domingo, 25 de noviembre de 2012

Jiddu Krishnamurti y su plática en la Sociedad Teosófica. Año 1933.





Adyar, India, 1933

PRIMERA PLÁTICA EN ADYAR
Mr. Warrington, el presidente en ejercicio de la Sociedad Teosófica, tuvo la bondad de invitarme a venir a Adyar para ofrecer aquí algunas pláticas. He aceptado con mucho gusto su invitación y aprecio su amistad, la cual espero que continúe, aun cuando podamos diferir completamente en nuestras ideas y opiniones.

Confío en que todos ustedes escucharán sin prejuicios mis pláticas y que no pensarán que trato de atacar a su sociedad. Es completamente otra cosa lo que quiero hacer: quiero despertar el deseo por la verdadera investigación, y pienso que esto es todo cuanto un maestro puede hacer. Es todo cuanto quiero hacer. Si puedo despertar ese deseo en ustedes, he completado mi tarea, porque gracias a ese deseo adviene la inteligencia, esa inteligencia que está libre de todo sistema y de toda creencia organizada. Esta inteligencia está más allá de todo concepto de compromiso y falso amoldamiento. Así que, durante estas pláticas, aquéllos de ustedes que pertenecen a diversas sociedades o a grupos, tendrán la bondad de recordar que estoy muy agradecido a la Sociedad Teosófica y a su presidente en ejercicio por haberme invitado a venir aquí para hablar, y que no ataco a la Sociedad Teosófica. No estoy interesado en atacar. Pero sostengo que, mientras las organizaciones para el bienestar social del hombre son necesarias, las sociedades basadas en esperanzas y creencias religiosas, son nocivas. Por lo tanto, aunque pueda parecer que hablo con dureza, por favor, tengan presente que no ataco a ninguna sociedad en particular, sino que estoy contra todas estas falsas organizaciones que, aun cuando manifiesten ayudar al hombre, son en realidad un gran obstáculo y constituyen medios de constante explotación.

Cuando la mente está llena de creencias, ideas y conclusiones definidas a las cuales llama conocimientos y que se convierten en algo sagrado, entonces cesa el movimiento infinito del pensar. Es lo que ocurre con la mayoría de las mentes. Lo que llamamos conocimiento es meramente acumulación, impide el movimiento libre del pensar; no obstante, rendimos culto al así llamado conocimiento y nos aferramos a él. De esta manera, la mente queda enmarañada y enredada en el conocimiento. Sólo cuando la mente se libera de toda esta acumulación, cuando se libera de creencias, ideales, principios, recuerdos, existe un pensar creativo. Uno no puede desechar ciegamente la acumulación; sólo puede liberarse de ella cuando la comprende. Entonces hay pensamiento creativo, entonces hay un movimiento eterno. La mente ya no está separada de la acción.

Ahora bien, las creencias, los ideales, las virtudes y las ideas santificadas que ustedes persiguen y a las que llaman conocimiento, impiden el pensar creativo y, de tal modo, ponen fin a la continua maduración del pensamiento. Porque el pensamiento no implica seguir un surco particular de ideas establecidas, hábitos y tradiciones. El pensamiento es crítico, es una cosa aparte del conocimiento heredado o adquirido. Cuando uno acepta meramente ciertas ideas y tradiciones, no está pensando, hay un lento estancamiento. Ustedes me dicen: “Tenemos creencias, tenemos tradiciones, tenemos principios; ¿acaso no son correctos? ¿Debemos desembarazarnos de ellos?” No voy a decirles que deben desembarazarse o que no deben hacerlo. En realidad, la prontitud misma con que están dispuestos a aceptar la idea de que deben o no deben desembarazarse de estas creencias y tradiciones, les impide pensar; se encuentran ya en un estado de aceptación; por lo tanto, carecen de capacidad crítica.

Yo hablo a individuos, no a organizaciones o grupos de individuos. Hablo a cada uno de ustedes como individuo, no a un conjunto de personas que sostienen ciertas creencias. Si mi plática ha de tener algún valor para ustedes, traten de pensar por sí mismos, no con la conciencia grupal. No piensen en los términos con los cuales ya se han comprometido, porque son meramente formas sutiles de consuelo. Dicen: “Yo pertenezco a tal sociedad, a tal grupo. He hecho ciertas promesas a ese grupo y he aceptado de él ciertos beneficios. ¿Cómo puedo pensar aparte de estas condiciones y promesas? ¿Qué debo hacer?” Yo digo: No piensen en términos de compromisos, porque éstos les impiden pensar creativamente. Donde hay mera aceptación no puede haber un pensar libre, fluido y creativo; sólo este pensar es inteligencia suprema, felicidad. El así llamado conocimiento al que rendimos culto, por el cual, a fin de obtenerlo, nos esforzamos leyendo libros, impide el pensamiento creativo.

Pero porque yo diga que tal conocimiento y tal lectura impiden el pensar creativo, no se vuelvan inmediatamente a lo opuesto. No pregunten: “¿No debo leer en absoluto?” Hablo de estas cosas porque quiero mostrarles su significado intrínseco; no quiero instarles a que hagan lo opuesto.

Ahora bien, si la actitud de ustedes es de aceptación, viven con el temor al juicio crítico, y cuando surge la duda, como debe surgir, la destruyen esmerada y diligentemente. Sin embargo, es sólo mediante la duda, mediante el juicio crítico, que pueden llegar a la plena realización; y el propósito de la vida, como lo explicaré enseguida, es esa realización plena, no el acumular, el lograr cosas. La vida es un proceso de búsqueda, búsqueda no de un objetivo particular, sino de liberar la energía creativa, la inteligencia creativa en el hombre; es un proceso de movimiento eterno, no limitado por creencias, por conjuntos de ideas, por dogmas o por el así llamado conocimiento.

Por lo tanto, cuando hablo de juicio crítico, tengan la bondad de no ser prosélitos. Yo no pertenezco a sus sociedades, no sostengo opiniones e ideales. Estamos aquí para examinar, no para tomar partido. Por consiguiente, tengan la bondad de seguir imparcialmente lo que diga, y tomen partido -si es que deben hacerlo- después de que hayan concluido estas pláticas. El hecho de pertenecer a un grupo determinado les da un sentimiento de bienestar, de seguridad. Piensan que porque muchos de ustedes sostienen ciertas ideas o principios, por eso crecerán internamente. Pero por ahora traten de no tomar partido. Traten de no estar influidos por el grupo al que hoy pertenecen y traten también de no tomar partido por mí. Todo lo que tienen que hacer durante estas pláticas es examinar, ser críticos, dudar, descubrir, investigar, profundizar en los problemas que tienen ante sí.

Ustedes están acostumbrados a la oposición, no al juicio crítico. Cuando digo “ustedes”, no piensen, por favor, que hablo con una actitud de superioridad. Digo que no están acostumbrados al juicio crítico y esperan desarrollarse espiritualmente gracias a esta falta de espíritu crítico. Piensan que, mediante esta destrucción de la duda librándose de la duda, progresarán, porque eso es lo que les han presentado como una de las cualidades indispensables para el progreso espiritual; así es como son explotados. Pero en su esmerada destrucción de la duda, en su rechazo del espíritu crítico, han desarrollado meramente la oposición. Dicen: “Las Escrituras son mi autoridad en esto”, o “los Maestros han dicho tal cosa”, o “esto lo he leído”. En otras palabras, sostienen ciertas creencias, ciertos dogmas, ciertos principios con los cuales se oponen a cualquier situación nueva y conflictiva e imaginan que piensan, que son críticos, creativos. La posición de ustedes es como la de un partido político, que sólo actúa a base de oposición. Si son verdaderamente críticos, creativos, jamás ejercitarán la mera oposición; entonces se interesarán en realidades. Pero si su actitud es meramente la de oponerse, entonces la mente de ustedes no se encontrará con la mía; en consecuencia, no comprenderán lo que estoy tratando de comunicar.

Así, cuando la mente está habituada a la oposición, cuando ha sido cuidadosamente adiestrada -mediante la así llamada educación, mediante la tradición y la creencia, mediante los sistemas religiosos y filosóficos- a adquirir esta actitud de oposición, es natural que no tenga la capacidad de ejercer la crítica y de dudar verdaderamente. Pero si es que van ustedes a comprenderme, esto es lo primero que deben tener. Por favor no cierren sus mentes contra lo que estoy diciendo. El verdadero espíritu crítico es el deseo de descubrir. La facultad crítica existe solamente cuando desean descubrir el valor intrínseco de una cosa. Pero no están habituados a eso. Sus mentes han sido hábilmente adiestradas para atribuir valores a todo, pero mediante ese proceso jamás comprenderán el significado inherente de una cosa, de una experiencia o de una idea.

Así que, para mí, el verdadero espíritu crítico consiste en tratar de descubrir el valor intrínseco de la cosa misma y no en atribuir una cualidad a esa cosa. Ustedes atribuyen una cualidad al medio que los rodea, a una experiencia, sólo cuando desean obtener algo de ello, cuando desean ganar algo o tener poder o felicidad. Esto destruye el verdadero espíritu crítico. La atribución de valores pervierte el deseo y, por lo tanto, no pueden ver claramente. En vez de tratar de ver la flor en su original y total belleza, la miran a través de vidrios de colores; en consecuencia, jamás pueden verla tal como es.

Si quieren vivir, disfrutar, apreciar la inmensidad de la vida, si realmente quieren comprenderla, no sólo repetir como loros lo que les han enseñado, lo que inculcaron dentro de ustedes, entonces su primera tarea es eliminar las corrupciones en que se encuentran enredados. Les aseguro que ésta es una de las tareas más difíciles, porque estas corrupciones forman parte del adiestramiento, de la educación que les impartieron, y es muy difícil desprenderse de eso.

