sábado, 2 de marzo de 2013

¿REALIDAD, OBJETIVA O SUBJETIVA?



CAPÍTULO III

           Sri Ram.
 Sujeto y objeto son evidentemente los dos extremos de una relación en la consciencia, la cual se identifica con el sujeto pero se da cuenta del objeto y lo exterioriza. El sujeto es el conocedor; y la mente con la que acopiamos y usamos el material de nuestro conocimiento (de lo que llamamos conocimiento), ha sido considerada siempre en India como un instrumento y, por tanto, un aspecto del conocedor y no el conocedor mismo. Cualquier clase de reacción a un objeto externo es parte de nuestra relación con él, y puesto que la vida incluye todas las reacciones, ninguna de ellas puede aislarse de las demás. De ahí que se entendiera que el conocimiento en cualquier sentido no puede separarse de todos los demás procesos cubiertos por el vivir y la manera de vivir.
            La mente es en realidad un intérprete y no un conocedor. Al interpretar y presentar las cosas, puede, en su ignorancia, impedir el conocimiento de la verdadera índole y valor de las cosas, así como puede, cuando está iluminada, hacer resaltar y expresar esos valores. Pero a pesar de esta realización, en India misma la corriente del pensamiento filosófico no ha dejado de ramificarse y regarse por estériles arenales de movedizas construcciones y reconstrucciones mentales.
            La Ciencia Occidental admite que ha tomado como de su incumbencia únicamente lo objetivo y lo material, limitando esta descripción a fenómenos físicos, tales como los que el sujeto consciente, en su nivel más bajo, puede observar. La cuestión de si la Realidad es subjetiva u objetiva se discute sin tener suficiente información acerca de las envolturas o cubiertas del sujeto y la posible profundidad de ellas, y también acerca de las extensiones internas del objeto con relación a esas envolturas.
            El materialista, empleando ese término en un sentido literal, tiende a pensar que todo lo que no sea una experiencia común tiene necesariamente que ser irreal, una mera fantasía o alucinación individual. Puesto que el mundo objetivo de los sentidos es el mundo común a toda consciencia individual, es para él la única realidad. Por tanto, cualquier experiencia individual, tal como las de los místicos de todas las épocas, que trascienda esa realidad objetiva, o la eclipse, tiene que ser una ilusión, debida a al desorden del cerebro o del cuerpo. Sin embargo, debe notarse que el conocimiento de todo fenómeno natural, como lo analiza el moderno físico material, es un acto de interpretación puramente subjetiva, aunque el mismo fenómeno -por ejemplo, los movimiento de ciertas longitudes de onda y frecuencias- parezca producir los mismos, o aparentemente los mismos efectos sobre todas las consciencias que lo perciben.
            El sentido de lo que es real es subjetivo para cada individuo, puesto que es su propia conciencia la que clasifica la experiencia al afirmar: “Esto es real para mí.” Cuando un objeto no está presente ante él, aunque continúe teniendo existencia objetiva, es menos real para él, pues su consciencia es incapaz de experimentar plenamente la naturaleza del objeto por el mero recuerdo de él. El recuerdo es una sombra pálida, comparado con la luz de la presencia tangible.
            Puede decirse, entonces, que la realidad es psicológica, que es una cualidad perteneciente a una experiencia de la consciencia. Seguramente depende sólo de cierto estado de consciencia; pero no de cualquier estado. El sentido de realidad nace de la integridad de un estado en particular, así como de la profundidad y extensión de su conexión con todo cuanto ocupe o llene este estado. Por lo tanto, tiene que ser un estado armonioso e integrado, pues la Realidad más alta está en la más elevada forma de integración o armonía, la cual puede existir solamente en una comprensión total. Una experiencia así es vívida y convincente, pues trae consigo una calidad más profunda que la de las meras impresiones superficiales.
            La cuestión íntegra de la Realidad se ha tratado como si no consistiera sino en determinar hasta qué punto la experiencia de un individuo se justifica por una causa excitante que existe objetivamente fuera de él. ¿Puede haber una experiencia interna válida, no provocada por una causa así? Cuando presentamos la cuestión de la justificación por una causa externa, se supone que todos los individuos tienen que reaccionar de igual o parecida manera a los objetos que consideramos como la causa; y no se deja margen para diferencias individuales en cuanto a sensibilidad y capacidad de percibir, y menos aún para peculiaridades individuales. Se les confina a todos dentro del mismo espectro de experiencia, siendo así que en realidad la tendencia total en el crecimiento de la consciencia es a introducir en su expansión más y más tintes intermedios, junto con colores que están por debajo y por encima de la gama común de la experiencia. De manera similar, en el caso de una experiencia interna, lo que uno percibe dentro de cierta esfera de sensibilidad o de sensaciones, no es perceptible dentro de otra.
