martes, 10 de julio de 2012

Vivir, Morir, Ser


                                                                                                 Antonio Girardi

Plotino
Veo el Camino de las Melodías abrazando continentes y centurias; los seres humanos que han dejado rastros de melodías en sus huellas (cuyos ecos oímos de tanto en tanto) dondequiera que hayan ido; y esos rastros deben llevarnos hacia atrás en tiempo y en espacio,  a un abismo . . . donde el Primer Ser Humano . . . abrió su boca y gritó el primer verso del Canto del Mundo: Yo soy.

Bruce Chain
El cielo estrellado, en una noche tranquila, sugiere la profundidad del espacio estelar, y nuestra realidad como seres humanos toma, por así decirlo, otra dimensión, cara a cara con la grandeza y la belleza que nos domina. Una experiencia similar puede impactarnos ante lo infinitamente pequeño, que devela, día a día, nuevas dimensiones y posibilidades de la materia.

Pero todo el universo emana desde su interior vibraciones de belleza y armonía más allá de las emociones; hay poesía al mirar el cielo en una noche de verano, y hay serenidad cuando se comprende hasta qué punto la materia sustenta nuestro ser a través de una secuencia casi infinita de procesos vitales inteligentes. La ciencia misma está descubriendo, día tras día, cada vez más vastos y más complejos aspectos del mundo y finalmente se está acercando mas y más a una visión del mundo que es característica del esoterismo y el misticismo. Como resultado, el enfoque hacia nuevas dimensiones tan variables y ricas, se está volviendo, en cierto sentido, más y más legítimo.

Entre los pasajes más hermosos del Bhagavadgitā se encuentra el diálogo entre Krishna y Arjuna sobre la realización según el Sānkhya: “Sabed que Aquel que todo lo penetra es indestructible. Nadie puede destruir a este imperecedero Ser” (II.17). Y nuevamente: “Porque, en verdad, del nacimiento dimana la muerte y de la muerte el nacimiento” (II.27). A la luz de la Vedānta, Ātman o el SER es el noúmeno que está en nosotros, y es idéntico a AQUEL – a Brahman. “Eso eres tú” es la máxima Vedantina más famosa de los Upanishads. Mientras reconocemos el valor de las numerosas elaboraciones que existen, no puede haber completa satisfacción en el campo del conocimiento o la mera descripción. Lo sagrado no pertenece al tiempo, al pensamiento o al devenir. Pero si el pasado y el futuro están dentro de la esfera del tiempo, el presente nos permite hacer una conexión más íntima con el ser. En el “aquí y ahora”, la vida y la muerte coexisten en un todo unido y la observación no es un hecho separado. En una “realidad” marcada por la aparente mutación de las cosas, el milagro del amor y la belleza son entonces posibles. La larga serie de “inventarios” y descripciones del mundo cede al silencio. El tiempo, la muerte y otras realidades no condicionan al ser que “es”.


El camino del Corazón
A través de la historia, los sucesos han mostrado por un lado, la gran fuerza del egoísmo, del miedo y la ignorancia, y por otro, la constante presencia de una sabiduría, que se ha expresado a sí misma tanto en las más singulares formas poéticas y filosóficas, como en la vida cotidiana.

Esa sabiduría, encarnada en individuos conocidos o desconocidos, contiene profundos conocimientos expresados en culturas diferentes de distintas formas. Sin embargo, es siempre una expresión de ese algo inefable que unifica y que siempre ha caracterizado a la humanidad. Ya enfatizaba Jiddu Krishnamurti el hecho de que psicológicamente la humanidad no ha dado, durante el último milenio, ningún paso significativo hacia adelante en el camino de la comprensión y la unidad. El “leitmotiv” de las enseñanzas de Krishnamurti, concretamente, la afirmación de que el conocimiento como “acumulación” va en detrimento del progreso humano y que es uno de los más grandes obstáculos para el florecimiento del verdadero conocimiento, es de un profundo significado. Pero esta afirmación de Krishnamurti, no es una declaración aislada. El despertar en el ser humano debe pasar por “ponerle fin al mundo conocido” en lugar de continuar con una compleja elaboración de conocimiento codificado. Si esto es considerado como una hipótesis de trabajo para evaluar sus consecuencias, pareciera ser que en la raíz de esto hay una filosofía bastante similar a la del Budismo original. Nuestra ‘Realidad’ es impermanente e ilusoria. El sufrimiento es causado por el deseo. Liberarse del deseo es liberarse del sufrimiento – no existe el “Yo” separado de la personalidad, o podemos decir que la separación entre el sujeto que observa y la cosa observada es la principal causa de la ilusión sensoria.