La actitud crítica requiere que estemos libres de la idea de oposición. Por ejemplo, ustedes me dicen: “Nosotros creemos en los Maestros; usted no. ¿Qué tiene que decir a esto?” Y bien, ésa no es una actitud crítica, es una actitud infantil por favor, no piensen que hablo con dureza-. Estamos discutiendo si ciertas ideas son fundamental e intrínsecamente genuinas, no si ustedes han ganado algo gracias a estas ideas; porque lo que han ganado pueden ser meramente corrupciones, prejuicios.

Mi propósito durante esta serie de pláticas es despertar en ustedes su propia capacidad crítica, de modo que los maestros lleguen a serles innecesarios, que no sientan la necesidad de asistir a conferencias, a sermones, que comprendan por sí mismos lo que es verdadero y vivan de una manera completa. El mundo será un lugar más feliz cuando ya no haya más maestros espirituales, cuando el hombre ya no sienta que debe predicarle a su prójimo. Pero ese estado puede acaecer sólo cuando ustedes, como individuos, estén de verdad despiertos, cuando duden muchísimo, cuando realmente hayan comenzado a cuestionar en medio del dolor. Ahora han dejado de sufrir. Han sofocado sus mentes con explicaciones, con conocimientos, han endurecido sus corazones. No se interesan en los sentimientos, sino en las creencias, en las ideas, en la santidad del así llamado conocimiento; por lo tanto, son estériles, han dejado de ser seres humanos, son máquinas.

Veo que sacuden la cabeza. Si no están de acuerdo conmigo, mañana formúlenme preguntas. Escriban sus preguntas y entréguenmelas; yo las contestaré. Pero esta mañana voy a hablar y espero que sigan lo que tengo que decir.

En la vida no hay sitio para el descanso. El pensamiento no tiene lugar de reposo. Pero ustedes buscan un lugar así. En sus múltiples creencias, religiones, han buscado un lugar de reposo semejante, y en esta búsqueda han dejado de ser críticos, de fluir con la vida, de disfrutar, de vivir exquisita y ricamente.

Como he dicho, la verdadera búsqueda que es diferente de buscar con un objetivo o de buscar ayuda o de perseguir una ganancia se deriva en la comprensión del, valor intrínseco de la experiencia. La verdadera búsqueda es como el movimiento rápido del río, y en este movimiento hay comprensión, un devenir eterno. Pero la búsqueda de una guía da meramente como resultado un alivio momentáneo, el cual implica la multiplicación de los problemas y un incremento en las soluciones de los mismos. ¿Qué es, entonces, lo que están buscando? ¿Cuál de estas cosas desean? ¿Desean investigar, descubrir, o desean encontrar ayuda, una guía? Casi todos desean ayuda, un alivio momentáneo del sufrimiento; quieren curar los síntomas antes que encontrar la causa del sufrimiento. “Estoy sufriendo”, dicen, “déme un método que me libre de sufrir”. O dicen: “El mundo está en una condición caótica. Dénos un sistema que resuelva los problemas del mundo, que genere orden”.

Así, la mayoría de ustedes está buscando un alivio transitorio, un refugio transitorio; no obstante, llaman a eso la búsqueda de la verdad. Cuando hablan de servicio, de comprensión, de sabiduría, están pensando meramente en términos de bienestar. En tanto sólo deseen aliviar el conflicto, la lucha, la disensión, el caos, el sufrimiento, son como un médico que trata sólo con los síntomas de una enfermedad. En tanto se interesen meramente en encontrar consuelo, no existe una verdadera búsqueda.

Ahora seamos completamente francos. Si somos de verdad francos, podemos llegar lejos. Admitamos que todo cuanto estamos buscando es seguridad, alivio; ustedes buscan estar seguros ante el cambio constante, buscan un alivio al dolor. A causa de que se sienten insuficientes, dicen: “Por favor, déme suficiencia”. Así, lo que llaman búsqueda de la verdad, es un intento de hallar alivio al dolor, lo cual nada tiene que ver con la realidad. En esas cosas somos como niños. En momentos de peligro corremos hacia nuestra madre, siendo esa madre la creencia, el gurú, la religión, la tradición, el hábito. Aquí encontramos refugio y, por esto, nuestras vidas son vidas de constante imitación, sin que jamás haya un momento de comprensión plena.

Ahora bien, quizás estén de acuerdo con mis palabras y digan: “Usted tiene mucha razón: no estamos buscando la verdad, sino alivio, y ese alivio resulta momentáneamente satisfactorio”. Si están satisfechos con esto, no hay nada más que decir. Si sostienen esa actitud puedo, con igual razón, no decir una sola cosa más. Pero, ¡gracias a Dios!, no todos los seres humanos sostienen esa actitud. No todos han alcanzado el estado de sentirse satisfechos con sus propias pequeñas experiencias que llaman conocimientos y en las cuales se estancan.

Cuando ustedes dicen: “Estoy buscando”, implican que están buscando lo desconocido. Desean lo desconocido, y ése es el objeto de su búsqueda. A causa de que lo conocido es para ustedes terrible, insatisfactorio, vano y conduce al dolor, anhelan descubrir lo desconocido y, de aquí, las preguntas: “¿Qué es la verdad? ¿Qué es Dios?” De esto surge la pregunta: “¿Quién me ayudará a lograr la verdad?” En ese intento mismo de hallar la verdad, de encontrar a Dios, ustedes crean a los gurús, a los maestros, quienes se convierten en sus explotadores.

Por favor, no se ofendan por mis palabras, no prejuzguen contra lo que estoy diciendo y no piensen que me dejo llevar por mi pasatiempo favorito. Sólo les muestro la causa de que sean explotados; esa causa es su búsqueda de una meta, de un objetivo. Cuando comprendan la falsedad de la causa, esa comprensión los liberará. No les pido que sigan mis enseñanzas, porque si lo que desean es comprender la verdad, no pueden seguir a nadie; si desean comprender la verdad, tienen que permanecer completamente solos.

¿Cuál es una de las cosas más importantes en las que se interesan al buscar lo desconocido? “Dígame qué hay del otro lado”, piden, “dígame qué le ocurre a una persona después de la muerte”. A la respuesta a tales preguntas, la llaman conocimiento. Así, cuando indagan en lo desconocido, encuentran a una persona que les ofrece una explicación satisfactoria de ello, y entonces se amparan en esa persona o en la idea que tal persona les da. Por consiguiente, esa persona o esa idea se convierte en el explotador de ustedes, y ustedes mismos son los responsables de esa explotación, no el hombre o la idea que los explota. De tal indagación en lo desconocido nace la idea de un gurú que habrá de conducirnos hacia la verdad. De una indagación así surge la confusión respecto a lo que es la verdad, porque, en nuestra búsqueda de lo desconocido, cada maestro, cada guía, nos ofrece una explicación de lo que es la verdad, y esa explicación depende, obviamente, de sus propios prejuicios, de sus propias ideas; pero por intermedio de esa enseñanza esperan ustedes aprender qué es la verdad. La búsqueda de lo desconocido es, entonces, meramente un escape. Cuando conozcan la verdadera causa, cuando comprendan lo conocido, entonces no indagarán en lo desconocido.

La persecución de la multiplicidad y diversidad de ideas acerca de la verdad, no reditúa comprensión. Ustedes se dicen: “Voy a escuchar a este maestro, luego escucharé a algún otro y después a otro más, y así aprenderé de cada uno de ellos los diversos aspectos de la verdad”. Pero mediante este proceso jamás comprenderán. Todo cuanto hacen es escapar; tratan de encontrar lo que les ofrece la mayor satisfacción, y a aquél que les brinda la más grande de ellas, lo estiman como su gurú, el ideal, la meta. De este modo, ha cesado la búsqueda de la verdad.

Ahora bien, no piensen que el hecho de mostrarles la futilidad de esta búsqueda, es mero ingenio de mi parte; les explico la causa de la explotación que en todo el mundo tiene lugar en nombre de la religión, en nombre del gobierno, en nombre de la verdad.

Lo desconocido no les concierne. Cuídense del hombre que describe para ustedes lo desconocido, la verdad o a Dios. Tal descripción de lo desconocido les ofrece un escape; además, la verdad desafía toda descripción. En ese escape no hay comprensión, no hay plenitud de realización. Sólo hay rutina y deterioro. La verdad no puede ser explicada ni descrita. Es. Yo digo que existe una belleza que no puede ser expresada en palabras; si lo fuera, se destruiría, dejaría de ser la verdad. Pero uno no puede conocer esta belleza, esta verdad, preguntando acerca de ella; sólo puede conocerla cuando ha comprendido lo conocido, cuando ha captado la plena significación de lo que tiene por delante.

Así que estamos buscando constantemente escapar, y a estos intentos de escape los dignificamos con diversos nombres espirituales, con palabras altisonantes; estos escapes nos satisfacen momentáneamente, o sea, hasta que sopla la siguiente tormenta de sufrimiento y se lleva nuestro refugio.

Entonces, descartemos esto desconocido e interesémonos en lo conocido. Desechen por el momento sus creencias, su esclavitud a las tradiciones, su dependencia respecto de su Bhagavad Gita, de sus Escrituras, de sus Maestros. Yo no ataco sus creencias favoritas, sus sociedades favoritas; les estoy explicando que, si quieren comprender la verdad de lo que digo, tienen que tratar de escuchar sin prejuicios.

Por medio de nuestros diversos sistemas de educación, que pueden ser la enseñanza universitaria o el seguimiento de un gurú o la dependencia respecto del pasado en la forma de una tradición o un hábito, sistemas que crean insuficiencia en el presente, por medio de estos sistemas de educación hemos sido alentados a obtener y adorar el éxito. Todo nuestro sistema de pensamiento, así como toda nuestra estructura social, se basan en la idea de la ganancia. Acudimos al pasado porque no podemos comprender el presente. Para comprender el presente, que es la experiencia, la mente debe descargarse de las tradiciones y los hábitos del pasado. En tanto nos abrume el peso del pasado, no podemos captar plenamente el perfume de una experiencia. Por consiguiente, en tanto haya búsqueda de ganancia, tiene que haber insuficiencia. No es mera suposición hipotética de mi parte afirmar que todo nuestro sistema de pensamiento se basa en la ganancia; es un hecho. Y la idea central de toda nuestra estructura social es la ganancia, el logro, el éxito.