            Una frase de Beethoven, o de cualquier otro compositor de su categoría en Oriente o en Occidente, producirá en una imaginación musicalmente sensitiva una sensación de belleza exaltada, pero para otros sonará meramente como una ordenación de notas. ¿Es la experiencia de tal belleza, de la categoría de la Realidad, o es simplemente una cosa incidental? La sensación de la música, o el placer en ella, depende de una experiencia subjetiva de proporción y orden, que puede tener como medio el color o cualquiera otra sensación variable. La proporción y el orden crean la disposición de ánimo u otro efecto psicológico producido por la música. La experiencia consiste en cierta clase de respuesta, que tiene más de sentimiento que de cualquiera otra cosa; un movimiento de espíritu que casa con la relación en las notas y el orden y proporción en las frases musicales. Suponiendo que en un momento dado no hay sino una sola persona en todo el mundo con la capacidad de experimentar esa belleza musical, ¿quedaría esa experiencia invalidada por el hecho de estar él en una minoría de uno?
            Si la Realidad es subjetiva, ¿cómo se relaciona lo subjetivo con lo objetivo? Seguramente esto depende del eslabón conectante, el cual debe ser objetivo-subjetivo; no simplemente una consciencia que esté objetivamente consciente, pues en ese caso nos daríamos cuenta solamente de vibraciones. Lo que llamamos Realidad debe incluir respuestas a vibraciones que están más allá de la escala de nuestros sentidos actuales, respuestas que pueden ser sentimientos sutiles; como también lo que la consciencia afectada es capaz de extraer de esas respuestas.
            Puede haber una infinidad de sensaciones posibles, dependiendo en parte de las vibraciones y en parte de la naturaleza del órgano interno. ¿El secreto de la sensación depende de la continuidad, resultado de frecuencia y sucesión, o depende solamente del ritmo establecido por la onda simple?
            Es un pensamiento fascinador, que no puede descartarse como simple fantasía, el de que un tipo diferente de órgano podría dar una traducción en un lenguaje diferente; es decir, en sensaciones diferentes que podríamos creer que no existen dentro del presente esquema de cosas. Puede uno imaginarse una ejecución de fragancias, comparable a una melodía o armonía. Se nos dice que en un plano más elevado la consciencia ve, oye, toca y siente, todo a la vez. Filosóficamente podemos ver que tiene que haber una síntesis de lo diferenciado. Así, pues, puede haber una impresión total, en forma de un orden instantáneo de armonía que debe ser, hablando en términos físicos, una multiplicidad de sentidos, sonido, color, etc., todo al mismo tiempo, y que posiblemente incluya también sensaciones desconocidas aquí abajo.
            Toda esta cuestión de si la Realidad es objetiva o subjetiva se mira con el telescopio al revés cuando se la discute sobre el supuesto de que lo objetivo es la única realidad, y lo subjetivo no es sino efímeras nubes formadas en el cerebro.
            La mayoría de la gente del mundo considera que una sustancia material sólida es más real que un pensamiento, una emoción o un sentimiento, porque esa sustancia es permanente, mientras que las otras experiencias son transitorias, y la sustancia ofrece cierta resistencia que da la impresión de realidad. Pero aún así, la experiencia de esa sustancia, tal como es, es un fenómeno subjetivo; es una modificación de la consciencia. No es cosa inconcebible que pueda haber un fenómeno puramente subjetivo, proveniente de una iniciativa interna, que tenga la misma cualidad convincente que un objeto material.
            En la sensación de realidad que la consciencia receptora otorga a las posibles experiencias infinitamente diversas, ¿no existirán grados algunos de ellos capaces de eclipsar y casi desalojar a otros? Es obvio que estos grados dependen de la vivacidad o intensidad de las experiencias, de la medida en que afectan toda nuestra naturaleza y ser. La palabra misma “real” implica un sentimiento subjetivo o un juicio. Puede que en la balanza de la consciencia ocurra un juicio de realidad que pese más que un sentimiento particular. Entre dos cosas podemos decidir: “Esta es más real”, ya sea porque respondamos más intensa y vívidamente a ella, o por que sea más permanente y respondamos a ella más continuamente. En todo caso, nuestra consciencia es el juez (un juez de ánimo muy variable), y su juicio lo da de acuerdo con la experiencia y la comparación de experiencias, cada una de las cuales es real en su lugar y dentro de sus límites. Si esto es así, entonces existen grados de realidad, aunque estos grados varíen teóricamente entre los límites de lo infinito y del cero o la nada.