Pero en el trasfondo del mensaje de Krishnamurti hay también permanentemente un estado unitario de conocer que emerge cuando uno se libera a sí mismo del mundo conocido. Él elige conscientemente no definir ese estado, pero, especialmente a través de su poética elocuencia, da una vislumbre de la luz que existe mas allá de la puerta de la percepción sensoria, la cual es limitada. Es particularmente en sus conferencias de joven, y en su Diario y cuaderno de notas, que él expresa esto con gran fuerza y profundidad.

Krishnamurti escribe en sus notas del 20 de septiembre de 1973: 

El mundo que te rodea está fragmentado y así estás tú, y su expresión es el conflicto, la confusión y la miseria; tú eres el mundo y el mundo eres tú. Sensatez es vivir una vida de acción sin conflicto. La acción y la idea son cosas contradictorias. Ver es actuar y no la ideación primero y la acción luego de acuerdo a la conclusión. Esto genera conflicto. El mismo analizador es lo analizado. Cuando el analizador se separa como algo diferente de lo analizado, él crea conflicto, y el conflicto es la zona del desequilibrio. El observador es lo observado y en eso yace la sensatez, la totalidad, y en lo sagrado está el amor. (Diario – J. Krishnamurti).


Pero en ese caso, ¿qué se hace con todo el conocimiento acumulado por la humanidad a través de la historia? Sólo puede haber una doble respuesta: Por un lado, el conocimiento debe ser conservado en forma concreta, enfrentado y explorado en profundidad, en toda su riqueza. Por otro lado, el mismo conocimiento, que sirve para romper las barreras de nuestra ignorancia, debe ser abandonado psicológicamente para evitar que estropee la libertad de investigación, la única que puede llevarnos a un conocimiento completo.

La característica especial del ser humano es su intuición de la Verdad, del Ser. El ser humano es capaz de comprender que los idiomas limitan el entendimiento, pero al mismo tiempo, son un medio de comunicación. Una idea, un impulso poético, una tradición, es transmitida a los demás a través del lenguaje y por consiguiente, ese lenguaje no puede ser verdadero, aunque pueda sugerirla, dar una vislumbre, ponerla de manifiesto. Cuando Pilato preguntó a Jesús qué es la verdad, Jesús no respondió, siendo conciente que uno no puede describir la verdad en palabras. 

Este aspecto de la dimensión humana devela una especie de grandeza intrínseca: el místico, el poeta y el ser humano que es capaz de soñar y no sólo de imaginar, logra transmitir verdaderamente, aún por medio de palabras, una ardiente sed por el amor y por la unidad que alcanza al TODO. 

Jalal ud-Din Rumi escribió: 

Límpiate de los atributos del “yo”, a los efectos de contemplar tu propia esencia pura y contemplar en tu corazón todas las ciencias de los profetas – sin libros, profesores, ni maestros. El libro de los Sufis no está hecho de tinta y letras, simplemente consiste de un corazón tan puro como la nieve. 

Estas palabras de Rumi no son tan diferentes de las de Krishnamurti. Algunos milenios antes, el Bhagavadgitā registró los maravillosos diálogos entre Krishna y su discípulo favorito, Arjuna: 

El que ve que la Materia es la que en verdad realiza todas las acciones, y que el YO no actúa, realmente ve. (XIII.30). 

Dando un gran salto hacia adelante en el tiempo, llegamos a las movilizadoras páginas de La Voz del Silencio, “traducido” por Helena Petrovna Blavatsky: 

Aparta tu mente de todos los objetos externos, todas las visiones externas. Detén las imágenes internas, para que no proyecten una sombra oscura en la luz de tu alma. (La Voz del Silencio – Fragmento Primero) 

De este modo, cada ser humano es una clase de “punto” localizado en una “red” que gira en varias dimensiones. Cada uno expresa en el espacio y en el tiempo una totalidad de valores y situaciones que nos llevan a actuar como lo hace un actor que desempeña un determinado rol, en un escenario que esta más o menos iluminado.

Es muy importante tratar de estar conscientes de esto para comprender las causas de las divisiones que alimentan nuestra ignorancia. El conocimiento de las tradiciones que inciden en nuestra vida diaria es un elemento importante para determinar nuestra situación existencial y darnos cuenta de nuestra posición personal como un “punto en la red”. Pero si permanecemos apegados a ese “punto”, si no nos disponemos a ir más allá de él, nunca llegaremos a una comprensión holística de la vida.

Por consiguiente, uno debe abandonar psicológicamente este “punto”. Para hacer esto, debemos seguir el sendero del corazón, que nos enseña a hollar el camino del medio, a tener fe en la bondad eterna de todas las cosas y a recibir con serenidad y entusiasmo las diversas situaciones de la vida. 

Bernardino del Boca escribió poéticamente: 

Cada uno de nosotros tiene una lira mágica. Ella es un espejo resonante que repele lo malo y atrae lo bueno. Esa lira mágica es nuestra Alma. Pero es indispensable saber que somos un alma que vibra en armonía con la vida, en el presente, exenta de cualquier tipo de ilusión. 