Pero por el hecho de que yo haya dicho que la persecución de esta idea de ganancia no se deriva en un vivir completo, no vayan ahora a pensar en términos de lo opuesto. No digan: “¿No debemos buscar? ¿No debemos ganar? ¿No debemos triunfar?” Esto muestra un pensar muy limitado. Lo que quiero que hagan es cuestionar la idea misma de ganancia. Como he dicho, toda la estructura social, económica y la así llamada estructura espiritual de nuestro mundo se basan en esta idea central de la ganancia: obtener ganancia de la experiencia, del vivir, de los maestros. Y, a causa de esta idea de la ganancia, cultivamos gradualmente en nosotros la idea del temor, porque en nuestra búsqueda de ganancia siempre tenemos miedo a la pérdida. Así, teniendo este miedo a la pérdida, este miedo de perder una oportunidad, crean ustedes al explotador, ya sea el hombre que los guía moralmente, espiritualmente, o una idea a la cual se aferran. Tienen miedo y desean valor; por lo tanto, el valor se convierte en el explotador de ustedes. Una idea se convierte en el explotador.

El intento de lograr, de ganar, es para ustedes meramente una huida, un escapar de la inseguridad. Cuando hablan de ganar, están pensando en la seguridad; y después de establecer la idea de seguridad, quieren encontrar un método de obtener y conservar esa seguridad. ¿No es así? Si consideran la vida que llevan, si la examinan críticamente, encontrarán que se basa en el temor. Están siempre atentos a la ganancia; y, después de averiguar cuáles son sus seguridades, después de establecerlas como sus ideales, recurren a alguien que les ofrece un método, un plan por el cual lograr y defender sus ideales. Por lo tanto, dicen: “A fin de lograr esa seguridad, debo comportarme de cierta manera, debo perseguir la virtud, debo servir y obedecer, debo seguir a los gurús, a los maestros y los sistemas; debo estudiar y practicar a fin de obtener lo que deseo”. En otras palabras, dado que el deseo de ustedes es de seguridad, encuentran explotadores que les ayudarán a obtener lo que desean. De este modo ustedes, como individuos, establecen religiones para que les sirvan como patrones de una conducta convencional; causa del miedo a la pérdida, del miedo a verse privados de algo que desean, aceptan esas guías y esos ideales que las religiones ofrecen.

Ahora bien, habiendo establecido sus ideales religiosos, que son en realidad sus seguridades, deben tener formas particulares de conducta, prácticas, ceremoniales y creencias, a fin de alcanzar esos ideales. Al tratar de llevarlas a la práctica, surge la división en el pensamiento religioso, la cual se deriva en cismas, sectas, credos. Usted tiene sus creencias y el otro tiene las suyas; usted se aferra a su forma particular de religión y el otro a la suya; usted es cristiano, otro es mahometano, otro es hindú. Así es como tienen ustedes estas discusiones y discriminaciones religiosas, pero, no obstante, hablan de amor fraternal, de tolerancia, de unidad no dicen que tiene que haber uniformidad de pensamientos e ideas-. La tolerancia de la que hablan es tan sólo una hábil invención de la mente; esta tolerancia indica nada más que el deseo de aferrarse a sus propias idiosincrasias, a sus propias ideas limitadas y a sus prejuicios, permitiendo que el otro persiga los suyos. En esta tolerancia no hay diversidad inteligente, sino sólo una especie de superior indiferencia. Esta tolerancia contiene en sí una absoluta falsedad. Ustedes dicen: “Continúe a su propio modo y yo continuaré al mío; pero seamos tolerantes, fraternales”. Cuando hay verdadera fraternidad, amistad, cuando hay amor en nuestro corazón, no hablamos de tolerancia. Sólo cuando nos sentimos superiores en nuestra certidumbre, en nuestra posición, en nuestro conocimiento, sólo entonces hablamos de tolerancia. Somos tolerantes sólo cuando hay discriminación. Cuando cese la discriminación, no hablarán de tolerancia. Entonces no hablarán de hermandad porque serán hermanos en el corazón.

Así ustedes, como individuos, establecen diversas religiones que actúan como su seguridad. Ningún maestro ha establecido estas religiones organizadas y explotadoras. Son ustedes los que, a causa de su inseguridad, de su confusión, de su falta de comprensión, han creado las religiones como guías. Entonces, después de haber establecido las religiones, buscan y escogen a sus gurús e instructores, escogen a los Maestros para que los ayuden.

No piensen que estoy tratando de atacar su creencia favorita; simplemente establezco hechos, no para que los acepten, sino para que los examinen, para que los sometan a un juicio crítico y los verifiquen.

Usted tiene su Maestro y otro tiene su guía particular; usted tiene su salvador y otro tiene el suyo. A causa de una división así del pensamiento y la creencia, crecen la contradicción y el conflicto de méritos entre diversos sistemas. Estas disputas ponen al hombre contra el hombre; pero puesto que hemos intelectualizado la vida, ya no pelearnos abiertamente, tratamos de ser tolerantes.

Por favor, reflexionen sobre lo que estoy diciendo. No acepten ni rechacen meramente mis palabras. Para examinar imparcialmente, críticamente, deben poner de lado sus prejuicios e idiosincrasias y abordar abiertamente toda la cuestión.

En todo el mundo, las religiones han separado a los hombres. Individualmente, cada cual busca su propia pequeña seguridad y se interesa en su propio progreso; individualmente, cada cual busca crecer, expandirse, triunfar, lograr, y así acepta a cualquier maestro que le ofrezca ayudarlo en su progreso y crecimiento. Y, como resultado de esta actitud de aceptación, han cesado el espíritu crítico y la verdadera investigación. Se ha instalado el estancamiento. Aunque se muevan a lo largo de un surco estrecho de pensamiento y de vida, ya no hay un verdadero pensar ni un vivir pleno, sino sólo una reacción defensiva. Mientras la religión mantenga separados a los hombres, no puede haber hermandad, no más de lo que puede haberla en tanto haya nacionalidades, las cuales siempre tienen que causar, por fuerza, conflicto entre los hombres.

La religión con sus creencias, disciplinas, atractivos, sus esperanzas y castigos, los fuerza a una conducta virtuosa, los fuerza a ser fraternales, a amar. Y, puesto que se los obliga a ello, o bien obedecen a la autoridad externa que lo establece, o lo cual viene a ser la misma cosa- comienzan a desarrollar su propia autoridad interna como reacción contra la externa, y después la siguen. Donde hay una creencia, donde existe el seguimiento de un ideal, no puede haber un vivir completo. La creencia indica la incapacidad de comprender el presente.

Ahora no acudan a lo opuesto diciendo: “¿No debemos tener creencias? ¿No debemos tener ideales en absoluto?” Yo simplemente les estoy mostrando la causa y naturaleza de la creencia. Debido a que no pueden comprender el veloz movimiento de la vida, a que no pueden captar la significación de su rápido fluir, piensan que la creencia es necesaria. En su dependencia de la tradición, de los ideales, de las creencias, de los Maestros, no viven en el presente, el cual es lo eterno.

Puede que muchos de ustedes piensen que lo que digo es negativo. No lo es, porque cuando uno ve realmente lo falso, comprende lo verdadero. Todo cuanto estoy tratando de hacer es mostrarles lo falso para que puedan descubrir lo verdadero. Esto no es negación. Por el contrario, este despertar de la inteligencia creativa es la única ayuda positiva que puedo darles. Pero ustedes no consideran positivo eso; probablemente me llamarían positivo sólo si les diera una disciplina, un curso de acción, un nuevo sistema de pensamiento. Pero hoy no podemos avanzar más lejos en esta cuestión. Si mañana o los días subsiguientes van a querer formular preguntas acerca de esto, trataré de contestarlas.

Los individuos han creado la sociedad agrupándose entre ellos con fines de ganancia, pero esto no produce verdadera unidad. Esta sociedad se convierte en su prisión, en su molde; no obstante, cada individuo quiere libertad para crecer, para triunfar. Así, cada uno se convierte en explotador de la sociedad y la sociedad, a su vez, lo explota. La sociedad se convierte en el ápice de su deseo, y el gobierno en el instrumento para llevar a cabo ese deseo al conferir honores a aquéllos que tienen el mayor poder de poseer, de ganar. La misma actitud estúpida existe en la religión; la autoridad religiosa considera al hombre que se ha ajustado enteramente a su dogma y a sus creencias, una persona verdaderamente espiritual. Confiero honores al hombre que posee virtud. Así, en nuestro deseo de poseer y otra vez no hablo en términos de opuestos, antes bien, estoy examinando la cosa misma que da origen al deseo de posesión-, en nuestra búsqueda de posesión, creamos una sociedad de la cual nos volvemos, inconscientemente, esclavos. Nos convertimos en piezas de esa maquinaria social, aceptando todos sus valores, sus tradiciones, esperanzas, anhelos y sus ideas establecidas, porque hemos creado la sociedad y ésta nos ayuda a obtener lo que deseamos. Por lo tanto, el orden establecido, ya sea del gobierno o de la religión, pone fin a la investigación, a la búsqueda, a la duda. En consecuencia, cuanto más nos unimos en nuestras múltiples posesiones, más tendemos a volvernos nacionalistas.