            Concedido que puede haber grados de realidad en las experiencias, ¿cuál es el grado más elevado que podemos concebir? Aparte de los testimonios que tenemos sobre esta cuestión, podemos ver que si existe en alguna parte de nuestra consciencia una experiencia de un Principio del cual se deriva la índole interna de todas y cada una de las cosas (índole que corresponderá en cierto grado con su aspecto externo), esa experiencia incluirá no solamente la índole subjetiva de todas las cosas, sino también posiblemente una unidad dentro de ellas perteneciente al conjunto, e irrealizable en las partes. Sería una experiencia que no podría compararse con ninguna otra, y sólo sería posible esta experiencia si hay algo en nosotros, en nuestra consciencia o alma, capaz de tocar o ser afectado en algún grado por ese Principio universal. Puesto que este último le imparte a cada cosa su calidad interna, la calidad de la vida que mora en él, o de su conciencia latente o parcialmente despierta, cada uno de nosotros también obtiene del mismo Principio la calidad de su individualidad.
            La experiencia de ese Principio universal (podemos llamarlo Ser, pues toda existencia se deriva de él) puede llegarle a cada uno solamente en aquel punto al que se haya elevado su desarrollo subjetivo o su consciencia interna. Puede, quizá, llegar solamente en ciertos aspectos a los cuales él sea individualmente receptivo. Puede ser sólo fugaz y parcial, el toque más leve posible. Pero sea cual sea la forma de esta experiencia, toque o encuentro, llevará consigo su propia autenticidad, y aunque el mundo entero rechace con desdén su realidad, será realidad para el individuo mismo. Una experiencia así sería completamente subjetiva, en el sentido de que no puede compartirla con nadie más; pero objetiva también, porque abarcaría tanto la consciencia interna como la naturaleza externa, o sea lo que podríamos llamar el sujeto y el objeto del conjunto, que son los lados inseparables de toda manifestación singular.
            El abismo que parece haber entre lo subjetivo y lo objetivo es semejante al que hay entre uno mismo y los demás. Pues en nuestras constituciones externas estamos separados y somos diferentes, y la unidad sólo se encuentra remotamente adentro. Pero la sensación de esa unidad va definiéndose más, a medida que nos retiramos dentro de nosotros mismos, es decir, dentro de la esfera de una percepción más refinada, alejándonos de la identificación con las cosas externas. Nuestro sentido de la realidad depende de la medida de nuestra consciencia de la unidad, pues la realidad es la unidad que penetra el corazón de todas las cosas diversas.
            Nadie puede decir cuál es la naturaleza de la experiencia que es la realidad, excepto los que la conocen, y ellos no pueden comunicarla a otros. Sólo tenemos palabras para las cosas que hemos experimentado en común con otros. Aun para los que conocen una realidad que trasciende mucho a nuestras experiencias más elevadas, puede ser que en gran parte la Realidad sea lo Desconocido. Pero desde el punto de vista de la metafísica que busca resumir todo lo que sabemos del universo en términos de la vida y la consciencia en cada cosa, la experiencia de la unidad debe ser también la experiencia de la totalidad de las cosas, en aquel aspecto en que tal resumen es posible, o sea en el aspecto que está abierto a la Unidad, aunque esté interpretada en diferentes maneras. Ese aspecto es un aspecto de consciencia o percepción cabal que hay en todas las cosas, en el cual (como lo vemos en nosotros mismos) existen a la vez unidad y diferencia, vida y limitación, dando lugar a lo que llamamos lo subjetivo y lo objetivo en nuestra experiencia.
            Si la unidad es un resumen de todas las cosas, su experiencia debe incluir la experiencia de toda suma parcial; todos los subtotales inclusos en el gran total. Para una consciencia libertada de la servidumbre del tiempo tal como lo experimentamos en nuestro cerebro, todos los sucesos o experiencias ocurrirían simultáneamente. La totalidad de su comprensión debe incluir todo cuanto puede extraer de sus experiencias con su innato sentido de orden y belleza y su genio para la composición. Si un millón de notas diferentes pueden estar simultáneamente presentes en una consciencia, toda la música que se pueda componer con esas notas, y toda la música que pueda estar presente en esas notas -esperando sólo la batuta mágica que le dé nacimiento- sería para esa consciencia la realidad más gloriosa. La experiencia de todos los objetos posibles subjetivamente, es decir, desde adentro, y desde adentro hacia afuera hasta el límite de su objetividad o manifestación; más la realización de los valores en toda construcción que pueda levantarse sobre ella; y la naturaleza de todo orden o ilación que pueda crearse con ella, todo esto constituiría la totalidad subjetiva-objetiva para la entidad que tuviera tal experiencia.
