queda purgada de sus impurezas, y en vez de ser opaca como antes se convierte en una lente pura y cristalina a través del cual resplandece la clara luz de Buddhi. Es entonces BUDDHI-MANAS.
            Buddhi ha sido traducido como “la Razón pura” y también como “Intuición”, pero ninguno de estos términos da el sentido completo. BUDDHI-MANAS es aquella mente iluminada que ve la verdad en cada forma de pensamiento y experiencia.
            MANAS es una escalera con una serie de peldaños. Es el poder que, reduce, y que eleva, que contrae y que dilata. Es el poder que está tras el espacio y el tiempo, el poder de Brahma: el manifestado Aliento del universo. La escalera es una escalera de consciencia que cambia de nivel. En el nivel humano transforma los objetos con los que se identifica. En el proceso de la evolución podemos ver que cambia sucesivamente su punto de apoyo. Desde el físico se mueve hacia el emocional y el mental, y desde estos tres, que constituyen el campo de nuestra etapa actual, hacia BUDDHI-MANAS. Alzándose hasta este nivel superior puede mirar hacia atrás y comprender las actuaciones en los niveles inferiores.
            Cuando la mente pura, BUDDHI-MANAS, mira las operaciones de la mente-deseo y las acciones causadas en el cuerpo, es el Ser en cierta etapa de auto-realización que observa las operaciones del no-Ser.
            Entonces termina la identificación de consciencia o el ser (pues donde está la con ciencia está el sentimiento de un ser consciente) con la mente-deseo y el cuerpo. La larga asociación entre MANAS y KAMA, nada feliz o loable, se disuelve al fin.
            Cualquier cosa imaginada por la mente o la consciencia a cierto nivel, pertenece esencialmente a ese nivel, aunque bajo condiciones especiales una fuerza perteneciente a un plano superior puede operar en uno inferior, y la calidad de consciencia de ese plano superior puede ser reducida y manifestada en el inferior. Hasta cierta medida limitada, siempre hay una infiltración desde arriba; ideas que pertenecen al nivel intuicional se infiltran en la mente. El hombre un canal para esa infiltración, pero es un canal muy pobre por ahora. Por lo tanto, cuando la mente busca y halla algo que llamamos superior, puede que eso sea o no realmente superior.
            Cuando el no-ser, como mente objetiva, trata de conocer la naturaleza del Ser como Realidad subjetiva, construye una imagen de esa realidad de acuerdo con sus propias propensiones o conveniencias, con su propia naturaleza. Pero cuando el Ser subjetivo ve lo que es objetivo para él en la consciencia, ve lo objetivo como es. Imaginar el sujeto es un proceso de idealismo; ver el objeto como es, es un acto de realismo. Cuando vemos una cosa claramente como es, nuestra visión está en foco perfecto. Una visión que ve las cosas como son, es más pura y más veraz que una, fantasía ego-céntrica que busca su propia gratificación, que se divierte con colores a gusto de su vanidad, engañándose a sí misma y a los demás. Hay en la evolución un continuo trascender de lo que ha sido; lo que es subjetivo en una etapa se vuelve objetivo en el proceso de manifestación.
            Separarnos de la mente y ver el no-Ser en sus operaciones, no es fácil en nuestra etapa. Podemos hasta cierta medida repudiar nuestros deseos, pero aún eso puede ser solo teórico. Pues la mente y el deseo están muy entremezclados. Como quiera que la mente que repudia es ella misma un envase del deseo, ese repudio por parte de la mente tiende a ser un acto diplomático, con reservas mentales, conscientes o inconscientes. Cuando renunciamos a las cosas desde corazón, desde lo más íntimo de nosotros, entonces quedamos libres de ellas. Cuando se renuncia, a todas las cosas (a las que están apegados los sentidos, la mente sensoria y la mente-deseo) lo que queda es el Ser que brilla a través de cada una de sus vestiduras.
            El Ser es el sujeto puro, sin extensión pues donde hay una extensión hay partes. En el sujeto no hay transformación, pues transformarse es una extensión en el tiempo. Extensión significa relación de sujeto a objeto. Por lo tanto, el sujeto puro está fuera del tiempo y del espacio, y debe estar relacionado igualmente con todo espacio y tiempo. Puesto que no hay en él ninguna extensión, es un punto en el cual está la esencia del Ser, un centro del Ser en el que hay poder para crear perfecto acuerdo entre lo que manifiesta y su campo de manifestación.
            SAT, CHIT, ANANDA, era la antigua trinidad India de atributos en que se dividía la Existencia Una. SAT, significa “es” o Ser, y se indicaba con un punto; CHIT indicaba los rayos de percepción o conocimiento, y se indicaba con los radios; ANANDA es Felicidad, que está contenida en si misma, y es el continente o circunferencia.
            La búsqueda de la Realidad no se hace fuera sino dentro de uno mismo. Pero fuera y dentro son términos relacionados, y para conocer cualesquiera de ellos debe conocerse la relación entre ellos. De ahí que la búsqueda no pueda ser afuera de nuestra propia vida. El pensamiento y la acción son complementos recíprocos necesarios. Cuando la acción es recta, todo lo que se expresa en esa acción es verdad. Pero ¿qué es recto? Eso requiere conocerse uno mismo.
            La senda hacia la realidad no está, obviamente, en buscar gratificaciones de ninguna clase, lo cual es un proceso interminable; ni puede hacerla una mente moldeada por el deseo, pues tal mente es repetidora indirecta y adhesiva, o sea que no es libre. Sea cual sea la realización que se alcance, tiene que tener en sí una cualidad de percepción directa, la vitalidad de un entusiasmo puro, la objetividad del científico, la admiración y belleza que hay en la mente del artista, una integridad de comprensión, y por encima de todo, el altruismo de un hombre de acción y de un filántropo. La búsqueda de la Realidad debe ser guiada por una fuerza que no determine previamente el final. Por lo tanto debe haber una ausencia de deseo y de todo pensamiento anheloso, y debe estar presente el amor. Sin amor, toda búsqueda es búsqueda de sí mismo. El amor excluye la idea del yo, y sólo busca dar de si mismo. Es una fuerza que irradia en todas direcciones
            El Cristo dio la nota: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Con sólo que pudiéramos hacer ésto tan dulcemente como suena, conoceríamos la Realidad por nosotros mismos. El Señor Buddha habló de un amor como el que siente una madre por su hijo primogénito, pero dio como especial enseñanza Suya la extinción del deseo, que es la antítesis del amor por ser la causa del egoísmo en todas sus formas. Dando, más bien que recibiendo, es como nos inundan las agua de vida y se abren y se limpian los canales de nuestro ser.
            La senda hacia la Realidad está en trascender nuestro propio yo. Por lo tanto cada uno tiene que hollar la senda a su propia manera y por sí mismo. Cuando, no buscamos nada para nosotros mismos, todo lo hallamos.