Después de todo, ¿qué es una nación? Es un grupo de individuos que viven juntos con propósitos de conveniencia económica y defensa propia, y que explotan a unidades similares. No soy un economista, pero esto es un hecho obvio. De este espíritu adquisitivo emana la idea de “mi familia”, “mi casa”, “mi país”. En tanto exista esta condición posesiva, no puede haber hermandad o verdadero internacionalismo. Las fronteras de ustedes, sus costumbres, sus barreras arancelarias, sus tradiciones, sus creencias, sus religiones están separando al hombre del hombre. Esta mentalidad de ganancia, este espíritu separativo, este deseo de estar a salvo, de tener seguridad, ¿qué es lo que han creado? Han creado las nacionalidades. Y donde hay nacionalismo tiene que haber guerra. Es función de las naciones prepararse para la guerra; de lo contrario, no pueden ser verdaderas naciones.

Eso es lo que está sucediendo en todo el mundo, y nos encontramos al borde de otra guerra. Todos los periódicos defienden el nacionalismo y el espíritu de separación. ¿Qué se dice en casi todos los países, en América, en Inglaterra, en Alemania, en Italia? Dicen: “Primero nosotros y nuestra seguridad individual, después consideremos al mundo”. Parece que no nos damos cuenta de que estamos todos en el mismo bote. Los pueblos ya no pueden estar separados como lo estuvieron siglos atrás. No debemos pensar en términos de separación, pero insistimos en pensar desde el punto de vista nacionalista o de conciencia de clase porque seguimos aferrándonos a nuestras posesiones, a nuestras creencias. El nacionalismo es una enfermedad, no puede producir unidad en el mundo ni unidad en el hombre. No podemos lograr la salud por medio de la enfermedad; primero debemos librarnos de la enfermedad. La educación, la sociedad, la religión contribuyen a mantener separadas a las naciones, porque cada una busca crecer individualmente, busca ganar, explotar.

Ahora bien, a causa de este deseo de crecer, de ganar, de explotar, damos origen a innumerables creencias creencias que conciernen a la vida después de la muerte, a la reencarnación, a la inmortalidad y encontramos personas dispuestas a explotarnos, gracias a nuestras creencias. Por favor, entiendan que al decir esto no me estoy refiriendo a ningún líder o maestro en particular; no estoy atacando a ninguno de sus líderes. Atacar a cualquiera es pura pérdida de tiempo. No me interesa atacar a ningún líder, tengo algo más importante que hacer en la vida. Quiero actuar como un espejo para que puedan ver claramente las corrupciones y engaños que existen en la sociedad, en la religión.

Toda nuestra estructura social e intelectual se basa en la idea de la ganancia, del logro; y cuando la mente y el corazón están atrapados en la idea de la ganancia, no puede haber un verdadero vivir, la vida no puede fluir libremente. ¿No es así? Si constantemente se ocupan del futuro, de un logro, de una ganancia, de una esperanza, ¿cómo pueden ustedes vivir por completo en el presente? ¿De qué modo pueden actuar inteligentemente como seres humanos? ¿Cómo pueden pensar y sentir en la plenitud del presente, cuando tienen siempre los ojos puestos en el distante futuro? Nuestra religión, nuestra educación, nos convierten en seres sumamente insignificantes y, siendo conscientes de esa completa insignificancia, anhelamos ganar, triunfar. De este modo, seguimos constantemente a maestros, gurús, sistemas.

Si realmente comprenden esto, actuarán; no sólo lo discutirán intelectualmente. En su persecución de la ganancia, ustedes pierden de vista el presente. Depositan su seguridad en el pasado y, de ese modo, no comprenden plenamente la experiencia inmediata. Esa experiencia deja una cicatriz, un recuerdo que resulta del carácter incompleto de tal experiencia, y de esa creciente insuficiencia se desarrolla la conciencia del “yo”, el ego. Las divisiones que ustedes hacen del ego no son sino el refinamiento superficial del egocentrismo en su búsqueda de ganancia. Intrínsecamente, en ese carácter incompleto de la experiencia, en ese recuerdo, tiene sus raíces el ego. Por mucho que pueda crecer, expandirse, siempre retendrá el centro de la conciencia personal. Así, cuando ustedes buscan la ganancia, el éxito, cada experiencia incremento la conciencia egocéntrico. Pero discutiremos esto en otra oportunidad. En esta plática quiero presentar lo más que pueda mi pensamiento, así, en las pláticas siguientes tendrá tiempo de responder a las preguntas que deseen formular.

Cuando la mente está atrapada en el pasado o en el futuro, no puede comprender el significado de la experiencia presente. Esto es obvio. Cuando uno se ocupa de la ganancia, no puede comprender el presente. Y dado que ustedes no comprenden el presente, que es la experiencia, ésta deja su cicatriz, su insuficiencia en la mente. Uno no queda libre de esa experiencia. Esta falta de libertad, de plenitud, crea la memoria, y el aumento de esa memoria no es sino la conciencia egocéntrico, el ego. Así, cuando decimos: “Recurramos a la experiencia para que nos dé libertad”, lo que en realidad hacemos es aumentar, intensificar, expandir esa conciencia egocéntrico, ese ego, porque tenemos la vista puesta en la ganancia, en la acumulación, como medios para lograr la felicidad, para realizar la verdad.

Después de haber establecido en nuestra mente la conciencia del “yo”, la mente alimenta esa conciencia, y de ahí surge la cuestión de si viviremos o no después de la muerte, si podemos abrigar esperanzas en la reencarnación. Ustedes quieren saber categóricamente si la reencarnación es un hecho. En otras palabras, utilizan la idea de la reencarnación como un medio de postergación, y en eso encuentran consuelo. Dicen: “Mediante el progreso ganaré comprensión; lo que no he comprendido hoy lo comprenderé mañana. Por lo tanto, asegúreme que la reencarnación es verdadera”.

De ese modo, nos aferramos a esta idea del progreso, a esta idea de ganar más y más hasta llegar a la perfección. Eso es lo que ustedes llaman progreso, adquirir más y más, acumular más y más. Pero para mí, la perfección es realización plena y total, no esta acumulación progresiva. Ustedes usan la palabra progreso para indicar acumulación, ganancia, logro; es la idea fundamental que tienen del progreso. Pero la perfección no se encuentra por medio del progreso; es plenitud de realización. La perfección no se realiza mediante la multiplicación de experiencias, sino que es la realización plena en la experiencia, en la acción misma. El progreso aparte de esta plenitud de realización conduce a la completa superficialidad.

Un sistema así de escape es el que prevalece hoy en el mundo. La teoría de la reencarnación que ustedes sustentan, torna al hombre cada vez más superficial; basándose en ella dice: “Dado que no puedo realizarme hoy, lo haré en el futuro”. Si no pueden realizarse en esta vida, encuentran consuelo en la idea de que siempre hay una próxima vida. De esto surge la indagación en el más allá, y la idea de que el hombre que ha adquirido el súmmum del conocimiento el cual no es sabiduría alcanzará la perfección. Pero la sabiduría no es el resultado de la acumulación, la sabiduría no es posesión; la sabiduría es espontánea, inmediata.

En tanto la mente está escapando de la vacuidad por medio de la ganancia, esa vacuidad aumenta, y ustedes no tienen un solo día, ni un instante en el que puedan decir: “He vivido”. Sus acciones son siempre incompletas en su realización y, por esto, buscan continuar. ¿Qué es lo que ha sucedido a causa de este deseo? Nos hemos vuelto más y más vacuos, más y más superficiales, irreflexivos, carentes de espíritu crítico. Aceptamos al hombre que nos ofrece consuelo, seguridad, y cada uno de nosotros, como individuo, ha hecho de ese hombre su explotador. Nos hemos convertido en sus esclavos, esclavos de su sistema, de sus ideales. En esta actitud de aceptar no hay realización plena, sino postergación. En consecuencia, necesitan la idea de la propia continuidad, la creencia en la reencarnación, y de ello surge la idea de progreso, de acumulación. En nada de lo que hacen hay armonía, significación, porque están pensando constantemente desde el punto de vista de la ganancia. Consideran la perfección como un objetivo, no como la realización misma.

Como he dicho, la perfección radica en la comprensión, en comprender por completo el significado de una experiencia; y esa comprensión es realización plena, la cual es inmortalidad. Por lo tanto, tiene que haber conciencia plena de nuestra acción en el presente. El incremento de la conciencia egocéntrico se origina en la superficialidad de la acción y en la incesante explotación, que empieza con las familias, los maridos, las esposas, los hijos, y se extiende a la sociedad, a los ideales, a la religión, porque todo eso se basa en esta idea de la ganancia. Lo que en realidad persiguen es su propia codicia, aunque puedan ser inconscientes de ello y de la explotación. Quiero dejar en claro que sus religiones, sus creencias, sus tradiciones, su autodisciplina se basan en esta idea de la ganancia. No son sino incitaciones, alicientes para una conducta virtuosa, y de ellas emanan el explotador y el explotado. Si están persiguiendo su codicia, persíganla conscientemente, no hipócritamente. No digan que buscan la verdad, porque la verdad no llega de este modo.

Entonces, esta idea de crecer más y más es, para mí, falsa, porque lo que crece no es eterno. ¿Alguna vez se ha demostrado que cuanto más tienen más comprenden? En teoría podría ser así, pero en la realidad no lo es. Un hombre aumenta sus propiedades y se encierra en ellas; otro aumenta sus conocimientos y éstos lo atan. ¿Cuál es la diferencia? Este proceso de crecimiento acumulativo es superficial, falso desde el comienzo mismo, porque aquello que es capaz de crecer no es eterno. Es una ilusión, una falsedad que no contiene en sí nada que sea verdadero. Pero si persiguen esta idea del crecimiento acumulativo, persíganla con la totalidad de la mente y del corazón. Entonces descubrirán cuán superficial, vana y artificial es esa idea. Y cuando perciban que es falsa, entonces conocerán la verdad. Nada necesita sustituir lo falso. Entonces ustedes ya no buscan la verdad en sustitución de lo falso; porque en la percepción directa lo falso ya no existe. Y en esa comprensión está lo eterno. Entonces hay felicidad, inteligencia creativa. Entonces vivirán naturalmente, completamente, como la flor; y en eso hay inmortalidad.
29 de diciembre de 1933.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Visitas Internacionales



Les invitamos a participar de nuestras actividades con visitas internacionales, estas son gratuitas, y todas serán a las 19:15 horas.