            La Ciencia subjetiva, o la Ciencia del Ser, como se la ha llamado en India, ve en el sujeto o en el ser que experimenta, -que está aprisionado como entidad imperecedera y evolucionante en su marco perecedero- la posibilidad de una extensión por nodos ascendentes, desde cada uno de los cuales contempla objetos externos en un campo más amplio, con extensiones semejantes, que resplandecen con luces diferentes, y que provocan en el sujeto una multitud de nuevos significados.
            Hasta que podamos responder con la extensión total de nuestro ser, con la escala íntegra de nuestro ser, a todo cuanto ese ser pueda abarcar dentro del campo de su acción y de su conocimiento directo, no poseeremos la experiencia y los datos necesarios para formarnos un concepto de qué es lo Real, fuera de los lugares comunes conocidos. Hasta que podamos responder así, la Realidad no puede ser para nosotros sino un término, con ciertas asociaciones derivadas de nuestras limitadas experiencias, pero un término que cubre abismos de significados desconocidos e insospechados.
            Resumiendo nuestro actual conocimiento de lo que puede ser la Realidad -no de lo que la Realidad es-, la Realidad debe estar en una experiencia más convincente que cual quiera otra. Esa experiencia debe ser un conocimiento de las cosas como son; de uno mismo y de los demás. Pero esta última distinción no existe en realidad puesto que el Ser más íntimo de uno mismo y el de los de más es una sola y misma cosa. El conocimiento real no se limita a la forma externa, sino que incluye sus extensiones internas y la vida inmanente en ella.
            Cada forma distinta está destinada a expresar su propia y específica cualidad de vida. Para que el conocimiento de una cosa sea perfecto y completo, debe incluir, o mejor, debe consistir primordialmente en un conocimiento de esa cualidad, la cual está en la naturaleza de la entidad psíquica que esa cosa es internamente. Por consiguiente, el conocimiento no es meramente intelectual, si no que debe tener la cualidad de captación que pertenece a la psique, es decir, la cualidad de sentimiento o apreciación. En el verdadero conocimiento se entrefunden impersonalmente el pensamiento y el sentimiento. Puesto que la naturaleza interna de una cosa debe ocupar su forma externa, el conocimiento de esa naturaleza interna debe incluir el conocimiento de esa forma, así como también el conocimiento de todas las manifestaciones de la vida dentro de la forma. Si el ser más íntimo de cualquier cosa es una sección del Ser universal, el conocimiento de este último, o de la Unidad, debe traer consigo el conocimiento de la multiplicidad, o sea, de todas las particularidades, y la relación entre lo universal y las particularidades. Tal conocimiento múltiple se presta a innumerables formas de síntesis, cada una con su expresión natural en la evolución.
            Una síntesis es una unidad, y la unidad inviste a las partes con un significado que no estaba presente en ellas. De este modo, en el proceso de la evolución, que visto de otra manera es un desenvolvimiento, nace a la luz una multitud de significados ocultos -ocultos pero existentes desde el principio-. Nada significativo aparece en la evolución, que no estuviera ya allí desde el principio mismo. De este modo toda la poesía, la, belleza, la maravilla y el significado que sucesivamente y en grado creciente se va desenvolviendo en cualquier proceso o esquema de evolución, está presente en los elementos de ese esquema -su tattva y tanmatra- y en la unidad que desempeña su papel por medio de esos elementos.
            La Realidad, aunque única, se manifiesta por grados; pero en cada grado como un todo, suficiente para sí. Desde este punto de vista, la experiencia de la realidad es una experiencia del todo -un todo en significación-, y no meramente como una composición de partes. La realidad que está en el todo se expresa en cada parte completa, la cual es también un todo en si misma. Imaginar que la realidad está a un lado y lo irreal en el otro, separados por un abismo infranqueable, tal como podemos concebir que existe entre el Absoluto y lo relativo, puede representar cierta verdad en una aguda distinción entre las dos, pero no es la verdad completa de la experiencia práctica.
            Si bien la realidad yace en un orden que es una armonía y que tiene significado, ese orden está rodeado de caos, el cual está en proceso de reducirse o de incorporarse en ese orden. En el grado en que una sección del orden total esté completa, y la idea oculta en ella esté manifestada, ya sea en un individuo o en un grupo natural, la realidad está representada allí y puede ser experimentada en la plenitud y belleza de esa sección.
            La existencia de un infinito número de secciones en una serie ascendente, haría de la búsqueda de la Realidad una empresa interminable. Si Dios es la Realidad, tocamos la Realidad cuando tocamos la Naturaleza Divina. Pero podemos navegar en El -es decir, en esa Naturaleza- infinitamente, sin alcanzar jamás la otra orilla. El es el océano sin orillas, de pensamiento y sabiduría, que jamás puede ser sondeado, El es lo inconmensurable, cada una de cuyas diversas medidas tiene que ser justa y perfecta; y hay una medida de Su Ser en cada simple unidad de la creación.