Es entonces el camino del corazón que nos pone en contacto con los sueños que la vida nos ha confiado como una expresión pura de nuestro ser. Es un camino de equilibrio que utiliza al espíritu y a las emociones para desarrollar la razón y los sentimientos. Su esencia está representada por los cuatro fuegos puros de la tradición Budista: simpatía, amor, compasión y ecuanimidad. Pero el amor, al tener un carácter universal, merece algunos comentarios adicionales.


La conciencia del Bodhisattva

Ciertamente el amor es omnipresente, ya que uno lo encuentra en todos los niveles. Si consideramos el esquema septenario, típico de la Teosofía, con sus subdivisiones de la realidad humana en los diferentes planos, arribamos a lo siguiente: Por un lado, podemos contemplar la posibilidad de una fuerza universal y universalizadora como el amor, que asume los matices y colores típicos de cada plano.

Por otro lado, el amor puede ser la fuerza que materializa los planos de conciencia del ser humano, asociando directamente lo finito con lo infinito, permitiendo al ser humano encontrar la eternidad en el tiempo, dando al ser y al no-ser la misma fuerza y la misma dignidad.

Nuestra reflexión sobre el amor debe también considerar al menos dos afirmaciones importantes descriptas en “Los Siete Portales”, impresas bajo el título general La Voz del Silencio: 

Todo es impermanente en el hombre, excepto la pura y brillante esencia de Ālaya. El hombre es su rayo cristalino; un haz de luz inmaculado en lo interior, una forma de barro material en la superficie inferior. Ese rayo es el guía de tu vida y tu verdadero Ser, el Observador y el Pensador silencioso. . . (La Voz del Silencio – Fragmento Tercero) 

La segunda apunta a la realización de un Bodhisattva: 

Sabe, que la corriente del conocimiento sobrehumano y la Sabiduría de los Devas que tú has adquirido, debe, desde ti, canal de Ālaya, ser vertida en otro cauce. 

Sabe, Oh Naljor, tú del Sendero Secreto, que sus puras y frescas aguas deben ser usadas para endulzar las amargas olas del océano – ese poderoso mar de sufrimiento formado de las lágrimas humanas. 

¡Ay de ti! Una vez que te hayas vuelto como la estrella fija en el alto cielo, ese brillante y celestial lucero debe brillar, desde las profundidades del espacio, para todos – salvo para sí mismo; dar luz a todos, pero de nadie tomarla. 

¡Ay de ti! Una vez que te hayas tornado como la pura nieve en los valles de las montañas, fría e insensible al tacto, tibia y protectora para la semilla que duerme profundamente bajo su seno; es ahora esa nieve la que debe recibir la helada penetrante, las ráfagas del norte, protegiendo así de sus dientes afilados y crueles la tierra que guarda la cosecha prometida, la cosecha que alimentará al hambriento. (La Voz del Silencio – Fragmento Tercero)


Amor es Meditación

La meditación en el amor nos lleva a una comprensión real de la vida y la muerte. Parafraseando a Platón, mientras el amor sea considerado como un substituto para la pobreza y la necesidad, es probable que la lógica humana permanezca apegada a un concepto de acumulación y consumo. Si, por el contrario, el ser humano logra vaciar su mente de todo condicionamiento y todo dogma, abriéndose con plena confianza a la meditación en el Ser, será posible que el Amor florezca e irrumpa dentro de nuestras vidas – una verdadera revolución interna.

De este modo, los vehículos (cuerpo, emociones y pensamientos) pueden estar abiertos a la invasión de la luz interna que ilumina el camino y señala a la Unidad de Vida como la raíz de la Fraternidad Universal sin distinciones. La conducta moral (Dharma) cesará entonces de imponerse desde fuera sobre la base de la autoridad, para ser, por otro lado, identificada con el respeto por la vida en sí misma y su esencia.


Krishnamurti escribió:

El amor . . . estaba en todas partes, tan común que hasta podías encontrarlo bajo una hoja marchita o en ese jazmín cercano a la antigua casa derruida. Pero todos estaban ocupados, atareados y perdidos. El amor estaba allí, llenando tu corazón, tu mente y el cielo; permanecería y nunca te dejaría. Solamente tú tendrías que morir a todo, sin raíces, sin una lágrima. Entonces él vendría a ti, si fueras afortunado y dejaras para siempre de correr detrás de él, pidiendo, esperando, llorando . . . . 

El florecimiento de la meditación es bondad. . . . Florece sólo en la libertad y en el desvanecimiento de aquello que es. Sin libertad no hay auto-conocimiento, y sin auto-conocimiento no hay meditación. El pensamiento es siempre insignificante y superficial, no importa cuánto pueda vagar en busca de conocimiento; adquirir cada vez más conocimiento no es meditación. Esta florece sólo en la libertad de lo conocido y se va marchitando en lo conocido. (Diario – J. Krishnamurti).