26 Conferencia Isis Resende: “La esclavitud y los 
medios de liberación del Alma” 

28 Conferencia Ligia Montiel: “Meditación”

30 Taller Dolores Gago: “La Realidad de lo 
Invisible” 

Diciembre 01 Taller Dolores Gago: “La Realidad de lo 
Invisible” 

03 Taller Dolores Gago: “El Exilio del Alma” 
04 Taller Dolores Gago: “El Exilio del Alma”

domingo, 18 de noviembre de 2012

SOBRE LA ORACIÓN



                                                          
                                                                                                           Annie Besant
Tomado de “Sophia” de Mayo 1898

Constantemente se hace  la siguiente pregunta: ¿Vosotros los teósofos creéis en la oración?". Y puede ser útil para algunos el estudio del asunto de la oración a la luz del conocimiento oculto, poniendo de prefacio a este estudio la observación de que la creencia de los teósofos varía de acuerdo sus conocimientos, y que ningún teósofo, excepto la que esto escribe, se halla obligado a las declaraciones que siguen. El público no se ha hecho todavía cargo de que al teósofo no se da, al entrar en la Sociedad, una serie de creencias ya hechas y arregladas para él, sino que solo se le proporcionan los materiales de entre los cuales puede escoger los que más le convengan, teniendo luego que arreglarse él mismo su vestimenta. La opinión que se presenta en este escrito, se expone simplemente como el modo de ver particular de un estudiante y como materia para el estudio.

Lo primero que es necesario hacer, al considerar la utilidad de la oración, es analizar la oración misma, porque la palabra se emplea abarcando diversas actividades de la conciencia, y no puede tratarse como formando un todo homogéneo. Vemos oraciones que son peticiones de beneficios mundanos definidos para cubrir necesidades físicas -oraciones por alimento, por vestidos, dinero, empleos, éxito en los negocios, para recuperar la salud, etc. Éstas las agruparemos bajo la clase A. Luego hay oraciones para la ayuda en las dificultades intelectuales; y morales o para el desarrollo espiritual, para el dominio de las tentaciones, para la fuerza moral, para vista interna, para iluminación. Estas pueden agruparse como clase B. Por último, hay oraciones en que no se pide nada, que consisten en la contemplación y adoración de la Perfección Divina, en la aspiración intensa de unión con Dios, la enajenación elevada del Santo. 

A estas las llamaremos clase C .

Lo segundo que hay que tener bien en cuenta, es la gran escala de seres vivos desde el elemental suplano hasta el LOGOS mismo, escala en la que no falta peldaño alguno. Este lado oculto de la naturaleza, es un hecho, no un sueño. El mundo todo está lleno de seres vivos, invisibles a los ojos carnales. El mundo astral compenetra al físico, y multitudes de seres conscientes é inteligentes nos rodean a cada paso. Algunos son inferiores al hombre en inteligencia, y otros se elevan a grandes alturas sobre él. Algunos se dejan influir fácilmente por su voluntad, y otros son asequibles a sus ruegos. Además de estas entidades independientes, la esencia elemental de los tres reinos responde a sus emociones y pensamientos, é instantáneamente toma formas cuya vida misma es llevar a efecto el sentimiento o el pensamiento que les sirve de alma, y de este modo puede crear a voluntad un ejército de servidores obedientes que obrarán en el mundo astral a1 gusto suyo. Hay además protectores humanos de gran eficacia, aunque invisibles, cuyo oído atento puede acoger un grito de socorro, y que gustosos sirven de verdaderos “ángeles protectores” para las almas que los necesitan. Y coronando todo está la vida siempre presente y siempre consciente del LOGOS mismo, poderosa, y que responde en todas partes de Su reino, de Aquel sin cuyo conocimiento no cae al suelo una paja, ni ninguna criatura muda se estremece de alegría o de dolor, ni niño alguno ríe o llora - esa Vida y Amor que todo lo penetran, abarcan y sostienen, en la cual todo vive y se mueve. Así como nada que produzca placer o dolor puede tocar al cuerpo humano sin que los nervios sensorios lleven el mensaje del choque a los centros cerebrales, y así como desde estos centros vibra la contestación por medio de los nervios motores, acogiendo o repeliendo, del mismo modo cada vibración en el universo, que es Su cuerpo, llega a Su conciencia y produce una acción que responde. Las células nerviosas, los hilos nerviosos y fibras musculares, pueden ser los agentes del sentimiento y del movimiento, pero el hombre es el que siente y actúa; así también muchas mi riadas de inteligencias pueden ser los agentes, pero el LOGOS es quien conoce y responde. No puede haber nada por pequeño que sea que no afecte esa delicada y omnipresente conciencia, ni nada tan vasto que trascienda a ella. Somos tan limitados, que la sola idea de semejante conciencia que abarca todo, nos anonada y confunde; sin embargo, quizás, el mosquito se vería en el mismo apuro si tratara de medir la conciencia de Pitágoras.

Es imposible negar el hecho de que las oraciones son contestadas, y que muchos pueden manifestar casos de propia experiencia, claros y decisivos, de “oraciones contestadas”. Además, muchas de éstas no se refieren a las que se llaman experiencias subjetivas, sino  a hechos patentes del llamado mundo objetivo. Un hombre ha orado por dinero, y el correo le ha traído la cantidad requerida; una mujer ha orado por alimento, y el alimento ha llegado a su puerta. En relación con empresas caritativas hay muchos testimonios de oraciones pidiendo socorros y de contestaciones rápidas y liberales. Por otra parte, hay también gran número de testimonios de oraciones que han quedado sin respuesta, de hambrientos moribundos, de hijos arrebatados por la muerte de los brazos de madres amantes, a pesar de los ruegos más apasionados a Dios. Toda opinión razonable acerca de la oración, tiene que tener en cuenta estos hechos contradictorios: no debe negarse a admitir la respuesta, ni evadir el reconocimiento de los fracasos. Todos los hechos deben ser colocados en su lugar en toda verdadera teoría sobre la oración.

Vamos a considerar separadamente nuestra tres clases de oraciones, y veremos que las vidas ocultas de la naturaleza son los agentes que producen la respuesta a las oraciones, y que para cada clase de ellas actúan agentes particulares apropiados a las mismas.
Cuando un hombre pronuncia una oración de 1a clase A, puede obtener una respuesta por medio de uno o varios agentes. Su pensamiento concentrado y su voluntad deseosa afectan a la esencia elemental del plano astral, y crean un elemental artificial poderoso, cuya sola idea es producir lo que su creador anhela. Este elemental, cuando la oración es por dinero, alimento, vestido, empleo u otra cosa cualquiera que un hombre puede dar a otro, puede buscar una persona a propósito, é imprimir en su cerebro la imagen de su creador y de su necesidad especial, y esta impresión origina el pensalniento de enviar al hombre un socorro. “Pensé en Jorge Miller y en sus huérfanos esta mañana”-dirá un hombre rico- “Voy a mandarles un cheque”. La oración de Jorge Miller es en este caso el poder motor; el elemental artificial es el agente que se ocupa en producir el resultado deseado, y el cheque, que no se ha pedido al hombre en el plano físico, viene como la “respuesta a la oración”. El resultado pudo haberse obtenido de igual modo por medio de un esfuerzo deliberado de la voluntad, sin oración alguna, por una persona que entendiese el mecanismo necesario para ello y el modo de ponerlo en acción. Pero en el caso de la mayor parte de la gente que ignora las fuerzas del mundo invisible, y que no están acostumbrados a ejercitar su voluntad, la concentración de la mente y el firme deseo necesario para el éxito se adquieren mucho más fácilmente por medio de la oración, que por ningún esfuerzo deliberado para manifestar su fuerza. Dudarían de su propio poder, aun cuando comprendiesen la teoría, y la duda es fata1 en todo ejercicio de la voluntad. Que la persona que ora no sepa nada del mecanismo que pone en movimiento, no afecta en modo alguno el resultado; el niño que extiende el brazo y coge un objeto, no necesita sabor nada del funcionamiento de los músculos, ni de los cambios químicos y eléctricos que despierta su movimiento en los músculos y nervios, ni tampoco calcula estudiadamente la distancia a que se halla el objeto, midiendo el ángulo formado por los ejes ópticos; manifiesta su voluntad de coger 1a cosa que necesita, y las varias partes de su cuerpo obedecen a su voluntad, aun cuando él no conoce ni siquiera su existencia. Lo mismo sucede con el hombre que ora, el cual desconoce la fuerza creadora de su pensamiento y la conducta de la criatura que ha enviado a ejecutar sus deseos; actúa tan inconscientemente como el niño, y como el niño, coge lo que quiere.
Una oración de la clase A, puede también ser contestada de otros modos que por la acción de un elemental artificial. Un discípulo que pasa u otro protector en acción en el plano astral, puede oír su ruego y producir el resultado deseado. Especialmente puede suceder así, cuando el que ora es un filántropo que necesita ayuda para ejecutar alguna obra benéfica.
El protector lanzará el pensamiento de enviarle la ayuda que necesita, en el fértil suelo de un cerebro caritativo, y el resultado será el mismo de antes. Algunas veces, pero a mi entender mucho más raras, la voluntad de la persona que ora, afecta a un espíritu de 1a naturaleza o elemental característico, el cual se esfuerza en producir el efecto deseado; algunas personas ejercen un poder especial sobre los espíritus de la naturaleza de varias clases, y esta gentecilla hace cuanto puede a fin de suplir las necesidades de sus favoritos.

El fracaso de las oraciones que revisten gran deseo y fuerza de voluntad, parece que es debido al hecho de que se estrellan contra alguna causa kármica demasiado fuerte para que puedan desviarla o modificarla de un modo apreciable. Un hombre condenado por sus propias acciones en el pasado a morir de hambre, lanzará en vano todas sus oraciones contra este destino. El elemental artificial que ha creado con tales oraciones, encontrará inútiles todos sus esfuerzos; ningún protector vendrá a ayudarle a producir el efecto deseado; ningún espíritu de la naturaleza se cuidará de sus gritos. Cuando las relaciones que existieron en el pasado entre las almas de los padres y 1a de un niño moribundo, requieren en la vida presente la rotura del 1azo de unión en una época particular, la corriente de fuerza puesta en movimiento por la oración, no servirá para prolongar el hilo de la tierna existencia. En esto, como en todo, vivimos en el reino de la ley, y las fuerzas pueden ser modificadas o completamente frustradas por la acción de otras fuerzas contra las que chocan.

Dos fuerzas exactamente iguales pueden aplicarse para poner en movimiento dos bolas también perfectamente iguales; de éstas, una no recibe ningún nuevo impulso, y marcha al fin que se ha marcado, mientras que la otra recibe un segundo choque y cambia por completo de dirección. 
Esto mismo puede suceder con dos oraciones semejantes: una puede seguir su curso sin encontrar obstáculo kármico, y hasta puede ser ayudada en su objeto por una fuerza kármica, mientras que la segunda puede ser desviada por una fuerza kármica mucho más enérgica que el impulso original. Una de las oraciones fue contestada, la otra se desvanece aparentemente desapercibida, y en ambos casos el resultado sigue a la ley. 
Consideremos ahora la clase B. Las oraciones para socorro en las dificultades morales é intelectuales son eficaces, tanto en la acción como en la reacción. Llaman la atención de aquellos servidores de la humanidad que están siempre tratando de socorrer al alma que se siente extraviada; y los consejos, el consuelo y la iluminación se transmiten a la conciencia cerebral, dando así, del modo más directo, la respuesta a la oración. Muchas veces se sugieren ideas que aclaran una dificultad intelectual, o arrojan luz en un oscuro problema, y en el corazón angustiado se derrama el más dulce consuelo, suavizando sus perturbaciones y calmando sus ansiedades. Esto puede llamarse la respuesta objetiva a tales oraciones, en las que se concede realmente, en contestación al grito de socorro, la ayuda de almas más fuertes y avanzadas: la de un discípulo, la de un ángel o la de un Maestro. Pero hay también una respuesta subjetiva que no se reconoce tan fácilmente, por regla general, por los que oran, y que puede considerarse como reacción de la misma oración sobre el que ora. La oración coloca su mente y su corazón en aptitud receptiva que facilita el darle ayuda objetiva, pero que también abre el canal de comunicación entre su naturaleza inferior y la superior, permitiendo a la fuerza y al poder iluminador de la superior llegar a la conciencia cerebral. Las corrientes de energía que normalmente fluyen hacia abajo o hacia afuera desde el Hombre Interno, son, por regla general, dirigidas al mundo externo y utilizadas por la conciencia cerebral en los negocios ordinarios de la vida para llevar a efecto sus actividades diarias. Pero cuando esta conciencia cerebral se aparta del mundo externo, y cerrando las puertas exteriores, dirige su vista a dentro; cuando deliberadamente se abre a lo interno y se cierra a lo externo, entonces se convierte en un recipiente que puede recibir y contener, en lugar de ser un mero tubo conductor entre el mundo interno y el externo. En el silencio obtenido por la cesación de los ruidos de las actividades externas, la tranquila voz del alma puede dejarse oír, y la atención concentrada de la mente expectante le permite percibir el suave murmullo del Yo Interno.
Más marcado aún es el caso cuando la oración es por luz espiritual, por desarrollo espiritual. No sólo buscan ansiosamente todos los protectores el impulsar el progreso espiritual, aprovechando todas las oportunidades que presenta el corazón que aspira a lo alto, sino que el deseo de semejante desarrollo pone en libertad una energía de orden superior, porque el deseo espiritual atrae una respuesta del reino espiritual. También aquí se confirma la ley de las vibraciones simpáticas, y la nota de aspiración elevada es contestada por una nota de su propio orden, por una liberación de energía de su misma clase, por una vibración sincrónica con ella misma. La vida divina siempre está haciendo presión contra los límites que la circunscriben, y cuando la fuerza que se eleva choca contra esos límites, el muro divisorio se rompe y la vida inunda el alma.

De un modo casi imperceptible pasamos de las aspiraciones espirituales a la oración que es adoración pura, en la cual no existe petición alguna, y que tan sólo trata de manifestarse en simple amor de lo Perfecto, confusamente sentido. Tales oraciones, agrupadas como clase C. son los medios de unión entre el hombre y Dios, atrayendo al adorador dentro del Ser que adora. En estas oraciones la conciencia, limitada por el cerebro, contempla en mudo éxtasis la Imagen que crea de aquel que sabe que verdaderamente se halla fuera de toda imaginación, y a menudo arrebatada por la intensidad de su amor más allá de los límites concretos impuestos por la inteligencia, vuela a las regiones donde no existen límites, y siente y conoce mucho más que lo que a su vuelta puede decir en palabras o revestir de forma intelectual. Entonces en la oración el místico contempla la Visión Beatífica; entonces el sabio reposa en la calma infinita de  la sabiduría que está más allá del conocimiento; entonces el santo es penetrado de la radiante pureza en la cual se ve a Dios. Semejante oración forma una aureola al que adora, y desde la cúspide de tan alta comunión, descendiendo a los planos de la tierra, la misma cara de carne brilla con gloria suprema trasluciendo la llama que arde al interior. Dichosos aquellos que conocen la realidad que ninguna palabra puede comunicar a los que la ignoran; aquellos cuyos ojos han visto el Rey en Su hermosura, se acordarán y comprenderán.



sábado, 10 de noviembre de 2012

Lo Sagrado en nuestras vidas



Pablo Sender
Febrero 2001


En la literatura teosófica (y en la literatura espiritual seria, en general) encontramos frecuentemente la referencia de que es muy importante cómo empezamos el día. La mayoría de las personas se levanta corriendo y desayuna a toda velocidad para comenzar con sus actividades cotidianas; y en medio de esa agitación continúa todo el día. Salimos de nuestra casa y atropellamos a quien está delante, en cada acción la mente está hecha un torbellino de ideas, deseos y necesidades, y en los pocos momentos de quietud, ésta se vuelve asfixiante, atemorizante, y buscamos nuevamente algo para hacer: ver televisión, escuchar radio, leer, etc.
Nuestros días transcurren de este modo y la vida con sus experiencias se escurre entre nuestros dedos, en medio de una semi-conciencia. Al vivir de este modo, poco a poco las actividades se tornan rutinarias, aburridas, fastidiosas; y entonces la ambición, la búsqueda de placer, y cosas por el estilo se vuelven muy importantes, se convierten en el motor de nuestras actividades, el motivo por el que vivimos. Así, la vida se torna superficial, sin sentido, y sentimos que debemos llenarla con algo, darle un significado. Entonces vamos a la iglesia, o compramos cuadros de valor y asistimos a las exposiciones, o buscamos alguna actividad “distinguida” que nos haga sentir especiales. O si no, nos sumergimos en la búsqueda constante, infinita, de placer y autosatisfacción; y ya sabemos cómo acaba todo esto.
Pero a menos que descubramos algo verdaderamente sagrado en nuestra vida –no una idea, una creencia sobre lo sagrado, sino aquello que es el sentido del universo– estamos condenados a dar vueltas en círculos cada vez más profundos de insatisfacción, o nos tornamos completamente insensibles a todo, estando muertos en vida.
¿Cómo podemos encontrar lo sagrado en nuestras vidas? En las filosofías serias de Oriente y Occidente se habla a menudo de la necesidad de la absoluta calma mental para descubrir aquello que es Eterno, Sagrado, Inconmensurable. Pero una mente calma no es algo que se puede adquirir como adquirimos algún objeto, por lo tanto debemos descubrir cómo puede producirse ese estado en nosotros.
Obviamente hay muchos aspectos en esta cuestión, pero voy a referirme a uno de ellos. Pienso que es muy importante cómo empezamos el día; porque si lo empezamos del modo correcto y podemos dar con algo que está más allá de la vulgaridad de nuestras vidas, esa fragancia se extiende durante el resto de nuestra actividad.
Muchas veces se recomienda la meditación matutina; pero esa meditación debe ser algo distinto de lo que hacemos durante el día, y no el eco de nuestro modo ordinario de vivir. Si la meditación no es más que la búsqueda de un resultado, el seguir una disciplina para sentirse seguro, o especial, o etcéteras, me temo que no es meditación, que no es más que la continuación de nuestras actividades autocentradas, y entonces nuestro día comienza y sigue como siempre, en medio de la ambición y de todo lo que venimos hablando. Pero podemos convertir ese espacio de la mañana en algo sagrado, en aquél momento que esperamos especialmente, en la esencia de todo nuestro día, en la significación de nuestra vida; y entonces, esa significación se difunde en toda actividad.
Ese momento de la mañana pues, puede ser cuando nos conectemos con lo más profundo en nosotros, en la vida. Pero si vemos ese momento como algo que genera conflicto, que genera lucha pero que es soportada con la esperanza de que produzca un bien futuro, estamos caminando por los mismos trillados surcos: hacemos algo que no nos gusta, esperando obtener el resultado, y de este modo, no daremos con algo que está más allá porque actuamos con los condicionamientos de siempre. Si observamos, en la mayoría de los casos es por esta razón que trabajamos, que mantenemos ciertas relaciones, que forzamos nuestro carácter en cierto sentido... estamos educados a actuar por el premio, por la recompensa. Pero ¿cómo podemos actuar sin que el resultado sea lo importante  de modo que no sea la ambición el motor de nuestra acción? Cuando hay gozo en lo que se hace, cuando hay expansión, cuando se siente el valor intrínseco de algo, entonces el resultado no tiene importancia, porque el resultado es la acción misma. Entonces, no hacemos las cosas por disciplina, pero somos muy disciplinados, no hacemos las cosas por un supuesto desarrollo ulterior, pero “crecemos como crece la flor, inconscientemente”.
Si empezamos los días de este modo, toda nuestra vida puede ir cambiando. Pero si intentamos de empezar el día así, sin descubrir su valor, sólo con la esperanza de que de ese forma la vida cambie, entonces estamos otra vez en lo mismo.
Uno puede levantarse de modo que le quede al menos media hora libre, o lo que sea, pero será un tiempo dedicado a intentar descubrir lo sagrado; un tiempo sin reglas preconcebidas, las reglas –si así podemos llamarles– irán apareciendo por sí mismas, y con gran vitalidad. Podemos sentarnos quietamente y leer algo que nos agrade, desde una poesía hasta un libro “espiritual”, ponernos en contacto con nuestro cuerpo y dejar que se relaje, disfrutar del placer de estar relajado, sentir su belleza. Quedarnos muy quietos, leyendo, mirando nuestros pensamientos, escuchando los sonidos de alrededor, sin un modo predeterminado. Entonces la mente puede tornarse calma, y la meditación se gesta por sí misma, en su modo particular, no en el sentido que imaginamos que debe ser, y que puede ser totalmente erróneo (sea por falsa interpretación, por incapacidad etc.).
Si aparecen pensamientos, podemos seguirlos, mirarlos, escuchar lo que nos dicen: “no hice cierta tarea” escuchémoslo, profundamente, si así lo hacemos, veremos que mañana la cumpliremos como debe hacerse, entonces ya no molestará. Entremos en contacto con lo que somos, miremos qué surge, sin intentar modificarlo; entonces la mente se ordena, y de ese orden surge la acción correcta. Los intereses contrapuestos generan desorden en la psiquis. Podemos fortalecer un interés más que el otro, y que el primero subyugue al segundo, pero en la raíz sigue estando el desorden, y éste surgirá de un modo u otro. Pero si no hay controlador, sino un Testigo de todo el movimiento de la psiquis, entonces ésta se ordena, porque el productor del desorden (el controlador) ha desaparecido.
De este modo, puede llegar el silencio, la calma, la quietud. Llegará cuando deba hacerlo; si intentamos generarla eso introduce nuevamente el desorden, la ambición, la frustración... y comenzamos nuestro día en el mismo modo de siempre. Pero si disfrutamos de leer, o quedarnos tranquilos sentados, o reflexionar sobre algo por el gozo que da el proceso de mirar y comprender, o imaginar la figura de algo sagrado por el sentido de unidad y beatitud que eso produce, entonces la mente se torna clara, calma, no busca resultados, no visualiza una deidad para obtener cierta bendición.
Cuando hacemos algo que tiene significado, que disfrutamos, nos entregamos a ello totalmente, sin luchar, sin tener el ojo puesto en el futuro, estando por entero presentes, y ese estado de calma extraordinaria se produce. Y esa calma se mantiene durante el día, en lo profundo del corazón, aún en medio de la actividad, del hablar, del correr de la mente superficial, porque hemos tocado ese espacio que siempre está allí, y éste ha difundido su fragancia. Durante el día, esa calma vuelve una y otra vez a nuestra conciencia, tal vez por breves instantes, pero si no la sofocamos y le damos espacio para crecer, echará raíces en nosotros. Entonces al otro día, en nuestro momento sagrado, retornamos a aquello, fácilmente, sin buscarlo, como una consecuencia, y este estado de quietud se profundiza y está en nuestro trasfondo en cada actividad, aunque no nos demos cuenta de él.
Puede que en ciertos períodos esta quietud produzca en nosotros tormentas, porque se derrumban falsas concepciones que estábamos sosteniendo, pero aunque momentáneamente nos encontremos envueltos en la tormenta, bajo las oscuras nubes, el sol está del otro lado, límpido, intocado, brindando en forma invisible su calor. Ése es el silencio de lo Sagrado que inunda nuestra vida, tanto en el radiante día, cuando lo vemos y lo sentimos en nuestro rostro, como en la oscura tormenta, cuando creemos haberlo perdido; pero si alineamos nuestro ser y vivimos ese espacio de las mañanas correctamente, se va produciendo un gran sentido de orden en nuestra vida. “Si uno no tiene ese orden, no puede estar silencioso; y cuando lo tiene, cuando la mente está de veras quieta, entonces existe una real belleza y comienza el misterio de las cosas. Eso es verdadera religión.”

jueves, 1 de noviembre de 2012

ESTAR EN EL MUNDO, SIN SER DEL MUNDO




DESDE LA ATALAYA
Radha Burnier

Probablemente hay muy poca gente que se de cuenta de lo que significa ser parte del mundo; otros están tan absorbidos y perdidos en el mundo que, como pasa cuando alguien se está ahogando, no son conscientes de lo que ocurre. En la antigüedad comparaban la vida mundana con las vueltas de una rueda que gira constantemente. El que ha nacido príncipe puede llegar a ser esclavo, según dicen, y una persona muy humilde puede alcanzar una posición elevada. Como hormigas agarradas a una rueda, todo el mundo va girando arriba y abajo. Nadie puede estar seguro de que la “felicidad” de hoy vaya a existir mañana. Así pues, la rueda de samsara es un símbolo de la inseguridad extrema en la cual vivimos en este mundo de cambios constantes, donde nadie está libre de perder las cosas que posee, disfruta o espera.

Otro símbolo que se utiliza es el océano de la vida (bhava-sagara). Dicen que está lleno de peligros, que lo agitan las tempestades y que está frecuentado por tiburones y otras criaturas temibles. La situación del mundo es comparable con la lucha en ese océano. Incluso los que, teóricamente, están de acuerdo con lo que indican esas imágenes raramente acaban de creer en la necesidad de un cambio y siguen viviendo con las enormes incertidumbres y peligros como si no existieran. El peligro no consiste solamente en la posibilidad de perder las propiedades materiales, el estatus o la respetabilidad; el mayor peligro es el de verse arrastrado inevitablemente por las corrientes de este “océano de la vida”, funcionando mecánicamente, inconscientes de lo que está ocurriendo y perdiendo nuestra orientación moral y espiritual.

También encontramos una tercera descripción de la vida del mundo en las palabras bhava-roga: es una enfermedad grave. Igual que una enfermedad debilita todas las células del cuerpo y le arrebata la salud, causándole al final la degeneración y la muerte, el pertenecer al mundo es una enfermedad psicológica, hecha de ilusiones y distorsiones mentales, que conduce a la desintegración moral y espiritual. Mientras vivamos en medio de la inseguridad constante, una cosa es casi segura, que el vaivén de los opuestos, de las esperanzas y de los miedos, nos hará sentirnos agitados mentalmente y sin tener paz. Esta es la experiencia, en mayor o menor grado, de casi todas las personas que se hallan en las distintas situaciones del mundo. La esperanza de mejorar en la vida, de conseguir afecto, de convertirse en alguien etc, va acompañada del miedo al fracaso y a las pérdidas. A partir de los opuestos básicos del miedo y de la esperanza surgen otras dualidades, como señala el Bhagavadgitâ. La esperanza cumplida nos produce el júbilo y una sensación de victoria; pero si no se cumple, nos conduce al abatimiento y a la frustración. Psicológicamente, la mente está desgarrada entre la exasperación y el gozo, y sigue con su perplejidad o ignorancia respecto al valor y al propósito de la vida.

Se intentan encontrar maneras de escapar al problema de los altibajos, de las expectativas y de los miedos. Una forma de escapar es la búsqueda del placer, tan común hoy en día, buscando nuevos platos que comer, nuevas modas, o trasladándose de un sitio a otro. Estas actividades no son malas en sí mismas, siempre que no impliquen crueldad o indiferencia hacia las necesidades de los demás, pero esta escapatoria sigue dejando a la mente con su problema básico por resolver, el de la incertidumbre y la estupefacción. Todas las formas de escapar nos distraen de la necesidad que tenemos de reflexionar sobre la vida y su significado, porque la agitación compensa la incertidumbre, pero sólo por poco tiempo.

Otra forma de escapatoria es la de dejar fuera al “mundo” y a sus cosas, diciendo “Yo no quiero participar en ese juego”. Entonces se lleva una vida recluida y absorta en los pequeños asuntos de la familia, de la comunidad, o incluso de la nación. Cuanta gente hay, en esta época de violencia y tan grandes incertidumbres, tan preocupados por sus propios asuntos que viven completamente ajenos a todo lo demás. Si no fuera así, la mayor parte del mundo se levantaría para protestar contra la fabricación de las armas y las otras calamidades causadas por el hombre del mundo moderno. Es muy cómoda la postura de la preocupación por uno mismo y del conformismo, y por esto la mayoría de la gente hacen lo mismo que hacen todos los demás y esperan lo mejor. La vida de la imitación forma parte de la mundanalidad.

Sea cual sea la postura adoptada por la gente, con el tiempo aparece el cansancio. Muchas personas mayores lo saben, no solamente porque es difícil manejarse con un cuerpo que envejece, sino porque lo que se siente es un tipo diferente de cansancio. Todas las experiencias mundanas son repetitivas, y por esto, al cabo de un tiempo, aburridas, viciadas, e incluso intolerables. Por esto, en todas las épocas y civilizaciones, hay hombres y mujeres que se retiran al bosque o a un convento para vivir en soledad, en la plegaria y la contemplación. Pero según nos dicen los informes publicados, allí también sigue funcionando el mismo tipo de emociones, pensamientos y reacciones que en el mundo exterior. Existen los celos por cosas intrascendentes, como la atención del Superior, por ejemplo, existe el dolor emocional y la búsqueda del poder.

Una vida de aislamiento físico no puede ser muy distinta a la vida del mundo si el tipo de mente que actúa en las dos es el mismo. Sin embargo, la mayoría de las religiones dicen que no se puede vivir en el mundo sin quedar atrapado por las corrientes mundanas de pensamiento y de conducta, mientras por dentro se sigue siendo puro. La presencia humana con una mente egocéntrica está en todas partes. Incluso la Montaña delEverest está llena de basura y los lugares más remotos tampoco se libran de los ruidos. No es fácil ni apartarse de un mundo tan lleno de estrés ni formar parte de él. Un cuerpo enfermo se halla bajo el estrés; igualmente una mente enferma, con sus miedos, sus esperanzas e incertidumbres, experimenta el estrés, y ese estrés tiene un nivel muy elevado en el mundo moderno, con su filosofía competitiva y de promoción personal. Por esto, mucha gente está estudiando el buddhismo, el zen, la Vedanta, y van a escuchar discursos y acuden a los templos para escapar del mundo.

Pero ¿qué podemos hacer? El Pontífice de Srngeri, un monje muy culto, dice: “La gente cree necesario irse a un bosque para hacer tapas, pero tapas puede practicarse dondequiera que nos encontremos”. (Tapas literalmente significa “quemar” todos los elementos que constituyen la mundanalidad y la impureza). Para resumir su consejo, el tapas del cuerpo significa ser honrado, inofensivo y casto. El tapas de la expresión consiste en aprender a pronunciar palabras que sean correctas, que no hieran, que sean agradables y útiles; palabras que lleven al auto-conocimiento. Y el tapas mental significa estar sereno, con sentimientos puros y una mente controlada, algo que conduce al silencio.

Vamos a hablar brevemente de lo que significa estar fuera del mundo. No en un sentido físico, por supuesto, sino en libertad y controlando el curso de nuestra vida, sin vernos obligados a adoptar actitudes, valores y creencias por presiones externas o internas. En el Yogavasishtha y en la Biblia, vemos los consejos que nos dan Vasishtha y Jesús respectivamente, para convertirnos en niños pequeños. Un niño es feliz por naturaleza. Incluso un niño maltratado consigue ser feliz, cuando tiene la ocasión. Los niños no luchan con el mundo, ni se dedican a actividades ambiciosas desde el punto de vista material o personal. Simplemente son ellos mismos. En cambio, la esencia de la mundanalidad se expresa, en el individuo adulto, en actitudes conscientes o inconscientes de luchas y confrontaciones. No esperamos que los millones de personas que se mueren de hambre no luchen por mantener su cuerpo y alma unidos. Pero entre los demás, en personas que no se hallan en circunstancias tan extremas, a un nivel más sutil y constantemente, siempre hay algo que está en lucha. Hay siempre una lucha con nuestro entorno, con nuestra familia, con nuestras obligaciones profesionales o de otros tipos, e incluso con lo que somos. Incluso las personas que pertenecen a alguna organización bien intencionada y filantrópica son incapaces de evitar las luchas. Después, cuando se cansan de las luchas, ¡luchan también para liberarse de las luchas! No nos atrevemos a estar tranquilos, en paz, y siempre queremos conseguir algo, llegar a algún sitio.

¿Nos hemos preguntado qué es lo que queremos conseguir? ¿Por qué surge el estrés desde lo más profundo de nuestro interior? ¿Está todavía activa en nuestro cerebro la lucha física de nuestro pasado animal? ¿Por qué la gente que tiene lo suficiente para comer, que disfrutan de todas las comodidades de la vida, se sienten “pobres”? ¿Tiene la mente la adicción de conseguir una situación distinta? En la sociedad moderna a los niños se les prepara para ejercitarse y poder alcanzar una posición cada vez mejor, para ser más hábiles y conseguir más cosas. Además, también se lucha para ser queridos. Cuanto más se esfuerza la gente para conseguir el amor, la admiración o el reconocimiento, más estresada es su vida. Piden y exigen, en vez de dar amor, afecto y ayuda, y se pasan toda la vida forcejeando.

Sin intentar hacer una lista completa, podemos ver que la lucha es un hábito destructivo y psicológico que desarrollamos para demostrar lo que valemos, para parecer inteligente, para conseguir ventajas, para progresar rápidamente y miles de otras cosas. A los Pies del Maestro nos dice que no deberíamos tratar de parecer inteligentes, pero ¿por qué hemos de parecer nada? ¿Por qué toda esta lucha? ¿Sería posible actuar y vivir, hacer todo lo que consideramos que vale la pena, que es útil y bueno, sin tener que luchar psicológicamente para ello?

Como la lucha es un hábito del ego, cuando la gente no quiere formar parte del mundo y aspira a llevar una vida espiritual, la mente sigue creando ansiedad por alcanzar fines como obtener la atención o la gracia delgurú, o alcanzar la iluminación rápidamente, o para encontrar la mejor manera de superar sus defectos. Y eso no tiene nada que ver con la paz: “No os dejéis engañar fácilmente por vuestro propio corazón”, dice Luz en el Sendero. Es fácil ser mundano, pensando que somos espirituales. Por otra parte, si aprendemos a darnos cuenta de que el yo egoísta se alimenta de las luchas y de las confrontaciones con la gente, con las ideas, con las circunstancias y con sus propios defectos, nos liberaremos de las tensiones y tendremos paz.

Una vida sana, con la naturalidad y felicidad de los niños, implica un no exigir, no luchar, sino estar tranquilo y en paz con cualquier cosa. El taoísmo enseña la no resistencia, y eso conlleva una profunda satisfacción interna de la mente, en armonía con la tierra y el cielo. También lo dice el Bhagavadgitâ, cuando nos aconseja actuar “desde la posición del yoga”. El yoga consiste en darse totalmente cuenta de la armonía de la tierra y el cielo de los cuales somos una parte. Cuando no existe sensación de lucha (que los antiguos llamaban sama o tranquilidad), en todo lo que hacemos o pensamos, hay un cambio notable en todas nuestras relaciones y en nuestro mismo ser.

Hay personas muy inteligentes, despiertas y cultas, que nos ofrecen diversas soluciones a los inmensos problemas que existen en nuestra época actual, tan peculiar, pero el remedio es muchas veces peor que la enfermedad. El uso de numerosos productos químicos fabricados por el hombre es un ejemplo de ello. Se suponía que todo ello daría paso a una sociedad libre de enfermedades, pero no ha hecho sino crear más problemas. ¿Quien sabe qué va a pasar con la manipulación genética? No somos capaces de terminar con los conflictos que arrasan el mundo, ni de erradicar la pobreza que priva a la gente no sólo de alimentos sino de oportunidades para crecer. ¿Sucede esto porque somos víctimas de la confusión y del estrés, todo ello basado en el ego, que, como mundanalidad, proyecta engaños de mentes que están perturbadas y confusas? Evidentemente, sólo la mente tranquila posee la claridad; la mente agitada no. Pero cree en sus propias capacidades y habilidades, y supone que su confusión puede dispersarse de repente, si se trata de un tema familiar. Pero no ocurre así, porque sus percepciones no son ni completas ni sanas.

¿Cómo podemos crear internamente una tranquilidad profunda y una sensación de armonía, lo único que puede asegurar las acciones beneficiosas? Puede que tranquilidad y acción parezcan dos términos contradictorios, pero no lo son. La “inacción en la acción, y la acción en la inacción”, de los que habla el Bhagavadgitâ, es la acción a partir de una mente profunda y clara. Todo lo demás es una actividad infructuosa y frenética. Puede que sea de vital importancia para el mundo y para los individuos aprender a actuar desde un estado interno de tranquilidad, de claridad, de inactividad, y no a través de una mente en lucha. Si no nos empapamos de esto y dejamos de ser arrastrados a la fuerza por la corriente de la mundanalidad, el dolor no dejará de existir.

Por eso hemos de detenernos y ser conscientes de cómo funcionamos, no de lo que estamos haciendo, y de la manera de encontrar soluciones para los problemas, sino de cómo funcionamos. Incluso una pequeña cosa hecha a partir de una mente adecuada puede beneficiar mucho más que un número mayor de cosas hechas a partir de una lucha egocéntrica. En el océano, cuando sopla un viento fuerte, al principio hay pequeñas ondulaciones; pero a medida que el viento arrecia, las ondulaciones se van haciendo cada vez más fuertes y amplias y acabar convirtiéndose en enormes olas. Ni siquiera los barcos antiguos más resistentes eran capaces de enfrentarse a estas olas. Todos nosotros luchamos en cierto grado, con nuestras pequeñas y mezquinas ambiciones y necesidades imaginarias. En el campo psicológico, igual que en el océano, el proceso es acumulativo, como pasa con una multitud. Hay unos cuantos que se asustan y al final todo todo el mundo está espantado y acaba en una estampida. Todo el mundo es igual. Nuestras pequeñas luchas se van acumulando y magnificando hasta llegar a conformar las grandes luchas y la guerras. Personas como Krishnaji y el Dalai Lama nos han dicho: “¡Sois responsables de todo el mundo!”. Cuando no vivimos en la serenidad y en la paz, somos los creadores de las guerras.

Estar con el cuerpo en el mundo no tiene importancia, siempre que tengamos una armonía y tranquilidad internas. Los buddhas nacen en el mundo cuando hay degeneración, pero no dejan de ser Buddhas. Nunca son del mundo, son libres y no tienen karma, porque son representaciones de la paz. El karma no es sólo una acción física, porque implica el tipo de energía que aplicamos a la acción externa. La energía de los Buddhas es el amor y la paz, mientras que la energía que la gente corriente genera es egoísta en menor o mayor grado, y por eso es causa de violencia. Para que la paz pueda llegar al mundo que sufre, dentro de nosotros no tiene que haber ni las luchas ni los engaños de la inseguridad o la ambición. Cuando terminen nuestros engaños, seremos portadores de paz.

(The Theosophist, febrero 2002.)